Relato de ficción Cámaras de gas para catalanes A. J. Plaza

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RELATO DE FICCIÓN

RELATO DE FICCIÓN

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CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES

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CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES

El autor RECHAZA cualquier tipo de violencia, así como CUALQUIER discriminación por raza, sexo, religión u origen. Con este relato no se pretende incitar al odio. No está recomendado para MENORES de 18 años. Se trata de una comedia de FICCIÓN. Y si no te gusta, jódete imbécil. Buenas tardes.

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CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES Alejandro J. Plaza Tengo miedo a morir. Tengo miedo de qué pasará el día en que me muera, cuando se apaguen todas las luces. Me aterroriza pensar que no puedo escapar de ello, que estoy condenada irremisiblemente a perecer en algún momento. Qué putada. Vivir para morir después. Todos tenemos que morir. Ahora estoy viva, sé que estoy viva, pero cuando me llegue la hora moriré, igual que tú. No es posible huir de este destino fatal. Nos dirigimos a él desde que nacemos y no podemos bajarnos. Tan solo disfruta de las vistas y aprovecha los buenos ratos. ¿Moriré sufriendo? ¿Padeceré una lenta agonía? Ahora me asusta, me acojona, pero antes no. Antes me daba igual morir, me daba igual todo. Lo único que me importaba era el impacto de mis publicaciones, triunfar sobre los demás, sobre mí misma, sin reparar en otra cosa. Después de todo lo que pasó, es curioso que todavía recuerde el día en que llegué a Catalunya por primera vez. Aterricé en los restos de una Barcelona carcomida por la guerra que cumplía ya dos años lapidando la región. Era extraño estar forzada a recorrer una distancia tan corta por aire, pero las vías de comunicación terrestres ya no eran seguras. Atrás dejaba una carrera meteórica de grandes éxitos de mierda en la televisión. Infiltrados, Reportera barriobajera, En el coño de la violada, donde mezclamos periodismo y medicina al utilizar cámaras endoscópicas, Territorio brutal y El peligro del cambio político. Un mes antes un policía al que entrevisté se había suicidado. Le convencí para que me contara cómo hacía la vista gorda para no detener a inmigrantes sin papeles, pero le grabé con cámara oculta y destapé su corrupción. Poco después le despidieron, le condenaron a prisión, su mujer le dejó y perdió la custodia de sus hijos. Fue en su celda donde se practicó un harakiri con una desgastada cuchilla oxidada. Gracias a Dios conseguí las imágenes de la graciosa escena de su patetismo. Me sirvió en vida, y en muerte. 4


RELATO DE FICCIÓN Salí del avión militar escopetada y parapetada por un grupo de cascos azules que, sinceramente, no sabía a qué iban allí, aparte de dar vueltecicas y tocarse los cojones. Al principio pensé que corríamos por las bombas, pero luego caí en la cuenta de que lo hacíamos por la lluvia. El aeropuerto era un largo edificio oscuro con el nombre de Barcelona escrito en letras doradas, con la salvedad de que faltaban las dos as, la l, la r, una o, una c, una b, una e y una n. Aparte de eso, podía leerse perfectamente. La construcción había sufrido algunos daños y se sostenía como una Jenga. Al fin y al cabo lo que importaba era la pista despejada. Allí me esperaba Beneyto, mi camarógrafo, muy poca cosa, con un jeep de no sé qué marca. –¿Carla? –asentí– ¡Bienvenida al infierno! –Me sonrió. –Corta el rollo gilipollas. –Me di cuenta de que quería comerme el coño desde el primer segundo. Antes incluso. Desde lejos–…no serás un catalán de mierda –insinué. –No, no. Soy valenciano. –La misma puta mierda. Pero bueno. Me servirás de traductor. –Y de lo que me diera la gana. Nos subimos en su todoterreno de, no recuerdo qué color, quizá gris, quizá azul marino, a quién le importa, y tomamos la C-32b dirección a la terminal 1. Mientras Beneyto me explicaba que nos dirigíamos a un hotel para periodistas llamado simplemente W, me quedé mirando tres señales blancas que rezaban Benvinguts, Bienvenidos y Welcome. Seguidamente pasamos una escultura metálica roja. Una de esas figuras estiradas y cubistas que parecía representar a Don Quijote. Hoy sigo sin saber qué era aquello, pero pensé “tanta mierda de independencia para tener un símbolo castellano nada más entrar”. No sé, me pareció que todo estaba en calma. Menuda mierda de guerra, me dije a mí misma. Son estupideces que se quedan en la memoria. Dicen que tenemos memoria selectiva, y sin embargo no puedes elegir qué retienes en ella. Y a veces, guardamos gilipo5


