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Gloria Soriano. Cambio de dieta
Gloria Soriano
Cambio de dieta
Desde que estuvo en aquella exposición donde mostraban imágenes de cerdos rositas y tristes, encerrados en jaulas que olían a enfermedad, le daba igual que fueran platos de solomillo, presa o pluma, todos le traían el recuerdo de animales desgraciados y los rechazaba.
Estos cerdos si me los comería, pensó mientras cruzaba la finca en bicicleta. Se les veía felices en la dehesa hocicando en busca de bellotas. La piel morena y saludable. Brillaban entre las encinas con atributos humanos. Gordos como los habitantes de los pueblos desarrollados, pero más hermosos. Y sus gruñidos más interesantes que las conversaciones que estaba obligado a escuchar en el work center. Eran cerdos que se hacían querer. Cuanto más los miraba más ternura sentía y ésta derivó en un anticanibalismo amoroso que ya nunca lo abandonaría. Tuvo que eliminar el cerdo definitivamente de la dieta, como ya había eliminado a los pollos que picoteaban en libertad.
La lista de alimentos incluidos en su régimen fue acortándose y en el supermercado pasaba deprisa entre los frigoríficos de carne envasada. Mirando los estantes con cajas de leche enriquecida, reflexionaba sobre cómo afecta la vida del asfalto a la sensibilidad. Él había cazado grillos y removido la tierra en busca de gusanos, con la misma naturalidad que había hecho tomar leche al ternero recién nacido, o presenciado como su padre lo destazaba.
En el buzón de casa encontró publicidad de un restaurante nuevo donde probó las tapas de saltamontes tostados. Después, los tacos de guacamole con hormigas y con larvas rojas. Aquello le gustó. Proteína crujiente, carcasas sin corazones. Se aficionó a ese tipo de menú y a experimentar en la cocina con los nuevos ingredientes. Harina de escarabajo y oruga para las magdalenas.