PETER HARRISON (ed.)
CUESTIONES DE CIENCIA Y RELIGIÓN Pasado y presente
Traducción:
Ignacio Silva Juan Manuel Rodríguez Caso
Título original: The Cambridge Companion to Science and Religion. Edited by Peter Harrison © Cambridge University Press, 2010, 20135 www.cambridge.org © Universidad Pontificia Comillas, 2017 28049 Madrid www.comillas.edu © Editorial Sal Terrae, 2017 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 942 369 198 / Fax: +34 942 369 201 info@gcloyola.com / www.gcloyola.com Diseño de cubierta: Magui Casanova Esta traducción se ha hecho con el apoyo de un proyecto de investigación del Centro Ian Ramsey de la Facultad de Teología y Religión de la Universidad de Oxford, titulado «Ciencia, filosofía y teología: fomento de capacidades en América Latina». Este proyecto ha sido financiado por la Fundación John Templeton por medio de un premio de investigación concedido por la Universidad de Oxford. Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la Fundación John Templeton. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com / 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Impreso en España. Printed in Spain ISBN U. P. Comillas: 978-84-8468-691-0 ISBN Editorial Sal Terrae: 978-84-293-2672-7 Depósito legal: SA-363-2017 Fotocomposición: Rico Adrados, S.L. (Burgos) / www.ricoadrados.com Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya) – www.grafo.es
Índice
Prólogo a la edición en lengua española ............................... Ignacio silva
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Introducción ............................................................................ Peter Harrison
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Primera parte Interacciones históricas 1.
El destino de la ciencia en la patrística y el cristianismo medieval ......................................................................... David C. Lindberg
2.
La religión y la Revolución científica ............................ John Henry
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3.
La teología natural y las ciencias . .................................. Jonathan R. Topham
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4.
Reacciones religiosas a Darwin ...................................... 113 Jon H. Roberts
5.
Ciencia y secularización ................................................. 141 John Hedley Brooke
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Segunda parte La religión y la ciencia contemporánea 6.
Creacionismo científico y diseño inteligente . ................ 169 Ronald L. Numbers
7.
La evolución y la inevitabilidad de la vida inteligente ... 196 Simon Conway Morris
índice
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8. Dios, la física y el Big Bang ........................................... 228 William R. Stoeger, SJ 9. Psicología y teología . ..................................................... 249 Fraser Watts 10. Ciencia, bioética y religión ............................................. 270 John H. Evans Tercera parte Perspectivas filosóficas 11. Ateísmo, naturalismo y ciencia: ¿tres en uno? ............... 297 Michael Ruse 12. Acción divina, emergencia y explicación científica ....... 317 Nancey Murphy 13. Ciencia, Dios y finalidad cósmica .................................. 338 John Haught 14. Distintas formas de relacionar ciencia y religión ........... 361 Mikael Stenmark Guía de lectura complementaria ........................................... 385 Otras obras citadas de las que existe traducción española . .. 397 Los autores . ............................................................................ 405 Índice general ......................................................................... 411
Prólogo a la edición en lengua española Ignacio silva
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uenta la historia de la Royal Society de Londres que, en 1666, el rey Carlos II, seis años después de haber fundado la sociedad, continuaba aún interesado en la misma, aunque no dejaba pasar oportunidad para mofarse de sus miembros sugiriendo que no hacían más que pesar aires y gases mientras permanecían sentados. Sin duda, se refería a los experimentos de Robert Boyle, uno de los fundadores de la sociedad, quien había mejorado la bomba de aire y publicado sus descubrimientos hacia la fecha de la fundación de la sociedad en su libro New Experiments Physico-Mechanical, Touching the Spring of the Air, and its Effects [Nuevos experimentos físico-mecánicos relativos a la elasticidad del aire y sus efectos], de 1660. Estos experimentos, así como la misma Royal Society, respondían a una nueva filosofía de la naturaleza nacida en los albores del siglo XVII, que enarbolaba los estandartes del atomismo, el mecanicismo, la matemática y la experimentación, filosofía natural que luego se transformaría en lo que hoy conocemos como ciencia natural experimental. Esta nueva filosofía natural recibió en sus inicios, además de la burla real, ridiculizaciones como la de Henry Stubbe, médico y clérigo inglés y adversario de la sociedad, quien opinaba que la educación mecánica no era más que aforismos sobre la sidra, plantar orquídeas, fabricar lentes ópticos y curiosidades magnéticas. Pero también recibió ataques más serios y severos, como los de los jesuitas del Collège de Claremont, para quienes la filosofía mecánica era desagradable a la matemática, la filosofía y la teología, pues promovía el ateísmo y la herejía. Fue el mismo Robert Boyle quien, primero en 1663 y luego en 1671, en su The Usefulness of Experimental Natural Philosophy [La utilidad de la
