Gustavo Gall "El resto" Capitulos I y II Completos

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“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos) -Capítulos 1 y 2 Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall 19 Diciembre de 2012. Dibujo y diseño: Gus Gall A.R.Ress 2012 Este relato es publicado por entregas semanales en: www.gusgall.blogspot.com a través de ISSUU

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“El resto” –un relato de Gustavo Gall CAPÍTULO I Episodio 1 (publicado el 7 de Enero de 2013) Lo primero que hizo Telli al abrir los ojos fue mirar el reloj. Eran las ocho menos cuarto. “¡Maldición!” exclamó. Se levantó a toda prisa y se vistió rápidamente. Ni siquiera perdió un instante en pasar por el baño a lavarse la cara, los dientes, ni peinarse. Salió a la calle y corrió los más rápido que pudo en dirección al colegio Santo Tomas. Enseguida, detrás suyo, apareció Enzo que venía del carrefur. -¡Ey! ¿Adonde vas?- le gritó y al alcanzarlo lo sujetó del brazo. Telli lo miró confuso y detuvo su atención en la mochila que llevaba colgando, de cuyo interior desbordaban latas de conserva. Algunas latas se habían desperdigado por la calle durante la carrera. Tenía una segunda mochila calzada en la espalda. -Tengo que llegar al colegio antes de que entren los chicos. Me quedé dormido otra vez y quiero que Susy me vea allí para que no diga de nuevo que soy un irresponsable. Enzo se lo quedó mirando con ojos compasivos. 2


-Telli... ya pasamos por esto... vamos a mi casa... por favor... -Tengo que ir. No quiero que Pablo y Nerea piensen que soy un desastre como padre. No puedo volver a fallarles, ¿entendés? -Telli... por favor... no hagas esto de nuevo... amigo...suplicó Enzo. Telli se deshizo de su mano de un tirón y reanudó la carrera en dirección al colegio. Cruzó la plaza y encaró la diagonal para cortar camino. No prestó atención a lo que pasaba alrededor suyo, estaba ciego por cumplir con su objetivo de llegar al colegio a horario para saludar a sus hijos y para volver a justificarse ante su ex esposa que ya lo había amenazado con no permitirle verlos si continuaba en esa línea de irresponsabilidad como padre. Pensó en Alberto y una fugaz náusea le subió desde lo más hondo del estómago. Susana había vuelto a rehacer su vida y se había juntado con un pobre imbécil que no tenía nada en especial, solo “es buena persona”, como le había dicho ella. -¡¡¡A la mierda con las buenas personas!!!- gritó Telli mientras seguía corriendo por el medio de la calle. Dobló por la esquina y derrapó un poco en la vereda del correo. Tan solo le faltaban cien metros para llegar y el corazón le latía tan fuerte que parecía que se le escaparía por la boca. Por detrás, a lo lejos, se escucharon los gritos de Enzo: -¡Telli! ¡Tellllllliiii! Enzo, que a pesar de haber adelgazado más de veinte kilos en los últimos meses, estaba por encima de su peso, dejó caer la mochila de las latas al suelo y prosiguió, con el último aliento, al rescate de su amigo. Conservó la otra 3


mochila, la que llevaba en la espalda. Esa no pesaba tanto y era vital. Pero le fue imposible alcanzarlo y, de haberlo hecho, no hubiese podido detenerlo en su empeño por demostrarle a sus hijos que no era un padre tan desastroso como promovía su madre. Dobló la esquina del correo y allí lo vió, sentado en el cordón de la vereda, en el mismo sitio y con la misma posición que otras veces. La escena era repetida y eso era lo más preocupante para Enzo. -¿Qué diablos está pasando, Gordo?- preguntó Telli cuando su compañero llegó jadeando como un perro enfermo-. ¿Qué pasa acá? ¿Dónde están todos? ¿Dónde están mis niños?- dijo lloriqueando y con la voz quebrantada. Enzo se descalzó la mochila y sacó de su interior dos máscaras. Le alcanzó una a su amigo. -Ponétela. En unos minutos va a oscurecer, tenemos que ir a la Madriguera- le dijo, y él mismo se colocó su propia máscara antigases. Telli rompió a llorar desconsoladamente y sin chistar se puso su máscara. Enzo controló que su filtro y el de su amigo estuviesen en la medida correcta y juntos marcharon de regreso, desandando el mismo camino por el que habían llegado a la puerta del colegio. Por allá, cerca de la avenida, recogieron las latas caídas y la otra mochila. La oscuridad fue enfermando el cielo poco a poco y les dio tiempo a llegar al refugio donde se desinfectaron en la cabina a la que llamaban “el matapulgas”. Telli tomó una pastilla, se arrojó sobre la cama y se fue quedando dormido, sollozando. Enzo, preocupado, preparó unos mates y permaneció mirándolo un rato mientras pensaba: “Necesitamos ayuda urgente. Esto va a peor”. 4


Esperó a que se hicieran las siete de la tarde en su reloj pulsera, encendió el walkie y lo apoyó junto al tocadiscos. Levantó el cabezal y apoyó la púa en el surco numero tres para que empezara a sonar “End of the world” en la dulce voz de Karen Carpenter.

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Episodio 2

(publicado el 7 de Enero de 2013)

-¡Telli! ¿Hola? ¿Me escuchás?- repetía la voz femenina. Con dificultad y dolor en los párpados, Telli, pestañeó velozmente. La imagen difusa de una mujer, con su larga cabellera revuelta le recordó a Susana, y por momentos le parecía confirmar que era ella. Pero intermitentemente, y a medida que los rasgos iban cobrando formas definidas, el rostro de su ex esposa se hundía en una vorágine psicodélica. -¡A la mierda con las buenas personas!- dijo y se escucharon risas. -¿Qué está diciendo?- preguntó la mujer. -No sé, está delirando. A veces repite esa frase- explicó Enzo. Le dio una larga chupada al mate y rápidamente cebó otro. -Si necesitabas alguien bueno te hubieses comprado un perro- dijo Telli. La mujer rompió a reír con una carcajada espontánea. -Bueno, al menos en sus delirios dice cosas graciosascomentó la mujer y aceptó el mate que le ofrecía el otro. -Creo que habla con Susy. Cuando delira discute con ellaexplicó Enzo. La mujer acabó el mate de dos largas chupadas y volvió a repetir lo mismo que llevaba diciendo durante la última media hora: 6


-¡Telli! ¿Hola? ¿Me escuchás? Telli levantó un poco la cabeza y sintió ganas de frotarse los ojos, entonces comprobó que tenía las manos atadas a los lados de la cama. Eso lo hizo reaccionar más rápidamente. -¡Tranquilo! ¿Sabés quién soy? Telli pestañeó y chasqueó un poco la lengua. La enfocó con ojos de mirada inestable y finalmente acomodó las formas del rostro que tenía delante. -¿Luciana? -¡Exacto!- exclamó ella sonriente-. ¿Y soy la hermana de quién? -Del gordo que se masturba- respondió bromeando. -¡Ey!- gritó Enzo desde atrás. -¡Muy bien! La hermana del gordo pajero. ¡Perfecto!volvió a corroborar ella-. ¿Y sabés donde estamos? Telli miró confusamente alrededor y recorrió la habitación con los ojos como si le estuviera pasando un scanner. -En la Madriguera- respondió. -¡Si! Creo que todo está en orden. -¿Porqué tengo las manos atadas? ¿Porqué estás acá? ¿Cuándo viniste? -El gordo me llamó porque está preocupado por vos...explicó Luciana-. Yo misma te até para que no vuelvas a salir a la calle. Tuviste otro brote y fuiste al colegio de los chicos.

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Telli asintió moviendo la cabeza y de inmediato sus ojos se empañaron de lágrimas. -Quiero ayudarte con eso, Telli, pero necesito que colabores. -No hace falta, estoy bien. -No, no estás bien- intervino Enzo-. Si yo no te cruzaba de casualidad por la calle te hubiese agarrado la oscuridad fuera y ahora estarías muerto-. Hizo silencio y miró a su hermana -Decí que siempre llevo dos máscaras en la mochila por cualquier emergencia. -Estoy bien Enzo. Ya estoy bien. -¡Y una mierda estas bien! -Telli...- intervino Luciana-... los chicos ya no están. Los chicos están muertos. Susy está muerta. No hay más chicos, no hay más Susy y no hay más nadie. Solo nos tenemos a nosotros. -¡Lo sé, lo sé! -Quiero que lo repitas- insistió ella-. Quiero que lo digas con tu propia boca. -¡Ya está bien, Lucy! ¡No me tortures más!- gritó Telli con la voz rota-. Lo entendí, lo acepto... Ahora desatame las manos y dame uno de esos mates lavados y horribles que hacés vos. Se hizo un largo silencio. Los tres permanecieron inmóviles y expectantes. -No voy a soltarte ni vas a tomar tu mate si no lo decís. -¿Qué...? ¿Qué no vas a soltarme hija de puta? Luciana sonrió. 8


-¡Hmmm! Me calienta que me llames así...- bromeó ella y se apartó un poco y encendió un cigarrillo. Enzo se apresuró a encender el extractor de humos. Odiaba que su hermana fumara dentro de su perfecto bunker. -¡Lucy, desatame porque te juro que...! -Tengo tiempo, Telli. Tengo todo el resto del día. Los de mi grupo están de shopping hoy y seguramente van a pernoctar en el unicenter. Telli se mordió la boca de impotencia. Hizo un par de inútiles esfuerzos por zafarse de las cuerdas y respiró agitado. -Parece una escena de “El exorcista”- murmuró Enzo. Su hermana rompió a reír. -¡Gordo! A vos sí que te voy a cagar a trompadasamenazó Telli. Los hermanos hicieron caso omiso a sus intimidaciones, arreglaron el mate, y se sentaron a charlar para ponerse al tanto de sus últimas actividades. -Tienen que irse de acá, Enzo, tienen que acoplarse a algún grupo...- le decía Lucy a su hermano-. No te digo que sea a mi grupo, entiendo que Sotto no te cae bien. Pueden elegir cualquier grupo con otro líder. -Estamos muy bien acá. Tenemos de todo y no hay nadie que nos controle ni que nos diga lo que tenemos que hacerexplicó Enzo. -Ya lo sé, nene, sé que se sienten fuertes y autosuficientes, pero mirá lo que pasa...- y señaló a Telli que seguía enfurecido tratando de librarse de las amarras-. Yo no puedo 9


acudir en tu ayuda cada vez que suene la musiquita de los Carpenters, ¿entendés? Hoy estamos cerca pero en cualquier momento nos movilizaremos y ya no podré venir a sacarte las papas del fuego. -¿Cómo que se van a movilizar? -Si. Tenemos planes de ir al norte, para el lado de Rosario. Hay un grupo allá que tiene un refugio seguroexplicó Lucy y aplastó el cigarrillo en un cenicero que improvisó con la tapita de una gaseosa. -¿En Rosario, Santa Fé? ¿Se les aflojó un tornillo o qué les pasa? ¡Van a ir directamente a la meca de la destrucción! -Hay un laboratorio en las afueras de Rosario donde elaboran un genérico del HB76 con un principio de Chia. Es experimental pero parece que funciona contra la radiación. Enzo dio un golpe sobre la mesa con la palma de su mano. -¡Idiotas! ¡Eso no funca! Te lo dije mil veces, Lucy, convocan a los grupos para probar cosas nuevas pero es una trampa mortal... Los usan de conejitos de la India. -La hermana de Sotto es la esposa del bioquímico. Ella no cagaría a su propio hermano. -¡Muertos! ¡Están muertos!- gritó Telli desde la cama-. ¡Pablo está muerto!, ¡Nerea está muerta! ¡Susy está muerta! ¡Muertísima! Incluso el bueno de Alberto está muerto. ¡Todos muertos! A Lucy le hizo gracia el modo en que dijo todo eso y tuvo que aguantarse la risa. Se levantó de la silla y se dirigió hasta la cama. Acercó su cara a la de Telli le dio un beso de esquimal con la punta de su nariz. 10


-Llamame denuevo como me llamaste antes...- le dijo. -¡Por favor, soltame hija de puta! Lucy sonrió y depositó un besito furtivo en sus labios. -¡Hmmm! Si no estuviera mi hermano presente te juro que me montaría arriba tuyo aquí mismo, así, atado. -¡Soltame, Lucy! Tu aliento huele como el cenicero de un bar. Soltó las cuerdas que le sujetaban las manos y dejó que él mismo se desatara las de los pies. Al cabo de un rato los tres estaban sentados, tomando el mate, debatiendo sobre los planes del grupo de Sotto. -Se dirigen hacia una trampa mortal- aseguró Telli, ahora mucho más calmo y con la su seriedad característica-. Yo no le creo mucho a tu hermano cuando se pone tan... apocalíptico. Pero en esto tiene razón. No hay ninguna necesidad de movilizarse. Hay que esperar. -Si por acá tienen de todo, Lucy. Hay comida, hay remedios, hay algunos hospitales que todavía no fueron totalmente saqueados- intervino Enzo. -Pero eso se va a terminar. Los recursos son limitadosdijo Luciana-. El depósito de mercadería del unicenter ya está pelado. -Pero hay otros en la zona- dijo Enzo y se buscó un mapa en le que tenía trazados varios puntos con círculos rojos-. Mirá, en la zona de Pilar hay un par de depósitos llenos de comida enlatada. Hay distribuidoras y mayoristas por varios lados... fijate...- y los indicó en el mapa. -¿Y que hacen ustedes dos acá encerrados como ratitas bajo tierra? 11


-Tengo planeado ir y hacer una recogida grande como para vivir un año entero. Estoy esperando a que este se ponga bien de su locura para poder ir- dijo Enzo-. Imaginate que así como está no puedo dejarlo solo. Alguien se tiene que quedar acá para cuidar la Madriguera. -Yo ya estoy bien, enserio- intervino Telli. Enzo continuó hablando: -Si fuéramos tres, como antes, sería más fácil. Pero vos nos cagaste por ese pelotudo de Sotto y... -¡Enzo! Yo no soy como vos. No quiero que volvamos a discutir sobre lo mismo de siempre. No fue una metida de cuernos. Yo no tengo ganas de quedarme quieta viendo como todo se va marchitando de a poco. Necesito moverme y el grupo de Sotto es seguro y es unido y sobre todo es nómada. -Las Hordas son nómadas- interrumpió Telli. -¡A la mierda con las Hordas!- gritó la mujer levantándose de su asiento y lanzando una patada al aire-. ¿Con cuantas Hordas de esas se cruzaron hasta ahora? -Con dos. -Con tres- corrigió Enzo- y en uno de esos ataques te salvé la vida. -¿Hasta cuando me vas a pasar la factura de eso? Tres Hordas en dos años es muy poco. Significa que se extinguen. Yo no veo zombies por ningún lado. ¿Cuándo fue la última vez que se cruzaron con uno de esos bichos? No respondieron.

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-¿No se les ocurrió pensar de que tal vez ya no haya más Hordas? Mientras tanto están acá, metidos en este zulo, cagados de miedo, esperando a que suceda algún milagro. Pero los milagros nunca suceden, hay que ir a buscarlos. Enzo aplaudió a su hermana con sarcasmo. -Muy bien. Eso es lo que te dice Sotto, ¿no? Te metió eso en la cabeza y ahora te sabés de memoria sus palabras. Luciana contuvo las ganas de darle una bofetada. Buscó otro cigarrillo y lo fumó con nerviosismo. -Los de tu grupo no salen fuera a buscar comida. Buscan tabaco y alcohol- afirmó Telli. Lucy sonrió detrás de una bocanada de humo. -Me estoy dando cuenta de que acá no pasó nada... Yo pensé que Telli tuvo otro de sus ataques esquizos, y como una tarada acudí al llamado de la musiquita... pero ahora veo lo que pasa. Fingieron todo para que viniera hasta acá con intenciones de tratar de convencerme de que vuelva con ustedes. Enzo lo negó con la cabeza. Luciana continuó: -Sí, buscamos tabaco, porros, y cualquier cosa química que encontremos. También alcohol y condones. No veas las fiestas que tenemos. Si vamos a morir entonces moriremos festejando. Pero también hacemos muchísimas otras cosas, y nos movemos, y sobrevivimos. Ustedes dos están acá encerrados pensando que van a vivir para siempre. Cuando uno de ustedes dos estire la pata, y ojalá que pase mucho tiempo hasta que suceda eso (dio tres golpecitos de puño sobre la mesa) ¿qué va a hacer el que lo sobreviva? ¿Suicidarse? 13


Los dos hombres permanecieron callados. -Si, si, el suicidio es una posibilidad...- continuó diciendo Lucy-... pero lo más probable es que suceda otra cosa... El que sobreviva va a buscar el disco de los Carpenters y va poner la canción del fin del mundo para que yo venga a buscarlo. Va a suplicarme que lo incorpore al grupo de Sotto. Pero habrá un inconveniente... la estúpida de “Lucy in the sky” no estará cerca, sino que estará a cientos de kilómetros de distancia, inmunizada. Y responderé: “Lo siento pibe. Ya no puedo hacer nada por vos”. Arreglaron nuevamente el mate y permanecieron en silencio. No hubo acotación a las últimas certeras palabras de Luciana. Ella se marchó por la mañana, con la primer luz del amanecer, para reunirse con su grupo. Antes de salir dijo: “El tren pasa una sola vez compañeros. Si lo pierden lo pierden”. Y se marchó en su motocicleta. Telli se quedó mirándola hasta que se perdió en la lejanía. “La misma escena... casi las mismas palabras”, pensó.

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Episodio 3 (publicado el 14 de Enero de 2013) “El tren pasa una sola vez, compañero. Si lo perdés lo perdés” le dijo Luciana a Telli, mientras ponía en marcha su pequeña motito para irse a su casa, el día antes de su boda con Susana. Los padres del gordo estarían esa noche en una reunión del Rotary, y el gordo estaba de campamento con sus colegas en el Tigre. Era la noche perfecta para asistir a la invitación de una de las chicas más deseadas del pueblo. “A las nueve”. Concluyó ella y le arrojó un beso aéreo mientras se marchaba. Iba a ser la mejor despedida de soltero, y sin embargo... Telli prefirió no acudir a la tentadora invitación. Que fuera la hermana de su mejor amigo era un motivo secundario. Que no quisiera ponerle los cuernos a su novia y futura esposa, era otro motivo secundario. La conciencia se las puede arreglar bastante bien con estas dos cosas. Tal vez, el motivo principal era que Luciana le gustaba demasiado y tenía miedo de terminar enamorándose de ella. La chica ya había dejado varios corazones mal-latientes por el pueblo y él no quería terminar formando parte de esa lista macabra. ¿Quién iba a decirle en ese momento que, unos años después, terminaría viviendo con ella y su hermano en un sótano, en un refugio, como supervivientes de una epidemia fatal que acabó con una gran parte de las personas? -Yo no quiero reunirme con Sotto y los demás- dijo Enzo, rompiendo el intrigante silencio que había quedado tras la partida de Lucy. 15


Telli se mantuvo pensativo, desenredándose de los recuerdos. -No pienso ir ahí a suplicarle nada a ese hijo de putaconcluyó Enzo-. Pero vos hacé lo que quieras. No te sientas comprometido conmigo. No me debés nada. Si te querés ir con ellos, lo entiendo. -Ir hacia el Norte es un error- dijo Telli-. Yo me quedo con vos, boludo, somos un equipo. Si alguna vez tenemos que unirnos a otros, será a un grupo seguro. Yo tampoco soporto a ese engreído de Esteban Sotto. En la cara de Enzo se dibujó una sonrisa de alivio, aunque ciertamente le preocupaban los frecuentes episodios de delirio de su compañero. Jugaron una partida de ajedrez y miraron, por enésima vez, unos capítulos de Los Tres Chiflados. Ese día no hicieron más nada. Se acostaron a dormir temprano. Casi siempre, después de las visitas de Lucy, se quedaban así, apáticos. Los tiempos en los que eran un equipo de tres habían quedado atrás y tenían muy bien asumido que Luciana ya nunca volvería a vivir con ellos en la Madriguera. Los días clareaban sobre las nueve y poco antes de las once y media aparecían las primeras cerrazones de las aglomeradas nubes cargadas de cenizas. Llevaban más de dos años así y ya se habían acostumbrado a las reglas del “nuevo mundo”. No les quedó más remedio que adaptarse o morir, como todos los demás. El pueblo donde se habían criado y habían pasado la adolescencia para hacerse adultos, ahora les pertenecía. Sabían que había más supervivientes en alguna parte porque 16


habían visto sus rastros, pero no estaban cerca, o estarían de paso y posiblemente ya se habían marchado. Al principio, durante los primeros meses después del último toque de queda, se mantuvieron los tres encerrados en la Madriguera, y al cuarto mes, cuando el silencio reinó, y ya no se escuchó el sonido de ningún auto, de ninguna sirena, de ningún grito, de ningún perro ladrando en las lejanías, ni siquiera de los pájaros cantando, emergieron para ver con que panorama se encontraban. Por las calles había cadáveres malolientes y cucarachas. Ni siquiera las moscas resistían la toxicidad letal del aire contaminado. Se dedicaron a amontonar cuerpos en el galpón de la vieja sodería, en un depósito apartado. Los transportaban en los autos que encontraban abandonados por las calles, y los usaban hasta que se quedaban sin combustible. Minuciosamente fueron vaciando una a una las tiendas, negocios y almacenes de la calle principal, quedándose solamente con los productos que fueran a necesitar para sobrevivir al frío del invierno y el hambre. Llevaron todo aquello al tinglado del aserradero, que era un sitio seguro y cubierto. Enzo tuvo razón cuando dijo que en cualquier momento llegarían supervivientes de otros lados, en busca de alimento y ropa, y que se producirían saqueos sangrientos. El galpón del aserradero era un sitio seguro porque no perderían el tiempo husmeando por allí. Tampoco había electricidad ni agua potable. Enzo había fabricado con lejana anterioridad un fabuloso sistema de acumulación de energía que se alimentaba de la luz solar, pero, el pálido sol que dejaban filtrar los nubarrones de cenizas, no servía para cargar la batería. Con suerte en dos semanas se cargaba solo una tercera parte del total de la 17


batería, y esa energía no les alcanzaba para casi nada. Para tener un poco de luz por las noches utilizaban el viejo generador a gasolina que había pertenecido al padre de Enzo, utilizando la nafta que encontraban por ahí, en los autos abandonados por las calles o estacionados en los garages de las casas. Para movilizarse lo hacían a pié o en bicicleta, y además lo preferían porque no emitían ruidos que llamaran la atención a otros supervivientes. Se mantenían escondidos. Si algún superviviente se enteraba de la existencia de la Madriguera iba a acudir allí en busca de ayuda, y no eran buenos tiempos para ser solidarios con nadie. “Adaptate y salvá tu propio culo”, decía un letrero escrito con aerosol en la entrada del pueblo, y aquellas eran palabras sabias. Cada tanto se daban el lujo de mirar a Los Tres Chiflados o de escuchar un poco de música. Era solo para ocasiones especiales o para levantar el ánimo cuando les entraba la depresión. Generalmente sucedía después de las visitas de Lucy. La mayoría de los supervivientes se reunían en grupos nómades. Los grupos, por lo general, tenían un líder, no eran democráticos, y se regían por normas establecidas para no poner en peligro la resistencia común. El grupo de Sotto pasó por el pueblo una tarde y se quedaron merodeando la calle principal, la plaza y la estación durante un par de días. Telli y Enzo conocían a los Sotto, dos hermanos que iban al mismo colegio. Rodolfo, el mayor, había sobrevivido a la epidemia, pero cayó en una redada con una de las Hordas, pocas semanas después del último 18


toque de queda. Esteban, el menor, quedó como líder del grupo, y al cruzarse con Luciana intentó convencerla de que se uniera a ellos. Luciana había sido, un verano, novia de su hermano mayor. Luciana no aceptó, pero unas semanas después, luego de una fuerte discusión, abandonó la Madriguera y se unió a Sotto. Prometió no revelar que su hermano y Telli seguían vivos. Pero Esteban Sotto era muy astuto y sabía perfectamente que una chica como ella jamás hubiese podido sobrevivir por sí sola. La condición era encender el walkie todos los días a las siete de la tarde durante cinco minutos. Si no había novedades importantes no hablarían nada, pero si ella escuchaba la música del fin del mundo, de Karen Carpenter, entonces sabía que tenía que algo estaba sucediendo y tenía que regresar a la Madriguera lo antes posible. Esa era la señal establecida. Los Sotto fueron, en sus días, una de las familias más ricas y respetadas del pueblo. También fueron de los más odiados y envidiados, naturalmente. Tenían un corralón de materiales de la construcción que le dio trabajo a muchísima gente durante décadas, y aunque no pagaban buenos sueldos era una seguridad depender de ellos. Tenían tanto renombre que incluso llegaron a incursionar en la política local y gozaban de una importante situación económica. Por tanto la familia estaba acostumbrada al liderazgo. Los hijos, herederos del micro imperio Sotto, fueron criados en cajitas de cristal y adiestrados a ser pastores de rebaños humanos. Cuando empezaron los primeros rumores serios respecto a 19


la Viruela, Sotto, el padre, construyó un bunker bajo tierra para aislar a su familia y mantenerlos apartados del resto. Dicen que los Sotto estuvieron excluidos en su bunker tecnológico, dos años antes de que se declarara el alerta rojo. Así sobrevivieron tres linajes familiares enteros: los padres, y las dos familias de los hermanos Sotto respectivamente. De todos ellos solamente quedó vivo Esteban y una sobrina de nueve años. Los demás murieron infectados de viruela, con los pulmones quemados por respirar cenizas o por el ataque de las Hordas deambulantes. Las Hordas... Aparentemente estaban extinguidas, pero...

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Episodio 4 (publicado el 21 de Enero de 2013) Pasaron varios días desde la despedida de Lucy y no supieron más de ella porque no encendía el walkie a la hora acordada. Cada vez que ocurría algo así, Enzo, se preocupaba muchísimo por su hermana, a pesar de que ya había sucedido en otras ocasiones. Igualmente se había hecho a la idea de que ella, algún día, ya no volvería a encender su walkie talkie nunca más. En un mundo de pérdidas fatales constantes no quedaba más remedio que acostumbrarse a la cruda realidad. Una mañana, Telli y Enzo, salieron a dar un rodeo por el pueblo. No necesitaban alimentos ni nada en especial porque estaban bien surtidos de todo, pero daban esas vueltas porque era lo único interesarte que hacer durante las mezquinas tres horas de luz antes de que empezaran a caer las cenizas del cielo. Por alguna razón entraron al viejo correo que quedaba justo en la calle diagonal, la principal, frente a una de las esquinas de la plaza. Ya habían estado allí muchas veces pero nunca llegaron a revisarlo por completo porque siempre surgían otras prioridades, como limpiar las calles de cadáveres o encontrar comida y combustible. Lo más importante era el agua potable pero habían conseguido acumular una buena reserva de agua mineral envasada, jugos, gaseosas, cervezas y todo tipo de bebidas, en dos de las habitaciones de la casa de los padres de Enzo. Otra parte de la reserva la tenían escondida en el altillo del galpón de una 21


casa apartada del pueblo, que era un buen escondite contra los saqueadores. El sótano del viejo correo era un sitio muy interesante para husmear. Quedaban allí dentro encomiendas sin abrir, y, sin grandes esperanzas de encontrar algo útil entre esos paquetes, les atraía la curiosidad. Al llegar a la esquina de la plaza, frente a la salita de primeros auxilios, Telli se detuvo y afiló el oído para escuchar... -¿Qué pasa?- preguntó el otro. -¡Shhh! Escuchá... Se mantuvieron silenciosos. Había extraños rumores lejanos que provenían desde alguna parte y no resultaba fácil determinar desde donde. No parecía un ruido de un vehículo, ni de perros. -¡Mierda!- exclamó Enzo señalando en dirección a la comisaría de policía. Allí a lo lejos, por debajo de los esqueléticos árboles de la plaza, se veían las piernas de hombres avanzando como autómatas, sin dirección fija. -¡Hordas! ¿De donde salieron esos? -Ni idea, pero no me gusta nada- respondió Enzo y continuaron camino, sigilosos, en dirección al correo, que era el sitio inmediato donde refugiarse. Ya no había posibilidades de desandar el camino para volver a la Madriguera sin ser vistos por los zombies. La colosal vieja puerta del correo emitió un chirrido al abrirla que, entre tanto silencio reinante, tronó en un eco luctuoso por toda la calle. Al escuchar el ruido, los zombies se volvieron locos y echaron a correr hacia este extremo de 22


la plaza. Allí empezaron los gritos, los gruñidos, las elegías de hombres animalizados. Telli intentó trabar la puerta desde dentro, pero Enzo lo arrastró consigo: -¡No hay tiempo! ¡Hay que bajar al sótano!- dijo. Desenfundaron sus machetes. La oscuridad reinaba allí dentro, salvo por los mezquinos reflejos de luz del día que se filtraban a través de los avejentados vidrios de los ventilúz. Encendieron sus linternas. Detrás del gran mostrador, en el suelo, había una tapa que se levantaba originalmente con una manija de madera. La tapa estaba abierta. Alguien ya había estado por ahí antes que ellos. El hueco conducía a la escalera por la cual se descendía al sótano. Parte del suelo, que a su vez hacía de techo del sótano, era enrejado, y desde allí abajo se podía observar claramente los movimientos de los autómatas, si lograban entrar al correo. Refugiarse en un sótano cerrado podía no ser la mejor idea, pero los zombies no eran astutos ni diestros como para encontrar esa portezuela escondida detrás del mostrador. Más bien eran como animales idiotas, totalmente enfurecidos y violentos, tanto que se golpeaban entre ellos mismos todo el tiempo, chocaban contra todo y se autolastimaban por la frenética ansiedad de morder. ¿Porqué morder? Los apodaron “zombies” porque eran lo más parecido a lo que se conocía vulgarmente de las películas, libros, historias futuristas, pero en realidad no tenían nada que ver con los zombies de Hollywood. No eran muertos vivientes y sus mordidas no zoombizaban a sus víctimas como sucedía en la ciencia ficción de la gran pantalla. Tal vez esto era peor. 23


Se movían en grupos a los que llamaban “Las Hordas” y eran humanos infectados por el virus propagado, una zoonosis aguda similar a la rabia. El virus se disemina al sistema nervioso central sin previa replicación viral, a través de los axones, hasta el encéfalo, con replicación exclusivamente en el tejido neuronal. Sus mordidas infectaban y mataban. Transmitían la enfermedad a través de las mucosas y los fluidos. No había otros mamíferos que propagaran la enfermedad, al menos no había poblaciones de animales potencialmente peligrosos. Los zombies se aniquilaban entre ellos mismos. No quedaban muchos y cada tanto aparecía una Horda aislada que duraba poco. Sus primeras víctimas fueron los perros y los niños, que eran los más fáciles de atrapar. Los adultos podían defenderse porque no era difícil luchar cuerpo a cuerpo con uno o varios de ellos y derrotarlos. El problema era que cualquier lastimadura, o mordida que causara una herida, era una posible puerta abierta de contagio. Sacudieron un poco la puerta del viejo correo y consiguieron abrirla lo suficiente como para ingresar. Algunos de ellos entraron a lo que era la recepción del correo y deambularon locamente como trompos, gimoteando y dando tumbos como borrachos. Pero al no encontrar nada interesante volvían a salir para proseguir la peregrinación de la Horda calle abajo. Enzo y Telli sujetaban fuertemente sus machetes empuñados, y se mantuvieron silenciosos hasta asegurarse de que no corrían peligro para salir. Subieron las escaleras y levantaron lentamente la tapa con cuidado para no hacer ningún ruido que los delatara. Desde 24


la calle se escuchaba como la Horda se alejaba en busca de algo vivo para atacar. -¡Vamos! Se están yendo hacia la estación- dijo Enzo, y ayudó a su amigo a subir los últimos escalones, cuando, de repente... Una mano escuálida y aquilina se prendió fuertemente a su muslo, desde atrás, haciéndole un tajo en el pantalón. -¡Mierda!- exclamó gritando, y se dejó caer hacia un lado. El zombie volvió a prenderse con sus dedos de pinza a la pierna de Enzo, y Telli, que estaba con la mitad del cuerpo por encima del nivel del suelo, lanzó un instintivo y seco batacazo con su machete, hacia la oscuridad, acertando con el brazo del atacante. La afiladísima hoja del machete cortó de cuajo el brazo del zombie, justo por debajo del codo. El animal-humano se quedó como petrificado por unos instantes, y Enzo le lanzó una brutal patada en medio del pecho, haciéndolo caer hacia atrás. Telli aprovechó para salir del hueco de la escalera y enfocaron con las linternas al zombie que se retorcía de dolor en el suelo. Entre los dos, como si se hubiesen puesto de acuerdo, arrastraron de las piernas al zombie hasta el hueco de la escalera haciéndolo caer al sótano. Se escuchó el estruendo de la caída, unos quejidos y ruidos de huesos partidos. Rápidamente cerraron la tapa y corrieron los dos cerrojos. Enseguida volvió el silencio. -¿Te lastimó? -No se. Creo que sí. No veo un carajo- dijo Enzo mientras intentaba adivinar su herida iluminándose con la linterna. 25


-¡Vamonos de acá! Van a volver- dijo Telli. Rodearon el mostrador y salieron al hall. Telli se agachó para ver dentro del agujero del pantalón de su compañero. Las uñas filosas y ganchudas del zombie habían provocado un rasguño profundo. -¡Hay sangre, Enzo! ¡Te lastimó! -¡Hijo de puta! ¡No, no, no!- gritó zapateando sobre el suelo de madera. Era peligroso... el ruido iba a volver a atraer a la Horda. Tenían que huir de allí rápidamente. -Hay que limpiar la herida urgente- dijo Telli, esperanzado. -Estoy jodido, Telli... si me lastimó estoy jodido... Telli empujó a su compañero hacia la vereda. -¡Esperá!- se resistió Enzo y volvió a entrar para rodear el mostrador. -¡Vamos Boludo! ¿Qué hacés? Enzo enfocó con la linterna buscando algo en el suelo. -Quiero el brazo- dijo. -¿Para qué? -Yo no me pienso morir por culpa de este hijo de puta, así nomás. Tengo que llevarme el brazo para fabricar un antídoto- decía y barría el suelo a tientas con las manos para encontrar la extremidad amputada. -¿Un antídoto? ¿Y como carajo vas a fabricar un antídoto? No somos bioquímicos ni nada de eso. -¡No sé, Telli! Siento que tengo que llevarme el puto brazo conmigo. Tengo que intentar algo si quiero salvarme. 26


-No te vas a morir. Vamos a limpiar la herida- intentó consolarlo el otro. Enzo abandonó la búsqueda del brazo y obedeció a su compañero. Ya no les quedaba mucho tiempo. Al salir a la calle se encontraron con que los zombies estaban más cerca de lo que imaginaban, pero estaban ocupados en otros asuntos más interesantes que acudir a los ruidos del correo... Del otro lado de la calle, frente al local de la que había sido la Perfumería de la Señora Amanda, estaban descuartizando a tirones y mordiscos a tres personas. Las vísceras y extremidades de esas víctimas estaban desparramadas por toda la vereda opuesta a la que estaban ellos dos. Era un buen momento para huir mientras estuvieran entretenidos, y lo hicieron. -¿Quiénes eran esos?- preguntó Telli, refiriéndose a las víctimas. Evidentemente había más supervivientes escondidos en otras partes del pueblo y ellos no lo sabían. No debían haber estado refugiados muy lejos de allí. Corrieron sigilosos pero con prisas contorneando la plaza, por la vereda de la iglesia, y se perdieron calle abajo en dirección a la Madriguera. Al llegar se desnudaron y se desinfectaron copiosamente bajo la ducha del Matapulgas. Luego se dispusieron a limpiar profundamente la herida. -Estoy cagado... esto no es bueno... -No te hizo casi nada. No mariconees- dijo, Telli, con intenciones de levantarle el ánimo. 27


En la mirada del Gordo se dibujaron el miedo y la impotencia. Esa noche no pudo pegar ojo.

