De ayer y de siempre
Cholito en busca
Cholito en busca del carbunclo te llevará a un mundo de magia y aventura.
Juegos y enigmas
Otras aventuras de Cholito: Cholito en los Andes mágicos Cholito tras las huellas de Lucero Cholito en la maravillosa Amazonía Cholito en la ciudad del río hablador Cholito y los dioses de Chavín
Ilustraciones de Fer
De ayer y de siempre
en busca del Carbunclo
El mundo que queremos
En esa búsqueda, nuestro amiguito tendrá que enfrentarse a seres maravillosos del imaginario andino como la uma pawán o cabeza voladora, el huaracuy u ollcaiwas, el amaru o los terribles pichana, entre otros.
C holito
le da un encargo difícil de cumplir: rescatar la piedra brillante que le ha sido despojada por el terrible demonio wakón, a quien Cholito tendrá que buscar por la zona de Huarochirí.
Óscar Colchado Lucio
Óscar Colchado Lucio
El dios Wiracocha se le aparece a Cholito y
SERIE CUENTACOSAS
del Carbunclo
Óscar Colchado Lucio ISBN: 978-603-4016-68-2
Av. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima 33, Perú. Teléfono (511) 313-4000 Fax (511) 313-4001 www.gruposantillana.com.pe
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I
Yo volvía a mi pueblo caminando rápido rápido por el camino de Tocanca, en la Cordillera Negra. En el cielo, las nubes estaban que lo oscurecían. Habría mangada, sin duda, y había que apurarse. Me acercaba a la laguna de Wirí cuando, de pronto, lo veo a la distancia, descansando sobre una peña situada en medio de las aguas: a un oscollo, un enorme gato montés que, curiosamente, llevaba en medio de la frente algo que despedía luz como del sol. «¿Qué cosa? —pensé—. ¿Qué nomás puede ser eso? ¿Diamante que dicen tal vez?». El oscollo me estaba mirando fijamente, sin moverse, como sorprendido de verme. En eso, como aprovechando de su distracción, veo a un cóndor que veloz se lanza desde lo alto sobre el animal posado en la roca y, cogiéndolo con sus aceradas garras, intenta levantarlo haciendo fuerza; mas el oscollo, reaccionando, logra zafarse y sobreviene una feroz batalla. El uno que quiere levantarlo, y el otro que, prendiéndose de su enemigo, busca lanzarlo al agua. Con lo que se llevateaban para acá y para allá, las aguas de la laguna se agitaban encrespadas. Ese mismo ratito, una tronazón se escuchó en los cielos y la lluvia no tardó en precipitarse a cántaros. Un rayo que casi lo atraviesa al cóndor lo hizo huir apuradamente, llevándose entre las garras esa piedra brillante que era del oscollo, quien, en su esfuerzo por evitarlo, había caído, ¡chaplún!, a las frías aguas de la laguna, desapareciendo por unos instantes. Asustado por lo que había visto, yo no acerté ni a moverme, a pesar de que la lluvia me seguía empapando. Ahí nomás emergió de las aguas, no el oscollo que vi caer, sino un anciano andrajoso que con su ropa chorreando agua salió a la orilla a duras penas. «¿Cómo? —me dije—, ¿y este hombre qué hace aquí?». Y antes que le preguntara nada, él más bien me habló: 9
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—¡Cholito! —dijo como alegrándose—, ¿no me reconoces? Sorprendido lo miré una y otra vez, hasta que por fin pronuncié alborozado: —¡Taita Wiracocha! ¿Tú? —Sí, hijo, yo mismo. ¡Pucha!, quién iba a pensar verlo al taita en esa situación. Recordé las varias veces que me había topado con él en los caminos de los Andes, en donde a veces me dio socorrencia cuando me hallaba en feos aprietos. Él siempre andaba afanado en comprobar qué pueblos eran pecadores para darles su castigo, sea con tormentas, desbordes de lagunas o huaycos. —¿Qué hacía ese oscollo en esa peña, taita, sabes? —Ese oscollo que has visto caer al agua, hijo, soy yo, ¿te imaginas? —¿Tú, taita? —Sí, yo mismo. Así me aparecí por primera vez en el Lago Titicaca cuando vine a crear el mundo. —¿Y por qué tenías esa piedra relumbrando en tu frente? —Ese es el carbunclo, hijo, un pedacito de sol, que yo luzco a veces, como una muestra del poder que aún tengo en el mundo. —¿Y por qué te atacó el cóndor?, ¿se puede saber? —El cóndor que has visto y que se ha llevado mi piedra brillante, no es otro que mi terrible enemigo el wakón, demonio que quiere destruirme para apoderarse de la tierra. Él fue el dios del fuego en tiempos antiguos y ahora es sólo de la oscuridad. Pretende revivir su poder valiéndose del carbunclo. Tienes que ayudarme a recuperarlo, hijo, sin él, yo pierdo mis fuerzas y, lo que es peor, no tengo ya ningún dominio sobre la tierra. Caray, era un fuerte compromiso para mí. En mi pueblo mi madre y mis hermanitos estarían esperando mi retorno con ansias luego de larga ausencia. Pero tratándose del taita, el dios creador de los runas, ¿cómo podía negarme? 10
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—Está bien, taita —le dije—, ¿y a dónde debo ir a buscarlo? —Hacia el sur, hijo: Por las montañas de Canta, Huarochirí, Yauyos y quizás por Huancayo; por esos lugares tiene su morada. Cogí mi alforjita en la que llevaba mi fiambre y en la dirección que me señaló el taita me encaminé, dejándolo descansando en una cueva.
