VIERNES 17 DE AGOSTO DE 2018

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San Martín La voz del gran jefe Entre la extraordinaria y extensa obra de gobierno de San Martín en Cuyo cabe destacar los siguientes puntos: Expropió las propiedades de los españoles prófugos, declaró de propiedad pública las propiedades de los españoles muertos sin testar. Gravó con un peso cada barril de vino y con dos, los de agua ardiente que se vendieran fuera del territorio. Estableció un laboratorio de salitre y una fábrica de pólvora y un taller de confección de paños para vestir a sus soldados. Creó canales, desagües, caminos y postas existentes y mejoró los ya existentes. Construyó el bello paseo de la Alameda y embelleció la ciudad de Mendoza. Impulsó planes de fomento agrícola, que incluyeron la venta de tierras públicas que hasta entonces no eran cultivadas, en la zona de Barriales (actual General San Martín), en la provincia de Mendoza, y en Pocito, provincia de San Juan. En Barriales, además de propiciar la colonización de un pueblo, se construyó un canal de riego siguiendo la notable tradición de los habitantes originarios de la región, los huarpes. El propio San Martín, en octubre de 1816, adquirió 50 cuadras en esa zona, donde estableció una chacra.7 En Pocito, la medida fue tomada por el teniente de gobernador sanjuanino,

José Ignacio de la Roza, quien hizo dividir parcelas de quintas y chacras, que también se completarían con las obras del primer canal matriz de riego, que permitiría incorporar a la producción tierras en lo que entonces era el departamento de Angaco (actuales Albardón, Angaco y San Martín). Las tierras incorporadas a la producción se destinaron principalmente a cultivos de alfalfa (vinculados a la actividad ganadera) y de trigo. En los años siguientes, los intentos por introducir el cultivo del tabaco en San Juan y la plantación de moreras en Mendoza, con vistas a iniciar la cría de gusanos de seda, fueron parte de una búsqueda de alternativas a las dificultades que afectaban a la producción vitivinícola. Fundó de la mano de fray Luis Beltrán la metalurgia a nivel nacional, indispensable para fabricar las armas del ejército. La fragua y los talleres montados en Mendoza fueron, en su tiempo, el mayor establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos 700 operarios trabajaban en ellos. Organizó y reglamentó el servicio de correos y de policía; empleó a los desocupados en el blanqueo de las casas y en el cuidado de la ciudad. Dictó la primera ley protectora a nivel nacional de los derechos del peón rural, obligando a los patrones

a certificar por escrito el pago en tiempo y forma de su salario. Fomentó la salud y la educación para todos. Reglamentó el sistema carcelario. Prohibió los castigos corporales que se aplicaban a los niños en las escuelas. Promovió la primera ley de protección a un producto nacional, el vino cuyano. Su acción no tenía límite ni se frenaba ante ningún poder terrenal o eclesiástico. Tenía un afinado servicio de inteligencia que lo mantenía al tanto de todo lo que pasaba en su jurisdicción. Así pudo enterarse de que el padre Manuel Benavídez estaba extorsionando al vecino Francisco Javier Guiñazú, amenazándolo con denunciarlo como colaborador de los españoles. San Martín sabía que Guiñazú era un patriota y dictó el siguiente decreto ejemplificador: “Resultando los antecedentes de un falso calumniante, ordeno que el Padre Fray Manuel Benavídez salga inmediatamente de esta ciudad para San Juan a disposición del Prelado del Convento de su orden, a quien se oficiará que vele sobre su conducta con apercibimiento que en el menor desliz en lo sucesivo se le aplicarán las penas de la ley, considerándosele el hombre más prostituido en su corazón indigno de cargar el hábito que profana”. La política de San Martín le ganó el afecto de los auténticos patriotas de todas las clases y la resistencia de no pocos poderosos criollos y españoles a los que no les gustaba para nada este “excesivo” intervencionismo estatal. A éstos San Martín les recordaba: “Cuando América por un rasgo de virtud sublime quebrantó las cadenas de la opresión peninsular, juró a la patria sacrificarlo todo por arribar al triunfo de aquel glorioso empeño. Así es que desde entonces debió desaparecer entre nosotros el ocio, la indiferencia, la molicie y todo cuanto podía enervar la fuerza de aquella valiente resolución. Consecuente a esto, la actividad, la dureza de la vida armada, es el verdadero carácter que debe distinguirnos. No es suficiente el sacrificio de nuestra fortuna. Es preciso dar el sosiego, nuestra existencia misma”. Felipe Pigna, La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín.

EDICIONAL ESPECIOSTO G 17 DE A

Guayaquil Encuentro en Guayaquil. Entre el mar Caribe y el océano Pacífico, se abre un camino de arcos de triunfo: el general Bolívar acude desde el norte. Viene desde el sur José de San Martín, el general que atravesó la cordillera de los Andes en busca de la libertad de Chile y de Perú. Bolívar habla, ofrece. —Estoy cansado —corta, lacónico, San Martín. Bolívar no le cree; o quizás desconfía, porque todavía no sabe que también la gloria cansa. San Martín lleva treinta años de batallas, desde Orán hasta Maipú. Por España peleó el soldado y por América el curtido general. Por América, y nunca contra ella: cuando el gobierno de Buenos Aires le mandó aplastar las huestes federales de Artigas, San Martín desobedeció y lanzó su ejército a las montañas, para continuar su campaña por la independencia de Chile. Buenos Aires, que no perdona, le niega ahora el pan y la sal. En Lima tampoco lo quieren. Lo llaman el rey José. Desencuentro en Guayaquil. San Martín, gran jugador de ajedrez, evita la partida. —Estoy cansado de mandar —dice, pero Bolívar escucha otras palabras: Usted o yo. Juntos, no cabemos. Después, hay banquete y baile. Baila Bolívar en el centro del salón, disputado por la damas. A San Martín lo aturde el ruido. Pasada la medianoche, sin decir adiós se marcha hacia los muelles. El equipaje ya está en el bergantín. Da la orden de zarpar. Se pasea en cubierta, a pasos lentos, acompañado por su perro y perseguido por los mosquitos. El barco se desprende de la costa y San Martín se vuelve a contemplar la tierra de América que se aleja, se aleja. EDUARDO GALEANO

Esta edición especial de la EPA está destinada a mostrar en un breve recorrido histórico, los gobiernos nacionales y populares que gobernaron nuestro país. Elegimos esta fecha en la que homenajeamos a José de San Martín, porque entendemos que con él comienza este derrotero de la lucha inclaudicable por la liberación nacional.