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Episodio 5 (Publicado el 28 de Enero de 2013)

-¡Lucy tiene razón!- gritó Enzo en medio de la noche, despertando a Telli -. ¿Qué vas a hacer si te quedás solo? Confuso, Telli abrió los ojos. Estaba teniendo un sueño con su padre. Miró con dificultad a Enzo... -¿Qué? ¡Qué mierda estás diciendo? -No es joda, Telli, si ese bicho me contagió te vas a quedar solo. Tenemos que planificar algo. Vas a tener que acoplarte a algún grupo. Deberías irte con ella antes de que arranquen para el norte. Telli se dio la vuelta y se abrazó a la almohada. -¡Dejame de joder! No te vas a morir y no me voy a quedar solo. Ahora quiero dormir. Enzo se cubrió la cara con las manos y se secó las lágrimas que le provocó el repentino ataque de pánico.

Unas horas antes del amanecer, Telli, se despertó por unos extraños ruidos que provenían del exterior inmediato a la Madriguera. Parecían martillazos y ruidos de fierros. Se levantó para averiguar qué era lo que estaba pasando, y entonces se encontró con la nota que el Gordo le había dejado sobre la mesa: “No te preocupes, estoy trabajando en el galpón. Volvé a la cama”. 29


Miró el reloj. Faltaban al menos tres horas para que amaneciera. No dudó en regresar a la cama. Estaba muerto de sueño.

Telli abrió los ojos. Lo despertó el golpe de la puerta de la casa al cerrarse. Se levantó de un salto y vio que ya estaba amaneciendo. Se vistió rápidamente y al intentar subir se dio cuenta de que Enzo había cerrado la Madriguera por fuera. Al final de la escalera encontró una nota que decía: “No te preocupes, ahora vuelvo. Prepará unos mates”. Pasó más de una hora hasta que regresó. Telli estaba preocupadísimo por su compañero. El Gordo nunca había hecho algo así como dejarlo encerrado. Era obvio que Enzo estaba tramando algo y no quería que nada coartara sus intenciones. Cuando se le metía algo en la cabeza lo llevaba a cabo contra viento y marea. Finalmente abrió la puerta. Se dio un duchazo en el Matapulgas para desinfectarse de la basura radioactiva y se quitó la ropa. Bajó sonriente, aunque tenía el rostro pálido y desmejorado. Pero su estado anímico parecía sublime, o al menos fingía muy bien. -¿Está listo el mate? -¿Adonde fuiste? ¿Qué pasó? -¡Nada! Fui a hacer lo que tenía que hacer. Fines científicos- respondió Enzo y se dejó caer sobre la silla. Telli, instintivamente, bajó la vista hacia la venda de su pierna. Estaba manchada por el pervinox, pero el color del 30


perímetro de la herida, teñía una aureola grisácea-morada sobre la piel. No se veía bien. -No te asustes, está mejor. La desinfecté esta mañana. No duele ni nada. -Sacate la venda. Dejame ver como está eso. -¿Y vos que sabés de heridas, pelotudo? Si yo te digo que está bien, está bien. Telli guardó silencio. Volvió a calentar el agua y cambió la yerba del mate que había empezado a tomar solo. -Anoche no dormiste nada. Me di cuenta que estuviste dando vueltas y maquinando cosas. ¿Qué te pasa? Enzo sonrió nuevamente... -Es cierto. Me quedé toda la noche pensando y dándole a la cabeza. Te voy a decir la verdad... me agarró cagaso porque después de haber construido este lugar, después de haber pasado por tantas cosas y de sobrevivir a todo, viene un zombie hijo de puta, me rasguña la gamba y tira al diablo todo mi esfuerzo. Bueno... nuestro esfuerzo. Y lloré. De bronca. Morir de una forma tan pelotuda es como una burla del destino, ¿no te parece? -Es que no te vas a morir por eso, Enzo, ya te lo dijeintentó consolarlo el otro una vez más. - ¿Y vos que sabés? ¿Porqué yo iba a ser la excepción? Cada uno que tuvo una herida, una mordida, un contacto de fluidos con estos bichos se murió. Las probabilidades apuntan a que voy a seguir ese camino. Entonces... me dio la risa. Me empecé a reír a carcajadas. Te juro que me dolía la panza de reírme por lo ridícula de la situación. No habíamos ido al puto correo nunca. Estuvimos en lugares de lo más 31


arriesgados, pero nunca al correo, a pesar de que sabíamos que había paquetes y cosas para chusmear ahí dentro. El día que vamos... ¡Pum!- y pegó un golpe seco sobre la mesa que asustó a Telli-... no va que me rasguña un puto zombie. Y no es que me muerde, ni que me ataca una horda entera y no me puedo defender... ¡Uno! ¡Uno solo! ¡Y me rasguña nada más!- y estalló en una incontrolable carcajada con lágrimas. Telli, con el mate en la mano, se quedó mirando a su amigo y no supo como reaccionar. Cualquier cosa que acotara estaría de más. De repente la risa se detuvo en seco. Continuó... -Y empecé a pensar y a pensar... y me pregunté: ¿Porqué estas personas están infectadas? ¿Porqué se mueven en grupos? ¿Porqué son portadores de SSD y ellos mismos no se mueren de eso y sí se mueren los contagiados? ¿Están inmunizados? Algo tienen que tener, ¿no? Telli lo interrumpió... -Enzo, sí que se mueren. Nosotros dos vimos hordas enteras agonizando y muriendo. ¿Te acordás cuando quemamos aquel grupo del otro lado de la estación? -¡Se morían de hambre!- gritó Enzo- No tienen estómago prácticamente. Y se morían por deambular bajo las cenizas sin protección. La piel quemada, los pulmones marchitos... esas cosas. Obvio que se mueren. Pero no por el SSD. Telli guardó silencio. No quería discutir con Enzo aunque no estaba seguro de que su teoría fuera certera. Le alcanzó un mate. El Gordo continuó relatando... -Entonces decidí ir a buscar el brazo del zombie... -¿Qué? ¿Estás loco? 32


-...y cuando me estaba vistiendo me dije: “¿Para qué me voy a traer el brazo de ese bicho si puedo traerme al bicho entero?” -¡Dios mío! ¡No, Gordo, no!- exclamó Telli agarrándose la cabeza. Enzo hizo caso omiso a las expresivas reacciones de su compañero y continuó... -Puede ser que yo muera por culpa de esta herida, es la cruda realidad y tendré que asumirlo, pero no me voy a morir sin saber porqué. El asunto es que... agarré la soldadora e hice algunas modificaciones en la que era la habitación de Lucy, arriba. Entré las rejas que estaban en el galpón y cerré toda la habitación. La dejé como una celda. Es imposible que ese bicho humano salga de ahí... -¡Me estás jodiendo, Gordo.... decime que me estás jodiendo! -... y a penas amaneció me fui a buscarlo. Lo enlacé con el gancho que fabricamos para los perros. Me acordé que lo teníamos ahí colgado en el sobretecho del galpón. Fue toda una sucesión de cosas claras que me iban indicando exactamente lo que tenía que hacer. Telli dio vueltas como un loco. Caminó, se sentó en la silla, se levantó, volvió a caminar en círculos, volvió a sentarse... -¿Me estás diciendo que fuiste al sótano del correo y...? -Lo tengo ahí Telli. Lo enlacé del cogote y lo arrastré hasta acá. Al principio se resistió pero después caminó sin drama. Por momentos se caía y gateaba. Creo que está 33


debilitado por la amputación del brazo. Perdió mucha sangre. Telli se agarró la cabeza y se puso pálido. No terminaba de asimilar lo que su compañero le estaba diciendo. Tenían un nuevo huésped en la casa y era justamente el tipo de visita al que le huía todo el resto de las personas. -¡No puedo creer lo que me estás diciendo! ¡Estás totalmente chiflado! ¿No entendés el peligro al que nos estás exponiendo con esto? -Ningún peligro- aseguró Enzo mientras le daba unas chupadas al mate-. Ya te digo, está débil. Se va a morir hoy o mañana. Quiero observarlo, quiero ver que hace, quiero saber porqué actúan así y sobre todo quiero saber si tiene algún atisbo de conciencia. Todo es meramente científico. -¿Para qué? ¿Porqué querés saber todo eso?- preguntó Telli con la voz quebrantada de angustia. -Para saber. Si me muero, me moriré con un conocimiento nuevo., y si sobrevivo, entonces me voy a dedicar a estudiar como es que estos humanos se inmunizaron y se transformaron en esas bestias- explicó Enzo. -Pero... ¿no te parece que deberías habérmelo consultado? Si a vos te pasa algo yo me quedo acá con un zombie dando vueltas por la casa. -Está preso en la habitación de Lucy. No se puede escapar. Ni tiene fuerzas para mantenerse en pie. Está convaleciente. Y con respecto a lo otro... si te lo decía ibas a decirme que no. Yo soy un hombre de ciencia y de acción, 34


vos sos muy blando, un tipo con muchas dudas. Alguien tiene que tomar las decisiones. Telli se apartó unos metros y se sentó al borde de la cama. Aquella nueva locura de Enzo no había hecho más que sumarle una absurda preocupación a la delicada situación en la que estaban metidos. Enzo continuó con el mate y abrió una bolsa de cerealitas que tenía guardada en la alacena. -¡Ah! ¡Me olvidaba! ¿Conocías a los Ayala? Telli frunció el ceño y encogió los hombros. -Ese tipo morocho de ojos claros que tenía varios chicos. Él tenía ese Mercedes viejo, anaranjado, la mujer era la tetona que se teñía el pelo de rojo... -Si, la de la perfumería... -¡Esos! Bueno, esos fueron a los que atacaron ayer. Están desperdigados por toda la calle. Los hicieron mierda. ¡Un asco! El caso es que estuvieron vivos y refugiados y nosotros ni enterados. Me gustaría ir hasta su casa para ver que dejaron- dijo Enzo. -Ya estuvimos en la perfumería la otra vez. -Si, Telli, pero si estaban vivos hasta ayer significa que tenían un refugio en alguna parte. Seguramente bajo tierra. De algún modo sobrevivieron hasta ahora. Puede ser que haya alimentos, remedios, armas, no se... lo que sea. Telli asintió con la cabeza y continuó sumido en su preocupación.

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Tomaron esos mates sin decir nada. Hab铆a que procesar la nueva informaci贸n y acomodar la situaci贸n, como siempre, como cada vez que suced铆a algo nuevo.

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Episodio 6 (Publicado el 4 de Febrero de 2013) Poco después del mediodía, cuando la oscuridad de las cenizas ya lo había cubierto todo, Telli sufrió un ataque de pánico. No era la primera vez que le sucedía. Generalmente después de las alucinaciones que lo llevaban a buscar a sus dos hijos, atravesaba un episodio de pánico y luego de depresión. Pero esta vez fue distinto. No tuvo alucinaciones. Tan solo la idea del futuro inmediato lo sumía en la desesperación. Su compañero, mejor amigo y único superviviente de confianza, podía estar infectado de SSD, lo cual garantizaba su muerte, por más que se ocultara la herida y los síntomas. Si Enzo moría, él, por sí solo, no tenía muchas chances de supervivencia. Si continuaron con vida hasta ahí era porque Enzo había construido el refugio, la Madriguera, y su sistema de energía y el de aislamiento, sus estrategia de almacenaje de alimentos y agua. Hasta la ropa era parte de sus mañas. Para que todo aquello funcionara correctamente había que llevar a cabo un mantenimiento constante. Después de Enzo, todas aquellas cosas que garantizaban la vida se irían deteriorando, y tarde o temprano Telli tendría que unirse a un Grupo o sentarse a morir. Ahora se sumaba una nueva preocupación... tenían a un zombie en la casa, un infectado, un pobre animal-humano que llevaba un brazo amputado por él. Enzo le aseguró a su compañero que el zombie no lo reconocería como el agresor que le cortó el brazo. 37


-No pueden pensar, Telli, ni siquiera debe ser consciente de que le falta un brazo. Son solo bestias humanas animadas, una especie aparte. Creéme, Telli, sé lo que hago. -¿Porqué no intentamos comunicarnos con Lucy y lo discutimos con ella? -¡No metas a mi hermana en esto!- gritó Enzo, usando las mismas palabras que usó tantas veces en la adolescencia-. No creo que ella vuelva a encender el walkie, pero en el caso de que volvamos a saber de ella, no quiero que le cuentes nada sobre la captura del zombie, ni de la herida de mi pierna. Telli permaneció en silencio... Algo le hacía ruido... Las palabras de su amigo no eran convincentes. Nada de lo que sucedía era convincente y esa inseguridad existencial justificaba su nuevo ataque de pánico. A veces Enzo parecía que lo tenía todo resuelto y que tenía el control de las cosas que hacía, pero dentro de su mundo de orden y lógica, de prevenciones y de efectividad, se había olvidado de un detalle importante... tal vez el más importante... compartir sus conocimientos y brindarle a su compañero sus mismas herramientas para sobrevivir. -Quiero que subamos porque quiero que lo veas de frente y que comprendas que ese animal, aislado de la Horda, es menos peligroso de lo que te imaginás. -No pienso subir. No quiero verlo- respondió Telli, temblando de miedo. -Tenés que hacerlo, Telli, hay que vencer ese miedo. Te aseguro que no corremos ningún riesgo. 38


Los habían visto moverse por las calles dando tumbos como borrachos. Gimiendo, gritando, aullando. Los vieron rompiéndolo todo, descuartizando personas, lastimándose y golpeándose entre ellos, babeando espuma por la boca como perros rabiosos. La idea de que, individualmente fueran inofensivos era poco creíble. Finalmente Telli guardó silencio y agachó la cabeza. Enzo dispuso la ropa y se vistieron como si fueran a salir a la calle, incluso con las máscaras antigases. -Aunque no sobrevivirá mucho, tendremos que darle algo de comer. Hay que tratar de mantenerlo vivo lo que más podamos- dijo Enzo. -¿Y qué comen? Se miraron y quedaron quietos como si algo hubiese oprimido el botón de “pause” en sus vidas. -Supongo que comerá de todo, como cualquier cristianodijo Enzo sin mucha convicción. Los habían visto matando y desmembrando, pero nunca comiéndose la carne de sus víctimas. Telli extendió la mano y agarró el paquete de Palmeritas que estaba sobre la mesa, junto al mate. El otro hizo un gesto de aprobación y juntos marcharon, escaleras arriba, a la casa. Enzo había dispuesto con anterioridad dos enormes focos frente a la puerta enrejada de la habitación que era la celda donde contenía al zombie. Telli empuñó un arma que nunca había disparado, una pistola que perteneció al padre de Enzo. -¿Todo listo?- preguntó Enzo, y en cuanto Telli levantó el dedo pulgar, le dio al interruptor. Aquello era muy peligroso 39


porque ya había oscurecido y jamás encendían luces en la casa cuando el vecindario entero estaba a oscuras por falta de energía eléctrica. Solo usaban luces dentro de la Madriguera. Pero ésta era una ocasión especial que merecía correr el riesgo. En un apodaron) Telli, pero al exterior tiempo.

primer momento no vieron al “bicho” (así lo por ninguna parte, y eso puso muy nervioso a la reja estaba intacta, y la única ventana que daba estaba perfectamente sellada desde hacía mucho

Entonces hubo un gruñido... -¡Ahí está!- exclamó Enzo y perfiló el foco en dirección a la pared que tenía un placard empotrado, hacia la derecha de la habitación. La bestia malherida yacía derrotada y débil en el suelo. Acurrucada y con la cara apoyada en la pared. Había rastros de sangre, fluidos y excrementos por toda la alfombra. Telli tomó coraje y se acercó lo más que pudo a la reja para verlo bien. Se quedó observando durante largo rato. -¡Levantá un poco la luz!- dijo y Enzo, satisfecho, obedeció al pedido de su compañero. Era evidente que algo le había llamado poderosamente la atención. -Es una mujer...- dijo. -¿Qué? -¿No te habías dado cuenta de que es una mina? Enzo afiló la vista para confirmarlo. Sin dudas se trataba de un zombie-hembra. Su cuerpo era extremadamente delgado, piel y huesos, y en su cabeza quedaban solo algunos débiles mechones de cabello. La piel era grisácea como la de una rata de campo, y 40


a través de ella se traslucían todas las ramificaciones azuladas y violetas de sus venas. Se leía claramente todo su esqueleto. El costillar se le movía al respirar. El cráneo. Las articulaciones. Los puntiagudos huesos de sus caderas. Era un ser vivo en las peores condiciones de decadencia. Telli se relajó... El miedo empezaba a ser reemplazado por una repentina sensación de pena y lástima. Sintió piedad por aquella desgraciada criatura que no era más que una víctima de las circunstancias de la impunidad y la desmedida codicia humana. Arrojó el paquete de Palmeritas abierto, dentro de la celda, pero el “bicho” no les hizo caso alguno a las galletas. Estaba agonizando y su silbante respiración sonaba carrasposa y doliente. -Se está muriendo, Enzo, tenemos que ayudarla. -¿Ayudar? ¿Ahora querés ayudar? Yo sé que se está muriendo, pero no lo traje acá para salvarlo sino para entenderlo. -Es una mujer. No hables en masculino- corrigió Telli. Se mantuvieron en silencio, pensativos, dubitativos. Ante sus ojos tenían un dilema y la situación generaba toda clase de sentimientos encontrados. -Voy a traerle agua- dijo Telli y fue en busca de una botella de agua mineral. Enzo apagó los focos y siguió a su amigo... -Le dejamos el agua junto a la reja y nos vamos a la Madriguera. Mañana pensamos que hacer con él. -¡Ella! ¡Es una mujer! Podría ser tu madre o tu hermana. Se miraron de frente. 41


-No te entiendo, Telli, hace un rato tenías miedo de subir a ver al bicho y ahora te agarró un repentino ataque de compasión. No vas a entrar a esa celda a darle agua ni nada... Estoy adivinando tus intenciones y no me gusta lo que sospecho que querés hacer. -Vos la trajiste... ¿para qué? ¿para verla morir? Vas a escribir en tu cuadernito de bitácora: “traje un ser humano malherido y lo encerré en una celda para ver como se muere... No moví un dedo para evitarlo...” Enzo, nervioso, interceptó el paso de su compañero apoyando el brazo contra la pared y lo enfocó directamente a los ojos con su linterna... -Esa cosa que está ahí me lastimó la pierna... Ahora mismo puede ser que yo tenga la sangre tan sucia como la suya. Si ella me infectó tengo el derecho de... -¡Ahhh! ¡Es una venganza! Vos querés ver como se muere y con eso vos te vas a morir tranquilo....- ironizó Telli-. Voy a preguntarte algo, Gordi... Si hubiese visto a esa zombie deambulando por la calle, sola, un día cualquiera... ¿no la hubieses matado sin que ella te atacara? Enzo se mantuvo pensativo... -La respuesta es “sí”...- continuó Telli-. La hubieses atacado sin pestañear porque estamos en un mundo donde humanos atacan a humanos sin preguntar, por miedo, “por las dudas”... Ella te rasguñó... te atacó por el mismo principio que te hubiese llevado a vos a atacarla si la hubiese visto primero... ¿Qué forma de extermino es esta? ¿En qué mundo estamos metidos? ¿Nos volvimos tan irracionales y perversos que no sentimos piedad por alguien que está en total inferioridad de condiciones? 42


Enzo retiró el brazo que obstaculizaba el paso a su compañero. Telli buscó agua y una esponja, y la ató al extremo de un palo de escoba. Para ingresar a la habitación de Lucy tuvieron que desencajar la reja del improvisado quicio que fabricó Enzo la noche anterior. Entraron y se movieron cautelosos. Telli empapó la esponja con agua y se la acercó al “bicho” que se mantenía en la misma postura de antes, acurrucado de dolor, con el cuello doblado hacia arriba y la cara apoyada contra la pared. Por detrás, Enzo, sujetaba el reflector y la pistola en alto, con el tembloroso dedo apoyado en el gatillo. Estaba dispuesto a disparar ante cualquier movimiento extraño. -Agoniza- disertó Telli-. La infección del brazo va a matarla. En un rapto de lucidez, al percibir la presencia de los dos hombres, el “bicho” humano emitió un débil gruñido. Un segundo gruñido sonó lastimoso y agudo, como con dolor. Telli, con la linterna, le iluminó la cara. La mujer zombie mostró los dientes podridos y afilados, como un perro rabioso, pero su advertencia no causaba miedo porque su cuerpo no acompañaba esa actitud. -¡Tranquila! Vine a traerte agua- dijo Telli. La mujer zombie lanzó un mordisco al aire en cámara lenta. Telli se levantó la máscara para enseñarle su rostro y al instante tuvo un arcada, y volvió a cubrirse la cara. -¡Puja! Huele como un caballo muerto...

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-Se tira pedos...- comentó Enzo desde atrás- ...cuando la traje esta mañana se tiraba pedos todo el tiempo. Olían como pólvora quemada. Telli volvió a humedecer la esponja y pretendió acercársela a la boca, pero ella la rechazó e intentó morder el palo. -No quiere agua. Quiere que la dejemos morir en pazdijo Enzo. Telli, que llevaba las manos cubiertas por el guante de protección de alambre, apoyó la mano sobre su hombro, pero la instante la piel se deslizó y se desprendió putrefacta. -¡Dios! Se está pudriendo en vida- dijo Telli. Ya no era la infección del brazo ni los síntomas característicos del SSD, su estado general era de descomposición acelerada. Pero lo que más les llamaba la atención era que aquel esqueleto sin estómago, continuaba con vida a pesar de todo. -Telli, tenemos que apagar la luz... ¡Vamos! Los dos hombres salieron de la habitación y volvieron a calzar la reja. -Deberíamos rematarla- sugirió Telli. -¡Ni loco! Con lo que me costó traerla hasta acá. Además... no sabemos fehacientemente si se está muriendo... Capaz que son así naturalmente. Nunca tuvimos a uno de estos bichos tan de cerca. Se metieron en el Matapulgas y entraron en la Madriguera. Tomaron mate en silencio. Sus pensamientos se batían a duelo entre lo humanamente piadoso y la curiosidad 44


“científica”. Enzo no sabía bien porqué, pero no quería matarla. -Esta noche tengamos jornada de reflexión. Mañana decidiremos que hacer- propuso Enzo. Quitó las balas de la pistola y se las guardó en el bolsillo para evitar cualquier arranque moral de parte de su colega. Sabía perfectamente que Telli no iba a matarla a palos. -Si. Y mientras tanto ahí arriba hay una criatura viviente sufriendo una agonía espantosa. Nosotros reflexionemos... Supongo que el mundo siempre funcionó así...- concluyó Telli.

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Episodio 7 (Publicado el 11 de Febrero de 2013) La perfumería de los Ayala estaba ubicada en la vereda frente al correo, en diagonal, junto a una librería. Del lado izquierdo a la entrada de la perfumería había una portezuela blanca que era el acceso a un pasillo que desembocaba en la casa. Por fuera no parecía nada especial, pero los Ayala eran una familia de clase media, de buen pasar. Mientras caminaban en dirección a la diagonal, Enzo y Telli, discutían sobre el número de hijos que tenían los Ayala. No se ponían de acuerdo salvo en que eran todas mujeres. Al llegar a la puerta del correo vieron los pedazos de toda la familia descuartizada que continuaban allí, desperdigados junto al cordón de la vereda. Los rodearon sin mirar. A pesar de que habían visto muchas cosas desagradables en los últimos años, no dejaban de impresionarse ante el dantesco espectáculo que las Hordas dejaban a su paso. Al llegar a la portezuela blanca, ingresaron por el pasillo a la casa. Telli miró por la ventana de la cocina. Silencio total. Guardaban cuidado por las dudas de que algún zombie rezagado estuviese dentro, perdido, como había sucedido con la que arañó a Enzo en el correo. Pero el paso a la casa estaba libre. Abrieron todas las ventanas para tener luz e inmediatamente revisaron milimétricamente los suelos. Esperaban encontrar en alguna parte la tapa que abriera la entrada a un refugio donde habrían sobrevivido los Ayala hasta el día anterior. Entonces, en medio de la búsqueda, se 46


escuchó el chasquido de un arma al cargarse, y de inmediato un cañón de escopeta se apoyó en el omóplato de Enzo. Telli dejó caer la pistola al suelo y levantó las manos y al mismo tiempo se orinó en los pantalones. Enzo también alzó los brazos. -¿Qué buscan? ¿Comida?- preguntó la voz rasposa y embutida dentro de su máscara antigases, del hombre de la escopeta. -No, no somos saqueadores. No dispares- suplicó Enzo con la voz temblorosa. -¿Entonces? -Soy Enzo Ganzoni, y él es Esteban Folcatto, pero le decimos Telli. Somos vecinos. Mi hermana, Luciana Ganzoni, Lucy, hizo la secundaria con Miriam Ayala. Nos conocemos... -Vecinos...- murmuró el tipo de la escopeta. -Si, señor... vecinos...- corroboró Telli. -¿Te measte en los pantalones?- le preguntó el tipo del arma. Los tres apuntaron sus ojos a la mancha húmeda del pantalón de Telli. Era evidente. El hombre emitió un gruñido y bajó el arma y la apoyó contra la pared. Se quitó la máscara. -Eso me sobra como prueba de que no son saqueadores. Los saqueadores no se hacen pis encima. -Vimos lo que les pasó a los demás y vinimos a ver si quedaban sobrevivientes- explicó Enzo. El hombre de la casa se dejó caer pesadamente sobre la silla. Parecía muy débil. 47


-Ya podés bajar las manos, no te estoy apuntando- indicó a Enzo -. Quítense las máscaras así puedo ver sus caras- les ordenó-. Nos atacaron de sorpresa. Yo reventé a un par de ellos pero eran como diez. -Si, un grupo grande. Los vimos desde el correo. El hombre acercó un pack de latas de cocacola que había sobre la mesa y destapó una. Les ofreció a los forasteros pero ellos no quisieron. -Es horrible tomar esto sin enfriar. Lo que más extraño son las heladeras y los congeladores... ¿Y qué hacían ustedes en el correo? -Fuimos a chusmear...- se apresuró a responder Telli-... hay paquetes en el sótano todavía. -¿Paquetes? ¿Encomiendas? ¿Para qué puede servir eso? La gente mandaba cualquier cosa por correo, pero no elementos de supervivencia. No hay que salir a correr riesgos al pedo. -¿Qué te pasa? ¿Estás infectado?- preguntó sin rodeos, Enzo, al hombre de la casa. El tipo, con la mirada caída y una sonrisa forzada le respondió con una pregunta: -¿Y a vos que te parece?- y levantó la manga de la camisa para mostrarles la herida que llevaba en el antebrazo. Se trataba de una mordida limpia que le arrancó de cuajo un trozo del músculo. -Tenemos para desinfectar... antitetánica, penicilina y... -¿Ah, si? Entonces tienen heladera, ¿no? Tienen luz...dedujo el malherido. 48


Telli y Enzo se miraron y no respondieron a la pregunta. Se hizo un largo silencio. -¡Tranquilos! No se preocupen por mí... Igualmente ninguno de esos medicamentos sirven para nada. Cuando estás mordido estás muerto, así de simple. Telli y Enzo volvieron a mirarse entre ellos, pero esta vez con ojos de preocupación. Volvió a hacerse un largo silencio. El tipo achinó sus ojos... estudió sus miradas. -¿Cuál de los dos fue mordido?- preguntó. Telli señaló a su compañero con un cabeceo. -Solo fue un rasguño, no llegó a morderme- explicó Enzo. -Mostrame el rasguño. -No hace falta, está todo en orden. -Yo te voy a decir si está todo en orden. Mostramedictaminó el hombre de la casa. Enzo miró a su compañero. Telli le hizo una seña para que accediera. Levantó el cierre de la botamanga del pantalón y le acercó la pierna. El otro despegó un poco la venda y volvió a gruñir. -Bueno. Parece que tuviste más suerte que yo. Menos mal- dijo y se echó un largo trago de cocacola. Enzo respiró aliviado. Le volvieron los colores a la cara. -¿Usted es médico? -No. Pero sé mucho sobre mordidas. Estuve en el grupo del Doctor Parodi. Seguramente lo tienen de oído... Los otros dos negaron con la cabeza. 49


