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SIEMPRE ES VIERNES SANTO* Inmaculada Soler Giménez**

Fecha de recepción: diciembre de 2014 Fecha de aceptación y versión final: enero de 2015

Resumen En nuestro mundo, muchas personas viven realidades de sufrimiento no como algo ocasional, sino vital. Son los crucificados, los pobres, los excluidos. En este artículo se nos invita a escuchar su grito, a acoger su dolor. En él, Dios se hace palpablemente presente y nos invita a abajarnos, a hacernos hermanos, a convertir nuestro corazón y evangelizar nuestra vida. Solo en el encuentro con los pequeños podemos descubrir la fuerza de la Pascua. La vida se abre paso a través de la cruz, la debilidad que encarna cantos de esperanza. PALABRAS sabiduría

CLAVE:

dolor, pequeñez, pobreza, alegría, esperanza, humildad,

Eternal Good Friday Abstract In our world many people have permanent lives of suffering rather than on an occasional basis. They are the crucified, the poor, and the marginalized. In this article we are invited to hear their cry, to feel their pain. Through this, God is palpably present and we are invited to descend, to become brothers, to convert

* **

Así titulaba J. L. Martín Descalzo un libro suyo. Su título me interpeló la primera vez que lo vi y no ha dejado de acompañarme a lo largo de los años, como un clamor, en el via crucis de la vida. De la Comunidad «Villa Teresita». Trabaja en Valencia y convive con mujeres en situación de exclusión. <inmasolerg@yahoo.es>.

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our heart and to evangelize our life. Only by encountering immateriality may we discover the power of Easter. Life is freed by embracing the cross, the weakness that embodies calls of hope. KEYWORDS: pain, immateriality, poverty, joy, hope, humility, wisdom

––––––––––––––– Hay lugares y vidas ante las que no podemos dejar de exclamar: ¡Siempre es Viernes Santo! Así me sucede a mí al escribir este artículo. Ante mis ojos, una de las principales calles del «barrio chino» de Valencia: pobreza, oscuridad, tráfico de drogas y de vidas convertidas en mercancía de usar y tirar, soledad, sueños rotos. Acerarse a cada uno de ellos es tocar las llagas del crucificado, llagas que entre todos creamos y generamos con nuestra indiferencia y nuestro pecado; llagas que nos molestan porque huelen mal, porque gritan y nos desenmascaran, devolviéndonos a nuestra verdad más íntima. Adentrarse en sus vidas es también palpar el misterio, el misterio del mal y de la injusticia, el misterio de una Vida con mayúsculas que siempre es más y que brota desde abajo y desde dentro para alumbrar esperanza, aunque nosotros muchas veces no sepamos percibirlo. Hay cuaresmas y cuaresmas... La cuaresma litúrgica, que se nos regala como tiempo para volver a lo esencial, al Evangelio, tiempo pedagógico para preparar las entrañas y poner a punto el corazón ante el acontecimiento central de nuestra fe, la Pascua. Como decía el Cardenal Bergoglio, actual Papa Francisco, «providencialmente, viene a despabilarnos, a pegarnos una sacudida en nuestra modorra, en nuestro andar por inercia... Las palabras de Joel son una clara invitación: «¡Volved a Dios!» (Joel 2,12). Somos invitados a emprender un camino cuaresmal, un camino que incluye la cruz y la renuncia; camino de penitencia real y no superficial, de un ayuno de corazón. «¡Desgarrad el corazón y no las vestiduras!» (ibid.)1. 1.

