DE LA IMPOSIBILIDAD LABORAL A UN LUGAR MARGINADO. DISCAPACIDAD; 驴MITO, ESTIGMA O REALIDAD? Alfredo Flores Vidales Ponencia llevada a cabo el 19 y 20 de noviembre de 2003 en Santiago de Chile, para el Foro de Formaci贸n T茅cnica, Emprendimiento y Educaci贸n Permanente e Igualdad de Oportunidades.
DE LA IMPOSIBILIDAD LABORAL A UN LUGAR MARGINADO. DISCAPACIDAD; ¿MITO, ESTIGMA O REALIDAD? ALFREDO FLORES VIDALES
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Introducción
En los últimos tiempos, la sociedad y las instituciones han estado preocupadas por los sectores marginales y grupos excluidos, que han manifestado su existencia levantando la voz por su inconformidad de pertenecer a estos lugares de exclusión. Sin embargo, en México, la marginalidad de los grupos minoritarios es, al parecer, cada vez mucho más exacerbada. Quizá una de las preguntas obligadas sea si esto se debe a que somos un país subdesarrollado, convirtiéndose este argumento, la mayoría de las veces, en el caballito de batalla que intenta explicar todos nuestros males. Otro argumento que se ha detentado para justificar la marginalidad es el intento por tratar de alcanzar el principio sublime de la igualdad social, el cual se generaliza, de tal forma, que en todos los ámbitos y comportamientos, la sociedad, las instituciones y el Estado promueven la homogeneidad de los ciudadanos. Pero en esta ocasión, nos importa particularmente discutir sobre el sector, también marginado, denominado discapacitados, un término reciente, moderno y que tiene como intención marcar una menor degradación al colocar el prefijo dis — en el sentido de “menor”—, en el mejor de los casos pero, tal como lo establece la Real Academia Española, como negación; por tanto, una negación de la capacidad, de las capacidades regulares de los “normales” aplicado a un grupo particular de sujetos. De tal suerte, que a partir de la modernización del término se lograra rescatar a este sector de su aun notable marginalidad. Al parecer, cierta sensibilidad en los sistemas políticos de algunos gobiernos e instancias institucionales, intuye, que a partir del movimiento de la 1
Catedrático de la FES Iztacala, Universidad Nacional Autónoma de México.
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noción significante o, dicho de otra manera, del diagnóstico aplicado a los sujetos como discapacitados se cambia de lugar al sujeto a una menor exclusión y quizá tengan razón; sin embargo, a pesar de los cambios, siguen siendo marginados; por ejemplo: recientemente nuestro gobierno ha propuesto el cambio de la noción de discapacitados al de sujetos con capacidades diferentes, lo cual de igual manera parece de buena intención haciéndolo más noble pero de ninguna forma resuelve el problema, pues la primera contradicción que aparece es que todos los seres humanos tenemos capacidades diferentes. Por tanto, dicho en esa lógica, lo único que señala es una marca estigmatizante para aquellos a quienes les es aplicado este término, porque supone que existen otros que no tienen capacidades diferentes, sino que son iguales; por lo tanto, demuestra que los otros son diferentes. Entonces, nos parece importante reflexionar y discutir sobre la política discursiva que establecen los lugares de marginación educativos y laborales particularmente. En el presente escrito se analizará la posibilidad de que el fenómeno de la marginalidad también tenga una vertiente lingüística, construida por los actores mismos a quienes se margina; para ello nos apoyamos en las contribuciones que el psicoanálisis, la lingüística y la antropología moderna han hecho en el campo de la “otredad” y la diferencia: tanto en el proceso de constitución subjetiva, como en la conformación de grupos. El análisis se centra en el estudio del estigma y del mito como habla, su estructura y relación con las instituciones que la validan a través del poder (familia, escuela, Estado) así como la posibilidad de su movilización, con miras a construir una opción en la disolución de las ligazones marginales de la discapacidad.
¿Anormalidad igual a marginalidad?
El problema desde donde abordaremos esta discusión es desde la lingüística, pues los sujetos a los que se les ha aplicado ese concepto no lo han sido así en los diferentes momentos de la historia; hace poco no se llamaban discapacitados, el término utilizado en ese entonces era la atipicidad; este concepto mostraba una
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anormalidad que se enmascaraba denotando lo poco típico de esos sujetos, siempre con una intención de no denostarlos; sin embargo y de todas maneras, remitía, al igual que la discapacidad, a un “fuera de la normalidad”; asimismo, atipicidad vino a romper con el concepto anterior de la minusvalía que hablaba de un minus-válido, o sea, poco válido, que también trató de ser menos devaluante que el que lo precedió. Inválido, fuera de la validez, un término que a principios del siglo pasado era aplicable a esos sujetos que no se valían por sí mismos: ciegos, sordos, paralíticos, Downs, etc., y que al ser poseedores de un término tan definitivo como éste, en esa época, eran perfectamente in-válidos. El término que define a los diferentes ha ido cambiando en las últimas décadas, tomemos como ejemplo cuando el concepto de inválido cambia y se transforma en minusválido. Los cambios que los conceptos van sufriendo se deben también a disputas institucionales, por ejemplo: cuando cambia el término minusvalía (que tienen algo de validez) se les otorga una concesión, aparece por una polémica discursiva entre dos instancias oficiales; el término invalidez correspondía a la Secretaría de Salud, de manera que los sujetos que tenían que ver con esta definición no podían ser deportistas ni laboralmente productivos, así como tampoco podían ser ocupados en un imaginario de la normalidad, estaban imposibilitados orgánicamente. En ese momento el furor educativo posibilita que la pedagogía establezca que de lo que se trata es de habilidades y no precisamente de un problema orgánico, y esto lo lleva a una posibilidad de reeducación; la panacea de ese tiempo era re-habilitar. Tomemos el término de rehabilitación, un error conceptual, pues aquello que es rehabilitado es porque se ha tenido, es decir, la recuperación de una habilidad perdida anteriormente; sin embargo en la mayoría de los casos era una habilidad que no se había tenido nunca (como en la sordera, ceguera, síndrome de Down, etc.). Así ha ido cambiando el significante aplicado a estos sujetos que también han ido cambiando, los inválidos ciegos de mediados del siglo pasado no son los ciegos discapacitados de inicios del presente; entonces ¿es un problema de una incapacidad real? o ¿se trata de un problema de concepto que está sostenido y llevado a la realidad por las instituciones?