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES lleces, como la imagen de aquel cartel de carretera que señalaba en color azul Barcelona, fíjate si me acuerdo, con un cuadrito rojo donde ponía C-31. Todavía puedo verlo. Seguimos por la autovía dirección Barcelona Port, dejando el Prat de Llobregat a la derecha y tomando la ronda litoral “Mercabarna”. No había nadie en la carretera, ningún coche. Pasamos por delante del gran edificio de una conocida empresa de trajes de novias repleto de cristaleras. Estaba vacío e intacto, como si no estuviera allí realmente. Después de un buen rato nos cruzamos con un tanque del Ejército español yendo en dirección contraria. Más adelante una mujer andando sola por el asfalto. Todo en calma. Habíamos dejado atrás Hospitalet, donde asomaban algunas columnas de humo y pudimos ver el Montjuïc ardiendo. Lo pasamos velozmente y empezamos a vislumbrar el puerto con contenedores abandonados y algún barco semihundido. Me percaté de que Beneyto me había estado hablando durante todo el trayecto pero no le escuchaba. Después de ver aquel incendio me llamó la atención una dotación de bomberos fantasma en la que colgaba un cartel que sentenciaba “rescatem persones, no bancs. Bombers de Barcelona cremats”. Tenía gracia porque, probablemente, acabaran así. Estaba pensando en ello cuando el idiota de Beneyto dio un frenazo repentino. –¡Un control! –exclamó nervioso. Nos detuvimos frente a una espaciosa rotonda adornada por unos grandes anillos olímpicos, desde la que se divisaba cercana la enorme columna del monumento a Colón al frente y una gran torre metálica en dirección al puerto que me pareció un poco desfasada. Allí había un tanque y unos soldados del Ejército español. Delante de ellos una fila de mujeres catalanas, desnudas y a cuatro patas, estaban siendo violadas en un extraño juego perverso en el que los soldados reían, cantaban y daban saltitos de un extremo a otro de la línea como si fueran niños pequeños, pasando por detrás de los traseros sucumbidos. –Ahora te toca a ti, te toca a ti, te toca a ti. Ahora me toca a mí, me toca a mí, te toca… ¡a ti! –Y cuando terminaban la canción, 6


RELATO DE FICCIÓN tomaban a la catalana que tuviesen delante. Beneyto salió del coche para ver si nos dejaban pasar, pero no le hacían mucho caso. Uno de los soldados empezó a increparle y Beneyto se acobardó. –Aquí no queremos periodistas de mierda. Largo. Dais la puta vuelta y os buscáis la vida –amenazó el joven militar. –Si queréis podemos hacer nuestro trabajo aquí y os sacamos por la tele haciendo vuestro “jueguecito” –intervine. –¡Hostias! Carla Romero. La Reportera barriobajera –Me reconoció– ¿te has traído la cámara esa democrática?¿Se la metemos a estas, a ver qué sale? Te podrías sorprender. –Prorrumpió a reír socarronamente. –No, gracias. No me gustaría manchar la cámara endoscópica con esas putas catalanas. ¿Nos dejas pasar cariño? –Claro que sí joder. –El joven militar habló con uno de sus superiores. Su sargento estaba ocupado con el arte de la violación callejera y le dijo que sí para que no le interrumpiera. Salvado el obstáculo, atravesamos la rotonda de la altiva estatua de Colón. En ese punto ya podíamos ver a lo lejos la silueta del hotel W, tras la dársena del puerto. A partir de ahí, la destrucción era más evidente. Había muchos coches desguazados, entre ellos, esos taxis color de abeja, cristales rotos, ropa sucia por el suelo… El primer cadáver lo vi antes de llegar al hotel. Era una niña catalana mutilada encima de un capó, con las bragas rotas. Alguien la habría violado, antes o después de muerta, pero sinceramente me llamó más la atención la…escultura, por llamarla de alguna forma, de una especie de gamba. Creo que eso fue lo más horroroso que vi en la guerra. Era cutre a más no poder, el colmo del mal gusto. Viramos hacia el paseo Don Joan de Borbó, comprobando que el Palau del mar había sido bombardeado. En realidad toda aquella zona estaba en bastante mal estado.