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Filosofía Natural Experimental], abogó por el estudio experimental, mecánico y matemático de la naturaleza, recurriendo a muchos argumentos con tintes religiosos para justificar y valorizar la nueva filosofía natural. Así, es famoso su comentario de que el descubrir a otros las perfecciones de Dios mostradas en las creaturas era un acto de religión más aceptable que el quemar sacrificios o perfumes en los altares, insistiendo en que la apreciación de la complejidad de las máquinas naturales y su belleza era una forma sincera de culto, y que el descubrimiento de las múltiples cualidades de la naturaleza aumentaba la admiración que el estudioso sentía del poder, la sabiduría y la benevolencia de Dios. De forma similar, y con cierto dejo de autonomía y seguridad en sí mismo, René Descartes, en Francia, afirmaba no temer que en su filosofía mecánica se pudiese encontrar nada en contra de la fe, atreviéndose aun a presumir de que la fe nunca había sido tan fuertemente apoyada por las razones humanas como lo era si se seguían sus principios filosóficos. Como puede observarse por estas breves consideraciones preliminares, la historia de las relaciones entre ciencia y religión es mucho más compleja de lo que se suele suponer. El estudio académico en el mundo hispanohablante de las relaciones entre ciencia y religión es, sin duda, escaso en el presente, aunque, también sin duda, incipiente en muchas instituciones y universidades tanto de España como de Latinoamérica. Los últimos treinta años han visto la creación de centros de investigación especializados en estas cuestiones en diversas universidades españolas, y más recientemente en universidades del otro lado del Atlántico. Por esta misma razón también se ha visto la proliferación de volúmenes dedicados al tema, de mayor o menor profundidad en su planteamiento y argumentación. El presente volumen viene a ofrecer una mirada nueva y fresca a las más variadas relaciones entre ciencia y religión, desde la historia, la filosofía, la biología evolutiva, la cosmología del Big Bang y la misma teología. Ciencia y religión son dos de las fuerzas que más mueven a la sociedad en este nuestro mundo contemporáneo. Y lo han hecho por muchos siglos, más allá de las definiciones que podamos ofrecer de los conceptos ciencia o religión. El hombre, por el mero hecho de ser hombre, investiga y cuestiona los fenómenos naturales, pero también busca razones para las grandes preguntas de su existencia.
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El hombre ha logrado grandes hazañas mediante el conocimiento experimental de la naturaleza, pero nunca ha quedado satisfecho con tales logros, que no alcanzan a responder a las cuestiones últimas de la vida. Tales motivaciones han dado lugar a estas actividades que llamamos ciencia y religión, y también a las múltiples posibles relaciones entre ambas que se han dado a lo largo de la historia. El siglo XIX, aquel que vio el despertar de la teoría de la evolución de Darwin y las múltiples reacciones religiosas que inspiró, aquel que esbozó el inicio de la física cuántica y la genética, que hoy nos hacen maravillar con sus logros y explicaciones de los más diversos fenómenos naturales, nos legó también, en dos de sus más influyentes obras, una visión confusa de las relaciones entre ciencia y religión. John William Draper y Andrew Dickson White publicaron hacia finales de siglo sus obras Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia (1874) e Historia de la lucha entre la ciencia y la teología en el cristianismo (1896), respectivamente, en las cuales abogaban por una tesis de conflicto perenne entre las posturas científica y religiosa o teológica respecto del mundo natural y sobrenatural. Draper terminó su obra sosteniendo que el clérigo debía dejar de tiranizar al filósofo, quien, consciente de sus fuerzas y de la pureza de sus motivos, no soportaría tal interferencia por mucho más tiempo. De forma similar, White concluyó que de toda la historia que había presentado se podía inferir que, cuando la religión interfirió en los asuntos de los estudios naturales de las ciencias, de tal interferencia resultaron los más perversos males, mas la investigación científica ha resultado siempre en el bien más elevado para la religión y la ciencia. Hablando sencillamente, ambos sostenían la existencia de una guerra continua entre las instituciones e ideas religiosas, particularmente del cristianismo, y los avances científicos en el estudio de la naturaleza que se habían dado a lo largo de los siglos de conocimiento humano. Peter Harrison se encuentra entre los grandes historiadores del siglo XXI que han reconsiderado el registro histórico para mostrar que tal tesis del conflicto continuo entre ciencia y religión no es verdadera, sino más bien un mito creado durante el siglo XIX y entronizado en la cultura del siglo XX por la masiva influencia de las obras de Draper y White. Harrison no pretende, sin embargo, promover una visión de simple armonía para promover fines apologéticos.