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Güemes Martín Miguel de

POR FELIPE PIGNA

(1785-1821) POR FELIPE PIGNA Martín Miguel de Güemes, el líder de la guerra gaucha que frenó el avance español con sus tácticas guerrilleras, nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Estudió en Buenos Aires, en el Real Colegio de San Carlos. A los catorce años ingresó a la carrera militar y participó en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas como edecán de Santiago de Liniers. En esas circunstancias fue protagonista de un hecho insólito: la captura de un barco por una fuerza de caballería. Una violenta bajante del Río de la Plata había dejado varado al buque inglés “Justine” y el jefe de la defensa, Santiago de Liniers ordenó atacar el barco a un grupo de jinetes al mando de Martín Güemes. Tras la Revolución de Mayo, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú y formó parte de las tropas victoriosas en Suipacha. Regresó a Buenos Aires y colaboró en el sitio de Montevideo. Pero Güemes no olvidaba su Salta natal, a la que volverá definitivamente en 1815. Gracias a su experiencia militar, pudo ponerse al frente de la resistencia a los realistas, organizando al pueblo de Salta y militarizando la provincia. El 15 de mayo de 1815 fue electo como gobernador de su provincia, cargo que ejercerá hasta 1820. A fines de noviembre de 1815, tras ser derrotado en Sipe Sipe, Rondeau intentó quitarle 500 fusiles a los gauchos salteños. Güemes se negó terminantemente a desarmar a su provincia. El conflicto llegó a oídos del Director Supremo Álvarez Thomas quien decidió enviar una expedición al mando del coronel Domingo French para mediar en el conflicto y socorrer a las tropas varadas en el norte salteño a cargo de Rondeau, quién parecía más preocupado por

escarmentar a Güemes y evitar el surgimiento de un nuevo Artigas en el Norte que por aunar fuerzas y preparar la resistencia frente al inminente avance español. Finalmente, el 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires. (...) Belgrano también valoraba la acción de Güemes. De esta forma nació entre ellos una gran amistad. Esto expresó Güemes a su amigo en una carta: “Hace Ud. Muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”. El jefe de las fuerzas realistas, general Joaquín de la Pezuela, envió una nota al virrey del Perú, señalándole la difícil situación en que se encontraba su ejército ante la acción de las partidas gauchas de Güemes. “Su plan es de no dar ni recibir batalla decisiva en parte alguna, y sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos. Observo que, en su conformidad, son inundados estos interminables

bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con trescientos fusileros que al abrigo de la continuada e impenetrable espesura, y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos por respetables que sean, a arrebatar de improviso cualquier individuo que tiene la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento, y burlan, ocultos en la mañana, las salidas nuestras, ponen en peligro mi comunicación con Salta a pesar de dos partidas que tengo apostadas en el intermedio; en una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial.“ A principios de 1817, Güemes fue informado sobre los planes del Mariscal de la Serna de realizar una gran invasión sobre Salta. Se trataba de una fuerza de 3.500 hombres integrada por los batallones Gerona, Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión. Eran veteranos vencedores de Napoleón. Güemes puso a la provincia en pie de guerra. Organizó un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres. El 1º de marzo de 1817, Güemes logró recuperar Humahuaca y se dispuso a esperar la invasión. Los realistas acamparon en las cercanías. Habían recibido refuerzos y ya sumaban 5.400. La estrategia de Güemes será una aparente retirada con tierra arrasada, pero con un permanente hostigamiento al enemigo con tácticas guerrilleras. En estas condiciones las fuerzas de La Serna llegaron a Salta el 16 de abril de 1817. El boicot de la población salteña fue absoluto y las tropas sufrieron permanentes ataques relámpago. Las victorias de San Martín en Chile y de Güemes en el Norte permitían pensar en una lógica ofensiva común del ejército del Norte estacionado en Tucumán a las órdenes de Belgrano

y los gauchos salteños hacia el Alto Perú. Pero lamentablemente las cosas no fueron así. La partida de San Martín hacia Lima, base de los ejércitos que atacaban a las provincias norteñas, se demorará en Chile por falta de recursos hasta agosto de 1820. Belgrano, por su parte, será convocado por el Directorio para combatir a los artiguistas de Santa Fe. Güemes y sus gauchos estaban otra vez solos frente al ejército español. (...) El panorama de la provincia de Salta era desolador. La guerra, permanente, los campos arrasados y la interrupción del comercio con el Alto Perú habían dejado a la provincia en la miseria. Así lo cuenta Güemes en una carta a Belgrano: “Esta provincia no me representa más que un semblante de miseria, de lágrimas y de agonías. La nación sabe cuántos y cuán grandes sacrificios tienen hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y que a costa de fatigas y de sangre ha logrado que los demás pueblos hermanos conserven el precio de su seguridad y sosiego; pues en premio de tanto heroísmo exige la gratitud que emulamos de unos sentimientos patrióticos contribuyan con sus auxilios a remediar su aflicción y su miseria”. Pero los auxilios no llegaron nunca y la situación se hacía insostenible (...) En 1820, la lucha entre las fuerzas directoriales y los caudillos del Litoral llegó a su punto culminante con la victoria de los federales en Cepeda. Caían las autoridades nacionales y comenzaba una prolongada guerra civil. En ese marco, se produjo una nueva invasión española. En febrero, el general Canterac ocupó Jujuy y a fines de mayo logró tomar la ciudad de Salta. San Martín, desde Chile, nombró a Güemes y le pidió que resistiera y le reiteró su absoluta confianza nombrándolo Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. A Canterac no le irá mejor que a La Serna: terminará retirándose

hacia al Norte. El año 1821, fue sumamente duro para Güemes porque a la amenaza de un nuevo ataque español se sumaron los problemas derivados de la guerra civil. Güemes debía atender dos frentes militares: al Norte, los españoles; al Sur, el gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz que, aliado a los terratenientes salteños, hostigaba permanentemente a Güemes, quién sería derrotado el 3 de abril de 1821. El Cabildo de Salta, dominado por los sectores conservadores, aprovechó la ocasión para deponer a Güemes de su cargo de gobernador. Pero a fines de mayo Güemes irrumpió en la ciudad con sus gauchos y recuperó el poder. Todos esperaban graves represalias, pero éstas se limitaron a aumentar los empréstitos forzosos a sus adversarios. Estas divisiones internas debilitaron el poder de Güemes y facilitaron la penetración española en territorio norteño. Los sectores poderosos de Salta no dudaron en ofrecer su colaboración al enemigo para eliminar a Güemes. El coronel salteño a las órdenes del ejército español José María Valdés, alias “Barbarucho”, buen conocedor del terreno, avanzó con sus hombres y ocupó Salta el 7 de junio de 1821. Valdés contó con el apoyo de los terratenientes salteños, a los que les garantizó el respeto a sus propiedades. Güemes estaba refugiado en casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, “Macacha”. Al escuchar unos disparos, decidió escapar a caballo pero, en la huída, recibió un balazo en la espalda. Llegó gravemente herido a su campamento de Chamical con la intención de preparar la novena defensa de Salta. Reunió a sus oficiales y les transfirió el mando y dio las últimas indicaciones. Murió el 17 de junio de 1821 en la Cañada de la Horqueta. El pueblo salteño concurrió en masa a su entierro en la Capilla de Chamical y el 22 de julio le brindó el mejor homenaje al jefe de la guerra gaucha: liderados por el coronel José Antonio Fernández Cornejo, los gauchos de Güemes derrotaron a “Barbarucho” Valdés y expulsaron para siempre a los españoles de Salta. Fuente: www.elhistoriador.com.ar