J. M. BERGOGLIO, Dios no se cansa de perdonar. Mensajes de misericordia, Claretiana, Buenos Aires 2014, 49. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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Hay cuaresmas en la vida que nos vienen a destiempo, en cualquier momento del año; cuaresmas que no querríamos vivir y que sabemos que no nos queda otra que pasar por ellas –«tiene que pasar por mi», decimos sencillamente–: enfermedades, momentos de crisis, etapas de ruptura, tiempos de duelo por un ser querido que se nos va... Pero hay cuaresmas que son la vida misma, el tiempo ordinario de muchas personas, especialmente el tiempo de muchos empobrecidos de nuestra sociedad (¿qué decir de quienes viven en países donde no se respetan mínimamente los derechos humanos o no se dispone de lo más elemental: agua, comida, atención sanitaria...? ¡No podemos imaginar cómo tiene que ser ver a un niño morir de hambre o sostener su cuerpecito entre nuestros brazos!). «Todas estas realidades no son mudas: nos gritan a cada uno de nosotros y nos hablan de nuestra limitación, de nuestra debilidad, de nuestro pecado...»2. Para quienes habitan en medio de realidades de pobreza y exclusión, la cuaresma (¡ellos nunca lo llamarían así!) no es «un bache» que pasará, una época más o menos larga; es el tiempo de su vida. Están acostumbrados al sufrimiento, al hambre o a no poder comer lo que les gustaría; a no tener luz o agua o a que dejen de suministrársela por no poder pagarla; a comer a base de macarrones y a tener que decir a sus hijos pequeños: «hoy no tenemos leche»; a no poder pagar los libros del cole; a caminar y caminar, porque no hay para el billete del autobús o del metro; a llevar siempre ropa de «ropero», de la que te dan; a pasar por delante de las tiendas y no poder comprar a tus hijos lo que necesitan; a salir a la calle con miedo, por si les deportan «por ser un “sin papeles”»; a no tener trabajo ni vacaciones (nosotros podemos llegar a tener «depresiones postvacacionales» sin ruborizarnos al contarlo), a no tener a nadie cerca que te abrace de verdad, que te recuerde y te eche de menos. A quienes hemos habitado en la abundancia y en el bienestar nos cuesta aceptar los problemas y limitaciones de la vida: el paro, un cáncer en la familia, un hijo que nace enfermo... Parece que en nuestras vidas todo tiene que ser perfecto, armónico, controlable; y cuando llega la dificul2.

Ibid., 48.

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tad, nos venimos abajo. Ellos tienen más capacidad para acoger lo inesperado, lo que limita, las contrariedades, la fragilidad, la provisionalidad. Cuando nosotros tenemos algún problema, alguna dificultad un poco más seria, le decimos a Dios: «¿Por qué a mí, Señor? Es injusto: mira a mi vecino, mira a esta familia, mira esta parroquia o esta congregación... ¡Mira! ¡Todo les va bien!». Ellos no suelen hacerse esta pregunta con el dramatismo con que nosotros lo vivimos, ni entran en conflicto, ni rompen con Dios ante las dificultades e injusticias que sufren en sus carnes. Ellos caminan por el árido desierto de la vida y hacen fiesta cuando encuentran un poco de agua.

¡Si supieran de nuestro dolor...! 2,20 de la mañana en un polígono industrial donde se ejerce la prostitución. Frío, desolación, «trafico de sufrimiento». Marlene decía: «Creen que estamos aquí porque nos gusta, que ganamos mucho dinero. ¡No saben de nuestro dolor! Al principio lloraba sin parar. En Ecuador dejé a mis hijos; el pequeño, de un año... Pero, ¿sabes?, Dios me da fuerzas para seguir adelante. ¡Si no fuera por El...!». Marlene pone voz a millones de inmigrantes que tienen que dejar sus tierras para buscar un futuro mejor. Su rostro nos acerca a millones de seres humanos que luchan cada día por sobrevivir a costa de su propia vida. Según el último informe «sobre exclusión y desarrollo social en España 2014», de FOESSA y Caritas española, hay casi 12 millones de personas que padecen exclusión en nuestro país; de ellas, cinco millones la sufren de un modo severo. En este año 2014 ya han muerto 3.000 personas en el Mediterráneo, esa fosa común que solo en el mes de septiembre se tragó a 700 personas. Santiago Agrelo, Arzobispo de Tánger, después del último naufragio de 250 inmigrantes, comentó en las redes sociales: «No quiero hablar ahora de la repugnancia que me causan nuestros egoísmos, nuestras ambiciones, el abismo abierto entre los intereses de los dirigentes políticos y la suerte de los pueblos, la traición de los meSal Terrae | 103 (2015) 131-143


