No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera. Jean-Paul Dubois. AdN

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Jean-Paul Dubois

NO TODOS LOS HOMBRES HABITAN EL MUNDO DE LA MISMA MANERA

PREMIO GONCOURT 2019

DOSIER DE PRENSA


«Escribo libros para liberarme y ser dueño de mi tiempo» ENTREVISTA RADIOFÓNICA REALIZADA POR GUILLAUME ERNER Y EMITIDA EN FRANCE CULTURE EL 5 DE NOVIEMBRE DE 2019 FOTO: ULRICH LEBEUF «Cuando Patrick supo por qué me habían encerrado, mostró por mi historia la misma indulgencia que un oficial artesano al enterarse de los torpes pinitos de su aprendiz. Al concluir mi modesto relato, se rascó el lóbulo de la oreja izquierda, que tenía rojo e irritado por culpa de un eczema. “Con esa pinta, no pensé que fueras capaz de algo así. Hiciste bien. Ni lo dudes. Yo lo habría matado.”» Jean-Paul Dubois, fragmento de No todos los hombres habitan en el mundo de la misma manera. Autor de aproximadamente veinte novelas, entre ellas Una vida francesa, ganadora del premio Femina de 2014, Jean-Paul Dubois vuelve este año con No todos los hombres habitan en el mundo de la misma manera. Un relato que pone en escena a varios hombres de buena voluntad que acaban perdiéndolo todo y opone el carácter normal y corriente de un antihéroe a la crueldad del mundo moderno.

Así que la novela ha ganado el premio Goncourt. Siendo novelista, ¿es como una especie de desenlace? Es un regalo que me ha hecho un jurado al tener a bien elegir este libro. Pero no es para nada un desenlace. La vida nunca es un desenlace, el único desenlace que conozco para la vida, por desgracia, es muy triste. Esto es una etapa, es un momento. Un momento mucho más feliz que otros, pero que sigue adelante. La vida también sigue adelante, espero. He leído que se había hecho novelista para ser libre. ¿Es cierto? Me puse a restar el tiempo que una profesión suele ocupar en una vida. Si se suman las horas de sueño, el desplazamiento, el trabajo, la vuelta, las cosas obligatorias que hay que hacer en la vida, el resultado era que me quedaba muy poco tiempo, ni siquiera la cuarta parte del día. Me parece irrisorio. Ni siquiera la cuarta parte ni la quinta parte de un día. Y siendo un chaval me dije «No puede ser». La inminencia existe. La muerte puede llegar en cualquier momento. La partida se acaba, así que voy a calcular cuáles son las profesiones menos voraces. Entre todo lo que probé, estaba el periodismo. Es una profesión relativamente tranquila que deja bastante tiempo libre si te las sabes apañar. Y entonces fue cuando pensé «¿Qué hay que sea más tranquilo que el periodismo?»

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Están los libros, así que me dije «Ya está, es la profesión perfecta.» Es algo que sé hacer porque no se necesita titulación. Es un trabajo que se aprende sobre la marcha así que me puse a hacer libros siempre con el propósito de comprar mi tiempo, de volver a comprar mi tiempo para que no tenga más dueño que yo. No significa que sea valiosísimo sino que aspiro a desperdiciarlo a mi manera, como a mí me apetezca. Me puse a escribir libros, que es una actividad bastante divertida y que, más que nada, te deja libre para hacer un montón de cosas que merecen la pena. En su novela No todos los hombres viven en el mundo de la misma manera, Paul Hansen, el protagonista, está en la cárcel y comparte celda con un Ángel del Infierno. ¿Esa libertad de la que habla ha sido plantearse, precisamente, lo que supone pasar dos años encerrado por un motivo que de entrada no se entiende y que no se descubre hasta el final de la novela? Voy a calibrar las tonterías que voy a decir. En el caso del narrador, el hecho de estar en la cárcel es una forma de libertad increíble. En la cárcel, tienes todo el tiempo del mundo para pensar en un montón de cosas. Insisto que es en el caso del narrador, no estoy hablando de toda la miseria que puede haber en las cárceles.


