Oテ好O EN LA TIERRA Obra poテゥtica
OÍDO EN LA TIERRA Obra poética
❧ Honorato Ignacio Magaloni
edición
Benjamín Barajas
1ª edición 2012 Diseño de portada: Erika Mergruen Dibujo de portada: Gonzalo Tassier © 2012 Ediciones del Lirio, S.A. de C.V. Azucenas # 10, Col. San Juan Xalpa Iztapalapa, México, D.F., CP 09850 © 2012 Raíz del agua Calle 10 # 21, int. A-303 San Pedro de los Pinos, Álvaro Obregón C.P. 01180
ISBN 978-970-xxxxx-x-x Impreso y hecho en México Printed and bounded in Mexico
Índice Presentación Dolores Castro 11 POLVO TROPICAL (1947) Terruño 26 Mayab 38 Isla de mujeres 40 Polvo tropical 43 Menguante 47 Jarros de amor 51 Seña 53 LIBRO SEGUNDO 54 Primer miedo 54 Segundo miedo 57 Tercer miedo 59 Cuarto miedo 60 Quinto miedo 61 OÍDO EN LA TIERRA (1950) Centli ¡Dame tiempo! La hoja La rama La dádiva La presencia La raíz El año nuevo SEGUNDA PARTE. el amor La entrega La magnolia El recuerdo
67 68 69 70 71 72 73 74 75 75 75 78
TERCERA PARTE las nociones amerindias Noción de poesía Noción de la muerte Noción del espíritu Noción de omnipresencia Noción de igualdad Noción del verbo
79 79 79 81 82 84 86 87 SIGNO (1952)
Signo 93 OÍDO EN LA TIERRA (ANTOLOGÍA) Centli ¡Dame tiempo! La hoja La rama La presencia La raíz Noción de poesía Noción de amor Noción de eternidad Noción del espíritu Noción de igualdad Noción de omnipresencia
113 114 115 116 118 119 120 121 122 123 124 125
SIMIENTE (POESÍA INÉDITA 1935–1947) Meditación del origen 129 Madre amerindia 130 Sismo 131 Palenque 132 El cuento 133 Poema y no poeta 134 Mensaje máximo a mi hijo 135 Gotas de agua 137
PALABRAS EN LA MUERTE (De Ocho poetas mexicanos, 1955) Palabras en la muerte
141 OTROS POEMAS
Olvidar Epitafio Edades Aria del hombre Una vez inefable Tacuacín ¡A Yucatán! Manolete
159 160 161 166 167 170 171 172 HORAS LÍRICAS (1944)
Esencia 175 La tierra 176 Mis dos besos 177 Gracias 178 Todo será verdad 179 Serenidad 180 Silencio 181 Asombros 182 Crisol 183 ¿Nihil? 184 s. o. s 185 A media luz 186 Anhelos 187 Contemplándote 188 Certidumbre 189 Zagala 190 Elogio de tus pies 191 Epíilogo de amor 192 Marinera 194 Fatalidad 196 Esquife 197 Vision 198
Lágrimas 199 Tener alma 200 Dije 201 El robo 202 Antonio González 203 A Ricardo Mimenza Castillo 204 Fronda ideal 206 Vision rural 208 Amanacer en Chuminópolis 210 A Enrique Arjona Peniche 212 El subterráneo 213 El río 215 Himno matinal 217 Divina veta 218 De sobremesa 219 Conjuro 220 Hija mía 222 Sombreritos modernos 223 Ciudad nocturna 227 Yo no le tuerzo el cuello 228 Filosofía lírica 229 Meditacion india 231 Líricas 233 Pensad amigos 234 Todo puede ser 235 Hora lúcida 236 LA ISLA EN LLAMAS: POESÍA DE HONORATO IGNACIO MAGALONI Benjamín Barajas 237 APÉNDICE Canciones
Presentación Honorato Ignacio Magaloni era un hombre muy original. Desde su niñez inventaba nombres; por ejemplo, a su traje de baño le llamaba “traje de tiradorsealagua”. De su juventud narraba episodios inolvidables, como aquel en alta mar, en medio de una tempestad que amenazaba la frágil embarcación en la que navegaban él y su hermano Humberto (con quien escribió un poemario a cuatro manos y lo firmaron con el seudónimo de Humberto Ignacio Magaloni), y en vez de lamentar su suerte exclamaba con entusiasmo “¡Vamos a morir, vamos a conocer!” Honorato Ignacio Magaloni nunca perdió ese entusiasmo, infantil y juvenil; sólo lo convirtió en pasión por la vida, avidez por conocer y enlazar lo más próximo con lo remoto; la realidad aparente con el misterio; el momento en que vivía con la lejana época de nuestras culturas amerindias; con verdadera pasión por expresarlas, por expresarse. Hacia los años cincuenta lo conocí y tuve el honor de trabajar en su revista Poesía de América. En estos años circulaba también la excelente publicación del inolvidable don Jesús Silva-Herzog, Cuadernos Americanos. La comunicación con escritores, pensadores, poetas de iberoamérica fue constante y enriquecedora. Magaloni compartía vivamente un interés semejante al de don Jesús, y lo materializó en su revista, dirigida por él y distribuida por Cuadernos Americanos, así como en su libro Signo. ¿Cuándo ha sido negocio editar una revista de poesía? Pero recuerdo a Magaloni entusiasmado en la selección de los poemas, y posteriormente en la redacción de notas en la sección de libros recibidos. Él podía ser constructor, y buen constructor de edificios; por ejemplo, en el que se ubicaba la dirección de su nueva revista, en la calle de Mariano Escobedo, frente al deportivo Chapultepec; pero también pudo
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llevar a cabo una empresa no redituable, como la publicación de Poesía de América, en la que se incluyeron colaboraciones de los más destacados poetas de la época. Inició su publicación en 1952. En breve presentación, Magaloni anunciaba su enfoque y propósitos con el título de “Primera palabra”, y estos son los párrafos más interesantes de dicha introducción:
La oficina de la revista era un amplio y hermoso palomar (una gran estancia en el último piso del edificio que quizá fue la realización de un sueño largamente acariciado por el poeta). Lugar pleno de luz y con hermosa vista, que daba acceso a una terraza. En Poesía de América —cuya vida no fue tan larga como sus lectores hubiéramos deseado— escribieron los poetas más destacados, y no sólo de nuestro continente.
Entre los de España en el destierro colaboraron Pedro Garfias, Jorge Guillén, Juan Rejano, Francisco Giner de los Ríos, José Moreno Villa, Emilio Prados, Max Aub, entre otros, sólo durante el primer año de su publicación. El proyecto mismo de la revista, con sus diversas secciones, dice mucho de Magaloni, sobre sus preferencias, su pasión por América y también, especialmente, sobre su enfoque universal de la cultura, del arte, de la poesía. Entre los más famosos poetas de nuestra América en este primer año se contaban: Pablo Neruda, Rogelio Sinán, Sebastián Salazar Bondy, Manuel Scorza, Emilio Oribe, Andrés Eloy Blanco, Andrés Olguín, Gabriela Mistral, Jorge Carrera Andrade, Enrique González Martínez, Gilberto Owen, Alberto Hidalgo y muchos, muchos más excelentes artistas. En el segundo año se incorporaron a Poesía de América autores de la famosa revista Orígenes, de Cuba: Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, entre otros, además de grandes poetas mexicanos, como Jaime Torres Bodet, Juan Bañuelos, José Pascual Buxó; de Nicaragua Pablo Antonio Cuadra, y de otras naciones nuestras: Luz Machado de Arnao, Fryda Schultz de Mantovani, más una larga lista de excelentes escritores. En el mismo año de 1952 se publica Signo, en edición de Cuadernos Americanos, y como prólogo o poética el autor del libro declara: “El adjetivo es barroco. No tiene la acción del verbo ni la sustancia del nombre. Esto lo sabían nuestros abuelos indios”, y finaliza rotundamente: “La poesía es proyección del ser y el ser no es adjetivo”. En la primera parte de ese volumen, Magaloni especifica la índole de su credo poético: “…es aliento en mis labios/ por la señal de América./ Es la resina que difunde el árbol; el copal de la vida, su voluta de esencia./ En ella para siempre,/ el salto del venado se adormece en el aire./ Queda en suspenso el corazón del monte.” América, las antiguas culturas y sus mitos, están en sus imágenes con el propósito de ahondar en un acercamiento a las antiguas culturas, aunque, confiesa: “Para erigir el ansia de esta idea/ oración de taludes, palabra de la piedra,/ trunco en el aire mi pirámide./ no alcanzo el vértice: lo siento./ queda un águila de aire entre mis manos.”
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Pensamos que la palabra es signo de la condición humana y que su más alta manifestación es la poesía. América es nuestra pasión y el porvenir del mundo nuestra guía. Plenos de optimismo, creemos que el verbo —cuando es espíritu, esperanza y símbolo— tiene categoría redentora. El verbo es vanguardia de toda realización gloriosa. No formaremos escuela ni cenáculo. Cada autor será responsable de su creación. Hemos creado la sección España en el destierro porque consideramos que muchos de sus mejores hijos, y sus más altos poetas, se encuentran en nuestra esperanzada tierra americana.
Por otra parte, la revista ofrecería traducciones al español de poemas de otras lenguas. Y en el párrafo final de su presentación, declara: ... salimos a la luz en México, uno de los últimos reductos de la cultura y dignidad continentales. Aspiramos a convertirnos en expresión de la contemporaneidad poética de América. Mientras seamos vida, y contemos con la cordial ayuda de colaboradores y lectores, seguiremos en la empresa de redimirnos de egoísmo y odio, a través de este mensaje de humanidad y de belleza.
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Sin embargo, firme en su propósito, encuentra una de las claves que orientan la cultura indígena, en comparación con otras culturas contemporáneas: El signo cambia, y aparece como antítesis del mundo contemporáneo del poeta:
El arroyo en la tierra se viste de maizales. El que salta en las rocas diluye su recuerdo.
Pongo mi oído sobre mi otro mundo y oigo un eco en la quilla de su nave:
Pero la mano de la inercia
¡dentro de la codicia hay un sollozo!
empuja toda el agua. ¡Siento que somos agua de milenios!
La poesía de Magaloni en su libro Signo huye de todo adorno, mientras crea imágenes memorables: El nopal que alza en hojas huellas de pies en busca de infinito …una parte de mí llena el mañana
Por otra parte, el ser humano, el esposo de Ana María, el padre de Ignacio y Ana María, cumple lo que propone en un verso: “En todos los caminos sé poeta”, y en un poema expresa su deseo más ardiente:
Si el poeta pone su fe en América, y en la cultura ancestral de los indios de América, lo hace desde una estética, una ética, una sensibilidad no ajena a la inteligencia, al descubrimiento de matices y verdades que un lector apresurado no aquilatará. Puede, por ejemplo, escribir sobre el niño de la calle, sobre el campo y los pueblos, sobre el maíz, sobre la poesía y Netzahualcóyotl, sobre la creación de la propia vida del poeta y su obra: Poesía es el verbo de tu vida; no es tu canto si emigra de tus actos...
¡Déjame, lluvia, oír mi otro silencio!
En “su otro silencio” sabiamente escribe: Del bien y el mal existen
Imágenes que no son consejos, sino el empleo de la segunda persona de singular para expresar una norma propia; porque Magaloni pretendía ser poeta, y lo cumple en cada palabra, en cada acto propio. La segunda, también sobre la concepción ancestral de lo religioso:
dos filtros, hijo mío, Es la imagen del cielo
no dos torrentes de argumentos
que encontraron los indios en el valle.
Los matices de su pensamiento y sensibilidad ahondan para arraigar él mismo en las culturas prehispánicas:
La eternidad que ampara caminar y camino.
Tras la global concepción de cultura, persona, poeta y su destino, declara:
Con mis ojos de indio miro mis transparencias en el agua.
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El poema tiene este hermoso remate:
Yo soy el mundo, en mí va el mundo […] Yo soy el tiempo y soy el horizonte: si camino, caminan
¡Dame tiempo, avenida en el declive
[…] Lo siento como el indio
para estrechar contra mi pecho
que caminó sobre su espíritu
una gota de en el agua que entibia la vehemencia: es un
Termina esta primera parte de Signo con una rotunda declaración de amor sin condiciones:
remanso del que no vuelven mariposas nunca.
En el capitulo de Las nociones amerindias, destacan Noción de amor, dedicado a su esposa Ana María:
He de amar a mi tierra; y si se petrifica, he de amar a mi piedra.
Tus ojos encendieron
Oído en la tierra (antología) es el título de la segunda parte de Signo, y su primer poema está fechado en 1950. Se inicia con Centli, que lleva un epígrafe en el que se asevera: “Nuestro espíritu asciende/ es de afirmación de la cultura amerindia;/ pero su lírica ahonda en la caña de maíz”. Hunahpú Itzamná, Quetzalcóatl lo personal: nuevamente, aunque este poema esté escrito con anterioridad a los de Signo, encontramos ya “Y mi primer cansancio”, entra en él su elección por la cultura del maíz, como signo de esperanza, de vida plena. Toda la poesía de Magaloni rompe el molde de lo próximo, y la fuerza de su palabra no se detiene sino en el infinito. Sin embargo también busca la esencia del vivir, perseguida constantemente en su poesía, como lo demuestra en la pieza titulada ¡Dame tiempo!:
mis símbolos en éxtasis
Noción de eternidad De pie sobre un planeta el vértigo
Noción del espíritu …Luz, espíritu, nunca pueden caer. Caer, ¿a dónde?
Noción de igualdad:
...Destellos en andamios alzan la arquitectura de la esencia
…Quién sabe
La estrella simplemente colma el alma.
qué seña agita el brazo, en entusiasmo de saludar al mundo!
En descenso de olvidos
Ha de ser ese brazo la cresta de una ola que se alza en el cosmos
cayó a simas de angustia
Para la Noción de igualdad toma la imagen del mar:
mi voz: copa de acústica en la nada
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En esta fuente del enigma: onda mi individualidad, huye de prisa Hacia mí, danzarinas sobre la espuma vienen la esperanza y la brisa alegría.
Entre estas Nociones amerindias, fechadas en 1948-1949, destaca la de Omnipresencia, porque revela la grandeza que Magaloni tiene en su concepción de la religiosidad: La elección de este epígrafe para su poema es otro acierto: “Ah, sí, del más allá procede la percepción del trinar”. [Netzahualcóyotl] Simiente (poesía inédita 1935 1947) se inicia con Meditación del origen, poema que niega la inmigración como origen del indio americano, y lo sitúa como originario de este continente. Madre Amerindia, de exaltación y de fe en nuestra historia cultural; poema que en su primera estrofa nombra a antiguos dioses: de Quetzalcóatl a Tláloc, para ascender hasta el Dios sin nombre (aquel cuyo nombre se dice suspirando, según la cultura maya). Sismo, Palenque , son memorables poemas de la última parte de este libro. Cito Cuento:
Mensaje máximo a mi hijo es uno de los más emotivos poemas del libro. Al final destacan con el título de Gotas de agua, un serie de haiku escenciales. Entre los elogios de los críticos literarios de la época cito a Leopoldo Ramos: “Libro definitivo de Ignacio Magaloni […] Síntesis de toda una teoría de americanidad. En él saludamos a los grandes poetas de América. Nuestra batalla está ganada”. Antonio Mediz Bolio opinó: “Tres veces poeta, por el latido de la sangre, por la luz del espíritu y por la fuerza del pensamiento.” En 1953 (año II, núm. 3 de la revista América), Magaloni publica un extenso y hermoso poema, Edades, dividido en tres partes. La primera asciende, desde el corazón del poeta, y ahí ofrenda su espíritu. En la segunda parte hay una toma de conciencia ante la vida humana: Que se me diga la vida cuando esté limpio como el camino que hace el fuego... cuando sepa que la simiente y el astro y la mujer y el hombre son lugares en donde la divinidad se detiene.
En la tercera parte expresa el dar y el recibir de la vida, cuyo tema culmina en la IV parte del poema: Si sólo hablo me perderé en mi polvo. Si sólo oigo estaré vencido. Daré y recibiré el
Mi vida ha sido el cuento del que encontró un tesoro en el camino y lo iba recogiendo…
Con verdadera humildad, propia del gran hombre, poeta, cito su apreciación sobre una posible supervivencia en la memoria: Poema y no poeta: que sobreviva el poema:
movimiento que nos lleva.
El 10 de noviembre de 1954, en Ábside, revista de cultura mexicana dirigida por Alfonso Méndez Plancarte, se publica una selección de ocho poetas mexicanos, a los que une verdadera pasión por la poesía. Honorato Ignacio Magaloni, entre ellos, destaca con un conjunto de poemas de imágenes claras y emotivas que sorprenden al lector:
Voy a ser difundido en algo inmenso, Yo te pido, Señor del tiempo, desde mis primeros cabellos blancos, que no me alejes
poema y no poeta.
mucho de la infancia, que me sigan gustando las hormigas, pequeños niños juntos, y sus viajes hasta el corazón de la tierra.
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De su poema Forma de mis palabras, este fragmento: Se me hizo guardián de las malezas y se me dio el instinto de lugar, estoy entre los matorrales de mi tierra y como el pájaro debo sacudirme para despertar.
El “trinar” de Netzahualcóyotl, la palabra de pájaro que debe sacudirse “para despertar”, sigue trinando en los poemas de Honorato Ignacio Magaloni, como continuador de Netzahualcóyotl y de las antiguas culturas de Amerindia. Poeta profundo, de aspiración cosmogónica, religiosa, y honda concepción de lo humano, persona inolvidable también. Dolores Castro
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POLVO TROPICAL (1947)
polvo tropical
Es curioso observar cĂłmo en los versos de todos nuestros altos poetas se escucha el rumor de las fuentes espaĂąolas, o de los surtidores franceses. AquĂ tenemos por fin un gran poeta yucateco, profundamente artista, que habla con la voz de la tierra. Antonio Mediz Bolio
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Ten cuidado palabra, mi hijo que me sigue sĂłlo verĂĄ mi cauda. MĂŠrida bajo un celaje va al rosario de las cinco con su mantilla de encaje.
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polvo tropical
** Miro a mi tierra que ríe en mazorcas y granadas, luego la siento más hosca en piñuela y pitahaya, y es que se me pone seria porque no voy a buscarla.
Terruño El sol siempre llega a Mérida con tigres de piel rayada que se tienden en los parques y se meten a las casas. Y yo quisiera ser tigre del sol alguna mañana… ……
Y es que se me pone arisca, lo adivino en chispa amarga como luciérnaga interna: que me va a perder confianza porque en nubarrón de olvido se va alejando mi cara; mientras que yo desde el fondo de esta lejanía ingrata la miro, cada minuto más hermosa en la distancia; y hasta acaricio, hasta beso su incomparable garganta sobre el papel insensible de su retrato, en el mapa.
Y empedernido en el ocio morir de obsesión de bancas ungido de éxtasis cósmico bajo un laurel de la plaza. ** Quiero dejar de ser brizna que la vorágine arrastra. Volar por ímpetu propio, brizna aún, pero con alas, desde los nevados senos duros y altos de mi patria a su cola de sirena que se retuerce y se alza donde el Mar de las Antillas la mece como una hamaca.
** Quiero vivir, vivir libre jadeante de resolana, que el sol enrubie mi espíritu aunque me tueste la cara
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y arda en un fuego de trópico este engurrio de nostalgia.
sosteniendo y sopesando las sandías y guanábanas.
Exprimir sobre mi lengua zumos de las frutas agrias y sorberlos con faringe de volcán que se atraganta.
** Es el calor un dantesco monstruo, de encendidas barbas, que pecho abajo se tiende sobre la pobre comarca. Y bajo él mi tierra gime como doncella violada. ¡Será nervudo y cetrino el hijo que de ella nazca!
Frutas, frutas, con el jugo de la región dura y cálida, frutas que llega vendiendo mi tierra con su canasta por las calles de los tiempos de los siglos a las plazas.
Brotan al monstruo del tórax rayos de sol, y colgadas brillan, del bermejo vello gotas de sudor amargas.
Mangos –en que la mestiza hecha pulpa y fuego estalla. Caimitos –con que mi tierra le da el pecho al niño maya. Cocos– la oración del pozo que hacia el cielo eleva el alma. –Cuando el cielo quiere frutas tira moneditas de agua–.
Al padre salen los hijos de esta mujer agobiada. Oigo el ronco vocerío de las haciendas lejanas. Pan y panadero al horno se cuecen en tierra baja.
Polvosos caminos vienen desde lejos a la plaza donde abren el ancho pecho y bajo el laurel se paran
** En los seres y en las frutas la fuerza vital estalla. Las ciruelas son pezones
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** Un minuto de silencio. (Lo pido mientras mis ansias cortan la bola de fuego más encendida y sagrada que haya colgado en el aire, y chupan una naranja).
de tropicales muchachas y los racimos de plátanos sensuales manos alargan. Todo es sensual; si hasta el yunque se entibia junto a la fragua, mi tierra al fin vibra y goza bajo el monstruo que la asalta. La pobre después jadea sobre el mundo abandonada y con las ingles calientes va en busca de sombra y agua.
** Un minuto de silencio por mi derruida casa… ¡Se reía en Chuminópolis entre rosales y acacias! Tuvo el corazón henchido de versos y de esperanzas.
** Sudorosos seres buscan consuelo en las frutas santas.
¡Le arrancaron los aleros! y en el aire que temblaba hacia el doliente crepúsculo hubo una fuga de alas.
–El agua vive en la fruta como entre la gruta el hada–. Las piñas, foscas y ariscas pero dulces en la entraña de donde absorbe su espíritu a mujer de tierra baja.
** Como tórtola en la noche herida y desperada, mi recuerdo se desploma sobre el jardín de esa casa. La Jardinera en el cielo me alumbra con sus miradas y está su estrella en el llanto
Las sandías, olvidados cántaros llenos de agua que en las riberas del tiempo dejaron los indios mayas…
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Oro entre sombras que oscilan, sol entre móviles ramas aún tiemblan en mi memoria para siempre iluminada por la luz de aquella huerta en donde juró mi infancia que el mango era una oropéndola y mameyes las torcazas.
que de mis pupilas salta. ¡Jardín, rosas, tierra mía, ¿por qué se mueren las santas? Diez minutos de silencio, mientras vuelve la palabra. ** Vuela, luz de mis tinieblas al gran astro de mi alma: Dios está oyendo a mi padre que en una divina plática hoy en el cielo sacude sus gloriosas manos blancas.
Un minuto de silencio a otros seres que me amaban, y en el minuto, el relincho de mi caballo me llama. ¡Dios cogió un trozo del viento y se lo puso por alma!
** En esta hora de milagro, de últimas estrellas pálidas, repoblaré de palomas los aleros de mi casa: el fierro amarillecido llora en la inmensa ventana donde los rayos del sol “Einstein”, mi perro, olfateara. (Cuando murió lo enterré, puse una cruz como marca en la noche del pasado. Y terco, en la noche, ladra).
Un minuto a los crujidos de carretas que pasaban con sus ruedas que embistiera mi Quijote de la Mancha. Un recuerdo al chapuzón en el estanque, y al agua que con la punta de un dedo medroso el laurel tocaba. Agua fresca, fresca, fresca, y el laurel no se bañaba.
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paisajes de encantamiento que unge una luz sonrosada, amaneceres en costas cuando el sol nace del agua y está el mar como una cebra lleno de amarillas rayas, palmeras y campanarios que con sus señas me llaman y florecen entre un éxtasis de evangelio en mi montaña…
Y aquella rígida selva de veletas que ululaban. (Santos molinos de viento, gigantes que vertéis agua sobre mi reseca tierra: mi Quijote de la Mancha medita, reconciliado con la gigantesca raza). ** Toda la noche a lo lejos los años dormidos cantan mientras el recuerdo toca su guitarrón en el alma.
De pronto, resplandeciente la luz de mi tierra estalla y me enrubia los recuerdos en una visión mesiánica. Me saludan flamboyanes con sus manotas de llamas. Serpientes de cascabel batiendo la cola alzada cual biliosos monaguillos con sus crótalos me llaman a la fervorosa misa de las tropicales faunas. Iluminan mis caminos las flores de calabaza mirándome con sus ojos de aurora tras albarrada. Un estupor de laureles desde el trópico me abarca:
Las potencias de mi tierra entre la neblina se alzan cuando me anuncia la aurora sus nenúfares de nácar. ¿Qué faisanes con sus plumas cosquillean mi nostalgia y en todo mi ser deslizan súplica aterciopelada? Oigo voces profundísimas que ya han dicho mi palabra ya cuyo acento contestan mis erupciones silábicas. Siento pasos en la aurora, surgen formas, seres, caras,
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trémulas islas de sombra bajo mundos de esmeralda…
Cien minutos de silencio para soñar tierra baja…
Agitan por mis retornos abiertas manos las palmas: indios las cortan, les cierran los dedos, y hacen sus casas: ¡pero con un dedo libre desde los techos me llaman! Son las señas de mi tierra que ninguna cuerda amarra, inasibles, persistentes inmortales como el alma. Las torres de las parroquias suben a verme a distancia. y las bocas del Dzilam sempiternamente cantan: “Vuelve, Nacho Magaloni, a nuestras arenas blancas” y las grutas de Loltún corrigen con su voz ancha la profunda invitación: “A excursiones subterráneas”. Las flores de Xtabentún fijan en mí sus miradas. Las olas desde Progreso con sus pañuelos me llaman. Era yo tan sinvergüenza que a todas enamoraba.