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dios a su función de servicio a la sociedad y a la verdad, la connivencia de los creyentes cristianos con la injusticia creadora de los pobres. No quiero hablar de nada de eso, porque me tentaría la desesperanza. [...] Hoy han muerto 200 emigrantes –concluyó–; si hubiesen muerto 200 focas, estaríamos en situación de alarma universal». «¡Estamos en riesgo! –decía el cardenal Jorge M. Bergoglio–. Como sociedad, poco a poco nos hemos acostumbrado a oír y a ver, a través de los medios de comunicación, la crónica negra de cada día; y lo que aún es peor: también nos acostumbramos a tocarla y sentirla a nuestro alrededor sin que nos produzca nada o, a lo sumo, un comentario superficial y descomprometido. La llaga está en la calle, en el barrio, en nuestra casa; sin embargo, convivimos como ciegos y sordos con la violencia que mata, destruye familias y barrios, aviva guerras y conflictos en tantos lugares, y la miramos como una película más. El sufrimiento de tantos inocentes y pacíficos dejó de cachetearnos; el desprecio por los derechos de las personas y de los pueblos, la pobreza y la miseria, el imperio de la corrupción de la droga asesina, de la prostitución obligada e infantil... pasaron a ser moneda corriente, y pagamos sin pedir recibo, aunque tarde o temprano se nos va a pasar la factura»3. Si supiésemos un poco más de su dolor y si sus gritos llegasen un poco más a nuestro corazón... Si dejásemos que al menos un día su rostro nos mirase ¡sin defensas, sin escapatoria, sin retirar la mirada!... Como nos invitaba Bergoglio, «desafiando el acostumbramiento, abramos bien los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, para dejarnos “descolocar” por lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando miramos con hondura y no nos damos respuestas prearmadas, la vida de nuestros hermanos, con sus angustias y sus esperanzas, nos va descolocando y nos pone en un lugar distinto, no exento de riesgos. Pero solo así, ahí, cuando su sufrimiento nos toque hiriéndonos y el sentimiento de impotencia se haga más profundo y nos duela, encontraremos nuestro camino real hacia la Pascua. A aquel que no conoció el pecado, Dios lo

3.

Ibid., 49.

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identificó con el pecado a favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él (2 Cor 5,21)»4. Estar ahí: el pesebre y la cruz Donde la realidad duele. De pie. De rodillas. Sin huir. Dejando espacio al silencio. Solo desde ahí podremos empezar a barruntar, a percibir la vida que brota desde dentro, desde abajo. El pesebre y el calvario están cerca, y para adentrarnos en ellos tenemos que descalzarnos y hacernos pequeños. Si no nos descalzamos y no nos hacemos aprendices, podremos pisotear la vida, la vida que no cesa de emerger a nuestro alrededor, en las grietas de la historia. Ya nos advierte la Palabra: «¡Cuidado con mostrar desprecio por un pequeño de estos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi padre celestial» (Mt 18,10). Tenemos que aprender a caminar con humildad para mirar con los ojos de Dios. «¿Quién vio en más estrechez gloria más plena, y a Dios como el menor de los humanos? Llorando en el pesebre, pies y manos le faja una doncella nazarena. En plenitud de vida y de sendero, dio el paso hacia la muerte porque él quiso. Mirad de par en par el paraíso abierto por la fuerza de un Cordero»5. El mirar de Dios es Amar, dice Juan de la Cruz. Mirar amando, dejándonos afectar, dejándonos transformar. «En ese signo de humillación y muerte –la cruz– existe un dinamismo incombustible de vida verdadera para todos. Los que tienen la gracia de saber mirar como Dios mira descubren ese mismo dinamismo en todos los crucificados de la historia. “Yo el Señor, que soy el primero, yo estoy con los últimos” (Is 41,4)»6. La Cuaresma nos invita a acompañar procesos en el claroscuro de la vida; nos enseña a personalizar la fe, a acompañar a los otros sin adelantar acontecimientos, respetando ritmos, sin saltarnos los desiertos, las tenta-

4. 5. 6.

