Dosier de prensa
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AMIN MAALOUF: ENTREVISTA LE POINT
FOTO: P. COSANO/ANAYA
AMIN MAALOUF, nacido en Líbano en 1949, es uno de los escritores más brillantes y clarividentes de las actuales letras francesas. Novelista, periodista, ensayista..., miembro de la Academia Francesa, toda su obra está publicada en Alianza Editorial.
Dos plumas cohabitan bajo su hermosa cabeza leonina. La primera, la del novelista e historiador, nos ha ofrecido desde hace más de treinta años frescos apasionantes de civilizaciones y culturas, a través de los siglos: Samarcanda, León el Africano, Las cruzadas vistas por los árabes, La roca de Tanios… Predomina en ella su gusto por las pasarelas, las encrucijadas, los cambios de perspectiva, los personajes híbridos, divididos entre dos mundos. A la ruptura y el enfrentamiento Amin Maalouf siempre ha preferido la epopeya del encuentro, de la apertura, y del vínculo. Pero corre igualmente en este académico la vena ensayística, cada vez más notoria, la de un “observador desesperadamente racional” que reflexiona sobre el estado del mundo, que no deja de inquietarle. Distinguir estos dos Maalouf, que han unido sus fuerzas en una fábula crepuscular, El primer siglo después de Béatrice, es por supuesto una quimera, pues uno se nutre del otro. Pero después de Identidades asesinas, y El desajuste del mundo, El naufragio de las civilizaciones prolonga la pasión reflexiva sobre la actualidad de este antiguo periodista, quien creció en Beirut en casa de uno de los periodistas libaneses más destacados. Expuesto desde la infancia a los vaivenes sombríos del Oriente Próximo, Maalouf parte de este fracaso regional para intentar comprender qué se ha torcido en un planeta globalizado pero sujeto a las tensiones religiosas, identitarias y nacionalistas. “Fue desde mi tierra natal desde donde empezaron las tinieblas a extenderse por el mundo”, escribe en El naufragio de las civilizaciones. Para él, que el mundo árabe tomase el camino equivocado fue, si no el epicentro, al menos un laboratorio de los extravíos futuros –y, como bajo un microscopio, lo pequeño permite comprender lo grande. Pero, en un segundo momento, Maalouf pasa a una arqueología del naufragio actual intentando auscultar los vuelcos fatales, para identificar las fuerzas motrices, las simultaneidades y las causalidades. El análisis se transforma en un fresco que desmenuza los engranajes de doce años cruciales que comienzan en 1967 con la derrota árabe frente a Israel y se extienden hasta 1979, annus horribilis, donde afloran los tres escollos mortales de nuestro tiempo: ultraliberalismo, turbulencias identitarias, islamismo radical… Más todavía que 1989, considerado habitualmente como el año bisagra, es en estos años setenta tan alegres y libres en apariencia donde resuena el preludio al desastre que Maalouf no duda en comparar al devenir del Titanic.
AMIN MAALOUF
EL NAUFRAGIO DE LAS CIVILIZACIONES Traducción de María Teresa Gallego Urrutia; Amaya García Gallego LIBROS SINGULARES (LS) 16,00 x 22,00 cm 280 páginas | Rústica 978-84-9181-681-2 3432861
€ 18,00
*HYYEZB|816812] EBOOK 978-84-9181-682-9
«El escritor y el académico se sumergen en su propia historia y analizan las consecuencias trágicas del choque profetizado por Samuel Huntington.» Le Figaro Magazine «Una observación alarmante sobre la marcha del mundo.» Le Soir «El título es potente, el libro lo es otro tanto. Una escritura esclarecedora y maravillosa, hay que leer El naufragio de las civilizaciones.» Europe 1
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«EL MUNDO ESTÁ EN VÍA DE TRIBALIZACIÓN» Usted dice haber nacido al borde de la falla, en el Oriente Próximo. ¿Ha marcado ese lugar su mirada sobre el transcurrir de las civilizaciones? Más allá de este nacimiento, he asistido muy de cerca, a lo largo de mi vida, a acontecimientos que dan constancia de ciertas fracturas. En 1975, desde mi ventana, presencié el ataque al autobús que desencadenó la guerra del Líbano. En 1979, estuve en Teherán, en la pequeña sala de espectáculos en donde Jomeini proclamó la república islámica. Pero es cierto que esto comenzó desde mi más tierna infancia, cuando vi a la familia de mi madre expulsada de Egipto tras el auge del nacionalismo. Para resumir la evolución del mundo árabe, usted escribe que el Doctor Jekyll se ha convertido en Mister Hyde. ¿No es un poco abrupto? En esta fábula imaginada por Stevenson, los dos personajes cohabitan en el mismo hombre. Uno es perfectamente honorable, el otro es un monstruo. Las circunstancias son las que determinan cuál de los dos vencerá. Esas potencialidades antagónicas coexisten en el seno de todas las naciones, de todos los individuos. ¿Acaso no hemos visto a Alemania transformarse en Mister Hyde para luego volver a ser el Doctor Jekyll? Por mi parte, he conocido en mi juventud un mundo árabe perfectamente normal, digno y prometedor. En el Líbano había un modelo de convivencia razonablemente armoniosa entre las diferentes comunidades religiosas; Egipto vivía un verdadero renacer cultural, con una aspiración real a la modernidad; y muchos otros países de la región conocieron la libertad de expresión de la prensa y una ebullición política e intelectual. He visto después ese mismo mundo cambiar, desfigurarse hasta no ser reconocible, cuando se ha enfrentado a desafíos de los que no ha podido salir victorioso. Es sobre todo a partir de la derrota de Nasser, en 