-Parodi... el neumonólogo... -No, nunca oí su nombre- aseguró Telli. -Era una eminencia. El tipo tenía un cargo importante en el Hospital Muñiz. Todos los HIV pasaban por él. Los primeros casos de M.O.C los atendió él, y fue uno de los primeros que probaron el HB76, el inmunizador. Telli y Enzo se encogieron de hombros. No entendían nada de lo que estaba hablando. El tipo continuó... -El doctor Schuarts, Carlos Dafuncci y él fueron los que demandaron al laboratorio alemán antes del quilombo... ¿no oyeron hablar de la vacuna HB76? -No- respondieron a coro los otros dos. -¡Bahhh! ¡Da lo mismo! Moraleja: No hay vacunas, no hay solución, no hay nada... el mundo se fue a la mierda. Supongo que a estas alturas todo el mundo está infectado, solo que con una buena mordida como esta el proceso de deterioro es más rápido- concluyó y acabó su cocacola. Estrujó la lata entre sus dedos y de inmediato abrió otra lata. En eso se escuchó un ruido desde el interior de la casa. Telli y Enzo se sobresaltaron y se pusieron en guardia. Telli recogió su pistola del suelo. -¡Tranquilos!- dijo el hombre sentado-. Es mi sobrina. Los forasteros permanecieron expectantes pero la sobrina no apareció. Se la oía caminando, moviendo algún mueble y cambiando cosas de lugar. -¿Qué son ustedes de los Ayala?- preguntó Enzo. -Qué “eran” de los Ayala, será- corrigió Telli con una inoportuna intervención. 50


El otro hombre se los quedó mirando, pensativo y sonriente. Volvió a achinar los ojos. -Llevan mucho tiempo juntos, ¿no? -Unos años- respondió Enzo. -Toda la vida- corrigió Telli-. Nos conocemos desde chicos, fuimos al colegio juntos y sobrevivimos juntos. -Se nota. Es que se miran y hablan entre ustedes con los códigos de un matrimonio viejo. -No somos maricones- se apresuró Enzo. El tipo rompió a reír por la prisa de la aclaración. -No, no dije eso... solo digo que llevan tanto juntos que hablan como un matrimonio viejo. Lo que hagan en su intimidad no es asunto mío- se hizo otro largo silencio. El hombre llenaba esos espacios con largos tragos de cocacola. -No me respondiste a la pregunta- insistió Enzo. El tipo levantó pesadamente la vista para enfocarlo. -¿Qué pregunta era? -Tu parentesco con los Ayala. -¡Ah! Si, si... Yo vengo a ser... sobrino de Ayala, hijo de su hermano Héctor. Legamos con Pablina hace un mes más o menos. -No sabía que Ayala tuviese un hermano. -No se hablaban con mi padre desde hace muchos años, desde la adolescencia, creo. Cuando llegué no le dije quien era y él me reconoció enseguida... “tenés la misma cara de nabo de tu papá”, me dijo. Nos dio asilo a mi sobrina y a mí que veníamos desde Tucumán. Nos dirigíamos a la Capital. 51


-¿Desde Tucumán? ¿Cómo vinieron? -En auto. Cuando se nos acababa la nafta de un auto agarrábamos otro y así...- explicó el malherido-... un tramo largo lo hicimos en camión. Volvió a hacerse un largo silencio. El malherido dejó la cocacola y con total naturalidad volvió a agarrar su escopeta. Limpió el caño con un repasador de cocina. -¿Y como sabías que tu tío estaba vivo? -No lo sabía. Me arriesgué. Lo único que sabía era que la casa tenía un refugio bastante seguro. Ese dato me lo dio mi viejo. -¿Y tu padre como lo sabía? ¿No era que estaban peleados desde la adolescencia?- insistió Enzo. El tipo lo miró con ojos desquiciados. Dejó el trapo repasador sobre la mesa. -¿A que vienen tantas preguntas? Telli intervino para distender la repentina y misteriosa tensión. -¿Qué importa todo eso? Lo importante acá es que estamos vivos- y enseguida se dio cuenta de lo absurdo de su comentario siendo que el hombre de la casa tenía una mordida fatal en el brazo. Entonces apareció la chica. Se trataba de una adolescente muy delgada, vestida con traje de neopreno negro, con una máscara antigás levantada sobre la frente. -Tu cama está lista...- dijo-... deberías acostarte. -Esta es Pablina, mi niña- dijo el tipo-. Estos son Enzo y Esteban, pero le dicen... 52


-Telli- se apresuró a decir Telli. -Eso. Telli. ¿Porqué Telli? -Mi abuelo me llamaba así de bebé y el apodo se quedó pegado. -Eso es lo que pasa con los apodos. Pablina estiró la mano para saludar a los dos desconocidos. Tenía las manos enfundadas en guantes de goma. A Enzo le llamó la atención de que el guante de la mano derecha estuviese recortado dejando el dedo índice al descubierto. -Por cierto... yo me llamo Ignacio-añadió el hombre malherido mientras se levantaba torpemente de su silla-. Los Señores tienen un refugio seguro y tienen luz. Tienen medicamentos y seguramente un buen arsenal de armas, alimentos y bebidas- informó el tipo a la muchacha. Telli y Enzo no se pronunciaron ante ese comentario. Se miraron entre ellos y guardaron rotundo silencio. Ignacio siguió hablando... -Es que sí que son como un matrimonio viejo. Se miran y se dicen todo- y rompió a reír con una carcajada sucia y doliente. Empinó el resto de la segunda cocacola y agarrándose del borde de la mesa se movió, con dificultad, como un anciano, sujetando la escopeta bajo una axila. -Señores... ahora que nos conocemos nos podemos juntar a tomar el té y a jugar a la canasta o al truco, o al culosucio, como prefieran. Cada tarde a la misma hora, hasta que nos muramos todos- dijo Ignacio y volvió a reír pero esta vez su 53


risa doliente se transformó en un tosido carrasposo. Se perfiló en dirección a la puerta que daba al interior de la casa. -Una pregunta...- lo interrumpió Enzo antes de que desapareciera. Ignacio torció un poco para verlo por encima del hombro. Su mirada no era nada amable con él. -El hombre de las preguntitas...- murmuró-... ¿Y ahora qué? -Tus primas... ¿cuántas eran? Un extraño gesto se dibujó en la cara de Ignacio. Se dio la vuelta y se sujetó del marco del umbral de la puerta. La tensión en su rostro era imposible de disimular. -Es que veníamos discutiendo eso en el camino...intervino Telli-. Pero igual es un detalle sin importancia. Dejá descansar a este hombre, Enzo, no jadas más con el interrogatorio. -No, Esteban, está bien... lo que pasa es que tu amigo sufre una repentina desconfianza hacia mí. Lo que no entiendo es porqué. No estoy mostrando hostilidad sino hospitalidad, y aún así se toma el atrevimiento de desconfiar de mí-. Hizo un largo silencio. Sus miradas chocaban entre sí y echaban chispas-. Tres- respondió-. Tres primas tenía y ahora son solo carne y huesos desparramados por la calle. ¿Conforme? Enzo asintió sonriente. -Es exactamente la respuesta que esperaba oír. Graciasdijo. Ignacio volteó para continuar camino. -Espera, Ignacio...- dijo, esta vez Telli. 54


-¿Y ahora qué? ¿Querés que diga sus nombres?- dijo el tipo con tono agresivo. -No, no, quiero hacerte una consulta... Vos dijiste que estuviste en un grupo donde había un médico que trataba a los zombies... -Un Doctor- corrigió-. El Doctor Parodi, una eminencia de la medicina moderna. -Es que tenemos un zombie atrapado en casa y no sabemos que hacer. -¡Telli!- gritó Enzo. La chica retrocedió unos pasos. Ignacio abrió los ojos aterrado. -¿Qué tienen qué? -Un zombie, una mujer. Está muy mal, se está muriendo. Es la que rasguñó a mi compañero. -¡Mierda! ¿Están locos? ¿Qué hacen con un bicho de esos en la casa?- gritó Ignacio con la voz quebrantada. -Está enjaulada en un lugar seguro. No creo que sobreviva más de hoy mismo. Tiene un brazo amputado. Ignacio y su sobrina se miraron como preguntándose “¿estás oyendo lo mismo que yo?”. -¿Para qué lo quieren?- preguntó la chica. -En realidad... no sabemos... -La atrapé porque quiero estudiarla y quiero saber que cosa es lo que le pasa realmente y...

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-¡Madre de dios! Nos encontramos con dos chifladosdijo Ignacio dejando la escopeta en el suelo y pasándose la mano por la cara. -Tienen que deshacerse ya mismo de ese animal. Es un peligro- dijo Pablina. -No es un animal... es un ser humano. -Perdona amigo pero no es un ser humano, “fue” un ser humano, hasta que algo le comió una parte fundamental de su sistema nervioso central. Justamente una parte del cerebro que es la única que nos diferencia de los animales...- explicó Ignacio-. Deberían ir a su refugio, casa, o lo que sea donde vivan y pegarle un tiro a ese bicho inmundo y putrefacto y enterrarlo lejos o quemarlo para que no se propaguen las infecciones que largan. Enzo y Telli se quedaron en silencio. Parecían dos niños que acababan de recibir una reprimenda de parte de su maestra de grado. -¡Ahhhh! ¡Ahora entiendo!- exclamó Ignacio-. Lo que pasa es que ninguno de los dos se atreve a pegarle un tiro al bicho. Sí que son dos maricones. No entiendo como sobrevivieron hasta ahora dos tipos tan pelotudos como ustedes. Hasta esta niña se atrevería a volarle la cabeza a un zombie de esos- dijo, señalando a Pablina. Ignacio batió la cabeza de un lado a otro y se marchó al interior de la casa. La chica dijo: -No es por falta de piedad, ni es por falta de humanidad. Créanme, mi tío tiene razón. Le hacen un favor al zombie si 56


lo matan. Los M.O.C no tienen posibilidad, sufren estando vivos. Quieren morir. -¿M.O.C? ¿así los llaman científicamente?- preguntó Telli. -Si. Es el nombre del virus que les chutaron para probar anticuerpos. -Creí que se llamaba SSD- intervino Enzo. -SSD es el virus propagado que atraviesa el medioambiente y entra en una mutación veloz hacia otro organismo. Es letal- dijo la chica y señaló con el pulgar hacia el interior, indicando que es lo que padece su tío. -O sea que es cierto que los zombies son humanos de experimentación...- confirmó Telli lo que ya venían sospechando desde hacía mucho tiempo. -Cualquier idiota sabe que no son zombies realmenteexplicó Pablina-. Es el apodo popular. Son víctimas de grupos de prueba. Por eso es que aparecen en Hordas esporádicas. -¡Mierda! Mi hermana está en un grupo que se dirige al norte. -Si, es ahí donde hacen las pruebas- aseguró la chica-. No sirve para nada. Lo único que consiguieron hasta ahora es bajar un poco la agresividad de los M.O.C, pero el virus se hizo demasiado fuerte. Los tres se quedaron en silencio. Un gesto de terror y preocupación se dibujó en la cara de Enzo.

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Episodio 8 (Publicado el 11 de Febrero de 2013) -¡Esteban! ¡Telli!- gritó Ignacio desde el interior de la casa. -Mi tío te está llamando. Telli miró a su compañero con extrañeza. ¿Para qué lo llamaría? Cruzó el pasillo y avanzó hasta la habitación. Los otros dos se quedaron en la cocina, en silencio. El cuarto matrimonial de los Ayala estaba totalmente pelado. Por debajo de la cama se encendió la luz de una linterna. -¡Por acá!- indicó la voz carrasposa del moribundo. Telli movió la alfombra y se encontró con el agujero de la entrada de un sótano. Allí resolvió el enigma del refugio secreto de los Ayala. -Bajá con cuidado. Tengo que decirte algo. Telli descendió por los escalones metálicos de una escalera desplegable. El otro le dio una linterna con un foco grande y una vez bajo tierra Telli inspeccionó el alrededor. El ambiente era amplio, el doble de la Madriguera. No había ventanas, solo un precario sistema de respiraderos con tubos. Había varios colchones en el suelo, toda una colección de máscaras antigás colgadas en una de las paredes, y muchas linternas y pilas desparramadas por todos lados. 58


Ignacio regresó a su cama. Estaba tiritando de fiebre. Sonrió con dificultad. Tenía los ojos hundidos en dos hoyos negros y las encías casi blancas. -Sentate. Tengo que hablar con vos...- dijo. Telli obedeció y se ubicó al borde de la cama-. Como habrás comprobado me queda poca cuerda...- comenzó diciendo-. Ustedes dos fueron la respuesta a mis plegarias. Necesito que se lleven a Pablina con ustedes. La chica no se puede quedar solita. -Tendría que hablar con Enzo y... -¡No! Tenés que tomar la decisión vos- interrumpió Ignacio-. A vos te va a pasar lo mismo. -¿Lo mismo? ¿Qué cosa? -Que te vas a quedar solo muy pronto. Tu amigo está infectado. La herida que tiene lo va a matar en unos días. -Pero vos dijiste que... -Mentí. ¿Qué iba a decir? Pablina y vos van a ser un equipo, no les quedará mas remedio. Tienen que continuar juntos. Ella es muy despabilada y sabe manejar armas y sabe de supervivencia. Vos hacele el aguante y hacé todo lo que ella te diga porque, creeme, es una piba “Tank Girl” ¿entendés? Ella es tu única posibilidad de sobrevivir cuando te quedes solo. -¿Y vos? Ignacio le mostró una pistola que tenía bajo la almohada. -En cuanto salgan yo me voy a amasijar con esta pistola. Te pido el favor de que mañana vengas por acá y te lleves algunas cosas... armas, linternas, lo que encuentres que les pueda servir. Venite solo, no quiero que ella me vea muerto. Te voy a dejar esta manta acá, al lado mío para que me 59


cubras, así no tendrás que verme. Pero vení mañana, antes de que me descomponga y esto apeste y se llene de moscas. -¡Dios! ¡Que horrible es todo esto! -Si, pero es lo que hay. Estamos metidos en esta pesadilla y hay que pesadillar. Telli permaneció pensativo. Todo lo que decía Ignacio tenía mucho sentido y, aunque no le gustaba, tenía que asumir la realidad. Se dieron un apretón de manos. No había nada más de que hablar. El moribundo le dijo que llamara a su sobrina, que él le explicaría todo. Telli se encaminó hacia la escalera. -¡Ah! ¡Esteban! -¿si? -Deshacete hoy mismo del zombie. Llevalo al medio de la plaza y pegale un tiro en la cara. Haceme caso. No vuelvan a hacer una cosa así, jamás. Telli asintió con la cabeza y subió hacia la casa. Le dijo a Pablina que su tío quería hablarle. Ella desapareció por un rato en el que Telli y Enzo no se dijeron nada. Enseguida la chica reapareció. Llevaba una mochila colgando del brazo y una pistola en la mano del guante con el dedo recortado. -Estoy lista- dijo. Enzo miró a Telli. -Viene con nosotros. Volvemos a ser tres en la Madriguera- anunció Telli con un tono de voz inapelable. Era la primera vez que Enzo lo oía hablar con tal desición. 60


Nadie hizo comentario. Se calzaron las m谩scaras y salieron a la calle. Al llegar a la esquina se escuch贸 el disparo.

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Episodio 9 (Publicado el 18 de Febrero de 2013) La entrada de Pablina en la casa natal de Enzo fue todo un acontecimiento lleno de dudas e incomodidades. Era la primera vez que un extraño iba a ingresar a la Madriguera. Antes de doblar por el pasillo que los llevaba al sótano secreto, indefectiblemente, tuvieron que pasar frente a la antigua habitación de Luciana donde se hallaba cautiva la mujer zombie. El olor dentro de la casa era pestilente, y Telli tuvo que volver a salir al jardín delantero para calmar las arcadas que estuvieron a punto de hacerlo vomitar. -¡Se está pudriendo viva!- exclamó Enzo. -Abrime la reja, yo me ocupo de esto- dijo la chica. Se calzó los guantes de carnicero y le quitó el seguro a la pistola que llevaba cruzada bajo el cinturón. Los dos hombres desmontaron la reja. Por la ventana entraba el mezquino reflejo de la luz del día que empezaba a decaer con la aparición de las primeras nubes cenicientas. Pablina avanzó con decisión, iluminándose con la luz de la linterna, y, la mujer zombie, como intuyendo la presencia de su verdugo, torció un poco la cabeza, miró hacia la luz, y gruñó como un animal acorralado. Pablina se puso en cuclillas a su lado y, con el dedo pulgar, le levantó un poco el labio superior para mirarle las encías y los dientes. -¿Qué hace?- preguntó Telli a su compañero. Enzo se encogió de hombros. El zombie pretendió morder sin fuerzas la mano que lo invadía. Pablina agarró el paquete de Palmeritas que estaba a 62


un costado, en el suelo, y volteó para mirar a los otros dos como diciendo: “¿Y esto?” -Era por si quería comer algo- explicó Telli. La chica sonrió y moviendo la cabeza murmuró: -Ingenuos. Pidió una toalla o una manta. -¿Para qué? Pero ella no respondió. Se levantó y buscó algo por sí misma. Descolgó de un tirón la cortina que cubría la ventana y la arrojó por encima de la mujer zombie cubriéndola. Apoyó el caño de su arma en el bulto de su cabeza y, sin demorarse, disparó. El cuerpo inerte se desplomó al instante como una bolsa de papas cayendo de costado. -¡Listo!- exclamó-. Ayuden a sacarla fuera. Tenemos que quemarla. Telli y Enzo permanecieron atónitos mirándose entre ellos. La fría ejecución había sido tan rápida e inapelable que no les dio tiempo a reaccionar. La actitud de la muchacha era lo que más les sorprendía. Era una chica muy decidida. Arrastraron el cadáver envuelto en la cortina, por el comedor hasta el porche. Pablina determinó que la quemarían en medio de la calle. -No podemos quemarla acá. Nosotros no hacemos fogatas cerca de la casa- explicó Enzo-. Son nuestras normas. No queremos que nadie descubra nuestro escondite. Ya sabes lo que pasa con los saqueadores.

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Pablina lo miró y permaneció en silencio por un rato. Había cierta tensión de batallita de liderazgo en los ojos de ambos. Finalmente aceptó. -Esteban, necesito que traigas una carretilla- dijo ella. -¿Una qué? No tenemos una carretilla... ¿no?- dijo Telli mirando a su compañero. -¿Quieren que termine con esto o no? Conseguime una carretilla de donde sea- insistió ella con la severidad de un sargento en la voz. -En el galpón de Peralta hay una- intervino Enzo, señalando la casa del vecino. Telli corrió hacia allá. Pablina continuó... -Vos conseguime algo de combustible, cualquier cosa que prenda fuego, y un encendedor o fósforos. ¿Dónde está el cacho de brazo que le falta? ¿No lo tendrás ahí dentro, no? Enzo negó con la cabeza. No le gustaba el tono de mandona de la chica, y esas licencias de líder que se estaba tomando. Pero ella no se daba por enterada. -Hay que desinfectar toda la habitación. ¿Tenés ácidos o...? -“Relics”- se apresuró a responder Enzo. “Relics” era un preparado de polvillo tan volátil que al soltarlo parecía humo. Se comercializó cuando se descubrió la toxicidad de las cenizas, unos dos años antes del toque de queda y la primer cuarentena. Se usaba para las duchas que desinfectaban la ropa de calle. Era con lo que se pulverizaban en ese cubículo al que ellos llamaban el “Matapulgas”, antes de entrar a la Madriguera. 64


-Bueno, creo que eso puede servir...- dijo ella con fingido convencimiento. Al cabo de un rato Telli reapareció empujando una especie de carro de cartonero. A pesar de que llevaba la máscara puesta, Enzo, advirtió el susto en sus ojos. -¿Para qué usarían este carro los Peralta?- preguntó Telli disimulando. -¿Telli, está todo bien?- consultó su amigo. -Si, si... todo en orden. Se hizo un breve silencio. Telli evitó el contacto directo con su mirada. Parecía intranquilo. -¿Seguro que estás bien?- insistió. Telli asintió con la cabeza y levantó el dedo pulgar. Cargaron el cadáver en el carro y de inmediato, la muchacha, dispuso que Telli la acompañaría y que Enzo se quedaría a desinfectar la habitación. Pero Enzo ya no estaba dispuesto a recibir órdenes de la forastera, aunque tuviera cierta lógica en sus disposiciones. Sentía que tenía que rebelarse y mostrar un poco los dientes porque sino se les subiría a la cabeza. Después de todo ella era la que se acoplaba, la recién admitida. -Telli se queda a desinfectar y yo voy con vos- dijo, replicando. -Esteban ¿sabés manipular polvo Relics?- le preguntó Pablina. -¿Eh?- exclamó Telli, que no tenía idea de nada. -Lo supuse- se jactó Pablina. 65


-No importa. Yo voy con vos. Yo traje el bicho a la casa y yo me deshago del bicho- insitió Enzo, con absurda terquedad. -Es ridículo... pero... como quieras. Telli se quedó en la casa, limpiando los restos y suciedades de la antigua habitación de Luciana, donde estuvo la cautiva. Los otros dos se dieron prisa para transportar el cadáver al centro de la plaza donde le prendieron fuego. La nubes de ceniza ya encapotaron casi todo el cielo y la oscuridad los sorprendió en el trayecto de regreso. En ese lapso, Pablina y Enzo, tuvieron una breve pero intensa conversación...

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Episodio 10 (Publicado el 24 de Febrero de 2013) Avanzaron a toda prisa antes de que la oscuridad de las cenizas lo cubrieran todo. Las nubes aglomeradas en el cielo desprendían esos pequeños copos que llovían por todas partes y que se disolvían al tocar el suelo. Sin embargo el residuo de sus partículas era letal, y era de lo que tenían que deshacerse con los duchazos en el Matapulgas. Al doblar por la esquina distinguieron la luz de un foco que iluminaba hacia la calle, justo frente a la casa de los padres de Enzo. Pablina desenfundó el arma. Enzo, al verla, hizo lo mismo para no ser menos, y se abrieron, separándose uno para cada vereda. Se movieron agazapados como soldados. Distinguían la figura de un hombre que sujetaba el foco de luz. Se detuvieron a observar. Entonces la silueta humana empezó a gritar... -¿Dónde estás? ¿Adonde te metiste ahora? Enzo, de inmediato, reconoció la voz de su compañero y advirtió a Pablina para que no disparase... -¡Tranquila! Baja el arma. Es Telli. -¿Dónde estás ahora?- seguía gritando- ¿Dónde mierda te metés? ¡No te puedo ver! -¿Qué hace? ¿Qué le pasa?- preguntó ella desorientada. -¡Tranquila! Tiene uno de sus ataques. Yo controlo la situación- dijo Enzo y saltó a la calle para ayudar a su amigo. La luz lo enfocó de inmediato. 67


-¿Tano? -¡Telli! ¡Amigo! Soy yo... soy Enzo... El chasquido del arma al cargarse se hizo oír claramente en medio del silencio circundante. La luz que lo encandilaba avanzó hacia él rápidamente. Enzo levantó las manos y volvió a anunciarse con la voz temblorosa. -¿Tano? – volvió a preguntar Telli. -Telli no me dispares. Soy yo, Enzo...- suplicó- y de inmediato, anticipándose a cualquier reacción de Pablina, volteó un poco la cabeza y le dijo: -Pablina, bajá tu arma... No me va a hacer nada. Telli continuó, y aunque solo se veía una luz que avanzaba y encandilaba, los otros dos sabía perfectamente que tenía un arma en la mano y que estaba apuntando a Enzo. Volvió a preguntar: -¿Tano? -No soy el Tano... soy Enzo- dijo el otro con la voz temblorosa de pánico-. El Tano se acaba de ir por allá. Bajá el arma y volvé a ponerte la máscara por favor. Telli detuvo el paso y se mantuvo en un confuso silencio. -¿Están chiflados o que carajo les pasa?- preguntó Pablina. -¿Quién está ahí?- gritó Telli y la luz se movió nerviosamente hacia ambos lados de la calle. Enzo, con los brazos en alto, se apresuró hacia él. -Es Lucy- dijo. 68


El foco de luz que encontró el bulto humano de la mujer se detuvo. Volvió a hacerse silencio. -¿Lucy? ¿Vino Lucy? -Si, si... está aquí...- dijo Enzo-. Lucy, asomate para que Telli pueda verte bien. Pablina, que continuaba con el arma preparada para disparar, levantó las manos y saltó hacia el centro de la calle. -¿Ves? Ahí la tenés...- dijo Enzo-. Vamos a darle un abrazo. Telli apagó la luz del foco y bajó el arma. En ese instante su compañero se le acercó velozmente y le quitó la pistola de la mano. Le acomodó la máscara que llevaba colgando bajo el mentón y lo abrazó fuertemente. -Ayudame a llevarlo adentro. Tiene que acostarse un rato y se le pasa. Pablina, sin abrir la boca para decir o preguntar nada, lo acompañó. Poco después, cuando abrió los ojos, Telli, estaba recostado en su cama, en la Madriguera, amarrado de pies y manos. Sentía la boca áspera por las pastillas de sal que le habrían metido. -¿Qué pasó?- preguntó- ¿Quemaron a la mujer zombie? -Si, ya está todo en orden- dijo Pablina que estaba cortándose las uñas de los pies con un alicate. Del otro lado de la mesa, Enzo, tomaba unos mates. -El cuarto de Lucy... hay que limpiarlo... -Olvidate. Ya hicimos todo el trabajo...- le dijo Enzo-. Descansá un poco. 69


Telli observó a la muchacha. Desde su ángulo, en la cama, podía ver su entrepierna desnuda y algo velluda, a través de un caprichoso pliegue que se ceñía en su short rosado, al tener una de sus piernas levantada sobre la silla. “Se le ve la concha”, pensó y sonrió. Había olvidado que existían. Antes se hubiese vuelto loco por ver algo así. Ahora, con la líbido muerta, una vagina no era más que algo curioso que no se veía todos los días por allí. “Una concha” murmuró y las lágrimas empañaron sus ojos. Los cerró y se quedó dormido. Pablina, que ya estaba al tanto de los esporádicos ataques delirantes de Telli, no volvió a hablar de ese episodio ni hizo más preguntas de las necesarias. Durante los primeros días de convivencia de a tres en la Madriguera no sucedió nada extraordinario, salvo que el estado de salud de Enzo empezaba a mostrar los primeros síntomas de un deterioro acelerado. Él pretendía disimularlo y no se hablaba del tema, pero los tres se daban cuenta de que aquello no iba nada bien. La herida de la pierna había dejado de ser un simple rasguño para extenderse como una mancha amarillenta desde el tobillo hasta por encima de la rodilla. Enzo la ocultaba y se iba de la Madriguera para hacerse las curaciones en un sitio apartado. Durante una de sus ausencias, Paulina, habló con Telli al respecto... -Voy a decirte esto claramente y sin rodeos... tu amigo se va a morir. Pronto. Vos lo sabés muy bien. Telli asintió con la cabeza como un niño ensimismado. 70


-Vamos a tener que planear algo. No podemos quedarnos solos acá. Tarde o temprano vamos a necesitar de más personas y yo prefiero que sea temprano. Telli guardaba silencio con la mirada hacia abajo. -Entiendo lo duro que pueda resultarte esto porque llevan demasiado tiempo juntos, pero la vida se volvió esto y la única opción es sobrevivir o sentarnos a lamentarnos por lo mal que está todo y dejarnos morir. -Tengo que intentar comunicarme con Lucy. Ella seguro que tiene una solución. -¿La hermana de tu amigo? Por lo poco que me contó Enzo ella es una rebelde y su grupo ya no está por aquí. No quiero ser la portadora de malas noticias pero te aseguro que si ese grupo se movió hacia el norte en busca de la vacuna milagrosa, tu amiga Lucy ahora estará deambulando por las calles masticando cables. “Masticando cables” era una expresión que se había vuelto común para referirse a los zombies. La inventó un conductor de televisión en los tiempos en los que se polemizaba sobre el asunto “zombie” en los debates populares. Por entonces aparecieron las primeras Hordas y todavía había luz eléctrica. Esas primeras camadas de zombies eran ultraviolentos y mordían todo, incluso los cables de alta tensión. Quedaban fulminados. En algunas ciudades llegaron a electrificar largas vallas de contención como único método efectivo ante el ataque de las Hordas. Con el tiempo y la experiencia consiguieron controlar un poco y bajar los niveles de violencia e hiperactividad. Las Hordas, igualmente despiadadas, empezaron a ser más depresivas y vulnerables. Para cuando llegó el Gran Apagón, 71


se consiguió dominar y controlar a los pequeños grupos aislados de Hordas ambulantes. -Lucy no puede estar muerta. Ella es muy inteligente y... -Bueno, como sea...- interrumpió Pablina-... lo que te digo es que estés preparado si querés venir conmigo. Yo necesito compañía y creo que vos y yo podremos lograrlo. -¿Lograr qué? ¿Adonde querés ir? -No puedo hablarte de eso ahora. Tu amigo Enzo está por llegar y no quiero que nos sorprenda haciendo planes para después de su muerte. Lo único que te voy a pedir es lo siguiente... pensalo. Yo me voy a mover de acá hacia el lado de la Capital, tengo un plan, que era el plan que tenía con mi tío, y voy a seguirlo, con vos o sin vos. -Y si es así ¿porqué esperás a que Enzo se muera? Nadie te retiene, podés seguir sola- dijo Telli. -Ya te lo dije... no es bueno andar solo por ningún lado. Prefiero que vengas conmigo. Cuatro ojos ven mejor que dos, dos cabezas piensan mejor que una, y además... la soledad es un veneno. Me gustaría que vinieras conmigo. Voy a esperarte a que entierres a tu amigo. Telli volvió a bajar la cabeza y a guardar silencio. Sabía que la propuesta de la muchacha era lo más acertado, pero en el fondo guardaba las esperanzas de que Lucy volviera a aparecer, como siempre, a sacar las papas del fuego. Los intentos por comunicarse con Luciana resultaban absurdos. Ella no volvió a encender el Walkie desde la última vez. Cuando Enzo salía a dar uno de sus largos “paseos”, Telli aprovechaba para intentar contactar con ella, y la púa 72


del tocadiscos volvía al surco 3 que daba comienzo a la canción de los hermanos Carpenters, una y otra vez, inútilmente. Una mañana de un miércoles, Enzo ya no pudo levantarse de la cama. Tenía medio cuerpo paralizado y el color de su tez era amarillento grisáceo. Empezaba a oler como un perro en descomposición. Telli decidió que iría hasta el carrefour, que era el último sitio que tenía noticias, en el que se habían refugiado los del Grupo de Sotto. Sabía que no los encontraría allí, pero guardaba las esperanzas de encontrar alguna pista que le diera referencias del rumbo que tomaron. Necesitaba encontrar a Lucy, sí o sí. La muchacha lo entendió, y le dio todas las indicaciones necesarias por si se topaba con alguna Horda, aunque sabía que no corría peligros. No iba a haber otra Horda tan inmediata merodeando por los alrededores. Al salir a la calle, Paulina lo detuvo: -Ya que vas hasta la entrada del pueblo necesito que me hagas un favor... -¿Qué?- preguntó Telli de mala gana. Ella le ajustó su pistola al cinturón obligándolo a salir armado, y mientras tanto le dijo: -Hay un monolito justo después del puente de la Panamericana. Es un pedazo de piedra con una forma un tanto piramidal y tiene el símbolo del Club de Leones por encima. -Rotary Club- corrigió Telli. -Bueno, es lo mismo, por mí como si fuera el símbolo de la UNESCO. El caso es que, al pie de ese monolito, como si 73


entraras al pueblo, hay un pedrusco de este tamaño que cubre una cinta de color verde. Mové esa piedra y tirá despacio de la cinta. Se va a desenterrar una pequeña caja envuelta en papel de diarios. Es chiquita así, como medio ladrillo... Traela. -¿Una caja envuelta? ¿Qué carajo... -No hagas preguntas y no se te ocurra abrir el envoltorio de la caja. Traémela. Mi tío y yo la dejamos ahí enterrada cuando llegamos. Después te cuento... Por favor- suplicó ella y acarició el costado de su brazo. Mientras Telli se alejaba ella le deseó buena suerte con la búsqueda de alguna pista sobre el paradero de Lucy. Las cuadras por la diagonal hasta la entrada del pueblo le resultaron interminables, sobre todo porque hacía mucho tiempo, años, que no recorría esas calles solo. Todo estaba desértico y silencioso. Al pasar frente a las casas y los negocios, era inevitable que en su mente afloraran los recuerdos de lo que había sido aquel lugar en su infancia y en su adolescencia. En el pasado, aquel, era un pueblo en el que nunca parecía suceder nada de nada. Había visto crecer y envejecer a miles de personas con las que se cruzaba todos los días, y ahora ya no quedaba nada, ni siquiera un atisbo de aquellas vidas que habían construido todo ese lugar como el hogar alejado de las amenazas y peligros, los ruidos y la locura de las ciudades. Maschwitz era un lugar desolado y su historia se había barrido, como todo. Al llegar a la intersección de las Seis Esquinas, dobló hacia la izquierda y llegó al carrefour. El edificio estaba totalmente ennegrecido del hollín oscuro de un gran 74


