La ciudad de Guanajuato el 28 de septiembre de 1810 JosĂŠ Eduardo Vidaurri ArĂŠchiga Cronista de Guanajuato, Gto
La ciudad de Guanajuato el 28 de septiembre de 1810 José Eduardo Vidaurri Aréchiga Cronista de Guanajuato, Gto.
1ª Edición 2017 Imagen de portada: El combate de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato el 28 de septiembre de 1810, Óleo sobre tela, José Díaz del Castillo, 1910. Imagen de contraportada: Detalle de pintura de Manuel Leal, elaborada en el año de 1949, propiedad del H. Ayuntamiento de Guanajuato. Honorable Ayuntamiento de Guanajuato 2015 – 2018 Dirección Municipal de Cultura y Educación: Directora. Maricela Guzmán García
CONTENIDO: Presentación.................................................. 6 Etapas de la Independencia de México......... 8 Guanajuato el 28 de septiembre de 1810...... 22 Pública vindicación del ilustre ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato............................ 71
PRESENTACIÓN Estimados y estimadas guanajuatenses, reciban como siempre de mi parte un fraternal saludo y mis mejores deseos en estas fiestas patrias 2017. Celebramos el aniversario número 207 del inicio de la gesta libertaria de 1810, misma que nos legó Patria y Libertad. Septiembre es además un mes de especial significado para la ciudad de Guanajuato porque fue justo aquí Donde tuvo lugar el primer gran enfrentamiento armado en la búsqueda de nuestra independencia. Nos corresponde ahora a nosotros honrar la memoria de todas las victimas de esos terribles episodios, es por ello que cada mes renovamos con ferviente civismo el fuego simbólico de la libertad que arde, de manera permanente, en el recinto de los Héroes de la Alhóndiga de Granaditas. En esta edición que ponemos en sus manos, se podrán encontrar diversos contenidos relativos a las celebraciones patrias. Una breve descripción de las diferentes etapas que tuvo la lucha por la Independencia Nacional, comenzando con las conspiraciones y el inicio del movimiento en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 encabezado por el cura de Dolores, Don Miguel Hidalgo y Costilla y Don Ignacio Allende, la etapa que describe la participación de Ignacio López Rayón y José María Morelos, la etapa en que se destacó la participación de Francisco Javier Mina y la etapa de Consumación. Integramos también una versión histórica de los principales acontecimientos sucedidos en la ciudad, desde el inicio
6
del movimiento de independencia y hasta aquel terrible 28 de septiembre de 1810. Versión que ha sido construida consultando diversas fuentes de información y documentos originales de la época. En este ensayo podremos conocer el contexto en que se produce el intercambio epistolar entre Don Miguel Hidalgo y Costilla y el Intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena. Estamos convencidos de que el conocimiento de la historia nos ayuda a formar mejores ciudadanos. Se incluye la transcripción completa del documento denominado: “Pública vindicación del ilustre ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato justificando su conducta moral y política en la entrada y crímenes que cometieron en aquella ciudad las huestes Insurgentes agavilladas por sus corifeos Miguel Hidalgo, Ignacio Allende” Un interesante documento que fue elaborado por los integrantes criollos del Ayuntamiento de Guanajuato para explicar su conducta y Donde se describe cómo vivió Guanajuato los días previsos, la batalla de la Alhóndiga y los días posteriores. Conocer la historia de nuestro hermoso Guanajuato nos hace mejores, nos ayuda a valorar y proteger mejor nuestro patrimonio, pero no olvidemos que el mejor patrimonio de Guanajuato es su gente. Lic. Edgar Castro Cerrillo Presidente Municipal
7
Etapas de la Independencia de México José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Antecedentes
Las motivaciones fundamentales de la guerra de independencia de México las podemos encontrar en los abusos cometidos por la metrópoli y la alta burguesía española en un sentido, y en otro, por los excesos y ambiciones de los grandes propietarios nativos, así como una serie de acontecimientos internacionales como la difusión del pensamiento político ilustrado que irradiaba de la Francia revolucionaria y de la joven nación norteamericana que sentaban las bases de las estructuras democráticas que dan inicio a la llamada época contemporánea. La invasión de Napoleón a España en 1808 y la agitación provocada por las reformas administrativas y políticas iniciadas en la segunda mitad del siglo XVIII por la dinastía de los Borbones, dueños desde 1700 de la corona española, fueron la raíz directa de las inconformidades y conspiraciones que desde 1808 se efectuaron en diversos puntos del territorio novohispano, en busca de un nuevo orden social, económico y político. La estructura social de la colonia llamada Nueva España se definía a partir del origen étnico, la prioridad la mantenían los españoles peninsulares o gachupines, mientras que, por una parte, los criollos o españoles nacidos en América padecían el rechazo sistemático a ocupar, en la mayoría de los casos, los puestos más importantes. Adicionalmente los
8
indígenas, los integrantes de las castas y los negros fueron marginados de cualquier participación en los ámbitos políticos y administrativos. La inconformidad con los efectos de las reformas borbónicas y el rencor acumulado por los abusos y la violencia imperial reventaron en el año de 1810 con el levantamiento iniciado en la congregación de Nuestra Señora de los Dolores en la Intendencia de Guanajuato.
Primera etapa: Miguel Hidalgo e Ignacio Allende La Intendencia de Guanajuato ubicada en la región central de la Nueva España, que vivía claramente las contradicciones del desarrollo y la crisis de la colonia en los inicios del siglo XIX, fue el escenario de las primeras acciones en busca de la independencia nacional. Al grito de libertad dado por el cura de la congregación de Dolores, Don Miguel Hidalgo y Costilla, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, se iniciaba la movilización encabezada por el propio Hidalgo, por Ignacio Allende y por Juan Aldama entre otros decididos patriotas. La ruta inicial de la insurgencia tocó distintas poblaciones de la Intendencia: Atotonilco, Donde toman la imagen que serviría de estandarte a su improvisado ejército, San Miguel el Grande , Donde se unieron los soldados del regimiento de Dragones de la Reina, Chamacuero (hoy Comonfort), Celaya que ve un primer intento de organizar al crecido ejercito Insurgente, Salamanca, Donde se activan guerrillas que revolucionan la región del Bajío, Irapuato, Donde se otorgan nuevas comisiones para insurreccionar
9
10
más regiones de la Nueva España y llega a Guanajuato capital de la Intendencia, Donde tiene lugar la primera batalla por la independencia nacional el 28 de septiembre de 1810, que concluye con la toma de la ciudad y de la Alhóndiga de Granaditas, fortaleza, refugio y tumba de los españoles que defendían a la corona española. De Guanajuato el ejército Insurgente marcha el 10 de octubre de 1810, con rumbo a Valladolid, hoy Morelia. En su camino los Insurgentes controlaron temporalmente las poblaciones de Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro (Donde se organizó formalmente el ejército Insurgente), Zinapécuaro e Indaparapeo. Valladolid fue ocupada pacíficamente el 17 de octubre y fue ahí Donde se proclamó por primera vez el 19 de octubre, la abolición de la esclavitud y la supresión del tributo de las castas. Hidalgo, Allende y los Insurgentes salen de Valladolid, el 20 de octubre, con rumbo a la ciudad de México. A su paso por Indaparapeo, Hidalgo se entrevista con el cura de Carácuaro Don José María Morelos y Pavón, quien recibe en Acámbaro la comisión de iniciar la insurrección del sur de la Nueva España. Igualmente, comisionó a José Antonio Torres, “El Amo”, para levantar la guerra en la región de occidente de la Nueva España, mientras que el licenciado Ignacio López Rayón se convertía en su secretario. Maravatío, La Jornada, Ixtlahuaca, Toluca, Metepec y Tianguistengo fueron los poblados que recibieron al ejercito Insurgente antes del enfrentamiento del Monte de las Cruces, próximo a la ciudad de México, Donde las tropas del ejército realista, dirigidas por el teniente Coronel Torcuato Trujillo, fueron abatidas y obligadas a
11
refugiarse en la ciudad de México, que se vio contagiada de pánico ante la posible llegada de los Insurgentes, era el 30 de octubre de 1810. La sorpresiva decisión de Don Miguel Hidalgo de no ocupar la ciudad de México fue causa de disgusto y desaliento entre algunos Insurgentes. La notable reducción del ejército que pasó de ochenta mil a cuarenta mil personas fue, probablemente, la más grave consecuencia de la decisión del caudillo. El retorno Insurgente ordenado el 2 de noviembre tomó rumbo a Querétaro. Las tropas Insurgentes se toparon con el ejército realista reclutado y adiestrado en el campamento de La Pila, en San Luis Potosí, y dirigido por Félix María Calleja. El encuentro tuvo lugar en Aculco Donde los Insurgentes encontraron su primera derrota. La consecuencia del desastre fue la separación de los principales caudillos: Allende se marchó con una parte del ejercito Insurgente a Guanajuato, mientras que Hidalgo con otra parte de los Insurgentes volvía a Valladolid, Donde permanece hasta el 17 de noviembre. Hidalgo emite un decreto con el que justifica el movimiento de independencia y descalifica la postura de quienes lo excomulgaron, afirmando que no se había separado de la religión católica. Luego se marcha a la ciudad de Guadalajara que había sido ocupada por José Antonio Torres “El Amo”. Ahí Hidalgo organiza un gobierno provisional y decreta, de nueva cuenta, la abolición del uso del papel sellado, el goce exclusivo de tierras para los indios y la anulación de la figura de Fernando VII como depositario de la soberanía. Mientras tanto, Allende, en Guanajuato, se preparaba a
12
recibir el ataque de Félix María Calleja y su ejército realista, intentando sin éxito solicitar la ayuda del cura Hidalgo. Decidido a enfrentar el ataque, Allende preparó la defensa de Guanajuato con la ayuda de distinguidos patriotas como Casimiro Chowell. Calleja llega a Guanajuato el 24 de noviembre de 1810 sin que los preparativos de Allende detuvieran su marcha. Allende abanDona la población ordenando antes el exterminio de los españoles presos. Calleja, al no encontrar enemigo y sabiendo del mandato de Allende, ordena la ocupación a “degüello” de la cuidad. La masacre solo pudo ser detenida por la intervención del fraile José María Belaunzarán que pidió clemencia. Allende se enfiló a Guadalajara, pasando antes por San Luis Potosí, Aguascalientes y Zacatecas para reunirse de nueva cuenta con Hidalgo y reclamarle su abanDono. La falta de coordinación entre los primeros caudillos de la insurgencia fue aprovechada por las autoridades de la Nueva España que rápidamente dictaron medidas para acabar con la guerrilla. Se ofreció una recompensa de diez mil pesos por la captura de los principales líderes de la lucha, mientras en España se daban los primeros pasos para la integración de las Cortes de Cádiz. Ya en Guadalajara ambos caudillos Hidalgo y Allende no pudieron saldar sus diferencias por la cercanía de Calleja a la ciudad. La prioridad fue preparar la defensa de la población en el paraje del Puente de Calderón. La batalla, que tuvo lugar el 17 de enero de 1811, se mantenía indefinida hasta que una explosión inclinó la victoria del lado de los realistas. Las tropas Insurgentes se dispersaron y los caudillos se reunieron en la hacienda de Pabellón
13
Donde Hidalgo, despojado del mando militar, se sujetó a las órdenes de Allende. Con rumbo al norte, los caudillos fueron emboscados en Acatita de Baján, Coahuila. Ignacio Elizondo consumó la traición y condujo a los reos hasta Chihuahua, Donde fueron procesados y posteriormente fusilados. Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez murieron el 26 de junio de 1811, mientras que Hidalgo, que enfrentó además del juicio militar otro eclesiástico, fue fusilado el 30 de julio de 1811 y decapitado; su cabeza fue enviada a Guanajuato, al igual que las de Allende, Aldama y Jiménez, siendo colocadas en cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas por diez largos años.
14
Segunda etapa: Ignacio López Rayón y José María Morelos y Pavón. Ignacio López Rayón, a la muerte de los primeros caudillos se definió como heredero del mando del movimiento revolucionario y dispuso la integración de la Suprema Junta Gubernativa de América que tuvo como principal centro de operaciones la población de Zitácuaro en Michoacán, razón por la cual se le conoce como La Junta de Zitácuaro. López Rayón logró convocar a algunos Insurgentes como José María Liceaga y José Sixto Verduzco quienes gobernarían a nombre de Fernando VII. “La Junta” quedó integrada en agosto de 1811, pero la rebeldía de algunos caudillos Insurgentes no fue del todo propicia al éxito de la misma. El mayor de sus logros fue la elaboración de un proyecto de Constitución denominado “Elementos Constitucionales” que se componía de 38 artículos Donde se esbozaba la idea de una nueva vida para México como nación independiente. La reacción del virrey Francisco Xavier Venegas, al enterarse de la existencia de “La Junta”, fue la de comisionar a Félix María Calleja para que se ocupara de la persecución de Ignacio López Rayón y sus seguidores. “La Junta” peregrinó por diversos puntos de la geografía novohispana y redactó un periódico Insurgente “El Ilustrador Nacional”, dirigido por José María Cos. Pero los constantes descalabros y la quema de Zitácuaro provocaron la desintegración de La Junta. José María Morelos y Pavón, el más enérgico y vital de los caudillos de la Independencia y reconocido por su genio
15
militar y su habilidad política, asumió el protagonismo de la insurgencia. Luego de recibir la encomienda de Miguel Hidalgo para insurreccionar el sur, Morelos inició su campaña con un pequeño ejército sobre las piedras de Tecpan, en el actual Estado de Guerrero. Sus primeros apoyos los recibió de la familia Galeana y su primer esfuerzo fue tratar de ocupar el puerto de Acapulco, pero las traiciones evitaron el éxito inicial y lo obligaron a dirigirse tierra adentro. Morelos ocupó Chilpancingo, Tuxtla y Chilapa Donde se unieron los miembros de la familia Bravo y Vicente Guerrero entre otros. Su primera campaña había resultado de alguna manera exitosa. En noviembre de 1811 inicia una segunda campaña dividiendo a su ejército en tres grupos: Uno que ocuparía la mixteca baja que dirigía Nicolás Bravo, otro que ocuparía la zona actual del Estado de Guerrero que dirigía Hermenegildo Galeana y uno más que ocuparía la región de Puebla que dirigía él mismo. Morelos ocupó Chiautla, Izúcar, Tenango, Tenancingo y Cuautla esta última ocupada el 9 de febrero de 1812 y Donde resistió, por 73 días, el sitio impuesto por Félix María Calleja y Ciriaco del Llano. Cuautla fue evacuada por los Insurgentes en la madrugada del 2 de mayo de 1812. Morelos y sus tropas se refugian en Izúcar, Ocuituco y Chiautla. Repuesto Morelos y sus tropas inician una ofensiva Insurgente y ocupan con rapidez Huajuapan, Tehuacán y Orizaba, Donde queman el estanco del tabaco causando grandes estragos a la economía virreinal. De ahí marchan con rumbo a Oaxaca Donde se establece el nuevo
16
centro de operaciones, se rearman, se uniforman, editan dos periódicos: “Sur” dirigido por Don Carlos María Bustamante, y “Correo Americano del Sur” dirigido por Don José Manuel Herrera. De Oaxaca, Morelos parte con rumbo a Acapulco y ocupa la plaza el 20 de agosto de 1813. Ya en Acapulco decide organizar un Congreso Nacional que se celebró en Chilpancingo con asistencia de representantes de diversas regiones novohispanas. El Congreso inició sus actividades el 14 de septiembre de 1813 con la lectura del documento “Los Sentimientos de la Nación” que representó un verdadero programa político del movimiento Insurgente y Donde se propuso la absoluta independencia de la nación. Morelos que recibió el tratamiento de “Alteza Serenísima”, lo rechazó y pidió ser llamado “El Siervo de la Nación”. Mientras tanto, el gobierno español en la Nueva España, descalabrado, veía la destitución de Francisco Xavier Venegas como virrey y el ascenso de Félix María Calleja en marzo de 1813. Calleja se ocupó de equipar al ejército realista para reiniciar las operaciones militares en contra de los Insurgentes. Morelos decidió recuperar Valladolid en diciembre de 1813, pero la intervención del ejército realista comandado por Ciriaco del Llano y Agustín de Iturbide, lo obligaron a replegarse en Chupío y Puruarán, Donde capturan a Mariano Matamoros para fusilarlo posteriormente en Valladolid el 3 de febrero de 1814. En julio del mismo año murió en un combate, cerca de Coyuca, Hermenegildo Galeana. Morelos expresó: ¡Se acabaron mis brazos…ya no soy nada!
17
Morelos actúa con rapidez, y convoca al “Congreso de Anáhuac” Donde se presenta la Constitución de Apatzingán en septiembre de 1815. El Congreso, escoltado por Morelos, se traslada a Tehuacán; pero en el trayecto, en Tesmalaca, son emboscados. Morelos es hecho prisionero el 3 de noviembre de 1815. Luego de ser trasladado a México y procesado fue fusilado el 22 de diciembre de 1815 en San Cristóbal Ecatepec. El Congreso llegó a salvo a Tehuacán y Don Ignacio López Rayón trató, sin lograrlo, de autoproclamarse presidente vitalicio de la Suprema Junta Nacional Americana.
Decadencia del movimiento Insurgente y la expedición de Javier Mina. A la muerte de Morelos, la guerrilla quedó sin un líder importante y reconocido por todos. Sobrevivieron diversos grupos guerrilleros que, aislados, trataban de mantener vigente la causa independentista. Destacan entre otros, Marcos Castellanos en Chapala, Ignacio López Rayón en Zacatlán, Manuel Mier y Terán en Cerro Colorado y, Pedro Moreno en El Fuerte del Sombrero. El gobierno virreinal experimentaba nuevos cambios, Félix María Calleja se iba, Juan de Apodaca llegaba hacia 1816. Las guerrillas se apagaban y hacia 1817 Vicente Guerrero era de los pocos que se mantenían en pie de lucha. Hacia abril de 1817 desembarcaba en Soto la Marina, Tamaulipas, Francisco Javier Mina, joven español liberal y guerrillero que, impulsado por Fray Servando Teresa de
18
Mier, despertaría al movimiento Insurgente de su estado latente. Su campaña fue rápida y eficiente: Mina y sus tropas avanzaron hacia San Juan de los Llanos, Valle del Maíz, Peotillos Donde derrotó a unos dos mil realistas. De ahí siguió a Espíritu Santo, Real de Pinos, Zacatecas, Jaral de Berrio, Donde logra un importante botín que le permite financiar a su ejército. Sigue al Fuerte del Sombrero, Donde se reúne con Pedro Moreno resisten un ataque realista que los obliga a huir con rumbo a León. Después se dirige al Fuerte de los Remedios Donde le ponen sitio, que logra evadir, para encaminarse a San Luis de la Paz para reorganizar su ejército. Guanajuato fue su siguiente objetivo, pero fue rechazado por la defensa realista. Huye y a su paso por la Valenciana quema la mina ocasionando grandes pérdidas a la economía virreinal, se refugia en la sierra de Santa Rosa, y retorna al rancho del Venadito, cerca de Silao Donde es denunciado, arrestado y posteriormente fusilado en el Fuerte de los Remedios (próximo a Cuerámaro) el 11 de noviembre de 1817. Con su acción Mina vino a levantar la moral de los Insurgentes que estaban casi exterminados y revivió las ideas de independencia.