** Uxmal, edificado en una sola noche, la noche del pasado.
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en donde aún vibra la magia de sacerdotes antiguos. Como la cuerda de un harpa que ignota mano ha tañido así han quedado vibrando las almas de muertos indios. A veces la piedra cae porque alguien la ha desprendido, debe ser la misma mano que nos empuja a los vivos y nos devuelve a la sombra de donde apenas salimos, mas sólo la ve la Muerte con sus ojos amarillos, es un reptil enroscado que ve el final de sí mismo.
Mayab Ya se murieron, hermana, ya se murieron los indios. Esos que con leña pasan con sus almas en el limbo. Mira el estremecimiento que inquieta los dedos finos de las palmas, en los cocos, cuando cruza el vientecillo. Es que la Naturaleza siente aún el magnetismo que los seres exhalaron cuando los ahogó el destino. Hubo una estrella en el pozo que se quebró como vidrio, quedó el agua temblorosa porque la rozó un vampiro, esos murciélagos saben de mal agüero y hechizo, ya se murieron, hermana, ya se murieron los indios.
Todos llevamos en hombros nuestro propio tiempo, aún vivo a enterrarlo en el obscuro cementerio del olvido, ya lo llevaron, hermana, ya lo llevaron los indios.
Si ves a los leñadores que pasan por el camino no indagues adónde van ni desde dónde han venido. No te internes en la sombra de los templos derruidos
** Llegan sabios. Se oyen perdidas en la selva sus interrogaciones.
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Isla de mujeres (Fantasía)
comenzó a enroscarse entonces la costumbre de engañarlas.
Preguntas marinas bogan hacia la isla embrujada. ¿Estoy en los arrecifes de la sumergida Atlántida? Siento en la neblina el polen de una gran luz apagada y de mi oído se aleja un eco de indios que pasan…
(Brazos de azafrán y aurora que el tibio estupor enlazan ruedan entre espuma y conchas con besos y risotadas). Súbitamente a la orilla de aquel mar, que rezongaba, los santos fueron jinetes que en los ídolos montaban.
¿Cuántos días volcó el cielo su jícara azul sin agua sin que a la Isla de Mujeres los españoles llegaran?
** Por eso aprietan las ruinas el silencio en sus entrañas, y enmudece el jeroglífico con una mueca enigmática. Y cuando trémulo arqueólogo suelta la piqueta y saca una joya, ella despierta y grita desesperada.
Por fin los grandes milenios un día pliegan las alas y sus picos son canoas que vomitan en la playa hombres de azafrán y aurora con las lenguas coloradas. Indias con senos desnudos se acercaron asombradas, su estupor con jade y oro trueca abalorios y chácharas y cual serpiente a sus piernas de diosas encadenadas
** Oye el grito de turquesas el viejo mar de esmeraldas, de la otra costa contesta
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un eco de indios que pasan y arriba, el sol, rojo, muestra su antiguo amor en la cara.
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Polvo tropical Hondo misterio de mimetismo, quietos cenotes en mis entrañas, linfas obscuras bajo mi tierra, disueltos siglos, antiguas razas… Oh, cuerpo mío, ¿qué cosa guardas? ¿Por qué me miran tus ojos de agua? Subió mi tierra por mis talones y soy la misma tierra que anda.
** Si volvéis el pergamino detrás hay una venada. Sus ojos relampaguean de sentirse acorralada. **
Sobre el incendio de mis llanuras abren sus ceibas mis esperanzas y es una esencia de clorofilas el trino de aves que en ellas cantan.
Aquel canto de los pájaros se le quedó al alma india como un arete colgado.
Si van mis pasos hacia horizontes brinca un venado: mi desconfianza. Y voy de noche lleno de luna porque en mi tierra, mi tierra pasa. Aquel que observe con una lente el microcosmos de mis entrañas verá unas selvas o unas llanuras o unos pedruscos de tierra baja.
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Cuando se miran en quietas linfas brillan los ojos de mis venadas y las estrellas que el agua copia se me confunden con sus miradas. El panteísmo del universo juega con joyas en mis entrañas. ** Bajo profundos cielos azules mi frente brilla como una laja. Soy hecho de esa tierra de conchas que a fuego de horno florece blanca. Untadme en una pared humilde, tejedme en frágil techo de palmas: habréis colmado mis ilusiones, seré una choza de tierra baja, guardaré un leve jirón de cielo si adentro un indio cuelga su hamaca. Soy tierra triste, llena de ruinas porque emigraron mis pueblos mayas, pero en mi pecho, los pocos indios brindan sus chozas hospitalarias. Mis alegrías son siempre serias como las indias en las jaranas, y hasta los patios de mis amores son patios quietos, con albarradas.
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No sé qué tiene toda mi tierra que se reviste de luz hierática. Algo sagrado mi tierra esconde entre las selvas de mis entrañas, un faisán quieto vive en mi espíritu que moriría si lo tocaran: tú, tierra mía, tú en lo más íntimo de ti, invisible para el que pasa; faisán oculto, genio escondido que esquiva el vuelo de la palabra, duerme en el fondo de mis pupilas, no sube al gesto que afuera ensaya reminiscencias de los enigmas estremecidos, que son mi alma. ** Sobre ese fondo cruzan aceros los españoles que hay en mi cara; y a Cristo eleva mi emoción india maíz en hostias, en hostias santas, pero a los ídolos lleva doncellas y las inmola, mi fuerza blanca. Así se cruzan sobre mis linfas ondas opuestas y se entrelazan.
** Aquel que observe con una lente el microcosmos de mis entrañas
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verá las cruces de Jesucristo sobre las ruinas de templos mayas.
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Menguante I Cada Veinte–y–Ocho sombras con mi boca de indio mago, el negro aire de la noche soplo en mi flauta de barro. Entonces, oye el conjuro algún oído lejano y sale por el oriente el tunkul blanco.
** Oh cuerpo mío, tierra de espíritus, ¿qué mimetismo secreto guardas? ¿Adónde llevas pueblos y bosques? ¿Por qué me miran tus ojos de agua? ** ¿Desde qué ruina me dijo tu voz aquella palabra que me dejó pensativo?
Con música de la Atlántida me acompaña y lo acompaño, Indias formas en la tierra siguen el ritmo sagrado, signos y apuntes al mundo bajan de cielos lejanos mientras contesta a mi flauta el tunkul blanco. Pero al templo, displicentes van los nobles emplumados por las calles en la noche llenas de sanes extraños. La ciudad es flor de piedra sola en el nocturno lago y es la bella piedra sorda a músicas del arcano.
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Salió una cara de muerte con los ojos socavados y dos negros agujeros como los de muerto cántaro. Ocho fatídicas noches salió y se fue adelgazando hasta perder medio rostro y hasta perder otro cuarto. Luego una uña de lechuza flotó sola en el espacio, después se redujo a un hilo que se fue deshilachando y al fin quedó solo el cielo con sus temblorosos astros que otras noches presidía el tunkul blanco.
Ramas azules del cielo llenas de flores de mayo cuelgan sobre las siluetas de los dormidos palacios. El postrer nocturno pulso del Mayab se oye pausado como un corazón sereno de pueblos conglomerados, y un horizonte sombrío se traga el camino blanco por donde van mercaderes hacia los pueblos cercanos; las llamas de los hachones les iluminan los pasos y les retuercen las sombras que se arrastran y dan saltos y les atraen los ojos a las regiones de abajo para que no alcen los ojos al tunkul blanco…
Y como sé que el futuro viene a mis ojos de mago presentí que era la muerte que se me estaba anunciando para Uxmal, para Chichén lirios del Mayab sagrado, últimas flores del tiempo que los hombres olvidaron haciendo leña y hogueras del antiquísimo árbol que estremeció el primer eco del tunkul blanco.
II Una noche, negra noche con mi boca de indio mago soplé insistente mi flauta y me invadió el sobresalto. No emergió por el oriente el tunkul blanco.
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Jarros de amor Clavé en la sombra mi flauta donde se quedó vibrando, y entre las piedras del suelo me eché a llorar boca abajo. Hace ya miles de noches que la cabeza no alzo, pero aunque aprieto los ojos y me cubro con los brazos, siento que estoy entre escombros de inmensas ruinas llorando y que no ha de volver nunca el tunkul blanco.
Jarros de amor a la muriente raza que ya se va en los siglos, que sin mirarnos pasa… –ritmos de la venada y esquivez del quetzal todo en carne morena y en silencio ritual–. 1910 Llegó don Antonio Ocampo y del “volán” de su hacienda descendieron Dios y el diablo. Lo saludaron tres indios inclinando las cabezas y escondiendo los cuchillos. La humilde tierra del campo a sus plantas se tendía como perra junto al amo. Encabezaban las milpas lejos algunas cabañas con sus indios en cuclillas. –¿Qué piensas indio bilioso? –Me cogieron a la hija que le gustó a don Antonio.
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Tres o cuatro golondrinas jugaban al tobogán de una choza a la iglesita…
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Seña He tomado estas plegarias hechas de estupores líricos y las levanto en mis manos a la mitad del camino. Forman la estatua de un alma en cantera de infinito. Miradla en horas nocturnas cuando la luz forma nimbos.
Y de pronto el campanario se puso a gritar furioso: ¡Yo soy revolucionario! La máquina raspadora mordió las últimas pencas rugiendo como leona.
Como todos los poetas con la esmeralda rutilo…
Los caminos alargaban los brazos amenazantes con sus músculos de lajas.
Nos nutre incierta esperanza al esculpir idolillos de que entre tantas imágenes, que ha de enterrar el olvido, se halle algún trozo de rostro, de labio en rapto de grito, de esos que son milagrosos merecedores de siglos. ¿En dónde puse la seña que me angustiaba el espíritu?
A distancia los planteles invadían horizontes con sus mares de machetes. Y de allí cargado en hombros llegó rígido y sangriento el cuerpo de don Antonio. Dios y el diablo huyeron de él. Y en el rojo día aquel se durmió toda la sombra debajo de un gran laurel.
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LIBRO SEGUNDO Canción de los cinco miedos (Premonición a Mérida)
Primer miedo Tengo miedo, sí, tengo miedo, madre, en la desolación del horizonte; hondo miedo en el antro de mi siglo donde al conjuro de incoherentes sabios se apareció el demonio gritador de relámpagos, ese nuevo demonio de las detonaciones colosales que en la columna de humo alzada hasta los cielos de Bikini todos los horizontes, conmovidos por impulsos de fuga, en la febril distancia contemplaron: aquel monstruo epiléptico que reía entre el humo y amenazaba al mundo con ojos de locura. Pero no! No reía el genio de los átomos creciente como nube en la columna, porque lloró el rocío de las trombas marinas en un diluvio de amargura sobre los pobres seres destrozados, los seres como briznas
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que ya ni vuelan ni caminan; porque hasta el genio desatado tiene miedo; sí, madre, el genio tiene miedo de Aladino, como yo, tiene miedo de la viudez que enluta las ciudades del mundo posesas de terror junto a sus ríos, tristes en sus barrancos, hincadas ante Dios en sus llanuras, estremecidas sobre sus laderas. Las ciudades del mundo oyen detonaciones colosales sienten bajo sus plantas conmociones telúricas. Como cabras inquietas fijan en los contornos ojos inquisitivos, y ven con estupor que en la loca distancia, en la distancia enloquecida por aquelarre cósmico, montañas, islas, ríos saltan por el azul despedazados ¡bosques enteros vuelan por los aires! Tengo miedo Por ti, ciudad de alburas, ciudad mía, como nave de vela blanca en un mar de juventud eterna dulce aldea evangélica quieta en un aire de azahares. Tú que ruedas los aros de niña por senderos de maitines
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entre rosales que a tu paso mecen mínimas opulencias de eucarísticos pétalos. Tú que en perpetuo ensueño adolescente eriges esculturas de proas marfilinas cuando al andar vas empujando tus dos nacidas eminencias. Tú, ciudad inconsútil, ciudad alma, ciudad jirón de ensueño que cruzas como brisa por la tierra: sabe que las montañas de mi miedo vastamente encendidas en una floración de flamboyanes, inmensamente sangran sobre tu nítida blancura; sobre la paz ingenua de tu historia de siglos dóciles como angélicos novillos de esencia bondadosa que en tu saya de niña campesina frotan su nieve. Inmensamente sangran mis diluvios de miedo sobre el balcón egregio de tus largos romances, sobre tu noche trémula de rumor de guitarras; y las canciones que los ojos cierran al asomarse a las ventanas en un respeto legendario
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que se perdió en el siglo diez y nueve para todas las otras ciudades de la tierra. Hija blanca del mundo, \ la tristona pequeña, la dulce, la sin par, la Cenicienta que me hace lagrimar enternecido, la hermanita menor que no se viste para ir de largo a la terrible fiesta. Hija blanca del mundo: ¡Ya sólo tú le quedas! Ya sólo tú le quedas jugando por la casa, ya no visten de albura las ciudades, ya no juegan en casa las ciudades del mundo, Mérida! Tengo miedo en la desolación del horizonte. Segundo miedo Tengo miedo de la invasión de las ideas, las parcas en sus barcas se disfrazan de vida, pero llevan ocultos polvos envenenados, tal vez a las aldeas que nunca han hecho daño las aldeas que nunca merecieron la muerte. Sí, tengo miedo de lejanas ideas, de las brujas que viajan por los mares del aire
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remolinos de fuego que asoman sobre el mundo caras amenazantes y arrojan gritos como estrellas ígneas gritos para llevarse a las ciudades. Son ellas mil veces más temibles que el Buda de los átomos, las ideas, ellas son como diosas, ellas al dios crearon! Yo tengo miedo, madre, en la desolación del horizonte, de la invasión de las ideas de la invasión de las ideas negras porque son brujas invisibles y múltiples en nidos de serpientes y salen al camino saltan a la cabeza del viajero y se van, y se van, y se van siempre siempre creciendo y alargándose’ por todos los caminos de la tierra quién sabe hacia qué negros occidentes que Satanás preside en esta hora de incendios y cadenas, de torbellinos de materia frente a las ansias ciegas de los hombres. Tengo miedo sobre el ocaso de la Tierra lanzada fuera de sus órbitas entre los astros compasados.
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Tercer miedo Madre, yo tengo miedo entre múltiples nidos de serpientes hasta del cráneo de tus propios hijos porque en todos los cráneos se ocultan las ideas. Los hombres son sus cuevas! Yo tengo miedo de que en la cordillera tranquila de tu pueblo que viene de hondos siglos haya algunas obscuras cuevas húmedas; miedo de los Alibabaes imprevistos que llegan en corceles del infierno con las manos crispadas hacia locas riquezas; y después que ellos pasan quedan sobre el terruño pobres niños colgados sobre endebles osamentas, niños que hacen maromas en sus huesos madre! mientras en los andenes de estaciones los palomares miserables de temblorosas manos pueblerinas recogen los deshechos y los últimos granos… ¿Todo el Apocalipsis se precipitará como buitre maldito? ¡No! ¡Que Dios no lo quiera! ¡Que Dios no lo permita! Yo digo a Dios mi miedo
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y husmeo el horizonte donde ya sólo tú nos quedas, blanca, perdida al margen de la selva de las escenas trágicas.
Cuarto miedo Y tengo miedo del nacido monstruo envuelto en manto como Judas, del murciélago rojo que abarca nuestro siglo y lo asfixia y lo ahoga bajo sus alas membranosas, y le dice mentiras de arropado con una tibia sábana amorosa; ese monstruo lejano de la estepa con sus facciones amarillas, pomuladas, oblicuas. Me angustian previsiones de las legiones de miserias que han de quedar vagando por la tierra después de los diluvios atómicos los diluvios inútiles que nuestra civilización en agonía como depósito agrietado lanzará contra el pecho del murciélago inútiles, inútiles, porque son más potentes que el diluvio
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las dispersas ideas invisibles, las múltiples serpientes que penetran en todos los humildes intersticios, esas, que sólo morirán después… de inercia cuando hormigueen locas en banderas de harapos las miserias escuálidas, cuando se hundan los pies de la Vida en el fango, cuando queden las mujeres de Loth petrificadas con los niños torcidos en sus brazos como estatuas amargas en la arena del tiempo.
Quinto miedo Y tengo miedo, un miedo de niño tembloroso que sigue de la mano a la desesperanza; tengo miedo filial indescriptible de la madre que busca los barrancos, porque ciega y demente con las obcecaciones del suicidio en un paisaje de tinieblas íntimas, ¡loca mujer tristísima se va la Hegemonía de los blancos a entregar al abismo
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su opulencia de nardos! ¡Ella ciega, ella triste, ella doliente nos deja abandonados! ¿Qué van a hacer tu cielo y tus estrellas? ¿Qué van a hacer tus nítidos albores en las montañas de la luz y el aire? ¿Qué vas a hacer perdida como huérfana? ¿Qué van a hacer tus gritos indefensos contra el soplo frenético del huracán posible? ¿Qué van a hacer las horas quietas de tus tardes, las horas venadas inefables acostumbradas a pacer en calma hojas del tiempo? ¿Qué ráfagas, qué súbitas palpitaciones íntimas de corazón despavorido sacudirán los leves ropajes eucarísticos del ensueño de novia en la ventana cuando en la noche, repentinamente un demonio flamígero extendiendo los brazos a través de las rejas lo arranque, desgarrándolo y se lo lleve en rojo torbellino? Yo tengo miedo, Mérida miedo angustioso y grande. Minutos infernales en ejércitos negros cual invisibles húsares avanzan sobre el mundo… Se presiente la horrenda
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humedad de la sangre en el barro… Ni una sola esperanza, ni una sola esperanza entre la sombra, ni una sola esperanza de Dios entre la sombra ilumina el oriente. ¿Nunca amanecerá?
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Oテ好O EN LA TIERRA (1950)
oído en la tierra
Centli Nuestro espíritu asciende en la caña de maíz. Hunahpú, Itsamná, Quetzalcóatl.
Cuando desenterré mi otro costado un iris de maíz, en mi impaciencia de eternidad en fuga, vertió el idioma en signos de lucero: –Bogas en sed, mueres en queja, no esculpes aves en el barro. Europa cambia el rumbo de la Creación. Vuelve los ojos: el trigo es lágrima en la espiga; carros de llanto hacinan veinte siglos. La arcilla estruja, en los andeles, una caducidad de pugna en ruedas que se hunden más. *** Y el iris –corno gota de agua– en mi humildad se ha puesto a esculpir los orientes de la tierra.
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oído en la tierra
¡Dame tiempo!
La hoja
Se arrepiente mi luz porque ha olvidado el aire, el niño, el agua: nombres del entusiasmo de la Tierra.
Mariposa, la vida, hacia el ocaso unce a tema de fuga mi cadencia. La sigo al horizonte: allí mis pasos van hermanos del viento, porque empujan la hoja del otoño gritándole: ¡No huyas!
Destellos en andamios alzan la arquitectura de la Esencia. La estrella simplemente colma el alma.
El crepúsculo enciende el aleteo y presiente el relámpago en los ojos la dilución, en luz, de mariposas.
En descenso de olvidos cayó a simas de angustia mi voz: copa de acústica en la nada.
*** De libar en el iris llegaré lentamente a ensimismarme.
Eco en astillas la soledad devuelve sus lascas contra el pecho.
Sólo ocaso de mí queda en el mundo. ¿Vive, en rumor, el alma de una cuerda? Oigo la eternidad, casi en murmullo.
Pero la daga a veces fija un rumbo; el corazón lo indica.
Y mis indicios de cansancio, entran en la vejez, como en el agua que entibia la vehemencia: es un remanso del que no vuelven mariposas nunca.
Hoy me arrepiento. Bajan por el río en sus esquifes unas cuantas horas. ¡Dame tiempo, avenida en el declive, para estrechar contra mi pecho una gota de agua!
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La rama
La dádiva
Un impulso de amparo hay en la rama polvo del camino.
Un enigma de estrella unge las flores, eternidad: nos miran luceros de tu rama en las mujeres.
En ella duerme la reminiscencia del que Es Amor. La Mano se adivina. Con proyección de rama sobre el mundo la eternidad abre su palio en el aire de púrpura. ¡No ha querido velarnos la promesa, si no hacemos un alto de sosiego y rumor bajo las hojas!
Conjurando a sus ojos, oprimí con el brazo en sus cinturas una emoción de ramas florecientes. Inclinadas por nidos en la sombra se llenan de botones y murmullos. Se quiebran como tallos; arden con el delirio de la hoguera; nos dejan un aroma… Y son enigmas que en silencio, cumplen el signo de la vida. Eternidad: yo sé que en el misterio será tu entrega sin contorno, esta emoción de rama entre mis brazos.
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La presencia
La raíz
Hijos: contemplo ahora, nuncio entre los crespones de mi ocaso, la luz de una esmeralda.
Raíz honradamente por hambre, fui en la tierra. ¡No pude ser como la rama!
A dimensión de océano la joya se agiganta: crece a mar en sortija de horizonte.
Fiesta en destinos de sol, en la guirnalda del bienestar en la naturaleza que urge fatiga sólo de la savia.
Irá mi pie sobre las aguas; y colmará de rumbos esa hora del éxodo sin remos que se angustia en la playa.
Yo no pude, Señor, beber la brisa en el minuto de cristal: ¡no pude libar el alba en copas de rocío y vivir una vida sin morir cada hora!
Grito de amor, aviso en los recodos, surcaré vuestra sangre.
Señor: no me castigues en otoño si emerjo por la grieta con el brazo al asombro de tu cielo.
Allí estaré, rubí por vuestras venas.
Permíteme estrechar unos instantes el talle de la Luz, en el destello que es ya espiga de octubre. ¡Y que se apague en oprimido sueño!
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SEGUNDA PARTE
El año nuevo
el amor
Esta noche, en el mundo un hombre gime bajo cada estrella; y una angustia en astillas dice al cielo:
La entrega
“Como un puñal el año, se me clavó en el pecho.
Una palabra entre los ángeles: ¡Amor! –Lluvia de pétalos cantó la eternidad cuando en las ondas cedió la espuma su inocencia de alas–.
Y con fulgor de augurio, las dos alas del año aún tibieza de su nido, centellan, sobre el nácar del oriente inminencia de filos”.
Así en un campo de jazmines –identidad de tu epidermis– me diste el mundo iluminado vagamente.
*** ¡No, hermana angustia! Espera, escucha. Yo te digo: Jesús pasa en el aire todavía y flota de la túnica del milagro.
Ya mis brazos no emigran del contorno de tu cintura: espiga en la promesa de un tiempo de palomas. Tus ojos encendieron mis lámparas en éxtasis.
En obediencia de horizontes a sus señales de bandera, retrocedió el peligro, y no encendieron los demonios el horno de la guerra.
Y en la visión se desplomó tu brazo para siempre escultura de la entrega. La magnolia
Quizá vienen auroras aleteando en las horas que llegan a picotear los granos.
Magnolia que no obstinas permanencias de junio.
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Así no te aprisionas en el anhelo de las manos.
Existe esta dulzura en el cielo de otoño.
Nuestros jardines sueñan lindes y amparos al morir el día, y esperan la primicia de la estrella que surge en la memoria de la tarde.
¡Existe este milagro!
Tarea de magnolias: abrirse, doblegarse en el recuerdo y quedarse soñando.
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TERCERA PARTE
El recuerdo
las nociones amerindias
Sobre la selva del recuerdo la noche piensa en una rama que se doblega de jazmines. Abre el velamen una nube en la memoria del espacio.
Noción de poesía Limpidez en el aire, Poesía; árbol rumor en ramos de luceros.
Y la penumbra es una alcoba que sueña velos y perfumes.
Murmullo en el augurio tu botón de inminencia; y en altura sin poder alcanzarlo.
¡Noche de bodas en el cielo! Florecen besos en el hombro de una doncella en la distancia; y en el misterio de la novia que al fin el velo se desprende, brilla un destello de candores sobre las sartas de jazmines.