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Con esto quiero decir que, a partir de una discursividad oficial que establece cuales son las delimitaciones de los sujetos, se instalan los lugares en los que van siendo colocados y se crean ghettos (asilos, escuelas de educación especial, talleres protegidos) creyendo que a partir de ellos se adquieren los elementos que le permitirían integrarse nuevamente a la vida social de la “normalidad”. Por supuesto se trataba de un imaginario estrictamente discursivo ya que esto no fue posible, de ahí que las escuelas especiales se convirtieron en centros marginales donde la “especialidad” establecía la marginalidad. La educación sigue sosteniendo una discursividad para decir lo que son los sujetos y qué pueden hacer. En aquella época se encontraban algunos textos con títulos que tratan el tema de la Psicología de los Discapacitados2, que delimitaban las capacidades de los mismos estableciendo hasta dónde podían y no podían hacer. Ahora la discapacidad intenta acercar a éstos a la normalidad como lo establecen los acuerdos de Salamanca, que abren la posibilidad de que los sujetos diferentes puedan inscribirse en el ámbito de la educación regular. Sin embargo, aún así se trata de una intención de normativizar aquellos que han sido anormales, por lo menos eso denota el término de integración. Empero, los sujetos sometidos a esta regulación siguen conservando la etiqueta de diferentes en el grupo escolar. Evidentemente, bajo estos discursos los sujetos están sometidos a un estereotipo de la discursividad oficial, pero a partir de dicha discursividad institucional los sujetos fueron correspondiendo a lo que ese discurso establecía. La discapacidad es otro concepto que ha venido a abrir este campo, ya no es minusvalía, ya no es atipicidad, ya no es invalidez, es un límite que marca una diferencia. ¿Pero diferencia de qué?, parece en principio que diferente a lo normal; ¿hay un cuadro que incluye una serie de sujetos que establecen la normalidad? y ¿hay otro que tiene que ver con las fronteras donde está la parte deficiente?
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Así, se pueden encontrar títulos como Verdugo, M. y Bermejo, B. (1999). Retraso Mental. Adaptación social y problemas de comportamiento. Madrid: Pirámide.; Vera, A. (1995). Introduccion a la psicologia de la deficiencia mental. Valencia: Promolibro; Rolland, J. (2000). Familias, enfermedad y discapacidad. Barcelona: Gedisa.
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¿Cuál es el límite de la diferencia que se establece entre unos y otros? No está muy claro. Sin embargo, la historia de la sociedad nos muestra una especie de fobia por las diferencias, por ejemplo: entre los blancos y los negros. Freud en el trabajo psicoanalítico de los primeros tiempos3 establece precisamente esa angustia que los seres humanos vivimos cuando nos encontramos con lo diferente. Pareciera que entramos en un engaño de que existe la normalidad, donde hay algunos que sí son iguales, pero nos encontramos con la sorpresa de que ese grupo de normales no lo son tanto. ¿Qué los hace entrar en un cuadro imaginario 4 de normalidad?, ¿es el hecho de que vean, que oigan o que caminen? El psicoanálisis nos muestra que la diferencia está en todos los sujetos, no hay posibilidad de que seamos iguales unos a otros, incluso en la aparente igualdad perceptual dos sujetos que miran un objeto resulta que no lo ven de la misma forma, o sea, la igualdad es una fantasía que quiere sostenernos en una homogeneidad del “yo soy igual que el otro”, “los dos somos iguales, somos hijos de Dios”, “a imagen y semejanza del Señor”. Los sujetos negamos nuestra propia diferencia, entonces ¿ésta nos horroriza? Veamos qué nos dice la lingüística con respecto al desplazamiento de ese significante que va determinando los diferentes lugares en que el sujeto va siendo colocado.
Lingüística y marginalidad
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Freud, S. (1979 [1919]). “Lo ominoso”. En: Obras Completas. Tomo XVII. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 215-252. 4 Para ampliar, véase Flores A. (2011). “Una alternativa de intervención institucional: Grupos Terapéuticos de Reflexión”. En: Flores, A. (coord.). Adolescentes en conflicto con la ley ¿lo residual del sistema? Ciudad de México: Grupo Metonimia, en especial nota a pie número 20, p. 196.
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Ya Lévi-Strauss5 se ha encargado de distinguir los elementos estructurales que prevalecen en la conformación de las instituciones y de los ordenamientos discursivos que existen en una época y otra. Es a partir de los importantes trabajos de este autor, que podemos reconocer que los ordenamientos y la conformación de las instituciones socio-políticas, así como de las formas de agrupamiento, se encuentran constituidos y regulados por un sistema de lenguaje, que como estructura determina los lugares de cada cual en la sociedad, puesto que
se
encuentran
tanto
en
las
sociedades
primitivas
como
en
las
contemporáneas, sin que dependa de una supuesta evolución social y cultural. Ya hemos mencionado cómo los grupos marginales de la época actual están determinados a partir de conceptos que los agrupan como discapacitados y que tienen como intención definirlos. Sin embargo, la marca o, dicho de otra manera, el significante, establece una definición per se; de ahí su confusión con lo que nombra, pues este vocablo pareciera dar la explicación y al mismo tiempo los motivos de la historia y del lugar donde son dispuestos los sujetos en la sociedad. Cuando nos referimos a los homosexuales, las prostitutas, los indígenas, los discapacitados, etc., nos da la sensación que el significante que los identifica tuviera una relación directa con el significado. En lingüística 6 los dos elementos relacionados conformarían el signo, la representación entre significante-significado da cuenta de una unidad indisoluble. Tomemos por ejemplo la invalidez que generalmente nos refiere a una imagen psíquica, es decir, el significado: como lo que deja de tener validez, lo incapaz, un sujeto dependiente, etc. En este caso el signo concerniente a un referente intenta presentar una carta de legitimación, o mejor dicho, como menciona Roland Barthes7, de naturalidad. En muchos casos los significantes diagnósticos se convierten en incuestionables. Por tanto, la invalidez define al sujeto a partir de la palabra, agrupándolo entre los inválidos; así el homosexual a la homosexualidad y la prostituta a las mujeres que tienen como actividad laboral la venta de la sexualidad de su cuerpo. Entonces, el significante-significado aplicado al sujeto lo excluye de 5