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El presagio de la llama 1
Yo soy el antiguo dios Pariacaca, el que nació de cinco huevos en Condorcoto, un lugar de la Cordillera de los Andes sobre la que se asientan los pueblos de Canta, Huarochirí y Yauyos, entre otros. Fui yo el que cuando Cholito llegó a estos lugares en busca del carbunclo que el dios Wiracocha le había ordenado rescatar, le conté varias historias de dioses y hombres en las que yo mismo fui protagonista muchas veces, y que voy a relatarles en seguida a quienes las quieran escuchar. Empezaré por «El presagio de la llama». Sí, dicen que en tiempos muy antiguos, un hombre había dejado su llama en un lugar donde comiera pasto bueno y abundante. Sin embargo, el animal sólo arrancaba una que otra hierbita con mucho desgano, como si no tuviera hambre o se hallara inquieto por algo. El hombre, amargo porque ya quería irse, le gritó asomándose: —¡Come, so muerma! ¿Hasta cuándo voy a esperar? Entonces la llama, reaccionando de fea manera, le dijo: —¡Calla, imbécil! ¿No ves que el mar se va a salir? Al oír eso, el hombre se asustó. —¿De veras? —le preguntó—, ¿y cuándo? —Dentro de cinco días. ¡Pucha!, el hombre, asustado, cargó él mismo sus cosas sin dejar de consultarle. —¿Y adónde iremos? —A Huilcacoto —dijo la llama—. Sólo allí podremos salvarnos. Huilcacoto era un cerro muy alto y allí se dirigieron. Mas cuando llegaron, muchos animales lo copaban ya hasta la punta. A las justas hallaron ellos un sitiecito. Cuando el mar se desbordó, murió toda la gente de la tierra. Sólo el hombre de la llama se salvó. Y a partir de él se multiplicaron los seres humanos en el mundo. 1 Este relato y los demás que aparecen en cursivas dentro de esta historia son una adaptación para niños y jóvenes del manuscrito quechua de Huarochirí, recogido en el siglo XVII por Francisco de Ávila.
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II
El wakón tiene su reino abajo, en el interior de la tierra —me contó un arriero que encontré en el camino—. Allí goza de abundantes riquezas minerales. Es dueño también de caballos, mulas, vacas. Sus caballos andan muy bien herrados. El pobre taita Wiracocha sólo anda con sus delgadas, viejas, ojotas. Un día, se cayó el herraje de uno de los animales del wakón. Pasó por allí Wiracocha y lo pisó. Se hizo daño. Pero cosa curiosa: en vez de brotar sangre de la herida, brotó fuego. Eso lo alivió al taita; pues como estaba hambriento, se preparó un buen desayuno y el resto del fuego se lo llevó con él. Enterado de que el taita no se hallaba muy lejos, el wakón decidió salir en su persecución. Para tener fuego disponible, cargó candela en sus mulas, las que, al sentir el ardor de la misma, gritaron «¡Ay!, ¡ay!…». Asustado, el wakón la apagó como pudo; sin poder evitar que las pobres mulas quedaran llagadas. Desde entonces, los caballos y las mulas padecen de ulceraciones. El pobre taita Wiracocha andaba siempre hambriento. Un día de tanto no tener qué comer lamió unas piedras que encontró en el camino y, en el acto, estas se transformaron en deliciosas papas, ollucos y ocas que él coció con el fuego que llevaba. Wakón odiaba al pobre viejo y siempre estaba atrás, atrás, persiguiéndolo para hacerle daño. En su huida, Wiracocha hizo germinar los granos del maíz, del trigo, la cebada, toda clase de granos. Pero como se enteró que el wakón lo perseguía para matarlo, se escondió en la panza de un burro. Cuando el wakón preguntó al burro: «¿Has visto a un viejito haraposo pasar por aquí?»; el animal le respondió: «Sí, pasó sembrando esa quinua que ves». El wakón miró la quinua ondeando al 15
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viento, ya a punto de cosecharse, y entonces pensó: «El viejo debe estar lejos». Pero algo le hizo sospechar que el burro mentía. A un ciego que pasaba por allí, llamado José, le ordenó que matara al burro y le abriera la panza. Cuando el ciego cortaba la barriga al burro, taita Wiracocha abrió los ojos a la luz y salió sin que lo vea el wakón, convirtiéndolo antes en cerdo al invidente. Desde entonces existen esos animales que aunque feos y sucios como aquel, son codiciados por el hombre. Creyendo que Wiracocha había muerto, los súbditos del wakón, seguidos de sapos, culebras y lagartos, salieron a festejar, saltando, bebiendo, dando gritos de alegría. El padre Wiracocha esperó pacientemente a que el wakón se durmiera borracho para escaparse. Sólo mucho tiempo después, cuando el taita Wiracocha descansaba en esa laguna donde lo encontré convertido en oscollo y con el carbunclo brillando en su frente, fue que el wakón, transformado en cóndor lo atacó y le quitó su poder. En busca del carbunclo iba yo ahora, sin saber aún qué destino tendría.
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La muerte del Sol
¿Saben? Una vez el Sol se murió. Cinco días duró la oscuridad. Todo fue un alboroto. Pensaron que se acabaría el mundo. No sólo la gente se desesperó, también los animales, los árboles y hasta las piedras. Dicen que las muchcas —esos morteros de piedra tosca que se usan para dar de beber a los animales— y también los batanes empezaron a comerse a la gente después de darles muerte golpeándoles. Las llamas, igualmente, las perseguían queriendo comérselas. Menos mal que todo pasó y volvió a la normalidad. La normalidad en esos tiempos era que los hombres regresaban a los cinco días de haber muerto, como ya contaré después.
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