Ibid., 49. Himno II de Vísperas (Textos comunes para la Semana Santa). B. GONZÁLEZ BUELTA, La humildad de Dios, Sal Terrae, Santander 2012, 24. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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ciones, las crisis, la purificación... Nos enseña a acoger el silencio de Dios y guardar en el corazón todo lo que aún no entendemos, como María. Nos enseña a estar ahí, a permanecer, a no rehuir la mirada ante el rostro del otro que nos reclama, nos desinstala y nos urge al amor. A veces lo que sostiene la vida y nos ayuda a atravesar la Cuaresma son pequeñas cosas: una mirada, una presencia, sentir que existes, que importas para alguien... Así nos lo recuerdan los pequeños: hace unas semanas, Pedro, un chico «sin hogar» que viene a compartir los viernes un rato de oración con nosotras, nos decía: «Hace unos meses, pensaba en quitarme la vida, he estado a punto de ello, lo veía todo negro; pero recordé que estabais vosotras, que os importaba y me esperabais este viernes». Merche, una de las chicas con las que compartimos vida en nuestra casa, una casa-hogar para mujeres en situación de exclusión, nos comentaba: «Sé que Dios me quiere. Empiezo a creerlo. Por primera vez, tengo familia; por primera vez, empiezan a pasarle cosas buenas a mi vida». Como afirma Dolores Guzmán, «el que quiere acompañar a los heridos no puede olvidar que lo que más duele es sentirse no querido y ser objeto de atención únicamente por el dolor. La persona no interesa; tan solo interesa su sufrimiento. Un error demasiado común»7. Sobre el oficio de consolar nos dirá la autora: «El cristiano es un pobre que cuida y ama a otros pobres; un herido que está junto a otros heridos. (probablemente el samaritano, porque sabía lo que era ser despreciado, sí se detuvo. La experiencia del dolor propio –bien “encajado”– resulta de gran ayuda para desarrollar un “radar” especial que detecta el dolor ajeno y anima a la persona a “inclinarse” de forma casi “natural” hacia los más necesitados). Por eso, ya sea que el acompañamiento del dolor se dé en una relación simétrica (fundamentalmente, la amistad) o asimétrica (como el acompañamiento espiritual), hay un punto de partida común; la experiencia de la pobreza radical en las dos personas que se encuentran»8. Es un misterio. Donde en apariencia no hay apenas vida, Él se muestra como el que saca vida de la muerte. Donde nuestros ojos solo ven vidas 7. 8.

M. D. GUZMÁN, «Vendar las heridas. Acompañar el dolor y la curación»: Sal Terrae 1.154 (2011), 230. Ibid.

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desestructuradas, Él se erige por debajo como roca firme y garante de confianza. Donde sólo vemos debilidad y carencias, Él nos recuerda que Su Fuerza se percibe en la debilidad. Donde solo vemos ruinas, Él desentierra tesoros, ¿y quién sabe si son ellos, desde su pequeñez, los que están dando paso al Reino de Dios con su docilidad, con su pobreza, porque le permiten a Dios ser Dios y se abandonan en Sus Manos? El pesebre y la cruz nos enseñan a ahondar en la vida, a entrar más adentro «en la espesura», como condición para llegar a experimentar con posterioridad, a la luz pascual, que «la gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida»9. ¡Si no lo hemos vivido en carne propia, difícilmente lo vamos a creer!