Lévi-Strauss, C. (1977). Antropología estructural. Buenos Aires: Eudeba. Saussure, F. (2003). Curso de Lingüística general. Buenos Aires: Losada. 7 Barthes, R. (2010). Mitologías. Ciudad de México: Siglo XXI. 6
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otras esferas, integrándolo en una sola categoría que lo define por naturaleza como tal. En el caso del homosexual parece estar definido como sujeto exclusivamente a partir de su actividad sexual con personas de su mismo sexo, negando o eclipsando cualquier otra de sus funciones y relaciones con la vida cotidiana, pues aunque existan otras actividades importantes, no se dan las referencias con que se les identifica. El concepto-signo globaliza y, evidentemente, margina del resto de la sociedad, ya que los señala como diferentes, que no responden al status del deber ser. Tenemos aún un problema más y será esclarecer si éste, verdaderamente aplicado a un sujeto, estará refiriendo su esencia. Cuando un concepto aparece como incuestionable y no requiere de explicación alguna ni de la historia que lo ha constituido, estamos hablando entonces de un estigma8 o de un mito. Es Lévi-Strauss quien se ha encargado profusamente del estudio del mito9, considerando que se le encuentra en el lenguaje y más allá de él. Postula que se trata de algo que tiene que ver con el tiempo, en el pasado remoto, en el presente y en el futuro, ya que los acontecimientos ocurridos por efecto de su organización, se convierten en una estructura permanente cuyas consecuencias no dejan de sentirse en el orden y en el comportamiento social, lo que denota, sin lugar a dudas, su eficacia simbólica10. El mito está en todo tiempo, es vigente. El mito se presenta a través del habla en una categoría de objeto absoluto en relación con acontecimientos pasados irreversibles, pero articulado con hechos intermedios; el significante
que se ha coagulado, paralizado, no tiene la
posibilidad de circular produciéndose una significación distinta de su significación única, y por tanto tampoco se podrá relativizar el estigma (marca) imputado al sujeto o al grupo. Cuando el significante “prostituta” queda unido a una significación de desconfianza, descrédito y devaluación del sujeto por su oficio, quedando como ciudadano de segunda o tercera categoría, excluido de cualquier otra actividad de responsabilidad, incluso, la educación de sus propios hijos, ya 8
Goffman, E. (2010). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu. Lévi-Strauss, C. (1977). “La estructura de los mitos”. En: Antropología… Op. cit., pp. 186-210. 10 Lévi-Strauss, C. (1977). “La estructura de los mitos”. En: Antropología… Op. cit., pp. 168-185. 9
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que en un juicio legal ella puede perder la patria potestad si se le comprueba su oficio. También puede ser impugnada su designación a algún puesto público, sobre todo si se trata de una dirección gubernamental; asimismo, la prostituta queda excluida de las relaciones sociales y amistosas de una familia “decente”. Sin embargo, no es porque esta mujer no pueda realizar dichas actividades, sino porque el estigma establecido lo da por hecho. El mito, diría Barthes 11, queda consolidado en la medida en que el sentido ha sido confirmado como real. En la estructura del lenguaje queda el significante ligado directamente al significado, a una sola significación, misma que confirman las instituciones dándoles visos de naturalidad; por tanto, el significante se convierte por sí mismo en las reglas de relación, comportamiento y prohibición; y por el lugar donde se confirma, podríamos plantear que la ciencia, a través de sus instituciones y el estado, se erige en los tótems de nuestro tiempo, quienes establecen los tabúes y avalan la validez de la veracidad del diagnóstico, pues la construcción del mito tiene la misma lógica de legitimación de la verdad que tiene finalmente la ciencia, que construye verdades en la época moderna. Los diagnósticos en la salud, en la educación y en lo laboral son un buen ejemplo de lo anteriormente señalado: es frecuente encontrar que las clasificaciones se convierten en un significante inamovible, signo absoluto, ya que éstas son emitidas por las instituciones y se encuentran avaladas por el conocimiento de la ciencia, valor fundamental en el saber, que da legitimidad al dicho en la época actual. La discapacidad, concepto que engloba a una gran cantidad de sujetos de muy variadas etiologías orgánicas e inorgánicas, nos puede dar luz acerca de los efectos marginales de la función de un mito. Tomemos por caso la ceguera, el término refiere de manera directa a un diagnóstico y en la primera impresión pareciera inducirnos únicamente a la interrupción sensorial óptica; sin embargo, el significado que permanece en ocasiones unido a ese significante no es el referido estrictamente a su descripción etiológica, sino que va acompañado de una valoración moral, social y funcional, a la que se denomina discapacidad; en otras 11
Barthes, R. (1988). Mitologías. Ciudad de México: Siglo XX.
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palabras, el signo que se coagula se produce entre la relación estrecha del significante ciego y el significado inválido-incapaz-inservible…, aunque en esta significación no siempre se le verifique como real. La ceguera es un significante que igual que otros mitos, encubre un sentido oculto y sobre todo, excluye la historia que lo conforma. Es tan palmario, que la historia del sujeto que lo ha llevado a la discapacidad es desconocida, negada, en tanto el discurso que se refiere a él está petrificado, pues la idea está generalizada a todos los sujetos ciegos, volviéndose incuestionable por evidente.