Y empujar con la puya que se obstina en el tronco hacia el ascenso de armonías. Y este ser hombre, soplo; y este sentir que el tiempo avanza a poner el oído en la corteza.
Y nuestros ojos en quietudes a la piedad de las distancias, besan milagros de la vida que se diluyen en recuerdos.
Ah, si el bullicio en cúpulas, inmensidad de entrega en el aroma, se derrumbara entre mis brazos, la mano en garfio hacia la tierra seguiría raíces hasta el fondo, génesis de los palios en el aire. ¿Por qué, en olas de pétalos, te estruja el viento sobre el alma,
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si barre en hojas, en octubre, laureles nimbos de horizontes?
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Noción de la muerte ¡Soy dicha en el asombro sin linderos!
Murmullo en el augurio, Poesía; y sin embargo, ¡nido hasta la muerte!
Piélago resplandor llena mis ojos: es un deslumbramiento como fusión de espuma en las espigas. Ráfaga en luz de trigo riela en belleza la Verdad; y en ondas, –así, visión de Jesucristo– sobre mieses de amor el Bien camina. ¡Un esplendor trigales y destellos! Y me deslumbran júbilos de vida en un presentimiento: segadora de plata en el crepúsculo miro girar la muerte: junta el grano.
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Noción del espíritu
Noción de eternidad
Entonaré mis himnos en el más allá, unido a la bienaventuranza. Netzahualcóyotl
De pie sobre un planeta el vértigo. Aeronauta el apoyo, en su parábola de proyectil en ámbito sin límite, nunca puede caer. Caer, ¿a dónde?
Hoy presiento el espíritu: profundidad sostén de piélagos.
La luz se ha desatado los cabellos sobre el pecho de combas.
El pie se hunde y roza el fondo.
¡Trescientas mil palpitaciones vuelan al amor de los mundos!
La escultura de barro sobre el espíritu gravita y se hace inverso el interior. ¡Quién sabe que sella agita el brazo, en entusiasmo de saludar al mundo!
No singla el tiempo, entonces más allá de ese viento que alcanza las palomas de las horas. ¡Perla de inmensidad rompe los ojos; y estalla luz!
Debe ser ese brazo la cresta de una ola que se alza en el cosmos.
Enigma en arroyuelos las cantidades desembocan a un Mar de Cualidad: que en ondas vuelve a alcanzarse a sí mismo en la otra orilla.
Hoy presiento adónde vuelve la ola en su fatiga.
Luz, espíritu, nunca pueden caer. Caer, ¿a dónde?
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Noción de omnipresencia Ah, sí; del más allá procede la percepción del trinar. Netzahualcóyotl I Ruedan las ondas en el Orbe, pero infancias del ser juegan los aros, y el mundo del color nace en mis ojos! ¿Quién soy? ¿Quién soy? Del fondo, en música, llegan a mis oídos –harpas del alma al viento del arcano– voces de eternidad. Y me comprendo.
oído en la tierra
suben mis ángeles pinceles. Soy yo, soy yo, Dios mío! Yo en dispersión sobre la tierra soy laberinto de colores y transmuto mis ondas en colonias de brillos y de voces. Pluralidad en fiesta de los ecos que saltan, de las formas que Juegan, giran, corren; ingenuidad de regocijos de las criaturas: ¡es en mí!, danzando en este manantial más que espejismo. III
Con inocencia el horizonte duerme en mi creación: mi orgullo siente en paternidades del espíritu la presencia de amor del universo.
¡Poder de arrobamiento! ¡Potestad de acuarelas del aljófar!
II La luz despierta y me acaricia. ¡Hija mía, sonríes! ¡Cómo juegas, proyección de mi alma! Amanece y estalla en los jardines de los sentidos, en oleadas de polen que ilumina muchedumbres,
¡Un mundo la Belleza: genios arcángeles emergen de las simas del ser para crearlo! ¿Quién es, quién es, Dios mío, la ola que se alumbra en tu océano?
esta paternidad de dios, sin serlo! Porque a la isla en llamas de esa nube
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oído en la tierra
Noción de igualdad
Noción del verbo
I Hoy en vislumbre el mar es una fuente de luz y agua de vida.
Nave en fuego la vida importa un grito: ¡morir de incendio mar afuera!
Alguien el agua toca y hacia el confín ondas emigran, en el apremio de los seres de no perder la cita.
¿Quién eres, voz de púrpura más fuerza que la muerte? Das la vida al mástil del acento: ¡a fijar en altura una palabra! Sé que será en el viento. No importa: ¡Es el velamen!
En esta fuente del enigma: onda mi individualidad, huye de prisa. , Hacia mí, danzarinas, sobre la espuma vienen la esperanza y la alegría. Y cuando, en una ola ciñen llamas incendios del oriente, en un delirio de las danzas el amor viene.
Es más nube la nave que se incendia. El corazón boga en la noche: fulge, al soplo del Verbo júbilo en llamas: ¡Un velero que alumbra el horizonte!
II En mi bajel de onda llega el presentimiento, hermano, transparencia que me miras, de que veré mi acento desembarcar en lo que digas.
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¡Salamandras poetas! ¡Nos giran en los ojos las demencias del fuego! Sólo un grito de angustia mar afuera: ¡Que no me hunda el aspa de la muerte sin el incendio entre los brazos!
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SIGNO (1952)
A: Lázaro Cárdenas Antonio Mediz Bolio Leopoldo Ramos Jesús Silva Herzog Eulalio Guzmán Humberto Magaloni, hermano mío, y a todos los miembros del Consejo de Creadores y Formadores.
signo
Signo Siento que el ejercicio de existir, nos adiestra a crear: y se alumbran los destinos del tiempo en nuestras manos. I Éxtasis de mis símbolos, mirándome, aquí estás en los ojos de mis hijos, renuevo de mi luz fuego sin muerte. Aquí está el mismo afán en mis poemas: gritos de soles en la gota de agua. Mi corazón musita hacia el misterio: vengo de dioses, puedo hacer la vida. ¡Y esta es la voz que acendra nuestra tierra! Es aliento en mis labios por la señal de América. El adjetivo es barroco. No tiene la acción del verbo ni la sustancia del nombre. Esto lo sabían nuestros abuelos indios. En los decorados de su arquitectura la ondulación de las serpientes es pensamiento. El adorno obra en función del verbo. Y en la parquedad oral del Popal Vuh hay explicaciones en inmanencia: “Ixbalamqué salió seguida por Hunahpú y él volvió delante de ella”. Esta virginidad de síntesis recoge el fin del matriarcado. Por meditación de mi Continente, proyecto mis estados de ánimo en poemas sin adjetivos calificativos, con el entusiasmo de pensar que tendrán señal de americanidad. La poesía ‘es proyección del ser y el ser no es adjetivo. Señal.
Es la resina que difunde el árbol; el copal de la vida, su voluta de esencia. En ella, para siempre, el salto del venado se adormece en el aire.
H.I.M. 1948.
Queda en suspenso el corazón del monte.
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signo
III Mi tierra con señales alecciona mi paso. A cumbres me conjura.
II Siento en el mismo salto la parábola levantar su pedazo de horizonte. Vuela en órbita todo lo que es ímpetu.
Me contagia su rumbo el nopal que alza en hojas huellas de pies en busca de infinito.
Esta es la marca de los soles: anilla la serpiente en el destino y los giros del águila en el éxtasis.
Geómetra lo mismo que mis manos y delirio de índices el agave señala a todas partes.
¡Es Quetzalcóatl mismo que se difunde y transfigura!
Camino entre las señas por el campo.
¡Nadie puede borrarlo, o de los ojos desaparece el mundo!
Lo que me es dado en vértigos y círculos ha de tener alguna equivalencia sin forma, en el misterio.
Desaparece la oración del agua que persiste en la vena. Así siento en mis pulsos a mis símbolos, a mis dioses (¡no encuentro la palabra!); las manifestaciones de Algo que nombra mi silencio.
Para erigir el ansia de esta idea, oración de taludes, palabra de la piedra, trunco en el aire mi pirámide. No alcanzo el vértice: lo siento. Queda un águila de aire entre mis manos.
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obra poética
IV Pongo el oído sobre mi otro mundo y oigo un eco en la quilla de su nave:
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V Cuatro siglos tapáronme un oído. Al otro hablaron solamente voces de mi distancia.
¡Dentro de la codicia hay un solloza! ¡Déjame, lluvia, oír mi otro silencio! El arca teme, rumbo hacia el ocaso con su castigo a cuestas. En los taliones del velamen, lleva su soledad en mundos.
Muere una voz de savia en mi costado. Muere junto de mí, como la hierba en donde yo me paro.
Funde, pueblo, el paisaje los rojos, negros y amarillos.
Por devolverle vida le doy más atención este momento de escuchas; y ensordezco a mi distancia para erguir mi equilibrio.
Palidez el velamen contra todos hiende las acuarelas con la quilla. Una parte de mí, que siento culpa, me impone su tormento. *** Una parte de mí: ¡he de purificarla!
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VI La voz que apunta el índice me dice:
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VII Con mis ojos de indio miro mis transparencias en el agua.
Hijo, sobre la tierra en que naciste mira el látigo en alto, y mira al indio; y no discutas nada.
El arroyo en la tierra se viste de maizales. El que salta en las rocas diluye su recuerdo.
Del bien y el mal existen dos filtros, hijo mío, no dos torrentes de argumentos.
Pero la mano de la inercia empuja toda el agua.
Agave de la tierra, tu convicción asciende en savia:
Saldré en busca de valles a la tierra; la llenaré de milpas. y si el vuelco del tiempo se desgrana en rocío de mazorcas, no tomaré en el hueco de mi mano sino para la urgencia.
¡Cállate y crece con tus manos!
Mi montaña de grano en el otoño la entregaré a los brazos del manantial que llena el horizonte. Siento que todo es del impulso que lleva los arroyos. ¡Siento que somos agua de milenios!
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IX A los campos emigra mi esperanza…
VIII Clama a la eternidad, un niño abandonado por su estrella, que al fondo de la noche alza los ojos.
Atalaya de arcilla contra las invasiones el indio es la barrera de silencio.
Los astros ven las cúpulas y torres a distancia diamantes de la Tierra; pero no ven el alma de la calle profundamente en la tiniebla.
Miro el agua en el barro detener la codicia de la rueda. ¡Yo te pido que sientas, onda mía, que Tláloc da la lluvia; y no hay dispendio que pueda compararse al del rocío!
Allí se duerme el niño tiritando bajo la indiferencia del olvido en su lecho de acera.
El reflejo del sol nace en el agua. Silencio en gotas, la limosna; en gotas la techumbre de estrellas.
Miro el lampo del indio, que camina sobre la superficie de su estrella.
Sobre los abandonos de la noche la luz en copos nieva.
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X Voy arribando a mí: soy un apremio. Dar. Es la seña de mis dioses.
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XI Una parte de mí llena el mañana.
Ya en ocaso de afán la espera el mundo y a distancia, la hoja mueve las bendiciones de la savia a la milpa sin dueño.
Algo me dijo la niñez del polen que vuelve en ecos a la brisa: es de maíz la esencia de tus manos. Contempla el trigo que dispersa el viento y el grano que se aprieta en la mazorca.
No del tallo es el grano, es de la milpa.
¡Este es el grano de los pueblos! Lo sembraron los hijos de los soles en la inocencia de la sementera:
Las nubes y los hombres van pasando en el viento.
¡No sabía ser madre de mazorcas la doncellez de la naturaleza!
Hija del sol y el agua la caña ofrece el seno, la mazorca, a los labios del tiempo.
De enjambres de la noche los ojos de los indios meditaron la espiga del maíz: agua de sueño se ahincó en la tierra; irguió luceros.
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obra poética
signo
XII
XIII
Siento el misterio de los gérmenes.
Oigo la admonición de la sandalia.
Eco de los acuerdos del origen, llega el coloquio de mis dioses a los enjambres de labranza.
En todos los caminos, sé poeta. Sigue las huellas de Netzahualcóyotl. Emigra por el vértigo.
Lo musitan a pares las hileras del grano en la mazorca. ¡Quien dude que las cuente!
Asciende por la noche a tu pirámide: a difundir tu mundo… La cima está en las lágrimas del ímpetu.
¡No hay otro grano de misterios!
Hijo del sol, se reproduce si la mano del hombre lo desgrana.
La montaña en el ámbito quizá no pudo más buscando el iris.
¡No lo concibe tierra sin esposo!
Vuelvo al tiempo mis ojos: busco en vano otro pueblo que haya impuesto sus manos en el signo de crear su alimento.
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obra poética
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XIV
XV
He acendrado el consejo de mis dioses:
Ya he rezumado el tiempo con mi frente bajo las ramas de la ceiba; y ha sentido mi afán que se recoge en la paz y el regazo de una madre.
El genio de tu voz duerme en tu pulso. Poesía es el verbo de tu vida: no es tu canto si emigra de tus actos.
¡Un sosiego de trinos, el dispendio de su munificencia!
Miro los horizontes de pirámides: allí erigieron voces de poetas los reyes sacerdotes de mi pueblo.
Es la imagen del cielo que encontraron los indios en el valle.
Piragua de las horas, flotó en signos cuanto valió el destino del agua, en la memoria.
La eternidad que ampara caminar y camino.
En las ramas del tiempo se posaron las fábulas del indio con el brillo y la música del pájaro. ¡Paloma de mis dioses, antes que la misma palabra brotó de los maizales poesía! He de elevar mi acento a limpidez, como sus mismas alas, por la señal de América.
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obra poética
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XVI
XVII
Está en el aire la montaña.
Yo soy el tiempo y soy el horizonte: Si camino, caminan.
De adentro de mis símbolos de jade como del mar la espuma, nace el mundo. Una gota de luz llena mi vaso con los tintes de soles en compendio. Polvo de mí, que se difunde, los rumores son actos de mi espíritu; y me irisa de lampos y de arpegios el rutilar de mi sentido, colibrí del enigma.
Brillo en esta alegría; y en mi pecho siento que al sol entorna sus párpados de piedra el egoísmo: su garra se abre en pétalos, estrella. ¡Es la flor de milenios en mi cántaro! Siento que me difundo en todo, en todos. Lo siento, como el indio que caminó sobre su espíritu.
Yo soy el mundo, en mí va el mundo. ¡No se acapara el viento de la dicha!
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obra poética
XVIII He de amar a mi tierra; y si se petrifica, he de amar a mi piedra.
OÍDO EN LA TIERRA (ANTOLOGÍA)
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Centli Nuestro espíritu asciende en la caña de maíz. Hunahpú, Itsamná, Quetzalcóatl.
Cuando desenterré mi otro costado un iris de maíz, en mi impaciencia de eternidad en fuga, vertió el idioma en signos de lucero; Bogas en sed, mueres en queja, no esculpes aves en el barro. Europa cambia el rumbo de la Creación. Vuelve los ojos: el trigo es lágrima en la espiga; carros de llanto hacinan veinte siglos. Y el iris –como gota de agua– en mi humildad se ha puesto a esculpir los orientes de la tierra.
honorato ignacio magaloni
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obra poética
oído en la tierra
¡Dame tiempo!
La hoja
Se arrepiente mi luz porque ha olvidado el aire, el niño, el agua: nombres del pensamiento de la Tierra.
Mariposa, la vida hacia el ocaso unce a tema de vuelo mi cadencia. La sigo al horizonte: allá mis pasos van hermanos del viento, porque empujan, las hojas del otoño gritándoles: ¡no huyan!
Destellos en andamios alzan la arquitectura de la Esencia. La estrella simplemente colma el alma.
El crepúsculo enciende el aletea y presiente el relámpago en los ojos la dilución, en luz, de mariposas.
En descenso de olvidos cayó a simas de angustia mi voz: copa de acústica en la nada.
*** De libar en el iris llegaré lentamente a ensimismarme.
Eco en astillas la soledad devuelve sus lascas contra el pecho.
Sólo ocaso de mí queda, en el mundo. ¿ Vive, en rumor, el alma de una cuerda? Oigo la eternidad, casi en murmullo.
Pero la daga a veces fija un rumbo; el corazón lo indica. Hoy me arrepiento. Bajan por el río en sus esquifes unas cuantas horas. ¡Dame tiempo, avenida en el declive, para estrechar contra mi pecho una gota de agua!
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y mi primer cansancio, entra en la vejez, como en el agua que entibia la vehemencia: es un remanso del que no vuelven mariposas nunca.
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obra poética
oído en la tierra
I
Se quiebran como tallos; arden con el delirio de la hoguera; nos dejan en las manos un aroma.
Un impulso de amparo hay en la rama al polvo del camino.
Y son enigmas que en silencio cumplen el signo de la vida.
En ella duerme la reminiscencia del que Es Amor. La Mano se adivina.
Eternidad: yo sé que en el misterio será tu entrega sin contorno, esta emoción de rama entre mis brazos.
La rama
Con proyección de rama sobre el mundo la eternidad abre su palio en el aire de púrpura. ¡No ha querido velarnos la promesa, sino hacernos un alto de sosiego y rumor bajo las hojas! II Un enigma de estrella unge tus flores, Eternidad: nos miran luceros de tu rama en las mujeres. Oprimí con el brazo en sus cinturas una emoción de ramos florecientes. Inclinadas por nidos, en la sombra, se llenan de botones y murmullos.
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obra poética
oído en la tierra
La presencia
La raíz
Hijos: contemplo ahora, nuncio entre los crespones de mi ocaso, la luz de una esmeralda.
Raíz honradamente por hambre, fui en la tierra. ¡No pude ser como la rama!
A dimensión de océano la joya se agiganta: ¡crece a mar en sortija de horizonte!
Fiesta en destinos, de sol sobre las horas.
Irá mi pie sobre las aguas; y colmará de rumbos esa hora del éxodo sin remos que se angustia en la playa.
El bienestar de la naturaleza urge fatiga sólo de la savia. Yo no pude, Señor, beber la brisa en el minuto de cristal: ¡no pude libar el alba en copas de rocío y vivir una vida sin morir cada hora!
Grito de amor, aviso en los recodos, surcaré vuestra sangre:
Señor: en el otoño emerjo por la grieta con el brazo al asombro de tu cielo. Permíteme estrechar unos instantes el talle de la Luz, en el destello que es ya espiga de octubre.
Allí estaré, rubí por vuestras venas.
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obra poética
LAS NOCIONES AMERINDIAS
oído en la tierra
Noción de amor A mi Ana María
Noción de poesía Cantó la eternidad cuando en las ondas cedió la espuma su inocencia de alas.
Limpidez en el aire, Poesía; tu botón de inminencia; y en altura sin poder alcanzado.
Una palabra entre los ángeles: ¡amor!, lluvia de pétalos…
y empujar con la puya que se obstina en el tronco hacia el ascenso de armonías.
Así en un campo de jazmines –identidad de tu epidermis– me diste el mundo iluminado vagamente.
Y este ser hombre, soplo; y este sentir que el tiempo avanza a poner el oído en la corteza. ¡Ah, si el bullicio en cúpulas, inmensidad de entrega en el aroma, se derrumbara entre mis brazos, la mano en garfio hacia la tierra seguiría raíces hasta el fondo, génesis de los tallos en el aire!
Vuelan mis manos a tu talle: espiga en la promesa de un tiempo de palomas. Tus ojos encendieron mis símbolos en éxtasis. Y en la visión se desplomó tu brazo para siempre escultura.
Ah, noción de poetas cuando el seno del limo dona su ser a ramos de luceros. Limpidez en el sueño, Poesía, y sin embargo, ¡nido hasta la muerte!
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obra poética
oído en la tierra
Noción de eternidad
Noción del espíritu
De pie sobre un planeta el vértigo.
Entonaré mis himnos en el más allá, unido a la bienaventuranza. Netzahualcóyotl. Hoy presiento el espíritu: profundidad sostén de piélagos.
Aeronauta el apoyo, en su parábola de proyectil en ámbito sin límite, nunca puede caer. Caer, ¿a dónde?
El pie se hunde y roza el fondo.
La luz se ha desatado los cabellos sobre el pecho de combas. ¡Trescientas mil palpitaciones vuelan al amor de los mundos!
La escultura de barro sobre el espíritu gravita y se hace inverso el interior.
No singla el tiempo, entonces más allá de ese viento que alcanza las palomas de las horas.
¡Quién sabe’ que seña agita el brazo, en entusiasmo de saludar al mundo!
¡Perla de inmensidad rompen los ojos; y estalla luz!
Debe ser ese brazo la cresta de una ola que se alza en el cosmos.
Enigma en arroyuelos las cantidades desembocan
Hoy presiento adónde vuelve la ola en su fatiga.
a un Mar de Cualidad: que en ondas vuelve a alcanzarse a sí mismo en la otra orilla. Luz, espíritu, nunca pueden caer. Caer, ¿a dónde?
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obra poética
Noción de igualdad Hoy en vislumbre el mar es una fuente de luz y agua de vida. Alguien el agua toca y hacia el confín ondas emigran, en el apremio de los seres de no perder la cita.
oído en la tierra
Noción de omnipresencia Ah, sí; del más allá procede la percepción del trinar. Netzahualcóyotl. Ruedan las ondas en el Orbe, pero infancias del ser juegan los aros, y el mundo del color nace en mis ojos! ¿Quién soy? ¿Quién soy? Del fondo, en música, llegan a mis oídos –cuencas del alma al viento del arcano– voces de eternidad. Y me comprendo.
En esta fuente del enigma: onda mi individualidad, huye de prisa. Hacia mí, danzarinas, sobre la espuma vienen la esperanza y la brisa alegría.
Con inocencia el horizonte duerme en mi creación: mi orgullo siente en paternidades del espíritu la presencia de amor del universo.
Y cuando, en una ola ciñen llamas incendios del oriente, en un delirio de las danzas el amor viene. *** En mi barquilla de onda llega el presentimiento, hermano, transparencia que me miras, de que veré mi acento desembarcar en lo que digas.
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II La luz despierta y me acaricia. Con sus pestañas de rocío. ¡Hija mía, sonríes! ¡Cómo juegas, proyección de mi alma! ¡Amanece y estalla en los jardines de los sentidos, en oleadas de polen que ilumina muchedumbres, esta paternidad de dios, sin serlo! Porque a la isla en llamas de esa nube suben mis ángeles pinceles.
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obra poética
¡Soy yo, soy yo, dios mío! En dispersión sobre la tierra voy laberinto de colores y transmuto mis ondas en colonias de brillos y de voces. Pluralidad en fiesta, soy los ecos que saltan, soy las formas que Juegan, giran, corren; ingenuidad de regocijos de las criaturas: ¡es en mil, danzando en este manantial más que espejismo. III Poder de arrobamiento ¡Potestad de acuarelas del aljófar! ¿Un mundo la Belleza: genios arcángeles emergen de las simas del ser para creado! ¿Quién es, quién es, Dios Todo, Dios sin nombre, la ola que se alumbra en tu océano?
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SIMIENTE (POESÍA INÉDITA 1935–1947)
simiente
Meditación del origen No vinieron los indios no vinieron los indios caminando. Nunca tendió su lentitud de estelas la Cruz del Sur a fábulas de barcos. Nunca impelieron balsas a occidente los faisanes de espuma del Atlántico. Los indios florecieron simplemente en el campo. Rumores del origen habitan en el árbol. Los libros de mi pueblo recogen hombres simios en sus brazos. Ascienden las creaciones a la espiga desde el limo sin granos. Después germina el hombre–con–palabra como fruto en el tallo. No vinieron los indios los indios florecieron simplemente en el campo.
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obra poética
simiente
Madre amerindia
Sismo
Madre mil veces, desde la leyenda hasta el pecho de Juárez, tu religión rema en estrella simiente en Quetzalcóatl; alza Tláloc la sinfonía de la lluvia y el ser; voz de los ecos más allá de palabras a Dios sin nombre límite del rezo.
Diosa Naturaleza miran mis ojos indios tu rebozo de lavas y montañas. Con ademán de sismo nos conjuras.
Los soles llegan juntos al Agua Grande en vuelos de silencio. Madre que lactas cielos con montañas, alguna vez irás nutriendo pueblos; llorará sobre un niño tu sonrisa con el mundo en los brazos. Dirán tus ojos de india su videncia. Se ahondará de esmeraldas tu rebozo. Madre, contémplame sentirte, doblada la rodilla hacia pirámides al confín monumentos de tu seno. No sabe el mundo, en dogmas todavía, lo que hallará en tu senda su esperanza. Madre, yo lo musito: ¡vendrá un día a recoger el tiempo este sollozo, hijo sobre tu pecho!
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La estatua del paisaje que rompieran los siglos persiste en muslos de la sierra hacia horizontes. Lavas transmigran a hombres y el pueblo terremoto sacude en conmoción de cielo a cielo un siglo de mi patria. Sobre el paisaje la Mujer Blancura da el pecho al ámbito. Duermen dioses del agua en su rebozo, murmuran los milenios en ríos al destino, vuelven sus proas al origen piraguas de sollozos; y acuden horizontes a toques de reunión en la esperanza.