Aprendiendo la sabiduría de los pobres Los pequeños, los que confían, los que son capaces de dar el salto del abandono en Dios y caminar sin tener nada asegurado, esperando cada día el pan de Su Providencia. Jesús nos enseña una sabiduría nueva llamando «bienaventuradas», dichosas, a «las personas que en su tiempo, lo mismo que en el nuestro, son consideradas una desgracia para ellas y para la sociedad... Desde pequeño se fue gestando en Él una mirada alternativa que supo ver en la hondura de todos los tipos de pobreza humana una bienaventuranza para la sociedad entera. Por donde la realidad ha abierto en ellos heridas corporales, psicológicas, sociales y políticas, ellos han dejado entrar por ese boquete el Reino de Dios. Por eso dice Jesús en la primera y en la octava bienaventuranzas que de ellos “es el Reino de los cielos” ya ahora. Lo es en el presente, pues dejan entrar en sus vidas el dinamismo transformador del Reino como una bendición para todos»10. Con ellos, desde abajo, el Misterio de la Pascua nos sorprende. Es verdad que hay realidades de sufrimiento que bloquean, hieren, amargan la

9. Himno II de Vísperas (Textos comunes para la Semana Santa). 10. B. GONZÁLEZ BUELTA, op. cit., 92. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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vida e impiden mirar con horizonte de esperanza; pero, misteriosamente, la mayoría de las personas a las que acompañamos experimentan en medio de su drama existencial, de su fragilidad absoluta, que Dios está. ¡Es difícil explicarlo! Porque Dios no es un refugio fácil al que agarrarse si no es el único sostén, la única fuerza para poder levantarse cada mañana y empezar de nuevo. En medio de la lucha de cada día para sobrevivir, en la debilidad del no poder, no tener, no saber... comparten el amor redentor de Jesús (Flp 3) y exclaman: «¡Mi Dios no me abandona! ¡Cada día me da fuerzas para levantarme!»; «¡Es una putada lo que me pasa, pero Él nunca me ha dejado tirada!»; «¡Tú ya sabes que El flaquito (así llama a Jesús una mujer que ejerce la prostitución desde hace muchos años) siempre me ayuda!»; «¡Mi Virgencita nunca me deja!»; «Cuando estaba mal y lloraba sin parar, Él secaba mis lágrimas»; o, como me decía una joven mujer rumana con una historia muy dura a sus espaldas, en situación aún de prostitución: «¡Me toca aguantar mucho...! –silencio– «... ¡pero no puedo quejarme...! –silencio– ¡... más aguantó Él! «¿Quién?», le pregunto. «Jesús». Y añade: «¿Sabes? Nosotras, con lo que pasamos, podemos ayudarle». Cuando el ambiente social es cada vez más irreverente, quien se acerca a los últimos aprende el temor de Dios; en un ambiente social en el que Dios ha sido borrado del lenguaje y, como mucho, puede ser horizonte de la existencia, quien se abaja al mundo de los últimos puede percibir que no pasa un día sin que Dios sea nombrado, y no en vano. «Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a lo sabio. Y ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir a lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios» (1 Cor 1,27-29). Hay una sabiduría que se revela a los humildes y sencillos (Mt 13,25), una forma de vivir las cuaresmas de la vida sin perder la confianza en Dios. ¡Tenemos tanto que aprender...! «La otra noche –comenta Mariola López–, un hombre que se llama Pedro me llevó a un lugar transfigurado. Perico, como es conocido en el barrio, vive solo desde que murió su madre, y desde hace años [debe de tener unos cincuenta] se ha dejado deSal Terrae | 103 (2015) 131-143