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Todo lo contrario: la obra muestra la inmensa variedad de relaciones existentes entre ciencia y religión, sumándose a la vasta bibliografía contemporánea que defiende una postura moderada en temas de ciencia y religión, apoyándose en un estudio académico de la historia, una filosofía analíticamente sólida y una exposición de las doctrinas teológicas y religiosas adecuadas a sus realidades. Así, el presente volumen pone nuevamente sobre la mesa de discusión las variadas formas de relación entre ciencia y religión, mirando la historia de las mismas, pero también las relaciones tal y como se presentan hoy en día. En esta obra, Peter Harrison congrega a los más destacados autores contemporáneos, historiadores, filósofos, científicos naturales y sociales, y teólogos, quienes con sus capítulos contribuyen a desmitificar y complejizar innumerables relaciones entre perspectivas religiosas y científicas sobre el mundo natural y sobre el hombre. Así, las páginas que componen este volumen, junto con muchos otros que se han publicado en castellano en las dos últimas décadas, intentan mostrar cómo esta tesis del conflicto, nacida del siglo XIX, no es más que una postura espuria acerca de la historia de las relaciones entre ciencia y religión, que no es posible sostener si se confrontan los hechos del pasado y los del presente con rigor y objetividad. Peter Harrison ha agrupado los capítulos en tres grandes secciones que resumen lo que hoy en día se considera el amplio campo de estudios académicos en ciencia y religión. En primer lugar, una sección histórica, que presenta el problema en el cristianismo desde la patrística y el Medioevo, pasando por la revolución científica del siglo XVII, la teología natural de los siglos XVIII y XIX y las reacciones religiosas y teológicas que obtuvo la teoría de la evolución de Charles Darwin en ambas costas del Atlántico norte, hasta el problema de la secularización y sus causas en los siglos XX y XXI. La segunda sección, que pone en directa relación ciertas teorías científicas con doctrinas teológicas y religiosas, ofrece al lector reflexiones acerca de los movimientos creacionistas y del diseño inteligente, sobre la evolución y la emergencia de la vida inteligente, la teoría del Big Bang y la doctrina de la creación, la psicología y la teología, y cuestiones de bioética y religión. Finalmente, la tercera parte, de corte más filosófico, incluye capítulos en los cuales se discuten problemas de ateísmo y naturalismo, de emergencia y acción divina, del
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propósito del universo, concluyendo con un muy necesario capítulo final acerca de las múltiples formas en las que ciencia y religión se relacionan, tanto en el pasado como en el presente. De este modo, Cuestiones de ciencia y religión: Pasado y presente se presenta como un volumen imprescindible en cualquier biblioteca académica, ya sea institucional o privada, que se precie de tener una visión abierta sobre estos temas. El lector se beneficiará ampliamente de la lectura de las páginas de esta obra, obteniendo información certera y apreciaciones expertas que lo guiarán en sus estudios posteriores. Por supuesto, la obra que tan hábilmente compiló Peter Harrison no pretende ofrecer un tratamiento exhaustivo de los temas presentados, sino más bien una breve pero eficaz y clara introducción a las cuestiones más importantes que implican las relaciones entre ciencia y religión. Aun así, pocas obras introductorias han logrado como la presente coordinar una variedad temática tan amplia, brindando, a la vez, lucidez en la exposición, profundidad en la presentación y solidez en la argumentación. Sin duda, la presente traducción del volumen de Peter Harrison será de lectura obligatoria para todo el que quiera adentrarse por una puerta segura en los estudios académicos sobre ciencia y religión. Prof. Dr. Ignacio Silva
Harris Manchester College Universidad de Oxford 22 de junio de 2017
Introducción Peter Harrison