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obra poética
simiente
El cuento
Palenque (Ante el existencialismo)
Me esperaron las indias en aldeas que al viento abren su vela sobre el campo. Almas, palabras como pájaros… Mi vida ha sido el cuento del que encontró un tesoro en el camino y lo iba recogiendo…
Nave de bebedores de la noche, aléjate de América. ¡Que te ahogue el Atlántico! De ti llega, sollozo hasta mi tierra la soledad de mundos; y se llenan de polvo sin luceros los ojos de los muertos. Piragua de mi río que desciendes a sementeras de ángeles sin culpa, corre a tus horizontes, huye, huye de la nave que mancha el occidente. Demencia de anclas hincó el rumbo en el polvo, desaló el arrebato.
Iba por los caminos de mi tierra donde las indias, ánfora y silencio, de la onda que pasa en sus siluetas brindan la ofrenda bajo el cielo. El sol iba girando. Mayo, junio, julio, agosto, septiembre… Yo iba como los meses, madurando. y hoy cuento mi aventura en las aldeas que al viento abren su vela sobre el campo.
Piragua mía, limpidez en remos, lirio del agua grande que para hacerte prisma de los dioses llevas hojas de milpa a destellos ¡sigue a tus horizontes: salva, salva las sementeras de ángeles sin culpa!
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obra poética
simiente
Poema y no poeta
Mensaje máximo a mi hijo
En la constancia de las horas escucho la sandalia del silencio.
I Hijo: tierno fruto de risa, rayo de la pregunta, de repente señor de fantasía. Mi hijo, ¡cómo tiemblo en temor de que crezcas! Óyeme y de tu oído ya nunca se desprenda mi temblor que no sabe si te habla o te besa. Tal vez errantes bocas de cavernas te dirán que tus soles en la muerte se ahogan, apagados en polvo. En esas bocas viven bostezos de la noche. Pero en tu ser escuchas gritos de resplandores. Tú formas tus poemas, pequeñeces de niño; y lo que ahí contemplas es parte de ti mismo. Dios flota en tus virtudes creadoras de universos. Brilla en tus rutas líquidas
Neblina sobre el río viene el brazo de lo desconocido. ¡Puedes hundirme, vida, en un rincón del eco! Juega con otros, quema tus mitos en el tiempo. ¡Te he deshojado, vida, con mis besos y me llenó de aroma tu cabellera entrega de la noche! Pido a mi voz que pueda clamar en ese vuelo sin retorno: ¡Voy a ser difundido en algo inmenso, poema y no poeta!
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obra poética
el manantial eterno. La inercia de Dios, sigue, corre en tus movimientos.
simiente
Gotas de agua
II Quiero que en ti proclamen juntas tus opiniones esta verdad su patria; y quiero que la ames. Dios no creó las formas, creó sólo tu esencia, tu ser, que se difunde cuando vives y piensas. No morirá tu espíritu; la muerte es una isla en tus brazos de agua. Las mociones que brotan de tu ser, como arroyos de un manantial de anhelo, se alejan murmurando que eres Señor, que creas. Quien crea se propaga. Quien engendra persiste. Ahora, hijo, corre a la vida, a fecundarla.
Entre los libros estás envuelta en unas palabras letra de inmortalidad. *** Luce lo que perdí. Y todo lo que tengo espera lucidez dentro de mí. *** Contemplad la burbuja: casa de la mentira que una brisa derrumba. *** Hay angustioso silencio. La noche tiene clavada la eternidad en el pecho. *** Vuelvo los ojos: mi vida partió a buscar horizontes y hoy muere de lejanía. *** Hay alguien que nos ama. El tiempo es una seña de una mano que llama.
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obra poética
*** Faisán de la esperanza uno mismo lo inventa pero nunca lo alcanza. *** Muere quien no se nombra, quien astilla su flecha contra un muro de formas.
PALABRAS EN LA MUERTE (De Ocho poetas mexicanos, 1955)
*** Una flecha quebrada. El indio todavía la lleva en la mirada. *** Le dijeron al indio que corriera a encontrarse huyendo de sí mismo. *** En el agua de la muerte algo mío, como un remo desasido, ha de perderse.
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palabras en la muerte
Palabras en la muerte 1 Madre, no es triste tu mano en mi frente. Te veré con los ojos abiertos, volarán en mis ojos otros cielos. Desde la hierba los granos se abren, miran lejos. No sufro, madre; y si hay alguien que sufra, esa es mi tristeza. * Nunca en tus manos, madre, seré abolida piedra; la piedra sube en la savia del árbol, sigue subiendo, polen, no abolida. Le nacen alas, alas, parece otra y se irá, cielo alguna vez, volando. Lo sé, en mis párpados guardo un vuelo nuevo. Todo en tus manos, madre, volará con los ojos abiertos.
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obra poética
palabras en la muerte
* En cada paso muero, me voy de mí. Se va lo mío, lo difícil, esta pared que el sentimiento cierra.
Lo repito a mis hijos: que se miren la mano, es una hoja pequeña. Y ellos alzan sus ojos y me oyen.
La mano temblorosa, cada vez más de lejos recuerda que fue rama; la rodilla endurece, ha sido árbol.
Yo crezco en mi palabra.
Se va la forma, ¡gracias! me vuelvo espacio y más allá.
Ay, con qué seña, con qué brote les mostraré que brillan en sus brazos, en sus pies y sus ojos sus riquezas. Cuando lo vean, la vida que vendrá de mi sangre a mi nieto sentirá sus raíces.
* Hay aquí tanta hambre, tanta cárcel; seré aire y pan.
Será bueno el nacimiento así. 3 Yo te pido, Señor del tiempo, desde mis primeros cabellos blancos, que no me alejes mucho de la infancia, que me sigan gustando las hormigas, pequeños niños juntos, y sus viajes hasta el corazón de la tierra.
2 Cuando lo digo, lo mismo que mi madre me miran los ojos del agua. Esto es lo que digo: de caña fue labrado mi cuerpo.
Yo te pido que no se ausente mi risa como una niña en el velero viejo de mis cabellos blancos; que no se vayan mis pasos, que no se pierdan.
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obra poética
Que no se seque nunca la confianza de mis ojos: y el día de la muerte, esta gota de vida, este cuento de niño caiga como una lágrima en el agua. 4 Amarraré mis pensamientos y los guardaré fuera de mi cabeza para que no pueda morir más que mi cuerpo. El calor de mi corazón podrá decir: me voy pero todavía no he muerto. Así lo haré. Mas he de oír y hablar, he de caminar sobre las ideas que oiga para moler el polvo y hacerlo más fino. Si sólo oigo, estaré vencido. Si sólo hablo, me perderé en mi polvo. Daré y recibiré el movimiento que nos lleva.
palabras en la muerte
como el cuerpo sumiso de la tórtola en todo semejante al zureo. Acomoda tu espalda a esta caricia, amóldala con mansedumbre, que se vea en ti mi huella invisible como en las hierbas el paso de la brisa, el brillo, la ronda de fuego, el encantamiento de visión en que se gasta mi espíritu. Si no te amoldas, forma de mis palabras, yo seré un rey doblado en su trono. Forma de mis palabras, hierba de mi sentimiento, sólo puedo curarme pasándote la mano. * Se me hizo guardián de las malezas y se me dio el instinto del lugar, estoy entre los matorrales de mi tierra y como el pájaro debo sacudirme para despertar.
Y no me acostaré en el camino para no lastimar el espíritu que lo anima. Porque nadie es dueño de la estera que bajo cada pie se pone como nueva.
Debo ser el zacate, que canta y servir de alimento a los que hablan igual.
5 Forma de mis palabras, yo te pido que te amoldes
6 Niños con nidos en sus brazos los árboles
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obra poética
palabras en la muerte
en el viento juegan y me tienden las manos. No quiero decirles palabra pequeña.
Y una alarma te crispa como esa flor que se cierra.
Que me vean buen padre de familia con mi gozo de vida en el viento,
Parece que no es nada; pero es toda tu esencia.
o que escondan sus brotes en su savia, y no salga ni un solo ojo de yema a estar atento como mirada de hijo.
No es dulce de beber el agua que no tiembla. 9 Hoy le digo a mi mano guardaremos el respeto del río.
7 A la mujer se hizo de espadaña. Cuando me mira me miran dulcemente los ojos del agua.
Hoy le digo a mi mano: caracol, deja el rastro de la vida.
10 Agua soy, agua, cuando quedo quieto; me reflejo en mis ojos.
8 Mujer Las tórtolas se esconden en tus ojos, cuando en ellos mi conjuro penetra.
Interiores los bosques. Tiende sus lianas mi recuerdo y palpa, mi imposibilidad de olvido me sigue y me precede callada en su abundancia.
En tu rostro se copia mi muda presencia.
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obra poética
Vivo. Estoy recordando mis helechos profundos. Miro, escucho mi mundo, inmenso cuerpo, memoria inmemorial de mi principio. * La palabra en que suena mi existencia la recuerdan mis venas, la pronuncian los huecos de mi olvido. Voy suspenso a buscarla. El silencio del agua sube y forma la ola. La palabra en que suena toda mi vida, esta memoria quieta de mis venas, en el remanso he de encontrarla.
11 Calla el agua su nombre, las burbujas lo dicen suspirando. Me llamo agua, piensa el junco tranquilo junto a su muerte. El silencio del agua se escondió entre la piedra, de la piedra disuelta se elevó la madera, de la madera vino el hombre caminando.
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palabras en la muerte
Árbol atento en medio del silencio, tengo algo que decirte lo mismo que tú a mí: que no mueves tu ola solitaria, que hay un cielo que sube de la tierra y la hormiga lo busca, lo palpa la paciencia de la piedra que anda por el camino. Corre toda la hierba preguntando por dónde, se dispersa en el campo, tiene algo que decirte lo mismo que tú a mí: árbol, quien habla, corre a no estar solo. De la zarza y el río nació el hombre, del hombre vendrá el hijo de brisa y de distancia. Nos juntaremos, árbol, piedra, hombre, subiendo más allá de nuestras ramas, a confirmar esta ansiedad del tiempo de sentirnos más cerca, de escuchamos más juntos si más nos alejamos. Es que fuera del tiempo seremos uno mismo. He aquí una divinidad pequeña que va creciendo. Es lo que somos.
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obra poética
palabras en la muerte
esto bueno en nosotros acontece, antiguo en las pinturas de los muros.
12 Como guardianes somos de las cosas que viven con nosotros. Como guardianes somos de las piedras. Como guardianes somos de nuestras propias manos. Como guardianes somos del estaño y la plata que nos siguen con sus crines debajo de la tierra.
Algo igual va en nosotros, lo sabemos al mirarnos los rostros. * Muerto en su cuerpo, así se queda aquel que se ensimisma en su persona. Piedra en la orilla de su tiempo.
Como guardianes somos. Así fue establecido y se nos dijo a nosotros lo mismo que a los pájaros. Aquí está nuestra casa de horizontes desde el tiempo sin tiempo. Como guardianes somos del agua. Como guardianes somos del tiempo que camina en nuestra casa.
14 Llanto, llanto sin puños es el agua del suelo contra la imagen de los hartos agazapada encima de su tiempo y bebiendo su sangre. Los ciegos de sus bocas, se han podido sentar sobre su sombra a pesar de las normas de los cuerpos y del creador del agua. Mas no podrán seguir por su camino.
13 En grupo caminamos y se llena de nombre lo que somos. En grupo caminamos,
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obra poética
palabras en la muerte
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Le digo a mi mano cerrada:
Si no redimo un poco la lágrima enterrada –el llanto que no ha muerto–, que se me niegue el aire y el dorso de las piedras que camino. Que salten sobre mí cepas y rocas y se me venga encima la montaña. Y que al mirarme se violente el ojo de obsidiana del escombro, si no redimo un poco su lágrima enterrada.
No eres buena, no das nada, no te das al espalda de todo, al dolor mucho, al indio humano que ahí se va corre y corre envejeciendo con su carga doblada. No eres buena, no entras en tu amor que se abre como valva de Dios.
Si no redimo un poco la estrella de mi suelo, que me astille los dientes el grano de maíz con que me nutro.
Y donde quedas, mano, muerta estás en la muerte, no te abres como flor.
Si no redimo un poco los llantos de mi savia, el Padre Tiempo me reconvenga con sus ojos glaucos. Padre en marcha de árbol por el bosque y de piernas raíces desde el agua, sacudiendo sus dedos de relámpago, con su dorso cargado de milenios y con sus pies lagunas caminantes, en mil noches de castigos a mi alma pulverice mis huesos sobre mi propia tierra, y siga hacia mi olvido caminando.
En tu muerte estás, ni siquiera eres, mano; óyelo, si no te abres no eres.
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OTROS POEMAS
otros poemas
HISTOIRE D’UN PETI CRIME1 A mis amigos del Baby Club
Sacando mis cuentas2 como muy ladino iba la otra tarde por luengo camino. Los dos nobles brutos avanzan ligeros; los pájaros cantan y así los dineros. Allá en lontananza, muy lejos, muy lejos, seis rizos dorados se incendian: reflejos… Truena un latigazo; y pierden la calma los dos nobles brutos y piérdela el alma. Los rizos se acercan; tras los abedules se han tornado tímidos dos ojos azules. Poemas incluidos en la edición de Miguel Reyes Ramírez: Honorato Ignacio Magaloni. Poesías, Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, 1996. 2 Referencia de Miguel Reyes Ramírez: La Voz de la Revolución, lunes 30 de junio de 1919. 1
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obra poética
otros poemas
Olvidar 3 Como perro el hueso mi cerebro lame, con delicia pícara, una idea infame:
a Nelly
Amigos, sociedad, reír y bailar! Nobles inventos son, esos inventos, que proporcionan a los pensamientos el recurso exquisito de olvidar!
Yo me hice al enfermo; más no ha sido el cojo: chispa imaginaria hame entrado al ojo. …
Pasó la fiesta; descorrióse el lienzo; dejó de ser en mi alma el bello hechizo, y la columna de humo se deshizo…
“¿Os duele? ¿Os molesta?” La rubia pregunta pañuelo en la mano doblando la punta. “No gracias”, respondo ya restablecido. ...
Vuelvo, pues, a estar solo, y solo, pienso. Pienso. Soy otra vez el ser desnudo, expuesto, cual las ramas del sauz a los golpes del viento. Como escudo se hiergue el pensamiento: emblema y cruz. Del salón tibio salgo al aire crudo. ¿Salgo a la oscuridad? ¿Salgo a la luz?
¿Fin? Los abedules lo habrán recogido, Fue un chispazo rápido, de dulce embeleso… Fue una rubia tímida… Fue furtivo el beso…
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Referencia de Miguel Reyes Ramírez: La Voz de la Revolución, 21 de septiembre de 1919.
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Epitafio4
otros poemas
Edades5 para Cascabe
Desprendióse una vez de la garganta de alguna diosa un cascabel de oro y rodó por la tierra: era sonoro como una risa juvenil que encanta.
El laúd que vibra, el ruiseñor que canta a su áureo retintín hicieron coro; más un día triste… sobre aquel tesoro puso la muerte su implacable planta… Cesó el vibrar: aquel nido de risas quedó en silencio fúnebre hecho trizas y huyeron las alondras en tropel... Mas un eco de música divina Dota, como tina tumba cristalina de ondas sonoras, sobre el cascabel…
I He aquí mi corazón en el fondo del vaso he venido a presentar su ofrenda y el humo que se esparza ha de ser oloroso los que lleguen a sentir han de respirar complacencia. La bondad brote en la combustión de mi resina como el vapor del agua suba a la luna fije las pautas reguladoras de las siembras de la fecundidad humana. Ascienda la emanación de mi espíritu se vaya levantando a su altura como el árbol del centro de la tierra porque todas las cosas son humo duro o líquido y no hay otra voluntad en el mundo. La tierra la sostiene sobre su espalda la que lleva en el vientre a todos sus hijos Y los extrae y los sube de su fuerza. Que vaya mi corazón a su deber de humo que se extienda en el aire con los brazos abiertos.
Referencia de Miguel Reyes Ramírez: Letras Yucatecas, suplemento del Diario del Sureste, Domingo 29 de noviembre de 1953. 5
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Referencia de Miguel Reyes Ramírez: La Revista de Yucatán, domingo 7 de enero de 1923.
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II Que se me diga la vida cuando esté limpio como el camino que hace el fuego cuando sepa que la simiente y el astro y la mujer y el hombre son lugares en donde la divinidad se detiene. Que se me diga la vida cuando mi carne húmeda fabricada de barro no se deshaga al contacto del agua cuando mi cuerpo no parezca un montón de cieno en el que se miran una boca y unos ojos, y no sea sólo cuello mi cara que sabe hablar pero no siente. Cuando tenga mandamiento y ley. El fuego hable en sus dos lenguas a mis ojos y oídos con relámpago y trueno cuando en las bodas de mi noche yo piense: es preciso que al llegar la aurora hayan mis manos sembrado el alimento para mantener a mi hijo y sus hijos, cuando muestre que somos los fulgores del agua y en cada lluvia son las nupcias del cielo con la tierra. Que se me diga la vida cuando en mi puño alzado sepa la simiente que ha de hacer fuertes a los que sostendrán el tiempo,
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que soy parte inseparable de los muertos y los vivos y unos con otros hemos de obedecernos y cada favor debe ser merecido. Hay que hacer esfuerzos para que el hombre que formemos vea, comprenda y no se equivoque, debemos juntarnos y resolver qué clase de gente haremos, que haya germinación, que haya alba en el nuevo hijo construido. Que se me diga la vida cuando sepa que a mi hijo debo encenderlo en un día de aparecimiento y creación cuando tenga mandamiento y ley. III Sea en mí la fiesta del polvo, sea en mí la barredura, mi maldad sea lo antiguo, lo pasado, la quema devore los últimos espinos y mi verdor abra su camino de agua. El lugar de mi siembra se inunde de humedad, haya aurora en el vientre de la joven ceiba. La joven ceiba con sus brazos y sus caderas llama a su señor y se siente llamada. Daré y recibiré la atracción. Sentiré las dos palabras que alimentan el universo
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en el eterno presente del tiempo en la continua renovación de la existencia que cae sobre el ombligo de la tierra.
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Y no me acostaré en el camino, para no lastimar el espíritu que lo anima. Porque nadie es dueño de la estera que bajo cada pie se pone como nueva.
Mi cabeza es una misma cosa con el jícaro pero se ha encendido y llenado de pensamiento. Mi pequeña .alba se la dejaré a los que vienen pues cada hombre debe dejar el fulgor que alcanza. Lenta camina la yuca aunque es el muslo de la tierra y todavía está hundida en la negrura no se ha sentado en su piedra labrada. Hasta los huesos se le mueven de tanto hacer fuerza en su ignorancia. Y yo he llegado a levantarme en mi trono. IV Amarraré mis pensamientos y los guardaré fuera de mi cabeza para que no pueda morir más que mi cuerpo. El calor de mi corazón podrá decir: me voy pero todavía no he muerto. Así lo haré. Pero he de oír y hablar he de caminar sobre las ideas que oiga para moler el polvo y hacerlo más fino. Si sólo hablo me perderé en mi polvo. Si solo oigo estaré vencido. Daré y recibiré el movimiento que nos lleva.
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singlan más cerca que nunca de la encendida esperanza, vuelan más cerca que nadie del cielo. ¡El azul me llama y emerjo sobre las ondas, crin del mundo que se alza transfigurando quietudes en remolinos de plata!
Aria del hombre6 Yo corro sobre las ondas… Yo soy la espuma que se alza transfigurando estupores en torbellinos de plata. Yo grito en los arrecifes lo que el océano calla. Yo soy el himno a las nubes que la cordillera ensaya; vértice del horizonte que el volcán al fin levanta para llevado en sus hombros a Dios… ¡a Dios que me ama! Y presiente en la raicilla de su evolución crispada la plenitud porque asciendo rutilante como un ascua. Yo llevo a Dios aleluyas en nombre de los que callan. Iba camino del cielo cuando fui piedra cansada; los latidos del silencio me anunciaron que era rama poco después. Y en los siglos mis impulsiones que avanzan 6 Este y los siguientes poemas aparecen en el tomo XV de la Historia de la literatura en Yucatán (1978), de José Esquivel Pren, quien señala que fueron publicados en páginas dominicales del Diario de Yucatán. (Nota de Miguel Reyes Ramírez)
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Una vez inefable Una vez inefable se levanta el camino como niebla en el viento, se desborda la dicha sobre todos los rumbos, y se llenan los ojos de feliz universo. Una vez inefable, ¡nadie sabe el momento! Una vez inefable, cuando menos lo esperan los suspiros del viento, sale al campo una espiga que se entrega a sus brazos anhelantes ytrémulos. Una vez inefable, ¡nadie sabe el momento! Una vez inefable
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Y se esfuma entre niebla luminosa y flotante cada arista del mundo; nacen brotes del iris en el agua implacable, se saturan de mieles las cisternas del llanto, y en clamor se derraman sobre agónicas viñas los arcanos viaductos… Una vez inefable, ¡nadie sabe a qué hora germinal en el mundo!
llueve luz de evangelios sobre oscuros Jordanes; y un Jacob se presiente nebuloso y liberto promisor y sonámbulo caminando en el éter por escalas que suben desde el fondo fecundo del recóndito anhelo. Una vez inefable, ¡nadie sabe el momento! Y una vez en la ruta promisora es bastante; una vez, una sola recompensa de todo: de los años transidos; de los mares de espera; de los pasos vacíos; y una vez en la ruta promisora es bastante; una vez, una sola recompensa de todo: de los años transidos; de los mares de espera; de los pasos vacíos; de las mudas e inmóviles espirales arcanas; de las selvas profundas sin acacias ni tilos.
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Tacuacín (Idea india de la justicia en la eternidad)
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¡A Yucatán! Emoción sin palabras al cielo: ¡mi familia que se reduce a un punto cuando el avión emigra; y luego este grito en el alma!
La eternidad ha temblado yexhibe color de enferma. De nuevo se cumple el tiempo: abre en gravidez, nacencia, y adviene el día ... ¡Y sonríe en la copa de la ceiba!
La ráfaga emotiva cubre al ángel que ungido entredecía “ven con nosotros” ¡ Inocente fuerza de Dios, mi hijo! Amores míos raudos por el éter, mi soledad, desconocida hasta ahora, se vuelve de pie en la tierra: a nuestra casa con las manos tendidas al vacío.
El padre no se detiene: el Tiempo–que–no–se–cuenta, en la Mujer–que–es–Principio hinca la señal–estela y multiplica la vida sin detener su carrera. Y ved que unas de las otras las especies se alimentan; descienden desde las hojas las mariposas que vuelan.
Almas al cielo, ¡no sintáis mis horas perseguir esta angustia entre las nubes!
¡Una Ley es la que nace en la copa de la ceiba! La Vida–Poder se nutre al fin, de Vida–Impotencia. Si el cazador tiene hambre el Señor da su licencia.
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Manolete Hombre sin sobresalto miré venirse encima la barrera de sombra; vio el ruedo desprenderse de la tierra como una luna inmensa.
HORAS LÍRICAS
Y se fue a torear en ese ruedo; alto, muy alto; sobre todos los toreros del mundo; arcángel, sacerdote, oráculo nocturno.
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Hay un toro glacial ante sus ojos: una llorosa estrella. La mira en su delirio con sus cuernos de fósforo allá arriba como un pálido monstruo que embistiera. ¡No sueñes, Manolete: están viendo tus ojos una gota de llanto de la noche que bañada de lágrimas te llora!
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Poemario escrito en colaboración con Humberto Magolini Duarte, su hermano.
horas líricas
Esencia Arranca al ruiseñor la lengua y deja que el trino se le quede garganta, verás que aun así lanza una queja y burbujas de sangre en lo que canta. Coge una flor y estrújala en tu mano Seguirá perfumando en su agonía Así oprimido el corazón humano ofrenda su más íntegra poesía
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La tierra
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Mis dos besos a Ricardo Suárez
Hermano mío, de puntillas anda para que no se claven tus tacones en los senderos de la tierra blanda, leve polvo de tantos corazones. La tierra es santa y milagrosa, hermano: recógela en el hueco de tu mano y lánzala hacia el sol; mírala luego flotar en el espacio luminoso… ¡diríase un enjambre bullicioso de errátiles partículas de fuego! Si la injurias, te injurias a ti mismo Tu cuerpo –oscuro cántaro que encierra el soplo misterioso del abismo– está hecho de esa tierra.