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Belgrano Manuel

POR CARLOS DEL FRADE Belgrano es un desconocido. Su muerte en la pobreza fue la consecuencia de sus ideas y hechos políticos y económicos que siempre estuvieron en contra de las minorías que mantuvieron las relaciones carnales con el imperio del siglo XIX, Gran Bretaña. Por eso lo dejaron aislado y en la miseria. Después inventaron un prócer subordinado a ese proyecto de país dependiente. Pero el verdadero Belgrano es un necesario compañero para estos tiempos. De allí la necesidad de ver y analizar sus banderas. Esas que sirven para transformar el presente y luchar por un futuro mejor para los que son más en estos arrabales del mundo. EL POLÍTICO DE LA REVOLUCIÓN “… El vestido de los héroes de la patria, siempre tirados y siempre en trabajos y poco menos que desnudos”, escribió don Manuel en una de sus 370 cartas reunidas en el llamado Epistolario Belgraniano, recientemente editado.(...) Para Belgrano, entonces, el sujeto social son las masas anónimas, las que combaten en el interior en pos de una nación americana. (...) Sin embargo repetirá una y otra vez un concepto político existencial desmesurado. Una infranqueable intransigencia contra toda forma de corrupción. “Ofrezco a la mitad del sueldo que me corresponde, siéndome sensible no poder hacer demostración mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de aquel, pero en todo evento sabré también reducirme a la ración del soldado, si es necesario, para salvar la justa causa que con tanto honor sostiene VE”, dijo e hizo el abogado economista transformado en militar. “No quiero pícaros a mi lado…Lo mismo es morir a los cuarenta que

a los sesenta, no me importa y voy adelante, quiero volar, pero mis alas son chicas para tanto peso”. ¿Cuál era el vuelo que quería remontar Belgrano? ¿Qué cielo imaginaba para esas masas miserables que lo seguían? ¿Por qué le achicaron las alas al general? Dice y repite que en las revoluciones “los que las intentan y ejecutan, trabajan las más de las veces para que se aprovechen los intrigantes… es la época de aprovecharse”. Pero él no se aprovechó. Estuvo siempre a la orden de los distintos gobiernos que se hicieron cargo de un país todavía enemigo de si mismo. De una colonia que quería cambiar de dueño y formar parte, relaciones carnales mediante, con la potencia hegemónica de entonces, Gran Bretaña. “Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda…”, confesó y fue fiel a esas palabras. (...)

LO ECONÓMICO Un estado al servicio del mercado interno. Agil y capaz de generar educación y trabajo para todos. Dispuesto a introducir avances tecnológicos. Ese es el pensamiento de Belgrano, político economista. “Los hornos del célebre Rumford, sólo se conocen aquí por Cerviño y Vieytes, que los han establecido para sus fábricas de jabón, y seguramente no debería haber casa donde no los hubiese mucho más notándose la falta de combustible, para lo cual no veo que se tomen disposiciones a pesar de nuestros recursos. Estos habitantes tienen todo su empeño en recoger lo que da la naturaleza espontáneamente, no quieren dejar al arte que establezca su imperio, y tratan de proyecto aéreo cuanto se intente con él”, escribió en septiembre de 1805. Denunció como periodista del “Telégrafo Mercantil, Historiográfico, Rural y Político del Río de la Plata” a los estafadores del pequeño comerciante de la colonia. “Otro mal imponderable al labrador y a los pueblos, es el de los usureros, enemigos de todo viviente, a estos que tragan la sustancia del pobre y aniquilan al ciudadano, se les debe considerar por una de las causas principales de la infelicidad del labrador, y como mal tan grande, no hay voces con qué exagerarlo”, sostuvo entonces. El desarrollo del mercado interno era la obsesión de Belgrano: “Es preciso no olvidar que el comercio es el alma que vivifica y da movimiento al Estado, por la importancia de cuanto necesita y la exportación de sus frutos y efectos de industria, proporcionando a los pueblos, la permutación de lo superfluo por lo que les es necesario, y facilitándoles recíprocamente, todas las especies de consumo a precios cómodos y equitativos, y que por este medio los derechos y contribuciones moderadas, ascienden a una cantidad

considerable, que siendo suficiente para las atenciones públicas, la pagan insensiblemente todos los individuos del estado”, sintetizó en carta al gobernador de Salta, Feliciano Chiclana, el 5 de marzo de 1813. Repudiaba la apertura indiscriminada de las fronteras porque “la importación de mercaderías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo y lleva tras si necesariamente la ruina de la nación”. Agregó que “si el mercader introduce en su país mercancías extranjeras que perjudiquen el consumo de las manufacturas nacionales. El estado perderá primero el valor de lo que ellas han costado en el extranjero; segundo, los salarios que el empleo de las mercancías nacionales habría procurado a diversos obreros; tercero, el valor que la materia prima había producido a las tierras del país o de las colonias; cuarto, el beneficio de la circulación de todos esos valores, es decir, la seguridad que ella habría repartido por los consumos sobre diversos otros objetos; quinto, los recursos que el príncipe o la Nación tienen derecho a exigir de la seguridad de sus súbditos”, remarcó. Analizó que los fenómenos de corrupción dentro del estado son proporcionales a la miseria que padecen las mayorías: “Desengañémonos: jamás han podido existir los estados, luego de que la corrupción ha llegado a pisar las leyes y faltar a todos los respectos. Es un principio que en tal situación todo es ruina y desolación, y si eso sucede a las grandes naciones, ¿qué no sucederá a cualquier ramo de los que contribuyen a su existencia?. Si los mismos comerciantes entran en el desorden y se agolpan al contrabando, ¿qué ha de resultar al comercio?; que se me diga, ¿qué es lo que hoy sucede al negociante que procede arreglado a la ley? Arruinarse, porque no puede entrar en concurrencia en las ventas

con aquellos que han sabido burlarse de ella”. Entiende la necesidad de la distribución de las riquezas cuando escribió que “la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantos manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”. Pero para lograrlo es fundamental la decisión política desde el estado. “Nadie duda que un estado que posea con la mayor perfección el verdadero cultivo de su terreno, en el que las artes se hallen en manos de hombres industriosos con principios, y en el que el comercio por consiguiente se haga con frutos y géneros suyos, sea el verdadero país de la felicidad, pues en el se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado, y tendrá los medios de subsistencia y aún otros que le servirán de pura comodidad”, señalaba Belgrano. Tampoco desconoció el dolor de la desocupación y su huella hacia el futuro: “He visto con dolor sin salir de esta capital una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudas; una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es, la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga alguna más comodidad en su vida. Esos miserables panchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”. http://revisionistasdesanmartin. blogspot.com


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El maldito de nuestra historia oficial