incendio. En el estacionamiento había algunos autos convertidos en chatarra, y las paredes del edificio estaban cubiertas de pintadas de grafittis, los vidrios rotos y escombros de cosas que fueron quedando en los saqueos y amontonándose, desperdigadas por los alrededores. La entrada misma era un agujero oscuro y en el interior reinaba un silencio tenebrosamente sepulcral. Puso un pie dentro y se quedó escuchando por si sentía el sonido de alguna voz, y conforme avanzaba lentamente, sigiloso como un gato, los cristales rotos crujían por debajo de las suelas de sus zapatos. Preparó la pistola que le había dado Paulina por las dudas, y avanzó hacia el hall donde llegaba el reflejo de la luz natural que se filtraba mezquinamente por el techo. Las tiendas, que alguna vez fueron lujosas vidrieras, ahora parecían cubículos negros y quemados, como las entradas de los agujeros de un colosal panal carbonizado. Se figuró que el Grupo de Sotto debió armar campamento en el perímetro de luz que se formaba en medio del hall, porque era el único lugar razonable. Y no se equivocó... Sin dudas estuvieron allí... Había muchas colillas de cigarrillos pisadas en el suelo y envases de botellitas de licor amontonadas. Restos de yerba mate usada, papeles metalizados de las pastillas de sal y un espacio libre de suciedad donde seguramente habrían puesto las colchonetas o bolsas de dormir. En medio de ese círculo limpio había un tacho enorme en el que, sin dudas, habían armado una fogata para calentar los huesos y para tener un poco de luz por las noches. Miró hacia arriba... Los agujeros de los cristales habías sido tapados con trozos de lona y nylon, para evitar la ceniza radioactiva. Sin dudas estuvieron allí, pero llevaban más de una semana, tal quince días, 75


ausentes. Se consoló pensando que, al menos, no habían sido atacados por la Horda que liquidó a los Ayala y de la que formaba parte la mujer zombie que lastimó a Enzo. El Grupo de Sotto se había marchado antes, sino estarían sus cuerpos podridos desparramados por el lugar. Telli se sentó junto al tacho quemado y rompió a llorar desconsoladamente. Llevaba un tiempo necesitando desahogarse. El mundo era un lugar horrible, la vida era un lugar horrible. Pensaba que no iba a poder con la idea de que Enzo, el Gordi, desapareciera para siempre. Había vivido pérdidas humanas cercanas, pero Enzo era su motor, su mejor amigo, el sabelotodo engreído, el inmortal... Durante más de una hora se quedó ahí, llorando y reflexionando, hasta que la luz del cielo empezó a disminuir un poco. Buscó un trozo de carbón del interior del tarro y escribió en la pared de la escalera mecánica: “Lucy, is the end of the world by Karen Carpenter”. Si ella volvía a pasar por allí entendería el mensaje. Salió a la calle y se dirigió hasta el monolito del Rotary Club. Todo estaba tal cual lo había indicado Pablina. Movió la piedra y se encontró con la cinta verde. Tiró de la cinta y la tierra reseca como polvillo se levantó dejando emerger un objeto cuadrado. Era la caja envuelta en papel de diario y a su vez, cubierta por una bolsa de nylon transparente. No era nada pesada. “¿Qué carajo será esto?”, se preguntó. Sacudió un poco la caja cerca de su oído y solo sintió el movimiento de algo de menor tamaño que llevaba dentro. Miró hacia arriba. Una nube oscura con forma de zapato viejo se desplazaba lentamente desde la zona Este. Se calzó 76


la máscara y emprendió el camino de retorno. Al pasar frente a la estación de servicio se detuvo ante una pintada que decía: “Bosteros maricones”. Más allá otra que decía: “Celendran, las tienen todas ellos. Vacunas para todos”, y en rojo, inmerso en una vorágine de escrituras mezcladas con diferentes mensajes había una pequeña que tímidamente rezaba: “Luca vive”. Luego, cerca del kiosco de diarios, se conservaba el famoso letrero en el que se dejaba leer: “Adaptate y salvá tu propio culo”. A Enzo le encantaba ese letrero. Continuó camino. Desanduvo sus pasos sobre la diagonal y cruzó la plaza, frente a la comisaría que también estaba negra calcinada. Al llegar a la esquina se encontró con Paulina que lo estaba esperando sentada en el bordillo del correo nuevo. Cuando vio a Telli llegando se levantó y lo abrazó. -¿Qué?- preguntó él. -Enzo...- dijo ella-. Telli se sentó en el bordillo al sentir que las piernas se le aflojaban. Le entregó la caja atada con la cinta verde. -¿Dónde lo enterraste?- preguntó Telli rompiendo un largo silencio. -No. Lo llevé detrás de la iglesia. Hice una fogata-. Se quedaron un rato en silencio, sentados en la esquina. Telli parecía bajo shock. Cuando se sintió preparado cruzaron por detrás del salón parroquial.

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El cuerpo ardía dentro de una llamarada verde rojiza de ácido y combustible. Los huesos crujían al partirse. Telli balbuceó una oración y se persignó despidiéndose de su amigo, y se marcharon en silencio hasta la Madriguera antes de que el cielo terminara de teñirse de un negro ceniza. Telli no lloró. Ya había gastado todas las lágrimas un rato antes, entre las ruinas del campamento del Grupo de Sotto. De algún modo, en el fondo, presentía que algo así iba a ocurrir. Ya en la Madriguera se dejó caer en la cama y se abrazó a la almohada. Ella se quedó despierta jugando al solitario con las cartas. En algún momento, después de mucho silencio, Telli se dio la vuelta y le preguntó: -¿Qué hay en la caja? -Drosophilas- respondió ella. -¿Qué es eso? -Moscas. Se guardó las preguntas. El duelo de su amigo tenía toda prioridad. Volvió el silencio. Telli volvió a abrazarse a su almohada y se quedó dormido.

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Episodio complementario (Publicado el 27 de Febrero de 2013) Complementario 1: “Jamaica, no problem” Telli movió unas chapas que cubrían la puerta del galpón de los Peralta, mientras en la vereda, Pablina y Enzo se quedaron hablando junto al cadáver de la mujer zombie. Tras las chapas estaba el portón de madera con un enorme hierro cruzado en diagonal que el mismo Enzo fabricó para mantener cerrado el galpón. Solían acudir allí cuando necesitaban alguna herramienta porque el viejo Peralta tenía de todo. Sin embargo Telli no recordaba haber visto ninguna carretilla. Al entrar se encontró con Luca. Estaba sentado en el borde de la mesa en la que el viejo Peralta solía armar sus maquetas, como hobbie, una actividad que empezó a llevar a cabo obsesivamente después de haberse jubilado en la bulonera. Se quedó petrificado al verlo allí. Luca, que terminaba de fumar su cigarrillo, arrojó la colilla al suelo y, saltando desde la mesa, la aplastó de un pisotón. Se levantó las gafas espejadas sobre la cabeza calva y sonrió. -¡Ey, Chabón!- saludó enfáticamente. Llevaba puesta su campera de cuero sobre una camiseta blanca en la que se dejaba leer: “Jamaica- No Problem”. Tenía los pantalones de jeans sucios y destrozados como si un perro se hubiese ensañado con ellos. Telli lo miró, con ojos de pánico, y no le 79


devolvió el saludo. Las visitas de Luca nunca eran agradables para él. -¿Vamo a tomar una ginebrita?- dijo Luca. -No hay- murmuró Telli. Luca, sin dejar de sonreír amigablemente, extendió los brazos, echó un poco el cuerpo hacia atrás y, con las palmas de las manos hacia arriba, exclamó: -¡Ehhh! ¡Man! Telli cerró fuertemente los ojos y batiendo la cabeza como un loco repitió... -No estás... no estás... no estás... ¡ahora no, por favor! Luca se le acercó y lo detuvo... -¡Tranquilo amigo! Se te va a salir la cabeza. Telli respiró agitado y entreabrió un poco los ojos. Sentía la mano de Luca agarrándole el brazo. Era imposible ignorar una percepción tan real. -¡No me toques, Tano! ¡No me toques!- dijo con la voz temblorosa pero amenazante-. Vine a buscar una carretilla y me voy...- y los ojos furiosos desbordaron en lágrimas. -Bueno, bueno... yo no te molesto... solo te invitaba al bar... -No hay bares, Tano, no hay ginebra, no hay gente, no hay nada... el mundo desapareció... Luca estalló en una espontánea carcajada. -Me acordaste a esa canción de The Cure... “No light, no people... no cars… no people…” decía algo y después no people... muy punk- comentó con ese jovial acento italiano y 80


su perfecto dominio del inglés-. Ahí a la vuelta de la calle hay un bar que está siempre abierto y lo atiende un gordito que tiene un flequillo así... como una cortina. La otra vez fui y estaba sonando música de The Clash y el gordito me dice... -¡Basta!- lo interrumpió Telli tapándose los oídos. Lo miró con agresividad, lo empujó para apartarlo de su camino y avanzó unos pasos dentro del galpón. Luca, sin dejar de sonreír como un niño, levantó las manos y se mantuvo a un costado. -¡Ok, ok, man! Yo no te molesto… Telli revisó los rincones y exploró por todos lados. Había una sierra, una mezcladora, palas, rastrillos, picos, una masa... de todo, pero nada parecido a una carretilla. Luca volvió a intervenir... -Ahí al fondo, atrá de l´ puerta, hay un carro d´ madera. Telli miró en dirección a la puerta del fondo cuyos vidrios repartidos estaban oscurecidos con bolsas de nylon pegadas con cintas. Giró la llave y comprobó que el pelado le estaba diciendo la verdad. Desconfiaba siempre de sus aires burlones. Se trataba de un carro fabricado con maderas y enormes ruedas, como las de bicicletas de gran rodado. Luca le ayudó a liberarlo de la chatarra que tenía encima y también lo ayudó a sacarlo hasta la puerta, pero Telli no le permitió salir del galpón. Lo empujó hacia adentro y cerró el portón de madera y las chapas, mientras se escuchaba la voz del italiano protestando desde el interior del galpón... -¡Man! ¡Voy a quedarme solito acá d´ nuevo! ¡Shit! ¡Dejame un pucho! 81


-No fumo, Tano, ya no fumo- balbuceó. Tiró del carro hasta reunirse con los otros dos que lo estaban esperando. A pesar de que se había cubierto con la máscara Enzo advirtió el susto en sus ojos. -¿Para qué usarían este carro los Peralta?- preguntó Telli pretendiendo disimular. Pero Enzo lo conocía demasiado... -¿Telli, está todo bien? -Si, si... todo en orden... Se hizo un breve silencio. Telli intentó evitar el contacto directo con su mirada. Se lo veía intranquilo. -¿Seguro que estás bien?- insistió Enzo. Telli asintió moviendo la cabeza y levantando el dedo pulgar.

Complementario 2: “Homophila” -¿Para que atrapaste a esa zombie?- le preguntó Pablina a Enzo mientras observaban como el cuerpo se quemaba. -Curiosidad científica, ya lo dije. -Esa sería una explicación correctamente política, pero en el fondo sabemos que no es eso. -Sí, sí es eso. -No, no lo es.- retrucó ella-. Su inferioridad de condiciones te habilitó a ejercer una forma macabra de venganza. Querías que padeciera y para sentirte conforme, para saciar eso, la única posibilidad era presenciando su 82


sufrimiento. La idea de que se muriera por ahí de todos modos, sin verlo y sin percibirlo, no te servía. -¿Qué sabrás vos? -Es eso- aseguró la muchacha-. Sabés perfectamente que la herida que te provocó es mortal, y que no tenés chance, y te da bronca que un rasguño de nada tire a la mierda tanto esfuerzo y tanto trabajo. Yo también querría vengarme. No le disparaste porque un disparo iba a cortar con el proceso justiciero de la venganza. -Estás hablando al pedo. Vos no me conocés y no sabés nada de mí. De hecho deberías estar agradecida de que yo te permitiera estar con nosotros. Pablina dejó escapar una risa embutida en su máscara. -Esa es otra... Mirá, Enzo, yo me las arreglo perfectamente sin vos y sin tu amigo, y sin una “Madriguera”, y vos lo sabés muy bien. Pero lo que pasa es que... en el fondo... sabés que te queda poco tiempo... necesitás dejar las cosas en orden. Te sentís responsable de tu amigo y yo soy tu única opción. -¡Engreída! -Es así. Yo estoy acostumbrada y preparada para sobrevivir. Tu amigo Telli no tendrá posibilidades cuando vos no estés. Enzo permaneció en silencio mirando la fogata. A través de las brillantes llamaradas se veía el cuerpo de la mujer zombie incandescente. -El tipo ese... Ignacio, y vos, no son nada de los Ayala ¿verdad? 83


-No. Apenas los conocimos- respondió Pablina sin rodeos. -¡Lo sabía! Me di cuenta desde el momento en que él abrió la boca. Las hijas de los Ayala eran cinco y no tres, y el padre no tenía hermanos. -Ignacio supo que lo descubriste. Cuando me llamó para despedirse lo único que me dijo fue que tuviera cuidado con vos. -¿Qué hacían en esa casa? -Refugiarnos, como todos. Sobrevivir.. Teníamos que llegar al centro, a la Capital, estábamos cansado y pasamos por acá y entramos al pueblo por comida y provisiones. Descubrir refugios y “Madrigueras” es nuestra especialidad. Del mismo modo que encontramos el escondite de esa familia hubiésemos descubierto tu super-bunker- explicó la chica. -¿Y qué hicieron? ¿Los asaltaron? -¿Querés saber la verdad?- preguntó Pablina encarándolo desafiante. Enzo asintió moviendo la cabeza. -Mirá como están las cosas y como se torció todo. No hay lugar para la piedad ni para los buenos modales. Esta Horda que apareció, de la cual pertenecía esta hembra...- y señaló al fuego- ...nos venía persiguiendo a nosotros. Nos estaban pisando los talones. Cuando entramos en la casa de esos Ayala, sacamos a toda la familia del refugio y nos metimos nosotros. No había sitio para todos. En el forcejeo y la lucha uno de los zombies lastimó a Ignacio, que, por cierto, ya a estas alturas, habrás deducido que no era mi tío. Fue mi compañero de misión. Todo esto sucedió tres días 84


antes de que vos y tu amigo aparecieran por ahí, curioseando. La Horda estuvo deambulando por las calles, y los Ayala ocultándose donde pudieron hasta que pretendieron volver a su casa y allí fueron fatalmente interceptados por los zombies. Esta hembra que te rasguñó debió haber quedado encerrada ahí, en el correo, por accidente, dos días antes de que se la encontraran ustedes. Enzo guardó pensamientos.

silencio.

Trataba

de

ordenar

sus

-Dijiste algo de una misión... ¿Qué misión? -Ahora viene la verdad de la milanesa... Espero que estés preparado para entender esto, y te repito la advertencia... yo voy a continuar con lo que tengo que hacer, sola o acompañada. Si intentás impedírmelo, te reviento. La única opción que tiene tu compañero Telli, soy yo. Por lo tanto tené mucho cuidado con lo que intentes. Si realmente lo querés y respetás su vida no vas a intentar joderme. ¿Queda claro? Enzo hizo caso omiso a su advertencia... -¿Qué misión?- insistió con un tono de estar perdiendo la paciencia. -Pertenezco a un grupo de supervivientes que, con otros grupos, trabajamos en un proyecto en común llamado “El resto”. Los individualismos no nos han servido para nada y definitivamente, los seres humanos, somos animales sociales. Juntos, los grupos de supervivencia, podemos revertir esto. Nos llevará mucho tiempo, pero eso no importa. Cada grupo tiene una función, y el mío, al que pertenezco, está exclusivamente designado al tráfico. Nos conectamos con otros grupos aliados para transportar los elementos que se 85


necesiten a favor del “El resto”. Ignacio no te mintió cuando te habló del Doctor Parodi... El Doctor Schwarts, el especialista Dafuncci... la vacuna Hb76... Todo eso es cierto. La fundación trabaja en el antídoto certero, la vacuna existe. Todo lo demás es verso. Lo que hacen los otros laboratorios son solo pruebas de exterminio con otros fines que desconozco. Por eso es que te dije que tu hermana se dirige a una trampa si su grupo va al Norte. Pues bien, nosotros, los traficantes o ruteros, como quieras llamarnos, hacemos estos viajes todo el tiempo. Ahora me dirijo a la Capital y llevo unas muestras fundamentales. -¿Muestras de qué?- preguntó Enzo tratando de ordenar tanta información en su cabeza. -Moscas. -¿Cómo que moscas? -Si. Moscas de la fruta... Drosophilas... Cuatro pares de cromosomas, setenta por ciento de compatibilidad con el genoma humano, casi todas las enfermedades de los mamíferos y el cincuenta por ciento de secuencias proteínicas... Como tenemos este antecedente análogo y un ciclo de vida corto, son los animales que van a salvarnos el culo. ¿Porqué te creés que estas moscas desaparecieron rápidamente? Las moscas que veas en los cadáveres no nos sirven- explicó Pablina-. “Homophila” es la base de datos que estudia la genética humana homóloga en estas moscas de la fruta. Son muy difíciles de encontrar. Hay un laboratorio de genética de biología evolutiva en la Provincia de Tucumán que nos proporcionaron las cepas inmunizadas. Laurier es un canadiense que consiguió revertir la viruela después de cuarenta generaciones perfeccionadas de 86


Drosophilas. Ahora tienen pensado mudar el laboratorio a la Capital, pero, mientras tanto, el equipo del Dr. Parodi va a adelantar trabajo. Yo traigo esas cepas en un krio-envase hermético que está escondido en una parte de este pueblo. Escondimos las pruebas fundamentales apenas llegar, antes de que nos sorprendiera esa Horda ambulante. Mi misión, y esta es la respuesta a tu pregunta, es hacer que esas cepas lleguen a su destino, cueste lo que cueste. Enzo volvió a quedarse en silencio. Aunque no terminaba de comprenderlo todo, aquello que acababa de soltarle Pablina tenía bastante sentido y había algo esperanzador de fondo. Se sintió ridículo al intentar competir con ella. Sin dudas la muchacha era una caja de sorpresas y su vida tenía mucho más sentido que la suya. -Sabía que había algo...- murmuró-. Me di cuenta por el modo en el que ejecutaste a ese zombie y en tu manera de dar ordenes. -Esto ya está- dijo Pablina arrojando el último chorro de combustible a la fogata-. ¡Volvamos! Enzo se ocupó de empujar el carro y finalmente lo abandonó en una de las esquinas de la plaza. Avanzaron de regreso a la Madriguera. Daban por supuesto que Telli ya estaría limpiando la habitación que sirvió como celda para la mujer zombie, y pensaban ayudarle a terminar con la faena. -Supongo que habrá muchos intereses de por medio y que tendrán enemigos y esas cosas...- reflexionó Enzo que seguía dándole vueltas al asunto-. Por algo manejan todo con un cuidado casi de espionaje. ¿Me equivoco? -Todo esto, desde el principio, fue organizado con fines especulativos, Enzo...- dijo Pablina-. Seguramente alguien 87


creó la viruela y el antídoto. Ya sucedió antes, no es nada nuevo. Ya hubo quienes manipularon la Influenza, el HIV, y tantas mierdas de esas. Pero esta vez algo salió mal y todo se torció, porque hubo un añadido inesperado... “las cenizas”. El accidente de Lamulia fue como veinte Chernobiles juntos y nadie estaba preparado para eso. -Igual no sabemos que está pasando en otros países- dijo Enzo con cierta esperanza-. Seguro que en Norteamérica, en Europa, en algún lado tienen otras expectativas. Paulina detuvo la caminata... -Mirá a tu alrededor, Enzo... ¿te parece que debería importarnos lo que esté pasando en otros lados? Para nosotros, ahora, así, incomunicados del mundo, somos los últimos ejemplares de una especie que se extingue. Estamos solos, huérfanos, aislados, sin recursos. El planeta pareciera estar sacudiéndose las pulgas. Por primera vez en la historia tenemos que arreglarnos y hacer algo por nosotros mismos. ¿Qué pasó hasta ahora? Nos despedazamos. Lo que hacen esas bestias a las que llamamos zombies es la esencia pura de lo que somos. Enzo se quedó pensativo. Reanudaron la marcha. -Pablina... ¿qué tenés pensado hacer con Telli cuando yo...? -Lo voy a cuidar, no te preocupes...- lo interrumpió-. Me va a venir bien porque necesitaré compañía y charla. Le contaré sobre todo esto de lo que te hablé y trataré de persuadirlo para que se una a nosotros.

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Continuaron caminando unos metros hasta que vieron ese foco de luz que se movía nerviosamente en medio de la calle. Pablina desenfundó el arma. Enzo, al verla, hizo lo mismo y se abrieron, separándose uno para cada vereda. Se movieron agazapados como soldados. Distinguían la figura de un hombre que sujetaba el foco de luz. Se detuvieron a observar. Entonces la silueta humana empezó a gritar... -¿Dónde estás? ¿Adonde te metiste ahora? ¡Tano! Enzo, de inmediato, reconoció la voz de su compañero y advirtió a Pablina para que no disparase... -¡Tranquila! Baja el arma. Es Telli.

Fin del CAPÍTULO I

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CAPÍTULO II Episodio 11 (Publicado el 3 de Marzo de 2013) “Al amanecer nos vamos”

Telli se pasó toda la noche intentando comunicarse con Luciana hasta que el walkie se quedó sin baterías. -¿Cómo diablos hacía el Gordo para cargar esto?preguntó en voz alta mientras le daba vueltas al cargador, tocaba los cables sueltos, y movía unos extraños enchufes que se conectaban al panel fabricado por Enzo. El panel estaba conectado al generador y había números y letras escritos con un marcador indeleble. Pablina, mientras tanto, acomodaba cosas dentro de su mochila, preparándolo todo para partir. -Con la primer luz de la mañana me piro...- dijo ella-. Si vas a venir conmigo deberías empezar a preparar tus cosas. Telli miró alrededor con ojos melancólicos. Su realidad había vuelto a cambiar vertiginosamente. Detuvo su mirada en Pablina, en el desparpajo de su desnudez. La chica andaba en cueros sin reparo, pero el aura que la envolvía dejaba en claro que no había un mínimo atisbo de interés sexual en todo aquello. El interés por el sexo había muerto para todos. -Tengo que comunicarme con Lucy. Tiene que saber que su hermano murió. -Bueno, dejale una nota. Si viene por acá la va a leer y ya está- respondió Pablina. 90


-¿Cómo voy a hacer eso? No tenés sensibilidad. Pablina guardó una pistola cargada en un bolsillo lateral de la mochila. Miró a Telli y dijo: -Si ella viene a la Madriguera y se encuentra que no hay nadie va a ser peor. Es mejor que le dejes una nota contándole las novedades. Igualmente, amigo, creo que deberías empezar a hacerte a la idea de que tu querida Luciana ya no esté viva. Por algo ya no volvió a encender su walkie. -Eso puede ser porque se le acabó la batería. Ya pasó antes...- explicó Telli-. Tiene tres baterías y, como siempre estaba cerca de nosotros, cada tanto volvía a la Madriguera a recargarlas. Si su grupo se fue mas lejos no puede hacerlo. Pablina no hizo comentario al respecto. Lo miró con piedad y pena y continuó con los preparativos para la salida. Después de varios inútiles intentos más, Telli, no tuvo más remedio que abandonar el panel y resignarse. Esa noche, cuando estaban en la cama listos para dormir, Pablina le preguntó: -¿Quién es el Tano? -¿Quién? -El Tano. Cuando volvimos de quemar al zombie manco tuviste uno de tus “ataques”. Enzo me contó que te pasa a veces y me dijo lo que hay que hacer. La verdad es que nunca había visto una cosa así. Pues, en tu delirio, discutías con alguien a quien llamabas “Tano”. -¡Ahh!- exclamó Telli y guardó silencio. Se dio la vuelta y se acurrucó como un niño indefenso. 91


Desobedeciendo las órdenes de su padre, Telli se presentó en su casa con un barbijo y una capucha cubriéndose la cabeza. Quería saber como estaba su madre y los teléfonos estaban completamente colapsados. Empujó inútilmente la puerta que estaba trabada desde adentro. Había una enorme cruz roja de pintura de aerosol en el frente que indicaba que había enfermos dentro, siguiendo las órdenes que había dispuesto sanidad por los medios. Se suponía que con esa marca los enfermos de gravedad iban a recibir asistencia, pero todo se les fue de las manos y el sistema médico colapsó. Todavía no se había decretado oficialmente la pandemia pero todos sabían que aquello no iba bien. El presidente argentino no volvió a aparecer por televisión después del segundo toque de queda, y reinó un hermetismo dramático y angustiante en todo el país. La gente de menor recurso caía en las calles como moscas y los camiones que recolectaban cadáveres habían dejado de hacerlo. Telli rodeó la casa y saltó por el tapial. Abrió la puerta de la cocina y entró en la casa. Sobre la mesa y la mesada había muchísimas cajas de medicamentos. Avanzó rápidamente por el pasillo en dirección a la habitación de sus padres. Corrió la cortina de plástico transparente y finalmente pudo verla. Su madre yacía en el interior de una carpa que cubría toda la cama. Tenía tubos de oxígeno y aparatos que habían conseguido antes de declararse la pandemia gracias al Rotary Club. Su padre, que estaba sentado en una silla, leyendo un libro, junto a la ventana que daba al jardín, se cubrió el rostro con una máscara y se apresuró a detenerlo. -¡Hijo! ¡No tenés que estar acá! -Dejame papá, quiero verla. 92


-¡No! No podés entrar... te vas a enfermar... ¡por el amor de dios! Telli se quedó en el umbral de la puerta. Le asustó ver a su padre tan debilitado y famélico. Sin dudas él también necesitaba ayuda. -¿Vino el doctor? -Si, si, está todo controlado... pero es muy peligroso que estés acá, volvé con Enzo y quédense en la Madriguera hasta que toda esta pesadilla se termine. ¡Por favor!- suplicó el viejo. No era tan viejo pero se había vuelto viejo rápidamente en las últimas semanas. Telli sintió ganas de abrazarlo pero se contuvo. Sabía que aquella era la despedida. Sacó una pistola de su bolsillo y se la entregó a su padre. El hombre se negó a aceptarla pero Telli insitió... -Papá, hay Hordas y hay saqueadores por todas partes. Del mismo modo que pude entrar yo puede hacerlo cualquiera. Me sentiría más seguro si te la quedás. Está cargada y te dejo más balas de reserva. -No pasa nada, hijo, la policía da rodeos cada dos horas por acá. -¡Papá! ¿Hace mucho que no salís a la calle? Ya no hay más nada... no hay más policía ni hay nada, ni siquiera tenemos presidente. Los hospitales están cerrados. El hospital de Escobar fue quemado y las clínicas devastadas... Tenemos que cuidarnos entre nosotros. Quedate la pistola y cuida a mamá todo lo que puedas. Si oís algo raro dispará sin preguntar. Yo voy a pasar todos los días para ver si necesitan algo. Cuando venga voy a anunciarme con mi chiflido desde afuera, ¿si? 93


-Telli, nosotros tenemos el frizer repleto, la alacena llena de comida, remedios y todo lo que nos haga falta hasta que esto se arregle. No tenés que venir todos los días. Prefiero que te quedes con Enzo. Llevate el arma, si ni siquiera sé como se dispara. Telli pasó la mano a través de la cortina de plástico y se aferró al brazo de su padre. El viejo sonrió tristemente. Ese fue el último contacto que tuvieron. -Cuidá de tus hijos, Telli. Andá a ver a Susana. No los abandones. Tal vez ella te necesite más que nosotros- dijo su padre. Nada hubiese deseado más, en esos momentos, que estar junto a Pablo y a Nerea, sus hijos, pero Susana no quería que estuviese cerca. Ella ya tenía a Alberto, “el bueno”, que ocupaba muy bien su lugar. Al salir a la calle se reunió con Lucy y los dos amigos que la acompañaban todo el tiempo. Uno de ellos era Marcelo, el peluquero, el otro era Mario, el que tocaba el bajo en una banda de funk. Les decían M&M, como los confites, porque siempre estaban juntos. Manejaban un auto japonés, pequeño, de dos puertas, y estaban todo el tiempo con Lucy de acá para allá. Esa tarde habían conseguido ácidos. Se drogaban mucho y ahora que parecía que había llegado el fin del mundo se drogaban más que nunca. Telli se subió al auto con ellos y los cuatro fueron a Neurus, un pequeño pub donde había muchas personas reunidas para pasarla bien mientras el mundo se desmoronaba. Telli no estaba de acuerdo en ir, prefería volver con Enzo que, en esos días, estaba cuidando de su padre que también agonizaba. Pero no quería dejar sola a Lucy. Ella le prometió que irían a Neurus 94


un rato, tomarían unas cervezas y escucharían a la banda, que tocaba todo el tiempo, y volverían a la casa. Por entonces la Madriguera ya estaba habilitada y los tres, Telli, Enzo y ella, se habían instalado allí abajo y ya tenían el pacto de no contarle a nadie de su existencia. Finalmente Telli accedió a ir a Neurus. El lugar era un zulo pequeño frente a la Panamericana. La entrada estaba llena de autos y en el interior del pub no cabía un alma. Al ritmo de música punk frenética la multitud enmascarada con barbijos, se apiñaba y bailaban como si nada importante estuviese sucediendo fuera. M&M tomaron la delantera y Lucy agarró a Telli de la mano, y los cuatro desfilaron internándose en los pasillos recónditos de la trastienda del bar. Todos allí dentro estaban completamente vueltos locos. Saltaban en un pogo descontrolado, bebían hasta caer desmayados y se desnudaban a manotazos. La bebida era libre y cada vez que se acababa salía un grupo a saquear un supermercado para mantener siempre la reserva de alcohol. Estaban todos dispuestos a perder la cabeza en una última fiesta descontrolada y letal, durase lo que durase. Mario empujó una puertita que daba paso a una pequeña habitación en la que había un catre y un montón de ropa desparramada por el suelo. Espoleó la ropa, los cd´s y los bártulos que yacían sobre la cama e hizo sitio para que se acomodaran los demás. Cerraron la puerta que tenía un colchón pegado del lado de adentro para amortiguar el sonido del pub. Entonces desplegaron el cartón con la fotografía del bebé de Nirvana nadando bajo las aguas frente a un billete enganchado en un anzuelo. El cartón estaba troquelado en varios cuadraditos. Marcelo cortó uno de los cuadraditos y se lo pasó a Lucy... 95


-Las damas primero- dijo. Ella lo agradeció con libidinoso entusiasmo. Telli sabía que estaba por cometer un error. Ya había pasado por una mala experiencia antes y estaba tentando a la suerte, pero las palabras de Mario terminaron por convencerlo: -Es el fin del mundo, amigo. ¡Se acabó! ¿No vas a darte un gusto ahora que estás vivo? Mañana o dentro de un rato puede ser que estemos fritos. La miró a Lucy. Ella asintió sonriente. Agarró el trozo de cartón que le ofrecía Marcelo y se lo metió en la boca, bajo la lengua. Cuando todos tuvieron lo suyo se tomaron de las manos y canturrearon “Yellow Submarine” de los Beatles. Al cabo de un rato Telli entró en un embudo de percepciones totalmente angustiosas y vertiginosas. En algún momento abrió los ojos y lo único que pudo ver fue el rostro de Luca Prodan en el póster que yacía pegado frente a la cama. Luca, con una camiseta blanca que llevaba la inscripción “Jamaica no problem” y las gafas sobre su cabeza pelada, le hablaba, le decía cosas en su castellano porteño con acento italiano, y lo tranquilizaba. Telli se aferró fuertemente a esa imagen porque todo lo demás en su entorno se difuminaba en una neblina blanquecina espesa... las voces tubulares de los demás... los golpes de los bajos de la música que se filtraba desde el pub... y algunas imágenes que se cruzaban y se estiraban en una argamasa desenfrenada y agobiante. Lo único claro era Luca. Era el salvavidas en medio de un océano turbulento. Dos días más tarde despertó en la Madriguera. Enzo estaba a su lado poniéndole paños fríos en la frente. Más allá estaba 96


Lucy con un aspecto deplorable, como si le hubiese pasado un tren por encima. -Telli... ¡al fin!- exclamó Enzo-. Pensé que te perdíamos amigo. ¡Gracias a dios! Telli miró confusamente alrededor. La imagen de Luca se mantenía frente a sus ojos como un holograma, y detrás suyo estaba todo lo demás -¡Que mal viaje tuvimos, colega!- bromeó Lucy que estaba bebiendo un té y se agarraba la cabeza como si temiera que le fuese a estallar. -¡Callate pelotuda!- gritó su hermano-. Son un par de tarados. Vaya a saberse que mierda se metieron. -Ácido- respondió Telli-. Lo consiguió Mario. -¿Mario? Mario está muerto. Quedó frito al lado de ustedes. Vos estuviste en coma durante dos días, y a Luciana no le queda nada más que bilis en el estómago para vomitar. ¿Están locos? Si no fuera porque los encontré a tiempo y conseguí cargarlos en el auto y traerlos hasta aca ahora mismo estarían en el otro barrio. ¿Se puede saber que carajo les pasó por la cabeza cuando se metían esa mierda? ¿Querían suicidarse? -¡Ya está bien, Gordi! Estamos aca los tres, estamos vivos- protestó Lucy. -¿Sabés algo de Nerea y de Pablito?- preguntó Telli. -Están bien, no te preocupes. Susana vino a verte ayer- le dijo Enzo. Telli se incorporó bruscamente... -¿Qué? ¿Me vió así? -¡Tranquilo! No la dejé pasar, le dije que estabas dormido. 97


-¿Qué quería? -Dijo que tenía que hablar con vos. Que vayas a su casa en cuanto puedas. Ahora descansá y reponete. Tus hijos no te pueden ver en este estado. -¡Mierda! Esas no son buenas noticias- murmuró. Cerró los ojos y se durmió. Incluso con los ojos cerrados podía ver la imagen del póster que parecía haberse enquistado en sus retinas. El problema es que, unos días después, a la imagen del póster se le dio por cobrar vida propia y movilidad autónoma. Así, cada tanto, Luca empezó a aparecerse en forma de alucinación. Cuando Pablina abrió los ojos, Telli estaba preparando su propia mochila y ya había hecho algo para desayunar. Todavía estaba oscuro. -Tenemos que comer bien...- dijo-. No sabemos cuando volveremos a poder desayunar así. Ella se sentó en la cama... -Entonces ¿estás seguro de que venís conmigo?- le preguntóMira que no hay vuelta atrás. Vas a tener que abandonar tu lujosa vida en la Madriguera y... -¡Que sí! ¡No seas pesada! Ya me viene bien un poco de aire nuevo. Llevo mil años metido en este agujero. Aunque su voz no sonaba muy convincente ella se sintió aliviada y contenta por la decisión de su nuevo compañero de ruta. Entre galletas untadas con mermelada y mates ella desplegó el mapa de ruta y explicó a su colega el rumbo a seguir. Le 98


dijo que debían llegar hasta un puesto montado en un departamento de la calle Sarmiento. Allí otros de su grupo se encargarían de hacer llegar las “cepas fundamentales” a destino. -¿Para qué vamos a dar toda esa vuelta?- preguntó Telli-. Si vamos por las vías del tren llegaremos justo a la estación de Retiro, de ahí será más fácil movernos hasta el microcentro. -Esteban, ¿vos sabés lo que es caminar sobre las piedras de las vías? -No tenemos que ir siempre por las vías. Hay caminos a los costados, y donde no haya caminos seguimos por las vías. Si querés pasar desapercibida es lo mejor. Si vamos por esta ruta que trazaste acá vamos a tener que caminar también. Toda la Panamericana, el puente de la General Paz y sobre todo la entrada a la Capital, está colapsada de autos amontonados- explicó Telli, con una lucidez que sorprendió a la muchacha. -¿Ves como dos cabezas piensan mejor?- dijo ella sonriente-. ¿Sabés? Daría cualquier cosa por una ducha. Telli se mantuvo pensativo... -Eso se puede arreglar...- dijo- ... gastemos botellas de agua mineral. Ya no las necesitaremos. -¡Buenísimo! ¡Gracias compañero! Al amanecer nos vamos.