1967, frente a los israelíes, cuando el mundo árabe ha perdido el rumbo. Se ha encerrado en la recriminación, la desesperación y el rencor. ¿Cuál es el principal problema del mundo árabe? Las sociedades árabes no se han modernizado en profundidad. No se puede hablar de un Estado de derecho o de una verdadera democracia en ninguna parte. Los ciudadanos son sometidos constantemente a la arbitrariedad de los dirigentes. Los gobernantes y la oposición siguen utilizando la religión para sus fines políticos. Desde mi punto de vista, esto no se debe a los textos religiosos en sí mismos. Es la historia de los pueblos la que determina su interpretación de los textos. Gracias a la Ilustración, en Europa se ha circunscrito la religión sin abolirla, lo cual le ha permitido construir sociedades democráticas. Sigo persuadido de que el mundo árabe hubiera podido seguir un camino similar. El deber de los pueblos y de sus dirigentes es de ser conscientes, y de estar a la altura, de los desafíos a los que les enfrenta la Historia. El drama del mundo árabe es no haber podido encontrar las soluciones adecuadas. ¿Por qué le concede usted tanta importancia a la derrota de Nasser? En su momento, encarnó para el mundo árabe la esperanza de un renacimiento. Había conseguido congregar a pueblos muy diversos en torno a la misma aspiración a la unidad y a la dignidad. Pero fue prisionero de las ilusiones de su época. Su socialismo burocrático arruinó la economía egipcia y su nacionalismo anticolonialista estaba lastrado por tintes xenófobos. No tuvo la magnanimidad de Mandela quien, al día siguiente de su triunfo, hizo lo posible por retener a los blancos en Sudáfrica. Nasser ha
preferido expulsar a los “alógenos”. Luego se dejó embarcar en una guerra, la del 67, que le resultó funesta. Su derrota provocó una conmoción traumática en todo el mundo árabe y condujo a la emergencia de una nueva ideología dominante, la del islamismo político. Esta deriva ha sido amplificada por el maná petrolífero, que ha otorgado un peso extraordinario a sociedades muy conservadoras, como la de Arabia Saudí. ¿Comparte usted la visión de Samuel Huntington y de su Choque de las civilizaciones? En una cuestión particular sí que tenía razón: nuestros contemporáneos reaccionan cada vez más en función de su pertenencia religiosa. Pero se equivocó al creer que los hombres se iban a unir bajo el estandarte de una civilización, que combatiría con otras. El mundo musulmán no constituye un bloque, sino un campo de batalla. Y, en Europa, el sueño de la unión está siendo seriamente maltratado. Lo que caracteriza a nuestra época es más bien el parcelamiento y la descomposición. Podemos constatar la paradoja de un mundo globalizado por la evolución tecnológica y económica en el cual prevalece el desmenuzamiento identitario. Como explicación de esa paradoja, usted propone una fecha: 1979… Un fenómeno de cierta importancia tuvo lugar en torno a ese año. Lo he llamado “el gran vuelco”. De pronto, el conservadurismo se proclamó revolucionario y los adalides del progresismo no han tenido más objetivo que la preservación de lo adquirido. En febrero de 1979, en Teherán, la revolución jomeiní; tres meses más tarde, en Londres, la revolución thatcheriana. Dos “revoluciones conservadoras” muy diferentes la una de la otra, pero que reflejaban un cambio radical en el “espíritu del tiempo”, y que tendrían prolongaciones planetarias. En retrospectiva, se puede apreciar claramente que la revolución iraní ha sido el origen de una conmoción de primer orden en el mundo musulmán, y que sus consecuencias directas o indirectas han afectado la atmósfera política e intelectual de la mayoría de los países del mundo, modificando comportamientos y costumbres. En cuanto a la revolución conservadora en Occidente, inaugurada por Margaret Thatcher y retomada y amplificada por Ronald Reagan en Estados Unidos, se ha caracterizado por una desconfianza tenaz hacia el rol de los poderes públicos, hacia el “Estado del bienestar”, y también hacia todas las autoridades supranacionales. Una evolución que ha llegado hoy a su paroxismo con el Brexit y la hostilidad declarada del presidente Trump a todas las instancias internacionales. En un mundo en vías de tribalización, donde no existe ningún orden internacional digno de ese nombre, los problemas que suscita la mundialización, los progresos técnicos o el desarrollo de China y de la India son mucho más difíciles de resolver. Sin embargo, usted aduce que esos factores nos unen… Es cierto que nos parecemos cada vez más a nuestros contemporáneos y cada vez menos a nuestros ancestros, aunque nos resistamos a admitirlo. Pero este movimiento que tiende a acercarnos los unos a los otros es contrarrestado por las tensiones identitarias. Y por la glorificación del “cada cual a lo suyo”. Somos incapaces de movilizarnos contra los riesgos del cambio climático, y nos dirigimos hacia una nueva carrera armamentística que podría ser devastadora, particularmente entre Estados Unidos, China y Rusia. Si no conseguimos reaccionar y construir otra visión del mundo, menos centrada en el egoísmo sagrado de las naciones y de los clanes, no podremos evitar el desastre que se perfila en el horizonte y que afectará a todas las sociedades humanas.
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DiseĂąo de cubierta: Manuel Estrada. Dosier: proyectos graficos ProducciĂłn Grupo Anaya
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