Michela Fontana
Matteo Ricci Un jesuita en la corte de los Ming
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Título original: Matteo Ricci. Un gesuita alla corte dei Ming © 2005 Arnoldo Mondadori Editore S.p.A., Milano © 2015 Mondadori Libri S.p.A., Milano www.librimondadori.it
Traducción:
Juan Ignacio García Velasco © Ediciones Mensajero, 2017 Grupo de Comunicación Loyola Padre Lojendio, 2 48008 Bilbao – España Tfno.: +34 94 447 0358 / Fax: +34 94 447 2630 info@gcloyola.com / www.gcloyola.com Diseño de cubierta: Vicente Aznar Mengual, sj Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-271-3969-5 Depósito legal: BI-10-2017 Fotocomposición: Rico Adrados, S.L. (Burgos) www.ricoadrados.com Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya) www.grafo.es
A mi marido. A la memoria de mi padre y a mi madre.
Nota sobre la pronunciación Para los nombres y las palabras chinas se ha usado la transcripción fonética pinyin (literalmente «silabación»), adoptada oficialmente por la República Popular China en 1958.
Índice
Prólogo. El traje del mandarín . ..............................................................
3
1. El jesuita y las matemáticas . ........................................................
5
2. En Oriente . ...................................................................................
20
4. El hombre venido de Occidente . ..................................................
51
3.
Lo difícil que es el chino ..............................................................
5. El orgullo de Li Madou ................................................................
36 72
6.
Confucio se encuentra con Euclides .............................................
8.
La fuerza de la amistad ................................................................. 126
7. 9.
10. 11.
87
La metamorfosis en mandarín ...................................................... 105 ¡A Pekín! . ..................................................................................... 147
Disputas encendidas y lecciones de ciencia ................................. 164 Prisionero del eunuco ................................................................... 179
12. En el corazón del imperio ............................................................. 196 13. El trono vacío . .............................................................................. 212 14. El Señor del Cielo . ....................................................................... 229 15. El «doctor Pablo» ......................................................................... 242 16. Euclides se hace chino .................................................................. 255 17. 18.
La puerta abierta ........................................................................... 273 Después de Ricci: herencia científica, triunfos, persecuciones ...... 290
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Cronología .............................................................................................. 311 Dinastías chinas . .................................................................................... 315 Glosario .................................................................................................. 319 Notas ....................................................................................................... 321 Fuentes e indicaciones bibliográficas .................................................... 343 Agradecimientos y aclaraciones ............................................................. 345 Índice de nombres ................................................................................... 349 Índice general ......................................................................................... 355
Prólogo El traje del mandarín Zhaoqing, China (10 de septiembre de 1583) «Frente al Japón se extiende un inmenso imperio que goza de profunda paz y que, según lo que dicen los mercaderes portugueses, es superior a todos los Estados cristianos en la práctica de la justicia […]. Los chinos que he visto […] son agudos y con ganas de aprender […]. Nada me hace suponer que haya allí cristianos». Francisco Javier
La audiencia El prefecto1 Wang Pan vestía una amplia túnica de seda roja, enriquecida con una pechera cuadrada en la que destacaba un elaborado bordado con dos patos salvajes. Las mangas del vestido eran tan largas y amplias que le escondían las manos. Del cinturón, embellecido por abigarrados adornos, pendían colgantes de plata, madera y marfil. El sombrero, negro como los botines, era un casquete rígido con dos alas redondeadas que bajaban hacia los hombros. Todo, tanto en el vestido como en el porte del funcionario de mediana edad, que administraba una región del sur de China tan grande como un pequeño Estado italiano, denotaba prestigio. La elección de los ornamentos no estaba dejada al gusto personal, a la casualidad o al deseo de exhibir opulencia, sino que era regulada por un preciso protocolo establecido en Pekín, en la corte del emperador. Los detalles del vestido, sobre todo el tipo de ave bordado en la pechera, indicaban que el «mandarín» –término con que los portugueses llamaban a los altos dignatarios chinos, tomado del verbo mandar, es decir, «gobernar»– ocupaba el cuarto de los nueve niveles de la burocracia imperial. Aunque no estuviese en la cumbre de la administración estatal, su poder era suficiente para intimidar a cualquiera que se encontrase en su presencia. Sentado en una silla de altos brazos e imponente respaldo, apoyaba los brazos sobre una mesa de madera oscura, donde se habían colocado unos volúmenes recubiertos de tejido adamascado. Sobre un soporte de madera y
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porcelana policromada con el motivo de un dragón, una especie de elegante y pequeño portalápiz vertical, estaban colocados pinceles de caligrafía, de madera y bambú, de varias dimensiones, flanqueados por la habitual lastra de piedra negra para la tinta y de un jarro especial de jade blanco en forma de pájaro para el agua. A su espalda, en una librería de anaqueles asimétricos, estaban expuestos jarrones de porcelana blanca y azul y esculturas de jade decoradas con menudas taraceas. Frente al funcionario estaban arrodillados, además de algunos ciudadanos chinos, dos jóvenes misioneros de rasgos europeos, que tenían la cabeza afeitada y vestían una modesta túnica gris de algodón, similar a la de los monjes budistas. Los religiosos conocían muy mal la peliaguda lengua de sus interlocutores y no tenían aún familiaridad con la historia, la cultura y las costumbres de aquel imperio remoto, situado en el más lejano Oriente y tan diferente al mundo por ellos conocido. La China a la que se asomaban con temor era un país misterioso y hostil que prohibía la entrada a los extranjeros, considerados bárbaros incultos y enemigos peligrosos. Ayudados por un intérprete y respetando los dictámenes de un ceremonial complejo y extraño para ellos, los dos jesuitas italianos, Matteo Ricci y Michele Ruggieri, pidieron permiso al mandarín para residir en su país. Querían tener un terreno donde poder construir una casa y una iglesia, y honrar a su Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, en paz y en el respeto a las leyes locales. El momento era solemne y la fecha, el 10 de septiembre de 1583, quedaría para siempre impresa en la memoria de los dos jesuitas. Después de al menos treinta años de infructuosas tentativas de asentamiento en el territorio del imperio por parte de religiosos occidentales, la primera misión jesuita en la China de los Ming estaba convirtiéndose en realidad y, gracias a ella, comenzaría uno de los períodos más significativos en la historia de los intercambios culturales entre Oriente y Occidente. Por medio del treintañero Matteo Ricci comenzaba una aventura humana, intelectual y espiritual destinada a durar toda la vida. Treinta años antes...