INDICE
NUEVA DIMENSION PLASTICA OPINIONES DE DISTINGUIDOS PENSADORES EN TORNO A LA GENIAL LOCURA PRIMERA SALIDA DE SU TIERRA DESDE QUE SE ARMÓ CABALLERO HASTA SU SEGUNDA SALIDA LOS MOLINOS DE VIENTO DESDE EL VIZCAINO HASTA LA VENTA EL SALUTÍFERO BÁLSAMO CONTRA EL EJÉRCITO DEL EMPERADOR ALIFANFARÓN LUMBRES O ESTRELLAS TIENE EL MIEDO MUCHOS OJOS EL YELMO DE MAMBRINO EN SIERRA MORENA I EN LA VENTA DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS LA HISTORIA DEL CAUTIVO Y OTROS SUCESOS. Y LO METIERON EN UNA JAULA TERCERA SALIDA DE SU TIERRA RUMBO AL TOBOSO ANTE LA CARRETA DE LAS CORTES DE LA MUERTE EL CABALLERO DEL BOSQUE. EL CABALLERO DEL VERDE GABÁN Y LA AVENTURA DE LOS LEONES LAS BODAS DE QUITERIA LA CUEVA DE MONTESINOS EL PUEBLO DEL REBUZNO EL MONO Y LOS TITERES TAMBORES, PICA Y ARCABUCES POR EL RÍO EBRO EN EL CASTILLO DEL DUQUE Y LA DUQUESA (EL ENCUENTRO CON EL DUQUE Y LA DUQUESA) EL ENCANTAMIENTO DE DULCINEA LA CONDESA TRIFALDI Y CLAVILEÑO ADORNOS PARA EL ALMA Y PARA EL CUERPO RUMBO A BARATARIA Y EL CANTO DE ALTISIDORA JUICIOS Y SENTENCIAS DEL NUEVO GOBERNADOR DON QUIJOTE Y LOS GATOS ENCANTADOS MANJARES PARA EL GOBERNADOR AZOTES Y PELLIZCOS LA CARTA DE LA DUQUESA Y EL COLLAR DE PERLAS RESPUESTAS DE TERESA PANZA CARTEO ENTRE DON QUIJOTE Y EL GOBERNADOR SANCHO ABANDONA BARATARIA Y SE DESBARRANCA LA BATALLA NUNCA VISTA ENTRE DON QUIJOTE Y TOSILOS. CABALLEROS SANTOS, REDES Y TOROS EL NECIO Y VULGAR LIBRO DE AVELLANEDA ROQUE GUINART Y SUS BANDOLEROS DON ANTONIO MORENO Y LA CABEZA ENCANTADA LA IMPRENTA DEL MAL HUMOR EL VIRREY SALVA A LA MORISCA-CRISTIANA LA VICTORIA DEL CABALLERO DE LA BLANCA LUNA LOS CERDOS ATROPELLAN AL CABALLERO PASTOR CERVANTES PONE EN SU LUGAR AL DE AVELLANEDA DON ANTONIO QUIJANO ENTERRO SUS LOCURAS
NUEVA DIMENSIÓN PLÁSTICA “Yo pinto el Quijote, no lo ilustro”. Así de contundente la pintora y escultora Ana Queral, presenta un libro destinado a unir el conocimiento plástico actual con un nuevo oficio pictórico del futuro que permite a esta narradora del pincel la posibilidad de leer en más de doscientas pinturas, esculturas, tintas, dibujos, arte objeto y ambientaciones, la obra de Cervantes. La artista cubano-mexicana, nacionalizada española, se dedicó durante cinco años ininterrumpidos, cotidianamente en jornadas exhaustivas, a realizar este volumen, y cabalgó sobre los capítulos cervantinos para representar con sutil habilidad los pasajes y correrías, fantasiosas y reales, del hidalgo de La Triste Figura y del efímero gobernador de Barataria Sancho Panza. Descubre Queral una vena histórica para atraerse a eruditos y legos con el fin de que disfruten con sus escenas en movimiento, luminosas e imaginativas, pero con el rigor de no apartarse nunca del texto del más importante escritor en castellano de todos los tiempos. De la misma manera que hace centenas de años los trovadores e incipientes escenógrafos recorrían los pueblos, ventas y caminos de España para informar de los aconteceres de entonces, Ana se convierte hoy en adalid de los pintores de vanguardia para que la obra universal del Quijote se lea en una magnífica serie de pinturas originales y didácticas. La artista regala a la vista de quienes se introducen en sus pinturas y textos, una secuencia absolutamente distinta porque es un agasajo para los ojos y un deleite sin par. Ana llega a la conclusión que Cervantes era un hombre religioso, porque en toda su obra religa materia y espíritu. Si esto no fuera así, no hubiese detectado profundas verdades filosóficas entre líneas, y no sería una obra de tal trascendencia. El contenido intrínseco de sus pinturas recrea la mente, ameniza su comprensión y hace posible de manera fácil e inteligente la conjunción de dos bellas artes: la pintura y la literatura. Mueve la artista a sus personajes con trazos firmes y sui géneris creados para alentar a la reflexión más profunda de los textos originales. Las interrogantes que plantea tienen como fin que los acuciosos y eruditos analicen con mayor intensidad los episodios de esta obra maestra, luz y orgullo de las letras castellanas. ¿Cuál es la trascendencia de este volumen único en su estilo y singular en su concepción? Difícil sería responder adecuadamente en este breve introito, pero baste decir que el trabajo realizado por Ana, artista de siempre y para siempre, aterriza en un libro fecundo que conjuga dos preceptos básicos: arte y filosofía, elementos imprescindibles para reafirmar la conciliación entre el espíritu y la realidad. Todas las enseñanzas pedagógicas que logra la pintora en su libro respaldan una vida dedicada al arte. Ha sido merecedora de una amplia gama de reconocimientos nacionales e internacionales en Asia, América y Europa, dónde por sólo mencionar uno de los muchos galardones recibidos, obtuvo la medalla de oro “Lorenzo El Magnífico” en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo, que se concede todos los años en Florencia a los artistas más distinguidos del orbe. Reúne con su pincel a una centena de personajes que desfilan en el Quijote con la habilidad más exquisita y a la vez sencilla y expresiva para que, a través de ellos, se lea en sus pinturas la vida azarosa, alegre, perezosa, irónica y triste del Ingenioso Hidalgo. La inteligencia, el amor, el desamor, el rencor y la bondad, el honor y el cinismo que experimenta en su locura Alonso Quijano el Bueno en su tránsito por los caminos españoles, pueden verse calcados en cualquier pueblo, villorrio o estera iberoamericanos. En el momento en que se empieza a bucear en cada uno de los capítulos ambientados por Ana, los sentimientos y las miradas se confunden en un sortilegio de perplejidad y sorpresa que toca armoniosamente los hilos más sensibles de nuestra sociedad humanística. La gran dimensión de la obra figurativa de Ana Queral descubre un mundo nuevo y es ejemplo sin igual para los juglares de hoy; es resultado de las vivencias del hombre de todos los tiempos que se mira en un espejo artístico nunca antes visto en un libro pintado para leer en él el devenir de nuestra existencia.
Roque Santacruz
OPINIONES DE DISTINGUIDOS PENSADORES
El Quijote, como todas las supremas creaciones del espíritu humano, ha dado ocasión para hacer innumerables comentarios más o menos filosóficos sobre las ideas expuestas en esta trama inmortal. Muchos autores han visto en la obra de Cervantes matices distintos y aun contradictorios. Unos niegan su trascendencia, otros le atribuyen profundas significaciones filosóficas, y otros la consideran como un mero pasatiempo. Es curioso observar que han sido los extranjeros los primeros que han exaltado el concepto de que el Quijote es uno de los exponentes más altos y la síntesis mejor conseguida de los problemas que atormentan a la humanidad. Los españoles admiran esta novela y la consideran como un libro profundo y sincero. Anotaré algunos comentarios: “Cervantes…. En el tiempo en que floreció, y después casi hasta nuestra edad, hubo uno que otro que lo igualase en elevación y amenidad; mas que la aventajase, ninguno; en verso, no menos que en prosa fue de los más disertos. Don Quijote de la Mancha, festivísima invención de un héroe, nuevo Amadís a lo ridículo, agradó tanto, que oscureció todas las bellezas de las antiguas invenciones de esta clase, que por cierto no eran pocas”. Nicolás Antonio, padre de la bibliografía española. “Me encanta Don Quijote de la Mancha”. La Fontaine. “Puede concederse ingenio y buen sentido a los españoles, pero no los hay en sus libros. El único de todos ellos que es bueno es aquel que se ha burlado de todos los demás”. Motesquieu, 1700. “Las locuras que duran mucho divierten muy poco; es preciso escribir como Cervantes para hacer leer seis volúmenes de visiones”. Rousseeau, 1760. “Una verdad que no me parece bastante conocida es que el Don Quijote, además de su donaire, de su estilo cómico, está lleno de esa filosofía natural que, al ridiculizar preocupaciones quiméricas, respeta el fondo de sana moral que contengan”. John Bowle “He hallado en las novelas de Cervantes un verdadero tesoro de deleites y de enseñanzas”. Goethe, 1795. “No será demasiado afirmar que hasta ahora solo hay dos novelas, y son el Quijote de Cervantes, y el Wilhem Meister de Goethe”. Schelling. “En Don Quijote vemos una naturaleza noble en que la caballería se convierte en demencia, porque la extravagancia de aquella la hallamos colocada en medio del estado fijo y positivo de una realidad pintada exactamente según sus relaciones exteriores”. Hegel. “La novela de Cervantes, a pesar de su elevada excelencia interna, ha llegado a ser un peligroso y tentador ejemplo de imitación para las otras naciones. El Don Quijote, esta obra de invención única en su clase, ha dado origen a todo el género de la novela moderna y ha engendrado una cantidad de desgracias tentativas de elevar a la categoría de poesía la prosaica representación de la vida real entre los ingleses, franceses y alemanes”. Friederich von Schlegel. “La ironía seria del autor del Quijote es una especial cualidad de su genio a que algunos pocos se han acercado, pero que nadie ha podido alcanzar ni con mucho…”. Walter Scott. “Es la más triste de todas las historias, y es más triste porque nos causa risa; justo es su héroe, y todavía va en busca de justicia; dominar al malvado es su único propósito, y la lucha desigual, su recompensa; son sus virtudes las que le vuelven loco. Pero sus aventuras nos presentan escenas angustiosas…, y más angustiosa es todavía la gran moral que a cuantos saben pensar les produce esa genial historia épica”. Lord Byron, 1821. “¡Desgraciado de aquel que no ha tenido algunas de las ideas de Don Quijote y que no ha arrastrado los golpes y el ridículo para enderezar entuertos!” Próspero Marimée. “Cervantes, Shakespeare y Goethe forman el triunvirato de poetas que en los tres géneros de la poesía: el épico, el dramático y el lírico, han creado lo supremo”. Heine. “No se puede dar un paso en España sin hallar el recuerdo de Don Quijote; tan profundamente nacional es la obra de Cervantes y tan bien ambas figuras resumen por sí solas el carácter español: la exaltación caballeresca, el ánimo aventurero unidos a un gran sentido práctico y a una especie de bondad jovial llena de finura y de ironía”. Teófilo Gautier.
“La invención de Cervantes es tan magistral, que no hay adherencia estatuaria entre el hombre tipo y el cuadrúpedo complemento; el hablador, lo mismo que el caballero aventurero, forman un cuerpo con sus respectivas bestias, y tan difícil es demostrar a Sancho como a Don Quijote. El ideal existe en Cervantes como en Dante, pero escarnecido como cosa imposible. Beatriz se ha convertido en Dulcinea. El defecto de Cervantes sería que escarneciese el ideal; pero este defecto es solo aparente, porque, obsérvese bien, en esta sonrisa hay una lágrima. La gloria de Cervantes consiste en el advenimiento del buen sentido”. Víctor Hugo. Cervantes era poeta y solo poeta, ingenio lego, como en su tiempo se decía. Sus nociones científicas no podían ser otras que las de la sociedad en que vivía. Y, aún dentro de esto, no podía ser más peregrinas, las del menor número, sino las del número mayor, las ideas oficiales, digámoslo así, puesto que no había tenido tiempo ni afición para formarse otras”. Menéndez y Pelayo, 1905. “No existe en el arte español nada que sobrepuje al Quijote… Cuando Cervantes empieza a idear su obra, tiene dentro de sí un genio portentoso; pero fuera de él no hay más que figuras que se mueven como divinas intuiciones; después coge esas figuras y las arrea, pudiera decirse, hacia delante, como un arriero arrea a sus borricos, animándolos con frases desaliñadas de amor, mezcladas con palos equitativos y oportunos. No busquéis más artificio en el Quijote.” Ángel Ganivet. “Leamos las líneas y no las entrelíneas. Las obras de arte no son misterios solo accesibles a los iniciados. Al contrario, son expresiones de emociones comunes y corrientes. Procuremos ser aún algo más niños de lo que realmente somos.” Ramiro de Maeztu. “El mayor daño que se puede hacer al Quijote es seguir laborando sobre ese misticismo cervantista.” Azorín. “Para no ver en Don Quijote las sublimidades que vemos ahora, Cervantes fue uno de tantos hombres de su tiempo. En eso se parecen Cervantes y Colón: ambos murieron sin darse clara y cabal cuenta del valor de sus intenciones. Es tal y tan profunda la creación de Don Quijote, que no acertó a calar hasta su fondo su padre mismo”. Miguel Marín. De los pocos escritores y filósofos españoles que sobrepasa la visión superficial del Quijote fue Don Miguel de Unamuno, que creía ser un Don Quijote redivivo, y publicó en 1905 la conocida Vida de Don Quijote y Sancho, que en cierto modo es una verdadera autobiografía espiritual. Las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset, 1914, no son otra cosa que una serie de consideraciones sobre lo que él conceptúa desviación histórica de España a partir del reinado de Felipe II, y dice: “Cervantes aguarda sentado en los elíseos prados a que le nazca un nieto capaz de entenderle.” Bonilla y San Martín, en su ensayo Don Quijote y el pensamiento español, enmarca las ideas de Cervantes dentro de la filosofía de su época, y saca la conclusión de que si nuestro autor no fue un filósofo, al menos no estuvo ajeno a los problemas trascendentales de su edad, creando en Don Quijote el más alto símbolo de la Justicia. Para Eduardo Gómez de Baquero, 1920, las filosofías de los intérpretes modernos del Quijote no son del todo una arbitrariedad aunque no estuvieron en el pensamiento de Cervantes. Azaña insistió en querer buscar la conexión de la filosofía que encierra el Quijote con los problemas históricos de España (1934). Y Salvador de Madariaga en 1935 desmenuza los diversos aspectos del pensamiento de Cervantes, que pueden orientar la comprensión trascendental de la novela. Don Américo de Castro en su Pensamiento de Cervantes (1925) orienta mejor y más seriamente el problema de la filosofía que encierra el Quijote. Con criterio y exactitud científica, estudia detenidamente los diversos aspectos de las obras cervantinas, y en especial, claro está, de El Ingenioso Hidalgo, en relación con las directrices ideológicas de su época, sacando la conclusión de que Cervantes no fue ajeno a los angustiosos problemas del hombre del siglo XVI, y los asimiló como buen renacentista y erasmista. En conclusión creo que la lectura de Don Quijote de la Mancha es una experiencia personal. Cada quien lee, piensa y cree lo que puede y quiere. El que se alimenta de superficialidad, lo verá superfluo; quien ama la filosofía tenderá a buscarle mayores razones y leerá entre líneas. Pero una cosa es cierta: si Cervantes leía todos los papeles que caían en sus manos, era un hombre culto, sensible, inteligente y apto para ver objetivamente las circunstancias sociales, políticas y económicas de su época. Como poeta tenía la capacidad o el don de sintetizar grandes ideas en una frase; y como novelista tuvo la gran fortuna o desgracia, de estar encerrado en la cárcel, sin tener cosa alguna más que escribir o volverse loco como los demás. Pero escribió lo que se puede escribir dentro de aquel horroroso, confuso, enfermo, caótico, e injusto lugar. Sin duda le sirvió de catarsis, como terapia para poder sobrevivir física y mental y espiritualmente. El genio fue un co-creador con Dios y tenía tan clara su concepción de El que lo amó a través de El Quijote. También conoció al clero, representante legal en la Tierra al que personifica irónicamente con respeto. Por eso maneja magistralmente el sarcasmo, los amores y desamores, la soledad, la familia, las letras y las armas, la burla, la sensatez y la insensatez, lo superfluo y lo profundo, lo sagrado y lo profano. Entusiasmada doy gracias a Miguel de Cervantes porque con su libro disfruté apasionadamente todas y cada una de sus aventuras de sus sin igual personaje.