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1929, C. D. Broad, eminente filósofo de la Universidad de Cambridge, observó que los debates entre sus contemporáneos sobre las relaciones entre religión y ciencia habían «adquirido algo de la repulsión que produce un plato de cordero medio frío bañado en una salsa a medio cocinar»1. Afortunadamente para los lectores de este volumen, muchas cosas han cambiado desde los años en los que Broad ofreció esta graciosa evaluación, y cabe decir sin temor a equivocarnos que el campo de la interacción entre ciencia y religión ofrece hoy perspectivas mucho más halagüeñas. Hay varias razones para el renovado vigor de los debates sobre ciencia y religión. Los avances en las ciencias mismas han desempeñado un papel clave. En cosmología, el relieve adquirido por la teoría del Big Bang ha llevado a especulaciones sobre qué vínculo pueda existir entre el origen temporal del universo y la idea de creación. Relacionado con esto, el hecho sorprendente de que nuestro universo parezca finamente ajustado [fine-tuned] para la aparición de vida inteligente ha infundido nueva vida, al menos para algunos, a los argumentos teleológicos (o del diseño), que ya se daban por muertos. Argumentos análogos han sido propuestos también en química y biología, suscitando interesantes preguntas sobre la finalidad, la teleología y su lugar en las ciencias. El profundamente misterioso mundo cuántico sigue desafiando lo que el sentido común nos dice acerca de la materia y la causalidad, inspirando especulaciones religiosas y filosóficas sobre la acción divina y la libertad y, en general, sobre la naturaleza de la realidad misma. En las neurociencias, nuestra incrementada capacin
1. Cf. C. D. Broad, «The Present Relations of Science and Religion»: Philosophy 14/53 (1939), 131-154, aquí 131.
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dad de estudiar las estructuras del cerebro y sus funciones promete poner al descubierto los correlatos físicos de las experiencias religiosas, arrojando así algo de luz sobre la naturaleza de la religión. El conocimiento de las bases físicas de la herencia gracias al descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, seguido por el mapeo completo del genoma humano en 2000, también tiene implicaciones para las visiones religiosas de la persona y para lo que significa ser hombre. Desarrollos como estos apuntan a la posibilidad de explicaciones puramente materialistas de los pensamientos, las creencias y los deseos humanos, explicaciones que suelen considerarse reñidas con una comprensión religiosa de la persona. Dejando de lado los avances de las ciencias, otra razón para el incrementado interés por el diálogo entre ciencia y religión ha sido la persistencia, más aún, el crecimiento, de influyentes movimientos antievolucionistas. El «creacionismo de la Tierra joven», que rechaza tanto la macroevolución como las pruebas geológicas de la antigüedad de la Tierra, se vinculaba antes únicamente con los grupos conservadores cristianos de Estados Unidos, pero ahora ha comenzado a gozar de éxito internacional en una variedad de entornos religiosos. También está creciendo la influencia del movimiento del diseño inteligente; y aun cuando se diferencia en importantes aspectos del creacionismo de la Tierra joven, también afirma que las explicaciones biológicas de las adaptaciones de los seres vivos permanecen incompletas a no ser que dejen sitio para elucidaciones teístas. Estos movimientos gozan de un importante perfil público, en parte por los bien publicitados juicios relativos a su inclusión en los planes de estudios de ciencias en la enseñanza secundaria. Las actividades de estos movimientos antievolucionistas y las reacciones de la comunidad científica frente a ellas han llevado a la perpetuación de la idea de que la ciencia y la religión han estado y seguirán estando atrapadas en un conflicto permanente. Desde una perspectiva filosófica, también suscitan algunas preguntas interesantes acerca de qué puede considerarse ciencia legítima y dónde deben ser trazados los límites entre ciencia y religión. Es asimismo significativo que estos debates hayan inspirado discusiones más generales sobre los roles de una y otra actividad en las democracias liberales modernas. Confirmando, por así decir, la tercera ley de Newton, el aumento de notoriedad de los grupos antievolucionistas ha ido acompañado
