Gustavo Gall "El Resto" Episodio 3

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“El resto” –un relato de Gustavo Gall Episodio 3 “El tren pasa una sola vez, compañero. Si lo perdés lo perdés” le dijo Luciana a Telli, mientras ponía en marcha su pequeña motito para irse a su casa, el día antes de su boda con Susana. Los padres del gordo estarían esa noche en una reunión del Rotary, y el gordo estaba de campamento con sus colegas en el Tigre. Era la noche perfecta para asistir a la invitación de una de las chicas más deseadas del pueblo. “A las nueve”. Concluyó ella y le arrojó un beso aéreo mientras se marchaba. Iba a ser la mejor despedida de soltero, y sin embargo... Telli prefirió no acudir a la tentadora invitación. Que fuera la hermana de su mejor amigo era un motivo secundario. Que no quisiera ponerle los cuernos a su novia y futura esposa, era otro motivo secundario. La conciencia se las puede arreglar bastante bien con estas dos cosas. Tal vez, el motivo principal era que Luciana le gustaba demasiado y tenía miedo de terminar enamorándose de ella. La chica ya había dejado varios corazones mal-latientes por el pueblo y él no quería terminar formando parte de esa lista macabra. ¿Quién iba a decirle en ese momento que, unos años después, terminaría viviendo con ella y su hermano en un sótano, en un refugio, como supervivientes de una epidemia fatal que acabó con una gran parte de las personas? 1


-Yo no quiero reunirme con Sotto y los demás- dijo Enzo, rompiendo el intrigante silencio que había quedado tras la partida de Lucy. Telli se mantuvo pensativo, desenredándose de los recuerdos. -No pienso ir ahí a suplicarle nada a ese hijo de putaconcluyó Enzo-. Pero vos hacé lo que quieras. No te sientas comprometido conmigo. No me debés nada. Si te querés ir con ellos, lo entiendo. -Ir hacia el Norte es un error- dijo Telli-. Yo me quedo con vos, boludo, somos un equipo. Si alguna vez tenemos que unirnos a otros, será a un grupo seguro. Yo tampoco soporto a ese engreído de Esteban Sotto. En la cara de Enzo se dibujó una sonrisa de alivio, aunque ciertamente le preocupaban los frecuentes episodios de delirio de su compañero. Jugaron una partida de ajedrez y miraron, por enésima vez, unos capítulos de Los Tres Chiflados. Ese día no hicieron más nada. Se acostaron a dormir temprano. Casi siempre, después de las visitas de Lucy, se quedaban así, apáticos. Los tiempos en los que eran un equipo de tres habían quedado atrás y tenían muy bien asumido que Luciana ya nunca volvería a vivir con ellos en la Madriguera. Los días clareaban sobre las nueve y poco antes de las once y media aparecían las primeras cerrazones de las aglomeradas nubes cargadas de cenizas. Llevaban más de dos años así y ya se habían acostumbrado a las reglas del “nuevo mundo”. No les quedó más remedio que adaptarse o morir, como todos los demás. 2


El pueblo donde se habían criado y habían pasado la adolescencia para hacerse adultos, ahora les pertenecía. Sabían que había más supervivientes en alguna parte porque habían visto sus rastros, pero no estaban cerca, o estarían de paso y posiblemente ya se habían marchado. Al principio, durante los primeros meses después del último toque de queda, se mantuvieron los tres encerrados en la Madriguera, y al cuarto mes, cuando el silencio reinó, y ya no se escuchó el sonido de ningún auto, de ninguna sirena, de ningún grito, de ningún perro ladrando en las lejanías, ni siquiera de los pájaros cantando, emergieron para ver con que panorama se encontraban. Por las calles había cadáveres malolientes y cucarachas. Ni siquiera las moscas resistían la toxicidad letal del aire contaminado. Se dedicaron a amontonar cuerpos en el galpón de la vieja sodería, en un depósito apartado. Los transportaban en los autos que encontraban abandonados por las calles, y los usaban hasta que se quedaban sin combustible. Minuciosamente fueron vaciando una a una las tiendas, negocios y almacenes de la calle principal, quedándose solamente con los productos que fueran a necesitar para sobrevivir al frío del invierno y el hambre. Llevaron todo aquello al tinglado del aserradero, que era un sitio seguro y cubierto. Enzo tuvo razón cuando dijo que en cualquier momento llegarían supervivientes de otros lados, en busca de alimento y ropa, y que se producirían saqueos sangrientos. El galpón del aserradero era un sitio seguro porque no perderían el tiempo husmeando por allí. Tampoco había electricidad ni agua potable. Enzo había fabricado con lejana anterioridad un fabuloso sistema de acumulación de energía que se alimentaba de la luz solar, 3