Los últimos Insurgentes y la consumación de la independencia. Entre 1818 y 1820, la situación de los Insurgentes se agravaba y solo resistían algunos que actuaban de manera aislada, los Fuertes de Los Remedios y de Jaujilla se habían rendido. Otros como Guadalupe Victoria se habían
19
escondido en el monte, y solo se mantenía en pie de lucha Vicente Guerrero, con un modesto ejército y con una complicada situación por estar neutralizado. Las simpatías hacia los ideales liberales se ampliaban en España, el rey padecía las presiones para restaurar la Constitución Liberal de Cádiz de 1812 y los levantamientos como el de Rafael del Riego en Cabezas de San Juan de Sevilla, volvían la situación más tensa. La Nueva España no estaba exenta de la crisis política y los grupos contrarios a la constitución liberal española buscaban una salida que pusiera a salvo sus privilegios. Los Insurgentes, representados por Vicente Guerrero y el virrey Juan Ruiz de Apodaca intentaron negociar sin éxito. Nuevas conspiraciones contrarias a la constitución comenzaban a surgir y el virrey decide comisionar a Agustín de Iturbide para que se mantuviera informado del actuar de ambos grupos. Iturbide aprovechando la ocasión percibe la fragilidad de la situación y decide actuar. Sostiene un último enfrentamiento armado contra Vicente Guerrero el 27 de diciembre de 1820 en el que las tropas Insurgentes de Guerrero salen victoriosas. Iturbide modifica la estrategia y comienza un acercamiento epistolar con Guerrero para llegar a un acuerdo que permitiera el fin de la lucha. Guerrero, desconfiado, no modificó su actitud. En contraste, Agustín de Iturbide, con el apoyo de varios comandantes realistas se dio a la tarea de presentar un
20
programa político conocido como “El Plan de Iguala”. El plan diseñado en febrero de 1821 declaraba la Independencia de la Nueva España. El plan jurado el 24 de febrero de 1821 en la ciudad de Iguala, y confirmado el 2 de marzo del mismo año, fecha en que Iturbide renunció a su cargo de coronel del ejército realista, para convertirse en el jefe del ejército trigarante. El 15 de marzo de 1821 se procedió a pasar revista a las dos tropas ahora unificadas. Posteriormente Iturbide inició una campaña por los principales puntos de la Nueva España Donde iba dando a conocer la firma del Plan de Iguala, y recibía igualmente la anexión de diferentes jefes realistas e Insurgentes. El 3 de agosto llegó a Veracruz el último “gobernante” de la Nueva España: Don Juan de O’Donojú, un liberal avanzado, enemigo del absolutismo y firmemente convencido de las ideas de independencia, manifestando desde su arribo sus intenciones de respetar la decisión del pueblo. Una reunión entre O´Donojú e Iturbide celebrada en la ciudad de Córdoba, Veracruz, el 24 y 25 de agosto dio por resultado “Los Tratados de Córdoba” realizando algunas modificaciones al “Plan de Iguala”. O´Donojú hizo su entrada a la ciudad de México el 25 de septiembre, mientras que Iturbide, aprovechando su
21
cumpleaños, lo hizo el 27 de septiembre en medio de un solemne desfile presidido por él y su ejército trigarante. Finalmente el día 28 de septiembre de 1821, después de trescientos años, México lograba su independencia y se preparaba para iniciar una nueva vida independiente.
Guanajuato el 28 de septiembre de 1810 José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Las discusiones relacionadas con la idea de buscar y obtener la independencia de la Nueva España y los territorios que actualmente integran la República Mexicana se venían desarrollando, entre los grupos de criollos ilustrados, desde los últimos años del siglo XVIII. Los tempranos intentos del Ayuntamiento de la ciudad de México por establecer, en 1808, un gobierno provisional que fuese depositario de la soberanía mientras retornaba el orden al reino, y la actitud de los simpatizantes de la monarquía por impedirlo,
22
promovieron (sin proponérselo) el surgimiento de grupos de criollos que se reunían para buscar el establecimiento de un nuevo orden político. La historiografía ha denominado a esta serie de reuniones como las conspiraciones y, de ellas sobresalió una que tuvo diversos puntos de enlace en la región central de nuestra actual nación que incluía las poblaciones de Valladolid, San Miguel el Grande y Querétaro, la cual operó entre 1809 y 1810. Los rumores en torno a las conspiraciones motivaron a las autoridades virreinales a investigar y, fue en la ciudad de Querétaro Donde encontraron pistas a partir de las infidencias de algunos participantes, que llevaron a la ubicación de otros involucrados en ellas. Aunque no era un secreto que existían tertulias en las que de manera velada se discutía acaloradamente sobre la forma de transformar a la Nueva España en una nación libre e independiente de la metrópoli, nadie se atrevía a denunciarlas. La persecución legal de las reuniones se inició a partir de una infidencia indirecta que apunta a lo ocurrido durante la confesión que, en auxilio sacramental antes de morir, hizo Don Manuel Iturriaga a su sacerdote confesor quién, sin respetar el secreto de confesión, acudió a las autoridades y denunció la conspiración. Se sabe también de la infidencia de Joaquín Quintero, el administrador de correos de Querétaro, quien denunció las conversaciones sostenidas por él con Mariano Galván quien lo invitaba a unirse a la conspiración. Destaca igualmente la denuncia presentada por Juan Ochoa, comandante de Querétaro quien, el 11 de septiembre de 1810, da noticia al virrey de una conspiración
23
en la que tenía parte el corregidor de Querétaro. Un infidente más fue el militar que se desempeñaba como tambor mayor del Regimiento de Celaya, mismo que informó al Intendente de Guanajuato Juan Antonio de Riaño sobre la existencia de una conspiración en contra de los españoles en Donde estaba involucrado su amigo, el cura de Dolores Don Miguel Hidalgo, y algunos militares criollos de la región. Los relatos acerca de las denuncias se acumulan, pero las referidas servirán como punto de partida para dejar en claro que las autoridades sabían de la existencia de las mismas y habían iniciado ya pesquisas al respecto. El jueves 13 de septiembre de 1810, el intendente Riaño tuvo ya conocimiento pleno, en la ciudad de Guanajuato, que el cura de Dolores Don Miguel Hidalgo junto con los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo, tenían proyectado “sorprender” a los europeos avecindados en la ciudad de Guanajuato, razón por la cual ordenó que se iniciaran una serie de investigaciones con objeto de girar las órdenes de aprehensión contra los referidos conspiradores. La noticia de que la conspiración había sido descubierta promovió una rápida movilización de ambas partes, la de las autoridades y la de los implicados en la misma. Por parte de los conspiradores, Ignacio Allende que estaba en Querétaro se dirigió de inmediato a la población de San Miguel el Grande, presentándose a su llegada a las órdenes del coronel Narciso María Loreto de la Canal, jefe
24
del regimiento de Dragones de la Reina. El coronel de la Canal le ordenó a Allende que se ocupara de atender la procesión religiosa que se celebraba en honor de la Virgen de Loreto. Terminando la procesión, Allende, que ya sabía que los habían descubierto, se encaminó a Dolores para comunicarle al cura Hidalgo que habían sido delatados. Reunidos en Dolores, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Juan Aldama, principales implicados en la denuncia, discutieron por largo tiempo las dos posibilidades que les ofrecía la ocasión, emprender la huida o iniciar el movimiento. La decisión de Don Miguel Hidalgo fue la que todos conocemos, la de iniciar el levantamiento armado expresando en tono enérgico: “Caballeros, somos perdidos, aquí no hay más recursos que ir a coger gachupines”. Hidalgo mandó a sus hombres de confianza para que hicieran la detención de 18 personas que podían representar una amenaza para sus acciones posteriores, luego el cura Hidalgo ordenó que se llamara, a toque de campanas, a la gente del pueblo y, una vez que estaban reunidos, desde el atrio de la parroquia, les dirigió un enardecido discurso en el que exclamó, entre otras cosas: ¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Patria! ¡Muera el mal gobierno!... El movimiento en busca de la independencia nacional se había iniciado. Al poco tiempo, el levantamiento se convirtió en un movimiento armado que se prolongó, en diversas etapas, hasta 1821 cuando se produjo la proclamación de independencia.
25
Del pueblo de Dolores, Hidalgo, Allende y su pequeño grupo de levantados, se dirigieron con rumbo a San Miguel el Grande, pasaron por la Hacienda de la Erre donde se unieron al cura Hidalgo sus leales amigos de San Felipe. Luego, al pasar por Atotonilco, los Insurgentes tomaron un lienzo con la imagen de la Virgen de Guadalupe que pronto se convirtió en estandarte y símbolo del movimiento. En San Miguel el Grande esperaban con expectación y temor la entrada de los Insurgentes, al caer la tarde comenzó a llegar el contingente, la jornada inicial concluía el día 16 en San Miguel en medio de algunos disturbios promovidos por los simpatizantes del movimiento que se volverían frecuentes y, en otro sentido el terror de los españoles avecindados en los territorios de la Intendencia. Antes de partir de San Miguel el Grande y continuar la marcha, Hidalgo reunió en las casas consistoriales a las personas principales de la villa para nombrar una junta gubernativa que se hiciera cargo de asegurar la tranquilidad pública y resolver los problemas políticos y militares. La junta quedó presidida por Ignacio de Aldama como presidente y encargado de la comandancia militar, Luis Caballero y Juan José Umarán, Domingo Unzaga como Procurador, Juan Benito Torres, Miguel Vallejo, José Mereles y Antonio Ramírez fueron designados Alcaldes de barrio, José María Núñez de la Torre fue nombrado Alcalde de la villa, Francisco Revelo, Administrador de Correos y Antonio Agatón, Administrador de los Ramos de Aduana y Tabacos. El ejército Insurgente recibió la adhesión de los soldados de la plaza del regimiento de Dragones de la Reina.
26
27
El movimiento siguió su rumbo a Chamacuero, hoy Comonfort, Donde Miguel Hidalgo, entre otras cosas, dotó de parque a los armados. Luego continuaron la marcha rumbo a San Juan de la Vega, de ahí siguieron hasta la hacienda de Santa Rita desde donde enviaron una carta de intimación al Ayuntamiento de Celaya, pidiendo que entregaran pacíficamente la plaza.
Carta de intimación a Celaya: “Nos hemos acercado a esa ciudad, con el objeto de asegurar las personas de todos los españoles europeos. Si se entregasen a discreción serán tratadas sus personas con humanidad; pero si por el contrario se hiciere resistencia por su parte y se mandare dar fuego contra nosotros, se tratarán con todo el rigor que corresponda a su resistencia. Esperamos pronta la respuesta para proceder. Dios guarde a ustedes muchos años. Campo de batalla, septiembre 19 de 1810. Miguel Hidalgo, Ignacio Allende. P.D. En el mismo momento en que se mande dar fuego contra nuestra gente, serán degollados 78 europeos que traemos a nuestra disposición” En Celaya sólo había un piquete o grupo de soldados que no superaba los diez hombres que esperaban el apoyo de los regimientos de Querétaro o de Guanajuato. La respuesta del Ayuntamiento de Celaya no llegaba y se tomó la determinación de marchar sobre la ciudad el día 20 de septiembre. Hidalgo entró al frente de los Insurgentes
28
junto con Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo, tras ellos marchaba un contingente superior a los cuatro mil hombres. Llegando a la plaza de armas los Insurgentes encontraron algunas trincheras y unos cuantos hombres apostados en las azoteas, la masa Insurgente reaccionó provocando algunos daños materiales pero, finalmente, el Ayuntamiento y el clero salieron a recibirlos en medio de repiques de campana. Luego los levantados se dispersaron entregándose al saqueo de casas y comercios. Don Miguel Hidalgo calmó a la multitud arrojándoles puños de monedas, actitud que fue bien recibida en medio de “vivas” a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. Al día siguiente se pasó revista a la muchedumbre Insurgente en una llanura junto a la capilla de San Antoñito, y ahí se otorgaron, por aclamación, los primeros nombramientos de la jefatura Insurgente; Don Miguel Hidalgo recibió el cargo de Generalísimo de América mientras que Don Ignacio Allende fue nombrado Teniente General. Más tarde Don Miguel Hidalgo sostuvo una reunión con el Ayuntamiento de Celaya para definir su reestructuración, la asamblea reconoció los cargos Insurgentes y se adhirió al plan contra los españoles. Entonces Miguel Hidalgo dictó una carta dirigida al Intendente Juan Antonio de Riaño indicándole las razones del movimiento y advirtiéndole de los riesgos de no considerar la seriedad del movimiento Insurgente. “Señor Intendente Don Juan Antonio Riaño Cuartel General de Celaya.
29
Sabe Usted ya el movimiento que ha tenido lugar en el pueblo de Dolores la noche del 15 del presente. Su principio, ejecutado con el número insignificante de 15 hombres, ha aumentado prodigiosamente en tan pocos días. Me encuentro actualmente rodeado de más de cuatro mil hombres, que me han proclamado por su capitán general. Yo, a la cabeza de este número y siguiendo su voluntad, deseamos ser independientes de España y gobernarnos por nosotros mismos. La dependencia de la península por trescientos años ha sido la más humillante y vergonzosa en que se ha abusado del caudal de los mexicanos con la mayor injusticia, y tal circunstancia los disculpará más adelante. Precipitado ha sido su principio, pero no pudo ser de otra manera, sino dando lugar y providencia de asegurar a los españoles, para lo cual ha tenido fuertes razones. Traigo a mi lado los avecindados en Dolores, San Miguel el Grande y los que se han recogido en esta ciudad. Uno solo ha recibido una herida y por ella ha quedado en su casa para que se restablezca, quedando su persona segura de toda violencia. En San Miguel hubo un pequeño desorden en la casa de un español, que se evitó cuando fue dable que no siguiera adelante. Pero eso vera V.S. que mi intención no es otra que los europeos salgan por ahora del país. Sus personas serán custodiadas hasta su embarque, sin tener ninguna violencia. Sus intereses quedarán a cargo de sus familias o de algún apoderado de su confianza. La nación les asegura la debida protección; Yo, en su nombre protesto cumplirlo religiosamente. Más adviértase que estas consideraciones sólo tendrán lugar en caso de condescender prudentemente, en bien de sus personas y riquezas; Mas en el
30
caso de resistencia obstinada, no respondo de sus consecuencias. No hay más remedio, señor Intendente; el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos concedidos por Dios a los mexicanos y usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales y acumulando pretextos santos y venerables pasaron por usurparles sus costumbres y propiedad, y vilmente de hombres libres convertidos en la degradante condición de esclavos. El paso dado lo tendrá V.S. por inmaduro y aislado, pero este es un error. Verdad que ha sido antes del tiempo prefijado, pero esto no quita que mucha parte de la Nación abrigue los mismos sentimientos Pronto, muy pronto, oirá V.S. la voz de muchos pueblos que responderán ansiosamente a la indicación de libertad. Como el asunto es urgente, lo es también la resolución de V.S. Puede nombrar dos individuos de su confianza, hombres de instrucción y saber, con instrucciones suficientes para tratar un negocio de tan vital interés. Reúna V.S. si le conviene, a las clases principales, lo mismo que a los europeos de mayor influencia. Trátese la materia con detenimiento, con madura reflexión, de suerte que si se consulta a la razón, si entra en ella la conveniencia personal, los intereses y la paz, no dudo que habrá un término satisfactorio. El movimiento nacional cada día aumenta en grandes proporciones: Su actitud es amenazante; no me es dado ya contenerlo, y solo V.S. y los europeos reflexivos tienen en su
31
mano la facilidad de moderarlos por medio de una prudente condescendencia. Si por el contrario se resuelven por la oposición, las consecuencias en casos semejantes son desastrosas y temibles, que se deben evitar aún a costa de grandes sacrificios. Como los acontecimientos por momentos se precipitan, solo podré esperar cuatro o cinco días para saber el resultado favorable o adverso; en consecuencia del cual, arreglar mis determinaciones. Pido a la Providencia Divina, con todas las veras de mi corazón, lo ilumine en un asunto de tanta magnitud para el país y para los españoles residentes en él. Una abnegación prudente nos daría un resultado satisfactorio y sin ejemplo; tal vez quedaríamos amigos, y bien podría ser que en el seno de la amistad, protegidos de una madura reflexión, se arreglara un negocio de tanta magnitud, en que se vería nada menos que derechos sacrosantos e imprescriptibles de que se ha despojado a la nación mexicana que reclama y defenderá resuelta, siguiendo adelante en su actual empresa, llevando a su frente, que le sirva de guía, el signo de la justicia y el poderoso auxiliar de la convicción. He cumplido, señor Intendente, con indicarle a V.S. mis intenciones, o mejor dicho, las de la Nación. Soy hijo de Guanajuato, por quien tengo grandes simpatías. Le deseo el bien posible y ansío que no pasen sobre él los grandes males que le rodean, y veo que no hay otro medio de conjurarlos que el arbitrio que le propongo: paz y felicidad; guerra desastrosa y exterminio. V.S. se inclinará por el más humano y racional,
32
siendo por tanto, un objeto de gratitud y bendiciones, o tal vez, por desgracia, la execración de las edades venideras. Pido de nuevo a Dios omnipotente le conserve su importante existencia y le proteja para resolver en un negocio tan grave y delicado. Cuartel general en la ciudad de Celaya, a 21 de septiembre de 1810. Miguel Hidalgo y Costilla. Señor Intendente de la provincia de Guanajuato. Don Juan Antonio de Riaño.
El Intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena respondió de palabra al emisario de Miguel Hidalgo expresándole que… “…en la ciudad de Guanajuato lo esperaba, donde le respondería…”
33
La respuesta del intendente Riaño llegó a Celaya el día 23 y, la determinación inmediata de Miguel Hidalgo fue reiniciar de inmediato, la marcha hacia Guanajuato. Los rebeldes pasaron por los caseríos del Guaje y el Molino de Sarabia, luego en Salamanca aprehendieron algunos españoles y se requisaron bienes y dineros, como se venía haciendo en todos los poblados. Las jornadas de los días 24 y 25 de septiembre en Salamanca fueron significativas porque fue ahí donde se comisionó a los guerrilleros Albino “El manco” García, Pedro García, Andrés Delgado “El giro” y el padre Rafael Garcillita, para que revolucionaran la región del Bajío. Luego, el ejército Insurgente pasó por la Hacienda de Temascatío y prosiguieron hasta Irapuato donde fueron bien recibidos por la población. Ahí fueron comisionados diferentes caudillos para que ampliaran la insurrección por diversos puntos de la geografía novohispana, entre ellos José Antonio “El Amo” Torres quien fue uno de los insurrectos más destacados en el territorio de la Nueva Galicia. La marcha se reinició, un contingente Insurgente hizo una expedición a Silao, mientras que el grueso del grupo llegó, el 27 de septiembre, a la Hacienda de Burras próxima a Guanajuato. Desde ahí, Don Miguel Hidalgo comenzó las gestiones para solicitar ante su amigo, el Intendente Don Juan Antonio de Riaño y Bárcena, la rendición pacífica de la ciudad de Guanajuato.
34
Mientras tanto… ¿Qué estaba ocurriendo en la ciudad de Guanajuato? Aunque las autoridades de la intendencia sabían de la existencia de la conspiración (desde el día 13 de septiembre), fue hasta el martes 18 de septiembre cuando el Intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena recibió un reporte de Francisco Iriarte donde le informaba que en la madrugada del domingo 16 de septiembre el cura, Don Miguel Hidalgo, había ordenado el arresto de todos los europeos radicados en Dolores en vista de que la conspiración había sido descubierta, y que además se había iniciado un levantamiento. El Intendente Riaño, que conocía el temperamento del cura Hidalgo, se ocupó, desde el momento en que recibió la noticia, en preparar la defensa de la ciudad de Guanajuato. Su primera acción fue reunir con urgencia a todos los integrantes de las milicias reales para ponernos al tanto de la situación. La población se alarmó al escuchar los redobles de tambor y el sonar del clarín que, llamando a “generala”, ponía sobre las armas a las fuerzas de la guarnición de Guanajuato. De inmediato se produjo el cierre de comercios y casas. Al llamado acudió, con curiosidad y temor todo el pueblo: los vecinos principales, los comerciantes, los trabajadores de la minería y la plebe. Cuando ya se había reunido un nutrido número de personas, el Intendente Riaño comunicó a la población que el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, se
35
había rebelado con las gentes de aquella población y que se encaminaba hacia esta ciudad por lo que solicitaba su cooperación para que, los que tenían armas, se presentaran a la brevedad en el cuartel general, mientras que el resto continuara con sus actividades cotidianas. Naturalmente a partir de ese momento los días no serían ordinarios, la rutina de la ciudad de Guanajuato había sido alterada y se dejaba sentir una atmósfera cargada de angustia, confusión y rumores indescifrables. Más tarde, el intendente Riaño convocó a una reunión a la que acudieron los integrantes del Ayuntamiento, los diferentes prelados o superiores eclesiásticos que estaban asentados en la ciudad y algunos de los vecinos más distinguidos. En la reunión el intendente les dio una explicación pormenorizada acerca de la información que se tenía sobre el movimiento y sobre la importancia de comenzar a planificar la defensa de la ciudad. El mayor Diego de Berzábal, jefe del Batallón Provincial de Infantería de Guanajuato, propuso que lo mejor era salir de inmediato al encuentro del cura Don Miguel Hidalgo y los rebeldes para enfrentarlos y evitar que lograran su objetivo de llegar a la ciudad. El temor del Intendente, argumentando carecer de información para ubicar a los insurrectos, fue lo que impidió que se realizara esa iniciativa, en un sentido diferente Riaño propuso que se preparara la defensa de la ciudad. Los preparativos se iniciaron. Cerraron las calles principales de la ciudad colocando paredones de madera
36
y cavando fosos, especialmente en la zona de la plaza mayor y otras importantes. Se organizaron brigadas con los soldados disponibles y con los vecinos civiles que tenían armas, se dividieron en destacamentos o grupos que tenían bajo su cuidado las entradas y puntos principales de la ciudad; otros equipos de centinelas, conformados por unos cuarenta hombres, hacían rondines de vigilancia que se extendían hasta Santa Rosa, Villalpando y Marfil. Se dieron instrucciones para que se reportaran, lo más pronto posible, los escuadrones de Caballería del Príncipe de las poblaciones próximas, al llamado acudieron los de Silao e Irapuato, los militares venían apenas armados con lanzas, mal uniformados y montados en unos caballos flacos que no estaban entrenados para la rutina militar. El Intendente escribió al virrey Venegas, por la tarde, una carta para ponerlo al tanto de la situación: “Exmo. Señor: Atento principalmente a las operaciones del Cura de Dolores, dispuse al momento ponerle espías de toda satisfacción, que me comunicasen velozmente todos sus movimientos. Don Francisco Iriarte, que era el principal, me avisa en carta que acabo de recibir que en la Congregación de Dolores se prendieron y condujeron a la Villa de San Miguel el Grande a todos los europeos, y que se presume haya sucedido lo mismo en la ciudad de Querétaro; y añade que corrió el riesgo de ser apresado él también, y que me supone ya atacado por los sediciosos. Por
37
lo que he armado ejecutivamente a cuanta gente he podido del Batallón y paisanaje de confianza, mientras que se acuartelan, arman y montan las compañías que quedan del Regimiento de Dragones del Príncipe de esta ciudad, Congregación de Silao, Villa de León y Pénjamo. No sé si seré atacado por cuantos y cuando, porque las fuerzas de los sediciosos me son desconocidas, porque ya mis espías huyeron de su comisión. Cada hora es más urgente el que V.E. se digne remitir a marchas forzadas caballería suficiente, porque si la llama de la insurrección toma cuerpo, se dificultará el remedio. Dios, que a V.E. guarde muchos años. Guanajuato, 18 de septiembre de 1810 A las dos de la tarde Juan Antonio de Riaño
El día 20 de septiembre se corrió el rumor de que el cura Hidalgo y los Insurgentes estaban por llegar a Guanajuato. El intendente ordenó dar la voz de alarma y, personalmente salió junto con la tropa y los vecinos armados hasta la cañada de Marfil para encontrarlos. Lo que ocurrió fue una falsa alarma, pero la expedición sirvió para que el Intendente Riaño se percatara de que los ánimos de la población criolla, mestiza e indígena se disminuían ante la situación de intranquilidad que experimentaban las autoridades y, temeroso de que la plebe estuviese aguardando con morbo el arribo de los levantados para
38
unírseles, tomó la determinación de cambiar radicalmente la estrategia de la defensa. El 21 de septiembre el Intendente Riaño escribió, de nueva cuenta, al virrey para mantenerlo al tanto de la situación en la ciudad de Guanajuato y que, en parte, explica el porqué del cambio de estrategia: “Exmo. Señor: Las noticias sabidas hasta este momento de las operaciones de los sediciosos son: que prendieron a los europeos en Dolores y en San Miguel el Grande, que los mantienen custodiados en el Colegio de ex Jesuitas de esta Villa, en la que principalmente se valen del Regimiento de la Reina; que prendieron igualmente al correo ordinario último con toda la correspondencia del rumbo de esa Corte; Que sorprendieron a los pueblos de Apaseo y Chamacuero, y con el dinero que saquean aumentan sus fuerzas. He escrito a las provincias de San Luis Potosí, Valladolid y al presidente de la Audiencia de Guadalajara sobre lo ocurrido. El resto de mi provincia lo oportuno para la seguridad de los caudales de la Real Hacienda y personas de los europeos, haciendo cuartel general de seguridad a este mineral, en el que me voy fortificando contra la caballería revolucionaria, que espero resistir, siempre que este vecindario continúe tranquilo y fiel. Ya hoy han aparecido pasquines contra mí y los europeos pidiendo nuestras vidas; y si llega a haber aquí conmoción general contra nosotros, seremos víctimas precisamente por nuestro cortísimo número.
39
Dios, que a V.E. guarde muchos años. Guanajuato, 21 de septiembre, 1810 Juan Antonio de Riaño.
El nuevo plan de defensa se puso en marcha en la noche del día 24 de septiembre, el intendente ordenó el traslado al interior de la Alhóndiga de Granaditas de los caudales reales, los bienes preciosos y todo aquello que consideraban los españoles que era de valor y que merecía estar a resguardo. La disposición de Riaño incluyó también los archivos municipales, la Alhóndiga fue el sitio donde se concentraron todos los valores de la corona y de los vecinos españoles.
40
El amanecer del día 25 fue de sorpresa para toda la gente del pueblo que pudo confirmar que el pánico se había apoderado del Intendente y de los españoles. Los paredones de madera que protegían la plaza mayor y las calles principales habían sido retiradas, los fosos habían sido cubiertos y los pocos españoles que no habían huido de la ciudad trabajaban, agitadamente, en el traslado de sus bienes y riquezas al interior de la Alhóndiga. Los integrantes criollos del Ayuntamiento de Guanajuato, sorprendidos también con la nueva estrategia del Intendente convocaron, por conducto del Alférez real Don Fernando Pérez de Marañón, a una reunión urgente en las Casas Consistoriales, el propósito de la reunión era el de recibir, por parte del Intendente, una explicación sobre el imprevisto y sorpresivo cambio de estrategia. El Intendente Juan Antonio de Riaño aceptó la celebración de la reunión con los integrantes del Ayuntamiento, pero puso como condición que ésta se celebrara en el interior de la Alhóndiga de Granaditas y no en las Casas Consistoriales. La reunión tuvo lugar por la tarde y fue bastante concurrida. Los integrantes del Ayuntamiento solicitaron al Intendente, de diversas maneras, que abandonara la Alhóndiga y que mejor buscara otras estrategias de defensa: Que colocara trincheras, que organizara patrullajes o hiciera cualquier acción que fuera útil para proteger a la ciudad y defender a la población; entonces el Intendente hizo evidente sus temores y propósitos. Lo primero que estableció fue que
41
él tenía la obligación de cuidar el patrimonio real y luego, velar por la seguridad de las personas españolas radicadas en Guanajuato, así dejaba en claro que no tenía propósitos para abandonar el edificio más moderno y resistente que tenía la ciudad. El Intendente estaba decidido a resistir el ataque Insurgente acuartelado en la Alhóndiga, mientras que el pueblo, a decir del propio Intendente “…que se defiendan como puedan.” La alternativa para los criollos de la ciudad fue procurar el refugio en sus casas y aguardar para que no ocurriera alguna desgracia mayúscula. Por su parte el pueblo, que observaba todo, no estuvo conforme con la exclusión de sus personas de la defensa y empezó a dar muestras de enojo, resentimiento y odio. Transformar la Alhóndiga en una fortaleza que resistiera el embate de los levantados era el principal objetivo del Intendente y los gachupines. Al efecto Riaño ordenó el traslado al interior del granero de todos los insumos que eran regulados por las autoridades de la corona tales como la pólvora y el azogue, igualmente llevaron productos comestibles y se resguardó toda la semilla, la intención del intendente era asegurar los alimentos y las cosas de valor para, en caso de que fuesen sitiados, poder resistir. Los españoles llevaron también a la Alhóndiga a 25 mujeres indígenas que se encargarían de preparar los alimentos de los más de 500 refugiados gachupines en el palacio del maíz. Alrededor del edificio se establecieron tres trincheras o
42
puntos principales de defensa con los cuales pretendĂan los espaĂąoles sostener el ataque, o al menos disminuir su intensidad.
43
• El primero de estos puntos se ubicó en la parte baja de la actual calle o cuesta de Mendizábal, en la parte que comprendía una de las esquinas de la Hacienda de Dolores y el Convento de Belén (justo frente a la puerta principal del actual mercado Hidalgo), en este punto de defensa se construyó un paredón de madera y se cavó un foso, ahí mismo estaría un pequeño destacamento de soldados a caballo. • El segundo de los puntos de defensa se localizó en la esquina de la calle de Positos y Galarza, consistía igualmente de un paredón de madera y la presencia de un compacto destacamento de soldados a caballo. • Un tercer punto de defensa fue establecido en la parte baja de la cuesta del Río de Cata, que corresponde a lo que en esa época era la parte trasera de la Hacienda de Dolores (la cual estaba protegida en su totalidad debido a la proximidad con la Alhóndiga) y, la parte trasera de la Hacienda de Salgado, hoy es la esquina izquierda de la explanada de la Alhóndiga de Granaditas vista de frente. Al igual que las demás este punto de defensa constaba de un paredón de madera y un destacamento de soldados.
44
Como referimos antes, habían sido convocados a la ciudad de Guanajuato los elementos del Regimiento del Príncipe de las poblaciones vecinas de Silao e Irapuato, también acudió un pequeño grupo proveniente de León porque no podían dejar las poblaciones sin protección. Los referidos militares fueron ubicados en los puntos descritos. También fueron colocados varios soldados en la cornisa de la azotea del edificio. Se tuvo la precaución de tapiar la puerta Oriente que da a la actual calle de Mendizábal y se dejó en servicio, como acceso único, la puerta Norte. Justo en el pasillo interior que existe al pasar la puerta Norte, se construyó un grueso paredón de madera, tras éste y a los costados se ubicaría un grupo compacto de soldados en formación que defenderían de frente y a los flancos el pasillo de acceso al castillo de granaditas. El joven militar Gilberto Riaño, hijo del Intendente, estaba en Guanajuato, él fue el responsable del diseño de la estrategia de defensa de la Alhóndiga; Gilberto por esa época se formaba como militar y prestaba sus servicios en un Regimiento de la ciudad de México, para muchos gachupines el joven Gilberto estaba al día en materia de estrategias militares y con seguridad tomaría las mejores decisiones. El Intendente Riaño, como referimos, se había percatado de que la población de Guanajuato, la “plebe” como se le denominaba en esa época, no veía con buenos ojos la idea de que los españoles se resguardaran con sus riquezas en el edificio de la Alhóndiga y los dejaran a su suerte, él era
45
consciente de que los levantados no atacarían al pueblo y que, por el contrario, la “plebe” esperaría la llegada de las tropas Insurgentes para unirse a ellos. El Intendente tomó algunas medidas precautorias para tratar de seducir a la población exhortándola a observar una buena conducta en el momento en que se presentaran las tropas de los levantados dirigidos por Miguel Hidalgo. El 26 de septiembre emitió un bando exonerando al pueblo de Guanajuato del pago del impuesto que se le había establecido, como castigo, por la “desordenada conducta” mostrada por el pueblo durante la expulsión de los jesuitas en el año de 1767. En el bando se aludía, en contraste, a la patriótica actitud de la población cuando acudió diligente el 18 de septiembre, como anotamos, cuando se convocó mediante el toque de generala para escuchar la noticia del levantamiento y repeler el ataque de los Insurgentes que venían amenazando con aprehender y saquear a los europeos. Otra medida del Intendente consistió en eliminar el popular castigo aplicado a los ladrones, vagos y maldosos del pueblo, el castigo era denominado “la botilla” y consistía en mandar a extraer el agua que inundaba las profundidades de las minas con un instrumento de cuero denominado “la bota”, la labor era en extremo desgastante y peligrosa además de provocar múltiples enfermedades.
46
Era evidente que la desesperación, la angustia y el temor se apoderaban cada vez más del Intendente Riaño quien, a pesar de sus esfuerzos, sabía del serio peligro que representaban los levantados dirigidos por Don Miguel Hidalgo, ante tal circunstancia decidió apurar a Félix María Calleja quien se preparaba para auxiliar a las fuerzas realistas en la detención del movimiento. Riaño envió a Calleja una carta en la que le expresaba lo siguiente: “Los pueblos se entregan voluntariamente a los Insurgentes. Hicieron lo ya en Dolores, en San Miguel, Celaya, Salamanca, Irapuato y Silao está pronto a verificarlo. Aquí cunde la seducción,
47
falta la seguridad, falta la confianza. Yo me he fortificado en el paraje de la ciudad más idóneo y pelearé hasta morir si no me dejan con los 500 hombres que tengo a mi lado. Tengo poca pólvora porque no la hay absolutamente, y la caballería mal montada y armada sin otra arma que espadas de vidrio, y la infantería con fusiles remendados, no siendo imposible el que estas tropas sean seducidas; tengo a los Insurgentes sobre mi cabeza: los víveres están impedidos; los correos interceptados. El Sr. Abarca trabaja con toda actividad, y V.S y él, de acuerdo, vuelen a mi socorro, porque temo ser atacado de un momento a otro. No soy más largo porque desde el 17 no descanso ni me desnudo, y hace tres días que no duermo una hora seguida” Guanajuato, 26 de septiembre de 1810
El jueves 27 continuaban los preparativos y aprovisionamientos para la defensa de los intereses de la corona y de la comunidad española radicada en la ciudad de Guanajuato. Ese día, por la tarde, se efectuó una exhibición militar en la plaza mayor, el propósito era amedrentar a la población que estaba a disgusto con el Intendente y los gachupines y, probablemente el pueblo estaba pensando como unirse a los Insurgentes. El Intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena, personalmente encabezó el acto y pasó revista a los aproximadamente 570 hombres con que contaba para la defensa. De ese número 300 elementos pertenecían al Batallón de Infantería Provincial y eran comandados por el capitán criollo Manuel de la Escalera. Igualmente estaban
48
presentes en la inspección las Compañías del Regimiento de Caballería del Príncipe, la de Silao dirigida por José Florencio Castilla, y la de Irapuato que era dirigida por Joaquín Peláez, ambas Compañías del Regimiento, en su conjunto, no sumaban más de 60 soldados. Adicionalmente a las milicias estaban reunidos y adheridos al cuerpo de defensa, un grupo de 200 civiles en su mayoría españoles que eran comandados por Bernardo del Castillo. El jefe militar de todos los contingentes reunidos era el Sargento Mayor del Batallón Provincial de Guanajuato Don Diego de Berzábal. La inspección permitió verificar la calidad de las armas y equipamiento de que disponían los realistas, mismas que consistían –básicamente- en unas cuantas pistolas y algunos fusiles de chispa calibre 18.3 mm. que tenían bastantes limitaciones y que, en las mejores condiciones, los fusiles tenían un alcance máximo de 91.44 metros. Adicionalmente el cuerpo armado contaba con sables, cuchillos, lanzas y no más, salvo el caso de unas improvisadas granadas ingeniadas por el joven militar Gilberto Riaño, las granadas se hicieron utilizando los cilindros metálicos que eran usados en la época para el transporte del mercurio, fueron rellenados con pólvora y metralla diversa y les colocó una mecha convirtiéndolos así en armas sumamente dañinas. Los caballos con que contaba el cuerpo armado no eran, como referimos, caballos aptos para el trabajo militar, eran unos jamelgos usados en las faenas del trabajo agrícola o como bestias de carga que no estaban entrenados, no eran ni fuertes ni ágiles.