P R O L O G O
EN TORNO A LA GENIAL LOCURA Parece ser que Miguel de Cervantes Saavedra escribió su novela en 1602, a los cincuenta y cinco años. A pesar de que se sabe poco de su vida llena de amargas experiencias, enriquecí mi lectura al conocer los siguientes datos: Provenía de una familia económicamente estrecha y recibió una mediana formación académica. Sin embargo, su viva inteligencia y la afición incansable por la lectura, suplieron con creces la poca solidez de sus estudios. A los veintiún años comenzó a escribir y colaboró como poeta en la Historia y relación verdadera de la enfermedad, felicísimo tránsito y venturosas exequias fúnebres de la Serenísima Reyna de España Doña Isabel de Valoys. Después se fue a Italia donde el escenario de las armas y las letras se unían amorosamente en un ambiente artístico. La casualidad, esa inseparable compañera de los hombres, le permite conocer a Don Juan de Austria, hijo del gran Carlos V, quien lo felicita, lo recompensa y lo recomienda. Pero en 1575 la suerte, que no está para quien la busca, lo hace cautivo por el pirata Arnaute Mamí. Dicen que la esclavitud templó su alma como el agua al acero, pero el gran halo que envolvía su personalidad, hizo que los miles de cautivos que gemían en Argel, lo reconocieran como su caudillo, y organizó sin éxito cuatro fugas, hasta que finalmente fue rescatado. Una vez en España creyó que ya era hora de ver la felicidad y la gloria, pero lo que vivió fue la desilusión y la pobreza. Se ve en apuros económicos y su declive comienza cuando le niegan las solicitudes para obtener cargos de importancia y responsabilidad. Entonces decide consagrarse a las letras y dedicarse al arte dramático que era su pasión, aunque son un mal medio para vivir, y más en aquel tiempo donde Lope de Vega era el amo y señor del teatro. Entre 1583 y 1587 escribe para el teatro más de veinte comedias suyas, y en 1585 se publica su primera obra, La Galatea. Algunos insignes críticos de la obra de Don Quijote como Rodríguez Marín, Asensio y Toledo y Juan Millé Jiménez, consideran que para comprender la génesis de la inmortal novela El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, es necesario conocer las relaciones personales que unieron a Cervantes con Lope de Vega: En aquel entonces, el joven romántico y enamorado Lope de Vega triunfaba mimado del público y de la fortuna. Pero como en la vida nunca faltan los celos que llevan consigo la gloria y el bienestar, muchos de sus contemporáneos como Góngora y Cervantes, se dedicaron a ridiculizar sus ínfulas nobiliarias y su desenfreno amoroso. Cervantes y Lope debieron conocerse en aquel reducido ambiente. Precisamente cuando el Príncipe (Cervantes) regresa del cautiverio, todos los chismes del Fénix de los Ingenios (Lope) estaban en efervescencia. Tal vez las historias de Luscinda y Camila, dos de las varias amantes del adúltero escritor, inspiraron a Cervantes y las incluyó en El Quijote. Cervantes veía crecer la popularidad y el desenfreno de Lope, lo cual seguramente lo comentó con el director del teatro y padre de Elena Osorio, una de las comediantas y amores de Lope. La primera vez que éste oyó el nombre de Cervantes fue a finales de 1587 y principios de 1588 cuando juzgaron a Cervantes por las sátiras contra los parientes de Elena Osorio, las cuales le costaron la prisión y luego un largo destierro. Su verdadera enemistad comenzó cuando bautizó a Lope con el remoquete de El caballero de la ardiente espada. Es muy posible que Góngora, también enemigo de Lope, o el mismo Cervantes, sea el autor del trascendental Entremés de los Romances, pequeña pieza en que Bartolo se vuelve loco por la lectura del romancero, y se marcha a luchar contra los ingleses acompañado de su escudero el fiel Bandurrio. Pero cualquiera que sea el autor del Entremés, es indiscutible que sirvió de germen para la composición de El Quijote, por la sátira que hace de las locuras que, como Bartolo, se molestaba leyendo esos romances. Además resulta una casualidad que El Ingenioso Hidalgo esté plagado de alusiones a Lope de Vega. Otra de sus burlas contra éste, se encuentran en el Romancero General de 1600, que comienza con las mismas palabras que en El Quijote: “En un lugar de la Mancha….” En la primavera de 1602 Lope de Vega llegó a Sevilla tras la nueva señora de sus pensamientos, la sin par Camila Lucsinda, y se codeó con la selecta sociedad sevillana de las letras. Mientras tanto Cervantes se hallaba nuevamente preso por no haber rendido las cuentas de sus comisiones. En este pintoresco y espantoso lugar de aquel entonces, convivían criminales de toda índole. Los reos eran innumerables y, en un escándalo constante se mezclaban los cánticos de los borrachos con los lamentos de los condenados a muerte. Este era el ambiente que rodeaba a Cervantes mientras escribía para ahuyentar sus negros pesares, o tal vez preparaba algunos apuntes para cuando saliera de tal infierno. Sin duda fue en la Real Cárcel de Sevilla donde se engendró el Quijote. Así lo comprueba el siguiente párrafo del prólogo de Cervantes para El Ingenioso Hidalgo: -Y así, qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios, y nunca imaginado de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación. Mientras que el pueblo español se nutría de los romances satíricos, del apogeo de las glorias de Lope, de sus ridículas y románticos arrebatos y de las no menos ridículas y exaltadas tramas de los libros de caballerías, en la mente de Cervantes habitaba el amargo recuerdo de Lope de Vega. Tal vez por ello, Cervantes no se proponía escribir en su Quijote una extensa y genial novela, sino un cuento corto semejante a sus Novelas Ejemplares. Pero cuando salió de la mazmorra y regresó a su casa, “a lomo del jumento propiedad de su vecino Pedro Alonso”, o más bien “con el escrutinio y consiguiente cremación de la librería caballeresca”, al mismo manco sano debió sorprenderle el partido que se podía sacar a un argumento tan ocasional y limitado como el que constituyeron sus primeras ficciones. También es posible que durante sus andanzas, Cervantes conociera algún personaje que le inspiró muchos detalles físicos y morales de su obra. Pudo haber sido el tío de su mujer, Don Alonso Quijada; o bien el jefe de correos de la Moraleja, en Alcobendas, Madrid, Don Alberto Meiro, mi propio Quijote. Dicen Don Justo García Soriano y Don Justo García Morales que Miguel de Cervantes Saavedra compuso El Quijote en el momento en que el castellano, después de una lenta y laboriosa formación, llegaba a su madurez y alcanzaba su máxima fuerza expresiva. No escribió con prejuicios doctos, pero sí con un profundo conocimiento del lenguaje popular que oía continuamente en los labios de la gente de Castilla y Andalucía. De aquí nació su afición por lo folclórico, en forma de refranes, cuentos y sucesos, que tanto enriquecen la comprensión de sus escritos. El Quijote es la primera y más completa novela moderna escrita en castellano. Los libros de caballerías que Cervantes destierra definitivamente, no son más que el género intermedio entre la epopeya entendida al modo de la Edad Media, y la novela actual. Pero esto no es el único mérito del Ingenioso Hidalgo.
Quizás su magnífico éxito se deba a la universalidad y variedad de los elementos literarios que lo integran, sobre todo por la sabia y equilibrada manera de combinarlos, que hace que, a pesar de algunos desvaríos literarios, no se desdicen unos de otros. Del mundo de las caballerías pasa sin interrupción a episodios realistas, verdaderos capítulos de nuestra espléndida novela picaresca. Se cree que la fórmula maravillosa que emplea para conseguir el armonioso maridaje, estriba en su total y sereno realismo, y refleja la vida íntegramente, sin deformarla ni descoyuntarla, mientras que los que cultivan otros géneros literarios, sólo dan una visión parcial de ella. Suponer que fue una mera sátira de los libros de caballerías, sería formarse una idea empequeñecida de El Quijote porque, según Menéndez y Pelayo: ésta fue el motivo ocasional, de ningún modo la causa formal ni eficiente. Cervantes, hijo de su época, gustó y cultivó la novela pastoril, aunque nunca se distinguió en ella porque era un género literario envejecido y desgastado. La Galatea es lo más aceptable, y en El Quijote, quizás el más importante de esta clase sea el de los amores de Marcela y el pastor Crisóstomo. También incluye la novela cortesana en las historias de Cardenio, Luscinda y Dorotea. Y los elementos realistas son sin duda autobiográficos en la historia del Cautivo, donde relata su vida en Argel. Con respecto al estilo de Cervantes, las palabras de Menéndez y Pelayo lo resumen admirablemente: -Han dado algunos en la flor de decir con peregrina frase que Cervantes no fue un estilista; sin duda, los que tal dicen confunden el estilo con el amaneramiento. No tiene Cervantes una manera violenta y afectada como la tienen Quevedo o Baltasar Gracián, grandes escritores por otra parte. Su estilo arranca, no del capricho individual, no de la excéntrica y errabunda imaginación, no de la sutil agudeza, sino de las entrañas mismas de la realidad que habla por su boca. Cuando empecé a leer la novela me di cuenta de la gran variedad de elementos literarios que la integran y la sabia, equilibrada e ingeniosa manera de combinarlos. En el genio del autor, en su excéntrica y errabunda imaginación, en la constante lectura y en las experiencias vividas que aumentaron su cultura, sentí un Quijote profundo y universal, realidad y fantasía, una lucha entre el ser y el deber ser, entre la materia y el espíritu, problemas intrínsecos de la humanidad. Era tanta y tan rica la información sobre las hazañas del hidalgo que no quise olvidarlas y, mientras leía cada capitulo, lo dibujaba y lo pintaba. Personalmente experimenté situaciones similares y tan reales como las siguientes: en casa trabaja un Sancho de cuerpo y alma; a Doña Rodríguez no la soporté y la tuve que botar; Sansón Carrasco me acaba de jugar una trastada; la Duquesa se me presentó con tantas ínfulas y promesas vanas, que terminó con nuestra amistad. Otro dato curioso: mi esposo emprendió la lectura diaria de novela tras novela y me preocupé que le fuera a pasar algo similar a Don Quijote. La última, fue toparme con una editora que solo imprime libros extraños. Hoy Cervantes se alegraría al ver representadas así las situaciones irónicas, filosóficas y psicológicas, que muchos intelectuales o simples admiradores como yo, descubrimos en sus más de doscientos personajes. La pintura figurativa me proporcionó esa manera sencilla e inocente que el autor utiliza para incluir en su obra el humor y el drama de sus relatos y cuentos cortos. En mis escritos no describo los trabajos que realicé; simplemente, dentro de mis posibilidades literarias, comento y pinto cada capítulo y lo hago mío. Además, para no perder la riqueza y el esplendor del lenguaje cervantino, copio en cursivas las escenas que me hicieron reflexionar, reír y llorar.
Madrid Año actual
P R I M E R A S A L I D A D E S U T I E R R A
Comienzo mi deleite por El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha con la famosa frase que Miguel de Cervantes Saavedra escribió al inicio de su novela: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Mucho se ha escrito y fantaseado sobre las causas que indujeron a Cervantes para no querer recordar el nombre de aquél lugar. Algunos analistas comentan que numerosos clásicos españoles empezaban sus romanceros de esta manera: “no les venía a la memoria” o “no podían acordarse aunque quisieran”. Pero posiblemente Cervantes no quiso recordar porque le era repugnante hallarse en prisión y manco del brazo izquierdo que había perdido en la batalla de Lepanto.
Pero lo importante ahora es la historia de Don Quijote, el principal protagonista. Dice su autor que su nombre real era Alonso Quijano, de sobrenombre el Bueno. Le puso Quijano, Quesada o Quijada porque, además de ser un hombre alto y delgado, tenía el rostro muy anguloso. Pasaba de los cincuenta años y vivía con su Sobrina, el Ama y un mozo de campo que se encargaba de la hacienda. En sus innumerables ratos de ocio, leía los libros de caballerías con tanta afición y gusto que se desvelaba por entenderlas y encontrarles el sentido. Uno de sus favoritos era el famoso Feliciano de Silva que escribió La Segunda Celestina, Amadís de Grecia, el noveno de Amadís, entre otros. Le parecían fenomenales porque en muchas partes decía: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura”. Y también cuando leía “…los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza”. Con estas razones Don Alonso Quijano iba perdiendo el juicio hasta que lo perdió por completo. Su obsesión llegó a tal grado que olvidó administrar su hacienda y luego vendió parte de ella para comprar más y más libros de caballerías. Todas aquellas invenciones eran para él tan reales y verídicas, que un buen día le pareció justo y necesario, su deber y salvación, hacerse caballero andante para aumentar su honra y servir mejor al mundo. Sacó la armadura de sus bisabuelos, la limpió, se la puso, montó a su flaco caballo, lo llamó Rocinante por ser un nombre sonoro y significativo y salió de su casa a buscar aventuras. Sólo le faltaba la dama de su corazón, pues los caballeros andantes debían tener un amor que fuera su fortaleza ante las batallas. Recordó a Aldonza Lorenzo, una labradora del pueblo del Toboso, de quien él estuvo enamorado en su juventud pero que ella jamás se enteró, y le llamó Dulcinea. Una temprana mañana del mes de julio, listo e ilusionado con su primera salida, cabalgó todo el día hasta el anochecer. Pensó que el mundo le necesitaba para deshacer agravios, enderezar entuertos, enmendar sinrazones, combatir abusos y pagar deudas.
De pronto le vino a la memoria un pensamiento terrible: que no había sido armado caballero y se propuso hacerlo con la primera persona que viera. Resuelto el problema siguió su camino y en su soliloquio iba soltando poemas en prosa como éste que aquí apunto: -¡Oh, princesa Dulcinea deste cautivo corazón…. Verdaderamente enamorado suspiraba por Dulcinea y ensartaba los disparates de sus novelas inclusive imitándolos en el lenguaje. Bajo el sol de la Mancha los sesos se le derretían si algunos tuviere, dice su autor. Esto me recuerda mi juventud cuando monté a caballo pero nunca envuelta en hierros todo el día bajo el sol. Al anochecer cuando su rocín y él se encontraban muertos de hambre y de sed, vio a lo lejos una venta que él creyó ser castillo de dónde salía un enano a recibirle con una trompeta. A la puerta dos mujeres de la vida alegre que corrieron aterrorizadas al verlo. Les dijo que no temieran, que era un caballero andante dispuesto a hacer el bien, y aún así, los dueños le acogieron asustados. Luego creyeron que era una broma y rieron cuando Don Quijote les dijo que sus arreos eran sus armas y su descanso el pelear. Al darse cuenta de que estaba loco, las mozas le quitaron el peto y el espaldar pero no pudieron desanudar la celada ni la gola. Él creyó que esas mujeres eran las señoras principales del castillo y les dijo: Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera Don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino.
Ellas no lo entendieron. Don Quijote aceptó comer bacalao viejo con pan negro y le colocaron un embudo para poderlo alimentar.
D E S D E Q U E S E A R M Ó C A B A L L E R O
H A S T A S U S E G U N D A S A L I D A
Don Quijote se arrodilló ante el Ventero y le dijo que no se levantaría hasta que le otorgara el don de armarlo caballero en aquel castillo, que en realidad era una pobre venta. El Ventero, al darse cuenta de su locura, decidió seguirle la broma y le contó que por su castillo habían pasado muchos caballeros andantes pero, como no había capilla, velaban sus armas en el patio. Además le preguntó si traía dinero y Don Quijote le contestó que jamás había leído en las historias de caballería que los caballeros andantes pagaran servicio alguno. El Ventero no le creyó porque le vio puesta una buena camisa, y respondió que los libros no lo decían todo; que los caballeros andantes siempre llevaban camisas limpias, ungüentos para curarse las heridas de las batallas, hasta algún sabio encantador por amigo para socorrerlo, y escuderos proveídos de dineros; que si carecía de todo ello, debía de resolverlo cuanto antes. Don Quijote le prometió cumplir el consejo y se levantó, se dirigió al patio, tomó su armadura, la puso sobre una pila de agua, se colocó el escudo, cogió su lanza y gentilmente se paseó alrededor para velarlas. En eso entraron varios arrieros y uno de ellos quitó las armas para darle de beber a su yegua. Enfurecido a Don Quijote alzó su espada, le dio tal golpe en la cabeza que lo tumbó al suelo y le dijo: -¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante caballero que jamás ciñó espada, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento! Los demás arrieros le aventaron piedras para vengar a su amigo. Pero Don Quijote los hirió a espadazos y se armó el jaleo. Con tanto ruido salió el Ventero quien terminó el pleito convenciéndoles de que Don Quijote estaba loco y que lo dejaran en paz para evitar mayores problemas. En seguida se acercó al recién armado caballero y le dijo que el tiempo transcurrido para velar las armas eran suficientes y que se fuera a otro lado en busca de aventuras. Antes del amanecer Don Quijote salió más contento y alborotado por verse armado caballero que por la paliza recibida, y decidió regresar a su casa para prepararse mejor y buscar un escudero. Durante el camino pensaba que bien podía ser su vecino, un labrador pobre y con hijos llamado Sancho Panza. De pronto entró a un bosquecillo donde oyó quejidos y al acercarse vio un hombre con una correa que golpeaba a un mozo atado a un árbol. Rabioso Don Quijote le dijo que eso era de cobardes y le ordenó que se largara en su caballo. El labrador contestó que castigaba al muchacho porque no cuidaba bien de su rebaño porque cada día le faltaba un animal. La víctima replicó que jamás recibía salario. Ante esto, Don Quijote dictaminó que ambos practicaran la justicia y que le juraran a Dios no hacerse más daño:
-Y si queréis saber quien os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y que no os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada. Con aparente gentileza el labrador aceptó y soltó al muchacho, pero en cuanto Don Quijote se fue, volvió a atarlo para seguir pegándole, y nuestro caballero continuó su camino sin percatarse del resultado. Más adelante se topó con varios mercaderes y sus mozos de mulas, ante los cuales se le ocurrió desenvainar su espada para decir en voz alta: -Todo mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo, doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. Los marchantes se pararon asombrados al ver aquella extraña figura, pero se dieron cuenta de su locura y le siguieron la broma respondiendo que si no veían primero el retrato de la dama, no podían confesarlo, porque tal vez era tuerta u olía a azufre. Indignado Don Quijote los arremetió con la lanza baja, pero Rocinante tropezó y ambos cayeron al suelo. A carcajada limpia terminó el asunto, y los mozos le rompieron su lanza, le dieron de palos y se fueron. Solo y lastimado no podía moverse debido a la armadura y en su soledad se consoló al recordar el capítulo de un libro de caballerías que hablaba de una situación semejante. En eso pasó su vecino Don Pedro Alonso a quien Don Quijote vio como al héroe de su imaginación. Don Pedro le alzó la visera y se asombró al reconocer que era Alonso Quijano el Bueno. Conmovido lo subió sobre Rocinante y lo llevó a su casa donde la Sobrina, el Ama, el Cura y el Barbero lo esperaban impacientes. Tres días había estado Don Quijote ausente de casa, y al verlo casi muerto dentro de su armadura, lo subieron a su aposento, le quitaron los hierros y se durmió. A esta sazón, sus amigos: el cura Pero Pérez, el barbero maese Nicolás, el Ama y la Sobrina decidieron quemar todos los libros de caballerías, porque, según acordaron, eran los causantes de su locura. Los arrojaban por la ventana para luego llevarlos al corral y allí hacer una hoguera. Otro de los remedios para curar el mal de su amigo, fue emparedar el aposento. Cuando Don Quijote despertó, no vio libros ni biblioteca. Confuso les preguntó qué diablos se los habían llevado. La sobrina contestó que no habían sido diablos, sino un sabio encantador. Quince días estuvo Don Quijote tranquilo en casa. Mientras tanto solicitó la presencia de Sancho Panza y le habló con tantas razones y promesas que lo convenció para que fuera su escudero. Inmediatamente vendió cosas, empeñó otras y malbarató todas las demás hasta llegar a una cantidad razonable para poder salir por segunda vez con su nuevo escudero. Ya por el camino le decía: -Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza….
