La contemplación para alcanzar el amor. 1º capítulo

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Dolores Aleixandre

LA CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Una aproximación bíblica

Sal Terrae


© Editorial Sal Terrae, 2017 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 942 369 198 / Fax: +34 942 369 201 info@gcloyola.com www.gcloyola.com Imprimatur: X Manuel Sánchez Monge Obispo de Santander 10-01-2017 Diseño de cubierta: Magui Casanova Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com: 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-2627-7 Depósito Legal: SA-4-2017 Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya) www.grafo.es


Índice

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo 1

«Hijo, prepárate para el camino» (Tob 5,17) . . . . . . . 11 Capítulo 2

«Alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado» (Flp 3,12) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 1. Hacer preguntas al texto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22 2. Reverencia para entender . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 3. Sentir y gustar internamente . . . . . . . . . . . . . . . . . . El amor se debe poner más en las obras que en las palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El amor consiste en comunicación . . . . . . . . . . . . . . Si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ver cómo estoy delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los santos . . . . . . . . . . . . . . . . Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido . Traer a la memoria los beneficios recibidos . . . . . . Tomad, Señor, y recibid… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta . . Mirar cómo Dios habita en las criaturas . . . . . . . . índice

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Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí . . . 39 Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 Capítulo 3

«Guardo en mi corazón tus palabras» (Sal 119,11). Repeticiones contemplativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 1. Advertir…; mirar cómo…; ver cómo… . . . . . . . . . 44 2. El amor se debe poner más en las obras que en las palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 3. Traer a la memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 4. Conocimiento interno de tanto bien recibido . . . . . . 53 5. El mismo Señor desea dárseme en cuanto puede… 57 6. Cómo Dios habita… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60 7. Haciendo templo de mí… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62 8. Cómo Dios trabaja y labora por mí . . . . . . . . . . . . . 63 9. Todos los bienes y dones descienden de arriba… . . 67 10. Tomad, Señor, y recibid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 11. En todo amar y servir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 12. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta… 77 Capítulo 4

Antología de textos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 1. Textos de Ignacio de Loyola . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 2. Otros textos de espiritualidad ignaciana . . . . . . . . . 84 3. Textos de otras corrientes de espiritualidad . . . . . . . 96 4. Textos de otras tradiciones religiosas . . . . . . . . . . . xxx 8

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Introducción

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L

Palabra, las palabras, tienen recorridos diversos según las tierras que las acogen. Cuando se adentran en nosotros, ejercen su poder misterioso de provocar nuestra memoria, despertar imágenes dormidas y hacer emerger recuerdos. Si encuentran espacios habitados por el lenguaje de la Escritura, entran en comunicación con sus palabras, descubren sus raíces comunes, se dan cuenta de que hablan con el mismo acento, reciben el regalo de un exceso de sentido. Algo de eso ha generado en mí una lectura pausada de la contemplación para alcanzar amor (o ad amorem) del libro de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Detrás de sus palabras ha resonado en mí la Palabra, y por debajo de sus expresiones he reconocido las de aquellos que intentaron reflejar en sus escritos la experiencia de su encuentro con Dios: desbordamiento por su amor inaudito, estremecimiento ante su presencia, asombro por su cercanía, gratitud por sus a

introducción

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dones, deseo apremiante de responder a través de la propia entrega. Las páginas que siguen son el resultado del intento de tejer juntos el hilo del lenguaje de Ignacio de Loyola y el de la Escritura, con especial atención al del Primer Testamento. A una introducción narrativa, el género preferido de los autores bíblicos, sigue un recorrido por las expresiones más densas del texto de la contemplación y un capítulo de repeticiones contemplativas. La antología de textos (ignacianos, de otras corrientes de espiritualidad, de otras religiones) pretende ensanchar horizontes y admirar la misteriosa convergencia que unifica las experiencias de los buscadores de Dios. Frente a la opción de subrayar la evidente originalidad del texto de Ignacio, he preferido acercarme a su autor como a un gran árbol plantado junto al manantial de la Escritura y que, como otros muchos, recibe de ella la savia que nutre sus raíces y nos permite sentarnos hoy a su sombra.

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Capítulo 1

«Hijo, prepárate para el camino» (Tob 5,17) ––––––––––––––––––––––––––––

«Preparar y disponer el ánima» [EE 1]

H

llegado el momento de dejar marchar al discípulo. Había venido buscando a Dios y había plantado su tienda a la puerta de la sabiduría, empeñado en atravesar sus umbrales. Aceptó con docilidad su yugo, logró hacerse amigo de la soledad y del silencio y había dedicado cuatro largas semanas a ejercitar su espíritu y su cuerpo, meditando de día la Palabra y velando a veces de noche para murmurarla. Pero ahora tenía que emprender el retorno a su vida de antes y volver a mezclarse con los caminantes que recorrían los senderos del mundo. Antes de partir, el maestro que había acompañado su búsqueda quiso hacerle sus últimas advertencias y asegurarse de que estaba preparado para emprender abía