49
El pueblo de Guanajuato, “la plebe” como les llamaban los gachupines, observó con atención la revista militar y, naturalmente, razonó que los españoles no estaban en condiciones de resistir un ataque como el que se avecinaba ya que los rumores, que llegaban hasta Guanajuato, hablaban de que los levantados que seguían al cura Miguel Hidalgo se sumaban en miles.
28 de septiembre Por la mañana del día viernes 28 de septiembre el grupo de levantados comandados por Don Miguel Hidalgo y Don Ignacio Allende estaban en las proximidades de la ciudad de Guanajuato, en la Hacienda de Burras que era propiedad de Don José Mariano de Sardaneta y Llorente; Segundo Marqués de San Juan de Rayas, un rico minero simpatizante de la causa Insurgente. Allí se estableció por unas horas el grupo de levantados y se iniciaron las gestiones para lograr en forma pacífica la intimidación, la rendición de la ciudad y sus defensores. Ahí se reunieron los caudillos del contingente para definir la estrategia a seguir en Guanajuato. A la sombra de un añoso árbol, Miguel Hidalgo y los principales líderes del movimiento acordaron, en términos generales, los criterios de la intimación. Hidalgo redactó la carta, misma que estructuró en dos partes. La primera donde muestra su legítimo liderazgo sobre el movimiento toda vez que había sido nombrado capitán general por aclamación, supremo jefe militar y protector de la Nación, cargo y encomienda
50
que le había sido ratificada en todas las poblaciones por donde pasó la ruta Insurgente. En la segunda parte de la carta hace formalmente la intimación. Al efecto fueron comisionados Don Ignacio Camargo y Don Mariano Abasolo, los cuales entregaron formalmente el comunicado luego de salvar la guardia ubicada en el punto de defensa de la calle de Belén y la cuesta de Mendizábal. La relación de lo acaecido dice que Abasolo se marchó sin esperar la respuesta, mientras que Camargo pidió licencia para entrar en el fuerte porque tenía que hablar, fue conducido al interior con los ojos vendados a la usanza de guerra, ya en el interior conversó con el teniente letrado Francisco Iriarte y Don Miguel Arizmendi entre otros, comió algo de sopa y esperó la respuesta del Intendente. “Cuartel general en la Hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810. El numeroso ejército que comando, me eligió por Capitán General y protector de la nación en los campos de Celaya. La misma ciudad a presencia de cincuenta mil hombres ratificó esta elección, que han hecho todos los lugares por donde he pasado: lo que dará a conocer a V.S. que estoy legítimamente autorizado por mi nación para los proyectos benéficos, que me han parecido necesarios a su favor. Estos son igualmente útiles y favorables a los americanos, y a los europeos que se han hecho ánimo de residir en este reino, y se reducen a proclamar la independencia y libertad de la nación; por consiguiente yo no veo a los europeos como enemigos, sino solamente como a un obstáculo
51
que embaraza el buen éxito de nuestra empresa, V.S. se servirá manifestar estas ideas a los europeos, que se han reunido en esa Alhóndiga para que resuelvan si se declaran por enemigos, o convienen en quedar en calidad de prisioneros, recibiendo un trato humano y benigno, como lo están experimentando los que traemos en nuestra compañía, hasta que se consiga la insinuada libertad e independencia, en cuyo caso entrarán en la clase de ciudadanos, quedando con derecho a que se les restituyan los bienes de que por ahora, para las urgencias de la nación nos serviremos. Si por el contrario no accedieren a esta solicitud, aplicaré todas las fuerzas y ardides para destruirlos, sin que les quede esperanza de cuartel. Dios guarde a V.S. muchos años como desea su atento servidos. Miguel Hidalgo y Costilla, Capitán General de América”
La generosidad y lealtad que la amistad llevada por Miguel Hidalgo jefe de los levantados y el Intendente Antonio de Riaño fue motivo para que los portadores del comunicado que envió Hidalgo llevando la carta de intimidación rendición, entregaran al Intendente otro pequeño comunicado donde le refrendaba la lealtad a su amistad y le ofrecía protección para su familia: “Sr. D. Juan Antonio de Riaño. Cuartel de burras, septiembre 28 de 1810. Muy señor mío: la estimación que siempre he manifestado a usted es sincera, y la creo debida a las grandes cualidades que le adornan. La diferencia en el modo de pensar, no la debe disminuir. Usted seguirá lo que le parezca más justo y prudente, sin que esto
52
acarreé perjuicio a su familia. Nos batiremos como enemigos si así se determinare; pero desde luego ofrezco a la Señora Intendenta un asilo y protección decidida en cualquier lugar que elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece. Esta oferta no nace de temor, sino de una sensibilidad, de que no puedo desprenderme. Dios guarde a Usted muchos años, como desea su atento servidor Q.S.M.B. Miguel Hidalgo y Costilla. En la Hacienda de Burras a 28 de septiembre de 1810.”
El intendente ordenó que todos los refugiados en la Alhóndiga subieran a la azotea Donde se leyó en voz alta el comunicado enviado por Hidalgo, luego pidió una respuesta a los convocados. El silencio inicial fue interrumpido por Bernardo del Castillo quien indignado por los términos en que se solicitaba la rendición expuso que no habían hecho nada por perder su libertad y que lo que correspondía era pelear para defenderse, la aclamación fue general de parte de todos los europeos, Riaño insistió entonces para obtener una respuesta de parte de los militares los que a la voz de Berzábal gritaron en aclamación ¡Viva el rey! volviendo así la aclamación en unísono de todos los refugiados. Sólo faltaba la posición del Ayuntamiento por lo que Riaño envió un comunicado por conducto del procurador Pedro Cobo, luego de un rato que tomó la localización de los integrantes del Ayuntamiento que estaban a resguardo en sus domicilios, la respuesta fue general en el sentido de
53
que el único que podía tomar la decisión era el Intendente Riaño y que debería actuar como mejor le pareciera. Así Riaño tuvo los elementos suficientes para responder a Hidalgo en los siguientes términos: “Señor Cura del Pueblo de los Dolores, Don Miguel Hidalgo. No reconozco otra autoridad ni me consta que haya establecido, ni otro Capitán General en el reino de la Nueva España, que el excelentísimo Señor Don Francisco Xavier de Venegas, virrey de ella, ni más legítimas reformas que aquellas que acuerde la nación entera en las cortes generales, que van a verificarse. Mi deber es pelear, como soldado, cuyo noble sentimiento anima a cuantos me rodean. Guanajuato, 28 de septiembre de 1810 Juan Antonio de Riaño”
La respuesta de Riaño fue entregada a Camargo que llevó también una respuesta a la carta privada: “Muy señor mío No es incompatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad; ésta exige de mi corazón la debida gratitud a las expresiones de usted en beneficio de mi familia, cuya suerte no me perturba en la presente ocasión. Dios guarde a usted muchos años. Guanajuato 28 de septiembre de 1810 Riaño.”
54
Camargo una vez que fue liberado se dirigió al encuentro con Hidalgo. Serían las once de la mañana cuando esto sucedía y cuando Riaño enviaba un comunicado más a Calleja apresurándolo en su empresa de apoyo: “Voy a pelear, por que voy a ser atacado en este instante, resistiré cuanto pueda porque soy honrado: vuele V.S. a mi socorro... a mi socorro. “
El enfrentamiento era prácticamente inevitable, el Intendente Riaño dispuso los últimos preparativos, se izó la bandera de guerra, se dotó a los armados de municiones, se ofreció almuerzo a las tropas y se redoblaron las medidas disciplinarias de los soldados en los puntos de defensa previamente establecidos. La gente del pueblo observaba, como podía, los movimientos de las tropas de defensa, se fue reuniendo en los puntos altos aledaños al edificio de la Alhóndiga para no perder detalle de lo que estaba aconteciendo y para ser testigos del momento en que el cura Don Miguel Hidalgo y los Insurgentes llegaran, todos estaban allí. La ocupación de las otras poblaciones como San Miguel el Grande, Comonfort, Celaya o Irapuato habían sido estrictamente pacíficas, pero en la ciudad de Guanajuato la situación se mostraba totalmente diferente, el Intendente estaba dispuesto, junto con los españoles, a ofrecer resistencia hasta derramar la última gota de su sangre, el
55
levantamiento tomaría un giro diferente a partir de ese momento y la revolución se tornó larga y sangrienta. Fue pasado el medio día cuando empezaron a llegar a los alrededores de la Alhóndiga diferentes grupos armados principalmente con machetes, lanzas, palos y hondas, solo unos cuantos portaban con maltrechos fusiles; los contingentes estaban compuestos, en su mayoría, por personas indígenas que llegaban por diversos rumbos a la zona urbana de la ciudad. Los que avanzaron por la cañada de Marfil y prosiguieron por la Calzada de Nuestra Señora de Guanajuato fueron los primeros en enfrentar a los españoles. Ese primer enfrentamiento se produjo en el punto de defensa que estaba ubicado en la esquina de la Hacienda de Dolores y el convento de Belén, el jefe del punto era el joven militar Gilberto Riaño quien emitió a los Insurgentes la orden de detenerse en tres ocasiones, pero la multitud que no conocía de las formas y protocolos militares no hizo caso a la advertencia, los españoles hicieron los primeros disparos y en el acto murieron tres indios. La multitud asustada se replegó al inicio, pero luego se ubicó, como pudo, en las cercanías del edificio y en los cerros contiguos. Algunos Insurgentes de manera conjunta con varios vecinos de la población se dedicaron a acarrear una gran cantidad de piedras pequeñas y medianas para subirlas a las partes altas de los callejones desde donde tenían a la vista el edificio de la Alhóndiga y poder arrojarlas a los defensores. Por su parte los soldados del regimiento de
56
Celaya que se habían adherido a los levantados se ubicaron en las azoteas de las casas vecinas a la Alhóndiga desde donde participaron en la batalla. El grueso del contingente Insurgente que era encabezado por los portadores de la imagen de la Virgen de Guadalupe que habían convertido en su bandera, hizo su ingreso a la ciudad por el rumbo de la presa de pozuelos, bajando algunos, los de a pie por el cerro del Venado, mientras que los de a caballo prosiguieron por el llano de las carreras, el cerro de San Miguel y descendieron por la cuesta del Tecolote. Los levantados conformaban una muchedumbre, en cierta forma, fuera de control, en su paso y recorrido por las calles y callejones de la ciudad saquearon algunos comercios y casas. A su paso por la cárcel liberaron a los presos, unos cuatrocientos, que sumaban a las tropas rebeldes. Los levantados estaban en todas partes y cuando el grueso del contingente estuvo próximo a la Alhóndiga comenzó la batalla. La lluvia de piedras que arrojaban los levantados y la población de Guanajuato, que se había unido a ellos, no permitía el manejo de otro tipo de armas, el Intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena que se encontraba en la puerta Norte, misma que estaba semiabierta con el propósito de verificar el reforzamiento del punto de defensa establecido en la esquina de Galarza y Positos. De algún punto salió un disparo de arma de fuego que fue a impactarse en la cabeza del Intendente, la bala lo mató de inmediato. La muerte del Intendente generó un profundo desconcierto entre los refugiados en la Alhóndiga.
57
Diego de Berzábal asumió la responsabilidad de continuar con el mando de la defensa pero en realidad todo era caos, nadie acataba la infinidad de órdenes que todos trataban de dar, imperaba el desorden y la confusión. A pesar de la enorme angustia que se vivía en el momento algunas personas dejaron por escrito testimonios de despedida como fue el caso del Señor Fernando de Larrazábal: “Sra. Doña Gertrudis de Aedo de Larrazábal Urgente. Acaban de matar al Intendente Riaño de un balazo que le dieron en la cabeza y estamos muy afligidos porque no hay persona que pueda mandar este fuerte; de los que estamos encerrados unos quieren que mande Don Diego Velásquez, otros que el Capitán Palencia, y yo y Don Juan de Mendizábal queremos que mande Ortuño, no se que sucederá. Hay muchos indios rodeándonos, el cerro del frente está coronado de indios y aunque tenemos mucho parque y comestibles, ya se están acobardando todos por la muerte del Intendente, hay confusión y alarma. Yo creo que si se nos meten al fuerte nos matan a todos porque somos muy pocos y los indios muchos, muchos. Tengo el presentimiento de que me van a matar y te escribo esta carta para recordarte lo que te dije antes de anoche, antes de venirme al fuerte: de mis negocios ya sabes todo lo que me traje, en el baulito negro, todas tus alhajas y las otras onzas y escudos, de lo que estoy muy arrepentido. Algunos quieren hacer agujeros en el patio o en otras partes para enterrar alhajas; pero yo les digo que esto ya es inútil, porque si entran los indios son muy
58
maliciosos, yo los he visto, si encuentran señales de los hoyos y escarban y sacan todo. Ya te dije que en el secreto de la pared de la recámara que da al comedor quedaron diez mil pesos completitos, y que en el de arriba, que está en la pared de la sala, hay cerca de veinte mil, como diez y nueve mil ochocientos, y si me matan aquí, que es lo que sucederá, porque nos hemos quedado luego sin cabeza que dirija la defensa, puedes mantenerte, primero con lo de la caja blanca que está debajo del canapé negro y encarnado en mi cuarto; luego sigues con lo de la pared del secreto chico, aunque está más fácil de sacarse el dinero que está en el grande de la sala; pero procuras hacer todo con Rosales y que no lo sepan los dos mozos, ni las dos criadas menos, y sacas el dinero poco a poco y hasta que la necesidad te urja mucho, mientras ves que haces para vivir, porque está el reino muy revuelto ya y peor que se va a poner en nuestra contra: ya se lo había yo escrito al señor Virrey y no quiso creerme. El cura es hombre vivo y astuto, y ahora tiene que ser audaz porque en perdiendo le cuesta la vida, por su gran temeridad de la voz de rebelión contra España. Si me matan avísales a mi hermano que está en Santander, y al tío que ha de estar en Madrid, para que ellos vengan y te recojan y te lleven a España, si el reino sigue revuelto como va a suceder; dicen que los indios vienen decididos a morir matando: ya ves que han entrado a San Miguel el Grande y a Celaya y desde la hacienda de Burras nos han intimidado ayer de rendición o muerte.
59
No vayas a decirle a nadie de la mina que me hallé en el mes de febrero de este año en el cerro de las “tusas”, y que ya dicen de María Sánchez; ya te dije antes de anoche que tapé yo el día 8 de éste la boca de la mina y que me ayudaron a rodar las piedras y la tierra tu tío Cruz Aedo, Fermín y Luis Amescua, que son los únicos que me acompañaron siempre que fui a ese cerro; te dije que la boca-mina está tapada con una cruz de palos de mezquite muy gruesos, luego echamos tierra, nopales y palos chicos, piedras chicas y una muy grande como un huevo está puesta en la orilla de señal, cerca del calicanto que eché en las aguas, cerca del arroyo para que no se metiera el agua, del lado de donde se mete el sol y por la tarde entra hasta dentro; está a media ladera, cerca de un montecillo, único porque todo el cerro está muy escarpado y el montecillo es de huizaches, casahuates, nopales y uno que otro fraile que hay; ya te advierto que sólo ellos saben bien el camino y te mando que no destapen la boca de la mina porque está el reino muy en nuestra contra. Si te vas a España con mi hermano no vuelvas, vendes todo lo que puedas y te callas de la mina hasta ver como se pone después el reino. Ya hay mucha bulla y confusión, todos quieren mandar. Adiós te dice tal vez para siempre tu marido que pronto cree que lo han de matar. Fernando de Larrazábal. Ya están haciendo agujeros en el patio para esconder las alhajas y los indios gritan mucho afuera.”
El ataque continuaba con tal lluvia de piedras que provocó que la azotea de la Alhóndiga se quedara prácticamente
60
sola. Los tres puntos de defensa comenzaron a ceder y el capitán Escalera dio la orden para que los defensores se refugiaran en el interior del edificio y se cerrara la puerta. Derribados los puntos exteriores de defensa, el edificio fue rápidamente rodeado por la muchedumbre de Insurgentes que no dejaban de arrojar piedras, disparaban y gritaban, los pocos milicianos que aún estaban en el exterior del edificio murieron rápidamente a consecuencia del inclemente ataque al que fueron sometidos. Mientras, los españoles refugiados en el interior de la Alhóndiga arrojaban por las ventanas las granadas ingeniadas por el joven Gilberto Riaño causando enormes estragos a los atacantes. A pesar de ello, los levantados no cesaban en su propósito de tomar el edificio donde estaban fortalecidos los europeos. Diego de Berzábal con el propósito de detener el sangriento del enfrentamiento, pedía a los refugiados en el interior de la Alhóndiga que se rindieran, algunos en su apoyo expusieron una bandera blanca por una de las ventanas, pero otros españoles continuaban defendiéndose y causando más muertes en el bando Insurgente. Hubo intentos de algunos de descolgarse por las ventanas para pedir la paz, de ellos destacaron un militar que resultó muerto de inmediato y un sacerdote que, al parecer, logró huir pero muy malherido. Al sentirse rendidos algunos españoles comenzaron a arrojar monedas por las ventanas para tratar de calmar así
61
los enardecidos ánimos de los atacantes pero, la humillante estrategia, tampoco funcionó. Solo faltaba derribar, como fuera, la puerta que daba acceso al interior de la Alhóndiga. La tradición refiere que fue la heroica acción del barretero Juan José de los Reyes Martínez apodado “El Pípila”, quien se colocó una pesada loza en la espalda y, provisto de una antorcha y combustible, se aproximó hasta la puerta del castillo y le prendió fuego. La puerta ardió y el mayor Diego de Berzábal ordenó la formación de un grupo de fusileros tras el paredón de madera, cuando la puerta cedió por el fuego, la multitud entró descontrolada, los fusileros accionaron sus armas y murieron muchos en el acto, pero la cantidad de rebeldes era tal que de inmediato se vio lleno el patio central, las escaleras y los pasillos. Las más sangrientas escenas de la batalla apenas comenzaban, los defensores militares estuvieron luchando por salvar sus vidas arrinconados en las esquinas de los patios, pero realmente poco pudieron hacer por salvar sus vidas, los levantados mataban a todos los que encontraban sin importar la edad o el género, los mataban a puñaladas, a palazos, con sables, cuchillos o espadas. Una vez que estaban muertos los españoles, se inició el saqueo, los cadáveres eran desnudados y pisoteados, los niños eran arrojados desde el segundo piso estrellándolos en el
62
patio. Los pocos españoles que aún vivían clamaban por piedad que se detuviera el sangriento episodio, pero los levantados perturbados y llenos de ira tenían tanto rencor que no escuchaban las súplicas. Muerte, saqueo, cientos de cuerpos despedazados, unos cuantos españoles sobrevivientes capturados vivos y un absoluto desorden era lo que se vivía en la tarde del 28 de septiembre en Guanajuato. La resistencia de los españoles concluyó a las cinco de la tarde, ya no había defensores, solo proseguía el saqueo de todas las trojes y bodegas de la Alhóndiga. Una cuadrilla de orden realizó una inspección para verificar el estado de las trojes ya entrada la noche, y pidió la presencia de algunos sacerdotes para que auxiliaran a muchos moribundos que aún estaban tirados en el piso. Luego del saqueo a la Alhóndiga y aprovechando la falta de control el robo se extendió a las casas y comercios de la ciudad, el desorden se prolongó durante toda la noche y el resto del día siguiente.