L O S M O L I N O S D E V I E N T O
Por el campo platicaban de ínsulas y gobernadores y de cómo muchos caballeros andantes adquirieron reinos y condados. De pronto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento y Don Quijote dijo: -….ves allí, amigo Sancho Panza, dónde se descubren treinta o mas desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos nos comenzaremos a enriquecer; que esta es guerra buena, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigantes? –preguntó Sancho. -Aquellos que allí ves, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. -Mire vuestra merced – respondió Sancho – que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas al viento, hacen andar la piedra del molino. -Bien parece que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Pronto se encomendó a su señora Dulcinea y dirigió su lanza contra los gigantes cuyas astas comenzaron a moverse con el viento, y les dijo: -No fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete…. Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo que tenía más de cien, me lo habéis de pagar. Sancho insistía que no eran gigantes, pero Don Quijote no le oyó o no quiso hacerle caso, y a todo galope sobre Rocinante embistió contra el primer molino y le dio una lanzada en el aspa, pero se atoró hasta hacerse pedazos, y el monstruo se llevó tras de si al caballo y al caballero. -¡Válame Dios! -gritó Sancho - ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento? -Calla, amigo Sancho – respondió Don Quijote -; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso y es así verdad, como aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos…. Asustado Sancho lo alzó y lo subió sobre Rocinante. Don Quijote iba más pesaroso por faltarle su lanza que por los dolores, pero su escudero le dijo que no se preocupara, que con un palo de encina haría una mejor. Aquella noche la pasaron bajo los árboles donde Sancho, harto de comida, durmió como tronco. El vencido caballero no probó bocado y se quedó en vela fabricando su nueva lanza pensando en Dulcinea.
D E S D E E L V I Z C A I N O H A S T A L A V E N T A
Al otro día continuaron su camino y pronto toparon con un par de frailes sobre sus mulas que a Don Quijote le parecieron dromedarios, y atrás venía un coche acompañado de cuatro o cinco hombres a caballo. -….son sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.- Le comentó Don Quijote a Sancho. Aunque su escudero le advirtió que la batalla sería algo peor que lo de los molinos, Don Quijote se adelanto en medio del camino y les dijo: -Gente endiablada y descomunal, dejad al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas, si no, aparejaos a recibir presta muerte por justo castigo de vuestras malas obras. Todos asustados se detuvieron al ver la figura de nuestro caballero envuelto en hierros, y le respondieron que tan sólo eran frailes pertenecientes a la orden de San Benito.
-Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, canallas faltos de fe, - les dijo Don Quijote. Contestaron que no eran endiablados, pero Don Quijote creyó que le mentían y los atacó tirando al primer fraile; el otro huyó despavorido. Después Don Quijote se acercó a las damas que venían dentro del carro para tranquilizarlas. Les dijo que su hermosura había sido liberada y que sus robadores yacían en el suelo. Mientras tanto Sancho desvestía al fraile tumbado, porque los despojos de la batalla que sostuvo su señor le tocaban a él legítimamente. A los acompañantes no les gustó el asunto y comenzaron a pelear a cuchillazos. Tanta era la sangre que brotaba, que el mismo Cervantes comenta que no sabe como terminar el pleito. Me parece fascinante la libertad del autor al atreverse en aquella época a entrar dentro de sus propios relatos. Finalmente escribe que uno de ellos, Don Sancho de Azpeitia, conocido como el Vizcaíno, se batió contra Don Quijote con su espada y una almohada como escudo.
Lo tenía prácticamente vencido, pero la suerte le tocó a Don Quijote que dio con el Vizcaíno en tierra, y poniéndole la punta de la espada en los ojos le dijo que se rindiese y si no, le cortaría su cabeza. Asustadas las damas le rogaron que le perdonara la vida porque ellas estaban bien. Satisfecho con la victoria, Don Quijote aceptó la súplica, se despidieron y cada quien continuó su camino. El relato del Vizcaíno me parece un tanto confuso. Por eso en la obra pictórica Desde el Vizcaíno hasta la Venta, la escena está velada en blancos y grises claros. Después de aquella batalla, Don Quijote y Sancho cabalgaron orgullosos y tranquilamente dialogaban con graciosos razonamientos. Pero al anochecer se apuraron a encontrar algún sitio para comer y pasar la noche, y lo único que hallaron fue una choza de cabreros que comían de un gran caldero. Los cabreros, al verlos muertos de hambre, los invitaron al festín. Al poco tiempo llegó otro amigo que tocó la guitarra. Don Quijote agradecido les habló de la andante caballería sin que nadie le entendiera cosa alguna. Antes de irse a dormir uno de ellos manifestó que a la mañana siguiente irían al entierro de Crisóstomo, el joven que había muerto de amor por Marcela. Temprano la comitiva asistió al funeral con Don Quijote y Sancho y Ambrosio, buen amigo del difunto, quien les platicó la historia de lo sucedido: Marcela era hija de Guillermo el Rico y de una bellísima y buena madre, pero ambos murieron y dejaron a la niña encargada a su tío el cura del pueblo. Ella se dedicaba a cuidar el rebaño, y su hermosura y buena fama trascendía por todos los pueblos. Cuando llegó a la edad de casarse, su tío decidió que su sobrina escogiera un buen hombre entre tantos enamorados que la rondaban y hasta se disfrazaban de pastores para poderla ver. Entre ellos estaba Crisóstomo, un joven rico, estudioso, bueno y que en verdad la amaba. Un día Marcela comenzó a descuidar su rebaño por irse a divertir con las otras pastoras. No tenía intención de casarse porque era libre y para poder vivir así había escogido la soledad de los campos, y decía: -los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos son mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura.
Pero el pueblo comenzó a hablar mal de ella. La señalaban como una libertina que enamoraba a los hombres y luego los despreciaba. Mientras Ambrosio continuaba la historia, repentinamente apareció Marcela. El sorprendido se indignó y le dijo: -¿Vienes a ver por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida…? -No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa que has dicho – respondió Marcela – sino a volver por mi misma y dar a entender a todos que no soy culpable de sus penas ni de la muerte de Crisóstomo. Marcela continuó con sus sabias y sensatas razones dignas de ser reproducidas: Hízome el cielo, según vosotros, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosa otra razón a que me améis, os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís y aún queréis que esté yo obligada a amaros. Yoconozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable, mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama…..el verdadero amor no se divide y ha de ser voluntario y no forzoso….yo no escogí la hermosura que tengo; que tal cual es, el Cielo me la dio de gracia, sin pedirla ni escogerla. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda: que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso, pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan yhermosean, ¿porqué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?.... A los que he enamorado con la vista, he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Crisóstomo, ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si eran honestos sus pensamientos y que por eso estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura….pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino y el pensar que tengo de amar por elección es excusado…. Que si alguno por mi muriere, no muere de celoso ni de desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. Que si a Crisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿porqué se ha de culpar mi honesto proceder y recato?.... Y diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte cercano, dejando admirados a todos los que allí estaban tanto de su discreción como de su hermosura. Don Quijote estuvo de acuerdo con todas las razones de Marcela y pidió que fuera honrada y estimada por todos. Entonces Ambrosio escribió un epitafio para su amigo Crisóstomo que dijera: Yace aquí de un amador el mísero cuerpo helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor.
Murió a manos del rigor de una esquiva hermosa ingrata,con quien su imperio dilata la tiranía de Amor.
Nuevamente Cervantes entra en su novela pero ahora con el pseudónimo de Cide Hamete Benengeli, y cuenta que Don Quijote y Sancho también se incorporaron por el bosque para buscar a Marcela. Llegaron a un valle donde encontraron unas yeguas fuertes que tenían unos arrieros. Sucedió entonces que a Rocinante le vino en deseo refocilarse con las señoras hacas y así como las olió y sin pedir licencia a su amo tomó un trotico apresurado y se fue a comunicar su necesidad con ellas; mas ellas lo recibieron con las herraduras y con los dientes.... Viendo esto los arrieros, le dieron tales palos al pobre Rocinante que lo tumbaron al suelo. Indignado Don Quijote les gritó: -¡Tomaremos la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante! -¿Pero que diablos de venganza hemos de tomar – respondió Sancho – si ellos son mas de veinte y nosotros no somos ni uno y medio? -¡Yo valgo por ciento!- replicó Don Quijote. Empezó la batalla, pero los hicieron añicos como era de esperarse y los arrieros se retiraron. Sancho se levantó adolorido, acomodó a su apaleado amo atravesado sobre su asno Rucio, amarró a Rocinante y se dirigieron a buscar posada. Me sorprende que en esta escena Don Quijote no se haya quejado; al contrario, durante el largo camino, le dijo a Sancho dos cosas que me llamaron la atención: -La vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras y - Las heridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que la quitan…. En realidad la vida de todos nosotros, los seres humanos, está llena de peligros y desventuras, pero las heridas físicas y/o morales que se reciben injustamente, nos dan honra y elevan el espíritu. En fin, que nuestros héroes llegaron a la venta donde se curaron las heridas y descansaron, por lo que a Don Quijote otra vez le pareció castillo.
E L S A L U T Í F E R O B Á L S A M O
De los irónicos sucesos que ocurrieron dentro de la venta, el que más me llamó la atención fue la escena escatológica de Don Quijote y Sancho cuando beben el salutífero bálsamo de aceite, vino, sal y romero. Como es conocido se usaba para untarse en las heridas, pero ellos creyeron que bebiéndolo desaparecerían todos sus dolores y así lo hicieron. Al otro día Don Quijote se sentía mejor, pero Sancho pidió más brebaje y le cayó fatal: con el vómito y la diarrea que le vino ensució todas las mantas. Entonces Don Quijote le dijo: -Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero…. Al enterarse de esto el Ventero se encolerizó y pidió que le pagaran los daños causados, junto con la medicina, la comida, la paja y la cebada. -Engañado he vivido hasta aquí - respondió Don Quijote - que en verdad que pensé que era castillo, y no malo, pero es ansí que no es castillo, sino venta, lo que se podrá hacer es que perdonéis por la paga; que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviese…. El ventero le contestó que se dejara de cuentos y caballerías, y en pago a lo que le debían se quedó con las alforjas del Rucio y sus huéspedes atraparon a Sancho. Don Quijote montó a Rocinante, salió de la venta. Detrás del muro vio como los amigos del ventero manteaban a su escudero. Finalmente lo soltaron y llegó a su amo tan marchito y desmayado que no podía arrear al Rucio. A lo que Don Quijote le dijo: -Agora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta es encantado, sin duda, porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible ayudarte porque me debían de tener encantado…. Y con estos coloquios Don Quijote y Sancho siguieron su camino
C O N T R A E L E J É R C I T O D E L E M P E R A D O R
A L I F A N F A R Ó N
Sancho seguía mareado y enfermo de sus molestias estomacales, y lamentaba las desgracias que ambos habían sufrido; de que tantas aventuras les traerían mayores desventuras y que la única batalla ganada había sido contra el Vizcaíno. Don Quijote lo consoló diciéndole que aquella venta estaba hechizada y que buscaría una espada hecha con tal maestría que evitaría cualquier clase de encantamientos. De pronto a lo lejos, una espesa nube de polvo interrumpió su exégesis, y observó: -¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por ahí viene marchando. -Dos deben de ser – dijo Sancho – porque desta parte contraria se levanta otra semejante. Señor, ¿Qué vamos a hacer? -Favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el gran emperador Alifanfarón… y este otro que a mis espaldas marcha es Pentapolín del Arremangado Brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo…. Continuaba su discurso con el deseo de ganar aquella batalla más unos cuantos reinos y cuando volvió a mirar aseguró su verdad diciendo: -¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los tambores? Sancho se dio cuenta que no eran ejércitos lo que veían de lejos, sino dos grandes manadas de ovejas y carneros que levantaban la polvareda, y contestó: -No oigo otra cosa sino balidos de ovejas y carneros. -El miedo que tienes – dijo Don Quijote – te hace turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate y déjame solo; que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
Desesperado Sancho le gritaba que no eran gigantes, ni caballos, ni gatos, ni diablos azules, pero Don Quijote arremetió a gritos contra la manada y entre aspadazo y aspadazo gritaba: -¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón! ¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a mí que un caballero solo soy que desea probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín: Los pastores también le gritaban que abandonara el ataque, pero como no les oía o no quería hacerles caso, decidieron tirarle piedras con sus ondas. Una le cayó en los dientes y otra en las costillas que terminaron con Don Quijote en el suelo. Sancho tristísimo bajó de la cuesta para ayudar a su amo, lo levantó, lo montó sobre Rocinante y le escuchó que le decía: -Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que me suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas: porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca…. A este esperanzado optimismo, Sancho le contestó que mejor era como predicador que como caballero andante, pero Don Quijote no le hizo caso y le preguntó que cuántos dientes había perdido. Sancho le contestó que cuatro. -Porque te hago saber, Sancho que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante…. Pronto sería de noche y vencidos, enfermos y adoloridos siguieron por el frecuentado Camino Real con la esperanza de encontrar posada.
L U M B R E S O E S T R E L L A S
Les ganó la oscura noche sin descubrir donde recogerse, y lo peor fue que se morían de hambre a falta de las alforjas que el ventero tomó como pago. De pronto, por el mismo camino venían hacia ellos una gran multitud de lumbres que parecían estrellas en movimiento. Sancho comenzó a temblar de miedo y se erizaron los cabellos de Don Quijote porque entre más se acercaban, mayores parecían. Pasmados se apartaron para dejarles paso. Eran hasta veinte encamisados a caballo con sus hachas encendidas. Detrás venía una litera enlutada seguida de seis hombres vestidos de negro. Aquella insólita visión no hizo más que excitar la imaginación de Don Quijote y recordó una de las aventuras de sus libros donde debía vengar a un caballero muerto o herido que aparecía en una litera. Por eso se les enfrentó alzando la voz: -Deteneos, caballeros, o quien quiera que seáis, y dadme cuenta de quien sois, de dónde venís, a dónde vais y que es lo que lleváis, que según se muestra, vosotros habéis hecho algún mal y conviene que yo lo sepa para castigaros o vengaros…. -Vamos de prisa – respondió uno de los encamisados – y pasó delante. -Deteneos, y sed más bien criado y dadme cuenta de lo que os he preguntado, si no, conmigo sois todos en batalla,- reiteró Don Quijote. Uno de ellos montaba la mula arisca que fácilmente se asustó y alzándose en las patas tumbó a su amo. Los demás miedosos y sin armas corrieron despavoridos dejando solo al encamisado. Entonces Don Quijote le apuntó al rostro con su lanza diciendo que se rindiera o lo mataba. -Soy el bachiller Alonso López, natural de Alcobendas y vengo acompañando a un cuerpo muerto desde Baeza, pero llevamos sus huesos para sepultarlos en Segovia donde nació. -¿Y quién lo mató? – preguntó Don Quijote. -Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron- contestó Alonso. -Habiéndole muerto quien lo mató - dijo Don Quijote-, no hay sino callar y encoger los hombros….Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha llamado Don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando entuertos y deshaciendo agravios. -No se cómo pueda ser eso de enderezar entuertos – dijo el Bachiller –, pues a mi, de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida…. Don Quijote le contestó que la culpa era de ellos por venir de noche con hachas encendidas y vestidos de negro; que más parecían diablos del infierno. Luego le pidió a Sancho que ayudara al Bachiller a montar su mula, pero éste tardaba por estar saqueando la comida que habían dejado los que huyeron. Finalmente llegó y le dijo a Don Alonso López que su amo era el famoso Don Quijote de la Mancha, El Caballero de la Triste Figura. Sorprendido Don Quijote le preguntó a su escudero qué le había movido a llamarle así y Sancho contesto que lo había estado observando a la luz de aquella hacha, y que verdaderamente tenía la más mala figura que jamás había visto, ya sea por el cansancio de las batallas o por la falta de muelas. Aquí Cervantes aprovecha una vez más para hablar de sí mismo por boca de Don Quijote y escribe: -…el sabio que escribe esta historia de mis hazañas, le habrá parecido bien que yo tome algún nombre apelativo…el Caballero de la Triste Figura…. El bachiller se fue y nuestros personajes también. Mas adelante nuestros héroes se encontraron tendidos sobre la hierba, y con el botín de Sancho y la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron.