Un estigma discapacitante
La diferencia se aplica para marginar a otros, basándonos en un discurso del poder según nos señala Michel Foucault12, es un discurso de la eficiencia; es decir, lo que debe ser el sujeto para funcionar en una sociedad como ésta. El sujeto tiene que entrar en la línea de producción donde tiene que ser eficaz; es una economía, un valor, un fetichismo social13, donde esto es lo que vale y si el sujeto no lo puede hacer, entonces queda fuera de toda posibilidad y por lo tanto es un deficiente, un incapaz o un marginado; o con mejores términos, es un discapacitado y lo es porque no corresponde con las exigencias y los valores que hemos fetichisado. Se trata de poner a los discapacitados fuera de circulación porque no son como nos-otros y no pueden participar de las mismas funciones, privilegios y responsabilidades, pero como no es posible enviarlos a la nave de los locos14 como se hacía en el siglo XIII, creamos humanitariamente centros de reclusión, asilos, escuelas de educación especial, talleres protegidos, etc. Pareciera que lo que ha ocurrido en la historia más reciente es que hemos estigmatizado el concepto que ahora denominamos discapacidad. Los griegos, que aparentemente sabían mucho de medios visuales, crearon el término estigma
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Véase: Foucault, M. (1986). Historia de la locura en la época clásica I. México: FCE. Marx, K. (1964). “Capítulo I, apartado 4: El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”. En: El Capital. Crítica de la Economía Política. Tomo I. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, pp. 36 a 47. 14 Foucault, M. (1986). “Stultifera Navis”. Historia de la locura… Op. cit., pp. 13-74. 13
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para referirse a signos corporales con los cuales se intentaba exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien los presentaba. El estigma es un mecanismo social, es “[…] un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja”15. Dicho mecanismo nos sirve para establecer una distancia entre lo normal, que es algo que la humanidad ha intentado delimitar a través de los siglos, y la otredad, que es aquello que nos horroriza, aquello de nosotros mismos que Freud nos ha develado y que ponemos como
lo más oculto de nosotros: la deformación, la negritud, la ceguera, la
perversión. Sin embargo, cuando estigmatizamos al otro en realidad lo hacemos desde la idea que tenemos del “deber ser” (discurso normativizante); por tanto, “esto constituye una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real. Es necesario señalar que existen otras discrepancias entre estos dos tipos de identidades sociales; por ejemplo, la que nos mueve a reclasificar a un individuo ubicado previamente en una categoría socialmente prevista, para colocarlo en otra categoría diferente aunque igualmente prevista, o bien la que nos mueve a mejorar nuestra estimación del individuo. […] Un atributo que estigmatiza a un tipo poseedor puede confirmar la normalidad de otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí mismo. […] Un estigma es, pues, realmente, una clase especial de relación entre atributo y estereotipo”16, porque lo que hemos hecho desde el discurso de la normatividad es hacer estereotipos de aquellos que colocamos en el lugar de la marginalidad. Goffman dice que hay tres tipos de estigmas: lo abominable del defecto físico, los defectos y pasiones del carácter, la raza y religión; se crean identidades sociales donde el sujeto asume atributos, características y discapacidades que conforman un Yo de una identidad establecida por el discurso que los pone en el lugar de la marginalidad. “En nuestro discurso cotidiano utilizamos como fuente de metáforas e imágenes términos específicamente referidos al estigma, tales como inválido, bastardo y tarado, sin acordarnos, por lo general, de su significado real”17, pues al parecer, estos significantes toman un valor absoluto. “Podemos ya señalar 15
Goffman, E. (2010). Estigma… op. cit., p. 14. Ibíd., pp. 14, 15 y 16. 17 Ibíd., pp. 17.. 16
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el rasgo central que caracteriza la situación vital del individuo estigmatizado. Está referido a lo que a menudo, aunque vagamente, se denomina «aceptación». Las personas que tienen trato con él no logran brindarle el respeto y la consideración que los aspectos no contaminados de su identidad social habían hecho prever y que él había previsto recibir; se hace eco del rechazo cuando descubre que algunos de sus atributos los justifica”18. Bajo este análisis, tendremos que reconocer que la mayoría de los casos de los sujetos discapacitados son efecto de un decir familiar o social, más allá de su etiología orgánica; pongamos por ejemplo, el efecto del estigma familiar que hace la diferencia entre dos casos que recibí en la clínica: Sebastián y Memito. La madre de Sebastián me preguntaba sobre la causa de que su hijo no contara con las mismas capacidades que Memito, dado que la edad y el problema orgánico (Trisomía 21 síndrome de Down) eran los mismos. Memito sabía leer, corría, brincaba, montaba bicicleta, podía defender sus cosas y su articulación verbal era bastante clara; en cambio, Sebastián era bastante deficiente con respecto a estas habilidades. La interrogante de la madre me llevó a revisar cuidadosamente la historia de cada uno de ellos. Sebastián era hijo único, de padres mayores de edad que en el momento en que recibieron el diagnóstico se dedicaron a darle atención especial, pues la terrible desgracia que ellos tenían era que su hijo no era normal y éste, desde el principio, fue sometido a estimulación temprana, fue tratado de esa manera a lo largo de toda su vida. En cambio, Memito era un hijo intermedio de una familia de 7 hijos en dónde el niño participaba en las relaciones de juego y actividades de los hermanos, además, éstos lo incluyeron en la pandilla de la colonia; la madre, que había enviado a todos sus hijos a la misma escuela, habló con el maestro y de manera clandestina ingresaron al niño en su clase con la libertad de que entrara y saliera cuando él quisiera; Memito no estaba diagnosticado como anormal sino como uno más de los miembros de la familia y aunque era más lento en la adquisición de algunas habilidades, los hermanos le exigían un funcionamiento semejante al de ellos: en una ocasión, uno de los hermanos le dice “ya ves, te descalabraron los de la otra pandilla por pendejo, ¡te 18
Ibíd., pp. 21.
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debes poner abusado!”. Cuando Memito llega llorando a casa dice la mamá: “les he dicho que no se sigan peleando con los otros, a ver, ven para acá para curarte esa rajada que te hicieron en la cabeza”. Vemos como la diferencia de trato está marcada desde una idea previa que cada una de las familias tiene con respecto al significante Down; en el caso de la familia de Memito parece desconocerse el estigma.“La identidad social y personal forman parte, ante todo, de las expectativas y definiciones que tienen otras personas respecto del individuo cuya identidad se cuestiona”19, por ello, el valor del término de discapacidad se encuentra en la nno correspondencia con una discursividad establecida; es decir, si el
funcionamiento de un sujeto no da
respuesta a eso que le está exigiendo el discurso, una “normalidad”, entonces tendríamos que ponerlo fuera de los valores establecidos por la sociedad y, por tanto, marginarlo. Tratemos ahora de ver cuál es la relación que se establece entre estigma y mito.
Mito, soporte de la realidad
El mito, que es uno de los elementos sociales que articulan el comportamiento humano y del cual Levi Strauss hace un estudio muy claro acerca de la función del mismo en la sociedad, nos devela que éste tiene una función de regulación del comportamiento humano. En el caso de la ceguera, al ser considerada una discapacidad, una deficiencia, en síntesis, una incapacidad de algo de lo que todos son capaces (ver), el sujeto ciego tendría que ser excluido del orden escolar, laboral, etc., pero ¿ esto ocurre por efectos de un mito? No precisamente, se trata de una marca de exclusión social y que excluye al sujeto, se trata de un estigma social actual que no se discute pero que puede ser sostenido desde la construcción de un mito anterior que pudiéramos localizar a partir de la época judeo-cristiana, donde los ciegos purgan una pena por un mal comportamiento con Dios. Este valle de lágrimas es el purgatorio (ceguera) que por tal expiación alcanzará el cielo. Dios 19
Ibíd., pp. 135.