pero, el pálido sol que dejaban filtrar los nubarrones de cenizas, no servía para cargar la batería. Con suerte en dos semanas se cargaba solo una tercera parte del total de la batería, y esa energía no les alcanzaba para casi nada. Para tener un poco de luz por las noches utilizaban el viejo generador a gasolina que había pertenecido al padre de Enzo, utilizando la nafta que encontraban por ahí, en los autos abandonados por las calles o estacionados en los garages de las casas. Para movilizarse lo hacían a pié o en bicicleta, y además lo preferían porque no emitían ruidos que llamaran la atención a otros supervivientes. Se mantenían escondidos. Si algún superviviente se enteraba de la existencia de la Madriguera iba a acudir allí en busca de ayuda, y no eran buenos tiempos para ser solidarios con nadie. “Adaptate y salvá tu propio culo”, decía un letrero escrito con aerosol en la entrada del pueblo, y aquellas eran palabras sabias. Cada tanto se daban el lujo de mirar a Los Tres Chiflados o de escuchar un poco de música. Era solo para ocasiones especiales o para levantar el ánimo cuando les entraba la depresión. Generalmente sucedía después de las visitas de Lucy. La mayoría de los supervivientes se reunían en grupos nómades. Los grupos, por lo general, tenían un líder, no eran democráticos, y se regían por normas establecidas para no poner en peligro la resistencia común. El grupo de Sotto pasó por el pueblo una tarde y se quedaron merodeando la calle principal, la plaza y la estación durante un par de días. Telli y Enzo conocían a los Sotto, 4


dos hermanos que iban al mismo colegio. Rodolfo, el mayor, había sobrevivido a la epidemia, pero cayó en una redada con una de las Hordas, pocas semanas después del último toque de queda. Esteban, el menor, quedó como líder del grupo, y al cruzarse con Luciana intentó convencerla de que se uniera a ellos. Luciana había sido, un verano, novia de su hermano mayor. Luciana no aceptó, pero unas semanas después, luego de una fuerte discusión, abandonó la Madriguera y se unió a Sotto. Prometió no revelar que su hermano y Telli seguían vivos. Pero Esteban Sotto era muy astuto y sabía perfectamente que una chica como ella jamás hubiese podido sobrevivir por sí sola. La condición era encender el walkie todos los días a las siete de la tarde durante cinco minutos. Si no había novedades importantes no hablarían nada, pero si ella escuchaba la música del fin del mundo, de Karen Carpenter, entonces sabía que tenía que algo estaba sucediendo y tenía que regresar a la Madriguera lo antes posible. Esa era la señal establecida. Los Sotto fueron, en sus días, una de las familias más ricas y respetadas del pueblo. También fueron de los más odiados y envidiados, naturalmente. Tenían un corralón de materiales de la construcción que le dio trabajo a muchísima gente durante décadas, y aunque no pagaban buenos sueldos era una seguridad depender de ellos. Tenían tanto renombre que incluso llegaron a incursionar en la política local y gozaban de una importante situación económica. Por tanto la familia estaba acostumbrada al liderazgo. Los hijos, 5


herederos del micro imperio Sotto, fueron criados en cajitas de cristal y adiestrados a ser pastores de rebaños humanos. Cuando empezaron los primeros rumores serios respecto a la Viruela, Sotto, el padre, construyó un bunker bajo tierra para aislar a su familia y mantenerlos apartados del resto. Dicen que los Sotto estuvieron excluidos en su bunker tecnológico, dos años antes de que se declarara el alerta rojo. Así sobrevivieron tres linajes familiares enteros: los padres, y las dos familias de los hermanos Sotto respectivamente. De todos ellos solamente quedó vivo Esteban y una sobrina de nueve años. Los demás murieron infectados de viruela, con los pulmones quemados por respirar cenizas o por el ataque de las Hordas deambulantes. Las Hordas... Aparentemente estaban extinguidas, pero...

Fin del Episodio 3

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“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos) -Segunda Entrega: Episodio 3- (total: 7 páginas) Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall 19 Diciembre de 2012.

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