Editorial
«No olvidéis la hospitalidad» (Heb, 13, 2)
L
a parálisis que atenaza a la Unión Europea y sus estados miembro respecto a la cuestión de los refugiados produce indignación e impotencia. Después de acordar el pasado mes de septiembre la reubicación de 160.000 refugiados desde Grecia e Italia a otros países de la unión, casi cinco meses después no llegan a 300 los que se han podido acoger a esta medida. En España, apenas dos docenas. En nuestro caso, la ausencia de determinación gubernamental para cumplir con sus compromisos no debe hacernos pensar que hay que esperar a que lleguen para actuar. Las personas refugiadas ya están aquí. El pasado año, 12.500 personas solicitaron protección en nuestro país, que cuenta con un sistema de asilo (recursos e infraestructura) insuficientemente desarrollado para la necesidad existente. La inmensa mayoría de esas personas no pueden acceder a ningún programa de protección oficial. En último término, esta indiferencia hacia los refugiados, institucionalizada y convertida en política, remite e interpela al corazón de cada una de las personas. Solo habrá un cambio de actitud social y política cuando cada una de las personas revisemos algunas de Abrir las puertas de nuestra casa, las actitudes y valores con que dirigimos nuestras vidas. nuestros barrios, nuestra cultura En el acervo judeocristiano, y también en los orígenes grecorromanos de nuestra y nuestros corazones al otro cultura, encontramos el valor de la hospitalidad, que puede ayudar en la sacudida necesitado y vulnerable. de conciencias que precisamos. La hospitalidad se puede definir sencillamente como «abrir las puertas de nuestra casa, de nuestros barrios, de nuestra cultura y de nuestros corazones al otro necesitado y vulnerable». En la tradición veterotestamentaria, la hospitalidad es un elemento fundante y fundamental del pueblo de Israel. La obligación hacia el extranjero enraíza en la memoria de sufrimiento del exilio. «Recuerda que fuiste extranjero». Quien acoge al extraño, recibe a un emisario de Dios. Jesús de Nazaret actualiza esa tradición: quien acoge al extraño, acoge al mismo Señor (Mt, 25). Los banquetes de Jesús, inclusivos y prefiguradores del Reino, son expresión máxima de hospitalidad. La hospitalidad tiene, al menos, dos dimensiones. Tan importante como cubrir las necesidades básicas del huésped (alimento, higiene, cobijo), es la escucha. Al abrirnos a la escucha, a las historias del otro extraño, este se transforma en «prójimo». Y los anfitriones también sufren una conversión. Quien acoge, amplia y cambia su perspectiva. Muchas veces, flota en el aire la cuestión de ¿quién acogió a quién? La hospitalidad nunca fue exclusivamente una virtud privada, sino que su influencia abarca políticas y legislaciones. El reto que la situación actual plantea es que, a la vez que cultivamos el valor de la hospitalidad en nuestros corazones, hagamos de ella un elemento que informe e inspire nuestras legislaciones y políticas. De lo contrario, seguiremos viendo a la deriva no solo embarcaciones de refugiados, sino cada vez más, nuestra propia humanidad.
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