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CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES –¿Seguro que esta zona es segura para periodistas? –le pregunté a Beneyto. Precisamente su anterior compañero había sido tiroteado y aquella era la razón por la que yo estaba allí. –Sí, claro –Se apresuró a contestar–.Verás, lo que ha ocurrido aquí es que… –Vale, no te enrolles –le corté. Volvimos a pasar junto a otra de esas extrañas torres metálicas. Me pareció una auténtica birria. A medida que nos aproximábamos, podía apreciarse la grandeza del hotel W. El hotel vela, así lo llamaban, era como la gran tela que forma parte del velamen de un barco de ensueño. El hotel W se presentaba como un reflejo quimérico en medio de la mediocridad. Sus cristaleras, delineadas por incontables rectángulos y cuadrados diminutos, reflejaban el cielo como un espejo retrovisor, y revertían el color del momento del día, un atardecer rojizo o un cielo azul perfecto con nubles blancas relucientes, además del estado de ánimo del tiempo. A través de su pantalla de cristal también se dibujaba la playa de la Barceloneta y la curva de su silueta plagada de diversión y vacaciones. Ese día sólo proyectaba el horror de la guerra. Tras orbitar una rotonda que el idiota de Beneyto hizo correctamente, pese a no estar vigentes las normas de circulación, un reguero de palmeras nos guió hasta la entrada del parking subterráneo del hotel. Desde aquel ángulo, el hotel vela exhibía su borde a modo del lomo de un libro grueso, uno de esos tostones, con dos grandes uves dobles en las mejillas. En mi opinión, sobraba el edificio cuadrado de delante, de cuya necesidad logística no dudo, pero jodía la aerodinámica. Entramos cargados con el equipo y me detuve a contemplar las dimensiones del hall del hotel. Una gruesa franja roja con puntitos blancos se elevaba protuberante en la entrada para estar presente en varios pisos. Entre las idas y venidas de otros periodistas me imaginaba el lujo y el vanguardismo exquisito que otrora tuviera el complejo, entonces convertido en un centro de conexión y resguardo para corresponsales de guerra. Pasamos junto a una 8


RELATO DE FICCIÓN mesa donde se esparcían tres reporteros, que más bien se asemejaban a mendigos con cámaras colgadas del cuello. Beneyto me presentó como su compañera en el canal y me apresuré a saludarles y a sentarme. Así es como conseguí que él se ofreciera a llevar mis bártulos a la habitación. Peto, Juanjo y Elsa, así se llamaban, se descojonaron con complicidad de mi camarógrafo y le pidieron una ronda de birras para traer a su vuelta. –Vaya, parece que empiezan a considerar esto “Territorio Brutal” – me lanzó venenosamente Elsa, aludiendo a uno de mis programas– ¿te has traído la camarita de tubo? Lo digo porque con tanto semen y desgarramiento vaginal, aquí te vas a poner las botas con tus entrevistas…a pie de coño –se burló mientras los otros dos se partían de la risa.Yo también reí un poco, para encajar mejor el golpe. –Bueno, veo que tengo seguidores por aquí –le respondí. –Claro. Tú debes tener fans en todo el mundo gracias a tu calidad periodística. –Los otros dos siguieron riendo. –Si tú lo dices… ¿sabes? Me he traído la cámara endoscópica. –¿En serio? –respondió Elsa entre carcajadas. –Sí. Quería venir aquí para sacar auténtica mierda. ¿Me dejas probar en tu culo? –Elsa sonrió un poco, para encajar mejor el golpe, y los otros dos se rieron tanto que parecían estar en un club de monólogos en lugar de en una guerra. Ambos jalearon como si estuviesen en el instituto y Peto trató de poner orden. –Chicas, chicas. No os peleéis, sino tendré que cubrirlo jeje. A ver Carla. ¿Para cuánto tiempo has venido a la ciudad condal? –Este tío también quería follarme. Lo noté en su primera mirada, como con Beneyto, pero sin ser tan pusilánime. Sus ojos oscuros de morenazo macarrilla intentaban penetrarme a pelo. Me hubiera follado allí mismo, encima de la mesa y delante de los demás. Lo sabía, y 9


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES más tarde lo admitiría. Preferí ser amable, ya que Peto podría ser un gran aliado, y un gran follador. –No lo sé exactamente, pero no por mucho tiempo. Tengo otros conflictos que cubrir por el mundo –Los tres asintieron sonriendo en plan “qué te has creído puta zorra”–. Pero no me gustaría irme sin sacar algo fuerte. –Joder, pues aquí te vas a hinchar nena –interpeló Juanjo. Un hombre canoso con gafitas a quien le esperaba una familia en casa. Nunca más les volvería a ver– cada día caen sólo en Barcelona de 50 a 200 bombas diarias, por no hablar del resto de Catalunya. Tengo imágenes de madres e hijas catalanas abrazándose…a la vez que arden. Cadáveres de niños los que quieras. Si te interesa… –Yo tengo vídeos del interior de las cámaras de gas para catalanes –reconoció Elsa– de hecho tengo uno con el traje y la máscara puestos mientras los están gaseando. Se escuchan los gritos de agonía y desesperación. Buenísimo. –Mira que te gusta ese vídeo. Se ha puesto el audio de melodía en el móvil –dijo Peto mirándome– escucha Carla. Si quieres algo fuerte, yo les puedo pasar algo bueno a tus jefes, a un módico precio, claro. Tengo, tengo la camisa negra –Bailoteó y echó una mirada a los demás para hacerse el interesante–. En serio.Tengo un vídeo de unos soldados castellanos obligando a un abuelo catalán a violar a su nieto. No sé qué edad tendría, muy poquitos. Después obligaron al padre, y también se lo follaron los propios soldados, vamos, se hace una bacanal con el niño…hasta yo me lo follé. Un vídeo impactante y excitante al mismo tiempo. –Era un niño muy provocador –aseveró Juanjo. Como vio que no le echaba mucho interés, Peto siguió intentando venderme la moto. –Pero tengo más eh. La violación de niños catalanes ha proliferado mucho con la guerra. Se ha montado un auténtico negocio, como 10