Su caso es casi un lujo porque no deja de ser un hombre que no estaba ni mucho menos predestinado a la cárcel. De modo que esos dos años le van a permitir replantearse el mundo, replantearse su vida y replantearse sus recuerdos, vivir con sus muertos, vivir ese pasado y comprender un montón de cosas. A mi entender, la cárcel es una forma de evadirse de la vida real. Muchas veces, cuando me va mal, pienso: «Joder, si estuviera en el trullo o en un psiquiátrico, lo dejaría todo bien ordenadito». Tengo la sensación de que, de forma temporal, claro, y sin pasarse de listo, es un momento para aclararse las ideas. En su opinión ¿el Ángel del Infierno de la novela es un compañero de celda envidiable? Para mí sí, pero no se lo recomendaría a cualquiera. Es un tío que tiene una visión del mundo tremendamente simple que gira en torno a elementos simbólicos como la moto. Tiene una fobia capilar, se desmaya cuando le cortan el pelo. Es una mezcla de opuestos. Es un bruto y un palurdo pero también se viste de domingo cuando lo visita su madre. Es alguien esencialmente enternecedor. Yo firmaría por pasar dos años con él. Su protagonista, Paul Hansen, es el encargado de un edificio residencial con piscina. Es un hombre bueno que se enfrenta a un administrador de lo más cínico que le hace la vida imposible. En realidad no es que sea cínico, es un administrador del mundo moderno que racionaliza y al que le importa un bledo la historia. Pasa olímpicamente de los sentimientos que pueden nacer dentro del inmueble. De las relaciones humanas que se tejen con el tiempo, a largo plazo. Es un cost killer. Una especie que no emerge del capitalismo desbocado, sino del capitalismo a secas. En un momento dado, el capitalismo querrá racionalizar los costes. Lo lleva dentro, está en su esencia. Total, que llega un capullo y empieza a cortar cabezas, a cortar vidas, a cortar costumbres, a cortar relaciones humanas porque no sirven para nada y cuestan muy caras y, a fin de cuentas, en el edifico no se necesita nada de eso. Y todo se viene abajo. Se acaba un mundo que se viene abajo y nace otro que va a desbaratar todos los vínculos sociales que había dentro de ese edificio pequeñito de 68 viviendas. Ese administrador obsesionado con los detalles lo va echar todo por tierra pero sin pretenderlo. Hay que saber que en esa clase de edificios, en América del norte, los encargados tienen prohibido bañarse en su propia piscina aunque el agua sea suya. Es una agua común, es una agua que pertenece al edificio pero todo el edificio puede bañarse. Menos ellos. Es una forma de desprecio tremenda. Y él acepta durante mucho tiempo esa regla absurda, esa regla capitalista de dominación. Hasta que un día, todo eso se desmorona. Se desmorona por culpa de los detallitos. Por una chorrada. El hombre dice una palabra de más, hace una palabra de más, pronuncia una palabra de más. Cuando estás escribiendo así, cuando llegas a ese pasaje, resulta absolutamente extraordinario. Y cuando nada y vuelve a su piscina delante del nuevo administrador, es una gozada. No solo lo escribí, sino que además, al mismo tiempo lo iba filmando mentalmente. Me habría tirado horas en ese pasaje. Es un placer, un placer infantil también. Está la humanidad de ese hombre que se baña en su agua. Y luego, llega su perro y se mete en el pediluvio. Y el administrador se lo echa en cara muy bruscamente. Más que el gesto en sí, es el tono. Hay cosas que no se pueden aceptar. Es una falta de humanidad social que vivimos todos los días pero que no se puede aceptar. Hay reglas, reglas violentas, absurdas y despectivas, y por su culpa gente que hace cosas estupendas queda excluida de su propio mundo. Esa forma de rebelarse es infinitamente sana y normal.