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dice: “cuídate de los buenos, que los malos yo te los marcaré”. La ceguera es una marca, una penitencia que el ciego tiene que vivir con pena; sin embargo, el mito genera realidades contrarias, por ejemplo, los griegos colocaban a los ciegos en otro lugar, como veremos más adelante. Por ahora, detengámonos a revisar el efecto del mito sobre el comportamiento social de un grupo que pertenece a un sistema de creencias particulares. El mito de la llorona tiene que ver con un valor que establece un comportamiento social, a diferencia de una creencia popular de que los mitos son mentira. Toda sociedad se encuentra articulada por mitos, el mito de la llorona habla de una cortesana que ha tenido hijos y para continuar siéndolo, en aquella época colonial, tenía que deshacerse de ellos (recordemos, no había métodos anticonceptivos), lo cual, a su muerte, la lleva a una penitencia eterna por cometer un pecado mortal: el filicidio. Recordemos que éste, junto al parricidio y el incesto son los pecados más graves, por lo que quedan prohibidos. En el mito de la Llorona se establece una regularidad en el comportamiento de los seres humanos, una discursividad: las madres deben querer a sus hijos, de no ser así serán castigadas por Dios; así, a partir de cierta normatividad establecida, en principio por un mito, se instituye una realidad, una verdad. Los mitos griegos nos revelan que también se constituyen realidades diversas de las actuales, por ejemplo, abren los conceptos que permiten vivir en la diferencia; en el caso de otro mito, el de Tiresias, se coloca a un sujeto ciego en un lugar simbólico, no marginado, no coagulado, él puede hacer el desciframiento de los enigmas pues al decir la verdad acerca del goce de la sexualidad femenina, fue premiado con la sabiduría por Zeus cuando Hera lo encegueció por haber develado ese secreto de la mujer en la disputa que ella tenía con el gran dios; el ciego es el sabio que puede vivir en el proceso de lo simbólico y pudo aclarar el enigma de la esfinge que había causado la tragedia de Tebas, esa tragedia en la que Edipo se veía involucrado. Es así como los ciegos griegos tenían un lugar de saber a partir del discurso social, de manera que el mito establecía su lugar, sin estigma, dentro de la sociedad; veamos el ejemplo de Homero que siendo ciego escribe La Ilíada y La Odisea con toda una representación policromática de
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imágenes y de hechos que nos evidencian el reconocimiento de una otra mirada. Es decir, el ciego Homero no está enceguecido. De la misma manera, en la cultura del Anáhuac, los ciegos tenían un lugar que la sociedad les otorgaba como los archivos orales de la tradición y la historia del pueblo. Aquí las relaciones de éstos con los otros miembros de la comunidad se articulaban bajo esa lógica y convertían sus posibilidades en una verdad; lo que era un mito se convierte en una realidad, pues ellos sabían la historia del pueblo. En el mito está articulada la credibilidad, y es que en la vida humana se trata de una credibilidad no de una realidad estricta, fáctica, sino de una verdad simbólica. Levi-Strauss en su texto La eficacia simbólica,20 nos dice que en una localidad de Panamá (América Central) en donde el shaman es llamado porque una mujer tiene dificultad en el parto y la curandera ha resultado incapaz de resolver el asunto, éste plantea que se trata de un conflicto con los demonios blancos — éstos son lo opuesto a su comunidad e intentan la proliferación de la tribu— y empieza a danzar, pidiéndole a la mujer que contribuya con una danza interior para ayudar al niño, finalmente el resultado
es que el niño nace. La eficacia
estuvo en el campo conceptual previo que, aunque no es el nuestro, es igualmente su verdad y su realidad, pues, la realidad no es LA VERDAD dado que vivimos en el campo de lo simbólico, es a partir de ello que creamos los lugares de los sujetos o las enfermedades y por tanto, las realidades. La experiencia nos muestra que el mito puede ser relativizado, sin duda podemos reconocer sujetos diagnosticados como discapacitados que han podido liberarse de las ataduras discursivas del mito y del estigma que los define y que nos han mostrado su inclusión y precisamente por su diferencia y no por su normalidad en las instituciones. El término discapacidad ha podido ser disuelto en algunos casos aislados en capacidad para su funcionamiento en diversas esferas de la vida, tales como: la escolar, donde podemos encontrar sujetos ciegos, Down o paralíticos cerebrales participando y compitiendo al mismo nivel que sus compañeros, aunque hasta ahora, de manera clandestina, sin que su incursión en estas instituciones implique educación especial; la social, donde las relaciones no 20
Levi-Strauss, C. (1968). “La eficacia simbólica”. En: Antropología estructural. Buenos Aires: Eudeba, pp.168-185.