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Episodio 12 (Publicado el 11 de Marzo de 2013) “Comienzo del viaje” “Una vez que estás debajo de la tierra sabés exactamente donde te encontrás. Nada puede sucederte, nada puede alcanzarte. Sos el único amo de vos mismo y no tenés que consultarle nada a nadie ni preocuparte por lo que digan. Las cosas siguen como siempre en la superficie; y vos dejás que así sea, y no te importa. Cuando lo deseás subís y allí están las cosas esperándote”. (Topo – de “El viento entre los Sauces”- de Kenneth Grahame)-1908

Antes de salir en dirección a la estación de trenes, Telli dejó una nota escrita para Luciana en la que avisaba que se marchaban hacia la Capital y que ya no tendría modo de cargar el walkie. No escribió nada sobre la muerte de su hermano. De cualquier modo no tenía muchas esperanzas de que ella regresara por allí. Era como arrojar una nota en una botella en medio del océano. Emprendieron camino por la calle lindante a la vía hasta que no les quedó más remedio que subir al terraplén y caminar entre piedras y durmientes. Llevaban paso lento porque no había prisas ni motivos por los que malgastar las energías. Lo importante era llegar a una estación de trenes donde pasar las 21 horas de oscuridad de cada día. Luego esperar y aguantarse pacientemente hasta que renaciera la luz. Lo más normal del mundo hubiese sido que dos extraños, solos en medio de un paisaje devastado y quemado por las radiaciones llovidas, con muchas horas sin hacer nada, 100


charlaran y contaran cosas de sus vidas. Pero Telli y Pablina no tenían mucho entusiasmo por hablar del pasado, ni mucha intriga por conocer demasiado sobre el otro. Dormían de a ratos. Mascaban chicles para engañar al estómago, y se hundían en sus pensamientos privados y herméticos. A Pablina le daba mucha pena ver como Telli lloraba en sueños. Notaba que era un buen tipo que había pasado por cosas muy angustiantes. Pero todos habían pasado por cosas angustiantes, la diferencia estaba en el modo de procesarlas de cada uno. Ella se sentía muy tranquila a su lado. No había en su cuerpo señales intuitivas que leyeran una amenaza en él por eso lo escogió como compañero de viaje. El primer día pudieron haber llegado hasta la estación de General Pacheco, pero decidieron quedarse en Benavidez. La caminata había sido intensa para una primera vez, y no se cruzaron con ningún inconveniente durante el trayecto. Era mejor ser prudentes. La estación estaba desierta y absolutamente limpia de presencia humana. No había esqueletos ni muestras de destrozos con violencia que indicara la reciente presencia de alguna Horda. Sí había síntomas de saqueos que debieron producirse en la primera y segunda fase, después del toque de queda. -Aquí hay un buen sitio donde refugiarnos- dijo Pablina, entrando en lo que alguna vez, seguramente, fue la oficina del jefe de estación. Era la única parte de la estación que conservaba el techo. Limpiaron un poco los escombros del suelo y desplegaron las carpas aislantes que eran como pequeños 101


iglúes metalizados, individuales. En algún momento, antes del toque de queda, unos años atrás, esas carpitas, a las que todos llamaban “burbujas” fueron muy populares y se vendían en todas partes. Eran muy prácticas si te sorprendía la lluvia de cenizas desprevenido en la calle. Por televisión enseñaban a usarlas y en los centros cívicos las entregaban gratuitamente. Plegadas cabían en un bolsillo, y al tenderlas una persona de estatura normal podía cubrirse perfectamente sin que las cenizas tocaran ninguna parte de su cuerpo. Pablina se acurrucó en su burbuja y dejó a mano una linterna, su pistola y un libro que guardaba en uno de los bolsillos laterales de su mochila, protegido por una bolsa de plástico. -¿Qué leés?- le preguntó Telli, intrigado. Hacía mucho tiempo que se había olvidado los libros y el ejercicio de la lectura. -Es un libro que llevo conmigo desde hace muchos años, desde que era una niña. Lo leí tantas veces que ya me lo sé de memoria, pero me gusta y me hace bien leerlo- explicó y se lo acercó a su compañero. -“El viento entre los sauces”...Kenneth Grahame...- leyó Telli en voz alta-. Nunca oí hablar de este libro. Parece un libro infantil, ¿no? -Si. Literatura infantil inglesa- explicó ella-. La historia es muy linda y entretenida. Pero más allá de la aventura que cuenta, este libro me salvó la vida, y lo que hizo este libro significó tanto para mí que decidí llevarlo conmigo para siempre, mientras viva, y lo cuido como un tesoro. Cuando 102


muera van a tener que arrancármelo de mis dedos cadavéricos. Telli sonrió. No hizo preguntas aunque sentía curiosidad por saber cómo un libro pudo haberle salvado la vida a alguien. Se acurrucó como un bicho bolita y se quedó dormido rápidamente. Sentía las piernas cansadas. Hacía mucho tiempo que no caminaba tanto y le dolían los pies. Cuando volvió a abrir los ojos ya estaba completamente oscuro. Pablina seguía con la linterna encendida, leyendo su libro. “Si se lo sabe de memoria, ¿para qué lo lee?”, se preguntó Telli. Estaba algo preocupado porque esa luz encendida en medio de tanta oscuridad lindante podía ser peligrosa. Ese tipo de cosas se las había enseñado Enzo. Además estaba gastando las pilas de la linterna, y, aunque tenían de reserva, no era necesario derrochar la energía de ese modo, sobre todo porque desconocían lo que les depararía el destino mas adelante. Pero no se lo dijo. Prefería evitar todo conflicto con aquella mujer porque todavía estaba tratando de entenderla y de conocerla. Había algo en ella que no terminaba de permitirle fiarse del todo. Durmió, en forma intermitente, varias horas más, y otras tantas las dedicó a pensar. Un hombre sometido a esas condiciones no tiene otra cosa más que sus pensamientos. Jugaba con sus pensamientos, fabricaba mundos y acomodaba los acontecimientos a su antojo, como si fuera Dios, o como si fuera el director de una película interminable. Ajustaba el pasado, los posibles pasados, adulterando los recuerdos. Y hacía lo mismo con un posible-imposible futuro imaginario. 103


Por momentos le gustaba mucho más estar en ese mundo de ficción que en el mundo real, donde todo se había vuelto cruel y macabro. Con tantas horas de recogimiento obligado, el ser humano, o los pocos que quedaban de la especie, habían empezado a desarrollar mucho más la capacidad del pensamiento que la de la acción. Empezaban a volverse mentales, y esto hablaba de una nueva forma, de una nueva transformación que sería preponderante en el futuro. Si las horas de luz empezaban a achicarse aún más, como sostenían algunos pesimistas, entonces, a los hombres, no les quedaría mas remedio que vivir en un estado pasivo en la oscuridad, refugiados del exterior, como los topos, saliendo vagamente, de vez en tanto, para conseguir comida.

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Episodio 13 (Publicado el 11 de Marzo de 2013) “Tracción a sangre fría” Con el primer atisbo de luz en el horizonte, la muchacha, ya estaba lista para continuar camino. A Telli le costó bastante esfuerzo ponerse en pie. Nunca había tenido que dormir en el suelo. Sus huesos doloridos extrañaron la cama de la Madriguera. Ni siquiera se dieron los buenos días. Ambos preferían el silencio. Bebieron agua y comieron Cerealitas. El único comentario que se oyó fue: -Daría cualquier cosa por una buena taza de café calienteen boca de Telli. Apenas se demoraron unos minutos en volver a emprender la caminata. Desde Benavidez hasta la estación de Pacheco no se detuvieron ni una sola vez. Tenían mucha prisa por llegar a cubrir el tramo hasta Bancalari. Pero en aquella estación, Pacheco, el panorama fue un poco diferente... Había varios autos quemados cruzados en medio de las vías, y la estación en sí estaba sitiada y montada como un campamento gitano. Telli y Pablina, que habían divisado desde lejos todo aquel montaje, se movilizaron agazapados por la caída del terraplén, bordeando el zanjón. Pablina llevaba una pistola en cada mano. 105


-¿Para qué nos acercamos?- cuestionó Telli- Deberíamos rodear la estación y seguir por otro camino. -¡No! Quiero ver de qué se trata. Además no hay otro camino. Más adelante tenemos que cruzar el Reconquista, y solo podremos hacerlo por las vías- dijo ella que se había estudiado muy bien el mapa. -¿El Reconquista? Pero si es poco más que un arroyo podrido...- aseguró Telli- Ese basural acuático no tendrá más de treinta o cuarenta metros de ancho, como mucho. -¿Y como pensás cruzarlo? ¿A nado o fabricamos un bote?- ironizó Pablina-. Lo más seguro es que sigamos el rumbo trazado y no nos apartemos de las vías. Avanzaron un poco más y a lo lejos se escucharon risotadas y voces de personas. Entonces un brazo de Pablina cruzó por delante del torso de su compañero y lo obligó a ceñirse contra la pared de tierra del terraplén. En ese instante dos niños, un nene y una nena, de no más de ocho años, aparecieron acercándose al zanjón. Estaban vestidos con ropas de lluvia, y llevaban sus máscaras antigás levantadas por encima de la frente. Miraban con atención hacia las aguas putrefactas del zanjón, como buscando algo que se les habría perdido. Telli y la muchacha permanecieron pétreos en su sitio, sin hacer el menor de los ruidos, lo cual era muy difícil porque las tripas de Telli siempre estaban rechinando, quejándose de hambre. Pero hasta las tripas se acallaron. A los otros se les sumó un tercer niño, mayor que ellos, que llevaba en la mano un palo largo con un gancho en la punta. -¡Ahí, ahí!- gritó la nena, señalando un punto dentro del zanjón. El mayor de los niños arrojó un zarpazo con el palo que repiqueteó fuertemente en el agua, salpicando a los 106


lados. Erró. Volvió a intentarlo varias veces, cada vez acercándose más a la orilla, pero no lo conseguía, y los otros dos empezaron a impacientarse. El chico del palo se acercó tanto a la orilla que finalmente el trozo de la tierra cedió bajo su pie de apoyo y acabó cayendo de pie dentro del zanjón. -¡Mierda!- exclamó Telli en voz baja. -¡Bingo!- dijo ella- Ese es nuestro pasaje al otro lado...- y se asomó sin cuidado hacia donde estaban los chicos. Los otros dos, al verla, corrieron despavoridos en dirección al campamento de la estación. El chico que estaba metido en el agua se desesperó ante la presencia de la extraña, pero no pudo huir. Pablina se le acercó rápidamente, guardando sus pistolas y tranquilizándolo... -¡No te preocupes! Yo voy a ayudarte... ¡Tranquilo! ¡Somos amigos! El chico, desconfiado y nervioso, intentó inútilmente subir a la orilla, pero fue peor... sus piernas se hundieron hasta las rodillas dentro del lodo, y sus manos, con las brazadas, también tocaron el agua. Más allá se veía la cabeza de una muñeca flotando boca arriba. Pablina se recostó de lado en la orilla y extendió la pierna para que el chico se aferrase a su bota. No hizo falta que le dijera lo que tenía que hacer. El niño se agarró de ella fuertemente y en un par de movimientos, prácticamente, la escaló y se quedó prendido como un mono a la rama de un árbol. -¡Ayudame Telli!- ordenó ella, y él rápidamente se desprendió de la mochila para socorrerla. En ese instante se 107


escucharon ruidos de pasos que se acercaban a la carrera y los chasquidos de los cargadores de varias armas. Pablina miró hacia arriba del terraplén y, tal como se lo figuró, había tres hombres apuntándoles con escopetas. Aún así volvió a ordenarle a Telli que la ayudara a terminar, y en el esfuerzo de un tirón lograron sacar al niño del agua. -¡Rápido! ¡Sacate las botas!- le gritó Pablina. -¿Quiénes son ustedes?- preguntó una voz ronca desde las vías. Pablina hizo caso omiso a la pregunta y asistió rápidamente al muchacho. -¿Tienen yodo antiséptico, Decon, Rellics, o algo de eso?les preguntó ella- Hay que limpiar rápido esto... Los tipos, desconcertados, parecieron debatir por unos instantes, hasta que uno de ellos salió corriendo en dirección al campamento. -Tranquilo...- le dijo ella al niño-... ¿cómo te llamás? El chico no respondió. -¿No tenés nombre? Bueno, no importa... N.N. Vas a hacer exactamente lo que te diga... Sacate despacio la ropa tratando de que las partes mojadas no te toquen la piel. Yo te ayudo... -¿Es doctora?- preguntó el tipo de la voz ronca. -Si- dijo ella. Mentía muy bien. Enseguida apareció el otro hombre con una bolsa de polvo blanco como talco. Bajó el terraplén deslizándose como por un tobogán y se la entregó a Pablina sin dejar de apuntarla con su escopeta. 108


-¡No hace falta que me apuntes, pelotudo! ¿No ves que no llevo arma? Ayudame con esto. El tipo, desconcertado, miró al de la voz ronca como buscando su aprobación. Rápidamente Pablina apartó un poco al niño y le dio las indicaciones de cómo espolvorearse las piernas y las manos, que eran las partes que habían estado en contacto con el agua. -Te dije que el agua estaba envenenada...- dijo el tipo de la escopeta al de la voz ronca. -¿Porqué está haciendo eso? -¿No oyeron hablar de radioactividad? No entiendo como permiten a estos niños jugar cerca de este zanjón- dijo Pablina con la voz desafiante y agresiva. Telli, que se había hecho a un costado, empezaba a comprender la técnica de la muchacha para relacionarse con los desconocidos y zafar. -La mujer es doctora- explicó el de la voz ronca al hombre que trajo el polvillo. -¡Ahhh! ¡Conrazón!- exclamó. Ya habían bajado las armas. Cuando el niño terminó de espolvorearse, ella echó un poco del talco sobre las partes mojadas del pantalón. Un rato después estaban sentados en unas butacas arrancadas de auto, en el campamento, bebiendo café. -¿No querías un café caliente?- preguntó Pablina a TelliAhí lo tenés. Charlaron superficialmente con los dueños del campamento. Además de aquellos tres hombres y los tres 109


niños, había un anciano y dos mujeres. Una de ellas estaba muy enferma, según habían dicho. -Si no hubiesen estado ayudando al chico, y asomaban la cabeza por el terraplén, por más que llevaran un trapo blanco atado a un palo, les hubiésemos volado la cabeza sin preguntar- dijo el hombre de la voz ronca. -¡Lo sé! Tuvimos suerte. -Es que no queremos extraños cerca ni queremos que nadie se acople a nuestro grupo. Ya matamos unos cuantos “perdidos” que aparecían caminando por las vías. No nos gusta la gente extraña. Es peligroso confiar en nadie. Pablina asintió sin decir nada al respecto. Se tocó la sien como si le doliera la cabeza. -Nosotros no nos vamos a quedar. Estamos de pasoexplicó Telli. -¿Adonde van? -A la Capital. Ella tiene su grupo por allá, esperándola. El tipo sonrió sin sonreír. Los otros dos se mantenían a pocos metros, de pie, con sus escopetas en mano. El viejo estaba más allá, observando la escena, fabricando un atrapasueños con tres varas de mimbre. -No hay nada en la Capital. Solo hay locos disparando a otros locos. Vas caminando por una calle y te disparan de cualquier ventana de un edificio así porque sí nomás. -Ya ves... como ustedes- injirió Pablina-. Todos disparan contra todos. Así estamos. -Nosotros lo hacemos para proteger este lugar. Somos los últimos de un grupo que estaba integrado por 25 personas. 110


Todos se fueron muriendo en cadena. En menos de tres meses enterramos más cadáveres que en toda nuestra vida. -¡Mal!- exclamó Pablina- No hay que enterrarlos, hay que quemarlos. -¿Porqué murieron? ¿Por la viruela?- preguntó Telli. -No sabemos. Tomábamos todas las medidas de precaución. Teníamos máscaras, medicamentos y una buena reserva de alimentos. Las armas las conseguimos en la comisaría. Tuvimos un arsenal. Pero siempre escapando de los saqueadores, siempre escapando... Hace poco nos establecimos acá, y estaba ese hombre solo...- y señaló al anciano-. Él nos permitió quedarnos. Y lo poco que tenemos lo cuidamos celosamente. Por eso no permitimos que se acerque nadie. Había largos episodios de silencio en los que las miradas se cruzaban misteriosamente. Por momentos alguno de los tipos susurraba algo en una especie de dialecto interno que sonaba como guaraní, y entonces los tres estallaban en carcajadas grotescas. No se desprendían de sus armas cargadas, y uno de ellos (el que había ido a por el polvo Relics) caminaba dando vueltas todo el tiempo, nervioso. Cuando el jefe de la voz ronca disparó un silbido al aire y dio un cabeceo de lado, los niños y el anciano desaparecieron de la escena. Pablina comprendió que algo raro estaba por suceder. Entonces tuvo una idea para dilatar el momento... -¿Dónde está la mujer? La que está enferma... me gustaría verla. Ya les dije que soy doctora. Los tipos se miraron entre sí. 111


-Si... puede ser una buena idea...- murmuró el líder. -¿Qué le pasa? -Vaya y compruébelo usted misma... se dará cuenta enseguida...- respondió, y le ordenó al tipo que caminaba nervioso, que acompañase a la “doctora”. Pablina quiso agarrar su mochila pero el tipo no se lo permitió... -Deje la mochila acá, y la campera que tiene puestaordenó apuntándola con la escopeta. -Si no llevo mis elementos no podré atenderla. -Vaya a verla primero y haga su diagnóstico...- insistió. Pablina se quitó la campera y al instante asomaron las culatas de las dos pistolas que llevaba ceñidas a los costados. -¡Caramba con la doctora!- exclamó el tercero de los tipos, y sin esperar la orden de su jefe se levantó del asiento y le sacó las pistolas. El otro seguía apuntándole. -Revisala por si lleva algo más. El tercer tipo repasó todo su cuerpo contorneándola con sus manos. La manoseó más de lo debido, deteniéndose en sus pechos y en sus caderas. Pablina no hizo un solo gesto, se mantuvo impávida. Los tipos reían con carcajadas de piratas malvados antes las jocosas insinuaciones del que la revisaba. Finalmente dio con el cuchillo que se sujetaba en su pierna, en una vaina anexada a su bota. -¡Bueno, bueno, bueno! La doctora es toda una mercenaria. En la cara de Telli se dibujó el miedo. Pero los tipos no le prestaban mucha atención. Él no les resultaba una amenaza. Ella sí. 112


-¿Dónde está la mujer? -Está en la que era la casa del jefe de estación- dijo el tipo de la voz ronca, que, ya se sobreentendía, era el líder y el que tomaba las decisiones. Pablina se cubrió el rostro con la máscara y caminó en la dirección indicada. El tipo de la caminata nerviosa fue detrás suyo apuntándola. Al llegar a la puerta de la casita ella le pidió que la dejara entrar sola. El hombre se negó. -Si querés que la revise vas a tener que obedecerme. ¿Si tiene algo contagioso? ¿Vas a exponerte? Al tipo le molestó el tono y la actitud de la muchacha pero no le quedó más remedio que aceptar. -Te doy cinco minutos para que la veas. En cinco te quiero aquí fuera diciéndome si la podés curar o no. Pablina se levantó la máscara por encima de la cabeza y lo encaró parándose frente a él tan cerca que podía oler su aliento... La sien, del lado derecho, comenzó a latir... -Voy a tardar lo que tenga que tardar. -Tres minutos entonces- retó el tipo. Ella volvió a calzarse la máscara y miró en la distancia... Telli seguía tomando su café , sentado, asustado, al lado de los otros dos hombres. Uno de ellos seguía de pie con la escopeta entre sus manos. Miró alrededor como si sus ojos fueran un scanner. Entró en la casita. Por dentro parecía que el tiempo no había transcurrido y que el mundo no había sufrido el daño que sufrió, porque cada adorno se conservaba en su repisa, las cortinas seguían en las ventanas y hasta la alfombra del suelo del saloncito estaba en su lugar. 113


-¿Hola?- llamó y no hubo respuesta. Pasó al interior de la casita, el dormitorio, y allí estaba... La pobre mujer yacía de costado, durmiendo. Por la ventana que estaba junto a la cama entraba la suficiente luz como para ver todo el entorno de una habitación ordenada y limpia. Caminó hasta la cama y tocó el hombro de la mujer. Ella volteó y con ojos inestables intentó enfocarla. Parecía que volaba de fiebre. Pablina rodeó la cama y comprobó que la mujer tenía un inmenso vientre. Estaba a punto de parir le faltaba muy poco. También comprobó que llevaba las manos atadas y los tobillos, con fuertes cuerdas que se sujetaban a los cabezales de la cama. Tenía llagas en todo el cuerpo. -¿Podés hablar?- le preguntó Pablina. La mujer balbuceó algo deforme que la otra no logró entender. -Ahora vuelvo- le dijo. La sien le latía más fuertemente que nunca. Se acercó a la ventana del saloncito. Corrió un poco la cortina y comprobó que el tipo de la escopeta ahora estaba encañonando a Telli. El otro, el jefe, estaba revisando una de las mochilas, sacando todo lo que había dentro y arrojándolo al suelo. -¡Mierda!- exclamó. Era su mochila. Ahí estaba la caja con las “pruebas fundamentales”, las cepas. Rápidamente y sin que sus pasos se oyeran sobre el suelo de madera, se ubicó detrás de la puerta y esperó... Al cabo de unos minutos el tipo que estaba fuera la llamó diciendo que se había acabado el tiempo, pero ella no le respondió. Desde la distancia, el de la voz ronca lo retó y le ordenó que entrase a buscarla.

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-¡Pero no me traje la máscara!- protestó el segundo hombre. -¡Entrá igual, la concha de tu madre!- gritó el jefe. -¡Ni en pedo! Se escucharon sus pasos corriendo y luego regresando. Le habrían alcanzado una máscara. Finalmente entró en la casita con intenciones de sacar a la supuesta doctora. Llevaba la escopeta en alto. -¿Doctora? Ya es suficiente... ¡Vamos!- dijo y asomó al interior de la habitación. En ese instante Pablina cerró la puerta con el pie y le propinó un golpe seco en el cuello con el borde interno de la mano, y en una misma maniobra le arrebató la escopeta. El hombre, ahogado, cayó sentado al suelo. Ella apoyó el doble caño en su frente... -¡Hacé un solo movimiento y te quemo, hijo de puta!advirtió con una voz susurrante pero lo suficientemente audible. Tembloroso, el tipo, obedeció a Pablina y respiró con dificultad. Parecía que le estaba por dar un ataque a la vez que estaba muerto de miedo. -Respondeme en vos baja y con calma... te estoy apuntando y tengo el dedo índice nervioso... La mujer... ¿Quién es? ¿Porqué la tienen prisionera? El tipo no podía hablar. El golpe parecía haberle hundido la nuez. -¿Quién carajo es ella? ¿Porqué la tienen atada?- insitió. El tipo no respondió.

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Pablina lo empujó hacia el interior de la habitación, arrancó de un tirón la almohada que había bajo la cabeza de la mujer embarazada y la aplastó contra la cara del tipo. Apoyó fuertemente el caño y disparó. Este recurso, en las películas, funciona como silenciador, pero en la realidad no. La cabeza del tipo se partió como la cáscara de una nuez salpicando toda la pared. Pablina se acercó a la ventana de la salita y vio que los otros dos habían advertido el ruido del disparo, y ya se encaminaban hacia donde ella estaba, llevando a Telli como rehén por delante. -¡Turco! ¿Está todo bien?- gritó el hombre de la voz rasposa. Pablina salió por la pequeña ventana que había junto a la cama. Saltó hacia un pasillo muy angosto que rodeaba la casa. La pared opuesta era, en realidad, un vagón abandonado. Más allá, en la esquina de la casita, había un cerco de alambre y una pequeña puertita. Se recostó contra la pared, apuntó con la escopeta hacia el alambrado y esperó... Controló la respiración mientras en la frente volvía aquel latido. Sabía exactamente que los hombres irían por ahí en lugar de intentar entrar por la puerta de la sala. Lo sabía porque lo intuía y porque la vena de la sien latía furiosamente. Hubo silencio durante un largo rato, y finalmente... apenas asomó una cabeza por el final de la pared, ella disparó. ¡¡Blummm!! El disparo en plena cara del tipo de la voz ronca no le dio ni tiempo a reaccionar... cayó inerte como un muñeco decapitado. Ella dejó caer al suelo la escopeta al comprobar que el muerto llevaba en sus manos sus dos pistolas, las que le había robado un rato antes. Se hizo de ellas y, con la sagacidad de un soldado, saltó el 116


protoncito, hasta quedar frente a frente con el tipo que tenía a Telli como escudo. Le apuntó directamente a la cabeza... -Soltalo ya mismo si querés sobrevivir...- le dijo. El tipo estaba boquiabierto tratando de entender qué era lo que había sucedido. En cuestión de segundos su jefe estaba muerto en el suelo y la inocente doctorcita adolescente lo estaba amenazando con dos pistolas. -¡Lo suelto... lo suelto! Pero prometeme que no me matás...- suplicó el hombre mientras se orinaba en los pantalones. Sabía que no tenía opciones y que tenía todas las de perder. Con su escopeta no iba a poder hacer más que, en todo caso, disparar a su rehén y atenerse a las consecuencias. -¡Bajá el arma despacio y soltá a mi compañero!- ordenó ella hablándole con los dientes apretados. Solamente con verla daba miedo. -¡Está bien! ¡Paz!- dijo el tipo con la voz temblorosa mientras se agachaba para depositar la escopeta en el suelo. Pablina hizo un cabeceo de lado indicándole a Telli que se apartara. Telli lo entendió de inmediato y salto hacia un costado. En ese instante Pablina acribilló al hombre de la escopeta. Telli no daba crédito de lo que estaba viendo. Se agarró la cabeza y entró en una especie de estado de shock. Pero la muchacha no se detuvo a atenderlo, corrió desesperadamente hacia el lugar donde estaban las butacas de auto para comprobar que las “pruebas esenciales” se salvaron de la requisa. Respiró aliviada. Todo estaba bien. Se sirvió una taza de café y volvió a acomodar todas sus cosas dentro de la mochila. 117


Pasó largo rato hasta que Telli consiguió salir del shock para reunirse con ella. -¿Qué mierda fue eso?- gritó Telli. -Ni idea. Eran unos tipos muy raros, ¿no? -¡Acabás de matarlos a los dos! -A los tres- corrigió ella. -¿Al otro también? -¡Ajá! Hay una mujer atada a una cama dentro de esa casita. Está embarazada. -¿La mujer enferma? -Si. Está en trabajo de parto y tiene la viruela- explicó ella, inconmovible. -¿Embarazada? ¡Tenemos que ayudarla!- exclamó Telli. -¿Ah si? ¿Vos sabés asistir un parto? Porque yo no tengo ni idea. -¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a pegarle un tiro para que no sufra? Pablina no respondió. Acabó su café de un trago y se sirvió otro. -¿Dónde están los pibes y el viejo?- preguntó ella. -No sé. Deben estar con la otra mujer. Dijeron que había otra mujer- respondió Telli agarrándose la cabeza y sentándose en cuclillas. Toda la situación lo superaba. Había pasado demasiado tiempo encerrado en la Madriguera, lejos del mundo real, donde todo se había vuelto extremadamente violento y sanguinario. 118


Pablina acabó su café, acomodó las mochilas a un costado y salió a la búsqueda de los niños del sanjón. Advirtió a Telli que los chicos podían estar armados, que se mantuviera cubierto. Telli, que todavía se negaba a usar un arma, se escondió en la gaveta cubierta, que alguna vez sirvió para refugiar de la lluvia a los pasajeros que esperaban al tren en la estación. La mujer avanzó hacia las oficinas y se perdió dentro de lo que fuera la boletería, tras abrir de una patada una de las puertas. Al cabo de un rato reapareció, pero esta vez acompañada por los tres niños y la mujer. Los apuntaba desde atrás. -Dice que se llama Celeste y que estos son sus hijosexplicó Pablina- ¡Ah! Y dice que los tipos a los que maté la tenían secuestrada... -¿Y la otra mujer? La embarazada...- preguntó Telli. Celeste soltó una larga explicación llena de detalles tartamudeados... -Son saqueadores. Llegaron acá hace tres semanas mas o menos. Mataron a mi marido y se apropiaron de la estación. Nosotros vivíamos en la casita. Necesitaban ayuda porque la mujer estaba a punto de parir y tiene la peste. Lleva tres semanas sufriendo. -¿Vivían en la casita?- preguntó Telli descreído. Pablina sonrió. Encañonó a la mujer directamente en la frente. -¡Error! Estás mintiendo para salvarte el culo. Los ojos de Celeste se llenaron de miedo. Retrocedió unos pasos acercando a los dos niños más pequeños hacia ella. 119