Cuando allá en el confín del horizonte el sol que majestuoso al cielo sube parece una custodia sobre el monte, siento un afán inmenso de ser nube. Lavar en el azul mis amarguras sentir que tengo el alma transparente, y al volver de anegarme en las alturas darte un beso de luz sobre la frente. Cuando en la mar estática de encanto el sol reclina su cabeza blanda y la noche los cubre con su manto, siento un afán profundo de ser onda. Tender junto a tus flancos marfileños mi aspiración a todo lo inefable, y en un suave vaivén como entre sueños un beso de amor inolvidable.
¿No palpas en tu frente, en tus mejillas sus ascensos ocultos a supremos milagros y sagradas maravillas? ¿La tierra es santa y milagrosa! Andemos de puntillas, hermano de puntillas.
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Gracias
Todo será verdad
Campesina gentil como el renuevo que nos brindan las ramas al pasar, gracias por tu silueta que en mí llevo y por el agua que en tu jarro nuevo se puso ante mi sed como a cantar.
Si alguna vez retornas, no habrá nada distinto o nuevo en el portal amigo; del mismo clavo encontrarás colgada la antigua cruz de nuestro amor testigo. Sentirás que te encuentras rodeada de un invariable y perfumado abrigo; y en las tardes, después de la jornada, el campo en flor contemplarás conmigo.
Barquero a quien oí por lo ribera cantar del remo acompasado al son, gracias por tu camisa hecha bandera y tu rítmica copla marinera a la que acompasé mi corazón. Gracias por la frescura cristalina que revelan el agua y el cantar… ¡Para el alma que sola peregrina no hay limosna mejor ni más divina que una impresión gratísima al pasar!
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Todo será verdad, la pobre mesa, la lámpara, la cruz, el noble perro que a nuestros pies soñaba con su presa. Oirás en las montañas el cencerro y sentirás un alma que te besa y en derredor un círculo de hierro.
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Serenidad
Silencio
Yo me incliné sobre la borda un día la mar estaba azul, clara, serena. Abajo inmóvil la infinita arena sostén de los océanos yacía.
Escuchad... El silencio es al oído lo mismo que lo negro a la mirada no se oye nada, pero en esa nada parece palpitar todo ruido.
Y así quedé en profundo azoramiento con les miradas fijas en el fondo. A veces se descubre un gran portento con sólo quedar quieto y mirar hondo.
Hay un pulso lejano, hay un latido en la profunda inmensidad callada el tímpano recoge la angustiada palpitación de Dios, hecha sonido.
Bajo la paz inmensa de los cielos, sobre las quietas ondas cristalinas, plegué en mi nave todo afán de vuelos;
Cuando en el fondo de las noches bellas parecen pensativas las estrellas, cuando en la mar dormitan ondas suaves
arrié las velas anchas y latinas, y adormeció en la borda mis anhelos una ausencia de ráfagas marinas.
y el mundo sueña ensimismado y quieto, al oído nos hablan en secreto los silencios más hondos y más graves.
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obra poética
horas líricas
Asombros
Crisol
A mis pies una hormiga transporta en hombros una montaña entera de migajón al mirarla en mi mente surge Sansón: que al sacudir un templo lo volvió escombros.
La llama trema en vísperas de fuga; y aunque de incertidumbre el entrecejo, la sonrisa en el labio es un reflejo que eleva y une a Dios la humana oruga…
Pues alza una montaña de dulce fécula debe sentir la hormiga como yo siento el abismo insondable del sentimiento puede, pues, adherirse a una molécula.
Todo tiende a un azul que lo mitiga: luce el impulso en la viajera planta y hecha collar la escorizante ortiga deja un róseo cintillo en la garganta.
¿Qué es entonces lo grande? ¿Qué lo pequeño? ¿No es todo acaso un sueño sin relación? ¡El sueño es un abismo lleno de asombros? Contemplando a la hormiga medito y sueño y atisbo que yo mismo transporto en hombros una montaña etérea de migajón.
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Si amor es dulce, tiene que haber sido cáliz amargo; para ser estrella, diamante en las pestañas del olvido. La vida oprime a quien repara en ella; ¡porque el alma es un lento revenido de la noche, en purísima centella!
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¿Nihil?
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s. o. s al doctor Jesús C. Romero
El cielo no es azul ni el mar profundo como en una infinita transparencia dibujan tintas de ilusión el mundo, y exótica resulta la conciencia. Pero el hilo es cordial entre hijo y padre: fibra de argento en la raíz humana, próxima flor cuando el pesar taladre y marco de la aurora en la ventana. Sólo por eso la emoción cosecha los instantes de luz cuando tendida perfora lo irreal como una flecha. Lo demás es la hondura sin medida a cuya imagen insondable está hecha el alma misteriosa de la vida
Yo te grito mi nombre por teléfono te digo: soy aquel tanto te ama pero siempre en los hilos se corta mi llamada. Yo te grito mi nombre por la vía inalámbrica, pero nunca te llega el S.O.S. del naufragio en los mares de mi alma. Bien sé que las antenas de tu espíritu se yerguen como altivas esperanzas; pero que son de acero y por lo mismo las ronda el rayo en tétricas guirnaldas. Bien sé que las centrales de la vida: con alambres eléctricos te enlazan y el corazón te sientes prisionero de una fatal tenaza. Y al pensar en los clavos de tus manos… y en tu cruz… y tus plantas ¡sin cesar, hacia ti, surcan el éter mis sollozantes ondas telepáticas!
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A media luz
Anhelos
El globo de cristal que esparcía la luz opalescente de un sol envuelto en nieblas de ideal, semejaba un eclipse en el ambiente. Luz de anemia vertida en tenue dosis sobre el quietismo, en la discreta sala, era como la azul metamorfosis en que aún no se despliega toda el ala. Y aquel foco precario, pupila del oscuro mobiliario, en su fulgor de misteriosos fueros daba la sensación al comentario de la presencia de Eros... Yo lo bendije… ¡oh, sol de ultradiscretas decoraciones! ¡oh, alba difundida con un tono de lirios y violetas en la ilusión nocturna de la vida!
Deja que con delicia encantadora de ala que se abre, tienda mis anhelos sobre el encanto de los dos polluelos que tu seno de virgen atesora. Deja que yo te bese donde aflora tu inquietud en procura de consuelos y hundir mi frente pálida en los cielos donde tu amor encenderá su aurora.
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Pensaré que hay dos gemas purpurinas junto a mis sienes; pensaré en follajes llenos de aletear de golondrinas; entreveré tus íntimos paisajes, y en medio de tus trémulas colinas será mi frente de laurel y encajes.
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horas líricas
Contemplándote
Certidumbre
I Contemplándote, a veces, me imagino que al son del agua, el viento y el follaje, un semidiós artífice: el Destino te cinceló en el mármol del paisaje.
Quiero decirte ahora lo que siento cuando feliz, hallándome a tu lado, en tus hondos suspiros he aspirado el ámbar de tu oculto sentimiento. Si de mi huerto verde y soleado, como la dulce tórtola de un cuento el amor que volaba por el viento, sobre el muro de pronto se ha posado;
Y fue en el ponto caluroso oleaje como si Venus del Edén divino hubiera vuelto a desatarse el traje del prodigioso cuerpo adamantino.
y en las tardes, allá en el sembradío, nostálgicas las flores del estío se dicen en secreto cosas graves,
Siglos ha que previéndote cual eres, Fidias logra un modelo de mujeres cuando cincela–la Afrodita de oro;
siento que el corazón no en vano te ama porque ya es hora de elegir la rama para un divino pernoctar de aves.
pues toda línea en ti, vale por una si parnasiana, evocación de luna, rutilancia en el clásico tesoro.
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Zagala
Elogio de tus pies
La mariposa revolotea con alas de oro sobre una rosa y se diría que palmotea con enjoyadas mano de Diosa.
Hoy me contaste que una vez como dos niños junto al mar fueron desnudos a jugar a que eran pájaros tus pies.
La mariposa se me figura bella muchacha, linda criatura.
La inimitable curvatura de tu adorable calcañal, ¿dejó en la arena una figura de tan sutil modelación que nadie supo frente a ella si un breve pie dejó la huella o un diminuto corazón?
Se posa, en éxtasis queda en cruz y hay en dibujos bajo del ala vista al trasluz los claros ojos de una zagala llenos de luz…
Yo no lo sé…pero si fuera mi corazón una paloma: una paloma recostara la leve poma de su pecho sobre la huella que dejara tu blanco pie cuando pasó…
La mariposa se me figura bella muchacha, linda criatura. Sobre la plata del ala anhelo poner la mano, posar la boca. ¡Dulce quimera, polvo de vuelo se va esa plata si algo la toca! La mariposa se me figura bella muchacha, linda criatura.
¡Cómo si hallase el nido hecho de otra paloma que voló!
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¡Pueda el amor de veras ser así unos momentos cuando surja del alma de un artista!
Epíilogo de amor Quédate a conversar... Después del loco festín de besos en la alcoba oscura, es besarse también charlar un poco si hay en la voz un hilo de ternura.
¡Quédate aquí ya siempre! Aquí, a mi lado, toda blanca en el lecho, sé un instante mi emblema: eres tú la Belleza que por fin ha llegado el poeta te mira convertida en poema!
Cierra bien la ventana, para que así tu anhelo de salir o quedar, se halle encantado… El techo y las paredes nos parezcan un cielo a todos los rumores del exterior cerrado. Si quisieras un sol, la luz enciende, ¡que se inunde la estancia de fulgor vespertino! ¿Quieres noches de luna? Con suavidad extiende sobre el globo de luz, telas de lino. ¡Claro de luna, amor! El sol de media noche te ilumina y destaca toda blanca, yacente. ¡Ya en la penumbra azul cintila el broche misterioso y fosfórico de tus ojos de oriente! ¡Intimo plenilunio! ¡Mundo nuestro y a solas! ¿No son tus dedos pétalos, y tus manos corolas, tus piececitos pájaros, y tus sandalias nidos? ¡Quédate aquí ya siempre: los dos solos unidos! Deja que espirales de absurdos pensamientos asciendan mis ensueños de fantasmagorista…
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Marinera Vamos a sumergirnos, marinera, como en las claras ondas de la misma ilusión, a vivir en el fondo del mar, la primavera de nuestro corazón… ¡Qué idilio, si viviera contigo, muy a solas bajo de la techumbre de las olas! Allí fabricaría nuestro hogar con arena y caracoles en los que relucientes tornasoles pintara al florecer la luz del día. Y en la callada noche, cuando queda el inmenso latir del fondo de la mar suspenso, y las lentas corrientes submarinas lloran con suavísimos violines y flautas argentinas, desde el fondo, en la dulce y oportuna quietud del mar, verías serafines entre el deshojamiento de jazmines que cae levemente de la luna.
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yo la recogería y con ella en el agua formaría el manto que merece tu hermosura. Y cuando el traicionero látigo fiero de los huracanes fustigara al convulso titán de los titanes tu corazón, mi dulce compañero, contra mi corazón oprimirías y así comprenderías lo mucho que te quiero. Pero ¿por qué en mis manos las tuyas están frías como flores de hielo? No temas: pensarías dentro del mar azul, estar dentro del cielo. Marinera, quisiera vivir contigo a solas bajo el rumor inmenso de las olas.
La luz de los luceros, esa luz temblorosa que en el éter se filtra y se depura, como polvo de plata sobre la mar sinuosa nosotros la veríamos brillar; y con ternura
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Fatalidad
Esquife
Es cierto, fue apenas ayer que nos vimos (¡qué dulce es a veces la fatalidad!) con mutua sorpresa de ser los dos uno y los dos amantes de la idealidad.
Mar en tus ojos. Orilla lejana. ¡Sobre ese mar en una frágil barquilla de ilusión, remar…remar…!
Tú amabas el alba como las palomas (¡qué ingenua es a veces la fatalidad!) yo en tus claros ojos y tu voz alegre recogí raudales de felicidad.
Mi ilusión por maravilla de ubicuidad: tú y yo juntos. Ya sobre el agua que brilla somos dos lejanos puntos.
Si fue amor el mío sólo Dios lo sabe (¡qué vaga es a veces la fatalidad!) solo Dios lo sabe si fue honda ternura la que me ofrecías con diafanidad.
Navegamos. Cada ola contra la quilla, encrespada, rompe en tu mano encantada su rumorosa corola.
Lo cierto es que entonces dejaste flotando (¡qué cruel es a veces la fatalidad!) la visión etérea de un velo de novia cada vez más lejos de mi soledad
Como una mano de reina tu mano las acaricia y una amorosa delicia las estremece y despeina. Mas, ah! Cierras las corolas de tus pupilas hurañas como enfermas amapolas… ¡y estoy sólo, en tus pestañas!
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Vision
Lágrimas
Tus ojos al crepúsculo del día entorna hasta que veas tus pestañas como una cordillera de montañas inmóviles allá en la lejanía.
En los límpidos ojos de la niña las lágrimas son gotas de rocío o puntos suspensivos de una riña o cuentas de algún leve desvarío.
¿Las ves? pues no te extrañe: en el arcano de tus ojos, la más pequeña raya del más fino alfiler, es una playa una lágrima sola un océano.
Mas no así en el oscuro desafío de tus ojos, mujer, el llanto aliña sus claras perlas de pasión o hastío según cual veas florecer tu viña.
Son montañas inmensas y tranquilas que las nubes envuelven con su velo y tienen en tus párpados un cielo un sol que las alumbra en tus pupilas.
Tus lágrimas son gemas luminosas; destellos de las armas prodigiosas de tu amor que bate con la muerte.
Así para que tú lo comprendieras, puso Dios en tus ojos soberanos lo que es mi amor: montañas y océanos, cielos y soles, olas y riberas.
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Y se ve que el erial te las arranca porque al correr por tu mejilla blanca dibujan el viacrucis de tu suerte.
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Tener alma
Dije
Tal piedra pudo un día salir de su sopor: ¿Quisieras tener alma? Le dijo el Hacedor. Y entre sus sombras ella gemía “¡No, Señor!,
Era un huerto en donde nada se movía; era un medio día de silencio y sol y a la sombra quieta de un gran árbol verde era en una hamaca donde estaba yo.
quién alma tiene sufre la ilusión de vivir, la angustia de ser débil y el afán de ser fuerte. Brega como si nunca se hubiera de morir y vive en medio de una seguridad: la muerte”. Pues voy a darte un alma, le dijo el Hacedor. Y entre sus sombras ella gemía: “¡No, Señor!” Y la piedra espantada por la voz del Destino, temblorosa y a tientas, como un animal miope, se alejó tropezando por el largo camino ya que estuvo lejos, huyó a todo galope.
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Hablaba en los coños el gluglú del agua, junto al pozo una india se llegó a lavar y abrí levemente lo red de la hamaca paro verla en medio de un marco ojival. No sé cuánto tiempo la estuve mirando por aquella ojiva de la tenue red pero la india nunca me miró a los ojos. Las indias presienten y miren sin ver. ¿Cuál el huerto en donde nada se movía? ¿Cuándo el medio día lánguido y sensual? La india idealizada con los brazos húmedos era un dije en medio de la eternidad…
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El robo
Antonio González
Al llegar una vez de tantas veces a mi pobre buhardilla de bohemio, noté que alguien había sustraído del cofre en que los guardo, algunos versos.
Miras el campo lleno de amapolas y el alma de Amerindia en guitarra con élitros de lírica cigarra modula el dulce vals Sobre las Olas.
Denunciáronme manos temblorosas unas cartas de amor que sobre el lecho estaban en desorden, cual si hubieran sido leídas con premura y miedo.
Y entonces acaricias las corolas cual rumoroso alisio que desgarra, y tu mano es bordón: el que nos narra las elegías de las almas solas. Bajo los altos númenes creadores, tú arrancas los tropeles de las notas como quién rompe un búcaro de flores
Y al descubrir sobre la vieja alfombra la grácil huella de unos pies pequeños díjeme con fruición: aquí ha venido o robar un arcángel de los cielos.
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o dispersa una banda de gaviotas que cantan el amor de los amores en idilios y triunfos y derrotas.
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ante la cuna, y luego ante la fosa cuando de ella el espíritu se aleja.
A Ricardo Mimenza Castillo En tu noble cabello plateado como por nívea escarcha, me imagino ver el florecimiento diamantino de lo que tu cerebro ha meditado… Veo tu cordial saludo en el espacio a los manes de Góngora y Darío y veo que siempre consagrado a Clío resplandece un altar en tu palacio. Veo tu espada gentil que se halla en guerra contra los espejismos y reflejos; ideal “eternamente lejos de las miserias torvas de la tierra”.
Pulsarla en el misterio donde brilla el viejo polvo del mortal quebranto, ¡que siempre en los aljófares del llanto centellea una rara maravilla! Así veo tu afán, cuyo relieve tan sólo iguala el cóndor en su vuelo más allá de las cimas donde el Duelo se envuelve en el sudario de la nieve. Allá sobre las ríspidas escalas por las que al Ideal asciende el mundo, y su arco iris deja el errabundo destino de un abierto par de alas.
Veo la lira que finge entre tus manos, cuando el viento murmura su epicedio, un divino paréntesis en medio del pánico rumor de los humanos. Lira que vence al tiempo y al olvido porque la pulsas en abrazo estrecho como si te pulsaras en el pecho tu propio corazón adolorido. Cual tú sabes pulsarla ante la reja que guarda los ensueños de la hermosa,
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Fronda ideal Fronda de la esperanza cuyo rumor es un desbordamiento y un envío hacia toda lontananza; música de esmeraldas en el viento. La visión de tu arcada pintoresca alza un vuelo sonoro de ilusiones que entre tus radiaciones cortan una impresión de brisa fresca. Y en todo el aire flota un derramado verdor de primavera: luz temprana que deja el rudo corazón bañado bajo el fresco laurel de la mañana. Tiende tus rumorosas arquerías para que pase el río de los alegres días con un palio por cielo en el vacío. Tal vez mañana, de ásperos zarzales te veas rodear, o el hacha hienda tus fibras y veneros de ideales bajo la misma sombra de tu tienda. Mañana, con la alada sinfonía, se irán también tus hojas y será necesario que recojas en tu alta desnudez, una onda fría.
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que llevas extendido como un trémulo mar sobre tu espalda y el amor no vendrá, cual viene ahora que de gala te vistes, a soñar con tu arcada arrulladora sino a llorar bajo tus gajos tristes.
Entonces para siempre habrás perdido el manto de esmeralda
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¡Campos amigos, dad la ola ondulante de la mies; dad los bucles sonoros de los trigos colmados con los oros de la madurez,
Vision rural Indios de cobre pasan en el milagro matinal con sus hachas de hierro su traje pobre y su apacible perro casi racional.
a esos indios de cobre que surcan el milagro matinal con sus haches de hierro su traje pobre y su apacible perro casi racional!
Sobre los prados llueve un diluvio bíblico de luz que hace arder las pupilas de los ganados y fulge en las esquilas y sobre el testuz. El aire llena de mugidos la vaca en el corral, que unta en un poste el anca y la ubre plena de líquida luz blanca da su manantial. ¡Vaca mansa, en esta hora de ordeña y de esplendor tu testuz se ilumina y una nueva esperanza promete una divina época mejor!
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Amanacer en Chuminópolis Mérida se engalana con sus vestidos nuevos; por las calles, en grupos, desfilan los efebos que ahora son mecanógrafos. Hacia las oficinas van alegres muchachos y muchachas divinas y hablan y se enamoran al estilo moderno que no por ser moderno deja de ser muy tierno: el amor, la esperanza, la alegría fugaz vivirán en lo jóvenes para siempre jamás. Afuera cantan pájaros, adentro cantan almas; se anuncia un panadero con un golpe de palmas; los perros van y vienen y sacuden el rabo y todos dicen ¡hurra! y todos dicen ¡bravo! qué bella es la luz! al nacer la mañana todo se pone nuevo y todo se engalana. A mí me ha amanecido junto de mi ventana quise despertar antes que un par de golondrinas que en el balcón de enfrente han formado su nido; pero me adivinaron y con sus alas finas ya ellas volaban cuando aún yo estaba dormido. Los pájaros en Mérida son muy madrugadores y así son el rocío, la frescura y las flores, todos ellos despiertan antes de que se encienda la luz del día, y no hay quien los sorprenda dormidos; pero si ellos madrugan, yo soy terco y pasaré mañana la noche junto al cerco
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sin dormir un instante Ya veréis, golondrinas, cómo os vencen mis líricas terquedades divinas. Yo he de saber en dónde nace la madrugada, yo he de saber en dónde te cuajas tú, rocío, y he de tener la cifra del todo y de la nada mañana, ¡oh, gran mañana, ¡oh gran mañana mío! Y tú también que escuchas, si con esfuerzo luchas, aunque las horas negras de la vida son muchas, ya tendrás una con su luz y su arrullo mañana, ¡oh, gran mañana, oh, gran mañana tuyo! Y mientras yo devano estas cosas inútiles parado, como un ángel, junto o mí, en la cornisa un gorrión llena el barrio de carcajadas fútiles… ¿se burla? Yo la miro, él teme y se desliza sobre sus leves alas hasta un cercano muro; allí –a distancia– el pájaro se siente más seguro y los dos al mirarnos nos morimos de risa.
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obra poética
horas líricas
A Enrique Arjona Peniche
El subterráneo
Cuando te acerques a la playa hermosa. De nuestro inolvidable Yucatán. Pregúntale a la arena cuántas veces. Tendí en ella mis sueños juntos al mar.
Busquemos la palabra decisiva y rotunda el verso es un anhelo de luz y de compás sonoridad y lucidez profunda como la del mar.
Pregúntale a Progreso cuando llegues, Peregrino que tornas al amor, si al gemir de lo brisa en los cipreses guarda la noche un eco de mi voz. Pregúntale al “Catzín” por el camino Del puerto hacia la emérita ciudad con qué profunda pena lo veía arder bajo la lumbre tropical. Y en la urbe blanca que Montejo tuvo el destino de alzar sobre Tihó. Pregúntale a Itzimná, la Cruz de Gálvez y a Santiago cuál tuve el corazón. Pregúntale a Santa Ana de mis cuitas y al Cementerio a donde en veces fui; pregúntale a mi amada Chuminópolis si recuerda la fecha en que nací. Y al volver de esa cuna de mis sueños, de nuestro inolvidable Yucatán, cuéntame lo que a tu alma le dijeron que de cualquier manera he de llorar.
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El verso es una arteria del corazón al cráneo cual la raíz que lleva la humedad al capuz; su escala el misterioso camino subterráneo que une el son y la luz. La rima en el cerebro del poeta español es una pandereta de sol. Resplandece y palpita un lampo de oro primaveral en el disco sonoro de un timbal. El tímpano es un ojo, y le pupila es un tímpano que oye lo que alumbra: el gorjear del pájaro titila y el lucero gorjea en la penumbra… Todo lo que resuena con una luz extraña
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se llena. Y lo que la luz baña suena.
horas líricas
El río ¡Oh, selva secular! ¡Oh, bosque umbrío! Pájaros, flores, matinal escarcha! Llorad, que está llorando el pobre río porque no puede refrenar su marcha.
Los sentidos por ignotos senderos subterráneos están todos unidos en la bóveda insigne de los cráneos.
Compadeced al río: es un hermano a quien en su dolor nadie socorre; que va a morir al océano y no quisiera y sin embargo corre.
¡Y el poeta en mitad del camino abre su rodela corno un girasol y cría en las ramas el trino y bebe en el espacio el arrebol! Busquemos la palabra decisiva y rotunda; el verso es un anhelo de luz y de compás: sonoridad y lucidez profunda como la del mar…
Luchó contra las rocas sin descenso al bajar de los cerros, cuando era joven y audaz; después tranquilo y manso los pies besó a dulce primavera. Un día sintió amor, y en la llanura todo alma desbordose; y de ella hizo sus ondas esparciendo con ternura, lo que tú eres, selva: un paraíso. Y así cumplió con el deber sagrado que nos impone la naturaleza. Miradlo ahora cómo va: cansado sin ímpetus, llorando de tristeza. ¡Cuánto sufre mi alma condolida de su inmenso dolor! Es un anciano
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mirad sus ondas: pálidas, sin vida, mirad su espuma: es su cabello cano… ¡Oh, selva secular! Oh, bosque umbrío! ¡Pájaros, flores, matinal escorcha! ¡Llorad, que está llorando el pobre río porque no puede refrenar su marcha!
horas líricas
Himno matinal Ya la mañana, fuente purísima, ramo de rosas, fruición del alma, con tibio seno de virgen surge sobre el alegre campo esmeralda. En el ramaje de los arbustos juegan risueños silfos de plata; todo en el campo tremando brilla cuando descubre su seno el alba. Cuando el glorioso sultán del día sus ígneos rayos de luz levanta como un florero de crisantemos sobre la cumbre de una montaña.