TIENE EL MIEDO MUCHOS OJOS
Comieron mucho aquella noche. No podían dormir y no tenían agua para mitigar su sed. De pronto se alegraron con el murmullo de un arroyo lejano, pero no les duró mucho porque los ruidos de las hojas por el viento, la presencia de los árboles imponentes, y un extraño estruendo continuo y lastimoso, les causaron horror y les aguó el contento del agua. Con las riendas de sus jumentos en la mano caminaron a tientas. Ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba, y ni siquiera sabían adónde estaban. Don Quijote montó a su rocín conciente de que todas aquellas cosas eran suficientes para espantar a cualquiera, y decidió ir solo a averiguar de dónde provenía aquel ruido sospechoso. Le dijo a Sancho que lo esperara, que si no regresaba tres días fuese a su casa y le comunicara su muerte a Dulcinea. Sancho comenzó a llorar, pero Don Quijote sostuvo que en ese momento ningún caballero andante ablandaría su corazón por llanto o razón alguna. Entonces el astuto escudero habló y habló para que su amo no lo abandonara, y le aseguró que la línea de la noche aparecía en su brazo. -¿Cómo puedes ver eso, Sancho, o dónde está una boca si la noche es tan oscura que no aparece en el cielo estrella alguna? -Así es, - dijo Sancho – pero tiene el miedo muchos ojos y ve las cosas debajo de la tierra, cuanto más encima, en el cielo… Y mientras lo distraía, le ataba las patas a Rocinante. Don Quijote se dio por vencido y se quedó. Entonces, para entretener y alejar el miedo, Sancho narró una historia interminable de un pastor que quería pasar su rebaño de un lado al otro del río, pidiéndole a su amo que contara las ovejas para que el relato no finalizara. Efectivamente, las horas transcurrieron con el mismo cuento que terminó y acabó repetidas veces y de igual manera: del pastor que quería pasar sus ovejas de un lado al otro del río. Por la madrugada, Sancho se dio cuenta que su temor le había impedido soltar el brazo de su amo en toda la noche. En eso tuvo ganas de aliviar el vientre y se zafó de una sola mano, se bajó los pantalones y allí mismo soltó tremenda descarga. Cuando el olor llegó a Don Quijote, este, aunque estaba loco, salió discretamente de aquel aprieto con las razones de un verdadero caballero. Al término de aquella necesidad, la curiosidad condujo a nuestros héroes por el bosque para averiguar el misterio de aquel sonido estridente.
E L Y E L M O D E L M A M B R I N O
Esa mañana descubrieron que aquel ruido constante provenía de unas casas mal hechas donde había seis mazos de bastidor roto de un viejo telar, que con sus alternativos golpes producían el escándalo que los tuvo en vigilia. Resuelto el misterio continuaron más tranquilos su camino hasta que Don Quijote vio un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro. Le dijo a Sancho que era el yelmo de Mambrino, aquel caballero que había ganado Reinaldos al moro Daniel de Almonte, y que él había jurado reconquistarlo. -Dime, Sancho, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene sobre un caballo rodado que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? -Solo veo a un hombre sobre un asno pardo como el mío que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra - contestó Sancho. -Apártate y déjame con él a solas; verás como, sin hablar palabra, por ahorrar el tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mío el yelmo que tanto he deseado. Seguramente que bajo el sol de La Mancha, Don Quijote traía la cabeza hervida con el almete que usaba y deseaba cambiar su corona de espinas por el otra cosa. Pero la verdad es que aquello no era yelmo, sino una bacía de latón que el barbero del pueblo se había puesto sobre su sombrero nuevo para protegerlo de la lluvia. Pero Don Quijote lo agredió y le dijo: -Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe. Cuando el barbero vio venir hacia él una especie de fantasma metálico, saltó de su burro y salió corriendo dejando la bacía en el suelo y a su asno al lado. Sancho la alzó y se la dio a su amo; luego se adjudicó el animal y la comida que encontró en sus alforjas. Contentos de la victoria y supongo que con el cerebro más fresco, continuaron su camino mientras hablaban de cómo los caballeros andantes podían llegar a ser reyes, pero antes debían ganar muchas batallas y ser famosos, aunque seguramente ya lo eran, y pronto encontrarían trabajo en algún castillo para demostrar su valentía con Sancho su escudero. Finalmente llegaron a un arroyo donde bebieron y descansaron.
L I B E R T A D A L O S C A U T I V O S
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, que en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, después de que amo y escudero pasaron aquellas fantásticas pláticas de reyes y nobles, Don Quijote alzó la mirada y vio venir hasta doce hombres a pie, encadenados por el cuello y por las muñecas, y vigilados con escopeta y espada por un par de hombres a caballo. Sancho entendió bien que por sus delitos iban a la fuerza condenados a servir al rey en las galeras, pero no así el Caballero de la Triste Figura quien comentó: -¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente? ….esta gente va por fuerza y no de su voluntad…. y aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer injusticias y socorrer y acudir a los miserables.
Con muy corteses razones, Don Quijote preguntó la causa de llevarlos encadenados. Los guardas le contestaron que era gente de su majestad y que no había más que decir. Pero nuestro caballero quería saber el fundamento de la culpa de cada uno en particular. Los maleantes le contestaron: yo por enamorado, el otro por cantante, otro por haber robado diez céntimos, y así mentía uno por uno. Sólo el de la blanca barba y de rostro venerable lloró y no pudo hablar, pero su compañero le sirvió de lengua y dijo: Cumplirá cuatro años de condena por alcahuete.
-….no es cualquier cosa el oficio de alcahuete – dijo Don Quijote – que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y debe ejercerla gente muy bien nacida…. Atrás de todos ellos venía un hombre de buen parecer llamado Ginés de Pasamonte, famoso embustero que, dándose cuenta de la locura de Don Quijote, le dijo que era escritor. -Hábil pareces –le dijo Don Quijote. -Y desdichado -respondió Ginés -, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. -Persiguen a los bellacos – contestó el Comisario.
¡Donosa majadería! – Contestó el comisario – Váyase vuestra merced por su camino adelante, y enderécese esa palangana que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato. - Vos sois el gato, y el rato y el bellaco – respondió Don Quijote. Y diciendo y haciendo arremetió presto contra él y lo derribó. El otro se fue hacia Don Quijote. Los condenados, al ver la ocasión que se les ofrecía de alcanzar la libertad, procuraron romper las cadenas. Sancho ayudó a Pasamonte y este, al verse libre, le quitó la escopeta al comisario caído y empezó a disparar hasta que ambos guardas huyeron. Como pago por su libertad, Don Quijote pidió a los reos que llevaran un mensaje a su señora Dulcinea del Toboso, pero ellos se negaron porque temían que la justicia los capturara. Este desagradecimiento desgarró los sentimientos de Don Quijote que violento lo expresó, por lo que los maleantes le arrojaron una lluvia de piedras. Tantos eran los guijarros que Sancho se refugió tras Rucio, pero tumbaron a Don Quijote y a su caballo. Entonces se le acercó uno de los presos liberados, tomó la bacía y con ella le dio hartos golpes en la espalda hasta que se cansó, que si no hubiera sido por la armadura, lo mata. A Sancho lo dejaron medio desnudo. Se repartieron el despojo de la batalla y cada uno cuidadosamente huyó por su parte por miedo a la Santa Hermandad. Abandonados quedaron nuestros héroes. Don Quijote estaba tristísimo de verse traicionado por los mismos a quien tanto bien había hecho. Sin duda aplicó la tradición moral de “hacer el bien sin mirar a quién”; pero se le olvidó la recomendación de Cristo: “astutos como serpientes y dóciles como palomas”. Y me cuestiono: ¿Quién en la Tierra se encuentra libre de traición? Tal vez también lo pensó Don Quijote, y ambos apedreados continuaron sus andanzas rumbo a Sierra Morena.
E N S I E R R A M O R E N A I
Cuando penetraron en las entrañas de Sierra Morena, Don Quijote reconoció el error de su aventura pasada y le comentó a su escudero: Siempre lo he oído decir: que el hacer bien a villanos es echar agua a la marAllí pasaron la noche y a la mañana siguiente Rucio había desaparecido. Sancho preocupadísimo presintió que lo había hurtado Ginés de Pasamonte, aquel desgraciado embustero encadenado que, por virtud o locura de Don Quijote había escapado, y por miedo a la justicia de la Santa Hermandad, estaba escondido en aquellas montañas. Para consolarlo Don Quijote le prometió tres asnos más de los que ya tenía en casa. Al comenzar su acostumbrada cabalgata, vieron tirados un cojín medio podrido y una maletilla cerrada con cadena y candado. Se apresuró Sancho a ver qué tenía y encontró unas camisas de buena hechura, un librito de memorias y un pañuelo con un buen montoncito de monedas de oro. El libro le interesó a Don Quijote y, por supuesto, el maletín y el dinero a Sancho. Siguieron su camino con la curiosidad de conocer el paradero de su hallazgo, mientras recordaban todas las malas y buenas aventuras, desde la nauseada del salutífero bálsamo hasta el último y maravilloso descubrimiento. De pronto a lo lejos vieron a un hombre saltando de risco en risco con apenas unos calzones de terciopelo. Pero lo perdieron de vista y Don Quijote imaginó que podría ser el dueño de la valija. Llegaron a un arroyo donde yacía una mula muerta y consumida por el tiempo. Aunque Sancho llevaba la mula delbarbero con la bacía, recordó a su amado Rucio y lloró. -Apostaré a que están mirando la mula que hace seis meses está en ese lugar. Díganme: ¿han topado por allí con su dueño? – preguntó un cabrero que apareció por allí. - No hemos topado con nadie -respondió Don Quijote-, sino con un cojín y una maletilla que no lejos deste lugar hallamos. - También la hallé yo, mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algún desmán y de que me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sutil y debajo de los pies levanta allombre – contestó el cabrero. - Eso mesmo es lo que yo digo - respondió Sancho -, que también la hallé yo y no quise llegar a ella; allí la dejé y allí se queda como se estaba. - Decidme, buen hombre - dijo Don Quijote -, ¿sabéis vos quien sea el dueño destas prendas? - Lo que sabré yo decir - contestó el cabrero -, es que habrá al pie de seis meses llegó un mancebo de gentil talle y apostura, caballero de esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojín y maleta que decís que hallastes y no tocastes. Pasó el tiempo y ya roto el vestido y el rostro desfigurado,nos dijo que no nos maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenía para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido impuesta…. Don Quijote quedó admirado de lo que el Cabrero contaba y se propuso buscar a aquel desdichado hombre. Pero no pasó un minuto cuando repentinamente apareció el mancebo que buscaban.Los saludó cortésmente con voz desentonada y ronca y Don Quijote le devolvió el saludo y lo estrechó entre sus brazos. El Roto, que así le llamaban, se sentó con ellos y comenzó a relatar su triste historia.
EN SIERRA MORENA II
La historia del Roto es una de tantas novelas cortas que Cervantes introduce en su libro. Vayamos a ella: Dice su autor que era grandísima la atención con que Don Quijote escuchó al astroso caballero de la sierra. Éste les pidió que prometieran no interrumpir su relato, porque en cuanto lo hiciesen, ahí quedaría lo contado. Se llamaba Cardenio, de noble linaje, de padres ricos y siempre había estado enamorado de Luscinda, una moza del mismo pueblo y tan noble y rica como él. Cuando la pidió en matrimonio, el padre de su novia aceptó, aunque ya tenía en mente casarla con Don Fernando, segundo hijo del Duque Ricardo. Era gallardo, gentil, liberal, pero tan mujeriego que ya entonces gozaba de los amores de una linda labradora. Don Fernando sabía que Cardenio amaba a Luscinda, pero a él también le gustaba, y lucubró una historia de que su padre el Duque necesitaba la presencia de su amigo para hacerle unos trabajos. Entonces Cardenio le pidió a Luscinda que lo esperase y no dejara de escribirle. Finalmente se despidieron con la promesa de casarse. Don Fernando aprovechó la ausencia de su amigo e hizo amistad con Luscinda, y se ofreció a llevarle las cartas de ella a Cardenio y las de Cardenio a ella. Con la venia de su amigo leía todas por el camino, y como ambos enamorados comentaban las virtudes y belleza de Luscinda, Cardenio comenzó a sospechar de la fidelidad de su amigo. Un día Luscinda le pidió a Cardenio que le enviara el libro de Amadís de Gaula que le gustaba tanto… Al oír esto Don Quijote interrumpió a Cardenio comentando que, si le hubiera dicho antes que Luscinda disfrutaba de los libros de caballerías, no hubiera sido necesario describir su entendimiento, ni su valor ni su hermosura, y que le aconsejaba otro muy bueno Don Rugel de Grecia. Al final de su discurso se dio cuenta que había hecho mal y dijo: -perdón y proseguir, que es lo que hace más al caso. El Roto, profundamente pensativo discrepó con Don Quijote respecto a la dignidad y decoro de la caballería y ambos comenzaron a fajarse. Intervinieron Sancho y el Cabrero y todos terminaron golpeados. El Roto se fue tranquilamente y se emboscó de nuevo en la montaña. Los restantes se disculparon, se apaciguaron y el Cabrero se despidió. Nuestros héroes decidieron buscar a Cardenio para saber el resto de la historia pero fue inútil, y cansados llegaron a un claro del bosque. Después el hidalgo le pidió a su escudero que sobre Rocinante llevara presto una carta a su amada Dulcinea, mientras él se quedaba para hacer penitencia y estar más cerca de alcanzar la perfección de la andante caballería, como lo había demostrado Amadís de Gaula con su valentía, sufrimiento, firmeza y amor. Sancho le dijo que eso era una locura. -Mira, Sancho, que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo, ¿es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has visto que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés?
De prisa se desvistió y se quedó en carnes y pañales, y sin más ni más, se paró de manos con la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que Sancho, por no verlas otra vez, montó al caballo y se fue seguro de que su amo estaba loco. Sofocado y confuso llegó al pueblo donde el Cura y el Barbero le reconocieron y le preguntaron: - Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo? De corrida y sin parar les contó de las aventuras que habían vivido en Sierra Morena, la historia de Cardenio, de la carta que llevaba a Dulcinea de quien su amo estaba enamorado hasta los hígados, y de que él había prometido no decir cosa alguna. Todos quisieron ver el escrito, pero Sancho lo había perdido. En ese momento acordaron rescatarlo y se disfrazaron para evitar que Don Quijote los reconociera. La dueña de la venta le puso al Cura una falda de paño con franjas de terciopelo negro y ribetes de raso blanco, un antifaz y un birretillo en la cabeza; y al Barbero, una barba blanca que le llegaba a la cintura.