-¡No... no... no...miento!- farfulló la mujer. Pablina achinó los ojos, sin borrar esa perversa sonrisa de su boca. -¿Dónde tienen el refugio? Queremos comer algo antes de irnos. La mujer señaló la oficina ladeando la cabeza. -Llevanos ahí. Te voy a estar apuntando a la cabeza desde atrás todo el tiempo. Ya sabés que no me tiembla la mano para disparar- amenazó Pablina. Sin chistar, Celeste, avanzó en dirección a la oficina del jefe de estación. Se agarraba fuertemente de los dos nenes más pequeños a los que usaba de defensa. El chico más grande, el que había puesto los pies en el agua, caminaba unos pasos por detrás con la cabeza a gachas. -¿Qué carajo está pasando ahora?- preguntó Telli desorientado. -Ésta es una mentirosa...- dijo Pablina-... y casi logra engañarnos, si no fuera porque habló de más. -¿Cómo que habló de más? -Los mentirosos hablan de más cuando tienen miedo. Hiciste la pregunta correcta... la de la casita, y el chico más grande miró a su madre con ojos de miedo. La cara de los más chiquitos delataron a la madre.... Celeste no pronunció palabra, lo cual confirmaba la intuición de Pablina. -... lo que pasó acá fue que estos eran todos unos saqueadores. Limpiaron al lugar y se quedaron. Seguramente el embarazo de la que está en la casita les impidió continuar. 120


Creeme, Telli, conozco muy bien como funcionan estos criminales. Te falta mucho para aprender. Sin chistar, Celeste, entró en la oficina y señaló la mesa. Bajo la mesa había una pequeña alfombra que cubría la tapa que daba al refugio subterráneo. Telli la ayudó a mover la mesa mientras Pablina continuaba encañonando a la mujer con sus dos pistolas. Ordenó a los niños que se amontonaran en un rincón del salón. Les dijo que se abrazaran como si estuvieran en una ronda y que permanecieran mirando el suelo. -Si alguno rompe ese círculo o hace algo le disparo a su madre- amenazó sin rodeos. Cuando Celeste abrió la tapa le ordenó que bajara con ella, y a Telli que observara a los niños. Encendió su linterna... En aquel sótano había de todo.... Muchísimas latas de conserva, bebidas y armas, muchas armas, todo un arsenal. Pablina sintió que algo volvía a latir en su sien. Enfocó a Celeste con la luz directamente a la cara... -¿Qué estás por hacer?- le preguntó. -¿Qué? Nada... no hice nada... -No hiciste nada pero estás por hacer algo... puedo notarlo... -¡Nada, nada!- exclamó la mujer con tono de súplica. Volvió a sentir el latido en la sien. Algo no andaba bien... En ese mismo instante unas cajas que estaban apiladas a un lado, se movieron bruscamente en medio de la oscuridad. 121


Desde arriba, los niños chillaron de miedo al escuchar los dos disparos. -¡¡Pablina!!- gritó Telli. Hubo un breve lapso de silencio que pareció durar horas. -Estoy bien- dijo finalmente. -¿La mataste? -Tranquilo. Ahora subo. Los niños, muertos de miedo, se abrazaron apiñándose como polluelos y rompieron a llorar. Al cabo de un rato, Pablina, salió a la superficie. Traía en la mano un atrapasueños a medio construir. Le ordenó a los niños que se marcharan, que desaparecieran y se buscaran la vida, y ellos, sin dudarlo un solo instante, corrieron despavoridos hacia fuera y se perdieron rodeando la estación. -¿Qué pasó?- preguntó Telli desconcertado. - El viejo. Me estaba esperando. Acabé con los dos. -¡Dios, mío! ¿Cómo supiste que estaba ahí? -Lo intuí. Me vino el latido- respondió ella. -¿El latido? ¿Qué latido? Pablina se señaló la sien. -Tengo algo especial que me salva la vida siempre. Ya lo comprenderás. Ahora juntemos armas, comamos algo y vayámonos de acá. Quiero llegar a Bancalari antes de que nos alcance la oscuridad. Un rato después ya estaban de camino hacia las vías. Pablina iba por delante. 122


-¡Esperá!- dijo Telli- ¿Y qué hacemos con la mujer embarazada? -Yo no voy a hacer nada. Dejala ahí donde está. Telli se quedó observando a su compañera. Un pensamiento ebrio de sospecha eclipsó su cabeza repentinamente luego de haberla visto matando a tanta gente a sangre fría. -¿Qué? ¿Qué me mirás? -No, nada... estaba pensando en Enzo...- respondió él. -¿Enzo? ¿Qué pensabas? -¡Nada! -Bueno, dejá de pensar tanto y caminá que tenemos largo trecho por delante- culminó ella. En ese mismo momento se escuchó un disparo y el grito desgarrador de una mujer. Luego otro. Telli y Pablina se quedaron helados. -¡Vamos!- gritó Pablina-. Creo que ya no tenés que preocuparte más por la embarazada. Avanzaron a la carrerilla por las vías.

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Episodio 14 (Publicado el 17 de Marzo de 2013) “La página veintiocho”

El presidente argentino había aparecido por televisión por cuarta vez en una misma semana. Ya habían dado un toque de queda y todas las ciudades importantes del país estaban convertidas en zonas liberadas. Los disturbios y saqueos pasaron a un segundo plano de preocupación social. La pandemia que había colapsado los hospitales y la ausencia total de soluciones eran lo más importante. Buenos Aires se transformó en pocos años en una ciudad devastada y apocalíptica. Chamy se presentó en la puerta de la casa de su esposa y volteó el portón de una patada. Respiraba con dificultad y bufaba como un animal agonizado, pero, con sus últimas fuerzas, quería llevar al límite la defensa de su dignidad. Tenía una orden de alejamiento, pero en una ciudad en la que ya no existían autoridades y reinaba una anarquía enfermiza, ¿a quién le iba a importar que rompiera las reglas? Al verlo por la ventanita de la cocina, Teresa, empujó a los niños al pasillo del fondo, y les ordenó que, en cuanto les dijera la palabra “ahora”, corrieran a saltar por el tapial. Allí estaba dispuesta una escalera inclinada, que se apoyaba contra el muro que daba a la casa del vecino. Mientras tanto ella se encargaría de entretener a su marido y retenerlo el mayor tiempo posible. Pablina estaba en su habitación, recostada sobre la cama, y tenía puestos los auriculares con la música a todo volumen, por eso no se enteró de la llegada 124


de su padre. Pero enseguida sintió el latido en su sien y al apartar un poco la música de sus oídos escuchó el sonido de muebles destrozados, golpes y cristales rotos. Se arrancó los auriculares y rodó ágilmente hacia debajo de la cama. Cerró la tapa y encendió la linterna. Su refugio era más parecido a un ataúd que a un vulgar escondite secreto. Y no era la primera vez que se escondía allí dentro. Lo tenía todo preparado. Cada vez que a Chamy le daba un ataque de esos en los que le saltaba la térmica y reclamaba por su paternidad, ella tenía que esconderse y repetir la misma ceremonia. Tenía que evitar a toda costa cualquier confrontación con él y darse por desaparecida, porque el tipo era extremadamente violento y agresivo. En esos estados jamás se podía entrar en razón con él. ¿Para qué la quería? ¿Adonde pretendía llevársela, si no tenía donde caerse muerto? Todo era una cuestión de dignidad... una absurda y tonta dignidad. -¡Chamy! ¡Por favor! ¡No me lastimes!- suplicaba Teresa, y le juraba que no sabía donde estaba la niña. El tipo, sin piedad alguna, destrozaba todo lo que se ponía a su paso, y esta vez estaba dispuesto a lastimar a cualquiera de los otros tres niños, que no eran suyos, con tal de que su ex esposa sintiera el rigor de su desahucio. Pablina agarró su libro y, con la dificultad del reducido espacio, lo preparó, y se aseguró de que todo estuviera dispuesto... incluso la nota de la solapa... “El viento entre los sauces” era más que su amuleto, mucho más que eso... La puerta de la habitación se abrió precipitadamente de un manotazo. La mujer intentó retener a Chamy, pero le fue 125


imposible. El tipo era enorme, de espaldas tan anchas como un ropero, estaba algo gordo y media casi dos metros. Encendió la luz y echó un vistazo alrededor... y estuvo a punto de convencerse de que su hija no estaba allí cuando vio los auriculares sobre la cama. Los agarró y se los acercó a la oreja... la música estaba encendida... la cama aún estaba caliente. Volteó y miró a su ex mujer con esa cara de sicótico que se le ponía cuando estaba enceguecido de odio. Teresa gritó: “¡Ahora!”, y los chicos corrieron despavoridos para trepar la escalera inclinada sobre el tapial. Chamy quiso salir de la habitación para seguirlos, pero ella se interpuso en su camino y tuvo que soportar un fuerte golpe de puño cerrado en su estómago. Cayó doblada al suelo y rompió a llorar porque sabía que era su fin. El próximo golpe fue en la cabeza y estuvo a punto de recibir un tercer golpe que pudo ser mortal, cuando la tapa del refugio de Paulina se abrió repentinamente. Su padre, con el brazo suspendido en el aire, suspendió la golpiza y giró en torno a ella. -¡Acá estoy! No le pegues más-. Las últimas palizas de Chamy habían llevado a Teresa al hospital, y por eso tenía una orden estricta de alejamiento. Eso y unos días preso fue lo máximo que se pudo conseguir como castigo. Miró a su hija y sonrió. Ella no le devolvió la sonrisa, se mantuvo pétrea, con su libro en la mano. -Vine a buscarte, Pau, voy a llevarte conmigo- le dijo él. -De acuerdo, pero a ella no la toques. Chamy, que tenía sujetada a su ex mujer de los pelos, la soltó al instante. -Juntá tus cosas que nos vamos- dijo. 126


-Tengo todo lo que necesito... mi libro y la ropa que llevo puesta. -Pau, no vas a volver por acá. Llevate todo lo que necesites. -Esto es todo lo que necesito- aseguró ella. -¡Vamos!- ordenó su padre. Al pasar junto a Teresa, Pablina, besó a su madre y le dijo que no se preocupara por ella, que esa misma noche estaría de regreso. -¡Ni hablar!- intervino él-. No vas a volver a esta casa. -Voy a volver- retrucó ella-. En cuanto te distraigas y encuentre la oportunidad de matarte, voy a hacerlo. Va a ser un alivio para todos. Chamy se quedó boquiabierto... -¿Qué? ¿Qué me estás diciendo? -Lo tengo muy bien pensado. Alguien tiene que arreglar esto y yo voy a arreglarlo- dijo la muchacha con una frialdad inconmovible. Chamy se agitó y caminó en círculos. Intentó arrojar una patada a Teresa pero erró y trastabilló... -¡Fijate como me está hablando mi propia hija! ¡Eso es por tu culpa, perra! -No se te ocurra volver a pegarle- amenazó la niña con los dientes apretados. De repente Chamy vio en los ojos de su hija su propia mirada sicópata, y ese reflejo le congeló la sangre.

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-¡Ahora vamos! No quiero matarte acá, en esta casa, quiero hacerlo en tu propia casa. No vas a ensuciar mas este lugar- concluyó la chica. A pesar de la fatal amenaza, él, se llevó a su hija. Supuso que podría doblegar ese odio que ella le tenía y que podría convencerla de que la amaba de verdad. Al salir a la calle, los vecinos estaban reunidos en las cercanías del porche. Tenían con ellos a los tres niños que saltaron por el tapial buscando ayuda, y habían acudido con sus armas a defender a Teresa. Pablina los retuvo y los convenció de que no le hicieran nada. Nadie comprendió su actitud pero le hicieron caso. Pablina les pidió que ayudaran a su madre que estaba golpeada dentro de la casa, y se marchó con Chamy. La casa de Chamy distaba a unas pocas cuadras. A llegar él le ordenó que pusiera los brazos hacia atrás y le ató las muñecas con muchas vueltas de cinta aislante metalizada. -Esto es porque quiero asegurarme de que te quedes quieta y no cometas ninguna locura...- le explicó-. Necesito que te quedes quieta para que hablemos. Ella no se resistió. Luego de que tuviera atadas las manos se sentó al borde de la cama y él repitió lo mismo con las piernas. -Cuando tengas que ir al baño voy a tener que cortar la cinta- dijo el padre. Ella solo sonrió. Se mantenía en un misterioso silencio que incomodaba e intrigaba muchísimo a Chamy. Conocía a su hija y sabía que era muy astuta, desde pequeña, y que nada de lo que pasaba alrededor estaba fuera de su control estratégico. Era como una experta jugadora de ajedrez, y le estaba dejando comer la reina demasiado fácilmente. 128


Chamy ubicó una silla frente a Pablina y, por enésima vez, le contó la historia de cómo su madre se las había arreglado para convertirlo en el ser despreciable que era, y cómo había conseguido alejarlo de ella. Pablina ya conocía la historia de memoria, pero lo dejó hablar porque iba a ser la última vez que la contara. El tipo acomodaba todos los sucesos con gran autocompadecencia, y en su testimonio siempre era la víctima de todo lo que había pasado. Incluso repasó algunos episodios de su desgraciada infancia para intentar conmoverla, pero ni siquiera sus lágrimas cambiaron ese gesto pétreo en los ojos de la muchacha. Más tarde cenaron. Él le dio de comer en la boca, como cuando era una niña pequeña, y ella empezó a mostrarse complacida y a gusto. Le pidió que la recostara en la cama y que le leyera un poco de su libro, antes de dormir... -Leéme como cuando era chiquita, ¿si? El hombre, encantado de la propuesta, agarró el libro de “El viento entre los sauces” y leyó los primeros párrafos en voz alta. -¡No! Continuá desde donde yo lo dejé, a partir de la página 28- pidió ella. El hombre obedeció, y leyó en voz alta hasta la página 34, hasta que ella cerró los ojos. -¿Sigo?- le preguntó en voz baja. -No hace falta. Ya está bien- respondió Pablina. Chamy sonrió dulcemente y le preguntó: -¿Ya se te pasaron las ganas de matarme? Pablina sí le devolvió la sonrisa esta vez... miró a su padre a los ojos: 129


-¡No! -¿Cómo que no? -¡No!- insistió ella- De hecho ya estás casi muerto. Otra vez un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Su hija, cuando hablaba así, le daba miedo. -Pues muy mal, porque me obligás a dejarte atada. Buenas noches- dijo y depositó un besito en su frente. Apagó la luz, se marchó a su habitación y se acostó en su cama. Una hora y media más tarde, Chamy, estaba arrastrándose por los suelos intentando llegar al baño. No le respondían las piernas ni los brazos y tenía el cuello endurecido hacia un costado. Pablina se levantó con un envión de la cama, y, de a saltitos, llegó a la cocina. Con el filo de un cuchillo se deshizo de la cinta que amarraba sus manos y una vez liberada repitió lo mismo con la de sus pies. Volvió a por su libro y sacó de la solapa un pequeño recorte... Entró en la habitación de su padre y se sentó a su lado, en el suelo. -¿Qué me hiciste, hija de puta?- balbuceó él largando espuma por la boca. Ella leyó en voz alta... "Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: '¡Oh médico, no hay nada escrito!' 130


...."Y el médico respondió: 'Sigue volviendo más hojas del mismo modo'. Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó: '¡El veneno circula!' " El halcón del rey Sinabad, Las mil y una noches Para cuando terminó de leer el papel, Chamy ya estaba muerto. Pablina volvió a su casa con su madre y sus hermanos. Nadie le hizo preguntas.

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Episodio 15 (Publicado el 24 de Marzo de 2013) “Ningún Nombre”

Velozmente avanzaron sobre el puente con intenciones de cruzar el arroyo. Había por allí decenas de esqueletos de autos calcinados. Pablina tomó la delantera sorteándose entre la chatarra y Telli intentaba seguirla por detrás pisando sobre sus huellas. Pero ella era demasiado ágil para imitarla y seguirle el tranco. Entonces volvió a escucharse un disparo. Pudo ser un disparo al aire, de advertencia. Telli se quedó petrificado de miedo. Ella siguió adelante, y estaba ya casi en medio del puente de hierro cuando se dio cuenta de que su compañero se había quedado rezagado. -¡Esteban!- le gritó. Un nuevo disparo resonó, esta vez claramente, entre las chapas de los autos. Telli se acurrucó cubriéndose la cabeza con sus brazos. Por un momento, Pablina, dudó en continuar y dejarlo atrás, pero se apiadó y volvió a por él, empuñando sus pistolas. -¡Metete dentro de un auto!- le ordenó. Telli se escurrió por el hueco de una ventanilla y un nuevo disparo estuvo a punto de alcanzarlo. Se encogió en el piso de la parte trasera. 132


Las detonaciones se hicieron más continuadas, pero no se terminaba de entender desde donde provenían. Todo era muy confuso y desconcertante. Pablina se deshizo de su mochila escondiéndola en el baúl de un coche y rápidamente se puso al resguardo de la balacera. Distaban a diez metros entre uno y otro. Hubo silencio por un largo rato. “Él” o “los” atacantes estaban tomando posición. La muchacha alzó la vista al cielo. La luz empezaba a menguar y eso indicaba que no les daría tiempo para avanzar hasta la próxima estación, si seguían allí retenidos por el ataque sorpresa. Se asomó estirando el cuello para intentar localizar la posición de algún atacante, pero no se veía a nadie. -¿Telli? ¿Estás bien?- preguntó y su voz resonó en un eco acústico rebotando exageradamente alrededor entre tanto silencio circundante. -¡Si!- respondió el otro con la voz temblorosa. -Quiero que hagas exactamente lo que te diga... vas a sacar tu pistola y tenerla en la mano, y en cuanto te dé la orden quiero que salgas de ahí y vengas conmigo. Abandoná tu mochila. Yo voy a cubrirte. ¿De acuerdo? -¡Okey! Se desprendió de la mochila y, con las manos temblonas, le quitó el seguro a la pistola, tal como ella se lo había enseñado. Se ubicó justo en el hueco de la ventanilla esperando la orden para lanzarse fuera. La posición era muy incómoda y retorcida. Entonces un nuevo balazo silbó entre 133


los fierros de la puerta anulando sus intenciones, y volvió a dejarse escurrir al piso del auto. -¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierdaaaa!- gritó desesperado, mientras se volvía a envolver la cabeza enrollándose como un bicho bolita. Así, finalmente, Pablina dedujo la ubicación del atacante. No debió disparar tan rápido, eso lo puso en evidencia... Se deslizó hacia un costado moviéndose como un cangrejo, hasta encontrar una posición ventajosa desde donde divisó una forma humana que pretendía ocultarse detrás de un montículo de basura fosilizada, al costado de las vías. En ese momento un nuevo estampido, proveniente desde otro sector, desde el fondo del amasijo de autos, le confirmó que se trataba de, al menos, dos atacantes. Eso complicaba las cosas... El disparador que permanecía tras el montículo estaba tan concentrado en los próximos movimientos de Telli que no se percató que la chica había cambiado de sitio, y lo estaba viendo, y antes de que volviera a apretar el gatillo, ella le voló la cabeza de un solo tiro. El hombre cayó desplomado emitiendo un chillido agudo y sofocado. -¡Ahora, Telli, volvé a salir!- ordenó, pero él estaba tan muerto de miedo que ni siquiera pudo mover un solo músculo. La muchacha insistió, asegurándole que ya tenía el camino libre. Finalmente Telli brincó fuera del auto raspándose los testículos con el borde de la ventanilla al deslizarse para abajo, y aporreándose la cabeza contra la puerta del auto que estaba al costado. Y ahí quedó, en el suelo, noqueado de dolor. Cuando se repuso un poco se arrastró por el reducido pasillo de autos, reptando entre los 134


pedruscos como una lagartija. Así logró avanzar unos metros en dirección a donde suponía que se encontraba Pablina. Pero ella ya había vuelto a cambiar de sitio, con furtiva presteza, logrando rodear el perímetro, alcanzando finalmente el montículo de basura donde se encontraba el hombre que acababa de matar. Yacía boca abajo con un disparo en la parte occipital y un rifle con mira telescópica tendido a un metro de distancia. Ella guardó sus pistolas y se hizo del rifle. El segundo atacante tiró una serie de descargas para poder moverse y avanzar entre la chatarra, sin haberse percatado de que su compañero ya no estaba en juego, y mucho menos de que su lugar estaba ocupado por una experta tiradora. Ella lo buscó con la mira telescópica pero había demasiada basura de hierro de por medio como para dispararle y traslucir su nueva posición. Pero lo que más le preocupaba era que la tarde caída demasiado de prisa y las nubes de ceniza los sorprendería allí, al descubierto. Hubo silencio por mucho rato. El tiempo se agotaba. El atacante no daba señales. Seguramente ya se había escabullido como un topo por entre los autos y estaba progresando en dirección a Telli. -¡Ya basta!- exclamó ella, impaciente. Arrojó el rifle a un lado, desenfundó sus dos pistolas y se lanzó como una kamikaze a confrontarse con el desconocido disparador. Ese no se la esperaba apareciendo por el costado y, totalmente dislocado y abatatado, se incorporó, y le disparó con mala y exaltada puntería. Sus tiros silbaron errantes por el aire. Pablina corrió vertiginosamente hacia él, y en cuanto lo tuvo 135


a tiro, a punto de taladrarlo, reconoció su cara y se contuvo de matarlo. No daba crédito de lo que veía... -¿NN? ¿Sos vos? ¿Estás chiflado? ¿Porqué nos estás disparando, idiota?- le gritó. El muchacho arrojó su arma al suelo y levantó las manos en señal de rendición. Sabía que no tenía ninguna chance contra ella. Unos minutos más tarde se reunieron con Telli. Ella caminaba por detrás del chico, empujándolo. Ni siquiera lo apuntaba con un arma. -Mira quien era el francotirador... Telli se levantó del suelo y miró al pibe. No salía de su asombro. -¡Pelotudo de mierda!- le gritó y le sorteó una cachetada-. Antes ella te salvó la vida y ahora querés matarnos... El chico bajó la cabeza sin responder. -¿Quién era el otro?- preguntó Pablina. -El hijo de Celeste, el mayor. Todo el tiempo estuvo escondido y ahora quería vengarse porque ustedes mataron a todos los nuestros. -Nos defendimos. Vinimos pacíficamente pero iban a hacernos mierda, y vos lo sabés. El chico asintió. -¿Hay más gente que pueda molestarnos?- preguntó Pablina. -No. Los otros dos pibitos se fueron, estoy yo solo. 136


Telli fue a recuperar su mochila y Pablina la suya. Tenían prisa por cruzar el río y encontrar un sitio seguro donde disponer las carpas-burbujas antes de la lluvia de cenizas. -¡Ahora tomátelas!- ordenó Pablina al chico-. No te quiero volver a ver, porque la próxima no seré tan piadosa. ¡Vamos! ¡Andá a buscarte la vida! El chico caminó lánguidamente, cabizbajo, en dirección a la estación. Pablina se aseguró de que la caja con las cepas de moscas continuara segura, y de inmediato se aligeraron a cruzar el puente. Una vez del otro lado solo les dio tiempo de armar las burbujas dentro de un vagón descarrilado que estaba tumbado junto a las vías. Las próximas veintiún horas las pasaron allí dentro, hasta el nuevo amanecer.

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Episodio 16 (Publicado el 1 de Abril de 2013) “Asilo”

Apenas cuando clareó un poco en el horizonte Pablina se levantó de un salto. Sacudió la carpa burbuja de Telli y plegó rápidamente la suya. Tenía mucha prisa por continuar camino. Telli, con la espalda entumecida, tuvo que hacer un gran esfuerzo para incorporarse. -Voy a mear, y en cuanto vuelva estate listo porque salimos- dijo ella. -¡Por dios! ¡Dejame comer algo! -De camino, Telli, no hay tiempo que perder- y se apartó unos metros hasta un grupo de eucaliptos que se apiñaban en un baldío lindante a los andenes, desabrochándose los pantalones mientras caminaba. Se puso en cuclillas y descargó la vejiga con gran alivio, entrecerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir se sobresaltó de un fuerte susto al encontrarse a NN parado frente a ella, observándola. -¡Mierda!- gritó. El chico ni se inmutó. Unos instantes después, Telli, apareció con la pistola sujeta entre sus manos temblorosas. -¡Este pendejo pesado!- gritó ella ajustándose los pantalones. -¿Qué hacés acá? ¿Dónde pasaste la noche?

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El muchacho señaló en dirección al puente. Había por allí unos tubos de cemento de dos metros que estaban semisepultados. -¿Qué querés? ¿Volviste para intentarlo de nuevo? ¿Querés vengarte? El chico negó moviendo la cabeza. -¡Hablá, pelotudo!- le gritó Telli. -Quiero ir con ustedes- contestó finalmente. Pablina y Telli se miraron... -¡No!- dijo ella, y sin esperar apelación regresó en busca de su mochila. Telli se quedó con el chico. Unos minutos después estaban en plena caminata por las vías. Pablina, enojada, iba por delante. Veinte metros detrás la seguía Telli comiendo galletas, y unos pasos detrás suyo, trajinaba NN. A pesar de las protestas, Pablina, no pudo hacer nada para que NN se despegara de ellos. A Telli parecía no molestarle tanto. Pero a pesar del disgusto, ella no tenía mala impresión con el chico. Si hubiese representado alguna amenaza, hubiese sentido ese latido en la sien que siempre le advertía de los peligros. No sucedió antes, ni después, ni siquiera cuando los atacó a los tiros. Fue una caminata silenciosa de unos cinco kilómetros hasta la siguiente estación. El letrero destrozado apenas dejaba leer restos de la palabra “Suárez”. Allí descansaron un poco y bebieron, entre Telli y Pablina, una botella entera de agua. NN permaneció alejado, sentado en el bordillo del andén. 139


-Ahora nos queda una sola botella de agua y casi nada para comer. No quiero que compartas nada con el pibeordenó Pablina. -Solo le voy a ofrecer un poco de agua... -¡Nada!- interrumpió ella de un grito-. Es como un perro vagabundo, si le das algo se nos va a quedar pegado todo el camino. Quiero que se pierda. Que nos siga si quiere hasta que encuentre algo donde quedarse y chau, a hacer su vida. -No parece mal chico. -Telli, no es por lo malo o bueno que pueda ser... Esto es supervivencia y tenemos una misión. -¿Una misión? ¿Una misión de qué? Todavía ni siquiera me explicaste bien adónde vamos. Sé que vamos al centro, a dejar ese estuche con... moscas... pero nada más. No sé para qué te acompaño. -Estás conmigo porque no tenés a nadie más, y porque si te quedabas solo en esa Madriguera ibas a morir. Telli dejó caer pesadamente la mochila al suelo y encaró a Pablina. -Cuando estaba en la Madriguera nunca me cagaron a tiros como desde que estoy con vos. Y si me llevás con vos por compasión de mi soledad, bueno... ese chico que está ahí... también está solo. No tiene a nadie. Mataste a todos los suyos. Pablina acercó su cara a la de Telli... -Pues entonces tengo la solución a tu problema... juntá al pibe ese y vuelvan a la Madriguera. Ya volviste a encontrar pareja... 140


-¡Me parece que tenés razón! Creo que sería una buena idea...- retó Telli alzando el volumen de la voz al nivel de la de ella. Sus narices chocaban punta con punta y sus ojos parecían echar chispas. -Muy bien, entonces... Espero que tu nuevo amiguito de... doce o trece años, sepa como ayudarte cuando te dé uno de esos ataques de locura alucinógena- dijo ella acentuando las últimas dos palabras con tono burlón. -¡Hija de puta! -¡Vamos! ¡Váyanse! ¡Nada te retiene! En ese instante NN los interrumpió. -¡Shhh! ¡Silencio!- dijo, y se movió agazapado hasta el borde de la estación, donde apenas se sostenía el armazón esquelético del tinglado. Pablina torció un poco la cabeza para oír... Sonaban gruñidos y gimoteos desde alguna parte. Desenfundaron sus armas y avanzaron con el chico. Se escondieron agazapados tras una garita de madera y chapa. -¡Mierda! ¡Hordas otra vez, no!- suplicó Telli. -¿Hordas? ¿Por acá? Imposible- aseguró Pablina. Poco más de cien metros detrás del terreno de la estación, donde también había restos de autos quemados y destrozados, había un galpón. Parecía un sitio muy añejo, tal vez de los años ochenta, y la chapa exterior estaba totalmente herrumbrada. -Viene de ahí...- aseguró NN y le pidió a Pablina que le prestara una de sus dos pistolas. -¡Ni loca! 141


-Bueno, devolveme la pistola que me sacaste. -No. -Alguien tiene que ir hasta allá para ver de qué se trata. Yo puedo ir...- dijo NN-... soy el mas ágil y se disparar muy bien. Voy, miro y vuelvo. Telli le dio su propio arma sin consultarlo con ella. -Hagan lo que quieran. Yo voy a seguir camino... No se me perdió nada por acá- dijo Pablina incorporándose para regresar a las vías. -Quedate aca. Dejá que el chico mire que hay, y después seguimos. -¿Pero como? ¿No era que regresaban a tu Madriguera? Telli no respondió. Ella cedió. Volvió a agacharse y cabeceó indicándole al chico a que fuera a husmear. NN, moviéndose como una serpiente en ataque, sigiloso y rápido, se escabulló entre la chatarra y se perdió entre la maleza que separaba el final del campo de la estación con aquel galpón. Apenas pudieron verlo aparecer, por momentos, en la distancia, deslizándose como una sombra fugitiva. -Es bueno- dijo Telli-. Se mueve bien, es ágil y sabe disparar mejor que yo. Creo que deberías pensarlo y dejarlo que se quede con nosotros. -No tenemos suficiente comida ni agua. ¿Cómo te lo tengo que decir? -Ya encontraremos recursos.