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Divina veta
De sobremesa
Tú abriste en mi noche luminosa veta, en tus ojos claros aprendí a soñar y de ver tus ritmos me torné poeta, de copiar tus giros, de seguir tu andar.
En la primera mesa donde juntos probamos el café de la vida, yo te besé las manos. Entonces no impedía a nuestros ojos ver el fúlgido enjambre de los astros, la nube que en el cielo lentamente extendiéndose ha ido con los años; la que vistió el ensueño con sus oros en las cálidas tardes del verano, y oscurecida luego por la noche al verla meditábamos: “mañana, sobre el mundo, se borrará nuestro uniforme paso; se esparcirán los hijos con que el amor nos haya regalado; no quedará un recuerdo de nosotros que por siempre estaremos alejados de todo lo que ahora nos rodea, de todo lo que amamos”. Pero aquel meditar tan cierto y hondo ¿qué podrá ya importarnos?
¿Dónde estás ahora? ¿Ni siquiera sabes que mi alma y mi canto los debo a tu amor, que aprendí en tu queja mis acentos graves, que copié en tus ojos mi primer fulgor? Añoré tus pasos y brotó mi acento, mi cadencia arranca de tu voz de miel, y soy sólo un eco que vaga en el viento, de tu alado espíritu… ¡el poeta es él! ¿Dónde estás ahora? ¿Ni siquiera sabes que ensueños y cantos los debo a tu amor, que llegó a tus playas y quemó sus naves una vez, un alma de conquistador?
Nada, después que en la primera mesa donde juntes probamos el café de la vida; ¡nos bebimos el ritmo de los astros!
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Conjuro No pretendas hallar tras de mis pasos huellas que no se borren, hijo mío, yo cruzo por la vida como un río que refleja la luz de los ocasos.
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II ¿Ya comprendes ahora mi amargura cuando te veo alegre en tu inocencia? ¿Comprendes el dolor de mi conciencia que conoce tu efímera ventura? ¡Cómo pudiera yo tener la ciencia de eternizar la flor de tu frescura y hacer que siempre tengas la ternura con que empiezas a ser en la existencia?
Sintiéndome en un cauce desvío voy, onda mansa, bajo cielos rasos donde flotan los últimos y escasos matices de un crepúsculo de estío.
Mas si en el fondo de tus ojos puros ya veo la nostalgia de los míos, que no pierdas la paz, son mis conjuros.
Si hay una gloria y eterna luminosa, yo siento que los siglos borran todo, que toda corre al fondo de una fosa. Y es la vida un trayecto sin recodo hacia el lóbrego abismo en que reposa la igualdad de les hombres con el lodo.
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También yo vengo de otros desvaríos y al fin de nuestros rumbos inseguros todos vamos al mar, como los ríos.
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Hija mía
Sombreritos modernos
Una noche volcáronse las arcas siderales y caíste, lucero, tesoro de un Rabí, nepente incomparable para todos los males, luminar, de los centros eternos, hacia mí!
I
¿Prendida en las aristas doradas de mi estrella navegabas errante? ¿Remabas algún mar? ¿De mi psiquis, finísima, leve, cósmica huella raya de luz sidérea ruta fue a tu remar? De tus ojos azules, celestes, constelados luce al fondo el miraje que al pasar tu alma vio constelaciones, albas, celajes nacarados tu pupila extasiada de viajera guardó. Mi espíritu en tus ojos ve la nueva alegría me miro en ti y se vuelve más claro tu mirar “¡Mía!”, gritan los centros del espíritu, “¡Mía!”, y a la vez vienes llena de tu propio pulsar. Panteísmo insondable palpa, ansioso, mi instinto, revelación en templos del más íntimo Ofír: ¡hija mía, el milagro de ser uno y distinto, la escala de avatares, y el bien de no morir!
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Sombreritos de ninfas urbanas, aves mías que llenáis de aleteos los tranvías, venid o mí en las horas de estar triste palomos a los hombros de un bardo provinciano ¡tended los picos o mi humilde alpiste tan frugal y tan simple y tan humano! Agazapadas aves que en acecho sobre inquietas cabezas poseéis por la avenida ¡dejadme mirar ese cubierto ojo derecho de las ninfas modernas de la vida!
Hora de oficina De femeninas formas una ráfaga llena el Zócalo que la hora matutina bruñe de sol. La escena es alegre: muchachas de rizada melena corren para llegar a la oficina. Han volado las nueve, y la campana Tan de veras de bronce en la mañana toca un desbordamiento de taquígrafas–rosas. ¡Oh taquígrafas mías,
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me dais con vuestras formas presurosas el perfumado y dulce buenos días! La oficina Sombrerito que te alzas desde el rizo al clavo en la pared ¿no te invade un hechizo? ¿No escuchas esa música de lluvia repentina? Bajo dedos rosados el tecleo no suena a acero, sino a golpes de corazón de ondina.
horas líricas
Ave… tu dueña se me desvanece se me junta y apoya como gacela mansa, tan aromado arrimo me estremece y a mis ojos asomo cantando una romanza… Pero la hermosa luego se retira baja, se va impasible, ya nunca más me mira Sus ojos son aquellos de nórdica o de mora que se alejan, por todo lugar, a toda hora.
En la alameda Alguna vez se agita una melena y en relámpago audaz de nieve y grana cruza una ninfa esbelta la oficina y va a orlarse de cielo en la ventana… Pero un rugido del Gerente impera y de nuevo la máquina acelera su música de lluvia repentina. Autobús Ave que junto a mi viajas temblando, aquí tan cerca que me estás rozando, ave… tu dueña se me arrima y frota cuando en su impulso el autobús nos lanza, mas te anuncio que en una esquina ignota se detendrá, ave mía ¡salud a la esperanza!
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Oíd un ave libre entre la brisa de la alameda azul musicaliza, vive, salta, se esponja y aletea ¡existe un sombrerito que gorjea! ¡Oh, Ciudad, entusiásmate! ¿no escuchas? Voz de tu corazón entre las muchas del hombre en negras luchas! Música de las músicas, entre el ramaje asoma, voz de donde el pentagrama la toma, unge, invade, disuelve tanta ansiedad, y todo lo resuelve y todo lo redime del mal que abruma y el dolor que oprime. Sombrerito embebido junto a la estatua Manca que das al libro abierto sombra con tu ala blanca; desde la rama, en esa nota que no se imprime
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baja en un vuelo la Verdad, ¿no escuchas? todo tu libro miente cuando el pájaro canta; di a tu dueña lectora que en un rapto violento tire ese libro al viento a volar como un ave maligna que se espanta.
Sombreritos católicos Sombreritos bajo arcos coloniales, palomas que en domingo vais a misa a rezar en escenas pastorales; avecillas dispersas el atrio: rezad por la pureza que agoniza, por el ingenuo amor escarnecido y por el Bien, y por el suelo patrio que tantos hilos rojos han zurcido, y por la abolición del negro infierno fratricida; rezad con pico tierno, con pico sonrosado palomas a Jesús sacramentado. Sombreritos católicos ¡mis aves! como el Mal, tentadoras y como el Bien, suaves; tan débiles a súplicas discretas y como el mismo Amor a todas horas arrepentidas, trémulas e inquietas. Rezad por la oblación de las auroras! rezad por los poetas!
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Ciudad nocturna La avenida es de plata con su estrella en la esquina Es una Vía Láctea la urbe capitalina. Esta noche los hombres están locos. No duermen. La onda de luz eléctrica lleva flotando un germen de insomnios, y el cerebro medita en sus visiones: ¿Quién no está loco en donde gobiernan las rezones? Esta luz, siempre pálida, como tuberculosa, sensualiza y enciende cual una extraña fiebre. Ay! del pétalo húmedo de la lúbrica rosa que en esta onda de luz sus deliquios enhebre! La mujer es cantárida bajo iluminaciones y la trágica sombra del sombrero en la cara medio rostro le cubre como si lo cortara con sus fuertes creyones. En donde hay vida nueva la atracción es más fuerte y hoy el nieto trasnocha, si el abuelo madruga. Y aunque es cierto que a rastras todos van a la muerte en la piel que es más joven es más triste la arruga. La acritud es más agria a deshora y hay más duelo en lo rama si un botón se desflora. Ay! del hombre! Ay! de todos los destinos humanos a esta luz siempre pálida de fulgores insanos! El sol es el que alumbra Esta luz, ilumina. La avenida es un féretro con su cirio en la esquina.
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Yo no le tuerzo el cuello
Filosofía lírica
Yo no le tuerzo al cisne el albo cuello porque en el lago eterno de la hora, mientras el sabio se hunde y todo ignora queda flotando en suspensión lo bello.
I Voy volando en mi pájaro, voy ganando horizontes! Miro abajo las nubes, más abajo los montes!
Me burlo, cuervo, de tu picotazo sobre mi frente de que al fin resbalas si aduciendo razones me señalas al terminar los triunfos, el fracaso.
¡Feliz quien nació y pudo volar vivo a los cielos como lo soñarían los dormidos abuelos! A mis ojos de pájaro, como por maravilla ya el mundo es un país, la nación una villa!
Cuervo de la Razón, mi burla hiere tu afán que descifrar enigmas quiere con ojos socavados del vacío! ¿Y cómo sabes tú que todo es fútil? ¿Y quién sabe si el ansia no es inútil? ¿Y quién sabe si el sueño es tuyo o mío?
Me enfiebrece el fragor de las hélices. Siento la alegría del ala vencedora del viento. ¡Oh! ¿mi espíritu así su fantasía va trasvasando: entrega, carne mía a tus músculos torpes, a tus brazos y piernas agilidades propias de sus alas eternas? II ¡Gloria, araña!... Te lanzo, y se queda de mi mano la escala de seda que tú das de ti mismo, prendida ¡Es glorioso comprarse la vida! ¡Oh, hilazón inconsútil! ¡oh, columpio en el aire que tal vez solo a fuerza de intuitivo anhelar
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ha aprendido a tejer con ingenuo donaire un insecto sin alas… que quería volar! ¡Gloria, araña! ¡Y te estampe la aviación en su escudo! Otra raza en la tierra se arrastraba oprimida por un inmenso anhelo de volar… y al fin pudo! ¡Es glorioso vencer a la vida! III ¿En mí siente la Madre Naturaleza sola? En mi obscura ignorancia comprendo vagamente o el llorar de un sauz, o el reír de una cola, o el suspiro de un cáliz, o la ira de un diente… Y pues soy como un campo donde el átomo siembra, ¡vaya envuelto en el oro de ondulantes espigas! me enloquezca el enigma sagrado de la hembra porque al átomo atraen los terrenos fecundos… ¡y otros partan en pos del germen de los mundos por senderos que sólo merecen las hormigas!
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Meditacion india El indio piensa en algo como si lo llevara vago en el alma. El bardo lee fijo, en su cara “¿Cuánto?” Y callo. No sabe valorar la materia. Hombres que la valoran no encuentran lo que buscan: ¡Oh, paz, felicidad! … no las hallan e imploran, El indio los contempla, los mira luchar, ciegos entre un haz de traiciones, amenazas y ruegos si a él le ponen cadenas y a su india enamoran con mentira en la lengua. Pero solos se ofuscan, comen su pan amargo del sudor de labriegos y con saña iracunda besan a indias lloran. “No te quiero, señor”…”¡Quiéreme, aunque no quieras!” Rugido tan salvaje no conocen las fieras. Con el tigre en el bosque se enlaza la tigresa solo cuando obedecen los dos la Voz Oculta. El indio sabe: el ansia, lo inquietud, lo tristeza son el castigo cósmico de la Naturaleza sobre el cuerpo y el alma del hijo que la insulta. El indio se acurruca frente a lo humilde choza y yo lo escucho: “El amo dice que todo es suyo, pero es mío el camino; el árbol y el arrullo son míos, son conmigo, conmigo es toda cosa! Todo es mío en mi amor. Todo es de él en su orgullo. Pero el orgullo aísla, ni siquiera es amigo.
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obra poética
¿Cómo puede ser mío lo que no está conmigo? ¡Tener! Así una sola idea arruina un mundo solo hay un poseedor y es el amor profundo” El indio piensa esto como si lo llevara vago en el alma. . . apenas como si lo soñara.
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Líricas Mi mejor rosa de grana y un mirlo de la mañana para ti, Sonrisa Humana! Tú el alegre fuego atices las pupilas iridisces y el vivac idealices. Por ti seamos jilgueros y oigan siglos venideros de nuestros aleros. Por ti sea así la cesta de muñecos una orquesta de semidioses en fiesta. Y ay! de quien ciego o perdido tras algún fin, se haya ido de la sonrisa en olvido! ¡Murió sin haber vivido!
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Pensad amigos
Todo puede ser
Pensad amigos que en la vida artera los hechos nacen, crecen y no mueren. Dad todo el corazón a los que os quieren y dad vuestro perdón o quien os hiera.
Aunque en mis cabellos asoma plata entre la tristeza del envejecer, todavía quedan hojas en la mata Nada es imposible. Todo puede ser.
Pensad que en la traición sólo hoy ceguera de los desventurados que la hicieren. El odio es mal de quienes lo sintieren y el mal no avanza cuando el bien lo espera.
Me pasé la vida probando veredas y el camino franco no lo pude hacer… pero aun es hora de las alamedas nada es imposible. Todo puede ser.
Pensad que el oro puede ser inútil que al fin la realidad es lo inconsútil y el dar posada es prepararse abrigo
Pudiera en cominos abrirse la fronda pudiera una aurora gloriosa nacer, un torrente darme su cascada blonda Nada es imposible. Todo puede ser.
contra el dolor inmenso de estar solo, porque peor que la frialdad del polo en la vida es la falta de un amigo.
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Los nidos a veces de pronto revientan dos pies, dos cuellos que se alzan a ver Los años no existen. Los minutos cuentan… Nada es imposible. Todo puede ser.
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Hora lúcida Siento que va llegando una divina hondura entre los oros otoñales; el momento en que todo el que camina se para a contemplar los manantiales. Y si aleteaba en busca de un lucero o bogaba en los mares del pecado, abandona sus remos mi barquero, baja y queda mi halcón ensimismado.
LA ISLA EN LLAMAS: POESÍA DE HONORATO IGNACIO MAGALONI Toda verdadera poesía supone necesariamente el lanzamiento de un mundo nuevo a la circulación, y la
Mágica hora en que el hombre es como el druida que al ver el cielo azul su templo advierte, y el alma en su prisión más escondida
invitación más o menos expresa a embarcarnos en él. P. Salinas Muere quien no se nombra
abre en dos alas de paloma inerte una interrogación hacia lo vida y otra interrogación hacia la muerte.
quien astilla su flecha contra un muro de formas. H. I. Magaloni
En este estudio nos aproximaremos a la obra lírica de Honorato Ignacio Magaloni a partir de una mirada unitaria sobre sus tres libros: Polvo tropical, Oído en la tierra y Signo. Con base en esta lectura se identificarán algunas de sus influencias y las pautas más características de su poética. Ante todo, se observará que el tema dominante en su creación se circunscribe a la recuperación espiritual y cultural del pasado prehispánico, y se verá que dicho asunto era una temática vigente del discurso social durante la época en que él escribió. La obra de Magaloni se distingue desde el principio por una necesidad de exploración que la aproxima al modernismo —en los poemas de juventud—, luego se deja
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seducir por la poesía tradicional española y se corona con la influencia decidida y perceptible del Romancero gitano de Federico García Lorca. En una segunda etapa, Magaloni desecha las notas características del romancero y se adentra en la poesía de vanguardia de la que sale en estado de vigilia, aunque con el gusto por las imágenes sorprendentes que le habrán de servir para construir una poética genuina y un programa de lucha: la reivindicación del pasado prehispánico. En entrevista con Alejandro Avilés, Magaloni reconoce con malicia que su primer libro, Polvo tropical (1947), no lo escribió él sino Lorca; esto habla de su honestidad y también de la razón que le asiste, si nos atenemos al influjo poderoso que se observa en el poemario; influjo que nos permite hacer comparaciones directas con los textos que el poeta granadino agrupó en su obra clásica. Sin embargo, en Polvo tropical Magaloni no se ocupa de la modernidad de sus versos sino del uso de una forma tradicional para recrear su nostalgia. El libro entero procura recuperar la memoria de su natal Yucatán y de la ciudad de Mérida en tiempos en que él fue niño y vivió de cerca su atmósfera blanca y provinciana. Es tanto, además de auténtico, su empeño que cree oír la invocación de aquella geografía que lo llama por su nombre: “Vuelve Nacho Magaloni,/ a nuestras arenas blancas.” La voz de la tierra cumple su efecto y el poeta instituye el viaje solazándose en la imagen geográfica del país, en la sonrisa de sus frutos más característicos y en la sensualidad que le provocan. Después de Polvo tropical, Magaloni publica Oído en la tierra (1950), obra en que asume el verso libre de manera definitiva, frente al octosílabo y a veces el endecasílabo; también se hace patente el uso de la imagen surrealista que sustituye, en buena medida, a las exigencias de la poética del romancero y que le permite, la asociación de realidades sorprendentes y, a la vez, dar cuenta de una visión renovada del mundo prehispánico. De este modo, el poeta continuará con el rescate del pasado mesoamericano a partir de la recreación de los símbolos y las atmósferas más características de aquellas culturas. El título del poemario, Oído en la tierra, entraña de por sí un propósito: el de la apertura mental a las voces del pasado con el objeto de alimentar la continuidad e
iluminar el presente. El libro está dividido en tres partes: la primera, que intitula “Centli”, supone la entrada a ese mundo difuso del cual sólo pueden captarse reminiscencias aisladas, atisbos de grandeza que el poeta pretende asimilar a través de las marcas medulares que fortalecen la visión mítica de una gran diversidad de pueblos. Entre estas señales se encuentra el maíz. Magoloni usa este símbolo para establecer la consabida oposición entre dos civilizaciones, la europea, que se debe al trigo, y la mesoamericana precolombina. La segunda parte del libro se titula “El amor” y se integra por tres poemas de transición: “Entrega”, “La magnolia” y “El recuerdo”. Los llamamos de transición, en el contexto de su poética, porque el tema parece escapar a los propósitos del conjunto, aunque conservan, no obstante, las pautas de estilo que el poeta ha reservado para sí en la nueva etapa de su poesía. Así, en “El recuerdo” asistimos a la profusión de imágenes sorprendentes por cuanto acercan realidades lejanas, gracias a la emoción que provoca en el poeta la percepción procelosa del recuerdo selvático:
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Sobre la selva del recuerdo la noche piensa en una rama que se doblega de jazmines. Abre el velamen una nube en la memoria del espacio. Y la penumbra es una alcoba que sueña velos y perfumes. ¡Noche de bodas en el cielo! Florecen besos en el hombro de una doncella en la distancia; y en el misterio de la novia que al fin el velo se desprende,
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intrasubjetivas que ese mundo, así destronado, incoa en nuestra psique”.9 El autor considera que el uso del lenguaje con un sesgo conceptual será básico en este tipo de creaciones, en virtud de que las emociones se simbolizan con la intención de que sean descifradas por el lector. Tal forma de acercamiento, descrita por el teórico español, se aprecia de manera viva en la tercera sección de Oído en la tierra, cuyo título es “Nociones
brilla un destello de candores sobre las sartas de jazmines. Y nuestros ojos en quietudes a la piedad de las distancias, besan milagros de la vida que se diluyen en recuerdos. [Oído en la tierra, p. 51]
Como se observa, en este poema hay un claro juego con las imágenes, en cierto modo irracionales, en virtud de que el poeta recupera del sueño los recuerdos vertiginosos. De este modo, la noche piensa en la claridad de los jazmines y la nube se abre al espacio memorioso como un barco. La oscuridad así delimitada refulge con sus adornos celestes; adornos que, merced a la imaginación visual del poeta, aparecen como besos florecidos en el hombro de la montaña: “Florecen besos en el hombro/ de una doncella en la distancia”. También se desprende de esta alegoría imaginaria el matrimonio entre la luz y la sombra que, a su vez, se traslada a la dicotomía de la memoria frente al olvido, o del sueño con su fuerza creativa en oposición a la vigilia estéril. El poeta ve en este acontecimiento grandioso el milagro de la vida. De esta manera la imagen será para Magaloni —como ha sido para otros poetas tocados por la vanguardia— un recurso que facilita una síntesis sobre las realidades y los tópicos de su interés. Esto le permitirá acercar paisajes remotos, volviéndolos espontáneos a la mirada, procedimiento que habrá de suscitar la sorpresa del lector. El procedimiento, según Carlos Bousoño, supone un proceso de viaje hacia la intrasubjetividad donde importa más el mundo recreado por la mirada del artista que el referente real. “Esto es, —escribe— el mundo como tal desaparece y es sustituido por sus efectos en mí”.8 Luego agrega: “el intrasubjetivismo consiste en afirmar
para el mundo un puesto subalterno o secundario en la jerarquía de nuestras preferencias, y en conceder, por el contrario, el primer sitio a las emociones 8
Teoría de la expresión poética, t.1, p. 229.
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amerindias”. Aquí el autor se propone establecer una especie de metadiscurso para situar varias definiciones que, a su vez, darán vida a su credo poético. Todos los poemas incluidos en esta parte se enmarcan en la “Noción de...” “Poesía”, “Muerte”, “Espíritu”, “Eternidad”, “Omnipresencia”, “Igualdad” y “Verbo”. El primer texto que nos llama la atención es “Noción de poesía”: Limpidez en el aire, Poesía; árbol rumor en ramos de luceros. Murmullo en el augurio tu botón de inminencia; y en altura sin poder alcanzarlo. Y empujar con la puya que se obstina en el tronco hacia el ascenso de armonías. 9 Gastón Bachelard dedica un capítulo de su libro El aire y los sueños para hablar de la fisiología vegetal. Cita a Paul Claudel, quien cede al influjo del pino, cuya contemplación le hace decir estas palabras: “se alza por un esfuerzo y mientras se adhiere a la tierra mediante el empuje colectivo de sus raíces, los miembros múltiples y divergentes, atenuados hasta el tejido frágil y sensible de las hojas, por donde va a buscar en el aire mismo y la luz su punto de apoyo, constituyen no sólo su ademán, sino su acto esencial y la condición de su estatura”. (p. 253). Luego dirá Bachelard que el árbol es un modelo de rectitud que, semejante al hombre, se pone en pie, dueño de fuerzas confusas. También dirá, para concluir, que el árbol “une lo infernal con lo celeste, el aire con la tierra; oscila del día a la noche y de la noche al día”. (p. 260). En la obra de Magaloni, por otra parte, el árbol asumirá un paralelismo con la caña de maíz, aunque también se relaciona con su “idea de viaje a las alturas”.
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Y este ser hombre, soplo; y este sentir que el tiempo avanza a poner el oído en la corteza. Ah, si el bullicio en cúpulas, inmensidad de entrega en el aroma, se derrumbara entre mis brazos, la mano en garfio hacia la tierra seguiría raíces hasta el fondo, génesis de los palios en el aire. ¿Por qué, en olas de pétalos, te estruja el viento sobre el alma, si barre en hojas, en octubre, laureles nimbos de horizontes? Murmullo en el augurio, Poesía; Y sin embargo, ¡nido hasta la muerte! [Oído en la tierra, pp. 57-58]
Lo primero que destaca en el poema es su arquitectura visual. Ésta tiene la forma de un árbol detallado en tres etapas: copa, tronco (tallo) y raíz. La fronda del árbol representa la apertura a la luz, al cielo y a los elementos de la naturaleza, mientras que la raíz supone el descenso a las profundidades del ser y de lo desconocido, pero también es fuente nutricia de la hoja, de la flor, del fruto y del canto. La poesía, metafóricamente representa ese árbol, con todo y sus extremos. De este modo el poema —y la poesía— parecieran coronar al árbol que besa la limpidez del aire; al árbol que se mece en el rumor de sus hojas, al árbol que dialoga con flores o frutos transidos de luz como luceros, como las palabras del poema.