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han sido grupalizadas con sujetos signados con el mismo significante, sino que participan de actos civiles y sociales con sus compañeros “normales”; la laboral, donde algunos sujetos han podido incorporarse subrepticiamente en las filas de la producción. Comentaré una anécdota que viene al caso: en alguna ocasión se acercó a saludarme un joven,, no lo reconocí en principio y al preguntarle quién era, me contestó que si me acordaba de Memito, evidentemente era el niño Down que mencioné en el capítulo anterior, ahora era un muchacho bastante crecido que me presentaba a su novia y me decía que trabajaba en una paletería porque pensaba casarse con ella. A partir de todo esto, queda relativizado
el valor de verdad de la
incapacidad, mejor dicho, de la discapacidad y transfiere el significante a sentidos diferentes; el ciego puede hacer una carrera, el Down puede participar en la producción y llevar a cabo una vida civil. Es evidente que estas muestras nos permiten reconocer que los discursos mitificados y estigmatizantes pueden ser removidos de la dominación discursiva y, por tanto, de una marginalidad que por el hecho de haber roto con el estigma y los órdenes mitificantes del discurso, nos permite avizorar horizontes donde todos los sujetos pertenezcamos al orden de la humanidad en sus diferencias. No obstante, la fuerza del mito y, quizá más por el estigma generado a partir del mismo, la sociedad insiste en hacer reconocer como verdad aquello que por la vía de los hechos mostrase lo opuesto de lo que ha significado. Es notable observar cómo la sociedad se resiste en la desarticulación de un discurso estereotipado. Dos pasajes que lo evidencian: ante la presencia de un ciego que detenta un puesto de dirección pública, los subordinados se preguntan ¿cómo es posible que él tenga ese puesto si no ve?, y el segundo ejemplo, un sujeto ciego acompañado de su pareja vidente solicita en el teatro a uno de los espectadores su amabilidad para recorrerse un asiento y con ello poder ver la obra teatral juntos, pues es por medio de la narración de ella que el primero puede complementar su apreciación, a lo cual el espectador responde airado, ¡es el colmo que un ciego venga al teatro! Como vemos, aún ante los hechos que evidencian la posibilidad de cambio, la resistencia de reconocer una significación distinta de la coagulada
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por el estigma se hace patente, reinsistiendo en colocar las cosas en el status quo, es decir, éstas no deben ni tienen por qué cambiar. En la medida que utilizamos el lenguaje convertimos algo en realidad y transformamos al discapacitado en un inválido, este sujeto queda excluido a partir de una discursividad y no precisamente de un real; la sociedad por lo simbólico establece y amplía esa discapacidad a otras partes del cuerpo por el estigma. Es decir, el cuerpo es tocado por el significante y algunas de sus áreas se vuelven incapaces porque se hacen congruentes con las definiciones de los otros o de la historia que le han construido. Freud teoriza, a través de sus casos de histéricas, sobre los mecanismos psíquicos que son responsables de las afectaciones del cuerpo; nos muestra la sobresimbolización que se lleva a cabo en sus cuerpos, convirtiendo en realidad aquel significante que a partir de una historia se deposita en alguna parte de éstos21. Freud es el primero que aborda
este asunto, la
histeria es precisamente una enfermedad de lo simbólico; él dice que la histérica es una mujer enferma por sobresimbolización22, generalmente en lo sexual; la histérica puede elevar al estatuto de órgano sexual su mirada, su brazo o su pierna, por ejemplo: hay ciegas y paralíticas histéricas no por algo fisiológico sino histórico, es decir, un discurso construido por sus relaciones interlinguísticas con los otros; como Freud nos enseña, son representaciones simbólicas depositadas en el cuerpo; lo que ha sucedido es que los órganos se
erotizaron ante un
proceso de desplazamiento simbólico, de manera que los seres humanos nos enfermamos simbólicamente. La madre de un niño ciego me decía: “Ricardo no puede bajar las escaleras porque como no ve se puede caer y lo tengo que ayudar, también tengo que vestirlo, porque si no se pone la ropa al revés. Cuando come tengo que darle en la boca, porque si lo dejo me hace un batidero, no ve dónde está la sopa” Como podemos apreciar en este ejemplo, el discurso materno ha enceguecido no sólo los ojos del niño sino las piernas, los brazos, la cinestesia y el sentido de la orientación; el significante ceguera-inválido se instaló en el resto
21
Freud, S. (1981 [1896]). “La etiología de la histeria”. En: Obras completas. Vol. III. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 185-218. 22 Freud, S. (1978 [1893-1895]). “Historiales clínicos”. En: Obras completas. Vol. II. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 151-194.
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del cuerpo bajo el mismo mecanismo que Freud nos explica con sus histéricas. Por tanto, el sujeto ha sido estigmatizado y él ha asumido ese lugar de “discapacidad”.
La diferencia es normalidad
Hemos
visto
cómo
los
sujetos
quedan
entretejidos
por
los
discursos
institucionales, en donde lo real no tiene valor de existencia, sino que es el significante, el amo, que da el estatuto de realidad; por supuesto, símbolo que ante la particular discapacidad ninguna explicación ni definición es necesaria. El significante obtiene autonomía y no requiere combinatoria con otros significantes para establecer una significación y, de manera coagulada, el sujeto no es otra cosa que ese significante: discapacitado; no importan las herramientas o la instrumentación utilizadas, ni los cambios de geografía, tampoco las incorporaciones de los sujetos a las escuelas regulares para librarlos de la marginalidad, mientras los sujetos sigan siendo marcados por significantes diferenciales de la normalidad. Estamos convencidos de que la realidad está construida de palabrassignificantes, y es a partir de los discursos institucionales que señalan a los sujetos, que quedan atrapados no entre los muros de la educación especial, sino entre algo que es aún más férreo: las redes significantes que los constituyen23. De esta forma, nos podemos dar cuenta que las cadenas que lo sujetan no son externas sino propias, constitutivas, intersubjetivas, formadas por los discursos del Otro: es el síntoma de la cultura. No pretendemos negar que los daños orgánicos reales se marcan como fractura en el cuerpo del sujeto, como corte que agujera, por ejemplo: una trisomía 21, la ceguera, la parálisis cerebral, etc., que de acuerdo al cuerpo simbólico del normal a éstos les falta algo. Sin embargo, no es la falta lo que provoca su mayor desintegración de los grupos regulares, sino la exacerbación del daño por la idea simbólica de completud de los otros; es decir, la manera en que se deposita el significante.
23
Flores, A. (1999). “El sujeto atrapado entre las redes de una dictadura significante”. En: Jacobo, Z.; Yrízar, H; et. al. El sujeto y su odisea. Ciudad de México: UNAM-ENEP Iztacala, pp. 83-96.