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por el reciente auge de un agresivo ateísmo científicamente motivado. Muchas de las afirmaciones básicas de este «nuevo ateísmo» (representado por figuras tales como Richard Dawkins, Sam Harris y Daniel Dennett) afectan de manera directa a cuestiones relativas al diálogo entre ciencia y religión, y es habitual escuchar a sus máximos exponentes que la ciencia y la religión constituyen cosmovisiones mutuamente incompatibles, dado que la primera es la encarnación de la razón, mientras que la segunda lo es de una fe crédula y poco fiable2. Estas opiniones son apuntaladas por una tesis histórica que dice que a lo largo de la historia la ciencia y la religión han estado enemistadas. La religión, en esta visión marcadamente dualista del mundo, es la causa principal de los males de la sociedad moderna. La ciencia, en contraste, es presentada como el principal motor del progreso y, por ende, como la esperanza futura del mundo. A buen seguro, los argumentos generados por este robusto ateísmo, como muchos de los de sus oponentes religiosos, no siempre han sido de primera categoría –en realidad, gran parte de su retórica es reminiscente de los antiguos debates que llevaron al comentario de Broad sobre la «cena recalentada»–, pero su surgimiento ha propiciado la renovación de los debates públicos sobre la naturaleza de la ciencia y la religión y sus relaciones mutuas. A este renovado interés por el diálogo entre ciencia y religión ha contribuido igualmente, si bien de una manera menos directa, el hecho de que los espectaculares avances tecnológicos en las ciencias biomédicas plantean desafíos enormes a las posiciones morales tradicionales, muchas de las cuales se basan en perspectivas religiosas. Las nuevas tecnologías reproductivas, la investigación con células madre, la posibilidad de la clonación humana, junto con la incrementada capacidad de mejoramiento humano y la prolongación de la vida, presentan a los pensadores morales y religiosos dilemas éticos sin precedente. Estos incluyen no solo cuestiones prácticas relativas a procedimientos biomédicos específicos, sino también cuestiones filosóficas más generales sobre cómo principios religiosos consagrados por el tiempo, tales como la inviolabilidad de la vida humana, pueden ser aplicados en el «mundo feliz» (A. Huxley) ge2. Cf. T. Beattie, The New Atheists, Darton, Longman and Todd, London 2007.
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nerado por estas tecnologías médicas. En ocasiones, las nuevas políticas médicas y técnicas terapéuticas han encontrado resistencia por parte de ciertos grupos religiosos. Análogamente, esta situación ha fomentado nuevos y creativos modos de pensar sobre el significado de los valores religiosos tradicionales y sobre cómo cabe llevarlos a la práctica en estos inéditos y desconocidos contextos. Como puede observarse, las cuestiones que se arraciman alrededor del tema «ciencia y religión» son variadas, y hay diferentes maneras de afrontarlas. Los historiadores se interesan por las mutuas interacciones de ciencia y religión en el pasado, así como por las formas en las que sus relaciones pasadas informan el presente. Los filósofos se preocupan por ver cómo los avances en las ciencias pueden afectar a los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios, a las explicaciones de la actividad divina y a las perennes preguntas filosóficas acerca de la naturaleza de la mente humana y el libre albedrío. También relevantes para la filosofía son las cuestiones sobre los límites de la ciencia y de la religión y sobre la base de sus afirmaciones. Los teólogos se esfuerzan por detectar aspectos de las ciencias que tengan implicaciones teológicas y determinar si la teología puede responder a ellos o incluso si tiene necesidad de hacerlo. Los sociólogos identifican patrones de creencia sobre la religión y las ciencias en la sociedad y analizan las relaciones de poder entre instituciones científicas y religiosas. Por último, los propios científicos se entregan a menudo a especulaciones sobre las implicaciones que sus investigaciones puedan tener para las creencias religiosas. Todas estas perspectivas se hallan representadas en la presente colección de ensayos. Sin embargo, las distintas contribuciones han sido agrupadas, por conveniencia, en tres partes. La primera ofrecerá una visión cronológica de conjunto de las relaciones entre ciencia y religión en Occidente, atendiendo a los períodos seminales y ofreciendo comentarios sobre episodios clave. La segunda expondrá destacados temas contemporáneos del diálogo entre ciencia y religión. La tercera analizará algunas cuestiones filosóficas subyacentes, relacionadas con la naturaleza de la religión, la explicación científica, la acción divina y los distintos modelos de relacionar entre sí ciencia y religión.