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La poesía que se establece en lo alto es palabra primordial, es el “Murmullo del augurio” cuyo secreto está contenido como esencia, y como acto, en el botón de la promesa para el hombre, de ahí que no siempre pueda “alcanzarlo” por su incapacidad de ascender como la savia armoniosa hasta la cima. El hombre que necesita altura para sobreponerse a la velocidad del tiempo se limita “a poner el oído en la corteza.” Frente a esta realidad, la voz poética clama por compartir la fuerza y el aroma de la altura para luego descender con mano acerada hasta las raíces que son la “génesis de los palios en el aire.” El poema concluye con la certeza de que la poesía guarda su secreto celosamente, no se le presenta al creador con voz clara, sino a modo de enigma del oráculo. En esta forma de mostrarse pareciera dejar al hombre indefenso y ajeno a su bondad, pero a pesar de esta inefabilidad el poeta concluye con un verso optimista: “y sin embargo, ¡nido hasta la muerte!”, es decir, la poesía sigue representando la posibilidad del canto y del refugio. Por otro lado, se ha de reconocer que la imagen del árbol como posibilidad simbólica tiene un origen antiguo en el que se entrelazan creencias y representaciones variadas, de acuerdo con la tradición de diversas culturas. Sólo para redondear la arquitectura visual que se ha observado, citamos aquí las palabras de Jean Chevalier: El árbol pone así en comunicación los tres niveles del cosmos: el subterráneo por sus raíces hurgando en las profundidades donde se hunden; la superficie de la tierra, por su tronco y sus primeras ramas; las alturas, por sus ramas superiores y su cima, atraídas por la luz del cielo. Reptiles se arrastran entre sus raíces; aves vuelan por su ramaje: pone en relación el mundo ctónico y el mundo uránico. Reúne todos los elementos: el agua circula con su savia, la tierra se integra a su cuerpo por sus raíces, el aire alimenta sus hojas, el fuego surge de su frotamiento.10 Así, el sentido del texto nos sugiere que la poesía, tal y como la pretende MaEscribe el francés estos versos: Nuestra alma es un buque en busca de su Icaria;/ Una voz retumba en el puente: “¡Abre el ojo!”;/ Una voz de la cofa, ardiente y loca, grita:/“¡Amor... gloria... felicidad!”. ¡Infierno en un escollo! (Charles Baudelaire, Poesía completa, p. 389). 10
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galoni, se nutre de los elementos primordiales de la naturaleza, elementos que se adquieren progresivamente a través de la verticalidad que imponen las tres etapas: profundidad, superficie y altura.11 Otro poema interesante por sus especulaciones sobre el fenómeno poético es el que se intitula “Noción del verbo”, que a continuación se reproduce: Nave en fuego la vida importa un grito: ¡morir de incendio mar afuera! ¿Quién eres, voz de púrpura más fuerza que la muerte? Das la vida al mástil del acento: ¡A fijar en altura una palabra! Sé que será en el viento. No importa: ¡Es el velamen! Es más nube la nave que se incendia. El corazón boga en la noche: fulge, al soplo del Verbo júbilo en llamas: ¡un velero que alumbra el horizonte! ¡Salamandras poetas! Magaloni había leído muy bien la obra de Huidobro, pues la revista Poesía de América —que él dirigía— dedicó el número 5, correspondiente al año de 1955, en homenaje al chileno.
¡Nos giran en los ojos las demencias del fuego! Sólo un grito de angustia mar afuera: ¡Que no me hunda el aspa de la muerte sin el incendio entre los brazos! [Oído en la tierra, pp. 83-84]
En una primera mirada este poema exhibe el tono de arenga de los manifiestos poéticos. En los dos primeros versos irrumpe una voz de alarma: “¡morir de incendio mar afuera!”; la afirmación categórica nos lleva a pensar en la elaboración de un “programa” ajeno a las turbulencias marinas y ubicado, en principio, sobre la tierra. Pero esta conjetura pronto se desvanece en la segunda estrofa cuando el poeta se revela contra la voz de púrpura, atenta a los preceptos, digamos, académicos y se decide “¡A fijar en altura una palabra!”. A partir de este momento la travesía de la nave es remplazada por la nube, y el viaje se torna ascensional para promover una poética de la altura donde “Es más nube la nave que se incendia” y el poeta boga, o mejor dicho, vuela y refulge jubiloso cuando es tocado por el Verbo, que a su vez se transforma en “¡un velero [o una nube]/ que alumbra el horizonte”. En este paraíso aéreo y encendido es natural que los poetas se conviertan en salamandras, unas veces enloquecidas por el fuego y otras apasionadas por el asedio de la luz y la abundancia geográfica que les provee el panorama. La poética establecida como un viaje que desvela paisajes y seres resulta un tópico firme desde la antigüedad clásica. Al respecto hay una amplia gama de obras literarias que parten de la épica –ejemplificada perfectamente en la Odisea–, las novelas de caballerías medievales y renacentistas –como el Quijote–; las novelas de aventuras, etcétera. En el terreno expreso de la lírica uno de los grandes poemas de Baudelaire se intitula “El viaje”.12
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Pierre Guiraud, La semiología, p. 33.
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Asimismo, durante el apogeo de la vanguardia, el viaje, como un recurso del dinamismo del poema, simboliza la apertura a otras realidades y geografías, recreadas y re-traídas al texto a través del juego con la simultaneidad espacial. A este ejercicio se dedicaron poetas como Guillaume Apollinaire y, en México, José Juan Tablada. La idea ascensional del viaje la desarrolla con amplitud el poeta chileno Vicente Huidobro en su obra memorable Altazor, cuyo neologismo nos hace pensar en lo “alto” y lo “azul”. La crítica observa en este poema el ímpetu exploratorio de Altazor en su vuelo, los descubrimientos cósmicos, la pérdida de la fe y la caída, que se escenifica en el séptimo canto con la disolución del lenguaje. A pesar de su desenlace trágico –al que el lector normalmente no llega por no tratarse de un drama– el poema aparece como un modelo de búsqueda vital, y hasta festiva, donde la fuerza de sus imágenes se ha convertido en estela de luz que ha seguido un gran número de poetas, entre ellos, Honorato Ignacio Magaloni, como se verá más adelante.13 En su tercero y último libro (Signo, 1952) Honorato Ignacio Magaloni vuelve a su obsesión temática: la recuperación del mundo prehispánico, pero ahora con un método derivado de su experiencia y de sus convicciones. En efecto, la obra aparece con un pequeño programa-manifiesto seguido de dieciocho poemas organizados en función del tiempo y del tema tratados. Luego recupera, en este mismo poemario, algunos textos de Oído en la tierra, e incluye uno que no había publicado antes: “Noción de amor”. Agrupa a continuación, con el título de “Simiente” (1937-1947), siete poemas inéditos, y cierra el volumen con una serie de miniaturas, que él llama “Gotas de agua”, en forma de tercetos octosílabos. El título de la obra, Signo, tiene una relación profunda con el contenido del texto porque a través de él Magaloni se propone continuar el descubrimiento y rehabilitación del mensaje que ha permanecido oculto entre las ruinas gloriosas del pasado amerindio, como él lo llama. El “signo”, según Pierre Guiraud, “es un estímulo –es decir una sustancia sen13
Idem.
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sible– cuya imagen mental está asociada en nuestro espíritu a la imagen de otro estímulo que ese signo tiene por función evocar con el objeto de establecer una comunicación”.14 En este sentido, continúa el autor, “el signo es siempre la marca de una intención de comunicar”,15 algo que late en forma inmanente en ciertas zonas que uno considera portadoras de un significado. Esas zonas pueden ser muy variadas y van desde las inscripciones en piedra o la composición de las obras arquitectónicas hasta los meros indicios naturales en los que “las culturas antiguas o ‘pre lógicas’ ven en el mundo visible mensajes del más allá, de los dioses, de los antepasados y la mayor parte de sus conocimientos y de sus conductas se basan en la interpretación de esos signos”.16 El propósito de Magaloni es, precisamente, servirse de los signos, despertando su contenido para desvelar y comunicar la grandeza del pasado indígena. A ello dedica los dieciocho poemas iniciales de su obra, los que están precedidos por una dedicatoria a una serie de personajes que comparten su causa: Lázaro Cárdenas, Antonio Mediz Bolio, Jesús Silva Herzog y “a todos los miembros del Consejo de Creadores y Formadores” que no es, como pudiera pensarse, una asociación de poetas sino de divinidades –como lo dice el Popol Vuh– empeñadas en originar la vida y la belleza. En la segunda etapa de la obra aparece un manifiesto poético en estos términos:
Ibid., p. 34. En una reflexión sobre este pasaje apunta Alejandro Avilés: “Una novedad aparece: el libro carece de adjetivos. ¿Por qué? Porque ‘el adjetivo no tiene la acción del verbo ni la sustancia del nombre’... y ‘esto lo sabían nuestros abuelos indios’. Además ‘la poesía es proyección del ser y el ser no es adjetivo’. Nos parece otro error, porque si es verdad que si el abuso del adjetivo mata la poesía, el poeta debe recordar que el adjetivo fue creado para su uso, aunque no para su abuso. Sin embargo, tenemos que reconocer que, aun con esa artificial limitación, Magaloni logra expresar su emoción poética (Revista de la semana de El Universal, México, 19 de abril de 1953). 16 Jean Chevalier y Alain Gheerbrand, Diccionario de símbolos, pp. 1065 y 1067. 14 15
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SEÑAL El adjetivo es barroco. No tiene la acción del verbo ni la sustancia del nombre. Esto lo sabían nuestros abuelos indios. En los decorados de su arquitectura la ondulación de las serpientes es pensamiento. El adorno obra en función del verbo y en la parquedad oral del Popol Vub hay explicaciones en inmanencia: “Ixbalamqué salió seguida por Hunahpú y él volvió delante de ella”. Esta virginidad de síntesis recoge el fin del matriarcado. Por mediación de mi continente, proyecto mis estados de ánimo en poemas sin adjetivos calificativos, con el entusiasmo de pensar que tendrán señal de americanidad. La poesía es proyección del ser y el ser no es adjetivo. [Signo, p. 7, subrayado nuestro].
Para continuar con las claves semióticas lo primero que llama la atención es el título del texto: “Señal”. Con él Magaloni quiere explicar cuáles son sus propósitos concretos, cuál es su programa de acción. En este sentido, la señal se subordina al signo porque es su instrumento e indica la manera de proceder.
Otra característica global de Signo estriba en el propósito del poeta de continuar el viaje retrospectivo, como ya lo había intentado en los poemarios anteriores. En este viaje se aprecia una proyección sentimental en busca de las señales de americanidad tan caras a su ánimo y a sus intereses intelectuales. Esta aventura evocativa, a diferencia de las travesías que privilegian la mirada externa, se lleva a cabo desde el interior de la subjetividad del poeta; esto es, en principio hay una inmersión en su propio ser cuyo resultado genera el deseo de la búsqueda. Dicho proceso, como ya se ha mencionado antes, es un tópico que Jean Chevalier y Alain Gheerbrand describen de este modo: El riquísimo simbolismo de viaje se resume en la búsqueda de la verdad, de la paz, de la inmortalidad, en la busca y descubrimiento de un centro espiritual. El viaje expresa un profundo deseo de cambio interior, una necesidad de experiencias nuevas [...] el viaje simboliza pues una aventura y una búsqueda [...] el viaje se convierte en el signo y el símbolo de un perpetuo rechazo de sí mismo [...] y habría que concluir que el único viaje
En principio el poeta rechaza el uso del adjetivo, porque, según supone, es barroco; pero
válido es el que realiza el hombre al interior de sí mismo.�
el adjetivo también fue “romántico” y “modernista”, tanto así que infundió peculiaridades a este último movimiento. Acaso lo que Magaloni rechaza es el exceso, la sobreabundancia del adorno frente a la sobriedad que él pretende y supone que se halla en las manifestaciones artísticas de los “abuelos indios”. De cualquier modo, quiere llegar a la “virginidad de síntesis” a través del nombre (sustantivo), y a la acción del nombrar mediante el verbo.
Magaloni sobrepasa en este proyecto a su maestro Vicente Huidobro para quien bastaba la precaución de aplicar el adjetivo apropiado, fiel a su consigna de que “el adjetivo, cuando no da vida, mata.” Nuestro poeta, en cambio, se adjudica la tarea de escribir sus dieciocho poemas sin adjetivos, atento solamente al sujeto de la acción. Dicha tarea es digna de alabanza si se considera que Magaloni debió renunciar a la cómoda plasticidad de sus textos iniciales en Polvo tropical, para acceder a un mundo más proclive al tono reflexivo.
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Ahora bien, la búsqueda, o viaje a la semilla en Signo tiene, como veremos en detalle, varias etapas. Primero nos enfrentamos a la sensación del asombro que despiertan los símbolos, luego accedemos a la mirada minuciosa sobre cada uno de ellos, en seguida aparece un deseo de compenetración con el mundo encontrado y, por último, hay una especie de fusión con los vestigios envolventes de la cultura amada. Así, comenzamos con el primer poema que propone la apertura de los signos: Éxtasis de mis símbolos, mirándome, aquí estás en los ojos de mis hijos, renuevo de mi luz fuego sin muerte.
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Aquí está el mismo afán en mis poemas: gritos de soles en la gota de agua. Mi corazón musita hacia el misterio: vengo de dioses, puedo hacer la vida. ¡Y esta es la voz que hacendra nuestra tierra! Es aliento en mis labios por la señal de América. Es la resina que difunde el árbol; el copal de la vida, su voluta de esencia. En ella, para siempre, el salto del venado se adormece en el aire.
copal de la vida”, cuya esencia es alimento de los dioses,17 por “el salto del venado [que] se adormece en el aire” y por el suspenso que guarda su latido. En un plano metafórico el poema retrata un momento de la creación en que todavía no aparece el hombre. Las plantas y los animales –como lo sugiere el Popol Vuh en sus primeras páginas– ya están formados, tan sólo falta el instante supremo en que aparezca el ser humano, el vasallo y venerador de los dioses. No es extraño, entonces, que a este territorio virgen incursione el poeta, armado de palabras, para descubrir y, además, establecer las primeras señales sobre el mundo encontrado.18 La idea del símbolo o signo, según lo emplea Magaloni indistintamente, también tiene una explicación metafórica según la meta que él persigue: tomar de la antigüedad preamericana los elementos culturales y espirituales para engarzarlos con lo que aún preservamos de aquellos vestigios.19 Como se ve, la explicación de los autores nos ayuda a comprender por qué el símbolo que evoca Magoloni es un eslabón que permite restablecer una línea de identidad, una tradición, una comunidad de espíritu. En la siguiente etapa entramos al desvelamiento de un puñado de signos que habrán de dar más señales sobre la identidad americana:
Queda en suspenso el corazón del monte. [Signo, p. 13]
El texto abre con la voz del poeta que mira asombrado los símbolos, cuya energía representa el “renuevo” de su luz y el “fuego sin muerte”; elementos que se transfieren a sus poemas, sujetos al mismo afán luminoso y trascendental. En las siguientes estrofas la voz lírica predica sobre sí misma, “vengo de dioses, puedo hacer la vida”, y asume su carácter de creador-descubridor mediante la palabra: “Es aliento en mis labios/ por la señal de América.” Después del dinamismo que se aprecia en las estrofas centrales se vuelve a la quietud del tiempo inmóvil, representado por “el
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17 Se debe recordar que el humo de copal acompañaba los rituales religiosos prehispánicos, de ahí su fuerte simbología, (Cf. Yolotl González, Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica). 18 Como dato curioso en el Popol Vuh se dice que los dioses decidieron poner remedio al silencio imperante: “Y dijeron los progenitores: —¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde. Así dijeron cuando meditaron y hablaron en seguida. Al punto fueron creados los venados y las aves” (p. 25). 19 Sobre la etimología del símbolo comentan Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: “En su origen, el símbolo es un objeto cortado en dos, trozos, sea de cerámica, madera o metal. Dos personas se quedan, cada una, con una parte; dos huéspedes, el acreedor y el deudor, dos peregrinos, dos seres que quieren separarse largo tiempo... Acercando las dos partes, reconocerán más tarde sus lazos de hospitalidad, sus deudas, su amistad [...] El símbolo deslinda y aúna, entraña las dos ideas de separación y reunión: evoca una comunidad que estaba dividida y que puede reformarse. Todo símbolo implica una parte de signo roto; el sentido del símbolo se descubre en aquello que es a la vez rotura y ligazón de sus términos separados” (Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, op. cit., pp. 21-22).
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Mi tierra con señales alecciona mi paso. A cumbres me conjura. Me contagia su rumbo el nopal que alza en hojas huellas de pies en busca de infinito. Geómetra lo mismo que mis manos y delirio de índices el agave señala a todas partes. Camino entre las señas por el campo. Lo que me es dado en vértigo y círculos ha de tener alguna equivalencia sin forma, en el misterio. Para erigir el ansia de esta idea, oración de taludes, palabra de la piedra, trunco en el aire mi pirámide.
inmortales. Tal es el caso del nopal que, con rumbo contagioso, alza sus hojas para formar “huellas de pies en busca de infinito”, imagen esta de gran belleza porque las pencas simulan pisadas, y los rastros conducen por senderos diversos. También sigue la ruta cósmica el agave (o maguey) que con la abundancia de sus índices (metáfora de pencas con relación a los dedos de la mano) señala en abanico a todas partes.20 Este par de signos basta al poeta para identificar el campo mesoamericano que subyace en “oración de taludes”, o sea, dormido en el declive de sus propias colinas. Asimismo, la mención del campo entraña la idea de “lo bajo” frente a la altura, de ahí que el poeta diga: “trunco en el aire mi pirámide” y en consecuencia no alcance su vértice, incluso el nexo con la divinidad, representado por el águila,21 se disuelve en aire entre sus manos. En el poema se verifica la ascensión y la caída. Más adelante el poeta suspende su viaje para –mediante el establecimiento de un contraste– recordar su otro origen, cuya raíz se hunde en el mundo occidental. Ubica su voz en las naves europeas que traen consigo la “codicia” y el “sollozo”. El poeta reacciona con pesar por la consumación de los hechos y escribe: “Una parte de mí, que siente culpa,/ me impone su tormento// Una parte de mí he de purificarla”.22 La expiación supone el reconocimiento de los hechos históricos e implica la toma de conciencia para asumir una postura frente a lo ocurrido. Así lo expresa Magaloni en el siguiente poema:
No alcanzo el vértice: lo siento.
Subyace en todo este poema la idea ascensional: los objetos, las señales, apuntan a lo alto formando una imagen piramidal: símbolo emblemático de la civilización mesoamericana. En virtud de esta mirada “triangular” el poeta dice que su tierra “A cumbres [lo] conjura”, pero esas elevaciones generosas están respaldadas por otras señales que también apuntan a lo alto, o sea, al espacio donde habitan los dioses
Es interesante el parecido de las imágenes que emplea Salvador Novo en su poema “Viaje”, que data de su época vanguardista: “Los nopales nos sacan la lengua/ pero los maizales por estaturas/ con su copetito mal rapado/ y su cuaderno debajo del brazo/ nos saludan con sus mangas rotas”. (Antología personal. Poesía, 1915-1974, p. 81). 21 En la mitología prehispánica el águila se asociaba con el sol y, en general, con las divinidades celestes (Cf. Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica). 22 Desde luego esa culpa podría relacionarse con el carácter mestizo del autor, pues no pertenece al mundo que él recrea, pero a su vez quisiera integrarse a él para completar su identidad. Sobre este asunto Luis Villoro ha escrito líneas memorables, dice: “El indio está en el seno del propio mestizo, unido a él indisolublemente [...] Captar al indígena será, por tanto, captar indirectamente una dimensión del propio ser. Así, la recuperación del indio significa, al propio tiempo, recuperación del propio Yo”. (Los grandes momentos del indigenismo en México, p. 272).
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Queda un águila de aire entre mis manos. [Signo, p. 17]
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Cuatro siglos tapáronme un oído.
Hijo, sobre la tierra en que naciste
Al otro hablaron solamente
mira el látigo en alto, y mira al indio;
voces de mi distancia.
y no discutas nada.
¡Déjame, lluvia, oír mi otro silencio!
Del bien y el mal existen dos filtros, hijo mío,
Muere una voz de savia en mi costado.
no dos torrentes de argumentos.
Muere junto de mí, como la hierba
Agave de la tierra;
en donde yo me paro.
tu convicción asciende en savia:
Por devolverle la vida le doy más atención este momento
¡Cállate y crece con tus manos!
de escuchas; y ensordezco a mi distancia
[Signo, p. 23]
para erguir mi equilibrio. [Signo, p. 21]
En consecuencia, el poeta establece una dicotomía entre lo europeo y lo americano, ubicándose él mismo en el centro del drama. Debido a la lejanía del “Viejo continente” –recuérdese que su abuelo era italiano– él únicamente ha recibido información vaga; sin embargo esto se vuelve peor frente al mundo prehispánico, que ha permanecido ignorado por cuatrocientos años, lapso en que los mexicanos, pareciera decirnos, han evadido su historia. Por eso el poeta clama: “¡Déjame, lluvia, oír mi otro silencio!”, y esta decisión lo lleva a acallar lo europeo para atender el llamado de lo indígena. La voz esperada por fin aparece y reclama del poeta la conciencia y el sentido de justicia frente a la realidad del indio:
La exhortación de la voz, que podría atribuirse a la madre tierra, pareciera surtir efecto porque el poeta asume el concepto de justicia que, en ese ámbito, oscila entre lo bueno y lo malo, según la balanza se incline a favor o en contra del natural de América. Esta personalización de las realidades históricas lo lleva a asumir la mirada del otro cuando dice: “Con mis ojos de indio/ miro mis transparencias en el agua// [...] ¡Siento que somos agua de milenios!”. Y esta mirada compartida le permitirá asumir una hermandad cada vez más plena con los pueblos indios; fraternidad que se traduce, además, en un punto crucial de su viaje: Voy arribando a mí: soy un apremio. Dar. Es la seña de mis dioses. Ya en ocaso de afán la espera el mundo.
La voz que apunta el índice me dice: Y a distancia, la hoja
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de significados simbólicos será ampliamente explotada por el poeta:
mueve las bendiciones de la savia a la milpa sin dueño.
Una parte de mí llena el mañana. No del tallo es el grano, es de la milpa.
Algo me dijo la niñez del polen que vuelve en ecos la brisa:
Las nubes y los hombres
es de maíz la esencia de tus manos.
van pasando en el viento. Contempla el trigo que dispersa el viento Hija del sol y el agua
y el grano que se aprieta en la mazorca.
la caña ofrece el seno, la mazorca, a los labios del tiempo.
¡Este es el grano de los pueblos!
[Signo, p. 31] Lo sembraron los hijos de los soles
Simbólicamente el punto de arribo del poeta es a la esencia distintiva de los pueblos prehispánicos; llega a mirar la milpa y describe con fruición la mata del maíz: primero observa la hoja, después el tallo y por último accede a la pluralidad de la mazorca que se nutre de los elementos primordiales: agua y sol y, animada por ellos, provee la continuidad de los pueblos. Magaloni aprovecha la importancia del maíz para cifrar en él la identidad de toda una civilización. Reconoce la tradición mitológica derivada de su cultivo y aprovechamiento e instaura, para su placer preamericanista, la trivia de las grandes culturas de tendencia universal: la del arroz, la del trigo y la del maíz. El maíz, además de ser el sustento material, tendrá un carácter espiritual gracias a sus implicaciones en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos,23 y esta red 23 La creación del hombre es descrita en el Popol Vuh con estos términos: “He aquí pues, el principio de cuando se dispuso hacer al hombre, y cuando se buscó lo que debía entrar en la carne del hombre. Y dijeron los Progenitores, los Creadores y Formadores que se llaman Tepeu y Gucumatz: ‘Ha llegado el tiempo de amanecer, de que se termine la obra y aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra.’ [...] A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera
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en la inocencia de la sementera ¡No sabía ser madre de mazorcas la doncellez de la naturaleza! De enjambres de la noche los ojos de los indios meditaron la espiga del maíz: agua de sueño se ahincó en la tierra; irguió luceros. [Signo, p. 33]
Entonces el maíz se transforma en la carne del hombre americano, y su valor frente al trigo, “que dispersa el viento”, es permanente, por eso el poeta exclama jubiloso: madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres...” (pp. 103, 104).
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“¡Este es el grano de los pueblos!”. Luego Magaloni instituye una explicación de agricultor: el maíz no surge en la naturaleza por evolución, sino que es la mano del hombre quien le ha dado el ser mediante su “amansamiento” o cultivo constante, pues “¡No sabía ser madre de mazorcas/ la doncellez de la naturaleza!”.24 En este sentido, el maíz se enfrenta a la paradoja de ser hijo y padre del hombre y de la civilización mesoamericana; por ello se transforma en su máximo signo distintivo, como lo reitera Magaloni en este otro poema:
¡No lo concibe tierra sin esposo! Vuelvo al tiempo mis ojos: busco en vano otro pueblo que haya impuesto sus manos en el signo de crear su alimento. [Signo, p. 35]
De este modo, el poeta finaliza su incursión al mundo preamericano con la apertura del signo primordial que define toda una cultura y le informa de su esencia. Sólo le resta, entonces, asumir su entera integración a esa comunidad de espíritu descubierta; proceso al que accede cuando afirma:
Siento el misterio de los gérmenes. Eco de los acuerdos del origen, llega el coloquio de mis dioses
Ya he rezumado el tiempo con mi frente
a los enjambres de labranza.
bajo las ramas de la ceiba; Lo musitan los pares
y ha sentido mi afán que se recoge
las hileras del grano en la mazorca.
en la paz y el regazo de una madre. [...]