RELATO DE FICCIÓN el vídeo que va circulando por whatsapp, ese de una niña que se la come a todo un regimiento y después la monta un caballo. La jinete inversa la llamaban. –No me interesa el porno infantil. Quiero algo más fuerte –le respondí. –¿¡¡Más fuerte que el porno infantil!!? Joder. Esta tía va a saco. – Estuvimos durante un buen rato intercambiando vídeos y fotos de catalanes siendo fusilados, mutilados, empalados o partidos de fútbol de las tropas españolas con catalanas embarazadas, mientras Beneyto nos traía las copas que le pidiésemos y hacía las veces de camarero improvisado. El resto de periodistas entraban y salían. Alguien vino y dijo: –Chicos, hay una ejecución de catalanes en el puerto. Aquí, a la vuelta de la esquina. –¿Ejecución? –cuestionó Peto algo ebrio– bah, más visto que revisto. Que los fusilen a todos, o mejor, que les corten el cuello con un cuchillo de plástico. ¡A nuestra salud joder! –Brindamos y seguimos bebiendo, riendo e imitando los gritos y llantos de sufrimiento de los catalanes.Tenían una forma de suplicar muy graciosa y entretenida. Fueron pasando las horas y aquello se iba vaciando de personal. Estábamos en el momento de las rayas, chupando deneís. Juanjo estaba ajustando una gomilla en el brazo de Elsa y Peto quemaba la cuchara.Yo llevaba un colocón que no me dejaba moverme, y aún así, pude notar algo raro. No había nadie salvo un reportero que jalaba cinco o seis cámaras encima, dispuesto a salir por la puerta. –Ey. ¿Qué pasa? ¿A dónde va todo el mundo? –pregunté curiosa. El reportero se paró justo antes de salir de recepción y nos echó una mirada reprobatoria por encima de las gafas. –Van a bombardear el hotel. Lo llevan diciendo mil horas por mega11


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES fonía, drogatas de mierda. – Y se fue. Nos levantamos propulsados de la silla y salimos corriendo hacia el aparcamiento subterráneo. Afortunadamente Beneyto ya había recogido el equipo de todos, si bien nos dejamos nuestra ropa en las maravillosas habitaciones que nunca vi. Nos dividimos en dos coches, Beneyto intentó conducir el mío pero le aparté de una bofetada, y arrancamos a tal velocidad que saltamos en la rampa del parking. Tomamos de nuevo el paseo Don Joan de Borbó para salir de allí, pasando a gran velocidad por el reguero de palmeras y por delante de aquella torre birriosa que parecía un tanque de agua, pero un estruendo nos detuvo. El bombardeo se había iniciado en la Barceloneta y el paseo estaba cortado. Era imposible continuar y no había salida hacia la otra parte. Paramos los coches en paralelo para poder hablar. –¿Qué hacemos? –inquirí a Peto, el conductor del otro coche. –No hay salida hacia la otra parte del puerto. Y si nos quedamos aquí vamos a terminar chamuscados. –Pues algo hay que hacer –le exigí. –A ver. Hay que cruzar la dársena para llegar a la otra parte del puerto. –Si encontramos un barco y lo hacemos funcionar… –planteó Juanjo. –Podemos pasarnos la vida así, sería lo mismo que ir nadando. No nos dará tiempo a escapar. ¡Estamos atrapados joder! –desesperó Peto. –¿Y si tomamos el teleférico? –sugirió Beneyto, acercándose a mí para que le oyeran desde el otro coche. –Cállate imbécil. Estamos hablando los mayores. –Le empujé para que se estuviese quieto en su asiento de copiloto. 12