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1. La dimensión histórica Los primeros cinco capítulos versan sobre algunas relaciones históricas entre ciencia y religión. Los historiadores de la ciencia han escrito mucho recientemente, de diferentes maneras, sobre el popular supuesto de que a lo largo de la historia ciencia y religión han estado enzarzadas en una batalla constante. Hoy en día, los historiadores aceptan generalmente que esta visión errónea, conocida como el «mito del conflicto», fue en gran medida un invento de dos autores del siglo XIX, John Draper y Andrew Dickson White3. La posición básica se percibe con suficiente claridad en los títulos de sus obras más conocidas: History of the Conflict between Religion and Science [1874, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia] y A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom [1896, Historia de la lucha entre la ciencia y la teología], respectivamente. Inventado o no, el modelo del conflicto no habría podido subsistir si no hubiese gozado al menos de una verosimilitud superficial y si no hubiese desempeñado un papel importante en la autocomprensión de quienes lo han perpetuado. De hecho, este modelo recibe apoyo de fuentes diversas: nuestra actual experiencia de sentimientos antievolucionistas religiosamente motivados, por una parte, y de un ateísmo científicamente motivado, por otra; episodios históricos famosos, como el caso Galileo, que parecen ejemplificar el conflicto; y el supuesto de que la ciencia y la religión son formas de conocimiento basadas en fundamentos mutuamente excluyentes: la razón y la experiencia en el caso de la ciencia, la fe y la autoridad en el de la religión. Sin embargo, cuando se examinan detenidamente, los registros históricos no confirman en absoluto este modelo de guerra sin fin. Para empezar, el estudio de las relaciones históricas entre ciencia y religión no revela ningún patrón simple4. En caso de que haya alguna tendencia general, esta sería más bien que la mayor parte 3. Cf. R. Numbers (ed.), Galileo Goes to Jail and Other Myths about Science and Religion, Harvard University Press, Cambridge (MA) 2009, 1-3. 4. Cf. J. H. Brooke, Science and Religion: Some Historical Perspectives, Cambridge University Press, Cambridge 1991, 5 [trad. esp.: Ciencia y religión: perspectivas históricas, Sal Terrae / Univ. Pontificia Comillas, Santander/ Madrid 2016].
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del tiempo la religión ha facilitado de diversos modos el esfuerzo científico. Así, las ideas religiosas conforman y apuntalan la investigación científica; quienes hacían ciencia solían estar motivados por impulsos religiosos; las instituciones religiosas se han revelado a menudo como las mayores fuentes de apoyo de la empresa científica; en su infancia, la ciencia se estableció apelando a valores religiosos. Esto no quiere decir que no haya ejemplos de conflicto, sino que tales ejemplos deben entenderse en un marco más amplio. Bajo esta luz, casos tan célebres como el de Galileo resultan ser atípicos y dependientes en gran medida de consideraciones locales más que globales. El juicio de Galileo da para una buena historia, pero no es representativo de un cuadro histórico más amplio5. También resulta manifiesto a partir de los registros históricos que los supuestos casos de conflicto entre ciencia y religión con frecuencia terminan siendo conflictos de diferente tipo. Se suele olvidar, por ejemplo, que las nuevas teorías científicas casi siempre encuentran resistencias en la propia comunidad científica. En ocasiones, la oposición científica a teorías novedosas se ha fusionado con la oposición religiosa. En el caso de Galileo, la Iglesia católica no se oponía a la ciencia en sí. Todo lo contrario, estaba usando su considerable autoridad para apoyar lo que a la sazón era el consenso de la comunidad científica. Tal forma de proceder quizá fuera imprudente y ofende a la sensibilidad moderna. Pero no delata ninguna antipatía intrínseca hacia la ciencia por parte de la Iglesia de Roma. Además, las fronteras entre ciencia y religión se trazaban de forma muy diferente en el pasado, y eso complica nuestra interpretación de episodios históricos concretos. Isaac Newton, por ejemplo, sostuvo que la ponderación de la existencia de Dios era parte legítima del estudio formal de la naturaleza, visión que pocos científicos, por no decir ninguno, suscribirían en el siglo XXI6. La piedad de científicos como Newton (y en reali5. Para distintas miradas al caso Galileo, cf. E. McMullin (ed.), The Church and Galileo, Notre Dame University Press, Notre Dame 2005; D. C. Lindberg, «Galileo, the Church and the Cosmos», en R. L. Numbers y D. C. Lindberg (eds.), When Science and Christianity Meet, University of Chicago Press, Chicago 2003, 33-60. 6. Cf. I. Newton, The Mathematical Principles of Natural Philosophy [1792], reimpr. con intr. de I. B. Cohen, Dawsons, London 1968, vol. 2, 391-392 [trad.
