Dosier de prensa
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Entrevista a Eduardo Berti Entre abril y diciembre de 2015 usted pasó varias semanas invitado y acogido por el servicio de cuidados paliativos del Hospital de Rouen. ¿En esta relación tan estrecha con el dolor y la muerte, en la que los sentimientos están tan a flor de piel, pensaba que podría escribir lo que escribió?
Nacido en Buenos Aires en 1964, Eduardo Berti vive en Burdeos. Una presencia ideal es el fruto de una residencia literaria en el seno de una unidad de cuidados paliativos de un hospital de Rouen.
8 OCTUBRE EDUARDO BERTI UNA PRESENCIA IDEAL Traducido del francés por Pablo Martín Sánchez ALIANZA LITERATURAS 14,50 x 22,00 cm | 160 pp | Rústica 978-84-1362-084-8 | 3472753
€ 14,00 ebook 978-84-1362-085-5
Este libro es el resultado de una serie de sorpresas. Cuando el área de “cultura y salud” del hospital de Ruan me invitó a pasar allí unos días, todo el mundo esperaba que yo animara algunos talleres de escritura para los niños y adolescentes internados en el servicio de pediatría y que, además, escribiera un pequeño texto, de unas cinco o diez páginas, resultado de mi paso por el servicio de cuidados paliativos. Nada más, en principio. Pronto entendí que cualquier texto breve resultaba insuficiente porque no me permitía reflejar la riqueza, la intensidad y la complejidad de lo que estaba presenciando y viviendo. Además, cuando quise darme cuenta tenía dos cuadernos llenos de apuntes y reflexiones… La experiencia me había conmovido. Algunas cosas apuntadas eran el fruto de mis charlas con el personal sanitario. Otras cosas eran el fruto de sensaciones y ocurrencias más personales. Terminé escribiendo, a partir de eso, un libro que no tenía pensado escribir, que se impuso a mí. Y, segunda sorpresa, pronto advertí que casi todas mis anotaciones estaban en francés. Porque descubría un mundo que venía con su léxico particular. Porque apuntaba en francés las cosas oídas o vistas en el hospital para no perder la huella original, para no demorarme en traducciones en un momento en el que deseaba estar atento. En medio de mi residencia (que, por supuesto, pedí que se extendiera) encontré la “forma” para el libro: una serie de monólogos donde cada una de las personas que componen la unidad médica (incluso el personal administrativo) va tomando la palabra, a su turno. La sorpresa siguiente fue que, no bien intentaba traducir esas voces al español, mi impulso de escritura se frenaba… Así que seguí avanzando en francés. Y terminé el libro en francés, idioma en el que vivo cotidianamente desde hace varios años y que incluso llegué a usar para escribir textos breves (prosas o formas poéticas), pero nunca antes para plasmar un libro entero. Imposible no empatizar con las personas que conoció, y de alguna manera inmiscuirse en sus vidas, ¿le fue difícil tomar la distancia suficiente?
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El otro día leí una entrevista donde Lévi-Strauss afirmaba que la tarea de un antropólogo incluye momentos de distancia y momentos de cercanía. Creo que esto se puede aplicar a casi todas las actividades humanas donde hay una interacción importante. Y que sintetiza bien lo que me ocurrió. Desde un principio yo supe que deseaba observar y narrar el cotidiano de un servicio de cuidados paliativos según la perspectiva del personal sanitario: no según la perspectiva de los pacientes o los familiares de pacientes. Esta elección se debió, sospecho, a dos factores. Por un lado, yo ya había tenido, en lo personal, largas experiencias como familiar de pacientes. Por otro lado, me resultaba un raro privilegio acceder a este otro punto de vista, cosa que me fue posible gracias a la enorme generosidad con que me recibieron en el hospital. Me fijé una especie de protocolo, que incluía no entrar en las habitaciones de los pacientes, salvo cuando ellos lo quisieran o autorizaran… cosa que ocurrió más de una vez; por ejemplo, un paciente, muy lector, se enteró de que había un escritor “en residencia” y quiso verme: tuvimos una charla magnífica. Al principio, claro está, buscaba mi distancia y mi “punto de observación”: un lugar donde no molestara mucho, donde no fuera demasiado visible. De a poco fui encontrando estas cosas. Y también, poco a poco, se fueron creando lazos con el personal. Complicidades, confianzas, confesiones… De manera que la distancia, por supuesto, fue cambiando. Y esto fue bueno para mí, en todo aspecto. Y el tono y la voz para la escritura de este libro, donde ficción y realidad se dan la mano, ¿cómo consiguió encontrarlo? Quise trabajar la oralidad. Las oralidades, en plural. Supongo que escribir en francés me ayudó a ser menos “literario”, a adornar menos con figuras o recursos de estilo. No quise, tampoco, que el tono de esas voces fuera excesivamente dramático. Porque no me encontré con ese tono en las charlas personales o grupales que iba teniendo con el personal. Me encontré, a grandes rasgos, con gente muy compenetrada y comprometida con su profesión. Gente que siente orgullo por su trabajo. Y que sabe que su labor incluye momentos muy duros, pero no traduce todo esto en un discurso lleno de golpes bajos. No quise perder de vista que esta convivencia con la muerte y con el dolor es una experiencia frecuente o cotidiana para ellos. En cuanto al equilibrio entre ficción y realidad, tomé una decisión bastante simple: inventar a partir de los hechos básicos de su vida profesional. No alteré nada que tuviera que ver con su oficio o con la práctica de su oficio. Es más, les pedí a tres personas del servicio que leyeran el libro, una vez terminado, y que por favor me dijeran si había inexactitudes médicas. Fue sobre esta base, digamos, que inventé, imaginé y me tomé licencias. Y así como durante mi paso por el hospital mi “distancia” o mi “presencia” fue variando (como lo contaba hace un rato), también probé dis-