63
El saldo mortal del enfrentamiento entre los realistas y los levantados Insurgentes fue, en términos aproximados, el siguiente: 105 españoles peninsulares, 110 soldados criollos por parte de los refugiados en la Alhóndiga, y al menos 3000 muertos del bando Insurgente. Al día siguiente, el sábado 29, se inició la penosa labor de recoger los cadáveres y sepultarlos en los camposantos próximos. En el de Belén y el de San Roque a los peninsulares mientras que los indios Insurgentes fueron sepultados en el lecho del río de Cata. Algunos cadáveres, como el del Intendente Riaño, estuvo en exhibición durante dos días, para finalmente ser sepultado en Belén. El Ayuntamiento de Guanajuato acudió, convocado por el cura Miguel Hidalgo, a una reunión en las Casas Reales. Hidalgo les explicó que en Celaya había recibido el reconocimiento por aclamación, de más de cincuenta mil hombres, como Capitán general de América, y que por lo tanto deberían someterse y reconocer su autoridad. Miguel Hidalgo abandonó la reunión y el Ayuntamiento eligió como alcaldes ordinarios a José Miguel de Rivera Llorente y a José María Hernández Chico. Cuando se pudo ordenar la situación en la ciudad, muchos indios regresaron a sus pueblos y rancherías con el botín conseguido. El domingo 30 de septiembre Don Miguel Hidalgo emitió un bando mediante el cual prohibía el saqueo, pero en realidad el populacho no atendía, del todo,
64
los mandatos del cura y seguía practicando el saqueo de comercios y casas. Don Miguel Hidalgo dispuso también que los clérigos de la ciudad fueran respetados plenamente y no se les molestara en forma alguna, más aún, si estaban heridos ordenó que fuesen atendidos en los cuarteles si es que no tenían quien se ocupara de ellos, o que bien se recuperaran en sus hogares. Don Miguel Hidalgo procuró la restauración del orden político otorgando el nombramiento de intendente, primero a Don Fernando Pérez de Marañón quien se excusó de ocupar el cargo, luego lo intentó con los regidores José María Septién, Pedro de Otero, Martín Coronel y también con el administrador de la mina de Valenciana Casimiro Chowell; ninguno aceptó el cargo por lo que, finalmente, el nombramiento de intendente recayó en Don José Francisco Gómez, el de asesor letrado fue para Carlos Montes de Oca. Miguel Hidalgo dispuso que se estableciera en Guanajuato una casa de moneda y una fundición de cañones. Los días siguientes fueron de sanciones y desorden, pero al final el cura Don Miguel Hidalgo y Don Ignacio Allende lograron controlar a la muchedumbre y establecer orden en la ciudad. Durante la noche del 2 de octubre, el cura Hidalgo fue notificado de que el ejército realista que dirigía Félix María Calleja se encontraba en Valenciana, y que ya había hecho pasar a cuchillo a mucha gente sin tener consideraciones para los niños y las mujeres. La reacción inmediata de Don Miguel Hidalgo fue ordenar
65
que se iluminara la ciudad, concentró a su fuerza y salió al frente de la expedición que encontraría a Calleja, luego de algunas horas Hidalgo regresó a Guanajuato, la noticia había sido una falsa alarma. La expedición organizada para ir al encuentro de Calleja se reanudó al día siguiente, cuando Hidalgo y sus tropas partieron rumbo a San Felipe donde se suponía enfrentarían a Calleja, la excursión permitió a Hidalgo pasar dos días en Dolores mientras sus tropas avanzaron hasta la Hacienda de “La Quemada”. Al cabo de tres días Hidalgo estaba de vuelta en Guanajuato. Los preparativos para que el ejército Insurgente siguiera su curso se habían iniciado y el 8 de octubre salía con rumbo a la ciudad de Valladolid.
66
Nota sobre la Pública vindicación del Ilustre Ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato La “Pública vindicación del Ilustre Ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato…” es un documento elaborado por los integrantes del Ayuntamiento de Guanajuato en el mes de febrero de 1811. Se trata de una representación, una súplica, entendida en el contexto de la época colonial como un escrito pormenorizado mediante el cual se extiende un ruego, el documento estaba dirigido al virrey en el mismo se presentan las razones del comportamiento de la Asamblea de Guanajuato con relación a los sangrientos acontecimientos ocurridos en el mes de septiembre de 1810. La propia denominación del documento establece su objetivo: “…Justificando su conducta moral y política en la entrada y crímenes que cometieron en aquella ciudad las huestes Insurgentes agavilladas por sus corifeos Miguel Hidalgo e Ignacio Allende.” La razón de la existencia del documento elaborado por los integrantes del Ayuntamiento es comprensible y obedece, en principio, a la petición hecha por el virrey para que los integrantes del Ayuntamiento de Guanajuato acreditarán, con absoluta formalidad, su lealtad y fidelidad a la corona española; los integrantes del Ayuntamiento de Guanajuato determinaron, además, hacer pública la respuesta y mandarla a imprimir para su circulación, la justificación
67
para tomar esa determinación tiene que ver con la resonancia y mala influencia que estaba teniendo por la época un líbelo difamatorio, un panfleto que se publicó a principios de 1811 en la ciudad de Querétaro de la autoría del lic. Ramón E. Martínez de los Ríos. Los argumentos vertidos por el lic. Ramón E. Martínez de los Ríos en su agresivo opúsculo acusaban y sostenían que los integrantes del Ayuntamiento de Guanajuato no habían hecho nada significativo para resguardar los bienes del Rey y de los españoles radicados en Guanajuato, además de haberse sumado a la causa Insurgente. El panfleto acusatorio de Martínez no tuvo mayores repercusiones en la opinión de la época, mientras que la Pública Vindicación del Ayuntamiento de Guanajuato pasó a convertirse en uno de los múltiples testimonios que se integraron sobre los terribles acontecimientos de Guanajuato aquel 28 de septiembre de 1810. Decidimos incluir en esta pequeña edición el contenido íntegro de la Pública Vindicación atendiendo a su valor histórico y testimonial sobre los primeros sucesos significativos en torno a la lucha por la Independencia de México, creemos que es importante que el público en general y, de manera particular los guanajuatenses tengan conocimiento y acceso a las fuentes primarias que nos dan su versión sobre los históricos acontecimientos que han ocurrido en la ciudad de Guanajuato. Incluimos la
68
portada original del documento, la primera página con una reproducción de la Santa Fe de Guanajuato, réplica de la existente en la parte superior de la puerta Norte del edificio de la Alhóndiga de Granaditas y la versión en extenso del texto.
69
70
Pública vindicación del ilustre ayuntamiento de Santa Fe de Guanajuato justificando su conducta moral y política en la entrada y crímenes que cometieron en aquella ciudad las huestes Insurgentes agavilladas por sus corifeos Miguel Hidalgo, Ignacio Allende. Representación hecha por el ilustre ayuntamiento al excelentísimo señor virrey. — Excelentísimo señor.— El superior oficio de vuestra excelencia que con fecha de 11 del pasado diciembre, se sirvió dirigir a este ayuntamiento, después de quedar estampado en el corazón de sus individuos para una perpetua gratitud, deberá custodiarse en urnas de oro, como el más honorífico documento que recomiende a los tiempos venideros su honor, buen concepto y reputación. Cuando por los funestos acontecimientos que ha tenido esta desgraciada ciudad, creíamos que se había hecho el objeto de los justos enojos de vuestra excelencia leemos en su superior oficio las honoríficas expresiones con que vuestra excelencia nos consuela en nuestras graves aflicciones, diciéndonos, que en sus ulteriores providencias hallará toda la protección que necesite este ilustre cuerpo y sus beneméritos individuos, para llevar al cabo la tranquilidad, buen orden y arreglo de este vecindario. ¿Quién, señor excelentísimo, no bendecirá a un gobierno que con tanta prudencia maneja las riendas de estos reinos?
71
¿Quién será capaz de imaginar el sacudir el yugo que tan suavemente nos conduce por el camino de lo justo y de lo recto? Y ¿quién no detestará la fatal cizaña que por unos hombres malvados y perversos se ha procurado sembrar, para confundir los buenos con los malos? Sí, señor excelentísimo, la piadosa acogida que en el justificado ánimo de vuestra excelencia ha encontrado este ayuntamiento y sus individuos, y la alta protección que les franquea, infunde en sus corazones una dulce satisfacción y confianza, y le hace entrar en un glorioso entusiasmo, con el que protesta a Dios, al rey, a vuestra excelencia y al mundo entero, que su lealtad ha sido, es y será invariable e indestructible, y que mediante los auxilios que vuestra excelencia le ofrece, mantendrá el buen orden, tranquilidad y arreglo de este vecindario que se le recomienda. Mas para que vuestra excelencia afiance más el concepto que por su bondad se ha formado de este ayuntamiento, juzga necesario el hacerle una sencilla relación de lo acaecido en esta ciudad, ya que hasta ahora, por haber tenido los Insurgentes interceptados los correos, y cerrada toda comunicación de esta ciudad con esa capital, no ha tenido proporción de hacerlo oportunamente. La ciudad de Guanajuato, que por su amor y fidelidad a nuestros augustos reyes y señores, ha merecido siempre sus piadosas miradas, y se ha hecho acreedora por sus homenajes y servicios a que se le distinguiera con el honorífico título de muy noble y muy leal ciudad, se
72
presenta hoy a la vista del universo llena de confusión y rubor, por considerarse sindicada en estos dos gloriosos atributos de noble y leal a nuestros soberanos, a sus vice reyes, y a las potestades legítimas que los representan. Sólo es público, sólo es incontrovertible, y por todo el reino sabido, que en el infeliz pueblo de Dolores, a distancia de nueve leguas de esta ciudad, por su cura párroco Don Miguel Hidalgo, se tramó la más loca y temeraria revolución, que auxiliada por Don Ignacio Allende, capitán del regimiento de la reina, de la villa de San Miguel, la difundieron en ella, y la propagaron por varios pueblos, y por la ciudad de Celaya y villa de Salamanca la introdujeron en esta ciudad. Que estos traidores y rebeldes revolucionarios ocuparon esta capital; que en ella quisieron hacer, por las proposiciones que su opulencia y ricos minerales les ofrecía, la corte de su depravada insurrección, y por la seguridad que les daban sus difíciles entradas y montuosa situación, el lugar de asilo y defensa a sus horrorosos crímenes y espantosos delitos. La corta distancia de esta capital al pueblo de Dolores; los conocimientos y comunicaciones que algunos de estos vecinos tenían con los mismos Insurgentes, pues varias veces vimos al principal de ellos, al cura Hidalgo, recibido y obsequiado por el jefe de la provincia, el señor intendente Don Juan Antonio de Riaño; el haber entrado y permanecido aquí algunos días; el haberse refugiado en esta ciudad Allende con el resto de su ejército, destrozado
73
por el nuestro en Aculco; haberse hecho aquí fuerte, presentado batalla; y hecho una obstinada resistencia, son circunstancias que presentan una triste perspectiva que puede inclinar el juicio a sospechar que en Guanajuato y en sus vecinos y habitantes, ha habido, si no alguna complicidad en la insurrección, a lo menos alguna condescendencia, afección o disimulo. Lejos de la muy noble y leal ciudad de Guanajuato tan horroroso borrón, capaz de cubrir con un oprobio sus adquiridos honores; Guanajuato es inculpable, está inocente, y no debe perder una sola línea en el buen concepto que siempre se ha merecido por su acrisolada lealtad. Cuando este feliz y venturoso reino se lisonjeaba de ser el único que en la general convulsión del universo, se mantenía firme e incontaminado; cuando por toda la Europa, y aún por otras partes del mundo, sabíamos que corría una espantosa tempestad, cuya maligna influencia y poder, con su impetuoso torrente, talaba los campos, arrasaba los pueblos, destruía las ciudades, derribaba los tronos, y trastornaba los imperios, sólo este reino se gloriaba de vivir tranquilo, de reposar sosegado, guardando sus leyes, observando sus costumbres, amando, respetando y venerando a sus reyes, y obedeciendo a las potestades legítimas que lo gobiernan y conservando estos preciosos dominios con el antemural de sus nobles corazones. A su legítimo dueño y señor nuestro amado y deseado rey Don FERNANDO EL SÉPTIMO, y auxiliando para la misma defensa a la madre patria la España con sus caudales
74
y cuanto podía, en la larga distancia que nos separa de nuestros hermanos: y aún en esta feliz situación Guanajuato quizá era la única y privilegiada en el reino, que no había padecido aun aquellos ligeros vaivenes, que en el sistema político causan los raros acontecimientos, cuales hemos visto en nuestros tiempos. Pero la divina Providencia ha decretado derramar sobre las delicias de la tranquilidad que gozábamos, un torrente de amarguras, para que nuestros corazones se conviertan, y amen los deleites eternos y verdaderos, y ha querido desde luego, que por experiencias personales conozcamos los inmensos trabajos que nuestros hermanos en la antigua España han padecido y están sufriendo con mayores guerras y devastaciones. Sí, señor excelentísimo, en el infeliz y miserable pueblo de Dolores saltó la chispa de la revolución, que propagándose en una voraz llama, parece que quiere abrasar a todo este reino. La madrugada del 16 de septiembre se levantó el temerario cura de Dolores Don Miguel Hidalgo y el capitán Don Ignacio Allende, y comenzaron su depravada insurrección, prendiendo a los europeos y robándoles sus bienes. Llegó a esta ciudad la noticia el día 18 del mismo mes, por carta de un vecino de aquí, que se hallaba en la hacienda de San Juan de los Llanos, escribió al señor Intendente Don Juan Antonio de Riaño; y su señoría sobrecogido de tan infausta noticia, bajó inmediatamente al cuerpo de guardia, que se halla a las puertas de las casas consistoriales, llamó a los soldados, y mandó tocar la generala.
75
Tan inopinado movimiento llenó de confusión a toda la ciudad, y en el momento, concurrió todo el batallón que actualmente estaba sobre las armas, todos los vecinos principales, todo el comercio, toda la minería, y finalmente toda la plebe, armados todos, conforme cada uno podía y tenía proporción. Ocurrió esta inmensidad de gente a preguntarle al señor Intendente la causa de aquel movimiento, y a ponerse todos a sus órdenes y disposición, y su señoría mandó, que fueran a presentarse al cuartel de infantería los paisanos y decentes, y la plebe que volviera a sus destinos y ocupaciones, pero que estuvieran prontos cuando se tocara la generala, pues estábamos amenazados del cura de los Dolores que se había levantado con aquel pueblo, y amagaba a esta ciudad. ¡Qué feliz momento éste, señor excelentísimo, para que en el acto, formado el batallón de más de cuatrocientos hombres, que estaban acabados de vestir y armar a costa de los fondos de esta ciudad, y con los vecinos que también lo estaban, hubiéramos partido para el pueblo de Dolores a sorprender al cura, que apenas tendría unos cuantos secuaces y ningunos recursos! En esa misma noche se hubiera ahogado en su cuna esa revolución, y todos habrían sido presas de nuestra lealtad y patriotismo, o hubieran sido víctimas de nuestro justo resentimiento y enojo, y dignos objetos de la más severa justicia. Así se le proponía al señor Intendente por algunos de los individuos del ayuntamiento; pero su señoría no lo tuvo por conveniente, y dijo que iba a pedir auxilios a vuestra excelencia, al señor presidente de
76
Guadalajara, y al señor comandante de brigada de San Luis Potosí. Mas desde ese momento, reunido al batallón todo el paisanaje de europeos y criollos del país, comenzaron a hacer una formal guarnición de la ciudad, con todas las fatigas de un soldado, de guardias, centinelas, patrullas y destacamentos. La ciudad se atrincheró, poniendo en todas las bocacalles murallas de madera con sus respectivos fosos, y resguardadas con centinelas de día y noche de paisanos y soldados europeos y criollos, que cumpliendo todos exactamente y con la mayor unión sus deberes, daban a conocer que a todos los gobernaba un mismo espíritu de lealtad, patriotismo y fidelidad, sin esos abominables distintivos de criollos y gachupines, que jamás ha habido entre la gente noble, culta y distinguida de esta ciudad. Hasta la plebe, señor excelentísimo, estaba unida a esta conformidad de voluntades e intenciones, y obraba de acuerdo con todo el vecindario, con el señor Intendente y con la tropa, como se vio la noche del día 20 de septiembre, en que tocándose la generala a las doce de la noche, o a la madrugada, concurrió una innumerable multitud de gente, y a la voz del señor Intendente, ocupó los cerros, las calles y plazas, y las azoteas de las casas con multitud de piedras que acopiaron y subieron, para defender la entrada a los enemigos, pues la tropa y paisanaje armado, se encaminó a la cañada a recibirlo; pero fue en vano, porque no hubo invasión alguna en aquel día; y sólo fue un recelo de las avanzadas que teníamos puestas, que padecieron este engaño; pero la plebe estuvo alerta, estuvo unida, sumisa y obediente a las órdenes del señor Intendente.