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dad, de la gran mayoría de los científicos, quienes antes del siglo XX estaban comprometidos con el teísmo) también desmiente la noción de que existe una suerte de mentalidad científica inherentemente incompatible con la creencia religiosa. Otra consideración importante en este debate es el hecho de que los historiadores han devenido cada vez más sensibles a los peligros de proyectar retrospectivamente su experiencia de acontecimientos actuales hacia las páginas de la historia. En efecto, está bastante claro que los progenitores del mito del conflicto, Draper y White, incurrieron cabalmente en esta clase de anacronismo, al leer la historia a través de las lentes de sus propias experiencias de provincianas controversias entre ciencia y religión. Los capítulos históricos de este volumen cuentan una historia diferente: una historia que se resiste al relato, atractivo pero simplista, de una guerra permanente y trata de prestar debida atención a las interpretaciones de los propios protagonistas históricos. En el primer capítulo, David Lindberg hace referencia directa al mito del conflicto y su aplicación a las tempranas interacciones entre la Iglesia cristiana y la ciencia. Frecuentemente se da por supuesto que los períodos patrístico y medieval de los que se ocupa Lindberg fueron una edad oscura, en la que el cristianismo ejerció su poder para sofocar la ciencia que había sido iniciada por los griegos y alimentada por los romanos. Lindberg presenta un cuadro bastante diferente, reconociendo episodios de conflicto, pero señalando que el patrón más usual fue el de la coexistencia pacífica. En la patrística, la ciencia tenía cierto valor para la Iglesia debido, al menos en parte, a que podía ser utilizada para favorecer propósitos religiosos. En el período medieval, la Iglesia fue patrocinadora de las universidades y, por tanto, indirectamente mecenas de la ciencia, que poco a poco empezó a valorarse como una actividad independiente por derecho propio. John Henry aborda en el capítulo siguiente la historia de la Revolución científica, período que abarca los siglos XVI y XVII. Henry comienza con el caso Galileo, que ocupa un lugar especial en esp. del orig. latino: Principios matemáticos de la filosofía natural, Alianza, Madrid 2011]. Véase también P. Harrison, «“Science” and “Religion”: Constructing the Boundaries»: The Journal of Religion 86 (2006), 81-106.
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las interpretaciones de la historia de las relaciones entre ciencia y religión. Aunque no niega que en ciertos momentos la Iglesia católica movilizara sus recursos en contra de los promotores de determinadas posiciones científicas, señala que las circunstancias de la condena de Galileo fueron excepcionales y que no es de gran ayuda extraer conclusiones generales de este desafortunado episodio. Henry también llama nuestra atención sobre el hecho de que, al igual que el propio Galileo, casi todos los principales innovadores científicos de esta época eran creyentes, muchos de ellos incluso teólogos laicos que reflexionaban cuidadosamente sobre el significado teológico de su trabajo. En este capítulo se describen y evalúan asimismo varias teorías sobre los orígenes religiosos de la ciencia moderna. Más que pensar que el nacimiento de la ciencia moderna obedeció a la separación de las preocupaciones religiosas y científicas, Henry sugiere que debemos considerar este período como aquel que vio al cristianismo fijar la hoja de ruta para la aparición de la ciencia moderna. La teología natural es el tema del capítulo 3, en el que Jonathan Topham analiza diversas formas de entender la teología natural antes de explicar el papel que esta desempeñó en las ciencias desde la Edad Media hasta finales del siglo XIX. Topham describe los modos en los que distintas teologías naturales fueron empleadas a lo largo de los siglos XVII y XVIII no solo para proporcionar legitimación social a las nuevas ciencias, sino para explorar sus implicaciones teológicas y, más en general, para promover la fe religiosa tanto en los creyentes como en los escépticos. A esto le sigue una consideración de la dispar fortuna de que gozó la teología natural en el siglo XVIII. Durante este período fue sometida a penetrantes críticas filosóficas por parte de Hume y Kant, al tiempo que influyentes pensadores religiosos también expresaron reservas respecto a su relevancia. El análisis de Topham apunta, pues, al hecho de que, si bien se suele identificar el surgimiento del darwinismo en el siglo XIX como única causa del deceso de la teología natural y, en especial, de los argumentos teleológicos, también contribuyeron a ello factores religiosos. Darwin y el darwinismo ocupan el centro en el capítulo 4, en el que Jon Roberts expone la variedad de reacciones religiosas a la teoría de la evolución por selección natural. Ciñéndose a los años transcurridos entre la publicación de El origen de las especies en