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La estructuración psicológica no depende del cuerpo sino de la simbolización que en él opere. No todos los Down, que tienen la misma etiología, presentan las mismas incapacidades; hay sujetos que no tienen marcas en el cuerpo, pero muestran mayores incapacidades que algunos de éstos. En palabras de Jerusalinsky: "…si el desarrollo depende de un proceso madurativo, la constitución no depende para nada de él; es más, este proceso le hace límites a ese sujeto, pero no lo condiciona, no lo determina. Ciertamente para que un sujeto se constituya no es necesario esperar que un niño camine o maneje habilidosamente la prehensión"24. Si reconocemos que vivimos en un mundo construido por el lenguaje y que estamos sometidos a la estructura del significante, entonces lo real (órgano, cuerpo, lesión, etc.), a lo que apelamos frecuentemente con los significantes, está muy distante del mundo simbólico que hemos construido. Con este entorno, la alternativa que queremos proponer se dirige a que la diferencia la encontramos aún en los denominados “grupos normales”. En todos los grupos sociales, no sólo en los escolares, están las marcas diferenciales entre unos y otros, y en algunas ocasiones, un sujeto es expulsado del grupo porque algún diagnóstico o significante, ya sea institucional o de grupo, ha caído sobre él, quedando así excluido y engrosando las filas de la marginalidad. Esto nos muestra la movilidad del significante en la medida que al objeto que ha sido aplicado no siempre se conserva, ya que los ahora determinados como normales pueden ser anormales; así, también un sujeto con ciertas características de anormalidad, definido como tal, puede funcionar en una aparente normalidad. Por tanto, si estas diferencias no son de lo real sino de la significación que hayamos depositado en ellas, estamos hablando de que los diagnósticos y significaciones son los abrevaderos de lo imaginario que intentan sostener la idea de la igualdad de los sujetos en el campo de la normalidad; obligado es construir la diferencia para que marque y delimite mi pertenencia al ser supremo de la tierra: el hombre. Es el pensamiento psicoanalítico el que ha roto la ilusión de que el ser humano es igual entre sí o de que el sujeto tenga la completud de su normalidad; incluso se opone al concepto de individuo puesto que desde las concepciones 24
Jerusalinsky, A. (1986). Psicoanálisis en problemas de desarrollo infantil. Una clínica transdisciplinaria. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, p. 52.
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psicológicas-filosóficas se ha intentado definirlo en un lugar de indivisibilidad. Desde la mirada psicoanalítica, Freud ha sido muy enfático, la división del sujeto no solamente está dada en dos instancias (consciente-inconsciente) sino en una mayor fragmentación que nos habla de un desconocimiento del sujeto sobre su propia voluntad. "Lo inconsciente es lo verdaderamente, es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales"25. El sujeto en su propia alteridad es diferente a sí mismo, somos efecto de una Otredad, de lo desconocido y que tampoco podemos someter por nuestra voluntad o por razonamiento alguno. Es más, dice Lacan: "Un sujeto que no habla sino que es 'hablado', uno que no es 'ahora ya' sino que 'habrá sido'…"26. Por tanto, somos eso, la convergencia de otros discursos que desconocemos y que nos pulsiona a hacer y ser lo que nosotros no sabemos que somos, lo que dijo el Otro —la familia, la sociedad, la escuela. Freud nos dice en Psicología de las Masas y Análisis del Yo27, que el sujeto es nada menos que la conformación de una multitud de otros sujetos y de ese modo, somos constituidos por grupos, empezando por el familiar. Si finalmente asumimos que estamos constituidos por otros —el Otro de Lacan— por los discursos institucionales que nos convergen y encadenan y que al mismo tiempo estamos divididos y somos desconocidos para nosotros mismos, y nada menos que por el efecto del lenguaje, entonces tendremos que dejar de pensar en el sujeto de la unidad y mucho más de la igualdad. Si el sujeto es diferente a sí mismo, podemos decir que la diferencia entre los sujetos es constitucional. La educación, y la sociedad en general, ha intentado sostener de manera fallida el ideal humano de ser iguales a través de mecanismos conceptuales que se afanan en definirlo y delimitarlo.
25
Freud, S. (1979 [1900]). “La interpretación de los sueños (segunda parte)”. En: Obras completas. Vol. V. Buenos Aires: Amorrortu, p. 600. 26 Lacan, J. (1980). Escritos II. Ciudad de México: Siglo XXI, p. 787. 27 Freud, S. (1979 [1921]). “Psicología de las masas y análisis del yo”. En: Obras completas. Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu, p. 63-136.
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Por lo mismo, establezcamos ahora, verdaderamente, una revolución conceptual que no nos lleve a seguir creando mecanismos artificiosos que deslizan el término de la integración, que de fondo sostiene una ilusión de igualdad, sino que posibilite un conocimiento amplio de la diferencia, que precisamente nos defina como sujetos de lo humano, quizá de lo suficientemente humano. Consideramos que el error está en los mismos minusválidos, atípicos, discapacitados, que han luchado por borrar las diferencias, intentado ser vistos como iguales a los normales, lo que nos parece apunta a la dirección inversa pues el resultado ha sido que en lugar de borrarse, se acentúa. Trabajemos en el sentido del reconocimiento de la diferencia; el ser humano no puede ser aprehendido en legalidades genéricas sino en la singularidad de su historia. No tratemos de integrarlo, pues es colocarlo necesariamente fuera de; eliminemos los términos de discapacidad e integración. Dicho de otra manera, fomentemos sus potencialidades no a partir del discurso institucional que generaliza, sino del discurso propio del sujeto, del discurso de la subjetividad, decoagulemos los discursos diagnósticos y clasificatorios para abrir las cadenas discursivas institucionales hacia un rescate del sujeto, más que de la homogeneidad. Hagamos correlativo el término de diferencia al de normalidad, al señalar normalidad es la diferencia. Esto significa también reconocer las diferencias entre instituciones, en este caso nos referimos particularmente a las escolares, que son también distintas entre sí ya sea por el lugar donde se ubican (geográfico, social o cultural) o por los miembros que la constituyen. Proponemos que cada una de estas instituciones establezca sus relaciones con los sujetos en sus diferencias, para encontrar en el seno de su propia lógica, los mecanismos que hagan emerger nuevas realidades institucionales. Lacan ha dicho que "un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante"28, por tanto, debemos reconocer que el sujeto es un significante, una fórmula taxativa que nos lleva a decir que no somos otra cosa que un efecto de las leyes del lenguaje, del uso y del abuso de las cadenas discursivas compuestas de significante, que “el significado no es lo que se escucha, lo que se escucha es el significante”29; significantes intercambiables y 28
Lacan, J. (2008). “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo insconciente freudiano”. En: Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 799. 29 Lacan, J. (2008). “El seminario sobre La carta robada”. En: Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 19.
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que en su combinatoria producen significaciones que a veces parecen reales; de manera más apropiada diremos que son realidades que se construyen desde esas significaciones.