77
Así estaban todas las cosas, pronosticándonos unos felices resultados, y esperando el que triunfáramos de nuestros enemigos, y no les permitiéramos el que profanaran este leal y honrado suelo con sus traidoras pisadas, hasta el día 25, día funesto, y que nos empezó a presagiar el cúmulo de desgracias y trabajos que nos han sobrevenido. En la media noche del día 24, al silencio de ella, sin que lo llegara a saber ni presumir persona alguna, y menos el ilustre ayuntamiento ni alguno de sus individuos, tomó el señor Intendente la resolución de pasar a la Alhóndiga que llaman de Granaditas, toda la tropa, todos los caudales reales, todos los municipales y de la ciudad, con sus archivos y papeles, y toda su casa y familia. En efecto, con acopio de recuas que se hizo en aquella noche, se pasaron de las reales cajas a la alhóndiga trescientas nueve barras de plata, ciento setenta y cuatro mil pesos efectivos, treinta y dos mil en onzas de oro, treinta y ocho mil de la ciudad, que estaban en las arcas de provincia, y treinta y tres mil que se hallaban en las del cabildo; veinte mil de la minería y depósitos, catorce mil de la renta de tabacos, y mil y pico de la de correos. En aquella misma noche se pasó a Granaditas todo el cuartel de milicias, con los soldados, armas y municiones; se cerraron o taparon los fosos; se quitaron las trincheras de las calles, y se trasladaron al mismo granaditas, y sólo se cuidó de fortalecer y asegurar este lugar, que queda a la salida ya de la ciudad, quedando toda ella en un absoluto desamparo o indefensa.
78
Amaneció el día 25 para nuestra fatalidad y desgracia, pues advertida tan extraordinaria e inopinada mutación por toda la gente, grandes y chicos, nobles y plebeyos, fue general la consternación que en todos se advirtió, y más mirando las providencias sucesivas que se iban tomando, pues se mandó por el señor Intendente pasar a la Alhóndiga bodegas enteras de harina que había dentro de la ciudad; que adentro había más de cinco mil fanegas de maíz del pósito; que cuantos víveres entraban se conducían a la Alhóndiga, dejando desproveído al pueblo: Que aún de las tiendas se extraían los mantenimientos, y finalmente, que todos los europeos con sus caudales, y también algunos criollos, se recogían y encerraban en la propia Alhóndiga de Granaditas. La plebe, que como versátil, voluble y pronta a suspiciones, estaba atenta a todas estas operaciones, las inclinó a mala parte y comenzó a decir públicamente: que los gachupines y señores (son sus términos de explicarse) querían defenderse solos y dejarlos a ellos entregados al enemigo, y que aun los víveres les quitaban para que perecieran de hambre. Desde ese fatal momento ya no se vio en la plebe aquel entusiasmo de que estaba animada por la común defensa; una triste confusión se miraba en sus semblantes, y en menudos grupos, se fueron retirando y dispersando por los barrios y cerros. El ilustre ayuntamiento que llegó a entender estos perniciosos resultados de las providencias del señor
79
Intendente, acordó celebrar un cabildo compuesto de todos sus individuos, de los señores curas, prelados de las religiones y de los vecinos principales, y para el efecto con su secretario mandó a Granaditas a citar al señor Intendente para que viniera a presidirlo a las casas consistoriales; pero su señoría contestó diciendo, que con la mala noche que había pasado no estaba apto para esa concurrencia; que sería en aquella misma tarde del día 25, pero no en las casas consistoriales, sino en Granaditas, porque su señoría ya no salía de allí. Convenimos en ello, porque la urgencia de la cosa y su gravedad no permitía pararse en etiquetas, aunque fueran justas, y a la tarde a la hora emplazada estuvimos todos prontos en Granaditas. Por medio de una multitud de soldados y paisanos, todos armados, que ya estaban refugiados y hechos fuertes en Granaditas, subió el ayuntamiento, curas, prelados y vecinos a la pieza a donde se hallaba el señor Intendente, y acomodados como lo permitía lo irregular del sitio, tomó la voz el señor Alférez Real licenciado Don Fernando Marañón; le siguió el regidor fiel ejecutor licenciado Don José María de Septiem y Montero, y sucesivamente hablaron los curas, prelados, y cuantos quisieron explicar sus sentimientos. ¡Quién pudiera, señor excelentísimo, trasladar a este papel las patéticas y enérgicas expresiones, que dictadas por el fuego que ardía de acrisolada lealtad en nuestros corazones, y por la vehemencia que inspiran los raros y
80
grandes acontecimientos, se le dijeron al señor Intendente para persuadirlo a que restituyera las cosas al estado en que estaban, que la tropa se volviera sus cuarteles; que la ciudad se custodiase; que los caudales reales y municipales se volvieran a su lugar; que su señoría ocupara sus casas consistoriales y los vecinos las suyas; y finalmente, que se procurara el restablecer la confianza pública que debía tenerse del gobierno, la que se advertía perturbada con tamañas novedades; pues de lo contrario temíamos siniestros procedimientos en la plebe; y toda la ciudad indefensa y desarmada, sería segura presa de los Insurgentes! No valieron expresiones; no valieron súplicas; no valieron cargos y responsabilidades que se protestaron en aquella pública y autorizada junta, para hacer que el señor Intendente corrigiera su resolución; y cerró la concurrencia con decir resuelta y concluyentemente, que su señoría por ningún motivo salía de aquella Alhóndiga; que allí estaba seguro y también lo estaban los caudales reales, que era lo que debía custodiar; que la tropa había de permanecer en aquel lugar, y que aun la poca que estaba en el vivac y la que patrullaba por la ciudad, a cualesquiera novedad se había de reunir con la de la Alhóndiga y encerrar en sus trincheras, y que la ciudad y sus vecinos se defendieran como pudieran. ¡Terrible sentencia, que llenó de amargura, estupor y confusión a todos los concurrentes, que sin saber qué decirnos unos a otros, nos retiramos a nuestra casas a clamar al cielo por el remedio de los gravísimos daños que nos amenazaban, y juzgábamos que indefectiblemente iban a caer sobre nosotros y sobre toda esta desgraciada ciudad!
81
Así sucedió. El día 28 de septiembre, día que deberá señalarse en piedra negra, como a las once de la mañana se presentó el cura de Dolores con su ejército numeroso, en más de veinte mil hombres, ocupando los cerros que dominan a la Alhóndiga de Granaditas por frente y espalda, y comenzó a batir esa fortaleza con piedras arrojadas por hondas, con saetas o flechas, y con tiros de fusilería. Generosa y valiente resistencia hicieron los de Granaditas, pues el batallón, escuadrón de caballería y paisanaje, estuvieron defendiendo las murallas y estacada, sin aterrorizarse con ver desaparecer los compañeros de sus lados. Mucho fue el estrago que nuestros valerosos compatriotas hicieron en los enemigos, pues seguramente pasaron de tres mil los muertos que hubo, aunque procuraron ocultar esta pérdida, enterrándolos secretamente en zanjones que hicieron en el río; pero como tenían de ventaja la superioridad del número de gentes y la de las posiciones locales, encarnizados con la destrucción de sus compañeros, a todo trance forzaron las trincheras, derribaron las estacadas, se arrojaron hasta la misma puerta de la Alhóndiga, la incendiaron y pegaron fuego hasta echarla a tierra, y entró aquella multitud inmensa de gente, se señoreó de aquel lugar, e hicieron en aquel recinto un horror de estragos, tiranías y crueldades, matando asesinadamente a cuantos encontraban, soldados y paisanos, europeos y criollos, y se robaron los cuantiosos caudales de su majestad, de la ciudad y de los particulares, con otros muchos intereses, alhajas, plata labrada, y preciosidades que allí estaban encerradas.
82
Sí, señor excelentísimo, abrió esta lastimosa escena la desgraciada muerte del señor Intendente, digna de llorarse eternamente, que al principio de la batalla tuvo la imprecaución de tener la puerta de la Alhóndiga abierta, cuando del cerro de enfrente estaban tirando repetidos fusilazos y de ponerse en ella a cuerpo descubierto, a tiempo que una bala hiriéndole en la cabeza, le quitó la vida en el momento. Siguieron las muertes de muchos soldados y oficiales en las murallas y estacadas; y por último, las que se ejecutaron por la turba de gente dentro de la misma Alhóndiga. Murieron muchos europeos, pero seguramente muchos más criollos y del país; pues todo el batallón, que la mayor parte pereció, eran criollos; eran las más de los oficiales y el sargento mayor Don Diego Berzábal, que abrazado con una mano de las banderas reales de su batallón, y con otra empuñando una pistola, a crueles heridas y golpes, murió honrosamente en defensa de su rey, de su patria y de su ley. Se derramó por toda la ciudad la confusión y el horror; se devoró por el más atroz saqueo, que jamás se habrá visto entre los más desalmados enemigos; casas, tiendas y los más ocultos lugares fueron destrozados, dilapidados y robados por los Insurgentes y plebe amotinada, y las haciendas de platas con sus riquezas y utensilios. Muladas y aperos, fueron igualmente el más apreciable pábulo de su insaciable latrocinio. Troya abrasada y saqueada por los griegos, no presentaría más funesto espectáculo que el que daba la vista de Guanajuato
83
la noche del día 28 de septiembre. En las calles, plazas y casas, no se oían más que llantos y alaridos dolorosos por la pérdida de los padres, de los hijos, de los hermanos, de los parientes y amigos que habían perecido y muerto en Granaditas. Familias enteras que en aquel día habían amanecido bajo el amparo y asilo de sus padres y maridos y en la mayor opulencia y abundancia, yacían en aquella noche en una deplorable orfandad, viudez, miseria y necesidad. ¡Espantosa metamorfosis, que nos ha hecho ver a las claras la caducidad de las cosas humanas¡ ¿Quién, señor excelentísimo, se había de escapar de desgracia semejante? Los criollos sentimos todo el estrago de estas atrocidades. Los europeos eran nuestros parientes, estaban casados con nuestras hijas o hermanas, eran nuestros buenos amigos, y teníamos con ellos nuestras relaciones de comercio, y nuestros intereses y caudales estaban mezclados con los suyos, y aun dependían de ellos absolutamente. En su desgracia fuimos todos envueltos. En sus intereses saqueados perecieron los nuestros. En sus muertes quedamos con los gravísimos sentimientos y dolores de su pérdida, y cargados con las obligaciones de cuidar y mantener sus hijos, mujeres y familias. Los que sobrevivieron a esta desgracia y no perecieron en la Alhóndiga, salieron de allí moribundos con los golpes y heridas, o con los sustos y congojas, y todos fueron conducidos por los mismos Insurgentes a las cárceles y cuarteles, en calidad de reos presos, sin distinción alguna de europeos y criollos.
84
El cura de Dolores, Hidalgo, soberbio con la victoria que había conseguido, y envanecido con verse señor de la ciudad de Guanajuato (¡oh Dios inmortal que tal permites!) de esta ciudad que jamás había visto sino con profundo respeto y miramiento; que si había pisado su suelo, era con el pretexto de venir a rendir homenajes y humillaciones a los magistrados y vecinos honrados, se convirtió en un tirano déspota, que disponía a su arbitrio de las personas y de los bienes de todos los ciudadanos, sin distinción de criollos y europeos. Nuestras vidas y nuestras haciendas estaban pendientes de su boca, y sujetas a ser juzgadas en un tribunal revolucionario, inicuo, y sin más ley que la temeridad, insolencia y atrevimiento, que son los fundamentos únicos de esta depravada insurrección. Llenas las calles y plazas de una innumerable multitud de tropas, de indios y todas castas, y armados con todo género de armas, no pronosticaban más que horrores y atrocidades, porque como toda era gente vil y ordinaria, sin disciplina, sin arreglo ni sujeción a jefes o superiores, era insoportable el orgullo de estos malvados, y mucho más sus públicas y escandalosas criminalidades, de suerte que ningún vecino honrado podía salir de su casa ni presentarse en la calle, sin exponer cierta mente su vida a un riesgo, o su persona a un insulto y atropellamiento. Estos temores, y el gravísimo sentimiento y dolor que nos causaba el ver los destrozos cometidos en la ciudad, nos
85
tenían reducidos a permanecer encerrados y escondidos en el recinto de nuestras casas, y ni aun contábamos con seguridad en estos asilos cuando no se guardaban las leyes que los favorecen. Sólo atropellábamos con todos estos riesgos y peligros, cuando llegaba a nuestras noticias que europeos estaban presos en las cárceles y cuarteles. Entonces sí, señor excelentísimo, salíamos intrépidos, y arrojados atravesábamos por entre turbas innumerables de Insurgentes; rozábamos con nuestros cuerpos sus armas, que siempre tenían enristradas para causar horror y espanto, y nos presentábamos circunspectos a este fanático falso general de América cura Hidalgo, a pedir la libertad de las personas y bienes de los europeos. Sí, señor excelentísimo: ellos mismos serán fieles testigos, que a nuestras instancias y súplicas consiguieron el salir de las prisiones en que se hallaban; que los trasladamos a nuestras casas; que allí se curaron de sus heridas y golpes, y que aun consiguieron la libertad o devolución de sus bienes. De la multitud de europeos que había en esta ciudad, apenas uno u otro quedaron presos, hasta que Hidalgo hubo de cerrar los oídos a nuestras súplicas, diciendo públicamente, que los criollos de esta ciudad le éramos sospechosos por el empeño que teníamos en libertar a los europeos, y que procedería contra nosotros como merecíamos. Lejos de intimidarnos con estas conminatorias expresiones, recibíamos en nuestro interior una dulce satisfacción y complacencia, pues cumplíamos con los sagrados deberes de la humanidad, y dábamos a conocer a aquel
86
alucinado hombre, que en nuestras almas no podía caber tan vil disensión como la que quería infundirnos, y menos la rebelión que corifeaba y de que estaba hecho cabeza. Podemos asegurar a vuestra excelencia, que los más de los individuos de este ilustre ayuntamiento, no vieron la cara del cura Hidalgo sino cuando íbamos a interceder por la libertad de los europeos, ni tuvimos en lo personal con él otra interesencia o conversación. Aseguramos también que en cuerpo de ayuntamiento, no concurrimos más que una ocasión, que citados y emplazados por él, entramos a la sala de cabildo; mas no fue para hablar, sino para llorar copiosas lágrimas; que oprimidas de la fuerza y tiranía de aquel déspota no podían salir por nuestros ojos, y volvían a caer sobre nuestros corazones. ¿Quién señor excelentísimo, podría ver aquel lugar respetable en que jamás se han tratado sino asuntos dignos de su gravedad, dirigidos al mejor servicio de Dios, del rey y de la patria, ser teatro en que se quiso promulgar la más horrorosa rebelión contra Dios, contra el rey y contra la patria? ¿Quién podría ver aquellos asientos que siempre fueron ocupados por beneméritos magistrados, por patriotas inmaculados y vecinos de honor y lealtad, ser el escaño de un rebelde y sus secuaces, sin que el corazón se le partiera en mil pedazos? Estos atroces sentimientos padeció nuestra alma en aquel momento en que introducido el cura Hidalgo, escoltado de su guardia, compuesta de muchos hombres de todas castas y trajes soldadescos y campesinos, con las groserías y desacatos
87
propios de sus viles personas, en aquel lugar inmune y respetable, sólo nos dijo que en los campos de Celaya, a la presencia de más de cincuenta mil hombres, estaba reconocido por capitán general de América, y que por tal lo había de reconocer esta ciudad, y sin más que haber vertido estas expresiones se salió de la sala, y se disolvió la junta y Ayuntamiento. Ni en palabras, porque no habló una sola; ni en acciones, porque no dio muestras sino de confusión y sorpresa, aprobó el ilustre Ayuntamiento la loca y temeraria propuesta del cura Hidalgo, sino que todos, con un profundo silencioso dolor, nos retiramos a nuestras casas a llorar por todos sus ángulos la fatalidad de nuestra suerte y la de esta desgraciada ciudad, y a implorar de la divina misericordia, nos diera una mirada de compasión y piedad, que remediara los inmensos trabajos y calamidades que estábamos padeciendo. Otra concurrencia, igualmente citada y emplazada, tuvimos, no en las casas consistoriales, sino en la que habitaba el cura Hidalgo, y a presencia de los señores curas y algunos vecinos particulares, en que se trató de poner el gobierno político y militar en esta ciudad, y establecer casa de moneda. ¡Quién hubiera podido haber traído a la respetable persona de vuestra excelencia en espíritu a aquella sala, a que hubiera visto aquella asamblea, para que hubiera sido fiel y caracterizado testigo de la acrisolada lealtad de los individuos de este ilustre
88
Ayuntamiento, y no se atribuyeran a exageración los lances de este crítico y patético acto! Dirigió la palabra el cura Hidalgo al Regidor Alférez real licenciado Don Fernando Pérez Marañón, persuadiéndolo a que debía quedar de Intendente Corregidor y Comandante militar de esta provincia, invitándolo con el grado hasta de Teniente General; pero este noble, leal y sabio caballero, procuró excusarse con cuantas razones prudentes le dictó su celo, talento e ilustración, hasta conseguir el disuadir a Hidalgo de su intento. Siguió la misma propuesta con el regidor fiel ejecutor licenciado Don José María de Septiem y Montero, y sucesivamente con el regidor licenciado Don Martín Coronel y con el regidor capitán Don Pedro de Otero, y todos siguiendo principalmente los sentimientos de su honor y lealtad, y las huellas del señor Alférez Real, nos negamos constante y firmemente a recibir los empleos con que se nos envidaba tan tenazmente, que revestido el cura Hidalgo de gravedad y despotismo, dijo que nuestra negativa era, o un vano temor que teníamos de que sus proyectos no llegarían al cabo, o una verdadera neutralidad, y que ésta la castigaría como efectiva parcialidad; pero nosotros impertérritos a esta cruel sentencia, atropellamos todos los peligros que nos amenazaban, y nos horrorizaba más el recibir los empleos de una autoridad ilegítima y de unas manos traidoras, que los castigos que éstas mismas nos podían imponer, y dijimos procediera a su arbitrio contra nosotros, pues insistíamos firmemente en nuestra resolución; y con esto se nombró a otra persona por Intendente Corregidor y comandante de las armas, que