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El único sonido que llegaba hasta ellos era el de los gemidos y lamentos de varias personas. Sonaban como una Horda pero no parecían furiosos. Al cabo de unos diez minutos el chico regresó. Era saltarín y escurridizo como un atleta. -¡No lo van a poder creer!- dijo. -¿Qué pasa ahí? -Es rarísimo... Deberían venir conmigo... tienen que verlo con sus propios ojos. No se preocupen... no hay peligro. Todo está despejado. -Pero ¿Qué carajo hay? -Zombies- respondió el chico. -¿Qué? -Si, pero están enjaulados. Los tres avanzaron hasta el galpón. Al llegar estudiaron detenidamente el alrededor para asegurarse de que, efectivamente, no había nadie cerca que pudiera sorprenderlos. -Telli y yo entramos. Vos te quedás fuera haciendo de campana- ordenó Pablina. -Yo quiero entrar. -Mirá pendejo... si querés quedarte con nosotros y tener un arma propia tenés que aceptar que la que da las órdenes acá soy yo, y mis órdenes no se discuten. Telli miró a NN y le hizo una mueca para que obedeciera sin chistar. La palabras de Pablina traslucían que acababa de aceptar a NN como miembro del grupo. 143


Miraron hacia el interior del galpón a través de los huecos de las chapas sueltas. Parecía como un viejo criadero de pollos gigantes, lleno de jaulas de alambre, en cuyos interiores se veían personas. Pablina sacó su linterna y dejó su mochila en un rincón seguro. Telli la imitó, y la siguió por detrás para ingresar al galpón. Ella, desde la delantera, vigilaba todo con movimientos lentos, caminando con pasos cautelosos, como un soldado sobre un campo minado. Finalmente lograron entrar sin complicaciones. La gran puerta estaba apenas trabada por un travesaño de madera desde el lado de afuera. No había ningún tipo de seguridad ni custodia y eso llamaba poderosamente la atención a la muchacha que solía desconfiar de todo, pero aún más de las cosas que no presentaran complejidad. Avanzaron lentamente por el pasillo de jaulas. El suelo estaba cubierto por una capa de paja amarillenta y muy pisoteada, como en un establo. Había huellas de vehículos. Dentro de las jaulas había personas delgadas, desnudas y tan deprimidas como los prisioneros de los campos de concentración alemanes. -¡Qué raro es esto!- murmuró Pablina- No son M.O.C Se acercó a una de las jaulas y enfocó con la linterna el estómago de uno de esos hombres. Eran muy similares a los zombies de las Hordas, pero estos tenían estómago y eran demasiado pasivos. Gemían y lloraban, en un lamento incesante, pero no parecía que tuvieran interés por escapar de su cautiverio. Pablina enfocó sus manos, su cabeza, sus ojos... Conservaban las uñas, tenían un poco de cabello crecido en sus pronunciados cráneos y pestañeaban molestos ante el rayo de luz. Igual su piel era débil, apergaminada y grisácea, y los trayectos de sus venas se veían claramente en 144


circuitos enmarañados por todo el cuerpo. Eran como los M.O.C pero algo recuperados. Miró en la distancia... La fila de jaulas sumaban, al menos, una treintena. Pablina avanzó con prisa hasta el fondo del galpón. Se sentía muy curiosa por saber con qué estaban alimentado a esas bestias, o con las estaban medicando. Pero no había nada a la vista. Por allí, en el fondo, había algunos barriles de plástico llenos de agua, y muchas latas vacías amontonadas. Se trataba de latas de conserva de arbejas o tomates. Pablina dedujo que con eso les darían de beber a los zombies. -Toman agua- murmuró. No podía salir de su asombro. Entonces apareció NN por la puerta principal... -¡Alguien viene! ¡Es una camioneta! Pablina se escondió detrás de los barriles de agua. NN desapareció fuera, hacia un costado del galpón, y Telli, que había quedado a medio camino, dudó demasiado entre un extremo y otro, y fue sorprendido por el vehículo que entró al galpón velozmente, aprovechando que la gran puerta había quedado abierta. Al ver al hombre parado en medio del galpón, la camioneta negra se detuvo. Telli apuntó con su pistola. Los zombies se reanimaron de inmediato y aumentaron sus gritos y sacudieron los alambres de sus jaulas. La camioneta permaneció allí unos instantes que parecieron misteriosamente largos. Finalmente la puerta corrediza de la parte trasera se abrió, y asomó un hombre, vestido con ropa de apicultor, con una máscara antigases puesta y los brazos en alto. 145


-¡Tranquilo!- gritó con la voz embutida en su máscara¡Somos pacíficos! El hombre que estaba al volante apagó el motor de la camioneta y también se dejó ver, levantando las manos. -¡No dispare! ¡No queremos pelear! ¡Somos sacerdotes! Telli bajó el arma. Se acercó cuidadosamente a ellos y hablaron. Pablina, que observaba toda la escena desde la distancia, estaba preparada para atacar en cualquier momento, pero su compañero la detuvo... -¡Pablina! ¡Podés salir! ¡Está todo bien! Ella también se reunió con los recién llegados. -¿Qué es todo esto? ¿Quiénes son ustedes?- preguntó ella, sin soltar sus pistolas. -Ahora vamos a alimentar a esta gente. Luego podemos hablar. ¿Podrían ayudarnos?- dijo uno de los curas. Pablina guardó sus pistolas. No había ningún latido en su sien que la advirtiera sobre algo peligroso. -Deberían usar sus máscaras acá dentro...- dijo el que había conducido la camioneta-. Es peligroso. -¿Qué les dan de comer?- preguntó ella. -Un poco de todo... Normalmente preparamos polenta de maíz con cualquier cosa que encontremos. -Queda poca comida por ahí...- intervino el otro cura-... ya se ha saqueado casi todo. -¿Para qué los alimentan? Están enfermos y morirán de todos modos- dijo Telli. 146


-Son seres vivos y nuestro deber es preservar la vida a pesar de que la muerte los venza. Es un deber, y una obligación moral... -Pues estarían mejor si estuviesen muertos- dijo Pablina-. No les están haciendo ningún favor. Los curas bajaron cajas con alimento que fueron distribuyendo en grupos para acercarlos uno a uno dentro de las jaulas. -Son inocentes víctimas y tienen vida... eso nos basta para necesitar ayudarlos- respondió uno de los curas. A Pablina le llamó la atención que, al acercarles el alimento, los curas abrían las jaulas, y los prisioneros no hacían ningún intento por escapar. Por momentos dejaban algunas jaulas abiertas, y aún así no escapaban. Telli les ayudó a distribuir la comida. El cura insistió en que se colocara la máscara. -¿Para qué?- preguntó Pablina- ¿Creen que hay algo volátil que pueda contagiarnos? -No lo sabemos- dijo un cura. -Este es el sitio de cuarentena. Cuando esta gente esté estabilizada la llevaremos con los demás, al Asilo. -¿O sea que tienen un lugar con más de estos? -Hay casi ciento cincuenta. Todos viven. -Muchos mueren diariamente, pero hemos conseguido salvar a la mayoría de las personas que nos traen- explicó el cura. -¿Qué les traen? ¿Quiénes? 147


-Ayúdanos a darles de comer y de beber. Luego si quieren pueden venir con nosotros. Tenemos comida y un sitio donde dormir. Serán bienvenidos. Allí podremos hablar tranquilamente- propuso uno de los curas. NN apareció. Llevaba el arma en la mano pero sin apuntar a nadie. -Tranquilos, él viene con nosotros. Los curas miraron al muchacho y uno de ellos le pidió que se pusiera la máscara antigases. Entre los cinco alimentaron a todos los zombies y les dieron de beber. Al finalizar el trabajo los dos curas rezaron en voz alta una oración por ellos. Subieron todos a la camioneta y marcharon al pueblo. Tres kilómetros camino adentro llegaron al sitio al que llamaban “El Asilo” que no era otra cosa que una vieja fábrica metalúrgica, con una gran muralla y un enorme patio. Ingresaron al edificio por la entrada principal de la fábrica. Allí los recibió un tercer cura, joven, que caminaba con un bastón. -Tenemos compañía- anunció uno de los otros dos. Fueron saludados amablemente y se dirigieron al interior de la fábrica. Pablina observó que en varios lados había varios zombies merodeando libremente. Se acercó a uno de ellos para mirarlo de cerca... Se trataba de una mujer. Tenía ropa puesta y, aunque conservaba los rasgos de los M.O.C, había algo de piel nueva en su rostro, y una mata de pelo cayéndole por el costado de la cabeza. La mujer zombie se asustó un poco y se apartó de ella gruñendo. 148


-No les gusta que se les acerquen tanto- dijo el cura del bastón-. Tampoco que los miren a los ojos... tienen miedo. -A nosotros sí, porque ya nos conocen, pero son ariscos con los extraños- explicó otro de los curas. Pablina no salía de su asombro. Dentro del edificio de la fábrica subieron unas escaleras para ingresar en un inmenso salón donde había alimentos no perecederos acumulados, algunas viejas máquinas de cocer y camas separadas por sábanas tendidas como cortinas. Allí los recibió una mujer, de unos treinta años, que vestía con un enorme delantal de cuero, como los que usan los zapateros, y llevaba el cabello recogido dentro de un pañuelo sobre la cabeza. Sonrió al verlos. -Ella es Nancy, una de las colaboradoras. Se saludaron desde lejos. Pablina caminó hacia una de las enormes ventanas que daban al patio exterior. Había toda una multitud de personas caminando como autistas en todas direcciones. Eran pacíficos, solitarios, y con andares desvencijados. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No terminaba de entender que era lo que estaba sucediendo...

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Episodio 17 (Publicado el 8 de Abril de 2013) “Almas”

-Supongo que les gustará darse un baño antes de comer algo...- dijo uno de los curas a Pablina. A la muchacha se le iluminó la cara. Hacía mucho tiempo que no se daba un baño. -¿Tienen agua buena? -Si. Aquel sector...- y señaló por el ventanal un edificio que quedaba a la derecha del patio-... es un potabilizador de agua. Funciona con placas de energía solar. Se pueden bañar con tranquilidad y pueden beber agua sin problema. -¿O sea que también tienen luz por las noches? -Si, aunque la usamos poco- explicó el cura-. No necesitamos demasiada luz en las horas de descanso. Pablina echó un vistazo panorámico a todo el interior del edificio. Detuvo su atención en los tres curas y en la mujer. Los estudió detenidamente, uno por uno. -¿Qué es todo esto? ¿Para quienes trabajan? El cura sonrió amablemente. -Trabajamos para la raza humana. Llevamos dos años aquí, recibiendo almas y ayudando a todos los desprotegidos. Luego nos sentamos a cenar y si querés te contamos todo con detalles. Pablina, con la seriedad que la acostumbraba, asintió, y, siguiendo las indicaciones del cura, se dirigió al cuarto de 150


baño. Los otros dos, Telli y NN la acompañaron. También querían darse un buen baño. Nancy fue con ellos. Caminaron por un largo pasillo y entraron en un cuarto de altas paredes en el que había varios tachos metálicos. -Aquí tienen un poco de jabón y unas toallas. El agua sale tibia, no muy caliente, pero es mejor que bañarse con agua fría.- dijo. También les enseñó los retretes y les dijo que, mientras tanto, les prepararían unos colchones con unas cobijas para dormir. -Cuando terminen de bañarse nos sentaremos a cenar. Tenemos sopa y comeremos una pasta que prepara uno de los sacerdotes que está muy buena. Les gustará. -Cualquier cosa que pueda caer en mi estómago me gustará- dijo NN. -¡Seguro! Lo mismo para mí- dijo Telli. La muchacha se quitó la ropa rápidamente. Estaba más ansiosa por el baño que por cualquier otra cosa. NN se la quedó mirando. Le llamaba la atención ver un cuerpo de mujer al desnudo. Pero no había un interés sexual de fondo, solo era curiosidad, lo mismo que cuando la había estado mirando haciendo pis al pie de los árboles. -¿Qué mirás, idiota?- lo retó ella. El chico no contestó. También se quitó la ropa. Cada uno se metió en un tanque distinto y abrieron los grifos. Sus caras dibujaron gestos placenteros al sentir el contacto del agua en la piel. -¿Cómo sabemos que nos dijeron la verdad y que esta agua se puede usar?- preguntó Telli. 151


-No nos engañan... parecen muy legales. Me hubiese dado cuenta enseguida- respondió Pablina. -¿Ah, si? ¿Cómo? ¿Sos una especie de bruja?- preguntó NN con tono socarrón. -Algo así... tengo un don para anticiparme a las intenciones de la gente y para reconocer a los buenos de los malos, y a los tarados como vos, de los tipos como Telli. -¡Eepa!- saltó NN- No te olvides que estamos acá gracias a mí que descubrí el galpón de la cuarentena. -Y vos no te olvides que estás aca gracias a que te salvé la vida una vez y te la perdoné otra vez, así que no hables tanto- retrucó Pablina. El chico no hizo más comentarios. Luego del baño se reunieron en con los demás. Los tres curas y la mujer llamada Nancy los estaban esperando. Se sentaron en sus lugares y todos se tomaron de las manos mientras uno de los curas hizo las bendiciones de la mesa. Pablina y Telli se miraban entre sí, mientras todos los demás, incluyendo NN, cerraron los ojos y corearon la palabra “Amén” al final de la bendición. Sirvieron la sopa. Los recién llegados repitieron dos veces. Llevaban unos días, desde la Madriguera, sin probar comida caliente. NN repitió acabó con el resto de la olla. Luego probaron la especialidad de uno de los curas, que eran unos bollos de pasta con fuerte gusto a cebolla y ajo. -Yo soy el Padre Luis...- dijo el cura al que vieron primero descender de la camioneta-. Él es el Padre Rubén, y él es Padre Héctor. Ella es Nancy, el motor que hace que todo esto funcione. 152


Nancy sonrió y negó moviendo la cabeza. Preparó café. -Yo soy Telli. Ella es Pablina, y al chico lo llamamos NN porque se niega a decir su nombre verdadero. -Mucho gusto y bienvenidos. -¿Qué hacen vagabundeando por aquí?- preguntó Nancy. -Nos dirigimos al centro. Tenemos un compromiso- se apresuró a responder Telli. Pablina lo miró sorprendido. No se esperó que Telli dijera eso después de la discusión en la que parecía haber quedado en claro que regresaría a la Madriguera. Le gustó la respuesta de su compañero de ruta. -¿Porqué se dedican a salvar zombies?- preguntó NN mientras acababa su plato de pasta. Los curas se miraron entre ellos. No les gustaba la palabra “zombies”. -Son seres humanos y son víctimas de la imprudencia de todos. Somos responsables de lo que está sucediendo y nuestro modo de asumirlo es tratando de remediar, dentro de nuestras posibilidades, esos errores- explicó el Padre Luis. -Yo no me siento responsable de nada- dijo NN. El Padre Luis sonrió amablemente. -Porque sos muy joven y cuando vos naciste ya esto estaba sucediendo. Sos una víctima como ellos. -¿Cómo los zombies? Yo no soy como ellos- saltó el chico. -Preferimos llamarlos “almas”... son “almas”. Es mejor llamarlos así porque eso nos recuerda que, en esencia, somos tal cual como ellos. 153


Se hizo un largo silencio. Pablina no abrió la boca. Nancy se apresuró a juntar las cosas de la mesa y les ofreció café. Todos aceptaron entusiastamente, sobre todo Telli. -Tenemos tabaco si gustan fumar- dijo el Padre Rubén, y abrió una caja de lata en la que había cigarritos arrollados en hojas marrones. -¿De donde consiguen todo esto?- preguntó Telli muerto de curiosidad. -Todo es de nuestra producción. El sector izquierdo, junto al patio es un invernáculo que creamos para nuestro uso. Hay almas que ayudan a trabajar allí. -¿Tienen zombies trabajando?- preguntó NN y se corrigió de inmediato-... ¡Almas! Quiero decir. -Hacen muchas cosas. Cuando logran atravesar el estadio crítico de la enfermedad pueden razonar y hacer cosas. Son muy limitados, pero son muy agradecidos- explicó Nancy. -¡Increíble! Nosotros solo los vimos moviéndose en Hordas, atacando a las personas... destruyendo todo... -Es lo que todos piensan... Mañana pueden verlo con sus propios ojos. -El primer estadio de la enfermedad es crucial. Si logran sobreponerse, los niveles de agresividad descienden y se vuelven completamente dóciles, depresivos- explicó el Padre Héctor. -Incluso tenemos que motivarlos con actividades para que no se dejen morir- añadió Luis. Pablina, que se había levantado para ayudar a Nancy, exclamó desde lejos... 154


-¡Eso es inverosímil!- y se acercó rápidamente a la mesa-. Científicamente inaudito... Cuando se afecta el sistema nervioso central no hay posibilidades de volver atrás... -Los resultados están a la vista- dijo el Padre Luis-. La ciencia también se equivoca. El fundador de este hogar, el Padre Roberto, descubrió que estas almas actúan por imitación. Si los más fuertes son agresivos y atacan a las personas, el grupo actúan con agresividad. Si el más fuerte de ellos está tranquilo y trabaja, todos hacen lo mismo. En principio, la prueba de esto, son las Hordas... ¿No se preguntaron porqué, siendo tan descerebrados como dice la ciencia, se mantienen unidos en un grupo? Si fueran tan descerebrados irían deambulando solitarios y errantes por ahí, como los autistas. Pero están en grupos uniformes y tienen una motivación común. No es un detalle suelto. Pablina se quedó pensativa. Tenía bastante sentido lo que le decía el cura. La conversación continuó. Pablina les contó sobre su procedencia... -¿Hb76?- preguntó el Padre Luis y miró a los demás. -Oímos hablar de algunas de esas vacunas de pruebas pero no recuerdo esa especialmente- explicó Nancy. -Bueno, da lo mismo...- dijo Pablina-... Supongo que tampoco les dice nada el nombre de Dr. Parodi. Él escribió el famoso informe sobre los M.O.C. -¿M.O.C? Suena a Moco... no sabemos nada de todo eso. -Supongo que todo el mundo está tan desinformado como ustedes. Hasta ahora las vacunas solo consiguieron 155


bajar el nivel de agresividad provocado por el SSD, pero pronto darán con la clave. -¿SSD? ¿Qué es eso?- preguntó Nancy. -Es el nombre del virus propagado- respondió Pablina. Metió la mano en su mochila y sacó la pequeña caja y la colocó sobre la mesa. Mientras desenfundaba el envoltorio explicó... -El Doctor Parodi, junto al Dr. Schwarts y el Dr. Dafunci, perfeccionaron la vacuna Hb76. Pronto el laboratorio del Norte se reunirá con los del laboratorio del Hospital Muñiz, donde son expertos en infectología patógena. “El resto” es un grupo de militantes al que pertenezco y nos dividimos en áreas destinadas a diferentes actividades en beneficio del proyecto al que llaman “el antídoto certero”. Esta caja es un cryoenvase hermético, sellado, y contiene Drosophilas... -¿Qué es eso?- preguntó el Padre Luis. -¡Moscas!- se apresuró a responder Telli. Los curas se miraron entre sí. No estaban seguros de que no se tratase de una broma. -¡Exacto! Precisamente moscas de la fruta- corroboró Pablina-. Todo un antecedente análogo... Cuatro pares de cromosomas... setenta por ciento de compatibilidad con el genoma humano... patologías idénticas a los mamíferos... cincuenta por ciento de secuencias proteínicas... Hay una base de datos llamada “Homophila” que estudia la genética humana, homóloga de estas moscas. Estas cepas salvarán a la raza humana. Hubo un largo silencio. 156


-¿Alguien quiere más café?- preguntó el Padre Héctor. -Yo no sabía nada de todo esto...- dijo Telli. -¿O sea que vos llevás moscas ahí dentro?- preguntó NN como asegurándose de que había oído bien lo que había oído. -Cepas de moscas, si. Volvió el silencio. Todos quisieron repetir el café. Los curas encendieron otro cigarrillo. -A mi me parece muy bien todo eso... suena muy científico... pero la experiencia aquí nos ha demostrado otra cosa... a las pruebas me remito...- dijo el Padre Héctor. -No volverán a ser como antes de enfermarse, pero al menos no andan por ahí mordiéndose y matándoseintervino el Padre Luis. -Debo reconocer que es una sorpresa para mí- dijo Pablina-. Tiene que haber una explicación. Yo no la sé, pero lo único que sí se es que cuando el sistema nervioso central está dañado, no hay vuelta atrás. -Entonces... ustedes... los de “El resto” tienen planeado vacunar a toda la gente sana, pero... ¿qué harán con los infectados? Pablina no respondió. Volvió a reinar el silencio. -¡Van a aniquilar a todos!- exclamó NN. -¡Callate pendejo! Vos no participás de esta conversaciónretó Pablina. -Pero es cierto lo que dice el pibe... Tienen pensado hacer precisamente eso... Salir a cometer una masacre y vacunar a 157


los no infectados- dijo el Padre Rubén que era el único que no había abierto la boca hasta el momento. Pablina levantó la vista. Todos estaban mirándola, esperando una respuesta. -No me miren así... yo no hago las normas... pertenezco a un grupo y recibo indicaciones. Pero les prometo que hablaré sobre esto... les contaré sobre esto que hacen ustedes... -Preferiría que no...- dijo el Padre Luis. -Estoy de acuerdo, Padre- intervino Nancy-. Si se enteran que tenemos una población entera de almas será el primer lugar al que vendrán. Pablina sintió una leve molestia en la sien. Miró a Telli. El hombre tenía los ojos llenos de furia. Ella se apresuró a guardar el envase de las cepas en la mochila. -Pablina...- dijo el padre Luis-... No sé si los demás estarán de acuerdo conmigo pero yo ya no me siento muy a gusto con tu presencia en este lugar. No vamos a echarte a la calle porque ya está oscurecido y sería una crueldad. Somos hospitalarios ante todo, y respetamos al prójimo... Mi instinto me dice que debería impedir que te marcharas y que cumplieras esa misión... pero no voy a hacer eso y creo que ninguno de los demás va a impedirte que continúes. Te pido por favor, y por el amor de Dios, que no reveles nuestra ubicación a tus líderes o a tu grupo... Somos gente buena y no hacemos mal a nadie... por el contrario... ayudamos a los demás y creemos en esta causa, del mismo modo que vos creés en la tuya.

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Pablina enfocó al Padre con sus ojos. Miró a los demás, uno por uno, y finalmente dijo: -Estoy en una encrucijada, Padre... Si revelo la verdad sobre este lugar estoy segura que cuando empiece “la limpieza”, vendrán aquí. No puedo asegurarles lo contrario. Pero, a la vez, lo que he visto aquí... lo que hicieron ustedes con esos M.O.C, es insólito, y abre nuevas puertas a la ciencia. Estoy seguro que valorarán muchísimo esta información. El Padre Rubén aplastó el resto de su cigarrillo en el cenicero, se levantó y se despidió. -Nancy, mostrales donde pueden dormir. Apaguen las velas. Cuando vuelva a clarear el cielo los quiero fuera de aquí- y se marchó por el pasillo sin despedirse. La habitación de huéspedes era un apartado dentro de la fábrica donde había varios colchones y mantas. Incluso había almohadas. En las paredes había inscripciones de agradecimientos de otros huéspedes que pasaron antes por allí. Nancy les dejó una farola a querosene y les pidió que la apagaran cuando no la necesitaran, para ahorrar combustible. Pablina siguió sintiendo el tic en la sien que le advertía de un peligro inminente. Telli permanecía callado. No había vuelto a pronunciar palabra desde la reunión de sobremesa. NN los miraba y también guardaba silencio. La tensión entre ellos se podía respirar en el aire. Pablina colocó su mochila junto a su almohada y conservó una de las pistolas cargadas bajo la manta. 159


Se ubicaron en tres colchones dispersos por la gran habitación. Por la ventana, que distaba a tres metros del suelo, se veía el cielo enfermo y oscuro, y la lluvia de cenizas acariciando los cristales. Apagaron la farola y reinó la oscuridad. Pasó un rato, tal vez una hora, y Pablina intuyó una presencia cercana invadiéndola. Apenas abrió un poco el ojo derecho y distinguió la silueta, en contraluz con el claro de la ventana, de una persona que se acercaba a ella, y apenas le dio tiempo a girarse cuando dos manos, fuertes como garras, se lanzaron contra su cuello. Hábilmente, ella, manoteó el arma y lo encañonó directamente a la cara. -¡Hija de puta!- gritó el hombre. -¡Telli! ¿Sos vos? ¡Basta! ¡Te volviste loco!- dijo ella con la voz ahogada. Se contuvo a dispararle. -¡Vos mataste a Enzo! ¡Aprovechaste mi salida y me mandaste a buscar la caja de las moscas para liquidarlo! -¡Telli! ¡No me obligues a dispararte! NN, que se despertó con los gritos, se apresuró a encender la linterna, y no entendió nada al ver a sus dos compañeros forcejeando. La puerta del cuarto se abrió y asomaron el Padre Luis y Nancy que traían un foco de luz. -¿Qué está pasando? -Se volvieron locos y empezaron a pelear- explicó el muchacho. -¡Telli! Estoy a punto de volarte los sesos... ¡Dejame! 160


Telli alzó aflojó una mano y alzó un puño cerrado en el aire. Pero se contuvo y se apartó arrojándose a un lado. -Lo mataste... ¿cómo pudiste hacer eso con mi amigo?- y rompió a llorar de indignación e impotencia. -¿De qué hablan? ¿Qué pasó?- preguntó Nancy. -De todos modos iba a morir... Nos retrasaría...murmuró ella intentando reponerse del apretón en el cuello. El Padre Luis se acercó a Telli y le preguntó si estaba bien. Apoyó su mano en su hombro para consolarlo. -Bueno... parece que queda clarísimo que la que sobra aquí soy yo...- protestó Pablina. Se incorporó, recogió su mochila y se calzó las botas y los guantes. Sacó la máscara antigases y la chaqueta de vinilo, y se aseguró de tener a mano la burbuja. -¿Qué estás haciendo?- preguntó NN. -¡Me voy! -Espera a que vuelva la claridad. Está lloviendo ceniza y... -¡A la mierda con todo!- aulló Pablina-. Me voy a un lugar seguro, donde nadie me deteste ni pretenda matarme mientras duerma. ¡Desagradecido! -¡Maldita seas! -Tenía que haberte dejado solo en tu Madriguera... ¿a ver como te las ibas a arreglar sin tu novio? -Mataste a mi mejor amigo... Cuando te escuché hablando en la mesa lo comprendí todo... No vuelvas a cruzarte en mi camino, hija de puta, porque siento tanto odio que... -¡Tranquilos!- intervino Nancy- Será mejor que nos relajemos y hablemos cuando vuelva el sol. 161


-¡Dije que me voy! Y eso será ahora mismo- aseguró Pablina. Se calzó la mochila sobre los hombros y enfiló en dirección a la puerta. -Para que te marches hay que abrir las puertas exteriores...- explicó el Padre Luis-. Alguien tendría que llevarte en la camioneta... estamos algo alejados de la estación. Quedate esta noche y descansá... en cuanto claree yo mismo te llevaré, te lo prometo. Pablina hizo silencio. Miró a Telli que bufaba como un toro iracundo. -Está bien... pero no dormiré en la misma habitación que este psicópata. Telli dio un puñetazo sobre el colchón... -Psicópata, dice... Asesina... ¡maldita asesina!- murmuró con los dientes apretados de furia.

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Episodio 18 (Publicado el 16 de Abril de 2013) “El regalo de Pablina”

Para cuando Telli y NN salieron de la habitación ya era el día nuevamente. Nancy los invitó a desayunar. Los curas estaban esperándolos sentados a la mesa. A NN se le salían los ojos de las órbitas... panes, mermeladas, café... Nunca había tenido tanta comida dispuesta de ese modo sobre una mesa, con mantel y tazas. -Tu compañera se marchó con el primer claro...- dijo el padre Rubén-... yo mismo la llevé hasta la estación de trenes y la vi caminar por las vías en dirección a la Capital. Telli asintió y no hizo comentario al respecto. -Dejó esto para vos... dijo que lo guardes. Escribió una nota que está dentro. ¡Ah! Y dijo que evitaras la página veintiocho y veintinueve- y le entregó el libro de “El viento entre los sauces”. Telli miró al cura sin comprender ese pedido. -¡Qué chica más rara!- exclamó NN. Nadie dijo nada sobre ese comentario. Bendijeron la mesa y comieron. El muchacho tragaba como un desesperado. Telli permanecía callado y pensativo. Parecía muy preocupado. -¿Qué tienen pensado hacer ustedes dos?- preguntó el Padre Héctor. 163


-Yo quiero regresar al refugio donde estuve todos estos años, en Maschwitz. Es un lugar seguro que fabricó mi mejor amigo, Enzo. -Lo nombraron durante la pelea- dijo Nancy. -Sí. Es que cuando la chica habló aquí en la mesa, con ustedes, y les explicó todos sus planes... lo comprendí todo... fue como si una ráfaga de lucidez me golpeara en la cara... Ella lo mató- explicó Telli y los ojos se le llenaron de lágrimas. -¿Mató a tu amigo?- preguntó NN. Telli bajó la cabeza. -¿Ella vivía con ustedes?- preguntó el padre Luis. -Apenas la conocíamos. La encontramos en la casa de una familia vecina después de un ataque de zombies...- se tapó la boca-... bueno, perdón... no sé como debo llamarlos... Los curas hicieron caso omiso a ese detalle. Telli continuó hablando... -La acogimos con nosotros. Mi amigo Enzo estaba infectado por un arañazo. Estaba empeorando pero, se ve que ella adelantó el proceso. Cuando me encontré solo no tuve más remedio que acompañarla, que era lo que ella quería. Por eso lo liquidó... para que nos fuéramos rápido de allí. -¿Y el chico? ¿No vivía con ustedes? Telli miró a NN... -Este muchachito pertenece a otra historia... digamos que lo encontramos en el camino, y como estaba solo, nos siguió. 164


Cuando terminaron de desayunar Nancy se levantó para recoger la mesa. Telli quizo ayudarle pero el Padre Héctor le pidió que permaneciera sentado. -Nosotros pensamos que podrían quedarse acá. Lo hablamos entre todos y nos pareció bien. Comprendimos que la mujer era la problemática, no ustedes. Parecen buenas personas. Hay muchas cosas para hacer y nos vendría bien un poco de ayuda. Es un lugar seguro, hay comida y un buen colchón donde descansar los huesos. -¡Yo acepto!- se apresuró a responder NN, con la boca llena de pan a medio masticar. Los curas rieron. -Yo se los agradezco mucho pero no estoy seguro de poder decidir nada ahora mismo- respondió Telli-. Me quedaré un par de días y quiero regresar a la Madriguera... así llamábamos a nuestro refugio... quiero encontrar a una persona y reunirme con ella... siento que está viva y me necesita. -¿Un pariente? -Es la hermana de mi compañero. Se llama Luciana. Ella sí que vivió con nosotros en la Madriguera pero luego se marchó para unirse a un grupo. Tenían planes de dirigirse al Norte, a Rosario, para una de esas pruebas de laboratorio. -¡Hm! Eso no es una buena noticia...- dijo el Padre Rubén. -Muchas de las almas que están ahí fuera, en el patio, provienen de esas pruebas. -Lo sé. Pero igualmente algo me dice que ella está bien y que debo encontrarla- concluyó Telli. 165


-Como quieras. Ya sabés que acá tenés las puertas abiertas. Tras levantarse de la mesa Telli se ofreció a acompañar al Padre Luis y al Padre Rubén a la zona de cuarentena. A todos les pareció bien. NN se quedó con Nancy, mientras el Padre Héctor bajaría al invernáculo. NN se quedó observando como el cura bajaba al patio y se paseaba despreocupadamente entre la multitud de zombies, que hasta parecían saludarlo a su paso. -Todavía no puedo creer que se comporten así...- dijo el muchacho-. Decime la verdad, Nancy... yo puedo guardar el secreto... ¿los dopan con algo? La mujer rompió a reír. -No. Simplemente son almas que han recuperado parte del equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. -Qué Dios me perdone pero yo no puedo dejar de verlos como bestias- dijo él. -Seguro que Dios te perdonará por eso. La mujer le mostró algunas de sus actividades del taller de ropa. Había un cuarto lleno de telas, trapos, restos de género, lienzo, bolsas de harpillera, frazadas, y todo tipo de cosas que fueron recolectando por ahí. Le mostró como se fabricaban los abrigos para las almas a las que cuidaban. -¿Dónde duermen?- preguntó el muchacho. -Duermen poco. Algunos casi nada y ese es el mayor motivo por el que mueren-. explicó Nancy- Hay un sector, a la izquierda del patio...- y lo señaló a través del ventanal-... donde hay un gran refugio lleno de colchones, mantas y frazadas. Son muy delgados y necesitan protegerse del frío. 166


-¿Y no salen con la oscuridad? -Saben que eso es malo. Todo lo aprenden como seres primitivos, por imitación y por experiencia. Al principio murieron muchos quemados por las cenizas. Así aprendieron a refugiarse. Allí también hay unos baños donde saben hacer sus necesidades. También lo fueron aprendiendo. Algunas cosas les han quedado de sus vidas pasadas. El chico permaneció mirando por la ventana con la frente apoyada contra el vidrio. -Ustedes hacen que sienta pena por ellos y ganas de ayudar, pero a la vez me siguen dando mucho miedo. Nancy apoyó la mano en el hombro del muchacho. -Es normal. Ya te acostumbrarás y empezarás a perder el miedo y a entender que son víctimas de algo que no querían. Esas almas son iguales a nosotros. Lo único importante es que te cuides de no tener ningún contacto físico. Sus heridas, su saliva, sus fluidos... Para salir al patio usamos unos guantes y algunas ropas preventivas. -Entonces ¿siguen contagiando la enfermedad? -Si. Eso no tiene cura, y ya sabés lo que pasa si te infectás. El chico asintió. -Vení, acompañame que tengo trabajo y me gustaría que aprendieras algo de esto para poder ayudarme. -¿Qué es el libro que te dejó la chica?- preguntó el Padre Luis a Telli mientras viajaban en dirección a la zona de cuarentena.

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-No lo sé muy bien. Es un libro que lleva con ella desde chica, una especie de amuleto o algo así. -¿Y la nota? ¿No la pensás leer? -Por ahora no. Seguramente es una explicación de porqué hizo lo que hizo con mi amigo, y estoy demasiado enojado para entender excusas- respondió Telli.