POR MARIO “PACHO” O’DONNELL CAPÍTULO 2 NI EL APELLIDO Como parte de la formación que doña Agustina reservaba a sus hijos, a quienes deseaba fuertes ante la vida pero también sometidos a su voluntad, acostumbraba mandarlos a servir como humildes dependientes en alguna de las tiendas de Buenos Aires. Lo que también demuestra una tendencia alejada de los hábitos elitistas de la clase acomodada. Sucedió que uno de los Ortiz de Rosas, Gervasio, se resistió a la humillación de lavar los platos en que habían comido algunos de sus parientes y amigos. Altanero, contestó: —Yo no he venido aquí para eso. El dependiente principal dio cuenta al patrón y éste, llamando a Gervasio, le dijo secamente: —Amiguito, desde este momento yo no lo necesito a usted más, tome su sombrero y váyase a su casa. Ya hablaré con misia Agustina.... Gervasio caminó las pocas casas que lo separaban de su hogar con el ánimo turbado pues se sabía merecedor del castigo de su temida madre. Recibió la orden de encerrarse en su cuarto y al rato un sirviente golpeó la puerta llamándolo en presencia de doña Agustina, a quien acompañaba el dueño de la tienda. La señora, con gesto severo, tomó al hijo de la oreja y le conminó: — Hínquese usted y pídale perdón al señor.... Cuando Gervasio, con lágrimas de dolor y de deshonra en los ojos, hubo obedecido, prosiguió: —¿Lo perdona usted, señor? —Y cómo no, señora doña Agustina respondió el tendero, desasosegado

por la situación. — Bueno, pues, caballerito, con que tengamos la fiesta en paz... -remató la matrona-y váyase a su tienda con el señor que hará de usted un hombre. Pero, ahora, mi amigo, yo le pido a usted como un favor que a este niño le haga usted hacer otras cosas... Según el relato de Lucio V. Mansilla, al oído le dijo que le hiciera limpiar las letrinas. “Gervasio no volvió a tener humos”, concluye. Pero lo que había funcionado con uno de sus hijos fracasó con otro de ellos, Juan Manuel. Ante una situación casi idéntica éste se negó a arrodillarse ante su patrón por lo que la autoritaria doña Agustina, luego de darle un coscorrón, lo encerró desnudo en una habitación a pan y agua hasta que depusiera su orgullo. Pero el futuro Restaurador, apenas adolescente, logró forzar la cerradura y escapar como Dios lo trajo al mundo, dejando una esquela en la que doña Agustina y don León pudieron leer: “Me voy sin llevar nada de lo que no es mío”. Jamás regresaría a su hogar, nunca reclamaría ni un centavo de la abundante herencia familiar y además tampoco se llevaría el apellido ya que de allí en más pasaría a llamarse Juan Manuel de Rosas, suprimiendo el “Ortiz” y modificando la “zeta” de Rozas por una “ese”. CAPÍTULO 19 LOS ESTANCIEROS Y EL PODER Don Juan Manuel representaba el ascenso al poder de nuevos intereses económicos, de un nuevo grupo social ligado a la explotación de las feraces pampas bonaerenses, entrerrianas, santafesinas: los estancieros. Lo eran Rosas, Ramírez, Quiroga, López, además patrones que administraban personalmentesushaciendasadiferencia de los que lo hacían confortablemente, por delegación, desde la ciudad. Eso

les daba un estrecho contacto con la clase popular, los gauchos, que constituían su peonada, como así también con los indios, vendedores ambulantes, desertores, cuatreros, etc. que habitaban los alrededores. Don Juan Manuel era menos ducho en tertulias y saraos ciudadanos que en matar zorrinos: “Después de muertos -escribirá para instrucción de sus capataces y peones-se les pisa la barriga para que acaben de salir los orines, y luego se les refriega el trasero en el suelo, y con esa operación no heden los cueros”.(...) Rosas adopta la vestimenta, los modales y los hábitos de sus gauchos. “Hablar como ellos y hacer todo lo que ellos hacían”, escribiría. Pero también vigilarlos y controlarlos: “Las yeguas y las crías entran también en la cuenta de los caballos para la composición y el galopeo. El capataz no debe fijarse de lo que le diga el que los cuida, sino que de cuando en cuando debe ver si cumple con todo cuanto se expresa en estas instrucciones para lo que debe él materialmente verlo, y no estar a lo que le digan. Debe entrarse por entre los caballos para contarlos y ver si hay alguno mañero para parar, o que se le conozca que no se trajina. Debe cada mes hacer que el que los cuida, en su presencia los agarre uno por uno, y los trajine y galope hasta que no quede uno, ni las yeguas, no las potrancas, y de este modo verá de cierto el capataz si se cumple con lo que mando. Los caudillos se hacían respetar por su coraje para enfrentar los muchos peligros (malones indígenas, fieras salvajes, crueldad de las partidas militares) y también por sus aptitudes para la doma, las cuadreras, la taba, etc. Compartían con la chusma su escala de valores, muy distinta a las elites liberales y extranjerizantes de las ciudades: eran nacionalistas, respetaban la religión y las tradiciones,

ensalzaban valores como el coraje y la lealtad. La elite clásica de la revolución de 1810 estaba formada por los comerciantes y los burócratas, fuesen españoles o criollos. La lucha por la independencia había creado políticos profesionales, funcionarios del Estado, milicianos devenidos en jefes de tropas regulares, hombres que hicieron una “carrera de la revolución”. Muchos de ellos provenían de la clase acomodada desde antes de 1810, comerciantes favorecidos por el monopolio y privilegiados funcionarios de la Corona que supieron adaptarse a las nuevas circunstancias y se integraron a la revolución. Saavedra, Moreno, Belgrano, Larrea y otros fueron ejemplo de ello.(...) El aumento de las importaciones provocado por los británicos en complicidad con sus personeros criollos y el fracaso del sector exportador para balancear la consiguiente efusión de los escasos metales preciosos, que fue acompañada por un aumento en la demanda de dinero efectivo, hizo dramáticamente evidente que la economía tradicional de Buenos Aires ya no podía sostener a la elite comercial. A partir de 1820, aproximadamente, muchos de ellos empezaron a buscar otras salidas y, sin abandonar el comercio, invirtieron en tierras, ganado y saladeros. Ese fue el caso del visionario Rosas, seguramente aconsejado por sus primos Anchorena. El desplazamiento económico desde la ciudad hacia el campo fue también dándose, aunque con más lentitud, en lo político. Los estancieros, o quienes estaban íntimamente relacionados con el negocio de la tierra, pasaron a ser mayoría en la Sala de Representantes y en el Cabildo. Rosas les aportaría el apoyo popular: “(...) a mi parecer todos cometían un error grande: se conducían muy bien con las clases ilustradas, pero despre-

ciaban al hombre de la clase baja”, escribiría y esa lúcida comprensión le granjearía el inmenso apoyo político que conservó hasta el último día de su largo gobierno. Si su identificación con la masa fue un elemento esencial de su personalidad, otro factor de su ascenso y afirmación en el poder fueron su aplicación a las milicias rurales que demostraron ser superiores a los ejércitos de línea, derrotándolos en “Cepeda”, en “Puente de Márquez” y en otros enfrentamientos. Rosas y sus pares, a diferencia de los gobiernos, no tenían problemas de conscripción ni de suministros. Para eso estaba la estancia. Un acérrimo enemigo de don Juan Manuel, el que tratará de convencer al gobierno chileno de adueñarse de la Patagonia con tal de crearle un conflicto desestabilizante, lo expresará así: “¿Quién era Rosas? Un propietario de tierras. ¿Qué acumuló? Tierras. ¿Qué dio a su sostenedores? Tierras. ¿Qué quitó o confiscó a sus adversarios? Tierras. (Domingo F. Sarmiento). Con Rosas se concretará el signo de los nuevos tiempos: se mirará menos a las naciones del otro lado del mar en busca de ideas, de capitales o de honores. Ahora se tendrá en cuenta al interior habitado por “bárbaros”, allí estará el nuevo poder político, social y económico. Dirá con claridad J. M. Rosa: “Algo de eso había comenzado en el corto tiempo de Dorrego, cuando las orillas predominaron sobre el centro, pero los compadres no atinaron a defender la nacionalidad con el mismo ímpetu que los gauchos. De allí la debilidad de Dorrego y la fortaleza de Rosas. Si aquel significó el advenimiento de las masas urbanas, éste le agregó el factor decisivo de las masas rurales”. He aquí uno de los motivos de tanto encono contra don Juan Manuel, entonces y ahora, más allá de sus vicios y errores: esa nueva mina de oro debía ser para los poderosos de siempre y no aceptaban compartirla, ni en una mínima parte, con la plebe que era el peligroso sostén del popular estanciero que no parecía convencido de actuar francamente a favor de los de su clase y que no ocultaba su satisfacción por ser adorado por los más descastados habitantes de esas tierras. De un Buenos Aires que dejaba de ser una factoría portuaria para convertirse en la metrópoli de una pampa ubérrima.