89
tuvo la debilidad de admitir estos empleos y ejercerlos, echando este borrón a una honrada conducta que siempre había tenido, y por la que obtuvo varios empleos militares, y actualmente obtenía en esta ciudad el de administrador de la Real Renta de Tabacos, Pólvora y Naipes. En este acto el cura y juez eclesiástico doctor Don Antonio Lavarrieta, de acuerdo con los regidores alférez real licenciado Don Fernando Pérez Marañón, licenciado Don José María de Septiem y licenciado Don Martín Coronel, tuvo la resolución de reconvenir al cura Hidalgo, sobre que no podía conciliarse su revolución e ideas de independencia que vertía, con el juramento de fidelidad y vasallaje que teníamos hecho a favor de nuestro único rey y señor Don FERNANDO EL SÉPTIMO, y ni aun con la inscripción que tenía puesta la sagrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que traía por estandarte de sus tropas, en que decía: Viva la religión, viva FERNANDO VII, y viva la América; a cuya valiente insinuación, que esforzaron los citados regidores, fue tanta la indignación del cura Hidalgo, que descompuesto y fuera de sí, prorrumpió diciendo: que FERNANDO VII era un ente que ya no existía; que el juramento no obligaba; y que no volvieran a proponerse semejantes ideas, capaces de pervertirle a sus gentes, porque tendríamos mucho que sentir con él, y quizá mirándonos dispuestos a rebatirle enérgicamente, como lo estábamos, tan falsas como temerarias proposiciones, con un denuedo despreciativo, se paró, y disolviéndose la junta, ya desde aquel día quedó abandonado por Hidalgo el Ayuntamiento,
90
de quien ya desconfió absolutamente de poderlo traer a su partido, ya no contó con él en lo de adelante para cosa alguna, y así ya no supimos sus individuos las ulteriores providencias sobre casa de moneda, armamentos y demás novedades, que las oíamos, pero no las presenciábamos, porque vivimos retirados en los rincones de nuestras casas. Se retiró de esta ciudad el cura Hidalgo, con el pretexto de que iba a atacar a la de Querétaro, y quedó este desventurado pueblo en la más horrorosa anarquía, sin leyes, sin jueces y sin freno alguno que contuviera sus criminalidades y desórdenes, entregándose a rienda suelta a todo libertinaje, con la mayor osadía y sin recato alguno; tanto que ya no se podía andar en estas calles, porque se atropellaba y era mirada con el más ultrajante desprecio toda gente decente, y a su vista se hacía ostentación de la superioridad que sobre ella tenía adquirida el pueblo. Agobiados con tantos trabajos los buenos y leales patriotas, sin poder respirar por las opresiones y violencias que padecíamos en tan triste y deplorable situación, sólo dirigíamos nuestras humildes súplicas al cielo, porque teníamos interceptados, cerrados y llenos de centinelas y vigías todos los caminos y conductos por donde podíamos encaminar nuestros clamores a la superioridad de vuestra excelencia o a los jefes que gobernaban las tropas reales que guarnecían a la ciudad de Querétaro, para que nos socorrieran y vinieran a redimirnos y sacarnos de tan dura esclavitud. Un ligero destello de lisonjera esperanza de esta felicidad tuvimos, cuando llegó a nuestra noticia que el señor conde
91
de la Cadena, con parte del ejército de Querétaro, ocupaba la villa de San Miguel, distante diez o doce leguas de esta ciudad. Creemos que sus miras se dirigían a reconquistarla, y por momentos esperábamos con ansia su llegada; pero mirando que se demoraba más que lo que permitían nuestros deseos, determinó este ilustre ayuntamiento, junto con los curas y prelados de las religiones y algunos vecinos, mandar dos comisionados al señor conde de la Cadena, con un oficio firmado por todos, suplicándole a su señoría viniera a tomar y posesionarse de esta ciudad, con las precauciones necesarias a precaver cualesquiera oposición de la plebe, que aunque se hallaba desarmada e indefensa, pero no teníamos confianza de sus procedimientos, por lo insolente que estaban, y aun sublevada contra la misma ciudad. En efecto, con este oficio, a toda diligencia salieron los dos comisionados regidores Don Pedro de Otero y Don Francisco de Septiem; mas la desgracia, que ha estado persiguiendo a esta ciudad, quiso que cuando llegaron los comisionados a la villa de San Miguel, ya el señor conde de la Cadena se había reunido con las tropas del señor brigadier Don Félix Calleja, y ambos se habían vuelto para la ciudad de Querétaro, y los comisionados, temerosos de ser sorpresos en el camino por alguna partida de Insurgentes, no se determinaron a ir en su seguimiento, y se volvieron a esta ciudad. Mucho fue el desaliento que se difundió en nuestros ánimos cuando vimos perdida esta ocasión tan oportuna, en que pudimos ser libertados con la mayor facilidad y sin oposición, porque no había más que la plebe que
92
temer; pero ésta estaba desarmada, y creíamos no osaría hacer resistencia a una tropa tan formal y armada, como esperábamos que era la del señor conde de la Cadena. Se aumentó nuestra confusión cuando supimos que Don Ignacio Allende, después de la derrota que padeció su ejército en Aculco, se venía con el resto de él para esta ciudad. Luego concebimos sus depravadas intenciones, que eran el hacerse aquí fuerte y el proveerse de reales municiones y gente para defenderse del ejército real que lo había de perseguir, y de un golpe; también se nos hicieron presentes a nuestras afligidas imaginaciones los gravísimos daños e irreparables perjuicios que la de ese malvado hombre, de sus gentes y tropas, les traía necesaria o inevitablemente a esta ciudad, y a todos sus vecinos y moradores. Se verificaron nuestros funestos presagios. Se resolvió Allende a venir a esta ciudad, y nos anunció su venida con los más espantosos aparatos que le pudo dictar su perversidad para infundir terror y espanto a todas las gentes, y obligarlas a hacer cuanto quería. La víspera de entrar en esta ciudad, se le intimó a este ilustre ayuntamiento, por el que hacía las veces de intendente y comandante de las armas, una orden de Allende, para que se le hiciera un solemne recibimiento; y estando aún en la sala capitular, se oyó en la plaza mayor un alboroto y tropel de gentes y caballos, que sobresaltados, nos obligó a asomarnos a los balcones de las casas consistoriales, y puestos en ellos vimos ¡se horroriza la memoria al recordarse, y la pluma no acierta a estamparlo en este papel! Vimos el cadáver de
93
un hombre, que asesinado con crueles heridas, lo traían atravesado en un macho los soldados de Allende, armados con lanzas, escopetas y trabucos. Nos pusieron al frente ese lastimoso espectáculo por un grande rato, y luego lo pasearon por las calles de esta ciudad, hasta llevarlo a la iglesia en que lo sepultaron. Conocimos toda la malicia de este inhumano, impío e irreligioso hecho, que era el infundir terror para subyugar los ánimos, y más nos persuadimos en este juicio, cuando se nos instruyó en que aquel cadáver era de un criollo del pueblo de Dolores llamado Don Manuel Salas, a quien habían destrozado y quitado la vida las tropas de los Insurgentes sin más motivo que el que se había unido a las tropas reales del señor Calleja y señor conde de la Cadena cuando estuvieron en aquel pueblo. Surtió este cruel pasaje todo el efecto que desde luego se propusieron sus autores; pues desde ese momento se observó en toda la ciudad una confusión medrosa, y se prepararon a esperar a Allende con demostraciones de júbilo y regocijo, para ver si así embotaban los golpes que temían de su ferino corazón si no lo recibían como él deseaba. Aunque este ayuntamiento entró en estos naturales recelos y temores, y cedió a la fuerza de ellos y a lo que en estos se interesaban sus personas y sus vidas, pero no prostituyó su dignidad ni ultrajó las reales insignias que lo condecoran; pues acordó que estaba bien que se saliera a recibir a Allende, pero sin ir en forma de cabildo ni llevar las mazas que lo constituyen tal. Así se verificó la infausta tarde en que entró Allende, y todos fuimos
94
cubiertos nuestros corazones de luto y nuestros semblantes de rubor, y protestando en nuestros interiores a Dios, al rey y a la patria, la fuerza y la violencia que en aquel acto padecíamos; acto de tortura y mortificación, pues fueron indecibles los ultrajes que en aquella tarde tuvimos que sufrir de la multitud de gentes que Allende introdujo en esta ciudad, y que precedieron a su entrada. Continuó el espíritu de terrorismo, que se quiso infundir, y para esto se asestaron piezas de artillería en las plazas y calles, y seis se fijaron al frente de las casas consistoriales, a Donde residía Allende. No se trataba más por él y sus secuaces, que de hacer cañones, de prevenir municiones y de inventar instrumentos de guerra, de suerte que por todas partes no se veían más que objetos horrorosos de la muerte, y turbas de soldados o bandidos insolentes, desarreglados y licenciosos. Se valió Allende y su comitiva de otro arbitrio, igualmente pernicioso que seductor a sus depravadas ideas. Proyectó una solemne procesión, en que salió el Dios de los ejércitos sacramentado, y nuestra amada patrona Nuestra Señora de Guanajuato. Iba este sacrílego e hipócrita llevando la cauda de la santísima virgen, y sus edecanes y tenientes generales Aldama, Jiménez, Arias y Abasolo cargando a la divina imagen. Juntó a otro día al clero y religiones, y los obligó a que por las calles y plazas persuadieran al pueblo en públicos sermones, a que defendieran la causa que él capitaneaba y defendía, y que pelearan por ella hasta morir. ¿Qué hay que extrañar, señor excelentísimo, que ardides
95
tan malvados sedujeran y encapricharan a una plebe, que como todas las del mundo, es pronta a moverse por donde quiera que la inclinan, y que teniendo a Allende por sus terrores y aparatos militares por un héroe conquistador, y por sus demostraciones religiosas por un apóstol, se abanderizaron con él, le profesaron un ciego entusiasmo, y se despecharan a hacer la resistencia que hicieron a las tropas reales, y a cometer el atroz, inaudito, impío e inhumano asesinato ejecutado en los europeos y también criollos que se hallaban en Granaditas presos por los Insurgentes? Pero cubra un tupido velo este horroroso atentado, que ha llenado de oprobio a esta desdichada ciudad, ha derramado sobre ella un torrente de desgracias, y la ha hecho odiosa a la vista de todos los pueblos. Escena lastimosa que lloramos, y no dejarán de sentir nuestras futuras generaciones. Crueldad que no pensábamos se verificara, ni creíamos posible; y mucho menos posible fue el evitarla, porque la plebe armada y rabiosa en tropas y patrullas, cruzaba las calles llevándose a fuerza de espada y lanza a la demás gente para el teatro de la guerra, con tanta osadía y atrevimiento, que un hombre a caballo armado y con espada en mano, tuvo el arrojo de llegar a la casa del señor alférez real, a donde estaban congregados el regidor licenciado Don José María de Septiem y Montero, el secretario de cabildo Don José Ignacio Rocha, y otras varias personas eclesiásticas y seculares, y con desmesuradas voces comenzó a llenar a todos de improperios e injurias, de insolencias y obscenidades, diciéndoles que ¿qué hacían encerrados,
96
y por qué no iban a la guerra a pelear? Haciendo tales acciones y acometimientos, que creímos que aquel hombre insultante y temerario, reducía a efecto sus amenazas, y atropellaba nuestras personas; y para evitarlo, tuvimos que retirarnos y cerrar las puertas y ventanas de la pieza a donde no hallábamos, y así se consumó (sin poderlo evitar, aunque ocurrió el señor cura, reverendo padre comisario, y otros eclesiásticos, a quienes la plebe que ocupaba las bocacalles con las lanzas, no dejaron pasar) el asesinato de los europeos, a excepción de gran parte de ellos, que tuvieron la presencia de espíritu de resucitar en sus corazones el valor español, hacerle frente a la plebe, acometerla, y quitándole a algunos las lanzas, con ellas y algunos palos de que se pudieron proveer, hicieron una vigorosa defensa, mataron a algunos y los demás se fugaron, y ya pudieron salir a la calle a refugiarse a las casa y al hospital de Belén, que estaba inmediato. No produjeron estos malignos alucinamientos los depravados ardides de Allende en los leales ánimos de los individuos de este ilustre ayuntamiento y demás personas nobles y distinguidas de esta ciudad; pues sus numerosas tropas, sus armas y cañones, aunque naturalmente nos intimidaban, pero no nos hicieron doblar la cerviz ni cometer vileza alguna de palabra, obra, y ni aún de pensamiento contra la religión, contra nuestro rey, contra nuestro honor heredado y adquirido con buena conducta, ni contra nuestra probada lealtad. Los repiques festivos con que Allende mandó anunciar la conquista que sus armas acababan de hacer de las ciudades de San
97
Luis Potosí y Guadalajara, eran clamores que se daban en nuestros corazones, con que creíamos se hacían las exequias y entierro de la paz y de la tranquilidad de este reino, y señales de rebato de la insurrección y anarquía de esas provincias. Las asistencias que Allende daba al santo sacrificio de la misa, a la procesión de nuestro Dios y señor sacramentado y de su purísima madre, las graduábamos y reconocíamos por el más atroz insulto a las divinas majestades, por la profanación más execrable, y por el más horrendo sacrilegio. Sí, señor excelentísimo, protestamos a vuestra excelencia sobre nuestras palabras de honor, sobre nuestras cabezas, y sobre cuanto hay de sagrado y apreciable en este mundo, que nuestra lealtad, amor, fidelidad y vasallaje a nuestro deseado rey y señor Don FERNANDO EL SÉPTIMO, y cuantos sean legítimos reyes de España, o autoridades que representen su real persona, será eterna, permanente e invariable; que será fincada sobre las bases firmes e indestructibles de nuestros corazones; y que si los rebeldes, traidores, revolucionarios e Insurgentes han manchado este suelo con sus pisadas, no han introducido en nuestros diamantinos corazones un átomo siquiera de su maldita cizaña; que no los veíamos sino para apartar horrorizados nuestros ojos, y volverlos al cielo a implorar los divinos auxilios que tanto necesitábamos para el consuelo y remedio de tan graves males como padecíamos; siendo una prueba evidente de esta verdad, el hecho cierto de que ni Hidalgo ni Allende fueron hospedados, obsequiados, y ni aun recibidos de visita en la casa de algún criollo de
98
esta ciudad, no obstante los conocimientos y amistades que anteriormente algunos tenían con ellos, que todas rompieron luego que los vieron autores de una traición, de una infamia e insurrección depravada. Nos proporcionó el consuelo que deseábamos la Divina Providencia, por medio del ejército que vuestra excelencia se sirvió mandar a que nos redimiera de la penosa esclavitud en que nos hallábamos. Primer efecto que sentimos del acertado gobierno de vuestra excelencia; porque interceptados los correos por los Insurgentes, y quitada toda comunicación de esta ciudad con esa capital desde el día 15 de septiembre hasta el día 25 de noviembre, apenas supimos que vuestra excelencia había llegado al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, y que disponía su entrada para otro día en México, y quedamos en un caos de ignorancia de cuanto pasaba en esa corte, que era nuestra mayor confusión y cuidado. Llegó y triunfó el ejército real de los rebeldes y traidores, castigándolos en la campaña con más de ocho mil muertos, y con otra considerable porción en los patíbulos y cadalsos; con la circunstancia digna de la atención de vuestra excelencia, que de los ocho sujetos decentes, como un brigadier e intendente, tres coroneles, un teniente coronel, dos sargentos mayores y un capitán, que se pasaron por las armas y ahorcaron, ninguno era nativo de esta ciudad, sino de distintas y distantes tierras, y todos habían venido con ocupaciones y destinos, que estaban actualmente sirviendo. Es cierto que fue espantoso el día de la batalla,
99
y los que le sucedieron, porque nos llenó de horror el estruendo de las armas, la efusión de sangre, las continuas prisiones y los severos castigos; pero nos complacíamos y consolábamos luego que volvíamos nuestros afligidos ojos al que todo lo disponía, al benemérito y digno general del ejército el señor brigadier Don Félix María Calleja. En su amable presencia veíamos los presagios de nuestra futura y próxima felicidad, y su prudencia, discreción y benignidad templó cuando lo tuvo por conveniente, la severidad de su justicia, promulgando a nombre de vuestra excelencia un bando de indulto y perdón general, que esparció por toda la ciudad el mayor regocijo y satisfacción. Hubiera movido el piadoso corazón de vuestra excelencia a compasión, como movió al del señor general, la vista de un numeroso concurso de gentes y plebe que saliendo de los montes y cavernas a donde estaban refugiados, se presentaron al frente de las casas consistoriales, a donde estaba el señor general, a quien puesto en el balcón, pidieron a gritos el perdón, y protestaron su enmienda, y su señoría con una exhortación llena de dignidad y elocuencia, les hizo ver la gravedad de sus delitos, las severas penas que merecían, y la gracia que la superior bondad de vuestra excelencia les dispensaba; y con demostraciones de gratitud y confianza, prorrumpieron todos en festivas aclamaciones y repetidos vivas de nuestro augusto monarca el señor Don FERNANDO VII, de vuestra excelencia y del señor general.