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tintas “distancias” o “presencias” de la ficción en cada uno de los textos: desde un par de textos donde prácticamente no inventé nada (a lo sumo mezclé o condensé diferentes asuntos en la voz de un solo personaje) hasta ciertos textos mucho más imaginativos. En el libro hay mucha vida, hay espacio para el amor, la pasión, la literatura, la música… Me alegra mucho este comentario. En efecto, yo pienso que Una presencia ideal es un libro sobre la vida. Sobre la vida personal y profesional de una serie de personas cuyo trabajo les hace estar, todo el tiempo, mano a mano con la muerte. Esto último no es fácil, pero tiene el raro (o no tan raro) efecto de intensificar la conciencia de estar vivo. Me ocurrió a mí, en los meses que pasé en Rouen. La “residencia” cambió mi mirada y mi escala de las cosas. Por otra parte, quise reflejar en el libro todos los momentos de humor, de pasión o de ternura que iba presenciando día a día en el microcosmos de ese servicio médico. Quiero decir: no todo era pathos negro. Por supuesto, la muerte siempre sobrevuela en un lugar así. Pero el libro intenta mostrar un tejido de sensaciones y de situaciones mucho más vasto y complejo. Lo que se traduce, espero yo, en la variedad de los monólogos: algunos son más narrativos, otros más reflexivos; algunos son más “ligeros”; algunos hablan de experiencias personales, otros hablan acerca de un colega, de un paciente, del familiar de un paciente o, incluso, de lo que ocurre con el personal del servicio de cuidados paliativos cuando sale del hospital: cuánto puede o quiere hablar de su tarea, a veces tan dura, delante de sus amigos o de sus familiares. Parece un libro muy de actualidad, con toda la atención puesta en los médicos y hospitales. Habrá reflexionado mucho estos días sobre su experiencia allí. Sí. Todo lo sucedido en estos últimos meses reavivó muchísimos recuerdos de esta experiencia. También supe que algunas personas leyeron o releyeron el libro a la luz de lo ocurrido. Y tomo como algo positivo que la epidemia haya hecho que muchos revaloricen el trabajo del personal sanitario. Si se tuviera que quedar con una imagen o con un momento concreto, ¿Cuál sería? En un pasaje del libro incluí una lección para toda la vida, que me dio una de las enfermeras de este servicio. Me preguntó una tarde cómo iba mi “residencia” en el hospital. Le respondí que iba bien, que todavía trataba de encontrar la “distancia ideal” para trabajar. Entonces, al cabo de una sonrisa, dijo que me entendía perfectamente. Y añadió: “Yo pasé años buscando la distancia ideal para este trabajo, hasta que entendí por fin que lo que tenía que encontrar era la presencia ideal”.
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«Podría ser siniestro, molesto, lúgubre, y es apasionante, instructivo, rebosante de vida y de humanidad. En esta novela constituida por breves testimonios, Eduardo Berti da la palabra a los integrantes del servicio de cuidados paliativos: médicos, residentes, enfermeras, psicólogos…» L’Express Si deseas más información y/o entrevista al autor:
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«Es a menudo terrible, pero a veces también muy hermoso. No es macabro, pero sí profundo.» La voix du nord
Diseño de cubierta: Manuel Estrada. Dosier: proyectos gráficos PGA
Son médico, residente, enfermera, cuidadora, camillero, pero también esteticista, música, lectora… En el hospital, uno tras otro, toman la palabra para contar sus encuentros con los pacientes y las familias que les han dejado huella, los lazos sutiles que han anudado con ellos, los dilemas a los que han debido enfrentarse. Con pequeñas pinceladas describen su vida cotidiana al cuidado de los cuerpos, sin olvidar las almas, de aquellos que les son confiados en el seno de esta unidad diferente de las demás. Ya que se trata de cuidados paliativos: los enfermos, aquí, no se curan, y quienes cuidan de ellos deben esforzarse en encontrar no la distancia ideal, sino la presencia ideal a su lado. Ellos tienen esta vocación singular: aliviar a quienes parten, consolar a quienes se quedan. Tratando con la muerte de muy cerca, Eduardo Berti alcanza, con una sobriedad ejemplar, a decir qué es la vida. Y ofrece, con este vibrante homenaje a los cuidadores, un magnífico retrato de la condición humana.
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