“Luscinda me había enviado una nota rogándome casarnos pronto y fui a pedirla por esposa. Su padre me dio a entender que no debía ser tan rápido hasta no ver lo que el Duque Ricardo hacía conmigo. Entonces Don Fernando me envió con su hermano mayor para hacer otros negocios y no tener el inconveniente de mi presencia y así poder enamorar a Luscinda. Aquella noche la vi y nos enteramos de la traición de Don Fernando. Ella con ojos llorosos me dijo que regresara pronto para concluir nuestro matrimonio. Fui a cumplir los negocios requeridos y a los cuatro días llegó un hombre para darme una carta y me comunicó que Luscinda lloraba cuando se la entregó. Decía que se casaba con Don Fernando porque así lo deseaba su codicioso padre. Fui corriendo a su casa, me escondí y la vi salir triste vestida de novia. Se dio cuenta de mi presencia y me dijo que se quitaría la vida antes de casarse con Don Fernando pero que no me turbara. Pensaba entrar en la boda y advertirles a todos que Luscinda era mía, pero cuando oí el “Si quiero” y se dieron los anillos, quedé desamparado. Luscinda se desmayó, su madre acudió a ella y encontró en su pecho una nota para Don Fernando quien pensativo la leyó sin importarle el desmayo. Finalmente salí de la ciudad y entré por estas asperezas, y del cansancio y del hambre, se cayó mi mula muerta y yo…. ¡No quiero salud sin Luscinda!” El Cura se preparaba para consolarlo cuando les llegó una voz desdichada. Detrás de un fresno vieron a un mozo vestido de labrador lavándose los pies en el arroyo, y al quitarse la montera y sacudir su cabeza, se dieron cuenta que era una mujer delicada, de largos y rubios cabellos. El Cura fue primero y le dijo dulcemente que no temiera, que solo querían ayudarla. Ella decidió reunirse con los demás y el Cura le preguntó porqué estaba sola y vestida de hombre. Discretamente comenzó a contar que se llamaba Dorotea y que había sido señora de los amores de Don Fernando. Sudó Cardenio al oír aquel nombre, pero se quedó quieto y Dorotea continuó diciendo que Don Fernando había sobornado a toda la gente para declararle su voluntad. Ofreció dádivas, mercedes a sus parientes, le dio dinero, la llenó con palabras amorosas y todos los días eran de fiesta. Sus padres le decían que fuera honesta porque conocían lo mujeriego que era Don Fernando, pero una noche entró por la ventana, la deshonró y le dijo:
-Bellísima Dorotea, ves aquí te doy la mano de serlo tuyo y sean testigos desta verdad los cielos, a quien ninguna cosa se esconde, y esta imagen de Nuestra Señora que aquí tienes. Y tomando Don Fernando una imagen que en aquel aposento estaba, la puso por testigo de nuestro desposorio, con palabras eficacísimas y juramentos extraordinarios, me dio la palabra de ser mi marido, puesto que, antes que acabase de decirlas, le dije que mirara bien lo que hacía, y que considerase el enojo que su padre había de recibir de verle casado con una villana vasalla suya; que no le cegase mi hermosura pues no era bastante para hallar en ella disculpa de su yerro, y que si algún bien me quería hacer por el amor que me tenía, fuese dejar correr mi suerte a lo igual de lo que mi calidad pedía, porque nunca los tan desiguales casamientos se gozan ni duran mucho en aquel gusto con que se comienzan.Llamé a mi criada para que en la tierra acompañase a los testigos del cielo; tornó Don Fernando a confirmar sus juramentos, echóse mil futuras maldiciones si no cumpliese lo que prometía, volvió a humedecer sus ojos, apretóme más entre sus brazos, salió mi criada del aposento, y él acabó de ser traidor y fementido Después de cumplir aquello que el apetito pide, Don Fernando de prisa se apartó de mí y al despedirse sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío. En fin, que para con Dios soy su esposa. Pocos días después Dorotea se enteró de los desposorios de Don Fernando con una hermosa mujer llamada Luscinda, la cual quiso quitarse la vida y Don Fernando la creyó muerta. Pero la verdad fue que Luscinda tramó en secreto con su criada, una excelente confabulación para evitar el desposorio: Al vestirse de novia guardó en su pecho una nota, y ante el altar fingió un desmayo. En aquel momento su madre se acercó, le abrió el pecho para que le diera el aire, y encontró una nota dirigida a Don Fernando diciéndole que no podía ser su esposa porque lo era de Cardenio. El burlado la vio acostada en la cama y la criada le dijo que estaba muerta porque habían encontrado una daga en alguna parte de su vestido. Don Fernando se fue y no se supo más de él. -En fin, señora, - dijo Cardenio - que tu eres la hermosa Dorotea, la única hija del rico Clenardo. Dorotea quedó sorprendida cuando oyó el nombre de su padre y, por lo mal vestido que estaba quien lo pronunciaba, le preguntó quién era. -Soy Cardenio, el que me hallé presente a las sinrazones de Don Fernando, soy el que no tuvo ánimos de esperar en qué paraba su desmayo; así que dejé mi casa y vine a estas soledades con intención de acabar con mi vida. Mas no ha querido la suerte quitármela, contentándose con quitarme el juicio, quizá para guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros. Aún podría ser que a entrambos nos tuviese el cielo guardado mejor suceso en nuestros desastres. Porque presiento que Luscinda no puede casarse con Don Fernando por ser mía, ni Don Fernando con ella por ser vuestro. En eso apareció inquieto Sancho Panza y ofuscado explicó que había encontrado a su amo desnudo en camisa, flaco, muerto de hambre y suspirando por su señora Dulcinea, y que no quería salir de allá arriba hasta no ser emperador o arzobispo. Le dijeron que no se preocupara, que ellos lo sacarían de la sierra. Entonces le contaron a Cardenio y a Dorotea lo planeado y esta sacó de su bolso una falda de color verde y un collar con el que se adornó de tal manera que parecía una rica y gran señora. Distraído Sancho preguntó quién era la hermosa dama y le contestaron: -Es la heredera del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don: que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y a la fama que de buen caballero tiene por todo el mundo, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa llamada Micomicona. Sancho se puso feliz y les aseguró que su amo acabaría con ese hideputa del gigante, siempre y cuando no fuera un fantasma, y que luego se casaría con la princesa para ser emperador y no tener que recibir órdenes arzobispales. Pronto les guió a donde se encontraba Don Quijote ya vestido, y allí mismo Dorotea, o la princesa Micomicona, se arrodilló ante él suplicándole que no se levantaría hasta que le otorgara la promesa de matar al gigantazo que usurpaba su reino. Aceptó Don Quijote, bajaron de la sierra y todos se dirigieron a la Venta.
EN LA VENTA
De vuelta a la aldea todos charlaban tranquilamente de temas relacionados con lo ocurrido en Sierra Morena. Don quijote regañaba a Sancho por descubrir sus peripecias; Dorotea aceptaba casarse con él si mataba al gigante y le ofrecía su reino; el Cura y el Barbero comentaban cómo fueron asaltados por unos maleantes liberados de sus cadenas por un lunático. También hablaban de caballeros y caballerías, de locuras y corduras, de amores y desamores, de la carta de Don Quijote a Dulcinea y de la respuesta inventada por Sancho. De pronto a lo lejos el escudero reconoció a Ginés de Pasamonte que venía por el camino vestido de gitano sobre Rucio para venderlo, y le gritó: - ¡Ah ladrón Ginesillo¡ ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo! ¡Huye, puto; auséntate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo! A la primera saltó Ginés y salió corriendo. Sancho abrazó cariñosamente a su asno y lo llenó de lágrimas y palabras amorosas.
Finalmente llegaron a la venta y Don Quijote cayó rendido. Los demás se sentaron a comer y el Cura decidió leerles la novela del Curioso Impertinente, que resumo a grandes rasgos: Lotario y Anselmo eran buenos amigos. Anselmo era más inclinado a los pasatiempos amorosos, y Lotario a la caza. Un día Anselmo se enamoró de Camila, una bella, buena y hacendosa mujer, y se casaron. Ella estaba tan contenta de tener a Anselmo como esposo que no cesaba de dar gracias al cielo. Pero Anselmo quiso poner a prueba el amor y la fidelidad de su esposa. Entonces le pidió a su amigo Lotario que cuidara a Camila en su casa mientras él se ausentaba por un tiempo debido a sus negocios. Lotario y Camila se negaron, pero Anselmo insistió convenciéndoles que de esa manera se iría más tranquilo, y aceptaron.
Sin hablarse al principio, Lotario y Camila permanecieron fieles a la voluntad de Anselmo. Pero era tanta la hermosura y bondad de Camila que Lotario se enamoró perdidamente de ella. Camila se ofuscó y le escribió una carta a su marido diciéndole que se iba a la casa de sus padres, pero el marido le contestó que no lo hiciera, que pronto estaría de regreso. Pasaron los días y Anselmo no se presentaba, por lo cual Camila finalmente también se enamoró de Lotario y le dijo: -…no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada…pero no le han de poner delante los regalos y servicios de los importunos amantes, porque quizá no tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar y pasar por aquellos embarazos…. Poco faltaba para que el Cura terminara de leer la novela, cuando Sancho llegó todo alborotado. Gritaba y pedía ayuda porque su amo estaba envuelto en la más reñida batalla metiendo cuchilladas al gigante enemigo de la princesa Micomicona, pero que no temieran, porque ya le había cortado la cabeza. Todos subieron inmediatamente y vieron sonámbulo a Don Quijote enfundado en una camisa corta, sin calzones, en la cabeza el bonetillo grasiento del Ventero,una manta envuelta en el brazo izquierdo, y con su espada cortaba tantos cueros de vino que inundaron el aposento. El Ventero enfurecido le dio unas bofetadas pero Don Quijote seguía en el mismo estado. Cardenio y el Cura lo detuvieron mientras Sancho buscaba la cabeza del gigante para adquirir un condado, por lo menos. -¿No ves ladrón - dijo el Ventero -, que la sangre y la fuente, no es otra cosa que estos cueros que están perforados y el vino tinto que nada en este aposento?, ¡que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó! El Cura abrazó a Don Quijote y este creyó que la batalla había terminado y que la princesa lo abrazaba y lo llevaba de vuelta a la cama donde se quedó soñando. Todos reían menos el Ventero, preocupado de quién pagaría los gastos. Luego bajaron, y el Cura finalizó la lectura del Curioso Impertinente: Entonces Lotario, Camila y la criada Leonela planearon la siguiente trama: Lotario le dijo a su amigo Anselmo que su esposa era maravillosa, que se había enamorado de ella; pero que la fidelidad de Camila era tal, que debía comprobarlo por sí mismo, y le pidió que se escondiera detrás de las cortinas mientras él hablaba con ella. Camila disimuló no saber que su marido estaba escondido cuando Lotario entró a enamorarla. Ella lo rechazaba y aparentaba odiarlo y le decía que esa situación era imposible, pues ella era la esposa de su amigo Anselmo. Ofendida quiso matarlo con una daga, pero él la tomó por el brazo, se lo volteó y le cortó ligeramente en el hombro.Camila se desmayó como si estuviera mal herida, por lo que Lotario salió corriendo, pero Anselmo continuó escondido hasta saber el final. Luego oyó a Leonela decirle a su ama que su marido debía estar con ella en aquellos momentos de tanta necesidad. Anselmo no sabía qué hacer y esperó la noche para salir de casa e ir a ver a Lotario y mostrarse orgulloso por ver salvada su honra. Lotario le dijo que no quería verlos mas, pero Anselmo insistió en que su amistad continuara como antes. Así que, cada vez que Camila y Lotario se veían, fingían desprecio mutuo. Una noche Anselmo oyó ruidos en la habitación de Leonela y fue a investigar. Al entrar vio a un hombre salir presuroso por la ventana y se puso furioso y le advirtió a la criada que si no le decía la verdad, la mataría. Ella lo calmó, le dijo que era su marido y que mañana temprano le contaría cosas de mucho interés. Anselmo aceptó curioso, y regresó a dormir con su mujer. A esta sazón Camila ya ponía en duda la fidelidad de su criada. Entonces, mientras su esposo dormía, tomó sus joyas y su dinero y se fue a casa de Lotario para indicarle que Leonela le diría la verdad a Anselmo. Entonces decidieron que ella se fuera al convento con su hermana monja y él estaría donde nadie le conociera. Cuando Anselmo se despertó no había ni mujer ni criados. Asombrado fue a ver a Lotario, pero tampoco estaba y pensó lo peor. Luego decidió ir a la finca del amigo donde tramó la prueba de fidelidad. Por el camino se encontró a un hombre desconocido y le preguntó que si conocía a Lotario y a doña Camila. Este le contestó que todo el pueblo sabía que los dos estaban enamorados y habían huido juntos. Desesperado Anselmo llegó con su amigo y se encerró en la habitación para escribir lo siguiente: -Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué…
Y antes de terminar, se quitó la vida. Camila decidió no ir al entierro de su marido y en el convento esperó muchos días a Lotario que llegara por ella, pero desgraciadamente él había fallecido en una batalla. Poco tiempo después Camila se suicidó. -Bien me parece esta novela, - dijo el cura-; pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio, que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo…. Mientras tanto, llegaron a la venta Don Fernando y Luscinda que no hacía otra cosa más que suspirar de dolor. Cardenio, El Roto, la reconoció y ella quiso abrazarlo, pero Don Fernando, celoso y enojado le sujetaba los brazos por detrás. Entonces Dorotea se echó a los pies de él y llorando le dijo tantas razones convincentes que todos aquellos malos entendidos y traiciones se resolvieron de inmediato. Mencionaré algunas de ellas que me parecieron tan sinceras como si hablara el mismo corazón: -Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya….no querría que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído solo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tu quisiste que yo fuera tuya, que aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío…. Tu no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera…. Y si no me quieres por lo que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas dejarme y desampararme…. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si esta a ti te falta negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes…. Quieras o no quieras, yo soy tu esposa. -¡Venciste, hermosa Dorotea, venciste!- Dijo Don Fernando - porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas. En aquel momento Don Fernando se volvió humilde, reconoció la verdad y facilitó la vida de los demás y abrazó a Dorotea. Cardenio hizo lo mismo con Luscinda y ella les contó cómo se escapó de sus padres y se metió al convento, pero Don Fernando la descubrió, la secuestró y la llevó hasta ahí. Todos lloraban de alegría. Sólo Sancho lloraba porque Dorotea no era en realidad la princesa Micomicona. Don Quijote aún dormía, en tanto que las parejas de enamorados reían felices por su reencuentro y escuchaban al Cura relatar las aventuras de nuestro caballero. Decía que tenía el más extraño género de locura, pero que debían inventar algo más para poder llevarlo a curar al pueblo. Así que Dorotea aceptó continuar con el papel de princesa del reino de Micomicón. Sancho lo oyó todo y fue a despertar a su amo para decirle triste y desilusionado que el gigante muerto eran cueros de vino y que la princesa Micomicona era Dorotea. El hidalgo le respondió que, si bien se acordaba, él ya le había dicho que aquella Venta estaba encantada y todo parecía lo que no era. Para asegurarse salió armado con todos sus pertrechos. Con el yelmo de Mambrino en la cabeza, se dirigió a Dorotea: -Estoy informado, hermosa señora, que vuestra grandeza se ha aniquilado y vuestro ser se ha deshecho, porque reina y gran señora que solíades ser, os habéis vuelto en una particular doncella. Ella le contestó que era mentira; que era la misma de ayer y que si acaso había sufrido alguna mutación, habría sido por la muerte del gigante. Don Quijote furioso insultó a Sancho: -¡Eres el mayor bellacuelo que hay en España, ladrón vagabundo! De pronto todos callaron cuando entró a la Venta un pasajero que parecía de buena familia cristiana, recién llegado de tierra de moros porque vestía casaca y un bonete azul. Atrás de él venía una morisca vestida de blanco con el rostro cubierto encima de su jumento. El Ventero les dijo que no había lugar en la posada, pero Luscinda y Dorotea insistieron en que se quedaran, que todas las mujeres dormirían juntas. Agradecidos se sentaron a la mesa con los demás y el cura pidió al Ventero que preparara la mejor comida que tuviese.
D E L A S A R M A S Y L A S L E T R A S
Durante la cena, Zoraida la mora, les reveló que era cristiana aún sin bautizar y que su nombre debía ser María. No hablaba bien el castellano, por lo que el Cautivo, como se conocía al caballero que la llevaba, le hacía de intérprete. Las mujeres le dijeron que si era cristiana debía descubrir su rostro y cuando lo hizo, todos quedaron asombrados de su belleza. En ese instante, no sé que espíritu movió a Don Quijote para pronunciar un discurso acerca de las armas y las letras digno de leerse. Tal vez estaba contento por haber dormido, que tanta falta le hacía, o quizá se inspiró en la princesa Micomicona sentada a su lado, o de las otras bellezas como Luscinda y Zoraida María. Lo que si es cierto es que aquella maravillosa reflexión llamó tanto la atención de todos, que hasta yo lo escribí en una pintura llamada De las Armas y las Letras. Don Quijote comenzó: -Grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Este arte y oficio excede a todos los demás. Quítenseme de delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas; que les diré que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir, es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo, y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos, no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército, o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Siendo, pues, ansí que las armas requieren espíritu, como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más: Es el fin y paradero de las letras, y no hablo de las divinas que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo; que a un fin sin tan fin como este, ningún otro se le puede igualar; hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo; y entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel que a las armas atiende, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida.Así fueron las que dieron los ángeles cuando cantaron: “Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, y la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoritos fue decirles, que cuando entrasen en alguna casa, dijesen: “Paz sea en esta casa”; y otras muchas veces les dijo: “Mi paz os doy; mi paz os dejo; paz sea con vosotros”.Esta paz es el verdadero fin de la guerra: que lo mesmo es decir armas que guerra. Propuesta pues esta verdad de que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja a las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores. Sancho se sentía orgulloso de su amo porque ninguno de los escuchas lo tomaba por loco, y su amo prosiguió: - Aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menos el premio que el letrado. Dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son las letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra, estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas. A mí ningún peligro me pone miedo, pero todavía me pone recelo pensar si la pólvora o el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto en la tierra. Es admirable lo que escribió Cervantes y a la vez da lástima su vida de lucha, pobreza y fracasos literarios, aunque al final de su vida disfrutó del éxito económico de su novela. También se compadecieron los que escuchaban en la Venta, pues Don Quijote parecía tener buen entendimiento y mejor discurso en todas las cosas que trataba.
L A H I S T O R I A D E L C A U T I V O Y
O T R O S S U C E S O S.
Una vez que nuestro ilustre caballero finalizó su discurso, Don Fernando rogó al Cautivo que contara su vida, ya que les pareció interesante verle acompañado de Zoraida María. Con voz agradable y reposada comenzó a decir que su linaje venía de las montañas de León; que su padre tenía fama de rico y gastador, que de joven había sido soldado y disertó: -...que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hayan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. Un día su padre convocó a sus tres hijos y les comunicó que había decidido dividir su herencia en cuatro partes, una para cada uno y la cuarta para él. Pero antes, los hijos debían escoger el oficio o ejercicio que les convenía tomar: Iglesia, mar o casa real, y les dijo: - Quien quisiese valer y ser rico siga o la Iglesia, o navegante, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas, porque bien dicen: “más vale migaja de rey que merced de señor”. Digo esto porque es mi voluntad que uno de vosotros siguiese las letras; el otro, la mercancía, y el otro, sirviese al rey en la guerra, y aunque la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama….
El Cautivo era el hijo mayor y escogió el ejercicio de las armas para servir a Dios y al Rey. Su segundo hermano decidió ser mercader y se fue a las Indias. El menor y más discreto quiso seguir a la Iglesia. Cuando decidieron su futuro y recogieron la herencia, el padre los abrazó, los bendijo, se despidieron y cada uno inició su camino.Veintidós años se dedicó el Cautivo a ser soldado de varios grandes señores de España. Un día conoció a Don Juan de Austria, hermano natural del rey Don Felipe, quien lo hizo capitán de infantería para vencer a los turcos y ganar la isla de Chipre. Pero, desgraciadamente en aquella batalla, el enemigo lo apresó y terminó en Argel con una cadena en la muñeca como señal de rescate. Y continuó su relato:
-Y así pasaba la vida en aquel baño o edificio donde guardaban a los cautivos con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate; y aunque el hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo Uchalí Fartax (“renegado tiñoso” en lengua turca), usaba con los cristianos. Cada día mataba a uno, desorejaba a otro sin razón alguna y por ser natural condición suya ser homicida de todo género humano. Solo libró bien un soldado español llamado tal de Saavedra.