La diferencia con lo real estriba en que los animales no cambian de lugar ni de destino, pero en el caso de los deficientes, su lugar y destino son extraordinariamente móviles, en tanto que las cadenas significantes han sufrido combinatorias diversas en los diferentes discursos culturales y momentos de la humanidad. Así, las marcas simbólicas, en los que ahora podríamos reconocer como “discapacitados”, afectan diferencialmente, puesto que mientras los griegos matabanen los Taigetos, los egipcios los endiosaban; en otro momento, la iglesia católica de la Edad Media los maldecía, para los luteranos significaban una encarnación del demonio, para las teorías nazis, en tiempos más cercanos, eran sólo razas inferiores. Así, han sido significados de múltiples maneras por efecto de la significación discursiva. Por lo mismo, aprovechemos esta movilización para aceptar que la diferencia es consustancial al sujeto. Entonces, pronemos pensar que si nosotros reconocemos la diferencia, pero la diferencia de todos, podemos coexistir en ella, ya que no encontraremos dos sujetos iguales y si los encontramos sería estrictamente en la locura (La folie a deux); asumir la diferencia es precisamente como decía Freud, asumir nuestra castración, el temor de la diferencia que precisamente rechaza o desconoce que en todos los seres siempre hay algo que falta, que no tenemos todo lo que tiene el otro, puesto que uno es capaz para una cosa y el otro para otra; no todos son deportistas, no todos son intelectuales, no todos son líderes.
Conclusión
La discriminación y la marginalidad que ha sido evidente sobre todo en los ámbitos educativos, es extensiva a la esfera laboral, ahí mismo el significante discapacitado que ha sido establecido por el estigma familiar y el mito social, ha colocado a los sujetos depositarios de estos estigmas también fuera del campo productivo, marginándolos de una participación en dicho rubro y convirtiéndolos en un peso
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social y económico que, en aras de sostener un imaginario de normalidad, la sociedad carga a fin de no mezclarse y confundirse con los “anormales”. Es evidente que la política de integración ha mostrado su fracaso en la medida en que este concepto tiene como sentido
borrar la diferencia a partir de la creación de
habilidades, aparatos protésicos, cirugías y sistemas de rehabilitación que tratan de alcanzar el lugar de la normalidad ideal que intenta convertirlos en iguales (iguales oportunidades, iguales condiciones, iguales en las funciones, iguales en las capacidades); un imaginario social obviamente imposible, que ha generado sólo la frustración de los miembros de dichos grupos segregados. Asumamos por un momento este lugar del diferente de la normalidad llamado discapacitado, que a partir del estigma que lleva como marca de la inferioridad vive angustiosamente los procesos de habilitación, reeducación, cirugía o implantes protésicos y que en su fracaso de ser normal, aún con todos los cambios alcanzados, se encuentra con la decepción de que no hay completud posible. Al respecto dice Goffman: “Dado que en nuestra sociedad el individuo estigmatizado adquiere estándares de identidad que aplica a sí mismo, a pesar de no poder adaptarse a ellos, es inevitable que sienta cierta ambivalencia respecto de su yo”30 La angustia que la humanidad tiene de reconocer la castración, es decir, la diferencia de sus semejantes, nos ha llevado a crear imaginarios de una normalidad o igualdad inexistentes; así, lo que han hecho los Estados es tratar de sostener la premisa de la integración con sistemas de protección, en la medida en que se piensa que estos sujetos discapacitados deben tener las mismas oportunidades en tanto una igualdad de funcionamiento del sector normal, y ahí precisamente se subraya la dis-capacidad, porque aunque creemos formas y mecanismos en la adquisición de recursos para el apoyo de los sectores de discapacitados en actividades educativas, deportivas y laborales, siguen siendo deficientes; incluso ahora se establecen Olimpiadas que no dejan de ser marginales pues evidencian de manera notable la incapacidad del Estado de incluir a los sujetos en sus diferentes sistemas por sus diferencias; no es posible suponer que aún dentro de la “normalidad” encontraremos una igualdad entre los sujetos, pues de ninguna manera podemos sostener que los 30
Goffman, E. (2010). Estigma… Op.cit., p. 136.
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sujetos que se incluyen en este sector podrían ser capaces para todo, aunque el funcionamiento de todos los órganos esté en buenas condiciones y las percepciones sean funcionales; existen sujetos incapaces de someterse a un proceso educativo de larga duración, constituir una familia o simplemente de sostener una actividad laboral en un sistema productivo. Se trata entonces de un engaño social, no hay igualdad, es un imaginario que nos mantiene atados para reconocer las diferencias que podrían ser más aprovechables al ser reconocidas para el beneficio del sujeto y para el grupo social al que pertenece. Es precisamente ahora el momento de reflexionar y
de recomponer los
discursos que generan la marginalidad; no se trata de una reforma en las reglas y normas de la política educativa y laboral sino que proponemos algo más allá: el cambio de un discurso social que reconozca el lugar de la diferencia, lo que se convertiría, como dijimos anteriormente, en la “normalidad” desde las instituciones que establecen la política de apoyo y regulación de las familias e instituciones escolares y sociales. Así, por ejemplo, se requiere de una política laboral que reconozca que la producción se compone de actividades y capacidades diversas para producir en una empresa en sus diferente áreas, privilegiar las habilidades y, por tanto, las potencialidades que son efectivamente necesarias y no sus discapacidades, en donde los requerimientos de funcionamiento estarían centrados en una particular función sensorial o motora, como podría ser en algunos departamentos donde sólo se requiere de lo verbal, de la vista, de la audición, de la habilidad motora,
o de la combinación de alguna de éstas de manera privilegiada.
No se trata de una igualdad de oportunidades sino de una diferenciación de las oportunidades. Esto no pretende ser una propuesta novedosa pues de alguna forma así ocurre en la actividad laboral de aquellos denominados “normales”, ahí encontraremos siempre un aspecto deficiente que queda eclipsado con el revestimiento de la normalidad, sólo se dedican a algunas cosas de las que sí son capaces, el resto no se nota. Proponemos un cambio de política discursiva, no sólo nacional sino mundial, a través de instituciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación (UNESCO), que así como pudo generar
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el desplazamiento del significante de minusvalía, pasando por el de atipicidad y hasta llegar al de discapacidad, que coordinadas con otras instituciones en el campo de la salud y lo económico, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL), puedan crear un discurso diferente que sustituya al que ha venido generándose a través de la historia (el discurso normalidad-anormalidad); un discurso que reconozca la diferencia de todos los seres humanos, ya que por el hecho de pertenecer a la comunidad lingüística somos efecto obligado de la influencia del significante y, por tanto, de historias diversas que nos constituyen como diferentes.
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