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Yrigoyen Hipólito

Yrigoyen y la política como “bien de todos” POR FELIPE PIGNA En octubre de 1928, enfrentando a un gran conglomerado social e incluso con la oposición de sus correligionarios radicales, encabezados por el saliente presidente Marcelo T. de Alvear, el “peludo” Hipólito Yrigoyen volvía al poder. En abril de aquel año, 800 mil argentinos (61% del electorado) le habían dado su voto. No obstante ello, amplios sectores de las clases distinguidas comenzaron a planear el derrocamiento del líder radical. No podían soportar que la “chusma” y el “pobrerío” volvieran a la calle y a manejar la administración del país, y les adjudicaban todas las responsabilidades por la creciente corrupción. Sin embargo, hacia mediados de 1930, cuando la peor crisis económica mundial se hacía sentir en el país, el clima político comenzó a enrarecerse. En medio del torbellino se encontraba el proyecto de nacionalización del petróleo, afectando sobre todo los intereses de la compañía norteamericana Standard Oil. La iniciativa oficial, sustentada en la promisoria labor de la petrolera nacional YPF, no llegó a prosperar. Sobrevino el Golpe de Estado. Desde entonces y durante cinco décadas, no dejarían de sucederse los movimientos golpistas. Recordamos la fecha del triunfo

de Yrigoyen en las elecciones presidenciales del 1º de abril de 1928 con un fragmento de su pensamiento referido al propósito de su propuesta política. Fuente: Hipólito Yrigoyen, Mi vida, mi doctrina, Buenos Aires, Ediciones El Aleph, 2000. “Naturalmente que me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelaban un poco de justicia. Ese poco de justicia que representa el mínimo de felicidad a que tienen derecho los proletarios de todo el mundo. Esta política liberadora, no fue, a pesar de ello, ni parcial ni partidaria, ni menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad a todos los avances y al desarrollo económico y social de la nación. Creí sacrílega la pretensión del régimen de querer eslabonar su pasado con la actualidad en el escenario de la república, dentro de un acomodaticio determinismo histórico. No. Triunfaron mis ideas, mi concepción de la libertad y de la justicia, y las glorias y prosperidades futuras serán comunes, porque no trasuntan el triunfo de un partido político sobre otro, sino el triunfo de la nación para bien de todos.” Hipólito Yrigoyen Fuente: www.elhistoriador.com.ar

“Yo recuerdo que el presidente Yrigoyen fue el primer presidente argentino que defendió al pueblo, el primero que enfrentó a las fuerzas extranjeras y nacionales de la oligarquía para defender a su pueblo, y lo he visto caer, ignominiosamente por la calumnia y los rumores. Yo en esa época era un joven y estaba en contra de Yrigoyen, porque hasta a mí habían llegado los rumores, porque no había nadie que los desmintiera y dijera la verdad.” Félix Luna Norberto Galasso Don Hipólito. Vida de Hipólito Yrigoyen Yrigoyen asume la presidencia (por primera vez) en 1916, luego de una terminante victoria sobre el Partido Conservador. Norberto Galasso analiza que va a significar la llegada de su gobierno, para los sectores tradicionalmente más postergados. “En general hubo un avance de las clases medias, por entonces, no había una importante industrialización en esa época, así que no había una clase obrera muy fuerte ni cuantitativamente importante, como fue la clase trabajadora en la época de Perón. Pero había una clase media, conformada por maestros, panaderos, pasteleros, relojeros y medianos comerciantes, hombres de clase media que no tenían acceso a la justicIa, ya que ésta estaba controlada por la clase dominante. También hay un avance estudiantil con la Reforma Universitaria, con lo cual se les permite a los estudiantes la autonomía universitaria y la participación en la elección de autoridades”. Hipólito Yrigoyen, sobrino de Leandro Alem, comienza a ganar renombre dentro de las filas de la Unión Cívica Radical a fines del siglo XIX y va a representar con el tiempo el ala más

radical y más popular del partido. “Del Siglo XX es el primer gran movimiento nacional, el segundo es el peronismo, por supuesto, con características muy particulares. Don Hipólito Yrigoyen fue un personaje realmente muy importante, que hoy los radicales no se ocupan mucho de sus banderas”. Desde aquellos primeros días que comienza a intervenir en la política nacional Yrigoyen se va a definir como antimitrista y latinoamericanista, “eso generalmente hoy no se dice, comenta Galasso, porque está la Nación de por medio y el diario vela por el recuerdo de Mitre. Por eso sostiene el ensayista e historiador revisionista, nadie recuerda que “cuando a Yrigoyen le propusieron hacer una alianza con el mitrismo, don Hipólito, les respondió que debería entonces dejar de ser argentino. Y esto es por la Guerra de la Triple Alianza, que Mitre como presidente de Argentina, junto con Brasil y el Partido colorado de Uruguay, llevo adelante para exterminar al Paraguay. Una guerra que tenía detrás, la mano del Imperio Británico, que era el que daba los préstamos para que se llevara a cabo la guerra. Entonces Yrigoyen lo identificaba a Mitre con la guerra y decía que hacer una alianza con Mitre, es como hacerme brasilero”. Con respecto a su actitud latinoamericanista, Norberto Galasso, cuenta que está ligada a su historia. Yrigoyen es un hombre que viene del Partido Autonomista, que

es algo así como la continuación del Dorreguismo y su padre y su abuelo fueron federales. El diálogo con Norberto Galasso, se da el mismo día que se cumplían 49 años de la muerte de Juan Domingo Perón, lo consultamos entonces al profesor sobre que tenían en común y que los diferenciaba a estos dos grandes caudillos. “Los dos son expresiones de movimientos nacionales, el que lidera Yrigoyen es fundamentalmente integrado por la clase media, inmigrantes, maestros, pequeños comerciantes, almaceneros, sastres. El que lidera Perón a partir del 17 de octubre del año 45 tiene como columna vertebral a los trabajares industriales que ha venido creciendo desde la segunda guerra. El punto de coincidencia está dado por FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) una agrupación que nace en 1935. Cuando muere Yrigoyen el partido queda en manos de Alvear, que es un hombre de la clase alta y comienza a hacer concesiones a la oligarquía. Mientras que los yrigoyenistas más consecuente forman FORJA, Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz fundamentalmente. Este grupo que es radical en su origen, a partir del 17 de octubre se disuelve para integrarse al peronismo y forma de esta manera una especie de puente, entre los dos grandes movimientos nacionales del siglo XX.