RELATO DE FICCIÓN –¿El teleférico? –cuestionó Peto– pero el servicio no funciona hombre. –Sí que funciona. Podemos llegar hasta el Montjüic –insistió Beneyto. –Que te calles coño. –Le pegué con la mano en la boca. –Espera, espera. Puede servirnos. Vamos a la torre Sant Sebastià –sentenció Peto. Sí, en efecto, aquella torre metálica birriosa que parecía un tanque de agua era un teleférico que conectaba con la otra torre que había visto cerca de Colón. Abandonamos los coches aparcados de cualquier manera frente a este mostrenco férreo. Sorprendentemente, el ascensor todavía funcionaba, y al llegar a la cima, Beneyto se enfrentó al cuadro de control, pero resultó que no tenía ni idea. Me lo imaginaba, pensé, y durante el tiempo que estuvo hallando el modo de activar el mecanismo, me introduje en lo que parecía un restaurante en las alturas. Me dispuse a robar comida para subsistir durante los próximos días, pero no encontré nada. Abriendo uno de los armarios, escuché el sonido de unos pasos tras de mí. Levante las manos y me di la vuelta. Era un francotirador. Me hizo señas para que me reuniera con los demás. –Què feu ací? Castellans de merda… –nos interrogó una vez nos tuvo a todos a tiro. –No dispare per favor –rogó Beneyto– Som periodistes valencians i volem anar cap al Montjüic. –El francotirador nos miraba con asco, dudó durante unos segundos y miró fijamente a Beneyto. Señaló el teleférico con un movimiento seco de cabeza y se marchó hacia el cuadro de control. No sabía si aquello era buena señal o no, pero lo cierto es que nos metimos en la cabina roja y el catalán activó el mecanismo. Me agarré pensando que aquello iba a salir disparado, y por el contrario, se movía con una velocidad pasmosamente lenta, con una música de chirridos de óxido de fondo. 13


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES Apenas habíamos comenzado el trayecto cuando el hotel W fue bombardeado. Un caza pasó fulgurante y fulminó con un botón la iridiscencia de sus cristaleras. Desapareció el mar y la playa en su reflejo, y más que el hotel vela, era ahora el hotel escombros. Los demás se quedaron en silencio viendo cómo se combustionaba aquel tótem del siglo XXI, mientras yo hacía fotos para mis seguidores de Twitter.Tiempo después leí que hubo ciertas críticas durante su construcción, como la concesión de espacios públicos para uso privado y que ya no podía verse el mar desde la calle Balmes. Bien, ahora podrían hacerlo, si no habían pasado antes por la cámara de gas. El teleférico iba tan lento que me dio tiempo a echar una ojeada a las vistas de la hermosa Barcelona. Las torres gemelas Mapfre y hotel Arts llevaban un tiempo incendiándose y ya no se parecían mucho entre sí, y la torre Agbar seguía conservando esa forma de pene, eso no guardaba relación con la guerra. Volvíamos a acercarnos a la plaza de Colón, esta vez desde lo alto, y me fijé en que no había reparado en la arboleda de las ramblas. Tenía ganas de ir allí, porque había visto imágenes de catalanes colgados de sus ramas. Tras pasar con el teleférico por la torre de Jaume I, pude distinguir la Sagrada Familia, ahora en ruinas. Fue uno de los primeros objetivos del Ejército español, junto con el Camp nou, darles donde más les jodía. Esta, sin duda, había sido una guerra basada en la rabia y el resentimiento. Todo comenzó con la DUI, la Declaración Unilateral de Independencia, todo lo relativo a la guerra, quiero decir. La mayoría de catalanes se convencieron con un argumento muy sólido y completo repetido un millón de veces por sus líderes políticos. Iban a estar mejor. Con la independencia sus problemas se iban a solucionar. Es cierto que la Sanidad y la Educación públicas se estaban deteriorando, pero eso era una cuestión menor. Una vez conseguido su objetivo, ya se solventaría, o no. Por ello, los políticos catalanes tenían mucha prisa en pasar de ser consejeros de un gobierno autonómico a ser ministros de un Estado nacional. Claro que los ciudadanos les seguían por un sentimiento patriótico, ser la región 14