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Episodio 19 (Publicado el 29 de Abril de 2013) “Esquizofrenia preventiva ”

La rutina de alimentación y limpieza de los zombies de la zona de cuarentena era similar a lo que Telli había conocido cuando llegó allí. La única diferencia fue que tuvieron que retirar dos cuerpos que no habían podido sobrevivir al tratamiento. Los curas los transportaron en una carretilla a un espacio apartado, afuera, donde ya tenían montado un pequeño cementerio en el que había varias fosas cavadas. Les brindaron una sepultura muy religiosa y rezaron por las dos almas. Allí, mientras estaban tomados de las manos pronunciando las palabras de súplica, Telli advirtió que alguien, en la distancia, los estaba observando. Primero vio el movimiento con el rabillo del ojo, luego, al torcer la cabeza, confirmó sus sospechas. Estudió a los dos curas... Ellos no parecían sentir nada, y eso era una mala señal... -¡Polenta hay que darles a todos estos para que se pongan bien fuertes!- gritó Luca desde la puerta del galpón-. ¡Polenta o fideos! -¡No, Dios, ahora no!- murmuró Telli. Los curas lo miraron y notaron la angustia en su rostro, pero continuaron con el rezo. Luca levantó sus gafas espejadas y las calzó por encima de su cabeza calva. Dio unas vueltas y luego se acercó al cementerio. -No la culpés a Pablina por matar a Enzo...- dijo-... la chica te salvó el culo con eso. 169


-¡Callate! ¡Qué sabrás vos!- murmuró Telli. Los curas volvieron a mirarlo. No entendían que estaba sucediendo. -Sí que sé. Tenés que leer la nota que te dejó en el libro. Es importante- dijo Luca. -¡No! Y no quiero que vengas a joder aca. ¡Andate, Tano! – gritó Telli. Los curas dejaron de lado la ceremonia. -¿Qué te pasa, amigo? ¿Con quién estás hablando?- preguntó el Padre Luis. Telli agachó la cabeza y se mordió los labios. -Estás teniendo una de esas alucinaciones, ¿no?- dijo Rubén. Telli se sorprendió y lo miró asustado. -¡Tranquilo! La chica nos lo dijo. No tenés que sentirte incómodo por eso. Luca rompió a reír a carcajadas. -Te dije que era una piba buena. Hasta dejó las indicaciones de cómo tienen que tratarte. -¿Estás viendo a alguien más ahora mismo?- preguntó el Padre Luis. Telli asintió moviendo la cabeza. -¿Quién es? ¿Qué quiere? Luca volvió a estallar en risas agarrándose el estómago. -Los curas quieren hablar conmigo, parece- dijo entre exageradas risotadas. -No sé que quiere... es muy burlón... Se llama Lucarespondió Telli. -¡Esto es buenísimo!- exclamó Luca-. Los curas te están usando como médium porque quieren hablar conmigo. -¿Y qué te dice?- preguntó el Padre Rubén. 170


-Se ríe de ustedes... Se ríe porque hablan de él. Los curas, sin decir nada más al respecto, acabaron el ritual y palearon tierra sobre los cuerpos. Telli los ayudó pero se sentía incómodo con la presencia de Luca que seguía por ahí dando vueltas, inspeccionándolo todo. -Y ahora que te fuiste tan lejos... ¿quién va a buscar los chicos del cole?- preguntó la satírica aparición. -¡No empieces!- gritó Telli. -¿Está ahí de nuevo? -Si... todo el tiempo... El Padre Rubén llevó las palas a la camioneta. Al pasar junto a Luca, el pelado, preguntó: -¿Preguntale a este cura si tienen ginebra en el monasterio? -No es un monasterio, y no voy a preguntarle nada de eso. -¿Qué pasa, Telli? Contame...- insistió el Padre Luis. -Quiere saber si tienen ginebra. Era un borracho cuando estaba vivo- explicó. -Pues, decile que sí tenemos ginebra y otras bebidas. Que le cambiamos unos tragos por una buena charla. Telli miró al cura sin comprender sus intenciones. Luca se acercó a ellos mirando como quien no termina de creer lo que acaba de oír. -¡Decíselo! -No hace falta, lo escuchó muy bien y está muy intrigado...dijo Telli. -Es una trampa, ¿no?- preguntó Luca con su marcado acento italiano. 171


-Cree que es un engaño- tradujo Telli. -Podríamos hacer una cosa...- intervino el Padre Rubén que se acopló a la conversación cuando regresaba de la camioneta. Comenzó a hablar con Luca como si pudiera sentir que realmente había alguien más allí-... Amigo... nosotros te cambiamos un traguito de ginebra por una pregunta. Si nos respondes a muchas preguntas tendrás muchos traguitos de ginebra ¿qué te parece? Luca aplaudió con alegría y rompió a reír. -¡Esto curas se creen que soy boludo yo!- exclamó-. Deciles que cuando ellos van, yo voy y vuelvo catorce veces... ¿Sabés lo que quieren hacer? Quieren lavarte la cabeza para echarme. -Dice Luca que quieren echarlo- tradujo Telli. -¿Echarlo de donde? -De mi cabeza. -¡Ahhh! Entonces tu amigo fantasma tiene mucho miedodijo el Padre Luis. -Será que está ocupando un lugar donde no debiera estarañadió el otro sacerdote. -¡Telli! ¡Date cuenta, Man! Estos fuckin´ curas te quieren hacer un exorcismo para que yo no pueda hablar más con vos...- dijo Luca-. Pero vos tenés que entender que yo no te hago mal. Ahora vine para decirte que leas la nota que te dejó Pablina... ¿eso es algo malo? Los curitas te están tratando de loco, date cuenta. -Parece que no hay trato...- explicó Telli- Luca dice que es un engaño... que me quieren hacer una especie de exorcismo. 172


-¡Exorcismo! ¡Caramba! No somos exorcistas. No sabría hacer un exorcismo. -Lo que pasa es que tu amigo fantasma tiene mucho miedo de que te des cuenta de que podés librarte de él...- explicó el Padre Rubén- ¿Sabés porqué? Porque él no existe... no está... él es un invento de tu imaginación y del mismo modo que tu cerebro lo fabricó para molestarte, como un autocastigo, puede hacerlo desaparecer. -¡Puto cura!- gritó Luca parándose frente a frente con Rubén- ¡Te voy a meter el rosario por el culo! -Está enojadísimo por lo que acabas de decir...- explicó Telli al Padre Rubén. -Porque sabe que digo la verdad. Estas apariciones esquizoides solo existen si dejás que existan. Luca dio un puñetazo al aire. Se calzó las gafas espejadas y se alejó en dirección al galpón de cuarentena. -¡Esperá, Tano! ¿Adonde vas? Desde la puerta del galpón dijo: -Lo único que te digo es que leas la carta de Pablina ¡No te olvides, Chavón! Y a estos dos curas... decíles de mi parte que se pueden ir a cagar. -¡Esperá, Tano! No te vayas todavía...- suplicó Telli e intentó correr tras él, pero el Padre Rubén lo detuvo, sujetándolo del brazo. Forcejearon. El otro cura se sumó y juntos contuvieron a Telli. -Está bien, Telli... tranquilo... es solo una alucinación...

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-¡Suelten! Tengo que hablar una cosa más con él...- y, dando braceos, se deshizo de las manos de los sacerdotes. Corrió hasta el galpón, pero Luca ya se había vuelto a escapar. -¡Tano! ¡Tano! ¿Dónde estás?- gritó. Lo buscó desesperadamente y repitió la misma frase varias veces, con la voz quebrantada. Los sacerdotes fueron tras él porque aquellos alaridos estaban rompiendo con la tranquilidad que reinaba en la zona de cuarentena. Los zombies se pusieron muy nerviosos. Al Padre Rubén y Luis, no les quedó más remedio que sacar a Telli a la fuerza. Pero en eso de forcejear y arrastrar cuerpos, lo sacerdotes tenían bastante experiencia, habiendo trabajado tanto tiempo capturando zombies errantes de los caminos. Lo maniataron y lo arrastraron fuera del galpón. A su paso algunos zombies enloquecieron, y se golpeaban las cabezas contra las rejas o se mordían las muñecas y las manos hasta lastimarse. El Padre Rubén fue hasta la camioneta en busca de uno de esos sedantes que solían usar para inyectar a los zombies errantes que se cruzaran en el camino. Mientras Luis lo sujetaba, apoyó fuertemente el pequeño tubito sobre su hombro izquierdo y disparó media dosis, que fue suficiente para dejarlo knock-out. Relajado, Telli, quedó recostado de lado en el suelo mientras lloraba en silencio. El Padre Luis lo consolaba acariciándole la frente, mientras tanto el otro recogía las cosas que habían quedado sueltas y cerraba el galpón de cuarentena para regresar al Asilo. La escena había roto la armonía entre los zombies refugiados, y los curas acordaron que deberían regresar solos más tarde para controlar la situación. 174


Durante todo el camino de regreso, Telli, estuvo quieto y algo enajenado, mientras la confusiĂłn del delirio parecĂ­a dispersarse poco a poco dejĂĄndolo, como siempre, en un estado de angustia.

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Episodio 20 (Publicado el 29 de Abril de 2013) “ Tiempo de crecer solo” Cuando llegaron al Asilo se encontraron con un NN entusiasmado con sus nuevas ocupaciones de trabajo que le dio Nancy. El chico aprendía rápido y tenía muchas ganas de volverse despachadamente útil y operante dentro del grupo. Telli, ayudado por el Padre Luis, quien lo había adoptado como su responsabilidad personal, se sentó en el hall y allí se mantuvo quieto y callado. Estaba abstraído y confuso, un poco como efecto del tranquilizante y otro poco como efecto de la reciente alucinación que se retiraba por primera vez en un estado de conciencia. Normalmente atravesaba la delicada línea entre el delirio y la realidad a partir del sueño, pero esta vez todo fue diferente. NN se acercó preocupado. No había vivido ningún episodio de estos con Telli. Él le pidió que le trajera el libro que le dejó Pablina. Entre tanto, el Padre Rubén, preparó té para todos. -En cuanto regrese el Padre Héctor hablaremos entre todos acerca de lo que te sucedió- anunció el cura. -Debieron dejarme ir con él...- repetía Telli, enojado-... tenía algo importante para decirme. -Amigo, no ibas a alcanzarlo... ¿sabés porqué? Porque ese espectro con el que hablabas eras vos mismo- explicó Rubén. 176


NN dejó el pequeño libro sobre la mesa, junto a Telli. Él lo abrió con ansiedad y buscó rápidamente la nota de Pablina. El Padre Héctor asomó por la puerta después de quitarse el mameluco de vinilo que usaba para trabajar fuera, en una especie de cuarto acristalado con unos paneles de acrílico que montaba un cubículo junto a la puerta, donde se desinfectaban de la radioactividad. Aquel cubículo era algo parecido al “Matapulgas” que fabricó Enzo en la Madriguera. Luis se le acercó y lo puso al tanto de la situación, y de inmediato todos se reunieron alrededor de la mesa, junto al Telli. -Ahora tenemos que actuar rápidamente antes de que se vaya la luz...- dijo Héctor-. Ustedes dos tienen que regresar al galpón y normalizar la situación... -Yo puedo acompañarlos- intervino NN. -No, no... vos quedate todo el tiempo con Nancy y aprendé a hacer el trabajo de taller. Cuando conozcas un poco el funcionamiento de todo vas a empezar a salir...- dijo el Padre Héctor de quien no quedaban dudas su cargo de líder. Miró a Telli con preocupación. -Siento mucho haber causado problemas...- dijo Telli. -Mas tarde, con la cena, hablaremos entre todos sobre tus delirios. La chica nos lo advirtió pero no pensamos que sucedería tan rápido. No debiste salir hoy, pero no fue tu culpa ni culpa de nadie. Telli se retiró a dormir un poco. Le dolía fuertemente la cabeza y todavía estaba algo confuso, pero aún así lo carcomía la curiosidad por leer la carta que le dejó Pablina. 177


Cuando se encontró solo en sus aposentos buscó la carta y se paró junto a la ventana para leerla con la pálida luz del cielo. En ese momento vio como la camioneta con los dos curas se retiraba por el sendero alambrado, en dirección al portón de salida del Asilo. Los hombres regresaban a la zona de cuarentena. Entonces leyó... “Podés odiarme y detestarme, incluso matarme, pero nunca podrás juzgarme, porque no tenés idea de lo que yo significo para el resto de las personas...” comenzaba diciendo Pablina en su nota aludiendo al poema de los hombres huecos de la película Apocalipsis Now. “Voy a ir al grano Esteban... Dos razones me motivaron a ayudar a morir a tu compañero. La primera fue por él mismo, porque estaba en una fase sin retorno de la enfermedad. Digan lo que digan esos curas cualquier tonto se da cuenta de que esos zombies no son otra cosa que zombies, y no vuelven a ser ni la sombra de las personas que fueron alguna vez. La segunda razón fue por vos. Si Enzo volvía a verte aquel día iba a darte unas indicaciones de cómo encontrarte con su hermana. En tu ausencia se comunicaron por el aparato de radio...” Telli apartó la nota un momento y tomó una larga bocanada de aire. El corazón le palpitó fuertemente al leer estas palabras. Enseguida retomó la lectura... “... Él no dejó de poner el disco con la canción del fin del mundo por los Carpenters, y en un momento inesperado ella contestó. Yo misma la escuché. Hablaron entre ellos. Ella le dijo que su grupo estaba en peligro, que estaban refugiados en un colegio en Cardales, y necesitaban 178


ayuda. Enzo ya casi no podía caminar, pero esperaba tu regreso para decírtelo, y pretendía que yo te acompañara y que lleváramos a su hermana de regreso a la Madriguera. Era una idea estúpida, y si eso sucedía todos mis planes se iban a torcer, y vos ibas a acabar muerto...” -¡No! ¡Hija de puta!- gritó Telli, volviendo a abandonar la lectura por un momento. Arrojó una patadas y puñetazos al aire. Estaba agitado y furioso. Con los ojos empañados en lágrimas volvió a la lectura... “Entendeme que mis planes son una misión importante. No me quedó más remedio que interrumpir aquello que estaba a punto de joder el rumbo de esa misión y para ello tuve que liquidar a Enzo. Te llevé conmigo porque necesitaba compañía, pero en realidad te salvé la vida. Si permitía que fueras a buscar a la hermana de Enzo te iban a matar, y si te dejaba en esa Madriguera también, porque los dos hermanos cometieron el error de mantener una comunicación abierta por radio. Ahora mismo, en este mismo momento en el que estás leyendo estas palabras, tu Madriguera debe estar convertida en un lugar saqueado. Si te quedabas ahí te iban a matar. Si te quedabas solo te ibas a morir. Una sola de tus alucinaciones que te hicieran vagar como un idiota por las calles te iba a convertir en víctima de una Horda o de cualquiera. Por lo tanto no tengo mala conciencia de lo que le hice a tu compañero, ya que su muerte te salvó la vida. Ahora me marcho y me quedo, aun mas tranquila, sabiendo que estarás a salvo con estos curas. Mantenete con ellos, no salgas solo, no hagas locuras, y si vas a hacer lo que me imagino que vas a querer hacer, que es intentar averiguar si la hermana de Enzo sigue con vida, asegurate de que te acompañen varias personas. Vayan armados y convencidos de que, en este mundo, así como está, para sobrevivir hay que matar. Que te vaya bien- Pablina.” Telli se dejó caer desplomado sobre el colchón, y permaneció allí tirado, con los ojos abiertos mirando el techo durante el resto de la luz del día. Pronto las sombras 179


cenicientas enfermaron poco a poco el cielo, y él no se movió de su lugar. La cena transcurrió en absoluto silencio. NN ayudó a Nancy a levantar la mesa y a preparar el café. El Padre Luis y el Padre Rubén estaban expectantes por la conversación que soltaría el Padre Héctor. Necesitaban sincerarse y hablar abiertamente sobre el problema mental de Telli. Pero Héctor tenía que buscar el modo de abordarlo. Tomaron el café y compartieron unas copitas de licor digestivo. El Padre Héctor se armó un cigarrito. -Mi padre oía cosas todo el tiempo...- comenzó diciendo- ... y era muy gracioso porque las cosas que oía eran de lo más ocurrentes. Voces. Pero con el tiempo aquello se fue acentuando cada vez más y dejó de ser gracioso para ser preocupante... -Sin rodeos, Padre... -interrumpió Telli-... sé que piensan que estoy loco. -¡Nadie dijo eso!- exclamó Rubén. -Pero lo piensan igual, y temen que me pueda convertir en un peligro para ustedes. Se hizo un largo silencio. Parecía que había que cuidar muy bien las palabras. -Tuvimos que sacrificar a un alma de la zona de cuarentena...- dijo Rubén-. No hubo forma de volver a estabilizarla después del ataque de nervios que sufrió por culpa de la escena que hiciste dentro del galpón. -¿Sacrificar?- preguntó Telli- ¿Mataron a uno de los zombies? 180


-¡Almas!- corrigió el Padre Héctor. -A veces tenemos que hacerlo cuando las cosas se salen de quicio. Es solo una medida extrema- explicó Luis. -Esquizofrenia...- dijo Héctor- así se llama lo que te pasa. Se presenta de miles de formas diferentes. La que padecía mi padre era diferente a la tuya, pero creeme que sé algo de lo que te pasa. Telli metió la mano en su bolsillo y sacó la carta que le había dejado Pablina. La colocó sobre la mesa. El Padre Luis se apresuró a agarrarla para leerla. -Se exactamente que el personaje que se me aparece no es real. Lo sé porque es un tipo que está muerto. Era el cantante de una banda de rock de los años ochenta que murió de una sobredosis. Pero se me aparece y me dice cosas, y da la casualidad que las cosas que me dice siempre tienen mucho sentido. Yo iba a ignorar la carta de Pablina. Tenía pensado destruirla sin leerla y él vino a insistirme para que la leyera. Le hice caso y...- los ojos se le llenaron de lágrimas-... me hubiese arrepentido mucho de no haberla leído. -Telli... él sos vos mismo. Es una parte de tu mente que cobra una forma alucinatoria- dijo Rubén. -Eso me da igual. Si el Tano existe o no, en ese plano, si es mi mente... no me importa... lo único que sé es que lo que me dice siempre tiene algún porqué. -O sea que si aparece mañana y te dice que nos mates a todos... aunque no sepas porqué, vas a considerarlo- dijo el Padre Héctor. 181


-¡Ajá! Ese es el miedo, finalmente... Hablemos claro, Padre, tiene miedo de que el loco los liquide a todos. ¿Qué propone? ¿Quiere que me vaya, como Pablina? -¡No! ¡No dije eso! El Padre Luis interrumpió la charla... -O sea que la hermana de tu compañero está viva...- dijo enseñando el papel a los demás. El Padre Héctor agarró la nota y la leyó rápidamente. -Eso parece. Puede que esté viva- dijo Telli-. Si Luca, el hombre de mi delirio, no me hubiese insistido en que leyera la nota yo jamás me hubiese enterado de eso ¿Comprenden? Los curas se miraron entre ellos. Telli continuó hablando. -Ya me pasó otras veces... A veces me dijo que fuera hasta el colegio a buscar a mis hijos, por ejemplo, y cada vez que le hice caso... esa salida me salvó de algo que estaba a punto de pasarme. -O sea que es una especie de esquizofrenia preventivabromeó Rubén. Nadie hizo acotación al comentario. -Yo quería hablar de esto porque iba a proponerte algo... funcionó con mi padre... una sesión de hipnosis. Puede sonar raro pero creéme que es efectivo. -¿Un cura haciendo hipnosis? Eso sí que suena raro- dijo Telli. -¡No! No soy yo el que sabe de esas cosas. Es Nancy. NN y Telli miraron a la mujer. Ella asintió con la cabeza. -Realmente es muy buena. Creo que puede ayudarte- dijo el Padre Rubén. 182


-Yo agradezco que se preocupen por mí de este modo, pero deben creerme cuando les digo que no quisiera deshacerme de Luca. Cuando aparece, por algo es, y aunque es muy bromista y algo escurridizo, y aunque me pone nervioso y me saca de quicio, necesito de él. Me lo tomo como un don. Nancy tomó la mano de Telli... -Amigo, el Padre Héctor tiene razón de preocuparse por vos. Hasta ahora puede que hayas tenido suerte con esa alucinación y creas que es algo bueno, pero de algún modo maneja algún territorio de tu voluntad. Tu intuición es lo que te salva la vida, no un fantasma burlón. Si te liberás de él y conseguís focalizarlo y ponerlo en su sitio, dejará de ser angustiante, y la intuición no se perderá. Telli mostró una amable sonrisa de agradecimiento. -No es lo que me preocupa ahora. Lo digo enserio. Lo único que me preocupa es ir a salvar a Luciana. Ella, para mí, es más importante que mi propia vida. Volvió a presidir el silencio introspectivo entre todos.

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Episodio complementario (Nunca publicado) Complementario 2: “The end of the word” Pablina ayudó a Enzo a moverse desde la litera de al cuarto de baño. La voz de Karen Carpenter ya estaba cursando por la segunda estrofa de la canción en ese momento. Era la cuarta vez que ponía la misma canción. A Pablina le resultaba deprimente esa melodía. Entonces, mientras él estuvo ausente, emergió la voz de un tipo diciendo “¿Hola?... creo que ya está...” y enseguida apareció la voz de una mujer nombrando a Enzo y a Telli: “Estoy acá chicos... ¡por favor, contesten!” El mismo mensaje desesperado se repitió un par de veces hasta que Enzo apareció por la puerta, sujetándose como podía, con la inestabilidad grotesca de un tentempié. Sus piernas ya no respondían. -¡Agarrá el trasmisor! ¡Es mi hermana!- gritó él. Pablina vaciló un poco y finalmente obedeció. -¿Quién sos?- preguntó Lucy al escuchar la voz de Pablina. -Una amiga de tu hermano. -¡Lucy! ¡Estoy acá!- gritó Enzo, arrastrándose desmañadamente a través de las cosas, impulsándose por la fuerza de sus brazos. -No tengo tiempo de explicar detalles...- dijo Luciana con la voz compungida-... estoy escondida en el sótano de un colegio de Cardales. Tienen que ayudarnos. Aparecieron 184


unos tipos armados y mataron a casi todos los del Grupo de Sotto. No sé cuantos sobrevivieron, fue una masacre. Yo estoy con Alberto y dos chicos mas que ahora salieron a inspeccionar. Pero estamos fritos. En cualquier momento nos descubren y nos hacen mierda, como a todos. ¡Agarren un auto y vengan por el amor de Dios! Traé armas... Enzo le arrebató de un zarpazo el intercomunicador de la mano a Pablina. -Tenés que decirle como estás- dijo ella. -¡Cerrá la boca! -¿Enzo? ¿Seguís ahí?- preguntó Luciana con la voz quebrantada. -Si mi amor... estoy acá. Mantené la calma. Decime exactamente donde están. La voz del hombre que acompañaba a su hermana reapareció: -Es el colegio alemán, por la ruta principal, cuando venís hacia Cardales te cruzás con él si o si. -Lo conozco. No se preocupen. Tranquilos. Manténganse escondidos. En cuanto regrese Telli vamos para allá. -¡Enzo!- intervino nuevamente Luciana- No entren por la entrada principal, rodeen el colegio. Hay una calle de tierra al costado y una quinta. Cruzando el jardín de esa casa llegarán al alambrado que da al campo de deportes. Vayan por ahí hasta los vestuarios. Con cuidado porque son unos hijos de puta muy sanguinarios. -¿Cuántos son?

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-Son solo tres. Andan en una camioneta verde oscura que tiene una calcomanía de una virgen de Luján con cara de calavera, y adentro tienen un equipo con el que se comunican con alguien. Parecen ser de un Grupo y se dirigen al centro. -Son Bahianos- dijo Pablina. -¿Qué? -Si, si, eso...- aseguró Luciana. -Olvidate. No van a poder con ellos. Son asesinos profesionales- volvió a decir Pablina. -¿De qué mierda estás hablando? -¿Quién es ella?- preguntó Luciana. -Es una chica superviviente que encontramos en el pueblo. Oíme Lucy, quedate donde estás. Vamos para allá lo más rápido que podamos. Mantenete escondida. -Gracias. Y por si no volvemos a vernos.... Te quiero Enzo, te quiero, te quiero, te quiero mucho- repitió llorando. Era la primera vez en años que escuchaba a su hermana quebrándose de tal modo. A Enzo se le frunció el corazón. -Yo también tarada. Nos vamos a volver a ver dentro de un rato. Cortaron la comunicación. Enzo se desmoronó de rodillas al suelo y también lloró. Pablina lo ayudó a incorporarse. -Ellos ya rastrearon la comunicación...- dijo Pablina-. Van a suceder dos cosas... Primero, van a ir a acabar con tu hermana y sus compañeros. Ya saben donde está. Cometieron el error de hablar demasiado. Segundo... van a 186


venir directamente hasta acá. Ya saben donde localizar tu Madriguera. Hay que huir. -¿Qué mierda estás diciendo, pelotuda? Yo voy a ir a mi escondite de armas y en cuanto vuelva Telli nos vamos a ayudarla. Si no querés acompañarnos no me importa, pero si querés dar una mano entonces: bienvenida. Pablina miró fijamente a Enzo. -Amigo... si no te podés ni mover. Para caminar dos metros desde la puerta hasta acá tuviste que arrastrarte. ¿Cómo se supone que va a hacer todo eso? Enzo se sentó al borde de la litera. Estaba pálido como un cadáver y respiraba con dificultad. -Lamento mucho tener que decirte esto pero deberías olvidarte del asunto. La miró. Sus ojos inestables se hundían en dos hoyos negros. -Así sea lo último que haga, tengo que salvar a mi hermana. Pablina asintió. -Lo entiendo- dijo. Se le acercó y lo ayudó a recostarse. -Descansá un poco y en cuanto vuelva Telli nos vamos. Este lugar es peligroso ahora-. Y le ayudó a extenderse sobre la litera. Volaba de fiebre. Se miraron. Enzo comprendió todo. Sus ojos se empañaron en lágrimas nuevamente y aquel gesto de entrega fue como una señal de rendición y a la vez una súplica de piedad. Pablina extendió el brazo y arrancó el cable del transmisor. Agarró la cápsula de la púa y la ubicó en el comienzo del surco del vinilo. La voz de Karen Carpenter volvió a surgir desde los parlantes como emergiendo de las tinieblas... 187


Why does the sun go on shining Why does the sea rush to shore Don’t they know it’s the end of the world Cos you don’t love me any more Why do the birds go on singing Why do the stars glow above Don’t they know it’s the end of the world It ended when I lost your love... En cuanto cerró los ojos Pablina apoyó una de las almohadas sobre su cara y oprimió ejerciendo presión sobre su nariz y su boca. Enzo apenas ejerció resistencia. Tembló espasmódicamente un poco y, en cuestión de segundos, quedó inerte. Pablina se persignó. -Que Dios me perdone- murmuró. FIN DEL CAPÍTULO II CONTINÚA EN EL CAPÍTULO III

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Nota del autor: Escribir un relato por entregas para Internet no es algo nuevo para mí. De hecho, en 2001, cuando decidí dedicarme seriamente a escribir (antes solo escribía para mí o escribía breves artículos) lo hacía en un foro de Radioactiva FM, en España. Donde conducía mi programa de radio: “Pasajeros del tren fantasma”. Después del programa, cada noche, subía un nuevo episodio del relato improvisado “La canción de Luccero”. Los lectores-oyentes leían esos episodios, los comentaban y debatían cosas sobre lo escrito. Y me pedían que siguiera escribiendo más y más. Luego, al año siguiente, repetí la experiencia escribiendo una historia con dos finales alternativos titulada “La diosa salvaje”. Unos años después intenté hacerlo de nuevo con un relato titulado “Frío Lupanar”, pero abandoné el experimento cuando me di cuenta de que en varios sitios webs diferentes estaban republicando mi relato sin mi permiso, saltándose las normas de restricción de la propiedad Intelectual. Ahora es diferente porque tengo más experiencia y mejores consejeros. La aventura de escribir por Internet es rara. Es lo más parecido a la improvisación que conozco porque – aunque en realidad no estoy improvisando nada- el texto que se escribe no puede ser revisado y corregido más que una sola vez para la entrega apremiante. Cuando uno escribe un relato, un cuento, una novela, hace muchas correcciones. Avanza en la historia y regresa constantemente para cambiar 190


cosas de las páginas anteriores y así acomodar los tantos para que encajen todos los detalles. En el caso de estos textos por entregas, no se puede corregir lo que ya está escrito, al menos que uno tenga una historia preparada con anterioridad, que se vaya fragmentando y dosificando al publicarla. Pero no es el caso de “El resto”. A mediados-finales de 2012 yo empecé a esbozar la historia y escribí algunas cosas. Tenía los primeros Episodios listos tal cual se publicaron, pero luego me tocó escribir más y más. Y así, cada Lunes, los lectores tenían una nueva parte de este relato en primera mano, que yo había escrito esa misma semana. Lo positivo de esta experiencia, además del desafío que me representa como escritor y creativo, es conocer las opiniones, críticas y comentarios varios de los lectores que van siguiendo cada Lunes el relato. Cuando escribís un libro, no te enterás de mucho. Hay mezquinos comentarios y adulaciones varias que no significan gran cosa en comparación con las horas invertidas y el trabajo creativo. En cambio, en este tipo de formato, la respuesta es masiva e inmediata. Quiero suponer que me mantengo fiel a mi principio de no dejarme influir por esas opiniones y comentarios a la hora de escribir y desarrollar la historia. Sé para donde quiero ir con el relato, aunque a veces desconozca los rumbos que voy a tomar para continuar por ese camino. Pero la intervención de los lectores no afecta en absoluto mis propósitos. Me encanta levantarme por las mañanas, preparar mi mate y sentarme a leer lo que dice tal o cual lector, desde 191


alguna parte del mundo sobre el nuevo Episodio publicado. Este placer no te lo da un libro impreso en papel. Las estadísticas de lectores semanales superaron mis expectativas. Al principio, durante los tres o cuatro primeros Episodios, hubo una cantidad impresionante de lectores de varios países. Luego el número se fue reduciendo, como era de esperarse, y se mantuvo en un nivel equitativo, igualmente altísimo, superior al que yo pude imaginar. No tenía ni la mitad de lectores en mis anteriores trabajos que nombré al principio. Eso, para mi. Es genial. “El resto” es un relato sin grandes pretensiones, en el aspecto literario. No es mi mejor trabajo narrativo, ya que soy muy conciente de que estoy escribiendo para lectores que leerán en la pantalla, es decir, que se trata de episodios cortos, de pocas páginas, y con un lenguaje vulgar y sencillo. La historia tiene un argumento interesante que contiene su cuota de suspense, lo justo y necesario para que el lector se sienta motivado a leer la próxima entrega. No hay nada rebuscado ni altisonante en este relato. Es muy simple y eficaz a la hora del planteamiento de su argumento. Los personajes se mueven en un territorio que yo conozco muy bien porque es mi pueblo natal y sus alrededores, y hablan en un lenguaje común. Viven en un futuro apocalíptico al cual tuvieron que adaptarse, que es un poco la idea que tenemos sobre lo que posiblemente pueda suceder con nuestro mundo dentro de algunas décadas. Hasta acá llegamos al Capítulo número dos. El relato continuará por varios capítulos hasta llegar allí donde quiero que lleguen mis personajes. Espero que siga gustando como 192


hasta ahora. Simplemente resta decir: Gracias!!! Nos seguimos encontrando donde siempre. Gus.

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Gustavo Andrés Gall (17 Diciembre) es escritor de relatos de ficción y dibujante. Publicó algunos libros de relatos cortos “Otro día como este” / “Alcanfor” / “Sister” / “Mimetario”, dos novelas “Hoy puede ser el día menos pensado” / “Tesoro” / un poemario “Acorralar a la bestia” / y una obra teatral “El agua de los sueños”, entre otros trabajos independientes como “El consultorio del Dr. Klymowitz”, “Instrucciones para desactivar la bomba”, y algunos ensayos y artículos. Sus cuadros con dibujos de retratos se ven en diferentes eventos en exposiciones colectivas con el grupo “Tacurú- artistas emergentes”. También dibujó comics para revistas como “Clownwhite” de Inglaterra, “Dominion “ de USA, “Mala Impresión” de España. Sus blog s: www.gustavogall.blogspot.com y www.gusgall.blogspot.com son de los más visitados por lectores y seguidores del género de escritores independientes.

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