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Perón Juan Domingo

2005 EN PÁGINA 12 / NORBERTO GALASSO SOBRE SU LIBRO “PERON”

Las mil caras de un líder En 1200 páginas y tras años de investigación, el historiador presentó la biografía-ensayo sobre uno de los dirigentes más populares y controvertidos de la política del siglo XX. POR CRISTIAN VITALE En el prólogo de su flamante libro, Perón, Norberto Galasso cree pertinente revelar su cuna socialista y pequeño-burguesa. Se presenta como resultado de madre docente y sarmientina “que abominaba de Perón” y padre –comerciante de origen humilde– que simpatizaba con el peronismo. “Un día nos sentamos frente a frente y él me dijo ‘mirá, desde 1946 tengo clientas nuevas, empleadas domésticas que nunca antes habían pisado mi negocio y que ahora vienen a comprar pulseritas, cadenitas, y son más altas porque cambiaron sus alpargatas por zapatos con tacos’. No se trata de la implantación de la sociedad socialista que soñamos, pero sí de un cambio social importantísimo.” Aquellas palabras paternas activaron un clic en el aún proyecto de historiador y lo llevaron a convencerse de que la verdad no se adquiría solamente en los libros, sino también en el acontecer de la realidad concreta. “Niño inquieto, salí a recorrer las fábricas de la zona buscando obreros socialistas para aprender de ellos y no encontré uno ni por broma, eran todos peronistas”, rememora. Pasó el tiempo y Galasso se convirtió en un historiador del riñón nacional y popular, en un continuador de la herencia del más dichoso de los revisionismos –corporizado en Rodolfo Puiggrós, John William

Cooke, Abelardo Ramos o Arturo Jauretche– que retomó retazos de aquellas vivencias juveniles para incorporarlas a una extensa biografía sobre el creador del justicialismo. “A 30 años de su muerte no puedo pretender un trabajo completo, pero al menos que genere la necesidad de polemizar y de producir nuevas visiones, aunque ligue cascotazos de todos los costados”, ironiza. A través de 1200 páginas, Galasso rescata a un Perón combativo, hábil, provocador y antiimperialista. –¿Cómo cree que tomarán su libro los sectores liberales y/o reaccionarios del justicialismo, o los historiadores en general? –Muchos de ellos ignoran que Perón se escribía con Mao o Fidel Castro. Hacen largas historias sobre él, pero esas cartas, o la posible entrevista con el Che en Madrid, nunca aparecen. Les molesta la audacia de Perón en muchos aspectos, como su actitud ante el FMI, algo que horrorizaba y horroriza a la mayoría de los economistas. Durante el período peronista hubo una modernización importante que a veces ni sus propios dirigentes recuerdan, quizá por temor a que les pidan que reiteren algunas de aquellas políticas. –En el libro cita una frase de Gramsci: “El elemento popular siente, pero no siempre comprende y sabe; el elemento intelectual sabe, pero no siempre comprende ni, sobre todo, siente. El error del intelectual consiste en creer que se puede saber (...) sin ser apasionado”. –Es una frase clave, porque el pe-

ronismo es muy difícil de entender para los intelectuales que buscan causas y utilizan esquemas como si la realidad fuera un laboratorio y la historia no es un laboratorio, es mucho más. No se puede hacer política-historia sin esta pasión, sin esta conexión sentimental entre los intelectuales y el pueblo-nación. Yo soy un convencido de que no hay historia neutra. –Hay un claro interés por rescatar el papel histórico de la clase obrera. –Me surge porque algunos intelectuales han llegado a la conclusión de que los trabajadores eran unos idiotas, porque los explotaron del ’46 al ’55 y siguieron clamando para que volviera “el explotador”. Pero resulta que si uno confronta aquel período con éste, encuentra contrastes muy marcados: pleno empleo contra desocupación; deuda externa cero en 1948 contra deuda externa horrible; no incorporación al FMI contra sometimiento al FMI, otro mundo. No se puede pensar a los trabajadores como idiotas. Más allá de la personalidad de Perón, estoy convencido de que son los trabajadoresfabriles que aparecen por 1935 los que confluyen con otros sectores en un frente y generan el fenómeno nuevo que Perón lidera. –¿Cuál es su visión respecto de la cruenta escisión del peronismo en 1973, por ejemplo? –Hay un hecho clave: durante la filmación de Actualización doctrinaria para la toma del poder, Pino Solanas le pregunta a Perón en 1971 si iba a volver al país y Perón le contesta

“sí, voy a volver, pero me parece que para mí ya es demasiado tarde, y que para ustedes es demasiado temprano”. –¿Quién se equivocó, desde su óptica? –Creo que fue un equívoco recíproco. Perón pensó que podía incorporar a los jóvenes y que éstos iban a ser disciplinados, y los jóvenes creyeron que eran los que habían logrado el retorno, y que le podían imponer a Perón un proyecto. La derecha aprovechó para legitimar su accionar

represivo. Perón estaba dispuesto después a acercarse a la juventud y desentenderse de López Rega. Pero bueno, creo que estos grandes hombres se piensan inmortales y justamente su muerte se produce cuando el péndulo estaba corrido hacia un lado. Un poco se cumplió el vaticinio de Cooke cuando le pregunta “qué será ser peronista cuando usted se muera”. https://www.pagina12.com.ar/diario/ cultura/7-50667-2005-05-07.html

“La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Ni la justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensibles en una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que a modo de dolorosa solución el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del Estado. Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa. (...) “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero que es en nosotros un convencimiento de cosa realizable. Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo pueda realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: sentimos, experimentamos, que somos eternos”.


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La responsabilidad de asegurar la democracia Luego de bombardeos de la Plaza de Mayo de junio de 1955 y el posterior golpe de estado contra Perón, los argentinos vivieron los años de mayor violencia política de su historia. En aquellos treinta años, tuvieron lugar los comandos de la resistencia peronista, las experiencias guerrilleras, las insurrecciones populares, todo un repertorio que tuvo como contraparte el accionar represivo del estado, desde el plan Conintes hasta el terrorismo de estado de los 70. Prácticamente, toda América Latina transitó el camino de los “golpes preventivos” y de las “doctrinas de seguridad nacional”. Varias fueron las circunstancias que pusieron fin a esta trágica etapa. Una de ellas fue la creciente lucha de la sociedad civil organizada en los movimientos de derechos humanos. El 30 de octubre de 1983 Alfonsín triunfó en las elecciones presidenciales, que permitirían pronto poner fin a una dictadura de más de siete años. En su discurso de asunción, el flamante presidente advertía que la transición sería difícil y convulsionada. Así fue: Alfonsín debió enfrentar varios alzamientos militares y no llegó a terminar su mandato presidencial. Fuente: Diario Clarín, 11 de diciembre de 1983. Compatriotas: Iniciamos todos hoy una etapa nueva de la Argentina. Iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos, la enorme responsabilidad de asegurar hoy y para los tiempos la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina. Sabemos que son momentos duros y difíciles, pero no tenemos una sola duda, vamos a arrancar los argentinos, vamos a salir adelante, vamos a hacer el país que nos merecemos. Y lo vamos a poder hacer, no por obra y gracia de gobernantes iluminados