RELATO DE FICCIÓN más rica era sólo una casualidad, pero era mejor hacerlo rápido, cuanto antes, no fuera a ser que una mejora de la economía o un cambio político en España les hiciera sentir más cómodos dentro del Estado actual y fueran a cambiar de opinión. El Gobierno de Catalunya anunció al mundo que ya era un Estado independiente tras un referéndum vinculante. Inmediatamente el Consejo General de Aran, el gobierno autónomo de la comarca del Vall d’Aran, convocó un proceso soberanista para declararse independiente de Catalunya, cosa que en Barcelona no gustó, por lo que no reconocieron esta consulta. Ellos no tenían derecho a decidir. Los araneses iniciaron entonces un bloqueo de carreteras para protestar y el Parlament envió a los Mossos d’Esquadra para sofocar las manifestaciones. Eso fue justo lo que el Gobierno español estaba esperando. Bajo el pretexto de las libertades de ciudadanos que no deseaban estar en el Estado catalán, destinaron un convoy de helicópteros a persuadir a los Mossos. Uno de los helicópteros se enredó con un tendido de electricidad y se estrelló. El piloto castellano sobrevivió milagrosamente al accidente, y mientras acudía a un hospital de Viella, capital aranesa, tropezó con una cáscara de plátano y se torció el tobillo, estando a punto de desnucarse. Cuando parecía que ya se había solventado el problema, el piloto se resfrió en la mesa del quirófano y murió de una hipotermia tres días después.Aquello fue visto desde Madrid como una auténtica masacre y se convirtió en tendencia mundial #todossomosjoseantonio. Además, por si fuera poco, apareció de la nada una misteriosa banda terrorista catalana que atentaba en la capital española y se esfumó poco tiempo después. También se hicieron famosos algunos vídeos de catalanes castellanos que pedían ser rescatados de las garras de aquel infame Estado independiente. Durante aquellos días se convocó una reunión en Madrid entre los presidentes de las 16 comunidades autónomas, el gobierno soberano de Catalunya y el gobierno del Estado español. El jefe 15


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES del Estado mayor de la defensa explicó a los presentes que todo se trataba de un plan desde el extranjero para destruir la integridad territorial de España. Por lo que propuso llevar al Congreso una declaración de Estado de sitio para garantizar la paz entre las diferentes regiones. Y posponer así toda declaración independentista con el fin de iniciar una hoja de ruta a lo largo de la próxima década, cuyo objetivo era llegar a un acuerdo deseable para todos, especialmente para Madrid. Los presidentes de Galicia, Euskadi, Andalucía, Canarias y el recién nombrado presidente soberano catalán se pronunciaron en contra, mientras que el resto se declararon a favor. Desde Moncloa precisaban de un amplio consenso para llevar la propuesta con la cabeza alta al Congreso, por lo que todo dependía de la presidenta de La Rioja, la última en hablar. Mujer castellana, no cabía duda alguna sobre su posición, sin embargo sorprendió a todos cuando cuestionó el plan. ¿Qué sentido tiene declarar el equivalente al Estado de Guerra para evitar la guerra? Y votó en contra. El Gobierno llevó la propuesta al Congreso, pero no obtuvo la mayoría al tratarse de una propuesta casi unilateral. Los gobiernos de Galicia y Euskadi realizaron sendos procesos soberanistas, se alzaron voces en Andalucía, País Valencià y en las Islas Baleares, y la Diputación de Teruel se atrincheró para proclamar su mera existencia. Los castellanos se quedaron solos y decidieron declarar el Estado de excepción, por lo que hicieron uso del Ejército español para restablecer el orden constitucional. Un gran número de soldados catalanes, vascos y gallegos desertaron y se unieron a las recién creadas milicias nacionales. No obstante, el ejército consiguió vencer a las regiones sublevadas con relativa facilidad. En Galicia no optaron por ninguna estrategia ya que “todo era relativo” y cada acción dependía de alguna razón hipotética. En Euskadi la población se defendió con uñas y dientes, pero todos sus ataques se basaron en atentar con coches bomba entre ellos y grabar vídeos amenazantes para el Gobierno, que resultaron ser infructíferos. Los únicos que no intervinieron fueron los navarros, ya que disfrutaban de su régimen foral cuyos beneficios dedicaban en mantener al Opus Dei. 16


RELATO DE FICCIÓN Tan solo resistió Catalunya, quienes rompieron todos sus vínculos con el Estado español, excepto en la liga de fútbol, faltaría más. Con el objetivo de defender y proteger a los desvalidos araneses y castellanos presos de la auto proclamada República Soviética Bolivariana de Catalunya, así se conocía en los medios madrileños, el Ejército español traspasó las líneas de Lleida y Girona con sumo cuidado y tacto, y de la forma más delicada y diplomática posible, arrasó todo el país catalán, construyó campos de exterminio y sentenció a pena de muerte a todos los insurrectos. Me encontraba absorta enviando una foto desde el teleférico de tres grandes chimeneas a mis seguidores de Twitter, intactas entre la devastación, cuando llegamos a la frondosa estación de Miramar, en la montaña del Montjüic. Se desprendía un fuerte tufillo a chamusquina, ya que gran parte del monte estaba en llamas. Un parque rodeaba la estación con una gran fuente en el centro. Junto a los chopos, se encontraban bebés muertos flotando, como peces sin vida. Allí había otros periodistas grabando y documentando el desastre del hotel W. Aprovechamos el descuido de unos holandeses para robar su coche. Sí, tuvimos que hacer un puente, o mejor, ya estaban las llaves puestas, lo que tú quieras. El caso es que nos llevamos el coche. Peto conducía y nos llevó por unas calles que él ya conocía, brindándonos su conocimiento como un taxista-guía turístico. Estábamos un poco alejados del epicentro de las bombas y los disparos. Podían verse catalanes por la calle talando árboles para abastecerse y llevando bolsas para recoger basura del suelo. Anclamos el coche un momento para fotografiar una gran escena, no sin antes resguardarnos con unos chalecos antibalas, por lo que pudiera pasar. Había unas viejas catalanas buscando entre las heces fecales de perros, gatos o cualquier otra especie. Los animales sabían colarse entre los recovecos de los muros y llegar a descampados privados o moverse sin ser fusilados. Comían plantas y otras hierbas, y los catalanes seleccionaban en sus mierdas las semillas que aún no habían sido digeridas tras viajar por el cuerpo del animal. Y cuando encontraban algo digno de ser tragado, lo 17