Por encima del patio de la cárcel estaban las ventanas de agujeros de la casa de un moro rico y principal. Un día el Cautivo alzó los ojos y vio que entre los hoyos salía una mano que le ofrecía una caña larga con un bulto amarrado en la punta. Él la tomó, la abrió y leyó una nota escrita con una gran cruz dibujada y cuarenta escudos de oro español. Era de Zoraida, la hija del acaudalado moro, quien quería huir porque se había convertido al cristianismo. En la nota pedía que, con ese dinero comprara su rescate y un barco donde, a pesar del impedimento y dolor del corazón de su padre, saldría de aquellas tierras.
Después de esto él se fugó del baño, cumplió el encargo y acompaño a la mora conversa hasta España donde adquirieron el asno que traían. Llegaron a la Venta porque él deseaba averiguar qué había pasado con la hacienda de su padre y quizás ver alguno de sus hermanos. Se había enamorado de Zoraida por la paciencia con que esta soportaba las incomodidades que traen la pobreza. Hasta ahora el Cautivo le había servido solo de padre y de escudero pero deseaba casarse con ella.
En ese momento unos huéspedes querían aprovechar las circunstancias para irse sin pagar. Pero el ventero que atendía muy bien su negocio, los agarró al salir de la puerta y les pidió la paga de tan mala manera que comenzaron a pelear. Al ver esto la Ventera mandó a su hija Maritornes a suplicarle a Don Quijote que socorriera a su padre de los hombres malos que lo estaban moliendo a puñetazos. Don Quijote respondió despacio con ironía y dignidad: -Fermosa doncella, no ha por ahora vuestra petición, porque estoy impedido de entretenerme en otra aventura en tanto que no diera cima a una en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que agora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré de ella. -¡Pecadora de mí!- dijo Maritornes que estaba delante-. Primero que vuesa merced alcance esa licencia que dice, estará ya mi padre en el otro mundo. -…poco hará al caso que esté en el otro mundo- contestó Don Quijote; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo para que quedéis más que medianamente satisfecha. Y sin decir más, se fue a hincar delante de la supuesta princesa Micomicona para pedirle permiso. Dorotea se lo dio de inmediato y Don Quijote se dirigió a la riña pero quedó inmóvil y dijo: -Deténgome porque no me es lícito poner mano a la espada contra gente escuderil; pero llamadme a mi escudero Sancho; que a él le toca y atañe esta defensa y venganza. La Ventera y su hija estaban desesperadas pero finalmente el Ventero y los huéspedes quedaron en paz y se pagó la deuda gracias a las buenas razones de Don Quijote. Sin embargo, en aquel mismo instante entró aquel barbero a quien El Caballero de la Triste Figura le había quitado el yelmo y Sancho Panza los aparejos del asno. Llevaba su jumento a la caballeriza y vio a Sancho enderezando no sé qué de la albarda, la reconoció, le pegó y a gritos le dijo: -¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda que me robaste! Sancho se vio acosado de improviso y con una mano tomó la albarda y con la otra le dio un trancazo al barbero que le sangró los dientes. Pero éste no soltaba su albarda y comenzó a pedir auxilio al Rey y a la justicia para condenar al escudero por ladrón y salteador de caminos. -¡Mentís, -dijo Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en buena guerra ganó mi señor Don Quijote estos despojos! Don Quijote estaba feliz y orgulloso de cómo Sancho se defendía pero con los golpes continuaron los dimes y diretes, hasta que nuestro hidalgo aclaró la verdad y dijo: -¡…vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de Mambrino, el cual se la quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con legítima y lícita posesión! En lo de la albarda no me entremeto; que en lo que en eso sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitárselos deste vencido cobarde…. - En eso no hay duda- dijo Sancho-; pues desde que mi señor la ganó hasta agora, no ha hecho con él más que una batalla, cuando libró a los sin ventura encadenados; y si no fuera por ese baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance. El Barbero, el Cura, Dorotea y Cardenio conocían bien las locuras de Don Quijote y quisieron seguir la burla. El otro barbero y los que no sabían de su falta de juicio se alebrestaron. Unos opinaban que era bacía y otros que yelmo y en mitad de aquella discordia, se armó el zafarrancho. Todo eran llantos, voces, gritos, confusiones, temores, cuchilladas, palos y salpicones de sangre, lo que ocasionó que Don Quijote recordara la batalla del campo de Agramante: -Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida: ¿No os dije, señores, que este castillo era encantado? Mirad cómo allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acá por el yelmo, y todos peleamos y no nos entendemos. Venga vuestra merced, señor Oidor, y vuestra merced, señor Cura y el uno sea el rey Agramante y el otro de rey Sobrino y póngannos en paz; porque, por Dios Todopoderoso, que es gran bellaquería que tanta gente principal estemos matándonos por causas tan livianas. Todo se acabó gracias a los sabios razonamientos de Don Quijote. Pero en su imaginación, la albarda se quedó en espera hasta el día del juicio final, la bacía por yelmo y la venta por castillo.
Y LO METIERON
EN UNA JAULA
Don Fernando, acompañado de Luscinda, había llegado a la Venta con una orden de aprehensión contra Don Quijote por haber liberado a los galeotas, agredir a la orden de San Benito y matar a unas ovejas. El Cura intervino y acordaron no arrestarlo porque estaba loco y que él pagaría los daños causados. Mientras tanto Don Quijote le prometía a la princesa Micomicona matar al gigante y liberar a su reino. Dorotea disfrazada continuó la farsa y le agradeció que fuese lo antes posible. Cuando se fue a dormir, el hidalgo pensaba en los encantamientos ocurridos en aquella Venta, mientras que sus amigos planeaban cómo llevarlo a su aldea. Al amanecer, el Cura y Cardenio se cubrieron los rostros para no ser reconocidos, entraron al aposento de Don Quijote, le amarraron los pies y las manos, lo cubrieron con una manta. Al sacarlo, el Barbero fingió una voz tenebrosa que decía: -¡Oh caballero de la Triste Figura! No te dé afincamiento la prisión en que irás, porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzoesfuerzo te puso…. Don Quijote se creyó totalmente encantado. Afuera ya tenían preparado una carreta convertida en jaula con palos enrejados y lo metieron sobre la paja. Allí rogó a Dulcinea que le pidiera al sabio encantador que lo sacara de aquel trance para casarse con ella y darle a Sancho la ínsula prometida. Pensó que jamás había leído, visto ni oído que encerraran de aquella manera a ningún caballero andante, pero como él representaba al resucitado caballero aventurero, los encantadores habrían inventado otro género de maniobras para detenerlo. Compadecido Sancho se acercó y le dijo que no era católico lo que le hacían. -¿Católicos? ¡Mi padre!- replicó Don Quijote - Si son todos demonios…. Comenzó su peregrinar y a pesar de todo iba tranquilo dentro de la fingida prisión. Al poco tiempo se presentó por el camino el Canónigo de Toledo y le preguntó al Cura porqué lo llevaban encerrado de aquella manera. Oyó esto Don Quijote y le contestó: -Yo voy encantado en esta jaula por envidia y fraude de malos encantadores; que la virtud es más perseguida de los malos que amada de los buenos…. - Dice verdad el señor Don Quijote de la Mancha – dijo a esta razón el Cura – que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja…. Sancho señaló que no estaba encantado; que su señor tenía entero juicio porque como dijo: -Los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo habla más que treinta procuradores….
El Barbero lo amenazó diciendo que si no cerraba la boca a él también lo encerraría. El Canónigo se unió a la comitiva y con el Cura charlaron de los libros de caballerías hasta llegar a un fresco pequeño prado donde descansaron y comieron. Sancho suplicó que liberaran un rato a su señor porque debía de hacer sus necesidades. Don Quijote prometió no escapar y salió mientras el Cura y el Canónigo platicaban amargamente del daño que hacían aquellos malditos libros. Al regresar se sentó con ellos y el Canónigo le preguntó: -¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa lectura de los libros de caballerías que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, tan lejos de ser verdad como lo está la mesma mentira de la verdad? ¿Y cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías tienen? Lea mejor la Sacra Escritura, que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Esta sí será lectura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor Don Quijote mío…. El hidalgo expresó: -Me han dado a entender, vuesas mercedes, señores míos, que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república y que había hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la andante caballería. Pues hallo de mi cuenta que el sin juicio es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan verdadera y recibida en el mundo como es la andante caballería.Es como persuadir al sol que no alumbre, ni el hielo enfríe. Y si no, dígame que no es verdad que fue caballero andante el valiente lusitano Juan de Merlo, o el famoso señor de Charní, o Enrique de Remestán, o los caballeros de la Mesa Redonda…, libros todos impresos con licencia de los reyes. ¿Había de ser mentira y más llevando apariencia de verdad, los libros que cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas de tal caballero hizo? De mí sé decir que después que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos; y aunque ha tan poco que me ví encerrado en una jaula como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo, en pocos días verme rey de algún reino, donde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra…. El Canónigo estaba admirado de la fantástica mezcla de verdades y mentiras. Aún comían cuando vieron salir de entre las malezas una hermosa cabra perseguida por su dueño que la asió de los cuernos y le habló con cariño amonestándola por su rebeldía. Gustó mucho el trato y las palabras que daba el Cabrero a su animal y lo invitaron a compartir las viandas. La cabra se echó al lado de su amo y éste comentó que era un hombre rústico pero no simple, que sabía tratar a los hombres y a las bestias y que les quería contar su propia historia y comenzó:
“Había un labrador rico y honrado, dichoso de tener a su hermosa, discreta y virtuosa hija Leandra, razones suficientes para que muchos estuvieran enamorados de ella, inclusive él. Cuando Leandra llegó a la edad de casarse, su padre decidió que ella misma escogiera uno de los dos o tres buenos y conocidos mozos del pueblo. “En aquel tiempo llegó de Italia un tal Vicente de la Roca, un bravo soldado de muchas medallas y galán de ajuares lujosos que estrenaba a diario. Le gustaba la música y cantaba mientras se paseaba por el pueblo. Era visto y admirado por todos y Leandra se enamoró de él inmediatamente. Después, durante algún tiempo, ambos se concertaban fácilmente y un buen día ella tomó sus joyas y el dinero de su padre y desapareció con Vicente. “Yo y los demás enamorados nos quedamos atónitos, su padre triste, los parientes afrentados y la justicia la buscaba por doquier. Al cabo de tres días la hallaron en la cueva de un monte, desnuda en camisa, sin dinero ni joyas. Afligida les contó cómo Vicente le había prometido matrimonio y llevarla de viaje por todo el mundo, pero cuando huyeron la llevó a esa cueva, le robó todo y se fue sin quitarle su honra. El mismo día que la encontraron, su padre la metió en un monasterio vecino. “Con la ausencia de Leandra en el pueblo, todos los enamorados entristecimos. Entonces yo y un amigo decidimos vivir en estos montes cuidando nuestros rebaños de cabras y de ovejas. A diario suspiramos cantando juntos alabanzas y vituperios a Leandra. Su nombre está en boca de todo el pueblo y aunque la odian y critican, la adoramos.” Cuando el Cabrero terminó su historia, Don Quijote le ofreció sacarla del monasterio, ya que su profesión era favorecer a los desvalidos y menesterosos, deshacer agravios, enderezar entuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas. El Cabrero, que parecía ser un cortesano discreto, le contestó que debía tener los sesos vacíos. Don Quijote enfurecido le dijo que estaba más lleno que cualquier hijo de puta y que el vacío y menguado era él y diciendo y haciendo, le pegó en la cara con un trozo de pan. El Cabrero no sabía de bromas y saltó sobre Don Quijote queriéndolo ahorcar. Lo hubiera hecho si Sancho Panza no llega a tiempo para separarlos. Todos se echaron a reír, pero no les duró mucho el gusto porque de lejos se oyó un doloroso sonido de trompeta. Don Quijote seguía encolerizado, se puso de pie y vio venir a muchos hombres vestidos de blanco cargando una imagen de una mujer en llanto. No faltó ni un minuto para que imaginara que eran unos malandrines que llevaban a la señora a la fuerza e inmediatamente montó a Rocinante, tomó su espada y fue al ataque diciendo en alta voz:
-Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva… Llegó ante los enlutados, paró a Rocinante y les indicó que seguramente no eran tan buenos por llevar las cabezas cubiertas. Uno de los clérigos de aquella procesión de disciplinantes que cantaban letanías mientras los otros cargaban la imagen de la Virgen, al ver a la extraña figura de nuestro caballero, le preguntó qué quería porque ellos tenían prisa. En una lo diré - replicó Don Quijote -, y es esta: Que luego al punto dejéis libre a esta hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad… Todos rieron al darse cuenta de aquella locura. Este gesto encolerizó más a nuestro caballero y los atacó con su espada. Entonces uno de los peregrinantes lo embistió con un palo, lo tumbó de Rocinante y quedó inmóvil.
Sancho llegó corriendo y tomó a su amo entre los brazos creyendo que estaba muerto y con lágrimas en los ojos les dijo que era un pobre caballero encantado y que no había hecho mal a nadie en todos los días de su vida. Con los gemidos de Sancho revivió Don Quijote y le ordenó que lo pusiera en el carro encantado porque tenía el hombro hecho pedazos. El Canónigo, el Cura y el Barbero, lo metieron de vuelta a la jaula y tuvieron que pagar los daños causados a la procesión que luego siguió su camino. El Cabrero se despidió, el Canónigo hizo lo mismo y solicitó al Cura que le avisara cuando el caballero andante sanara de su locura. Seis días tardaron en llegar a la aldea donde los recibieron con singular alegría, pero extrañados de verle enjaulado. La sobrina y el ama tomaron a Don Quijote, lo metieron a la cama, lo lavaron, curaron sus heridas, y le dieron de comer. Al poco tiempo llegó Juana Panza, abrazó a su esposo Sancho y curiosa le preguntó si había obtenido algo bueno en aquellas andanzas. Cide Hamete Benengeli finaliza su primer libro del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y añade que: -En los cimientos derribados de una antigua ermita, un médico había encontrado una caja de plomo donde estaban unos pergaminos escritos con letras góticas pero en versos castellanos, que contenían muchas de las hazañas que daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mismo Don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres. Se sabe que Cervantes no tenía intención de escribir una segunda parte, pero cuando se entera que un tal Avellaneda había impreso una burda imitación y por el éxito que ya tenía su primer libro, escribió el siguiente, único y especial. Así que la muerte de Don Quijote queda un tanto rehecha. A pesar de todo, no pierde la calidad de su sincera libertad creativa. También reconoce sus olvidos y errores del primer libro y pide perdón.
T E R C E R A S A L I D A D E S U T I E R R A
Cuenta el autor Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia y tercera salida de Don Quijote, que el Cura y el Barbero se estuvieron casi un mes sin verle por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas; pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolas tuviesen cuenta con darle a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el cerebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura…. Así lo hacían y al cabo de un tiempo creyeron que su señor estaba curado. Cuando sus amigos volvieron, lo encontraron flaco y seco sentado en su cama como una momia. Le preguntaron de su salud, hablaron de formas de gobierno, de razones de estado y renovaron la república con tanta discreción que creyeron que había recuperado su entero juicio. Pero el Cura quería asegurarse de su sanidad y comentó que el Turco bajaba con una poderosa armada…. y su Majestad había hecho proveer las costas de Nápoles, Sicilia y la isla de Malta para su defensa…. Presentes estaban La Sobrina y el Ama cuando Don Quijote contestó que su Majestad era muy prudente pero que él le aconsejaba llamar a todos los caballeros andantes porque ellos sí acabarían con los turcos. -¡Ay de mí! – dijo a este punto la Sobrina - ¡Que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante! A lo que dijo Don Quijote: -Caballero andante he de morir, y baje o suba el Turco cuando él quisiere y cuan poderosamente pudiere, que otra vez digo que Dios me entiende. El Barbero pidió permiso para contar el siguiente cuento: Los parientes de un licenciado lo internaron en el nosocomio de Sevilla porque estaba loco. Después de muchos años se dio a entender que estaba cuerdo y decidieron sacarlo. Pero antes de salir pidió que lo dejaran despedirse de sus compañeros. Uno de ellos, el que se creía Júpiter, le dijo que no debía salir porque aún seguía demente y que con sus rayos abrasadores podía castigarlo y destruir al mundo secando toda el agua. El licenciado no le hizo caso pero le dijo al capellán que lo llevaba para sacarlo, que no se preocupara por Júpiter porque él era Neptuno y no lo permitiría. Entonces desnudaron de vuelta al licenciado y lo dejaron en el mismo lugar. Don Quijote se dio cuenta de lo que trataba de decir y contestó: -…. ¿es posible que vuesa merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recibidas? Yo, señor Barbero, no soy Neptuno el dios de las aguas…; solo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campea el orden de la andante caballería….Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía, y la teórica de la práctica de las armas….