sino por esto que la plaza está cantando, porque el pueblo unido jamás será vencido. Una feliz circunstancia ha querido que este día en que los argentinos comenzamos esta etapa de 100 años de libertad, de paz y de democracia, sea el Día de los Derechos Humanos. Y queremos, en consecuencia, comprometernos una vez más: vamos a trabajar categórica y decisivamente por la dignidad del hombre, al que sabemos hay que darle libertad, pero también justicia, porque la defensa de los derechos humanos no se agota en la preservación de la vida, sino además también en el combate que estamos absolutamente decididos a librar contra la miseria y la pobreza en nuestra Nación. Este es un saludo nada más, y no hubiera sido completa la fiesta de la democracia argentina –por lo menos para mí- si no hubiera contado con la posibilidad de encontrarme nuevamente con ustedes para ratificar una vez más que soy el servidor de todos, el más humilde de los argentinos. Me comprometo nuevamente a trabajar junto con todos ustedes para concretar los objetivos que hemos pregonado por toda la extensión de la geografía argentina, y hacer ciertos esos objetivos que los hombres que nos dieron la nacionalidad nos presentan como un mandato que ahora sabemos está al alcance de nuestras manos. Entre todos vamos a constituir la unión nacional, consolidar la paz interior, afianzar la justicia, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino. RAÚL ALFONSÍN

La CONADEP entrega al presidente Raúl Alfonsín el informe de los actos criminales de la Dictadura Militar de 1976, luego conocido como “Nunca Más”

El Golpe de Estado de 1976 puso fin a la encarnizada lucha social que se había desatado con una fuerza inusitada desde 1969. Con todo el poder del Estado y la complicidad de buena parte de las corporaciones de la sociedad (empresarias, eclesiásticas, sindicales, etc.), las Fuerzas Armadas desataron una masiva y brutal represión contra organizaciones sociales, estudiantiles, políticas, sindicales y numerosas personalidades de la sociedad argentina. El terror implementado se combinó con la práctica sistemática de la tortura, la desaparición de personas y la apropiación de menores. Desarmadas las tradicionales organizaciones de la sociedad civil, cobraron protagonismo los organismos de derechos humanos, que se erigieron en defensores de las víctimas, enfrentando al terrorismo de Estado y exigiendo “aparición con vida” y “justicia y castigo”. Desarrollaron una variedad de tareas: la denuncia y protestas abiertas, la contención de víctimas y familiares, la difusión de la información sobre la magnitud de las violaciones, la organización de la solidaridad y la promoción del tema a nivel internacional, pero hasta la apertura democrática estas acciones no encontraron un impulso decisivo. En 1983, comenzó la “transición democrática”, con un gobierno –el de Raúl Alfonsín- comprometido a encabezar la lucha por la “verdad” y la “justicia” y a no permitir la autoamnistía militar. Apenas asumido, entre otras medidas, creó mediante el decreto 187/83 la Comisión Nacional sobre las Desapariciones de Personas (CONADEP), presidida por el escritor Ernesto Sábato. Poco después, se impulsó el juicio a los comandantes de las Fuerzas Armadas. El 20 de septiembre de 1984, la CONADEP entregó al presidente un informe de 50 mil carillas, donde se sostenía que la “dictadura había producido la más grande tragedia de nuestra historia”, demostrando la desaparición de al menos 10 mil personas. Reproducimos a continuación un fragmento del prólogo del Nunca Más, nombre que recibió el informe elaborado por la CONADEP. FUENTE: NUNCA MÁS, INFORME DE LA COMISIÓN NACIONAL SOBRE LAS DESAPARICIONES DE PERSONAS (CONADEP), BUENOS AIRES, EUDEBA, 1999. Nuestra Comisión no fue instituida para juzgar, pues para eso están los jueces constitucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído, leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo para alcanzar la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos. (…) Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el período que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado. Prólogo al Nunca Más, informe de la CONADEP Fuente: www.elhistoriador.com.ar


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Néstor y Cristina Fernández

EN OCASIÓN DEL FALLECIMIENTO DE NÉSTOR KIRCHNER, OCTUBRE 2010

El terco sueño de un justo POR FELIPE PIGNA Ha muerto un hombre político, esencialmente político. Un militante que cambió radicalmente (en el mejor sentido de la palabra) la agenda política argentina. Alguien a quien votó poco más del 22 por ciento de la población unida más por el espanto que por el amor. El espanto se llamaba Carlos Menem, pero ese era el nombre del testaferro de un modelo perverso nombrado generosamente como neoliberal, pero que expresaba aquí y en el mundo la más perversa expresión del egoísmo convertido en política de Estado. La campaña electoral del caudillo riojano nos amenazaba con quedarnos sin cartuchos para las impresoras si no lo votábamos, que así estaban las cosas en aquel 2003. De pronto la sorpresa, Kirchner gana por abandono, no por nocaut, y asume un 25 de mayo, a treinta años de la llegada del Tío Cámpora a la Rosada. Su discurso de asunción nos dejó gratamente sorprendidos. Destacaba en esa oportunidad que nuestro pasado estaba lleno de “fracasos, dolor, enfrentamientos, energías mal gastadas en luchas estériles, al punto de enfrentar a los dirigentes con sus representados (y) a los argentinos entre sí” y proponía: “Se trata de cambiar, no de destruir; de sumar cambios, no de dividir; de aprovechar las diversidades sin anularlas”. Tras la crisis de representatividad de finales de 2001, Kirchner señalaba: “Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al gobierno con la sociedad”. En términos de política económica se propuso “reconstruir un capitalismo nacional” que permitiera “reinstalar la movilidad social ascendente. (…) Hacer nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos” pudieran “aspirar a vivir mejor que sus padres, sobre la base de su esfuerzo, capacidad y trabajo”. “El objetivo básico de la política económica será –decía– el de asegurar un crecimiento estable, que permita una expansión de la actividad y del empleo constante (…), una mayor distribución del ingreso, que fortalezca nuestra clase media y que saque de la pobreza extrema a todos los compatriotas”. Y destacaba: “No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos…”. Se refería también a la educación como el mayor factor de “cohesión y desarrollo humano” y enfatizaba: “La igualdad educativa es para nosotros un principio irrenunciable”. Reivindicaba la soberanía sobre las islas Malvinas y señalaba que la prioridad en política exterior sería “la construcción de una América latina políticamente estable, próspera, unida, con base en los ideales de