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vorar la vida por el alcohol. Lo encontré descalzo por la calle y bebido; aun así, se acercó a mí con respeto, me contó que se había quedado dormido con un cigarrillo en la boca y que se le habían quemado unas mantas, y me invitó a su casa para que lo viera. Confieso que al principio sentí miedo, pero luego agradecí el no haberme dejado paralizar por él. Me mostró su pequeña casa, desatendida desde que su madre no está, sucia y con olor a vino y a restos de comida; luego me llevó a otra estancia, y allí fue donde se hizo la luz: tenía cuatro colchones tirados por el suelo y me contó que en ellos acoge cada día a chicos toxicómanos que no tienen adónde ir, y les deja dormir allí, ducharse y lavar su ropa. El rostro de Perico se iluminó en aquellos instantes para mí. El borracho de nuestro barrio había hecho de su casa un lugar donde otra gente muy herida podía «poner su tienda», descansar un rato, comer algo y compartir un poco de compañía y calor. Allí recibí el regalo de este hombre que, en su fragilidad y en su enfermedad, tenía para otros una mirada que los salvaba. Así de inesperados son los misterios de la vida y del corazón humano ¡Quien nos diera ojos para llegar a verlos...!»11. En medio de situaciones de desierto, de oscuridad..., saben derrochar todo lo que tienen para hacer fiesta, incluso en medio de situaciones realmente dramáticas: en un campo de refugiados, o en un país donde los seres queridos, amigos, familiares... seguían muriendo a balazos, centenares de refugiados le cantaban a la vida para celebrar que acababan de graduarse en oficios diversos, comparte Gonzalo Sanchez-Terán, que prosigue: «Durante la ceremonia, siguieron cantando, bailando, hablando de paz, de comienzo, de porvenir. Ante mis ojos, los seres más apedreados del planeta estaban haciendo de la última piedra de la lapidación la primera piedra de una nueva casa. Ojalá hubieras estado con nosotros. Fue una de las cosas más hermosas que he tenido el privilegio de ver en mi vida. ¿Y todavía me preguntas por qué estoy aquí...?»12.

11. M. LÓPEZ VILLANUEVA, Mirar por otros. Historias de sabiduría y sanación, Sal Terrae, Santander 2009, 152. 12. A. ARMADA – G. SÁNCHEZ-TERÁN, El silencio de Dios y otras metáforas, Trotta, Madrid 2008, 55.

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Nos dice el Papa Francisco: «Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a lo que aferrarse»13; y nos pide a todos los cristianos: «quiero una Iglesia de pobres para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen a Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos»14. Dejar paso a la Vida, hacernos Pascua Descender. Hacernos hermanas. Atravesar los viernes santos de nuestra historia aliviando el sufrimiento y ayudando a ponerse en pie. Sabernos salvadas por pura gratuidad de su Amor y abrazadas por pura Misericordia. Sin esta experiencia, difícilmente podremos ser Pascua para los demás. Consentir. Dejar paso a la Vida. Aprender a esperar en el silencio de Dios una palabra que no es nuestra, una llave de una puerta que nosotros no podemos abrir, una respuesta a una pregunta que solo Él puede dar. Esperar vigilantes el sábado, junto con María, la Madre. Cada semana la liturgia nos ayuda a ello. El recorrido no es temporal: el Viernes ya está habitado por el Domingo; ningún dolor ni sufrimiento es ajeno a nuestro Dios ni tiene ya la última palabra. La Pascua nos precede, nos rodea, nos empuja. La Pascua se anuncia y se recibe, es un don; pero ¿en qué Pascua creemos? ¿Qué pascua anunciamos? ¿Se puede anunciar el domingo la Resurrección sin atravesar los viernes, sin abrazar la cruz y tocar las llagas de los crucificados? El siguiente texto de Henry Teissier, arzobispo de Argelia, nos hace pensar: «No es fácil anunciar la alegría de la Pascua a los que sufren y no ha13. FRANCISCO, Evangelii gaudium, 9. 14. Ibid., 148. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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cen más que esperar la liberación. La Pascua viene después de la pasión de Jesús, después de su muerte en la cruz, después de ser deportado su cuerpo en la tumba... La luz de la Pascua no impide la existencia de las tinieblas del Viernes Santo. No respondamos demasiado rápidamente: insultaríamos el sufrimiento de todos aquellos a quienes los criminales han arrancado un hijo o una hija. Le daríamos la razón a la violencia, que hace poco caso de una vida humana. La Pascua no borra el crimen ni deja intacto el sufrimiento de aquellos a quienes han arrebatado la vida de un ser querido. La respuesta de la Pascua no está en la solución fácil, donde un “deus ex machina” borra el crimen y el sufrimiento a golpe de apariciones. Yo buscaría la respuesta, más bien, en la condena de la violencia que el crimen conlleva y en la transformación del sufrimiento que nace del sacrificio. La Pascua es la superación de la violencia humana por la certeza de que solo el amor vence; el que sufre como Jesús, pero guarda en sí esta certeza incluso en el sufrimiento, hace nacer una humanidad renovada»15. Nuestra presencia, acompañando a los últimos, tiene que ser de esperanza; alentando, consolando, abrazando y curando las heridas, potenciando cualquier destello de vida, recuperando dignidades y derechos, llevando como cireneos su cruz para aliviar el peso de la vida, compartiendo los dolores y las alegrías, la mesa y la amistad, festejando y celebrando la vida, la alegría de experimentar que el Evangelio es verdad y que se hace vida en los pequeños y los pobres. Anunciar la Pascua, sostener la esperanza y la vida de los otros. «El dolor del mundo, la desesperación de tantos hombres y mujeres, el desengaño de tantas víctimas... se eleva como un precepto ético sobre el cristianismo y nos recuerda «el deber de no desesperar». Quienes hemos consagrado nuestra vida al Dios del Reino, a su proyecto y a su promesa, somos urgidos a la tarea inaplazable de responsabilizarnos de la esperanza de nuestros hermanos, de ser sus portadores vicarios, incluso de poner en riesgo nuestra propia esperanza para rescatar la esperanza de otros»16.

