niños guias

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Agroturismo como oportunidad

Un grupo de visitantes llega a la comunidad de Cayimbaya para pasar un fin de semana de acampada, cosechas y paseo por los senderos entre los sembradíos y riachuelos al pie del Illimani, el glaciar de 6.460 msnm, que es un ícono de la ciudad de La Paz, Bolivia. De pronto, de manera espontánea e inocente un grupo de niñas y niños del lugar se sienta cerca y, con suma curiosidad, miran todo lo que les llama la atención como las coloridas carpas con mecanismos variados que los visitantes arman para pasar la noche y ríen viendo los pintorescos platos, ropa o corte de pelo de sus perros.

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Luego, durante las caminatas, los niños y niñas acompañan en menuda comitiva al guía turístico designado, pero como perciben que los visitantes fotografían ciertas cosas, se animan a comentar tímidamente que las grietas del camino son nidos de pájaros, que el aroma delicioso que emerge es de plantas medicinales o que las marcas desapercibidas son de fauna silvestre, y señalan a qué ave pertenecen las plumas caídas en el suelo. También responden preguntas a veces sin poder encontrar las palabras exactas para explicar, ocasionando sonrisas de ternura en los turistas. Luego se les ve correr, compitiendo entre ellos para llegar a la cima y desde allí observan cómo los visitantes suben la montaña tan lento, cómo se asustan de los bichos, se toman selfies junto al agua que cae o se expresan asombrados por el paisaje.

Más tarde cuando se sienten en confianza, ofrecen su ayuda para cargar mochilas, enseñan a reconocer el maíz maduro, a agarrar correctamente la picota a quienes cosechan papa por primera vez y a cuidarse del itapallo, la ortiga y otras plantas urticantes.

Eventos similares ocurren también en los otros destinos agroturísticos de la Red Polinizar, como Choquecota, Retamani, Chivo, Chusicani, Trapicheponte y varios más en La Paz, que van desde cumbres nevadas hasta las puertas de la Amazonía, que no son destinos turísticos habituales y al no recibir frecuentemente visitantes, no tienen los servicios convencionales mínimamente requeridos.

Aun así, el agroturismo es una de las maneras para conocer territorios insospechados a los cuales pertenecemos incluso sin saberlo. Además nos permite rescatar y poner en valor el conocimiento ancestral heredado a través de la relación intergeneracional de producción que ocurre en la agricultura familiar, que nos hace imaginar una casa de campo con la mamá ordeñando, el papá arando, los niños poniendo la semilla en el surco, las niñas en la rama más alta sacando las frutas, el abuelo trayendo leña, la abuela moliendo el grano. Es decir, en una visión más amplia, los menores aprenden de sus mayores cada tarea desempeñando roles de acuerdo a la edad, que les permite desarrollar una variedad de destrezas y habilidades desde pequeños y que se transforman en potenciales económicos con distintas derivaciones, una de las cuales es poner todo este escenario en valor agroturístico para luego, idealmente, convertirlo en patrimonio.

En cada una de las experiencias agroturísticas hemos podido apreciar a niños o niñas de 7 años demostran do experiencia y capacidad en el manejo de la pala, en su manera de trepar a la rama más alta, enlazar el caballo, remar con estilo propio además de desatas car el bote, armar las trampas para espantar a los loros que se comen el maíz, reconocer las huellas de zorro, oso y dominar el machete que mide un metro para cortar las matas despejando el sendero, más altas que ellos.

De esta forma nace una necesidad profunda de valorar y reconocer el conocimiento de la infancia rural como estratégico para reconfigurar esa autoestima tan baja que existe en el campo que predispone a los latinoamericanos desde la crianza a la migración del campo a la ciudad y del sur al norte. Si bien migrar resulta saludable para una educación integral, fortale cer a quienes deciden establecerse en su comunidad de origen o a quienes tienen en sus perspectivas de vida el retorno a sus raíces, es fundamental para que no olviden ni desprecien sus conocimientos natura les. Aquí es donde el turismo puede jugar un papel clave, porque al ser económicamente rentable, perfila esa mentada sostenibilidad si se consigue incorporar en la base, un activismo ambiental objetivo.

Dicho de otro modo, si ponemos el caso del guiaje como uno de los servicios turísticos factibles para la infancia y adolescencia, se potencia un proyecto productivo merecedor del respectivo reconocimiento tanto económico como formativo y certificable, ya que de todas formas ellos y ellas trabajan otorgando su cuota en la fuerza productiva que hace girar la economía campesina de forma dinámica.

A todo esto sumamos la tarea que es probablemente la más importante en tiempos de crisis climática, referida a la necesidad de proteger los ecosistemas rurales tanto biológicos como culturales para que incrementen su importancia y coticen en la escala policromática de valores que los imaginarios turísticos construyen en sus ofertas cada vez más complejas, que se debaten entre riesgosas contaminantes y prometedoras ecologistas, dependiendo de qué pesa más en los principios emprendedores. Esto representa una oportunidad en la infancia para formar personas responsables con la naturaleza, pero también desafía a la sociedad con retos que exigen políticas públicas cruciales.

Diseño y diagramación sebastianbarbosa.com

Imágenes Katherine Fernández pexels.com

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