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES ingerían con ese inconfundible sabor. Los vómitos también podían ser deliciosos tesoros. Aquello fue una gran compra para ese día. 3.500 retuiteos. –¿Qué te ha parecido eso? –me preguntó Peto. –Ha estado bien, pero necesito algo más fuerte –le insistí. Pasamos la noche en un piso abandonado donde se habían instalado varios periodistas. Nuestra cena eran bolsas de patatas y algún caramelo, y nuestro papel higiénico eran las fotografías de los antiguos inquilinos o las senyeras colgadas en la pared. Peto y yo nos apartamos y estuvimos folleteando en un rincón. Sabíamos que Beneyto nos estaba observando desde algún agujerito, y eso nos ponía más cachondos todavía. Juanjo y Elsa también querían follarse, pero eran de esa clase de gente reprimida que no sabe coger lo que quiere. Nosotros permanecimos un rato en la oscuridad con la manta de alguien, acompañados por la miseria sonora que los aviones dejaban caer sobre Barcelona. –Mira Carla, tenía esto guardado en mi nube y lo he bajado para ti. –Peto me mostró un vídeo de su teléfono móvil. Había una chica catalana y unos soldados sujetándola. Uno de ellos le quemaba el rostro con un soplete y luego le echaba puñados de sal. Peto me miraba con una sonrisa. –¿Y? –Le miré decepcionada. –Están castigándola. Se ha negado a tragarse los mocos de alguien, por eso la están quemando. Escucha Carla, escúchame bien. Te estoy enseñando una prueba de la existencia de una red criminal que obliga a chicas catalanas a prostituirse por el mundo. Una trata de blancas. Las sacan de Catalunya con la promesa de salvarles la vida, y después las obligan a prostituirse y a realizar los favores sexuales más asquerosos y repugnantes que les pidan los clientes. ¿Qué te parece eso? 18


RELATO DE FICCIÓN –¿Una trata de blancas en medio de una guerra? Sí, un clásico – Peto me miró ojiplático–. Pasa casi siempre. Además, suelen ser los mismos cascos azules los que trafican con ellas. Las misiones de la ONU muchas veces acaban convirtiéndose en esto, o en el contrabando de recursos naturales. Al fin y al cabo son soldados, no hermanos de la caridad. Peto, necesito algo más fuerte. –Joder nena. De verdad, no sé qué buscas. Ni siquiera tú lo sabes. A la mañana siguiente volvimos al trabajo un tanto desorientados. Habíamos perdido nuestro centro de conexión, el hotel W, y no sabíamos si iban a asignarnos otro, tener que buscarnos la vida, o peor, volver a nuestra vida de mierda con nuestras malditas familias. Desconocíamos dónde iba a suceder el siguiente bombardeo y nos encontrábamos dando vueltas a ciegas, tratando de evitar las minas antipersona. Peto nos contaba sus batallitas mientras conducía (misteriosamente la gasolina era infinita) y entonces vi una multitud de gente caminando en caravana. Una gran multitud. Escoltándoles, un grupúsculo de soldados del Ejército español en motocicletas. –¿Y esa gente?¿Son prisioneros? –pregunté. –No. Sólo les deportan –respondió Juanjo. –¿Y a dónde les llevan? –Juanjo me respondió con la mirada. –Nadie lo sabe –afirmó Elsa. Simplemente los reúnen y los deportan hacia alguna parte. Según me han contado mis fuentes, les hacen caminar por toda Catalunya sin fin. Algunos llevan dos años caminando, desde que empezó la guerra. –¿Y para qué hacen eso? –me interesé. –Es otra forma de matarlos. Les dicen que los llevan a alguna parte y les obligan a caminar hasta que desfallecen. Se mueren por el camino, de cansancio o de hambre, o ellos mismos se suicidan por 19