100
Todo permaneció en el mejor orden y tranquilidad durante la residencia del señor general y su ejército en esta ciudad, y continúa en el mismo mediante las sabias disposiciones del señor intendente, que habiendo levantado inmediatamente una compañía de hombres decentes y jóvenes de la misma clase, que voluntarios y sin estipendio alguno se ofrecieron a servir a su rey y a su patria, y con las continuas rondas que su señoría y demás señores jueces hacen por toda la ciudad, se ha conseguido el tenerla segura y resguardada de los insultos interiores del populacho libre de robos y homicidios, y permanece en la mayor quietud y tranquilidad, abastecida en su mantenimientos y a precios cómodos y regulares y se conseguirá la total seguridad de esta importante ciudad, si la bondad de vuestra excelencia nos franquea el auxilio de tropa que le tenemos pedido, y los reales necesarios para el fomento de las minas y haciendas, para que estas gentes, ocupadas ya en sus trabajos y teniendo medios de qué subsistir no declinen a los vicios, que necesariamente trae consigo la holgazanería y la miseria. Creemos, señor excelentísimo, que el más severo sindicato y escrupulosa indagación, no encontrará en todos los acontecimientos de esta desgraciada ciudad que llevamos relacionados, y son los que han pasado, fiel, cierta, y legalmente expresados, crimen alguno contra Dios, contra el rey, ni contra la patria. Guanajuato no tuvo complicidad con los Insurgentes en la revolución, y ni aun lo presumió ni tuvo noticia anticipada de ella, ni a alguno de sus
101
vecinos se tuvo por sospechoso antes de declararse, como en Querétaro y otros lugares, pues la primera noticia que llegó a esta ciudad, fue la que el señor intendente Don Juan Antonio de Riaño publicó con la generala que mandó tocar a los dos días de haberse levantado el cura Hidalgo en el pueblo de Dolores, y Guanajuato ese día estaba quieta y llena de fidelidad, como se lo dice el mismo señor intendente al subdelegado de señora Santa Ana, que es suburbio de esta ciudad, cuyo documento pasamos a la vista de vuestra excelencia. Guanajuato, perenne manantial del oro y de la plata, y que tenía defensa competente para resistir a nuestros cobardes invasores, no podrá ser acusada por la posteridad imparcial y digna apreciadora de las acciones de los muertos, de vileza e infamia en haberse rendido, como quiere el licenciado Don Ramón Esteban Martínez de los Ríos, vecino y republicano de la ciudad de Querétaro, en un papel, que dedicado a vuestra excelencia, se ha impreso en esta corte, y ha llegado a nuestra vista para llenarnos de dolor y sentimiento, por el vilipendio y ultraje con que trata de dejar para siempre obscurecido el honor y reputación de esta distinguida ciudad. Guanajuato, señor excelentísimo, se alarmó, se puso en defensa con su batallón, y después de una valerosa defensa, de un esfuerzo inimitable, en que peleaban cuatrocientos hombres con más de veinte mil; encerrados en una casa, y los enemigos dominándolos en los cerros; no se rindieron, sino que fueron forzados, derribadas sus estacadas, derrumbadas sus murallas, e
102
incendiada la puerta de su fortaleza y echada a tierra; y aún en este estrecho lance no se rindieron; con las armas en las manos en defensa de su rey y de su patria y del paisanaje y europeos que allí estaban encerrados, murió toda o la mayor parte de estos valerosos soldados, y no voltearon las espadas del rey y de la patria contra la vida de los que habían jurado perderla en defensa de los derechos de ambos, como con injusticia y notorio agravio de esta ciudad dice el licenciado Don Ramón Esteban Martínez en su citado papel. Menos, señor excelentísimo, ésta muy noble y leal ciudad de Santa Fe de Guanajuato aprisionó a los que quedaron vivos, para matarlos después con los europeos y americanos que se juntaron de otros lugares, a fin de que fuera más la sangre, para templar los ardores de nuestra vil venganza, como se produce el licenciado Martínez; cuyas expresiones son todavía más sangrientas que las mismas muertes que representa, y más injuriosas que el propio crimen. Guanajuato, esto es, su nobleza y gente decente, no tuvo otra atención que solicitar el día del combate por las vidas y por las libertades de las personas y bienes de los que sobrevivieron a esta desgracia, y todo lo consiguieron, pues los más de los europeos de esta ciudad, como ya tenemos expuesto a vuestra excelencia, quedaron libres y restituidos a sus casas. Ni la nobleza ni la plebe tuvieron la más ligera parte en el acopio que en esta ciudad se hizo de europeos prisioneros, y sólo fue disposición maligna de los mismos Insurgentes; y previendo las fatales resultas de esta determinación, se le reclamó a Hidalgo
103
por este ayuntamiento, y en efecto se sacó de aquí para otros lugares porción de europeos; y así no pudo caber, ni aún en la plebe, la dañada intención de acopiarlos aquí para matarlos, y aplacar con su sangre los ardores de su vil venganza; que si en efecto esto fue el fatal resultado, no fue en realidad premeditado aún por la plebe, sino ocasionado por solos los Insurgentes, y aún incitado y mandado por ellos, y ejecutado en la mayor parte por sus tropas y soldados. Reciba vuestra excelencia estos reclamos con aquella amable benignidad que hace su apreciable carácter, y como lastimosos sentimientos que nos hace verter el dolor de ver a esta desgraciada ciudad injuriada en lo más apreciable sobre cuanto hay apreciable. Sí, señor excelentísimo, desgraciada ciudad. Ella fue la primera que imploró de vuestra excelencia los socorros y auxilios para defenderse de nuestros enemigos, y la ciudad de Querétaro tuvo la felicidad de lograrlos aun antes de ser acometida, y ha sido y es el depósito de las tropas, municiones y pertrechos de guerra de los generales y jefes, disfrutando de esta formidable guarnición tranquilamente, mientras que Guanajuato estuvo dos meses, que pasaron desde su invasión hasta su reconquista, que hicieron las tropas reales que vinieron de Querétaro, padeciendo las mayores presiones, y los perjuicios y quebrantos que no pueden explicarse. Dice bien el licenciado Martínez, que esa feliz suerte que ha gozado y goza Querétaro, y la infeliz y desventurada que le ha cabido a Guanajuato,
104
son obras del Altísimo, y juicios incomprensibles de su infinita sabiduría, y soberana protección de la milagrosa imagen de nuestra Señora del Pueblito de Querétaro, que ha alcanzado el que los pobres telares de aquella ciudad, no sólo quieran ponerse en paralelo con las ricas minas de Guanajuato, perennes manantiales de oro y plata, sino que quieran excederle dándole derecho por funestos acontecimientos que ha tenido, a que impunemente la ultraje e injurie atrozmente. Dele Querétaro incesantes gracias a esa soberana imagen, más particularmente porque la ha preservado de que los enemigos hayan ocupado ese suelo; pues si hubieran entrado en esa ciudad, quizá, según las disposiciones que dice el licenciado Martínez había en ella, hubiera tomado esta revolución el cuerpo y energía que ahora no tiene. Guanajuato, señor excelentísimo, también reconoce, adora, y humilde se somete a los altos juicios de la majestad divina, y besa la mano que le oprime, y saca de sus aflicciones el fruto que le dicta una católica y cristiana filosofía. La misma Señora del Pueblito, que ha libertado a Querétaro de los enemigos, en su advocación de Guanajuato, en que la adoramos con todos nuestros corazones como a nuestra madre, como a nuestra patrona y protectora, nos ha alcanzado de su soberano hijo la gracia, de que habiendo caído en manos de los enemigos, y habiendo sido presa devorada de ellos, no hemos sido traidores, no hemos sido infieles, ni hemos faltado a lo que debemos a Dios, a la religión, al rey ni a la patria, y
105
nuestra lealtad ha sido probada en el crisol de la fuerza, de la persecución y la violencia. Tememos cansar la benigna atención de vuestra excelencia, y suspendemos el giro de la pluma en una materia que teníamos sobrado para un volumen en defensa del honor de esta ciudad injustamente ofendido, y suplicamos a la bondad de vuestra excelencia nos permita su superior permiso para que esta representación, aunque sencilla, sin pulimento, adornos de retórica ni elocuencia, se imprima a nuestra costa, para que el reino y el mundo entero sepa los ciertos y verdaderos acontecimientos de Guanajuato en esta revolución, y no los pinte cada cual con los coloridos que le ministre su capricho o su pasión. Más rendidamente suplicamos a la justificada integridad de vuestra excelencia se sirva mandar recoger el papel impreso del licenciado Martínez por infamatorio, y contener atroces injurias contra el honor de esta ilustre y distinguida ciudad, y por las perniciosas resultas que de dejarlo correr se extendería hasta la Europa, y puede traer contra la monarquía y el Estado, pues como el licenciado Martínez, mal político y peor estadista, da por tan cierta la disensión de criollos y europeos, y por tan cruel y sanguinaria su oposición, validos de esto nuestros verdaderos enemigos los franceses, quizá realizarán por medio de los emisarios, que tantas veces han querido mandar a estos reinos, y que sólo ha evitado la vigilancia de nuestro gobierno, una verdadera y formal revolución, que no sea como la presente, que la tenemos por un disparate y locura (permítasenos esta tosca expresión) por un fuego fatuo, que con la presteza que se
106
enciende se disipa; que alumbra pero no quema; y que sí ha conseguido pervertir y alucinar a los pueblos y gentes incautas, pero no ha corrompido de raíz los corazones, ni lo ha de permitir la Divina Providencia, y aquel señor en cuyas manos están depositadas las suertes de los reinos, el que éste con tantos presagios fue destinado para parte de la monarquía española, y con tantos milagros agregado a ella y que por siglos cuenta su invariable lealtad, sin que haya habido jamás la más mínima alteración se separe de ella por sólo el loco y temerario capricho de tres hombres, sin concepto, sin representación ni conducta, inquietos y sediciosos. Éstos son los votos de este ilustre cuerpo, y los que siempre dirigirá al cielo, por lo que debe a la religión, a la patria y a nuestro amado rey y señor Don FERNANDO EL SÉPTIMO y potestades legítimas que lo representan. Dios nuestro señor guarde la amable vida de vuestra excelencia los años que estos reinos necesitan para su mayor consuelo y felicidad. Guanajuato 15 de enero de 1811.— Excelentísimo señor.— Fernando Pérez Marañón.— José María de Septien y Montero.— Martín Coronel.— Juan Antonio López de Ginori.— Santiago Linares.— Ramón Lexarzar.— José Ignacio Rocha.— Excelentísimo señor virrey de esta Nueva España. Decreto del excelentísimo señor virrey.— México 26 de enero de 1811.— Informe el señor brigadier Don Manuel Costanzó. Informe del señor brigadier Don Miguel Costanzó.— Excelentísimo señor.— Por el antecedente superior decreto se sirve vuestra excelencia prevenirme que informe sobre
107
el contenido de esta representación, pero sin expresar a qué punto o puntos de los que abraza debo contraerme; sin embargo, infiero que vuestra excelencia deseará que yo exponga mi sentir en orden a la defensa de Guanajuato, preparada y dispuesta por su intendente corregidor el señor Don Juan Antonio Riaño, por ser éste el punto sobre el cual vuestra excelencia me hace el honor de creer que puedo opinar, en razón de mis cortos conocimientos, de las noticias que se tienen de lo ocurrido en la toma de aquel mineral por los Insurgentes, y de las luces que ministra esta representación de su ilustre cabildo. Asientan los representantes de aquel noble vecindario, que si el señor Riaño, cuando supo el 18 de septiembre que el execrable cura Hidalgo había levantado el estandarte de la rebelión en el pueblo de Dolores, hubiese tomado la resolución de despachar inmediatamente a dicho pueblo su batallón provincial de infantería, el escuadrón de caballería del príncipe, y la parte del vecindario que se hallaba armada, se hubiera sofocado en su cuna la insurrección, prendiendo al autor de ella y a sus secuaces; pero el señor intendente ignoraría probablemente las fuerzas del enemigo, los medios y los recursos que tenía en su mano, y sin estos previos conocimientos no le parecería cordura empeñarse en esta empresa, como opinaban algunos, fundados en meras conjeturas; así que, la renuencia de dicho jefe en permitir la salida de la tropa y de la gente armada del vecindario, no puede atribuirse a desacierto, antes debe mirarse esta determinación como fruto de su circunspección, y consecuencia de una meditación
108
detenida; pues aunque se tuviese por probable y asequible, como jefe militar e intendente, no debió abandonar la capital de su provincia, ni dejarla sin guarnición. Tampoco puede condenarse la resolución que tomó el señor Riaño de encerrarse en la alhóndiga llamada de Granaditas con el tesoro del rey, del público y de particulares, la tropa y el vecindario armado, aunque se hubiese antes propuesto y convenido defender las bocacalles de la población en sus diferentes entradas, fortificándolas con fosos y parapetos de madera; reparos de poco momento, hechos con precipitación, y por lo mismo capaces de poca resistencia. La insurrección del cura Hidalgo se manifestó en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre del año anterior; el 18 se supo en Guanajuato, y el 28 se presentó aquél delante de esta ciudad con un ejército de más de veinte mil hombres; serie de sucesos que justifica la resolución del señor intendente tomada en virtud de noticias o indicios de las intenciones y movimientos de los enemigos, o en virtud de sus bien hiladas conjeturas, que le dieron a conocer la dificultad o imposibilidad de levantar en tan breve tiempo sobre las entradas del lugar, y otros puntos cuya situación lo requiriese (con motivo de dominar algún paso importante, o por otras consideraciones militares) las fortificaciones provisionales de campaña, que se hacen de tierra, fajina y estacada. Por otra parte, Guanajuato es una población muy numerosa, cuyos vecinos ricos y pobres; proveen diariamente sus casas de los comestibles que entran en el mercado; pues
109
a excepción del pósito, que tiene algún repuesto de maíz, y de uno u otro particular que tiene tal cual prevención de harina, no se conocen otros almacenes de víveres que las tiendas poco surtidas de los revendedores, llamadas en México cacahuaterías o tiendas de clacos; debemos pues persuadirnos que el señor Riaño, meditando sobre todas estas circunstancias, y penetrando la dificultad de subvenir al abasto del pueblo, se vería muy apurado para decidirse sobre el partido que más le convendría tomar, y le pareció por último el menos malo concentrar en la alhóndiga las pocas fuerzas de que podía disponer para la defensa de los caudales de la real hacienda, del público, de particulares y de las personas que pudiesen o quisiesen reunírsele; lo que no deja de ser conforme al dictamen de la sana razón y a la máxima de sabios militares, que se reduce, a conservar aquello que se puede defender para no perderlo todo. Por lo demás, la muy noble y leal ciudad de Guanajuato y su ilustre ayuntamiento, llenaron completamente sus deberes, como no es dudable, cerrando las puertas a los enemigos de Dios, del rey y de la patria, y defendiéndola con valor, tesón y denuedo hasta el último trance. Así se ha servido vuestra excelencia declararlo, dando de este hecho verdadero e inconcuso el más glorioso testimonio; por lo mismo, se presenta confiadamente a vuestra excelencia, suplicándole mande que se recoja un impreso que corre públicamente, en el que su autor, preocupado y mal informado, agravia y denigra con hechos falsos y erradas noticias, el adquirido honor y la fidelidad acendrada de la muy importante, muy noble y leal ciudad de Guanajuato,
110
que rendidamente impetra de vuestra excelencia la gracia de imprimir esta sumisa representación. Esto es, señor excelentísimo, lo que me ha parecido que con justicia debía exponer a la alta consideración de vuestra excelencia en favor del noble y leal vecindario de Guanajuato y de su intendente el señor Don Juan Antonio Riaño. Si este magistrado hubiese sobrevivido al ataque de dicha ciudad, no dudo que satisfaría a los cargos que se le hacen, y que tal vez no hubiera tenido que satisfacer a ningunos; su memoria es para mí muy respetable, y lo será para todos sus amigos que conocieron su valor, sus talentos militares y políticos.— México febrero 4 de 1811.— Excelentísimo señor.— Miguel Costanzó.—Excelentísimo señor Don Francisco Javier Venegas. Decreto del excelentísimo señor virrey. — México 6 de febrero de 1811.— Imprimase con el informe precedente, y avísese al ilustre ayuntamiento de Guanajuato para su inteligencia y satisfacción.— Venegas Oficio del excelentísimo señor virrey al ilustre ayuntamiento — Por decreto de este día he accedido a la solicitud de ese ilustre ayuntamiento, contraída a que se le permita imprimir la representación que me dirigió con fecha de 15 de enero último, relativa a la fidelidad con que supo conducirse en medio de la opresión a que lo redujo la tiranía de los Insurgentes; y lo aviso a vuestra señoría para su inteligencia y satisfacción, advirtiéndole que deberá añadirse a la representación citada el informe dado sobre ella por el señor brigadier Don Miguel Costanzó, de que acompaño copia, imprimiéndose todo en un volumen.—
111
Dios guarde a vuestra señoría muchos años.— México 6 de febrero de 1811.— Venegas — Al ilustre ayuntamiento de Guanajuato. Oficio del ilustre ayuntamiento al excelentísimo señor virrey.— Excelentísimo señor.— La licencia que vuestra excelencia ha concedido para que se imprima la representación que este ayuntamiento dirigió a vuestra excelencia relativa a acreditar la fidelidad con que supo conducirse en medio de la opresión a que lo redujo la tiranía de los Insurgentes, lo ha confirmado en la seguridad que tiene de la alta protección que la bondad de vuestra excelencia se ha servido impartirle, por lo que tributa a vuestra excelencia las más rendidas gracias.— Sí, le sirve de satisfacción a este ayuntamiento, el poner por medio de este manifiesto, corriendo impreso por todo el reino, patente a todos, el honor, fidelidad y patriotismo con que se ha conducido en esta rebelión, para desvanecer las malas impresiones que contra su acreditada lealtad a nuestro soberano se hayan concedido, le es de mayor satisfacción el que el superior ánimo de vuestra excelencia, su justificado e imparcial juicio, le haya dado benigna acogida; pues es un testimonio nada equívoco, de que ha quedado vuestra excelencia persuadido de la justicia de nuestra causa, de la inocencia en todos nuestros procedimientos, y que nos continúa en su gracia, y dispensándonos su superior protección, como lo tenemos muy acreditado con las providencias que el infatigable celo de vuestra excelencia, sin desatender a todo este reino, ha tomado a beneficio de
112
esta ciudad.— Conviene gustoso este ayuntamiento en que se imprima junto con su representación, el informe del señor brigadier Don Miguel Costanzó, pues en ello consigue las apreciables ventajas de ver apoyada la lealtad de esta ilustre ciudad por un sujeto de tanta representación, de tanto mérito, y de tan justo merecido concepto en lo militar, en lo político y en lo literato; y juntamente al ver estampado un digno elogio del señor intendente Don Juan Antonio de Riaño, cuya memoria durará perpetuamente en esta ciudad, haciéndole la justicia que mereció por lo político y gubernativo este digno magistrado, a quien no ha sido el ánimo de este ayuntamiento el ofenderlo en lo más mínimo, cuando debe ser y somos todos sus individuos hasta en lo particular, fieles testigos de sus virtudes políticas y militares, de su irreprehensible conducta, y de su justo, íntegro e imparcial gobierno.— Dios nuestro señor guarde a vuestra excelencia los años que necesitan estos reinos para su mayor felicidad. Guanajuato y febrero 20 de 1811 años. — Excelentísimo señor.— Fernando Pérez Marañón.— José María de Septien y Montero.— Martín Coronel.— Juan Antonio López y Ginori.— Ramón Lexarzar.— Santiago Linares.— José Ignacio Rocha— Excelentísimo señor virrey de esta Nueva España Don Francisco Javier Venegas.
113
114
Honorable Ayuntamiento de Guanajuato
2015-2018
Lic. Edgar Castro Cerrillo Presidente Municipal Síndicos: Lic. Ramón Izaguirre Ojeda Lic. Marco Antonio Carrillo Contreras Regidores: Lic. Gabino Carbajo Zuñiga Mtra. Ana Gabriela Cárdenas Vázquez Lic. Adrian Camacho Trejo Luna Lic. Iovana de los Ángeles Rocha Cano Lic. Luis Guillermo Torres Saucedo Arq. Samantha Smith Gutíerrez Ing. Juan Carlos Delgado Zárate C.P. Julio Ortíz Vázquez C. Rubí Suárez Araujo Sra. Silvia Rocha Miranda Ing. Carlos Enrique Ortíz Montaño Dr. Jaime Emilio Arellano Roig Dr. Carlos Torres Ramírez Secretario del H. Ayuntamiento Maricela Guzmán García Directora Municipal de Cultura y Educación
115
Este libro se imprimiรณ en el mes de septiembre de 2017 Impreso en papel Cultural de 90 grs. Forros en couche de 300 Tiraje de 1001 ejemplares. Guanajuato, Gto.