democracia y de justicia social”. Enfatizó la necesidad de promover un proyecto nacional integrador que convocara a “todos y cada uno de los ciudadanos argentinos y por encima y por fuera de los alineamientos partidarios a poner manos a la obra de este trabajo de refundar la patria”. Y llamaba a la sociedad en su conjunto “para sumar, no para dividir; para avanzar y no para retroceder”. Y concluía: “Vengo a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación. Quiero una Argentina unida… Quiero un país más justo”. Lo interesante y destacable es la coherencia entre aquel discurso inaugural y su obra de gobierno. Lo primero fue, como decíamos, cambiar la agenda heredada en la que los derechos humanos, el realineamiento internacional, la puesta en marcha de un modelo productivo y quitar definitivamente del protagonismo en nuestro presupuesto y en nuestra vida económica de la deuda externa, no figuraban. Todo esto permite calificar al gobierno de Kirchner como una bisagra en nuestra historia que permitió ir recuperando un proyecto nacional y popular que parecía inaccesible tras los horribles años que mediaron entre los 90 y la crisis de 2001 y el concepto clave de que ese proyecto para ser realmente nacional y popular debía incluir una activa política a favor de los derechos humanos, decidida a liquidar la impunidad. Comenzaba por primera vez en muchos años a trazarse desde el gobierno un plan estratégico que incluía una reformulación decidida de las relaciones internacionales en nuestro propio beneficio y no en el de la potencia hegemónica de turno, priorizando el Mercosur y la relación con nuestro natural aliado Brasil. Dentro de ese plan el tema de la deuda resultaba de urgente resolución porque le quitaba al gobierno todo margen de maniobra para concretar las políticas activas que se proponía. La cancelación de la deuda con el FMI fue mucho más que un hecho simbólico, implicó el fin del monitoreo y de las “sugerencias” de uno de los organismos globales de dominación y atraso más nefastos Nos quedan las imágenes: la recuperación de la Esma, el retiro definitivo de los cuadros de los dictadores en el Colegio Militar, el permanente contacto con la gente,

el apoyo a los procesos de cambio en nuestro continente latinoamericano, cuando le paró el carro a George Bush que daba por descontado que de Mar del Plata se llevaba la adhesión continental al Alca, su “crispación” y su “confrontación”, según gustan llamar los medios hegemónicos, con los grupos corporativos a los que muy pocos se le habían animado. Y nos quedan las imágenes de ahora, las que vimos transitando la plaza, la de la gente, de todas las edades, pero sobre todo la de los jóvenes que le gritaban “fuerza” y “aguante” a la señora Presidenta y le agradecían a Néstor por muchas cosas pero sobre todo por haberlos motivado a discutir política, a aprehenderla. Toda esa

muchachada que le cantaba a la Presidenta “aquí están los pibes para la liberación”, va a ser muy necesaria, como todos los que estuvieron y los que no estuvieron pero también entienden que es el momento de acompañar a la Presidenta, cuidarla de los cuervos y ayudarla a consolidar y profundizar este proyecto nacional y popular. En medio de la conmoción y la emoción, uno se pregunta cómo alguien puede no conmoverse con las imágenes que transmitió por horas la televisión, las de una mujer íntegra y sus hijos de duelo y la de miles de personas llorando como ante los restos de un familiar querido. La respuesta llega pronto, tanto como lo que se tarda en leer a los que Jauretche

17 DE AGOSTO 2018 llamaba los profetas del odio. Carlos Pagni, en La Nación, sumándose a lo que fue un clásico de la derecha mediática de estas últimas horas: equiparar la muerte de Perón a la de Kirchner y, sobre todo, a Cristina con Isabel. Es tan burda y falsa la comparación desde el punto de vista histórico, que no vale la pena abundar al respecto de estas meras expresiones de deseos, porque ellos estarían encantados con una heredera de la calidad de Isabel. Desde la cobardía del anonimato un lector del diario de los Mitre pidió “un monumento a la muerte súbita”, una versión moderna del “viva el cáncer”. También dijeron lo suyo Rosendo Fraga en La Nación y Luis Alberto Romero en Clarín. En sendas tribunas de doctrina coincidieron en que la Presidenta tiene la oportunidad histórica de dejar de hacer todo aquello que marcó la gestión de su marido y su estilo político hasta el día de su muerte, y desandar estos tres años de gestión propia. Todas esas cosas que llevaron a miles y miles de argentinos emocionados a la Casa Rosada a hacer ocho horas de cola simplemente para decir: “Gracias, Néstor-Fuerza, Cristina”.

“Yo sé que este compromiso con los más vulnerables, que este compromiso con los más pobres, que este compromiso con los intereses del país, molesta a algunos sectores del privilegio, pero no me interesa, no he llegado a presidenta para caerle simpática a los poderosos, he llegado a presidenta para reparar, para restituir, para devolver, para volver a hacer justicia, que es lo que este bendito país necesita desde hace muchas décadas”. CFK LA PRESIDENTA DEL LIBRO LA PRESIDENTA, HISTORIA DE UNA VIDA, DE SANDRA RUSSO fragmentos EL FMI Y LAS RESERVAS Cristina pone especial énfasis en el gobierno de Néstor y en lo que fue clave para determinar las propias políticas económicas: el desendeudamiento y la cancelación de la deuda, el reposicionamiento frente al FMI. En el hotel, durante la entrevista, saco el tema. Aquélla fue una carta guardada durante la campaña, el as que el candidato medio desconocido trajo del sur bosquejado en su famoso cuaderno Arte tamaño oficio.

–Pero eso obedeció, más que a una decisión de gobierno, a una opción de vida –dice Cristina–. El odiaba tener deudas. Siempre administró su vida privada sin deudas. Desde que nos casamos tuvimos ahorros. Eso le vino de su cultura de inmigrante: tener algo y no deberlo era un valor. No es que Néstor vino con una teoría económica, no planteó el desendeudamiento leyendo economía. Para él lo lógico en lo privado era lógico en lo público. Estaba en su ADN. Obviamente consideraba a la deuda externa como el mayor condicionante histórico, y el pago al FMI... Eso le rondaba, le rondaba. Cuando Lula le contó que tenía la misma idea y que lo iba a hacer, dijo “es ahora”. Fue casi al unísono con Brasil. El llegó a la presidencia con la idea de ahorrar reservas. Es

La patria es el otro

Esta es una publicación de la EPA (Escuela Popular de Anfitriones) Director: Jorge Guitelman Editor: Turismo y Comunicación Calle 10 N° 85 Las Toninas Partido de la Costa Telefono 02246- 15501513 mail jorgeguitelman@yahoo.com.ar Impresión: Cooperativa de Trabajo en Comunicación Social Pagos del Tuyu Lda. Calle 75 bis N° 85 Mar del Tuyu Partido de la Costa Teléfono 02246- 435335 mail pionero1980@gmail.com

lo que hizo toda la vida, juntar plata para tener seguridad y no necesitar pedirle a nadie. Me acuerdo que una vez, en mi campaña para senadora por la provincia de Buenos Aires, estábamos en Ezeiza y se puso a charlar con Alfredo Coto. Y le dijo: “La Argentina para crecer necesita tener 50.000 millones de dólares de reserva”. En aquel momento todavía sonaba exagerado. Era el 2005, teníamos 20.000. Pero ése era el rumbo, y eso se logró. (...) EL LEGADO –Néstor tenía sentido de trascendencia –dice Cristina–. Eso es lo que a mí me encantaba de él. Porque lo tenía, militaba. Porque lo tenía, siempre se tomó las cosas con esa pasión, sólo porque tenía ese sentido de trascendencia podía creer que veinte personas eran cinco mil. Y eso es lo que logró transmitir. Yo creo que los jóvenes que se han acercado a la militancia lo hacen porque hoy hay algo que trasciende a lo personal, a lo individual. Néstor estaría muy orgulloso de haber dejado como legado la noción trascendente de la política.


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