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el camino: pan en su alforja, la cintura bien ceñida, las sandalias atadas y un bastón en su mano. El maestro era un buen conocedor de caminos: los había recorrido él mismo y sabía mucho de sus paisajes y emboscadas, de sus encrucijadas y peligros. Había pasado por cansancios e intemperies, había experimentado el hambre y la sed, el miedo a los bandidos, el sosiego de las tardes, la inmensidad de la noche cuando se duerme bajo las estrellas. Llamó al discípulo y le miró largamente: era el mismo que había llamado un día a su puerta, pero algo había cambiado en él. De su mirada había desaparecido aquella inquietud oscura de los comienzos, y en sus ojos brillaban una alegría secreta y una luz distinta, como si todo ahora le pareciera nuevo. Se había vuelto más sosegado y más hondo, había aprendido a entrar en su propio corazón y a reconocer lo que en él se movía: lo mismo que Elías, sabía distinguir cuándo llegaba a él la Palabra como un huracán o con la voz de un silencio tenue; como Moisés, podía reconocer a su Dios cuando venía oculto en la oscuridad de la nube y también cuando se dirigía a él como un amigo que habla con su amigo. Pero, después de adiestrarse en la quietud y la paciente espera, tenía ahora que volver al trabajo y al servicio, y por eso el maestro puso sus manos sobre sus hombros y le dijo: 12

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«¡Ánimo, hijo!, no temas emprender de nuevo el camino, no vas a recorrerlo solo: los ángeles del Señor te guardan, y sus santos interceden por ti. Ha llegado el momento de que el amor que ha ardido en tu corazón y las palabras de entrega que han pronunciado tus labios impulsen ahora tus obras, porque es así como se prueba la verdad del amor. Un día, lo mismo que Jacob, reconociste ante el Señor: “Soy yo demasiado pequeño para tanta misericordia y tanta fidelidad como has tenido conmigo”. Ahora es tiempo de dar respuesta al amor de Aquel que te ha creado y bendecido, te ha visitado con su perdón, te ha llamado a su seguimiento, ha tomado tu misma condición, te ha invitado a compartir con él sus trabajos y fatigas, ha dado su vida en una cruz por ti, te ha inundado con su gozo de Resucitado. Haz memoria de los nombres con los que ha querido revelarse a ti y de cómo le has ido reconociendo como tu Creador y Señor, tu Capitán y tu Rey, tu Compañero, tu Amigo, tu Redentor y Consolador. Como un pastor, te ha ido conduciendo a las fuentes tranquilas de la alegría y de la paz y ha estado también junto a ti cuando recorrías las cañadas oscuras de la desolación. Te ha salido al encuentro en las encrucijadas de tus caminos, y su luz te ha guiado a la hora de elegir aquello que más conduce a la vida verdadera. Que el recuerdo de tanto bien recibido te cap.

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mueva a más desear responderle, sabiendo que, por grande que sea tu deseo de amarle, el suyo lo es infinitamente más, y su donación a ti no ha hecho más que comenzar. Él es siempre mayor que tu corazón, y lo propio de su amor es derramarse, igualarse contigo y elevarte para que llegues a ser uno con él. Entrégale a cambio todo lo que eres y posees, pon en sus manos todo lo que de él has recibido: desapropiado de ti mismo, caminarás con libertad, porque quien pertenece a Otro ya no tiene que ocuparse más de sí. Recorre el mundo con los ojos bien abiertos, porque en cada una de sus criaturas podrás encontrar a tu Dios y Señor y repetir con Jacob: “Verdaderamente, el Señor estaba en este lugar, y yo no lo sabía”. ¿Recuerdas cuando te invité a contemplar a Jesús transfigurado en el monte? No pude decirte entonces (aún no estabas preparado) que no fueron su rostro ni sus vestidos los que resplandecían: era la mirada de sus discípulos la que había cambiado, y ahora eran capaces de percibir el verdadero rostro de su Maestro. Esa ha sido la pretensión de estos largos ejercicios: iluminar los ojos de tu corazón para que puedan contemplar a Dios en todo y en todos. ¿Eres capaz ahora de percibir cómo te ama en todo lo que existe? Porque ahora van a hablarte de él los árboles que te ofrezcan sombra, el pan y el vino que te den fuerza, el aire que respires y la tierra que pisen tus 14

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pies. Podrás descubrirlo en aquellos que te den cobijo y también en los que te cierren sus puertas, y lo hallarás escondido en tu propio corazón, donde habita como en un templo. Te darás cuenta con asombro de que, allá donde vayas, él te ha precedido preparando tu camino, como un servidor que con su trabajo y su cuidado lo va disponiendo todo para ti. Que tu mirada se acostumbre a buscarle, sobre todo, en los lugares de abajo, donde moran los más pequeños y humildes, porque es hacia ahí hacia donde más se inclina y desciende nuestro Dios y donde despliega toda su ternura, lo mismo que el sol entrega su calor y su luz, y las fuentes y manantiales ofrecen la frescura de su agua. No te apartes de la realidad, porque, como la tierra que esconde un tesoro, es portadora de la presencia de tu Dios: le tienes tan cerca como la savia que nutre al sarmiento, se pega a ti como el cinturón que se adhiere a tu cintura, está tan próximo como los pasos de un caminante a tu lado, como el hombro del amigo en el que puedes apoyarte para escuchar sus confidencias. Su amor es mejor que el vino; por eso le conocerás mejor tratando de gustarlo y saborearlo que pensando en él. Puedes escalar el Horeb o el Tabor para buscarlo, pero tendrás que aprender a escuchar su Palabra en las plazas o en el taller del alfarero, porque es entre los hijos de los hombres donde prefiere pronunciarla. cap.

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No tengas miedo al saberte pequeño y frágil, porque el Señor te envuelve con su misericordia. Eres todo suyo, y te basta su gracia. Por eso puedes dirigirte a él con la confianza de los hijos y decirle: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén».

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