¡Quién dude que las cuente!
Es decir, el poeta traspasa el tiempo y se establece bajo la sombra protectora, y milenaria de la ceiba que, a su vez, le infunde la paz de la reconciliación con la cultura madre. Por eso, en el penúltimo poema de su recorrido se opera la fusión espiritual, al reunirse el camino y el caminante:
¡No hay otro grano de misterios! Hijo del sol, se reproduce si la mano del hombre lo desgrana.
Yo soy el tiempo y el horizonte: El dato resulta correcto, pues así lo han demostrado los estudios sobre el origen del maíz. He aquí las palabras de Alfonso Caso: “El maíz es una planta tan “humana”, si podemos decirlo así, que no puede reproducirse por sí misma y necesita que el hombre corte la mazorca, desgrane y siembre el maíz; por otra parte, no hay otra planta cultivada que muestre tal escala de variaciones en todos sus caracteres y esta abundancia de variaciones y la diferencia entre el antepasado silvestre y la planta actual, han llevado a pensar que probablemente el maíz es la planta más antigua cultivada por el hombre” (Alfonso Caso, “Contribución de las culturas indígenas de México, a la cultura mundial” en México y la cultura, p. 60). 24
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Si camino, caminan. Brillo en esta alegría; y en mi pecho siento que al sol entorna sus párpados de piedra el egoísmo:
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su garra se abre en pétalos, estrella. ¡Es la flor de milenios en mi cántaro! Siento que me difundo en todo, en todos. Lo siento, como el indio que caminó sobre su espíritu. ¡No se escapara el viento de la dicha! [Signo, p. 45]
Con este final gozoso termina el viaje del poeta; viaje que puede ser compartido por el lector bajo las convenciones de la construcción lírica porque en ella impera la sinceridad de una voz que realmente está interesada en escudriñar el pasado remoto con el deseo de compartir sus hallazgos. Si recuperamos el epígrafe que ha presidido esta exposición debemos reconocer que “Toda verdadera poesía supone necesariamente el lanzamiento de un mundo nuevo a la circulación, y la invitación más o menos expresa a embarcarnos en él”.25 Trasladada a su realidad contextual, la apuesta de Honorato Ignacio Magaloni se halla inmersa en una época preocupada por sacar del abandono a los pueblos indios, marginados desde la Conquista. En este sentido, Magaloni pertenece a un grupo de intelectuales posrevolucionarios que piensan en la redención del indio y para lograrlo elogian sus costumbres y manifestaciones culturales más reconocibles, con el propósito no sólo de redimir al indio sino también de integrarse ellos mismos en un concierto nacional más incluyente y habitable.26
En el ámbito de la política, fue durante el gobierno de Lázaro Cárdenas cuando se dio un impulso decidido a la mejoría económica y a los servicios de educación y salud para los pueblos indios. Por eso durante ese sexenio se repartieron tierras, se impulsó la agricultura a través de la creación de cooperativas y se procuró la enseñanza de los indígenas en su propia lengua.27 La personalidad de México, del México mestizo, era una idea que subsistía en el ambiente cultural de la época; idea que había cobrado fuerza, a partir del triunfo revolucionario, en los escritos de José Vasconcelos para quien la raza cósmica, o suma de razas, era el rostro más sincero y reconocible no sólo de México sino de América Latina.28 Dicha convicción animó los pinceles de los muralistas mexicanos que, con la venia del propio Vasconcelos, prepararon espléndidos murales en el Palacio Nacional a fuer de homenaje a la cultura prehispánica.29 Del lado de la antropología, el prócer de esta disciplina en México, Manuel Gamio, en su obra Forjando patria, hace un recuento de las oportunidades que se perdieron durante la Colonia y el primer siglo del México independiente para recuperar el legado indígena. De manera que incita, con ímpetu de herrero, a los intelectuales a asumir el reto: “Toca hoy a los revolucionarios de México empuñar el mazo y ceñir el mandil del forjador para hacer que surja del yunque milagroso la nueva patria hecha de hierro y de bronce confundidos”.30 Para Gamio este proceso de fusión de culturas, que lo mismo mezcla el hierro europeo que el bronce o el cobre indígena, también se extiende al arte, pues a sus
Pedro Salinas, Mundo real y mundo poético, p. 36. Luis Villoro comenta sobre este punto: “El indigenismo aparece como expresión de un momento del espíritu mexicano, en que éste vuelve la mirada sobre sí mismo para conocerse y descubre en su interior la inestabilidad y la contradicción”. La inestabilidad presente lleva al mexicano a la recuperación del
pasado, ya que “apropiarse el ayer significa, pues, hacerse de su propia realidad, recuperar una dimensión oculta de su propio Yo” (Los grandes momentos del indigenismo en México, pp. 275 y 282). 27 El credo del “Tata Lázaro”, como lo llamaban los nativos, quedó establecido en estas palabras: “Como expresé en reciente ocasión, nuestro problema indígena no está en conservar ‘indio’ al indio, ni en indigenizar a México, sino en mexicanizar al indio. Respetando su sangre, captando su emoción, su cariño a la tierra y su inquebrantable tenacidad, se habrá enraizado más su sentimiento nacional y enriquecido con virtudes morales que fortalecerán al espíritu patrio, afirmando la personalidad de México” (Apud, Tzvi Medin, Ideología y praxis política de Lázaro Cárdenas, p. 176). 28 Cf. “El mestizaje” en La raza cósmica, p. 12 y ss. 29 Cf. Jorge Albero Manrique, Arte y artistas mexicanos del siglo XX, p. 16 y ss. 30 Manuel Gamio, Forjando patria, p. 6.
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ojos las manifestaciones artísticas preamericanas no desmerecen los alcances del viejo mundo y “la unificación de criterios no ha de ser, como antaño, la entronización de los paradigmas estéticos occidentales sino un verdadero maridaje producto del acercamiento de uno hacia otro”31 Su convicción patriótica lo lleva a imaginarse una literatura nacional, atenta al sentimiento de toda una nación, y con peculiaridades propias. De este modo invita a los lectores “que se deleitan abrevando en fuentes extranjeras”, como los seguidores de Gutiérrez Nájera, Tablada o Nervo, a que pongan el oído en las palpitaciones del ser nuestro. ¿Cómo lograr esa literatura? Gamio responde que esto sucederá [¡nada menos!] “cuando la población alcance a unificarse racial, cultural y lingüísticamente”.32 Llegada a ese punto, “el alma nacional será entonces sensible a la belleza de esa literatura ya sea indígena o español, prehispánico o colonial el origen de los episodios o pasajes que despierten emoción estética”.33 Sobra decir que las meditaciones sinceras de Gamio, unidas al sincretismo etnológico de Vasconcelos y al fervor plástico de los muralistas, dieron cauce a un movimiento que recibió el mote de nacionalismo cultural y que, en sus extremos, derivó en realismo socialista que aspiró a diseminar en la obra literaria una dosis de compromiso.34 Pero a nuestro juicio la reivindicación de lo prehispánico excede a la confrontación ideológica entre marxistas e imperialistas, y arraiga en una tradición que parte de los estragos de la conquista, a cuya destrucción fueron sensibles fray Bartolomé de la Casas y fray Bernardino de Sahagún, entre otras mentes ilustres. Así, con todo y sus limitaciones, la literatura indigenista –y nos referimos aquí sobre todo al ámbito de la lírica– se abrió paso gracias a los trabajos de investigación que se llevaron a cabo sobre el mundo prehispánico. Por ejemplo, el padre Ángel María Garibay fue pionero en el estudio y la traducción de los manuscritos, reducidos 31 Agustín Basave Benítez, México mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez, p. 127. 32 Manuel Gamio, op. cit., p. 117. 33 Idem. 34 Cf. Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, p. 1459 y ss.
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a caracteres latinos, que se conservan a partir de las pesquisas de fray Bernandino de Sahagún. Garibay preparó a partir de estos materiales su Historia de la literatura náhuatl (1953,1954) y luego hizo una serie de traducciones que agrupó bajo el título de Poesía náhuatl (1964), publicadas en tres tomos por la UNAM. Siguió en este empeño su discípulo Miguel León Portilla, quien hacia 1956 publicó La filosofía náhuatl, luego su obra Literaturas precolombinas de México (1964), a la que siguió Literatura del México antiguo, de 1978. Por su lado la crítica literaria, a partir de los materiales puestos al día por algunos investigadores, se ocupó de la cuestión con mayor certeza. Fue el caso de Alfonso Reyes, quien hacia 1946 estudia la poesía indígena no tanto para ubicarla en una tradición sino como una manifestación cultural casi extinguida: Pertenece tal poesía a la etapa mítica de la mente –idea implicada en la emoción– que Vico ha llamado “la mente heroica”. Corresponde a aquella “barbarie” de que ya hablaba Baudelaire en las geniales anticipaciones de L’Art Romanesque, ejemplificándola con el arte mexicano, el egipcio y el ninivita: no barbarie por deficiencia, sino barbarie que, en su orden, alcanza la perfección, entre infantil y sintética; que domina los conjuntos bajo una visión subjetiva y fantástica; que es casi palpitación en el asedio realista de los pormenores [...]35
Luego habrá de observar que esta poesía, aunque amortajada “en el sudario de las lenguas indígenas” aún “inspira de lejos nuestra imaginación”;36 y acaso sea esta sugestión, o sentimiento de nostalgia, el incentivo al poeta para que preste atención a aquellos cantos bárbaros, que bien oídos, en mucho podrían ilustrar la barbarie presente. Entre los modernistas, tan afectos al viaje, casi no hay indicios de la poesía con alma indígena. Algunas huellas parciales se observan, no obstante, en Rubén Darío 35 36
Alfonso Reyes, “Letras patrias. De los orígenes al fin de la Colonia” en México y la cultura, p. 225. Ibid., p. 236.
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que en su poema “A Roosevelt” opone la herencia milenaria prehispánica y luego ibérica a la rapiña de nuestro vecino del norte. Ramón López Velarde, por su parte, apenas percibe el sollozar de las mitologías y con un par de versos de ternura se refiere a Cuauhtémoc: “Joven abuelo: escúchame loarte,/ único héroe a la altura del arte”.37 De su lado el poeta Rafael López escribe un poema a Netzahualcóyotl, el rey poeta, otro a Cuauhtémoc y, además, elabora una “Elegía azteca” en que recuerda a las “ásperas razas” “de profunda alma grave” que construyeron las pirámides de Teotihuacán.38 Todo esto pareciera confirmar que la mirada modernista sobre el mundo prehispánico aún no rebasa el pasmo del exotismo. Pero fue dentro de la prosa poética, o de marcada tendencia lírica, donde avanzó la propuesta de la poesía indigenista. En 1922 apareció La tierra del faisán y del venado, del yucateco Antonio Mediz Bolio, en que recrea, estiliza y decanta las leyendas prevalecientes del pueblo maya; obra que el mismo Alfonso Reyes aplaude porque recupera la voz regional “depurada y útil”,39 y con su ejemplo, desea el polígrafo, podría conjurar la aparición de otras propuestas a lo largo de la república.40 Otro autor que al parecer atiende este llamado fue Ermilo Abreu Gómez que con su poema en prosa Canek. Historia y leyenda de un héroe maya consagra su prestigio, merced al aplauso de algunos críticos de abolengo que vieron en su obra un suceso dentro de la tradición. En este sentido, Antonio Castro Leal opina que “Canek es uno de los libros en que una tradición histórica, como el agua que baja golpeándose de la montaña ha quedado en su más cristalina pureza”.41 En tono similar la encomia Enrique González Casanova, para quien “este pequeño libro misterioso, lleno de bondad y malicia, de dulzura y energía, deja en el lector una huella honda” en virtud Ramón López Velarde, La suave patria y otros poemas, p. 138. Cf. Rafael López, Obra poética, p. 77 y ss. 39 Cf. “Carta de Alfonso Reyes” en pres. a La tierra del faisán y del venado, p. 17. 40 Realmente hubo otras propuestas como fueron Los hombres que dispersó la danza (1929) de Andrés Henestrosa, Moctezuma, el de la silla de oro (1945) de Francisco Monterde. Asimismo, en la novela se habrán de mencionar El callado dolor de los tzotziles (1948) de Ramón Rubín y Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos. 41 Véase pres. a Canek. Historia y leyenda de un héroe maya, p. 7. 37 38
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de que en él “esplende desnuda la armonía más lograda”.42 Teniendo como telón de fondo este contexto, más el influjo de otros ejemplos aislados a lo largo del continente americano, es que nació y creció el gusto de Honorato Ignacio Magaloni por el mundo prehispánico. Incluso su afición por aquellas lejanas culturas puede apreciarse de manera continua en las colaboraciones que aparecen en su revista Poesía de América. En esta publicación abrió una columna llamada “Imagen de la poesía americana”, en la que diversos poetas vertieron su opinión sobre el asunto. Así, en el número de arranque Magaloni instruye su “Primera palabra” donde reafirma su credo poético y americanista: “Pensamos que la palabra es signo de la condición humana y que su más alta manifestación es la poesía. América es nuestra pasión y el porvenir del mundo nuestro guía [...] El verbo es vanguardia de toda realización gloriosa”.43 En otro número Magaloni considera que “la imagen de la poesía americana se está formando entre las manos de todos los poetas del continente”, y para reafirmar su fe se apoya en tres autores que lo avalan: Luis Cardoza y Aragón dice que “lo nuestro arranca con lo indígena”; mientras que Fernando Díaz de Medina indica: “Debemos acostumbrarnos a pensar que espiritualmente América no comienza en la Colonia sino en el tiempo mítico.”44 Pero dentro de este coloquio pro americanista Luis Alberto Sánchez parece elogiar de mejor modo el proyecto de Magaloni, con estas palabras de aliento: Si yo fuera poeta –expresa– sería mayista... Veamos el Popol Vuh como los judíos su Génesis, como los hindúes su Ramayana, es decir, desde un punto interno [...] hagamos el esfuerzo de pensar como los pobladores de nuestro continente el día que un grupo de hombres blancos desembarcaron de unas grandes piraguas [...] Hagamos el esfuerzo de desandar el camino de la rutina para ver si sorprendemos nuestro secreto profundo.45 Véase pról. a Canek. Historia y leyenda de un héroe maya, p. 11. Poesía de América, año 1, núm. 1, mayo-junio de 1952, p. 3. 44 Poesía de América, año 2, núm. 2, julio-agosto de 1953, pp. 67, 68. 45 Ibid., pp. 67-68. 42 43
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Pero será en un libro asombroso, Educadores del mundo. Mayas, toltecas, nahuas, quiches, quechuas, incas (1969), donde Honorato Ignacio Magaloni lleve al extremo su compromiso, y su afán reivindicador de las culturas amerindias. En esta obra ensayística trata en todo momento de dar prueba de la grandeza y aportes universales de los pueblos precolombinos frente a los alcances de la cultura europea; para ello analiza las relaciones intrínsecas de las lenguas mesoamericanas, con énfasis en el maya y el náhuatl, luego, mediante una serie de conjeturas nacidas del entusiasmo y de un cierto aire esotérico, encuentra que la lengua maya bien podría ser la madre de todos los idiomas existentes sobre la tierra.46 Desde luego, esta postura extrema –y acaso más propia de la pasión que del cálculo científico– nos muestra la actitud dinámica, temperamental y comprometida de un poeta singular, como fue Honorato Ignacio Magaloni. Su obra entera está marcada por el entusiasmo, sentimiento cercano a la posesión divina, que lo llevó a reunir la reflexión con el credo estético para entrambos apuntalar una causa. Si bien la causa es el sustento de todas sus búsquedas, Magaloni no escribió una poesía de compromiso en la que se subordinara el trabajo estético a los preceptos ideológicos.47 Su obra, en cambio, es coherente con su pensamiento, y esta correspondencia nos permite establecer una visión de mundo integral del autor. En este sentido, puede 46 Según Magaloni, el mismo Jesucristo aprendió el maya durante su estancia en el monasterio de Lassa en el Tibet; estancia previa a la predicación. Pero ¿cómo pudo suceder esto? Por la sencilla razón de que los mayas, según nuestro autor, formaron una cultura madre civilizadora en el entorno del Medio oriente. Las pruebas que aduce son que los símbolos del triángulo y la cruz fueron compartidos desde épocas remotas por las civilizaciones de ambos lados del océano. Escribe: “Ya hemos comprobado anteriormente que los mayas fueron los primeros culturizadores de la India, el Tíbet, Egipto, Babilonia, Acadia y Grecia. Está establecido históricamente que la ciencia-religión conocida por Cristo en Egipto, la India y el Tibet era maya” (Educadores del mundo. Mayas, toltecas, nahuas, quiches, quechuas, incas, p. 77). 47 En torno a la personalidad y la obra de Magaloni, escribe Alejandro Avilés: “Si al tratar de otros poetas es posible prescindir de sus ideas estéticas para avalorarlos, tratándose de Honorato Ignacio Magaloni habrá que considerar todo el conjunto de su pensamiento, o por mejor decir, las grandes líneas que lo informan. Y es que Magaloni es un hombre de una pieza, un hombre en el que la vida y el arte constituyen un todo compacto”. (“Magaloni, poeta castellano de la herencia india”, en Revista de la Semana de El Universal, 19 de abril de 1953).
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decirse que sus dos pasiones, el gusto por la poesía y la cultura prehispánica, crecen en paralelo y se fecundan mutuamente a lo largo del tiempo. Como ya apuntábamos más arriba, de un lado Magaloni se acerca a la lectura de los clásicos hispanoamericanos y de vanguardia, frecuenta a Darío y a los modernistas en general sin aceptar su influencia más que en los poemas de juventud. De Federico García Lorca asume el ritmo del Romancero, su gusto por la velocidad y el colorido de sus imágenes y las aplica, más que a la mitología lunar y trágica del pueblo gitano, al paisaje de colores vivos, de ruinas victoriosas y de ecos milenarios de la península yucateca. Sin embargo, la influencia de Lorca es desechada por Magaloni para intentar un nuevo tipo de poesía más cercana a sus propósitos estéticos y reflexivos. Paradójicamente un poeta que busca recuperar lo autóctono mira el pasado con los ojos de la vanguardia y no de la tradición. Este rasgo vivifica y enaltece la obra de Magaloni porque apoya su causa no sólo en un conjunto de ideas más o menos valiosas, sino que las apuntala con una poética personal. La confección de esta poética supone la austeridad discursiva, el rechazo a los afeites retóricos con la consiguiente proscripción del adjetivo, el apremio de las imágenes como un recurso no solamente plástico, sino de pensamiento que habrá de evitar la “digresión” y la reflexión política o filosófica per se. Por último, la obra de Magoloni pese a su escasez también resulta meritoria por su inserción en el debate indigenista propio de la cultura mexicana posrevolucionaria. Desde luego, un problema de estas dimensiones no admite respuestas totales, y menos desde la poesía lírica, aunque su voz expone un testimonio de valentía frente al universalismo paneuropeo que, con mirada unilateral, había asumido buena parte de la cultura mexicana.
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HONORATO IGNACIO MAGALONI Polvo tropical, Stylo, México, 1947. Oído en la tierra, Stylo, México, 1950. Signo, Cuadernos Americanos, México, 1952 (núm. 20). “Mural del tiempo” en Poesía de América, año 1, núm. 6, México, D.F., marzo-abril, 1953, pp. 54-61. “Edades” en Poesía de América, año 2, núm. 3, México, D.F., septiembre-octubre, 1953, pp. 40-43. Ocho poetas mexicanos [antología colectiva], Ábside, México, 1955. Poesías, pres. y selec. Rubén Reyes Ramírez, Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, 1996. OBRA EN COLABORACIÓN (Con su hermano Humberto Magaloni Duarte) Horas líricas, Guión de América, México, 1944. ENSAYO Educadores del mundo. Mayas, toltecas, nahuas, quiches, quechuas, incas, Costa-Amic, México, 1969. CRÍTICA A LA OBRA LÍRICA DE HONORATO IGNACIO MAGALONI Barajas, Benjamín, “Honorato Ignacio Magaloni: entrevista con Dolores Castro”, México, D.F., junio de 2005. Reyes Ramírez, Miguel, “Presentación” en Honorato Ignacio Magaloni. Poesías, Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, 1996, pp. 17-56.
APÉNDICE (CANCIONES)
apéndice de canciones
Asomó de pronto el sol; un rayo dorado como un pajarito, volando bajito el monte cruzó. Y asomó de pronto el sol. Levántate pronto que los regalitos, llenos de lasitos hoy son para ti. Y asomó de pronto el sol. La curva del monte sobre el horizonte parece un bisonte cargando un farol. Y asomó de pronto el sol. levántate pronto que los regalitos llenos de lasitos hoy son para ti.
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apéndice de canciones
Aunque en mis cabellos asome la plata, ante la tristeza del envejecer, todavía quedan hojas en la mata; nada es imposible, todo puede ser. Me pase la vida probando veredas, el camino franco no lo pude hacer; pero aun es hora de las alamedas, nada es imposible, todo puede ser. Pudiera en caminos abrirse la fronda, pudiera una aurora gloriosa nacer, un torrente darme su cascada blonda; nada es imposible, todo puede ser.
Contemplando a las mestizas que alegres vienen y van en el fondo de mi alma se ilumino Yucatán. Para darle a la jarana con pases de eternidad hay que contarle al mañana, eso que ayer fue verdad. Eran las albas mestizas, de apretado zapatear, como grupos de palomas preparándose a volar. Eran los fuertes mestizos, sus parejas al rondar con el pecho hacia adelante y los brazos hacia atrás. Y mi tierra los veía muy alegres guachapear. Y al recordar esos tiempos sentí ansias de llorar y en el fondo de mi alma se ilumino Yucatán.
Los nidos a veces de pronto revientan; Dos píos, dos cuellos que se alzan a ver. Los años no existen, los minutos cuentan, Nada es imposible, todo puede ser.
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Cuando pienso que solo en serafines sueña tu ingenuidad yo quisiera llevarte a los confines de la felicidad, donde la noche, en tu balcón de plata, un rubio serafín te lleve la inefable serenata de Guty o Palmerín. Donde la luz del alba te circunde y el aire matinal con su blancura perfumada inunde tu pecho virginal. Donde las rosas porque tu alma es buena, adornen tu balcón y yo pueda en tus brazos de azucena dejar mi corazón.
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Cuentan que en el silencio los espíritus de los difuntos indios del Mayab se congregan a veces en las ruinas de su antigua y fantástica cuidad. Semejante a un murmullo entre los árboles, que con el tiempo son ancianos ya, se escucha en el silencio de la noche su misteriosa voz de eternidad, Sólo la luna en la región divina se eleva como un símbolo fatal. Y en las lóbregas ruinas los espíritus se postran tristemente a sollozar.
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apĂŠndice de canciones
Hay en el fondo azul de tus pupilas Una radiosa floraciĂłn de perlas, Cuando mi amor se inclina a recogerlas Se hunden como en un mar de aguas tranquilas. Tus ojos y los mares en el fondo Guardan sus transparencias y espejĂsmos, Brillan llenos de perlas los abismos Los quiere uno coger, y estĂĄn muy hondo.
De su casa al templo la mestiza pasa y lleva un ejemplo del templo a su casa; lleva entre las flores de su blanco hipil, rosas de colores gallarda y gentil y el sol que matiza pueblito y plantel pone la cobriza nota de su piel y a manera de una sagrada vestal se lleva la luna en su delantal. De su casa al templo la mestiza pasa y lleva un ejemplo del templo a su casa...... ....
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apéndice de canciones
Soñé que una garza blanca se me fue del corazón con el pañuelo de lino con que me dijiste adiós. Soñé que al irse decía, en su mágico volar, que el amor cuando se aleja ya no vuelve nunca mas.
Y salió de pronto el sol. Y un rayo dorado como un pajarito, volando bajito el monte cruzo. Y salió de pronto el sol. Levántate pronto Que los regalitos Llenos de lacitos Hoy son para ti.
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oído en la tierra Obra poética Honorato Ignacio Magaloni edición
Benjamín Barajas
terminó de imprimirse en los talleres de Ediciones del Lirio, S. A. de C. V., Azucenas 10, col. san Juan Xalpa, Iztapalapa, tel. 5613 4257, en enero de 2013. La edición estuvo al cuidado de Benjamín Barajas y Honorato Ignacio Magaloni. La tipografía es de Gustavo Peñalosa Castro. Se tiraron 500 ejemplares en papel Kromos ahuesado de 90g.