En eso alguien golpeó la puerta y Sobrina y Ama salieron a ver. Era Sancho que quería ver a su señor Don Quijote, pero ellas se opusieron ferozmente: -¿Qué quiere este mostrenco en esta casa?...Que vos sois quien sonsaca a mi señor y le lleva por esos andurriales. -Ama de Satanás – contestó Sancho - …el que me sacó de mi casa con engañifas y prometiéndome una ínsula fue él…. -Con todo no entraréis acá, saco de maldades y costal de malicias…. Don Quijote lo oyó y lo hizo pasar por miedo a que Sancho desembuchara más cosas. El Cura y el Barbero se despidieron desesperados de sus disparates embebidos en las mal andantes caballerías. Nuestro caballero se encerró con su escudero y le preguntó con mucha curiosidad: -¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, que de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿Qué se platica del asumpto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca?.... Sancho se lo diría con la condición que no se enojara y su amo aceptó. -Pues lo primero que le digo es que el vulgo lo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato,…los hidalgos dicen que no conteniéndose vuesa merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto un“don” y se ha arremetido a caballero….y los caballeros dicen que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos…. En lo que toca a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuesa merced, hay diferentes opiniones: unos dicen “loco pero gracioso”; otros, “cortés pero impertinente”,…y otras cosas que ni a usted ni a mí nos dejan hueso sano…. -Mira, Sancho, donde está la virtud en eminente grado, es perseguida….Así que, entre tantas calumnias de buenos, bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho. El escudero contestó que Sansón Carrasco venía de estudiar en Salamanca y decía que el libro de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha estaba impreso y que también hablaba de él y de la señora Dulcinea y que el autor se llamaba Cide Hamete Berenjena. -Ese nombre es de moro,- dijo Don Quijote- … el sobrenombre de ese Cide, en arábigo quiere decir “señor”. -Así será – respondió Sancho- …porque he oído decir que los moros son amigos de berenjenas. Don Quijote mandó a Sancho en busca del bachiller mientras pensaba en aquel libro que debía ser grandioso, magnífico y verdadero. Pero le desconsoló el hecho de que su autor fuera moro, porque de los moros no se podía esperar verdad alguna; que todos eran embelecadores, falsarios y quimeristas.
En eso llegó el bachiller Sansón Carrasco, socarrón inteligente que de Sansón no tenía nada porque era bajo de estatura. Al ver a Don Quijote se arrodilló en frente y le contó lo que decían de él en los doce mil libros impresos: que era el más grande caballero andante, que lo habían descrito gallardo, de ánimo grande en acometer peligros, paciente en las adversidades, en el sufrimiento, en las desgracias, en las heridas, en la honestidad, y en la continencia en los amores platónicos con Doña Dulcinea del Toboso. Así mismo relató las hazañas más importantes: los molinos de viento, los ejércitos de ovejas y carneros, la de los hombres a caballo con antorchas alumbrando al muerto que llevaban a enterrar a Segovia, la libertad a los galeotes, la del valeroso vizcaíno, la batalla contra los vinos de cuero y de cantidad de palos que había recibido. Pero las tachas que ponían eran que el autor había incluido en la novela un cuento llamado El Curioso Impertinente, que no tenía nada que ver. Otra, que no aclaró quién se había robado a Rucio y también de lo que había hecho Sancho con las monedas de oro encontradas en aquella maleta abandonada en Sierra Morena. Al oír esto Sancho se despidió y salió corriendo. Don Quijote comió con el bachiller y durmieron la siesta. Por la tarde regresó Sancho y justificó ante su amo y el bachiller que él estaba seguro que Ginés de Pasamonte le había robado a Rucio porque lo vio montado en él queriéndolo vender, pero Ginés salió huyendo cuando lo reconoció. Y lo de las monedas de oro se las había gastado entre él y su familia. Carrasco aseguró que todos esos hechos se los comunicaría al autor de la novela para evitar que apareciera alguna duda de la honestidad del buen Sancho en la próxima edición. Don Quijote estaba decidido a salir dentro de ocho días y le pidió al Bachiller que lo mantuviera en secreto ante sus amigos el Cura, el Barbero, su Sobrina y el Ama, para evitar que se lo impidieran. Sansón lo prometió con la condición que le informara de sus futuras aventuras. Poco después se despidieron y Sancho fue a su casa a disponer de lo necesario para la jornada. Lo esperaba su mujer Teresa Cascajo de Panza, su hija Mari Sancha o Sanchica y su hijo Sanchico. Les dijo que estaba muy contento porque había determinado volver a servir a su amo Don Quijote que quería salir a buscar aventuras por tercera vez; que pronto sería gobernador y su hija condesa y Teresa dormiría sobre almohadas de Marruecos. A Teresa no le hizo mucha gracia pero al fin aceptó. Por otra parte, Sobrina y Ama con mil razones procuraban apartar a su señor de tan mal pensamiento y le decían que todo eso de los caballeros andantes era pura fábula. El paciente Don Quijote las calló con buenas imaginerías y su Sobrina le contestó que mejor era como predicador en el púlpito o por las calles, y añadió: -… ser valiente siendo viejo, tener fuerzas estando enfermo, enderezar tuertos estando agobiado por la edad y lo peor, querer ser caballero cuando se era un hidalgo pobre, era ilógico. En estas estaban cuando tocaron a la puerta. Al ver el Ama que era Sancho, se escondió; no lo quería ni ver.
Don Quijote lo recibió feliz y ambos entraron al aposento para hablar en secreto. Esta vez Sancho le pidió un salario y la ínsula prometida, a lo que Don Quijote respondió: -….no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero; solo sé que todos servían a merced, y que cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallaban premiados con una ínsula, o con otra cosa equivalente....
y si no queréis venir conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y que os haga un santo…. A Sancho se le saltaron las lágrimas y Sansón Carrasco que había oído todo, entró y adulando a nuestro caballero dijo: -¡Oh flor de la andante caballería! ¡Oh luz resplandeciente de las armas! ¡Oh honor y espejo de la nación española! Yo sé que es determinación precisa de las esferas, que el señor Don Quijote vuelva a ejecutar sus altos y nuevos pensamientos...; y si fuese necesidad servir a tu magnificencia de escudero, lo tendré a felicísima ventura. Contestó Don Quijote: -¿No te dije yo, Sancho, que me habían de sobrar escuderos? Mira quien se ofrece a serlo sino el inaudito bachiller Sansón Carrasco…. El escudero lloraba y comentó que él venía de la alcurnia agradecida de los Panzas y que le había pedido un salario para complacer a su mujer, pero que se ofrecía fiel y legalmente, ser mejor que cualquier otro escudero. Don Quijote y Sancho se abrazaron y quedaron amigos. Al tercer día por la noche, sin que nadie los viera, se pusieron de camino hacia el Toboso. Solo el Bachiller los acompañó un tramo y quedó admirado de la especial locura de aquel par.
RUMBO
AL TOBOSO
-Con la Iglesia hemos topado, Sancho.
Creo que Cervantes era un hombre religioso y un tanto anticlerical. Este capítulo lo confirma al hablar de los pecados capitales por boca de Don Quijote y cuando advierte a Sancho de los peligros de la Iglesia de entonces. Tres veces repite Cide Hamete Benengeli ¡Bendito sea el poderoso Alá! porque vio nuevamente en campaña a Don Quijote y a Sancho Panza rumbo al Toboso mientras comentaban: -…por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras, mezclando una verdad con mil mentiras, divirtiéndose al contar otras acciones fuera de una verdadera historia. ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé que de deleite consigo; pero el de la envidia no trae sino disgusto, rencores y rabias. Sancho contestó que de él había poca cosa que envidiar: ser creyente en Dios y en la Santa Iglesia Católica Romana, ser enemigo mortal de los judíos y, aunque fuera algo de malicioso y bellaco, los historiadores debían tener misericordia y tratarlo bien en sus escritos. Su amo estuvo de acuerdo y contestó: -…las obras de la fama que los mortales desean como premio y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más debemos atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes…la fama, por mucho que dure se ha de acabar con el mesmo mundo…. Nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana. Hemos de matar a los gigantes de la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer, que comemos, y en el mucho velar, que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer famosos caballeros. En estas y otras pláticas se les pasó el día y la noche, y al amanecer descubrieron la gran ciudad del Toboso que, en aquel entonces no pasaba de novecientos habitantes. Al entrar en busca del palacio de Dulcinea, vieron una sombra enorme y amenazadora, pero se dieron cuenta que era la iglesia principal del pueblo y Don Quijote exclamó: -Con la Iglesia hemos topado, Sancho. En esta corta e irónica frase, Cervantes se resiente con la Iglesia por las constantes agresiones administrativas que lo tuvieron varias veces sometido a excomunión. Como no sabían donde encontrar a Dulcinea, le preguntaron a un labrador y les contestó que él era forastero pero seguramente el cura y el sacristán podrían informarles. Sancho decidió que su amo descansara en la floresta cercana mientras él la buscaba. Don Quijote aceptó y se quedó dormido sobre Rocinante bajo la sombra de los árboles. Sancho jamás había visto a Dulcinea y enfadado se decía: -¿A quien vas a buscar, Sancho? A una princesa, sol de la hermosura. ¿Porqué? Porque es el deseo del señor Don Quijote. ¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso…¡El diablo me ha metido a mí en esto!
Entonces se detuvo, bajó de su asno y continuó el soliloquio convencido de que su amo estaba totalmente loco porque tomaba unas cosas por otras: veía ventas como castillos, molinos como gigantes y carneros como ejércitos. Sin embargo, pensó que gracias a esto no sería difícil convertir en Dulcinea a la primera mujer que viera pasar. Al poco rato notó que a lo lejos lento se acercaban unas labradoras sobre sus mulos. Rápido montó a Rucio y a galope fue en busca de su amo. Lo despertó y con una aparente emoción le dijo que ya había encontrado a Dulcinea. Por supuesto a Don Quijote se le saltó el corazón y lo siguió presuroso hasta topar con las aldeanas. -Son estas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol de mediodía.-Yo no veo, Sancho, sino a tres labradoras sobre tres borricos. -Calle, señor, no diga esas palabras y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca. Y diciendo esto bajó de su asno y se hincó frente a una de ellas diciendo: -Reina y princesa y duquesa de la hermosura sea servida de recibir en su gracia y buen talante al cautivo caballero vuestro Don Quijote de la Mancha, llamado El Caballero de la Triste Figura…. Las labradoras se quedaron atónitas y las de atrás gritaron que se apartaran del camino y que las dejaran pasar. Sancho contestó que se dieran cuenta que ante ellas estaba arrodillado, la sublimada presencia, la columna y sustento de la andante caballería. Se sintieron burladas y una de ellas brincó sobre su pollino y con malas palabras les dio a entender que las dejaran en paz y se fueron. -Levántate, Sancho, -dijo Don Quijote-… el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos y ha transformado la sin igual hermosura en una labradora pobre….No se contentan estos traidores de haber transformado a mi Dulcinea, sino que la volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y justamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras: el buen olor de ámbares y flores…. Porque te hago saber, Sancho, que cuando me acerqué a ella, me dio un olor de ajos que me atosigó el alma. Sancho le contestó que el nunca la vio fea, aunque tenía un lunar con pelos sobre el labio de arriba a manera de bigote, pero seguramente eran lunas y estrellas brillantes. Le costó trabajo disimular la risa por haber engañado a su amo tan delicadamente. Finalmente subieron sobre sus jumentos y continuaron el camino a Zaragoza mientras el hidalgo se quejaba de ser el más desdichado de los hombres.
L A C A R R E T A D E
L A S C O R T E S D E L A
M U E R T E
Triste y enojado cabalgaba Don Quijote pensando en cómo remediar la burla que los encantadores le habían hecho al convertir a Dulcinea en una aldeana fea. Sancho, al verlo así le dijo que las tristezas no se habían hecho para las bestias, sino para los hombres, que si estos entristecían demasiado se volvían bestias y que mejor era que Satanás se llevara a todas las Dulcineas del mundo antes de perjudicar su salud. Don Quijote le contestó que él era el culpable por ser caballero andante y envidiado hasta por los encantadores. Y le añadió que le había pintado mal la hermosura de Dulcinea, porque ella tenía las cejas como arcos celestiales, dientes de perla y ojos verdes, no como los de la aldeana que más parecían de besugo que de dama. De repente desde los arbustos saltó ante ellos una carreta llena de los más extraños personajes. El primero que vio Don Quijote fue a un horrendo demonio. También estaba la muerte,
un ángel,
el emperador con la reina,
un juglar,
el Dios Cupido, ...y otro caballero vestido de blanco con sombrero emplumado. Al principio Sancho se llenó de miedo y nuestro caballero se ofuscó, pero al pensar que seria una nueva aventura, se colocó frente a la carreta y con voz alta y amenazadora dijo: -Carretero, cochero, o diablo, no tardes en decirme quién eres, a dó vas y quien es la gente que llevas en tu carricoche…. -Señor, somos recitantes de la compañía de Angulo “El Malo”; hemos hecho detrás de aquella loma esta semana, la octava del Corpus, el auto de “Las Cortes de la Muerte” y hémoles de hacer esta tarde en un lugar cerca, y para excusar el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos vamos listos como lo representamos…. -Por fe de caballero andante digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño. Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta…. El juglar se adelantó ante Don Quijote y Sancho y dio tantos saltos sonando sus cascabeles que asustaron a Rucio y a Rocinante que tiró a su amo al suelo y salió a todo galope. Don Quijote quiso vengarse y los perseguía mientras Sancho corría atrás gritando que no valía la pena luchar contra aquel invencible ejército del diablo, la muerte y los reyes. Cuando nuestro caballero se dio cuenta que todos ellos estaban armados con piedras, le dio la razón a su escudero y se retiró diciendo que dejaba atrás al escuadrón de los fantasmas de ultratumba para buscar mejores aventuras.
E L C A B A L L E R O D E L B O S Q U E
Aquella noche la pasaron bajo unos árboles pero lograron poco sueño porque estaban impresionados de aquellos extraños personajes que, según les habían dicho, iban ataviados así para representar los papeles importantes de una obra teatral. Entonces Don Quijote y Sancho hablaron del teatro, de la farsa, de la comedia, que todos eran instrumentos que hacían bien a la república porque era como poner unos espejos ante los espectadores para que vieran las acciones de la vida humana; que los actores disfrazados del personaje que representaban eran distintos uno del otro, pero al terminar la obra, se quitaban las ropas y todos eran iguales. -Pues lo mesmo – dijo Don Quijote – acontece en la comedia y trato deste mundo…. Pero llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban y quedan iguales en la sepultura. En estas y en otras pláticas se les pasó gran parte de la noche, hasta que a Sancho le vino en voluntad de dejar caer las compuertas de los ojos, como él decía y finalmente se quedó dormido. Pero el ilustre hidalgo aún cabeceaba cuando le sobresaltaron los ruidos de armaduras y de voces. Se asomó entre los árboles y vio un caballero andante con un yelmo emplumado que cantaba un soneto de desamores y con su escudero. Despertó a Sancho y le dijo: - ¡Hermano Sancho, aventura tenemos!... mira y verás allí a un andante caballero, que a lo que a mí se me trasluce, no puede estar demasiadamente alegre….porque de la abundancia del corazón habla la lengua…. Pero el caballero del Bosque, como después le llamó Don Quijote, también oyó voces cerca de él, y grito quiénes eran, si de los contentos o de los afligidos. Don Quijote contestó inmediatamente que él era de los afligidos. El otro le tomó del brazo y le dijo: - Sentaos aquí, señor caballero; que para entender que lo sois, y de los que profesan la andante caballería, bástame el haberos hallado en este lugar…. Por ventura, ¿sois enamorado?- Por desventura lo soy – respondió Don Quijote – aunque los daños que nacen de los bien colocados pensamientos, antes se deben tener por gracias que por desdichas. El escudero del caballero del Bosque y Sancho Panza se apartaron para hablar de sus vidas, mientras que sus amos dialogaban de amores. Los escuderos conversaban que se ganaban el pan con el sudor de su frente, que Sancho gobernaría la ínsula prometida por su buen señor y que criaba a su hija para ser princesa. El otro, se conformaba con un canonicato y a su hija la haría ninfa del verde bosque y que su amo era más bellaco que tonto y valiente y que la locura se pegaba. En fin, charlaron, bebieron y comieron tanto, que se quedaron dormidos con los bocados a medio mascar. El Caballero del Bosque embaucaba a Don Quijote con el cuento de su amada, la mas hermosa Casildea de Vandalia, madrina de Hércules a quien envió a desafiar a la famosa giganta de Sevilla, la Giralda, y que una vez vencida acabó victorioso en las batallas contra todos los demás caballeros andantes, inclusive con El Caballero de la Triste Figura. Admirado quedó Don Quijote al oirlo y mil veces quiso decirle que mentía, pero tranquilamente comentó: -De que vuestra merced haya vencido a los más caballeros andantes de España, y aún de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a Don Quijote de la Mancha póngalo en duda. -¿Cómo no? – replicó el del Bosque – Por el cielo que nos cubre que peleé con Don Quijote y le vencí; le dicen El Caballero de la Triste Figura y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza…rige el freno de un famoso caballo llamado Rocinante,…tiene por señora a una tal Dulcinea del Toboso…. -Sosegaos, señor caballero, habéis de saber que ese Don Quijote que decís lo tengo en lugar de mi misma persona….y tiene muchos enemigos encantadores….Que no haya alguno dellos tomado su figura para dejarse vencer por defraudarle….Y diciendo esto se levantó y empuño la espada esperando la resolución del caballero del Bosque que comentó: - Al buen pagador no le duelen prendas…bien podrá tener esperanzas de rendiros…. Además le puso por condición que el vencido haría cuanto el vencedor quisiera. Don Quijote aceptó pero a condición de que se alzara la visera del almete emplumado para verle la expresión de sus ojos. El otro se negó, según él, por razones de Casildea. Cuando la noche aclaró, lo primero que vio Sancho fue la enorme, encorvada, amoratada y verrugosa nariz del otro escudero. Instintivamente se apartó de él y trataba de subir a un alcornoque, mientras que los caballeros ya estaban listos para pelear montados en sus viejos, flacos y cansados caballos.