15. H. TEISSIER, Cartas de Argelia, Ediciones Encuentro, Madrid 2000, 40. 16. N. MARTÍNEZ-GAYOL, Esperar por otros... El desafío de esperar por los desesperanzados, Vitoria 2013, 42. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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Esperar al estilo de Jesús con un doble movimiento: una esperanza activa, luchando contra cualquier forma de mal, sin violencia, sembrando, sin depender de resultados, permaneciendo muchas veces en el fracaso, en la aparente inutilidad, contando con el sufrimiento como parte de la lucha misma; y una esperanza pasiva, en obediencia de fe, dejando a Dios que haga y actúe desde dentro de la impotencia, amando gratuita y desinteresadamente, con la confianza de que el Padre es quien saca vida de la muerte17. Anunciamos una Esperanza que no es nuestra ni tiene que ver con el optimismo psicológico; es Él en persona, el Viviente, quien recorre nuestras calles, llevando en sus carnes las marcas de la cruz (Mt 25). Aquellos que a nuestros ojos habitan en «cuaresma permanente», en los pesebres y calvarios de nuestra historia pueden ser quienes traigan entre sus manos, aunque su vida no cambie en apariencia y se nos muestren envueltos en debilidad y pobreza, «la salvación que nos ofrece la Pascua». ¿No nos suena? «No tenía apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado y repudiado por los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro» (Is 53,2-3), pero fue El quien nos salvó. «Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres»18. Muchas personas habitan el Viernes Santo pero el Domingo no deja de emerger en lo cotidiano, a veces como una pequeña luz al final del túnel, como un destello de esperanza que sale al encuentro en los momentos de dolor, como una fuerza que sostiene en la debilidad, como una alegría y una paz que nacen dentro, como Presencia Amorosa que nos abraza en el silencio, en el rostro del hermano que sale a nuestro encuentro y nos recuerda que existimos. Siempre hay Viernes Santo, pero la Pascua empuja desde dentro y desde abajo, con nosotros y a pesar nuestro. La historia ya está preñada de su Presencia Resucitada y grita en silencio un Amor más grande.

17. J. GARRIDO, Discernimiento cristiano del sufrimiento, Frontera Hegian, Vitoria 2013, 83. 18. FRANCISCO, Evangelii gaudium, 146. Sal Terrae | 103 (2015) 131-143


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KURT KOCH La Iglesia de Dios Comunión en el misterio de la fe 280 págs. P.V.P.: 19,95 € El cristianismo consiste en entablar y vivir una relación de íntima amistad con el Cristo crucificado y resucitado. Entablar amistad con Cristo significa, en consecuencia, incorporarse simultáneamente a la gran comunidad de sus amigos, llamada «Iglesia» por la fe cristiana. Esta convicción profunda es uno de los pilares de la presente eclesiología de Kurt Koch, quien nos ofrece una visión de conjunto de la Iglesia que es, por su misma esencia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y communio.

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