¿Es una novela sobre un cruce de cables? No, no es un cruce de cables. Llega un momento en que cuando algo te irrita, te lo rascas. Es una reacción sana. ¿Esta crítica sobre la racionalización de los seres y de las vidas le confiere una dimensión política a la novela? Todas las historias que he escrito tienen, de forma muy modesta, una posición política. Al igual que Godard, cada uno elige su punto de vista. En la historia que cuento, el narrador es el tío que no tiene poder ni lo quiere tener, pero que no aguanta que los demás lo tengan sobre él. Siempre me sitúo del lado de la gente que está sometida a algo. El problema es saber cómo salir de ahí. Qué métodos se van a usar para salir y hasta dónde se va a llegar. Siempre adopto ese enfoque. En ese sentido, sí, es política y elijo un bando. Las películas de Ken Loach, por ejemplo, son películas estupendas y también son políticas. Ken Loach elige un bando. Por lo visto, el encargado de la novela no es un personaje ficticio. ¿Eso es cierto? Lo conocí en Montreal. Es el encargado que le salvó la vida a mi suegra, que por entonces estaba enferma y salía a la calle a las diez o a las once de la noche con unas temperaturas de 30 grados bajo cero, y él la volvía a llevar a casa. Le pedí a ese señor permiso para inspirarme en algunos momentos de su vida. No se imagina la ilusión que le hizo. Todo lo que tenga relación con ayudar a la comunidad, con prestar ayuda en el edificio, lo hace él, eso es lo que es. Todo es real. También habla largo y tendido de la cárcel y de cómo digiere a los hombres. Fui a una de esas cárceles norteamericanas y es monstruoso. Las cárceles francesas no tienen nada que envidiarle. Físicamente, notas que falla algo. Ni siquiera es el estar encerrado. Es algo más. Recuerdo que fui a la prisión estatal de San Quintín, en el norte de California. No sé explicárselo. No quiero que me interprete mal, pero siento lo mismo cuando voy a una protectora de animales donde te están esperando todos esos perros (no digo que esté comparando a los hombres con los perros) y notas cuánta desgracia hay ahí dentro. Un sufrimiento tangible. Está el olor, está el ruido, está la tensión. No se puede vivir así. He intentado que esos dos hombres metidos en ese lugar inmundo consigan reconstruirse, fabricarse un mundo propio pequeñito, en el que le cortan el pelo al otro, en el que defecan delante de él porque no queda otra pero que, a pesar de todo, intentan hacerlo todo de forma humana. Imagínese, por imposible que parezca, que usted y yo tenemos que cagar uno delante del otro todos los días durante dos años. Es inconcebible. Pues bien, mis dos personajes han conseguido crear suficiente humanidad para construirse una tolerancia, para aceptar momentos así, para que su vida resulte posible. Al final, al cabo de dos años, entre los dos hombres se ha establecido una relación de afecto, y el que se queda está casi más conmovido que el que se va. Los muertos ocupan un lugar muy importante en esta novela. Tanto que a veces borran la presencia de los vivos. Igual que en la vida. Yo vivo con ellos, vivo con muchos muertos porque los necesito. Los muertos que llevo dentro, con los que vivo y me resultan indispensables. Son los que me han construido y me siguen construyendo. Mis padres me acompañan, las personas a las que he querido y han muerto, están aquí. Están en mis libros. Les doy las gracias al principio de los libros. Cuando me reuní con el jurado del Goncourt, lo primero que hice fue hablar de dos personas que han muerto este año y a las que quiero.

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Premio Goncourt 2019

No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera

Paul Hansen lleva dos años cumpliendo condena en la prisión provincial de Montreal. Comparte celda con Horton, un Ángel del Infierno encarcelado por asesinato. Rebobinemos: Hansen es el encargado del Excelsior, un edificio residencial donde ejerce sus talentos de conserje, vigilante y factótum y, lo que es más, repara almas y consuela al afligido. Cuando no está ayudando a los vecinos del Excelsior o realizando tareas de mantenimiento de las instalaciones, pasa el tiempo con Winona, su compañera, en cuyo aeroplano suben juntos al cielo y vuelan por encima de las nubes. Pero las cosas no tardan en cambiar. Al Excelsior llega un nuevo gerente y, con él, los conflictos. Hasta que sucede lo inevitable. Una iglesia que cubren de arena las dunas de una playa, una mina de amianto a cielo abierto, los meandros de un río de color plata y las ondas sonoras de un órgano constituyen los variopintos paisajes en los que transcurre esta novela. Además de la historia de una vida, No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera es uno de los libros más hermosos de Jean-Paul Dubois. Nos revela a un escritor al que impulsan un agudo sentido de la amistad y una sublevación instintiva contra cualquier forma de injusticia.

«Solo existe una manera de habitar las novelas de Jean-Paul Dubois: con pasión». Les Échos «Un gran libro sobre el bien y el mal, donde nunca afloran banalidades». Libération «Todo es mágico en esta novela: el estilo, el tono, el humor, las intrigas, los personajes. Querríamos que no acabase nunca». L’Express «Un cóctel de humor, inteligencia y emoción, servido muy fresco y con una elegancia aparentemente improvisada». L’Obs «Una novela de extraordinaria humanidad y fluidez». Elle Traducción de

Amaya García Gallego ADN ALIANZA DE NOVELAS 14,5 x 23 cm | 288 pp 978-84-9181-825-0 | 3455162

€ 18,00

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JEAN-PAUL DUBOIS nació en 1950 en Toulouse, donde reside actualmente. Periodista de profesión, empieza a escribir crónicas deportivas en el periódico SudOuest. Tras pasar por las secciones de tribunales y de cine en Le Matin de Paris, en 1984 comienza a escribir grandes reportajes para Le Nouvel Observateur. Examina con bisturí los Estados Unidos en sus crónicas L’Amérique m’inquiète (1996) y Jusque-là tout allait bien en Amérique (2002). En su faceta de escritor, Jean-Paul Dubois es autor de numerosas novelas, algunas de las cuales se han publicado en España (Elogio del zurdo, Está de broma, señor Tanner). En Francia ha ganado el premio France Télévisions por Kennedy et moi, así como el premio Femina y el premio de novela Fnac por Una vida francesa. Por No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera fue galardonado con el Premio Goncourt 2019.

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10 SEPTIEMBRE


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