Don Quijote observó que Sancho quería subir al árbol y lo ayudó; supuso que su escudero deseaba ver mejor la batalla desde arriba. Mientras tanto, el Caballero del Bosque se preparaba para embestir, dio la vuelta, trotó a su caballo y se detuvo cuando advirtió a su contrincante ayudando a Sancho. Entonces Don Quijote, al ver a su enemigo preparado para atacar, puso a Rocinante a galope. El otro trató de hacer lo mismo pero su jumento no quiso moverse y oportunamente Don Quijote lo golpeó con su lanza con tanta fuerza que su contrincante cayó al suelo y quedó inmóvil. Victorioso bajó de Rocinante y Sancho del árbol para quitarle el almete y ver si estaba muerto. El escudero del derrotado se quitó la narizota y con ella en la mano corrió para salvar a su señor. Sancho se asombró que fuera Tomé Cecial, su compadre y vecino, quien suplicaba no maltratar a su amo porque en realidad era el Bachiller Sansón Carrasco. Pero Don Quijote no le oyó y cuando su enemigo volvió en sí, le apuntó al rostro con su espada diciendo: -Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia…. También habéis de confesar y creer que aquel caballero que venciste no fue ni pudo ser Don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía…. -Confieso –dijo el caído caballero – que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso, que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea…. Todo confieso y creo…. Dejadme levantar, os lo ruego…. Le ayudaron y malamente quedó montado sobre su caballo. Sancho quería comprobar si efectivamente era su amigo Tomé Cecial, porque su amo decía que los encantadores habían mutado las figuras del Caballero del Bosque en la del bachiller Sansón Carrasco y la de su escudero, en Tomé, pero no lo logró. En efecto, cuando Don Quijote salió por tercera vez, Sansón Carrasco se reunió con el Cura y el Barbero para decidir en qué forma debía someter a nuestro hidalgo y resolvieron dejarlo marchar para luego aparecérsele por el camino como otro caballero andante, vencerle y llevarlo de vuelta a casa. Sin embargo, sucedió todo lo contrario y Carrasco regresó con las costillas rotas y se quedó en cama.
E L D E L V E R D E
G A B A N Y L A A V E N T U R A D E L O S L E O N E S
Tan feliz iba Don Quijote por la pasada victoria que no le importaban los encantadores, ni se acordaba de lo innumerables palos que había recibido, ni de haber perdido la mitad de sus dientes, ni el desagradecimiento de los galeotes, ni de tantos otros fracasos. Sancho sobresaltado hablaba de la nariz descomunal del escudero y no podía creer que los personajes fueran Sansón Carrasco y Tomé Cecial. Don Quijote le respondío que si Dulcinea se había convertido en campesina, bien podía ser lo mismo con los del Bosque. -Todo es artificio y traza de los malignos magos que me persiguen; los cuales, anteviendo que yo había de quedar vencedor en la contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostro de mi amigo el Bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira de mi corazón…cuán fácil sea a los encantadores mudar unos rostros de otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo feo hermoso…. Lo importante era ser el vencedor de su enemigo y como Sancho había inventado lo del encantamiento de Dulcinea, le contestó que sólo Dios sabía la verdad. Por el mismo camino encontraron a un caballero de buena estampa, con un fino gabán verde y montado sobre una yegua preciosa. A Don Quijote le pareció un hombre de bien y le dijo: -Señor galán, si es que vuesa merced lleva el mesmo camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos. El del verde gabán jamás había visto semejante personaje. Observaba admirado la largura de su cuello, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura. Nuestro caballero se dio cuenta que lo miraba de arriba para abajo, posiblemente para saber quién era y le dijo: -Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado, pero soy un caballero. Salí de mi patria, empeñé mi hacienda y entrégueme en los brazos de la Fortuna, que me llevase donde más fuese servida. Quise resucitar la ya muerta andante caballería, socorriendo viudas, amparando doncellas y favoreciendo viudas, huérfanos y pupilos, y así, por mis valerosas hazañas he merecido andar ya en estampa en casi todas las naciones del mundo. Treinta mil volúmenes se han escrito de mi historia…. Yo soy Don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste Figura… A esto le contestó el otro caballero: -¿Cómo es posible que hay hoy caballeros andantes en el mundo, y que hay historias impresas de verdaderas caballerías? No me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare doncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos y no lo creyera si en vuesa merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, que con esta historia se habrán puesto en olvido los fingidos caballeros andantes, tan en daño de las buenas costumbres.
Añadió que se llamaba Don Diego de Miranda, medianamente rico, con esposa, hijos y amigos, que era fiel católico practicante y que tenía seis docenas de libros. Agregó que a su hijo adolescente le gustaba la poesía y había leído a Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo, porque los modernos no le interesaban. A todo esto Don Quijote respondió: -Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que, cuando grandes, sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, aunque el persuadirles no será dañoso, que le dejen seguir aquello a que más le vieren inclinado; y aunque la poesía es menos útil que deleitable, no deshonra a quien las posee…. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar muchas otras doncellas, que son las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar, la volverá en oro purísimo. A Sancho no le interesaban esas pláticas y se desvió del camino para comprar requesones a unos pastores. De repente oyó a su señor gritarle que le llevara su yelmo inmediatamente porque había visto que venía un carro lleno de banderas reales. El escudero había puesto los requesones en la bacía porque no encontraba otro lugar para guardarlos, pero su amo le insistía presuroso. Don Diego buscaba por todas partes y lo único que descubrió fue un carro con tres banderas pequeñas de Su Majestad. Se lo dijo pero Don Quijote le respondió que él sabía por experiencia lo que era tener enemigos visibles e invisibles. Sancho le dio la celada y a toda prisa, sin ver lo que contenía, se la encajó en la cabeza. Los requesones se aplastaron y el suero le escurrió por el rostro y las barbas. Fue tal el susto que le dijo a Sancho: -¿Qué será esto, que me parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza?... dame un paño para limpiarme… Por mi vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y mal mirado escudero. Nuestro ilustre hidalgo se limpió y se volvió a colocar su yelmo, se situó frente a la carroza y preguntó a dónde iban y qué llevaban. El carretero respondió: -El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que el General de Orán envía a la Corte, de regalo a Su Majestad; las banderas son del Rey nuestro señor, en señal que aquí va cosa suya. -¿Son grandes los leones? – preguntó Don Quijote. -Tan grandes que no han pasado mayores. Son hembra y macho…y ahora van hambrientos porque no han comido hoy. -¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos y a tales horas? Pues ¡por Dios que van a ver esos señores que los envían si soy yo hombre que se espanta de leones!...abrid esas jaulas y echadme esas fieras fuera; que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es Don Quijote de la Mancha, a pesar de los encantadores que a mí los envían. -Dado ha señal de quién es nuestro caballero, los requesones sin duda le han ablandado los sesos.- se dijo el de Verde.- ¿Tan loco es vuestro amo? -No es loco – respondió Sancho - , sino atrevido.
Trataron de convencerlo pero Don Quijote no hizo caso, se bajo de Rocinante temiendo que este se asustara y empuñando la espada obligó al carretero a abrir la primera jaula. Los demás temerosos corrieron a esconderse.El valiente caballero se encomendó a Dios y a Dulcinea y paso a paso, con lentitud y con el corazón valiente, se puso frente al enorme animal. El león se revolvió en la jaula, tendió la garra, se desperezó y bostezó muy despacio, sacó la cabeza, miró a todas partes, dio media vuelta y se tumbó de nuevo. Como no quería salir por estar tan adormilado, Don Quijote le pidió al carretero que cerrara la jaula y Sancho exclamó. -Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias. Don Quijote le ordenó que le diese dos monedas de oro al carretero y le dijo: -Pues si acaso su Majestad preguntare quien hizo la valerosa hazaña, diréisle que el Caballero de los Leones, que de aquí en adelante quiero que se cambie por el que hasta aquí he tenido del Caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros que se mudaban los nombres cuando querían…. El carro siguió su camino y Don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán, prosiguieron el suyo. Todo lo miraba Don Diego de Miranda y pensaba en los disparates de los encantadores, el yelmo y los quesos y la amenaza a los leones. Se dio cuenta Don Quijote y le comentó que seguramente pensaba que estaba loco, pero que no era tanto, porque prefería que la gente comentara “el tal caballero es temerario y atrevido” que no “el tal caballero es tímido y cobarde”. Don Diego aceptó sus razones y le contestó que si la andante caballería se perdiese, la hallaría como un archivo en el pecho del Caballero de los Leones. A las dos de la tarde llegaron a la casa del Caballero del Verde Gabán quien los invitó a pasar y a descansar. Al entrar vieron que la casa era grande y ancha con un patio lleno de tinajas, pues la región de El Toboso era y es una floreciente industria tinajera. Esto le recordó a su añorada Dulcinea y con un suspiro exclamó: -¡ Oh dulces prendas, por mi mal halladas, Dulces y alegres cuando Dios quería ! (Así comienza uno de los más hermosos sonetos de Garcilaso de la Vega) Escuchó esto Don Lorenzo, estudiante y poeta, hijo de Don Diego, y salió a recibirlos con su madre Doña Cristina. Ambos quedaron perplejos al ver la extraña figura; no obstante, la señora los recibió amorosa y, cortésmente, los pasó a un salón para limpiarles la mugre de los requesones. El joven le preguntó a su padre quiénes eran sus invitados. -No sé, hijo, sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas que borran y deshacen sus hechos; háblale tú y tómale el pulso a lo que sabe y pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería, lo que más puesto en razón estuviere; aunque para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo. Don Lorenzo buscó a Don Quijote y éste le dijo que su padre ya le había informado que era un gran poeta. El muchacho le contestó humildemente que poeta si lo era pero que lo de grande lo decía su padre. A nuestro caballero le gustó la contestación y le pidió que leyera sus poemas y después de escucharlos, le aseguró que era un gran poeta. Don Lorenzo le preguntó qué ciencias había él cursado y Don Quijote le contestó: -La de la Caballería Andante, que es tan buena como la de la poesía, y aún dos deditos más. -No sé qué ciencia sea esa – replicó el poeta – y hasta ahora no ha llegado hasta mí noticia. -Es una ciencia – replicó Don Quijote – que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene;
para conocer por las estrellas cuántas horas han pasado de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas;y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales,decendiendo a otras menudencias,digo que ha de saber nadar; ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno; y volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe en Dios y a su dama, ha de ser casto en sus pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante…. -Si eso es así – replicó Don Lorenzo –, yo digo que se aventaja esa ciencia a todas… dudo que haya habido, ni que los hay ahora, caballeros andantes y adornados de virtudes tantas. -Muchas veces he dicho- respondió Don Quijote – que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer que no ha habido en él caballeros andantes…. No quero detenerme agora en sacar a vuesa merced del error que con los muchos tiene…, lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo. Se interrumpió la plática cuando los llamaron a comer. El padre se acercó a su hijo preguntándole su conclusión y el hijo le respondió que Don Quijote era un entreverado loco lleno de lúcidos intervalos. Cuatro días estuvieron consentidos Don Quijote y Sancho, mas llegó la hora de partir. Dieron las gracias por las múltiples gentilezas, montaron a sus jumentos y se fueron restablecidos.
L A S B O D A S D E Q U I T E R I A
Al poco tiempo de dejar la casa de Don Diego de Miranda, encontraron por el camino a dos estudiantes y a varios labradores a caballo. Don Quijote se presentó como el Caballero de los Leones que buscaba aventuras y les ofreció su compañía en caso de que fueran por el mismo rumbo. Todos lo miraron con respeto y admiración; sólo los estudiantes entendieron su locura caballeresca y le dijeron que, como los caballeros andantes no llevaban una ruta fija, tal vez les interesaba ir con ellos a la mejor boda celebrada en la Mancha, la del rico Camacho y la bella Quiteria. Don Quijote acepó y ellos le contaron más de aquella fiesta: Quiteria era la moza más deseada del pueblo y siempre estuvo enamorada de su vecino Basilio y éste de ella. Basilio era buen muchacho y trabajador, gran tirador, jugador de pelota, de birla y bolos, tocaba la guitarra y lo mejor de todo es que manejaba la espada como el más pintado. Pero era pobre y el padre de ella prefirió casarla con Camacho, un labrador inmensamente rico. -Por esa sola gracia – dijo a esta razón Don Quijote – merecería ese ágil mancebo, no solo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la misma reina de Ginebra…. Sancho no estuvo de acuerdo con el criterio de su amo porque decía “cada oveja con su pareja”, ya que ambos eran ricos. Don Quijote le respondió: -Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar, quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar a sus hijos con quien y cuando deben; y si la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle…. Pero el bachiller le contestó que desde que Basilio supo que Quiteria se casaba con el rico, nunca más le habían visto reír ni hablar. Siempre andaba pensativo y triste porque su corazón apasionado había firmado su sentencia de muerte si su novia se casaba Camacho. Era de noche cuando llegaron al pueblo que de lejos parecía como un cielo lleno de estrellas resplandecientes acompañadas con la música de variados instrumentos. Don Quijote no quiso entrar; decía que los caballeros andantes debían dormir bajo las estrellas. Los mancebos se despidieron y se fueron al pueblo.
Al día siguiente muy temprano Don Quijote y Sancho se prepararon para asistir a la boda que debía celebrarse en el frescor de la mañana y no en el calor de la tarde. Iban intrigados por ver lo que hacía el desdeñado Basilio. La música alborotaba las calles y alegraba los valles. Cuando entraron al castillo de Camacho llamado del Buen Recato, lo primero que interesó a Sancho fue la cantidad de alimentos que preparaban. Se acercó a uno de los cocineros y le pidió de comer. No era una fiesta para dar a los hambrientos, pero como todo era alegría, le ofrecieron un cucharón con guiso de pollo. Finalmente llegaron los novios acompañados del Cura y de la parentela de ambos y todos gritaban: -¡Vivan Camacho y Quiteria, él tan rico como ella hermosa y ella la más hermosa del mundo! Don Quijote lo oyó y pensó que seguramente no conocían a Dulcinea. También entraron al Castillo varios grupos danzantes y entre ellos ocho ninfas que seguían al dios Cupido. En sus espaldas cada una llevaba escrito: Poesía, Discreción, Buen linaje, Valentía, Dádiva, Liberalidad, Tesoro y Posesión Pacífica. Sancho comía feliz y alababa al rico Camacho con tan rústicas expresiones que hicieron reír a su amo. De pronto oyeron: -¡Esperaos un poco, gente tan inconsiderada como presurosa!Todos quedaron suspensos al ver al gallardo Basilio un hombre vestido de sayo negro quien se acercó a la novia y le dijo: -Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley que profesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo; y juntamente no ignoras que por esperar yo que el tiempo y mi diligencia mejorasen los bienes de mi fortuna, no he querido dejar de guardar el decoro que a tu honra convenía; pero tú, echando a las espaldas todas las obligaciones que debes a mi buen deseo, quieres hacer señor de lo que es mío a otro, cuyas riquezas le sirven no solo de buena fortuna, sino de bonísima ventura…. ¡Viva, viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, y muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó las alas de su dicha y le puso en la sepultura! Al término de sus palabras se clavó un puñal, salió la sangre y se dejó caer del caballo con ligero desenfado y determinado propósito. Sus amigos corrieron condolidos. Don Quijote dejó a Rocinante y acudió a favorecerle, le tomó en sus brazos y halló que aún vivía. El Cura estaba presente y Basilio dijo: - Si quieres, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance la mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría desculpa, pues en ella alcancé el bien de ser tuyo. Camacho lo escuchó todo y se ofuscó. No sabía qué hacer o decir y pensó que después podía desposar dignamente a Quiteria viuda. Eran muchas las voces de los amigos del pobre Basilio pidiéndole a la novia que aceptase ser su esposa. Ella se acercó a él y le dijo honestamente: -Ninguna fuerza fuera bastante a torcer mi voluntad; y así con la mas libre que tengo te doy la mano de legítima esposa y recibo la tuya, si es que me la das de tu libre albedrío, sin que la turbe ni contraste la calamidad en que tu discurso acelerado te ha puesto. -Sí doy – respondió Basilio – no turbado ni confuso, sino con el claro entendimiento que el cielo quiso darme, y así me doy y me entrego como esposo. -Y yo por tu esposa, ahora vivas largos años, ahora te lleven de mis brazos a la sepultura.-Para estar tan herido este mancebo – dijo Sancho Panza -, mucho habla…. El Cura tierno y lloroso les dio la bendición y quedaron como marido y mujer. De pronto Basilio se levantó ligero y algunos gritaron ¡Milagro, milagro! y él contestó: no milagro, milagro, sino ingenio, ingenio. Solo sus amigos sabían que para llevar a cabo el truco, discretamente Basilio se había colocado entre la ropa una caña hueca llena de sangre. A Quiteria no le pesó la farsa, pero Camacho y su familia se sintieron burlados y decían que el matrimonio no valía por engañoso. Cuando empezaron los dimes y diretetes, Don Quijote tomó la palabra y dijo: -Teneos, señores, teneos; que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sea en menoscabo y deshonra de la cosa amada. Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere…y no se la ha de quitar, que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre, y quien lo intentare primero ha de pasar por la punta desta lanza.Y alzó la suya tan fuerte y hábilmente que los que no le conocían se espantaron. Camacho se fijó en el desdén que le hacía Quiteria y en un instante la borró de su memoria y la fiesta continuó. Don Quijote guardó su espada y tranquilamente se fue con su escudero a la casa de Basilio quien, por estar tan agradecido con el hidalgo, lo colmó de regalos durante los tres días de su estancia.