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES los acantilados. Al principio son muchos, pero después la caravana se va haciendo más pequeña. –Realicé una entradilla con Beneyto con el via crucis de fondo y seguimos la marcha. Peto nos seguía contando batallitas y cosas que había visto durante la guerra. –¿Meter electrodos en el útero de las embarazadas? Bah, eso no es nada.Yo he visto cómo subían a cargamentos enteros de catalanes en un avión y los soltaban en el aire. –A eso lo llamo yo tocar el cielo –bromeé. –Y también los cargaban en un barco y luego los tiraban al mediterráneo con piedras amarradas. Sí, sí.Y desde trenes, desde camiones, desde bicicletas…. Desde cualquier cosa en la que fueran susceptibles de ser lanzados al vacío. La verdad es que otra cosa no, pero no se puede acusar a los castellanos de no ser elegantes –alegó Peto, demostrando una gran capacidad de reflexión. Nuestra ronda del día prosiguió desplazándonos entre ruinas, cristales rotos y edificios en llamas. A veces resultaba más duro recorrer calles comerciales en completo silencio, sin vida, como si se hubiese extinguido la humanidad. Al cabo del rato por fin vimos algo. Había un fornido soldado del Ejército español violando a una mujer catalana. Detuvimos el coche guardando las distancias y nos dispusimos a grabarla. Él la pegaba y la penetraba, y mientras hacíamos fotos y vídeos, ella se percató de nuestra presencia. Recuerdo que me miró pidiéndome ayuda, suplicándome que la salvara.Yo le sonreí, y me hubiera gustado decirle que en realidad era afortunada. Aquella violación iba a tener un gran impacto en Facebook. De forma telepática le transmití “Sé feliz, has tenido suerte, hoy sales en prime time”. Estábamos expectantes, aguardando hasta que el soldado acabara pronto dentro de ella para que el vídeo no se hiciese excesivamente largo y pudiera ser más viral, cuando una bala le atravesó el cráneo. El soldado cayó inerte sobre la mujer, propinándole un cabezazo post mortem. Repentinamente nos encontramos en 20


RELATO DE FICCIÓN medio de una batalla con tiros cruzados donde parecía que ningún lugar era bueno para esconderse. Era demasiado arriesgado volver al coche y demasiado peligroso moverse para convertirse en un patito de feria. En aquel momento todo era confuso, claro, ahora sé que se trataba de una milicia de catalanes realizando una cruel emboscada. Un disparo rebotó justo a nuestro lado y corrimos en todas direcciones. Juanjo nos miraba para comprobar que todos corríamos y yo me agarré a él para utilizarle de escudo humano. Esperé a que recibiera varios disparos para abandonarlo tendido en la calle maltrecha y seguir corriendo. No sé a dónde fueron los demás, nos separamos y corrí detrás de Beneyto. Había visto lo que hice con Juanjo y tenía miedo de que lo repitiera con él. –No us mogueu –nos gritó un catalán apuntándonos con un fusil. Tenía barba, estaba pálido y apestaba. Era realmente desagradable, como un monstruo. ¡Prensa! Le imploramos. –Prensa? Fills de putes…–Cargó el arma y una bala silbó rozando un átomo del lóbulo de su oreja. El catalán miró hacia los lados y empezó a disparar a quemarropa, sin tener el objetivo claro. Otro disparo le envió al infierno. Yo me limité a ponerme las manos en la cabeza y a quedarme en el suelo, mientras Beneyto trataba de asirme del brazo para sacarnos de allí. Los tiros sonaban cada vez más cerca, acorralándonos en un muro de sonido envolvente, invisible pero tangible. Alguien apareció entre las sombras, una figura misteriosa que vacío el cargador delante de nosotros, para reventarnos los tímpanos o para matarnos. Me inclinaba por la segunda. –¡La Reportera barriobajera! –exclamó ese alguien. Abrí los ojos y vi a aquel joven soldado que nos detuvo en el control, a la entrada de la ciudad– ¿Qué?, ¿disfrutando de la visita? –Por favor, sácanos de aquí –le rogué. –Claro que sí joder. –Ya me había dicho eso antes. Nos pusimos detrás de él y el joven disparó en todas direcciones exclamando 21


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES ¡morid, catalanes de mierda! Fue caminando hacia atrás hasta ponernos a resguardo detrás de un coche corrompido por el dios Marte. Hasta nuestra posición llegó corriendo el sargento que habíamos visto violando a una mujer en aquella rotonda, y se agazapó en nuestro refugio de motor, con la mirada perdida, concentrado en matar. Cambio el cargador de su fusil HK G36 y nos echó una ojeada. –¿Todavía hay periolistos por aquí? Barna va a gozar de una mascletà especial esta noche. Es mejor que os larguéis de aquí. –El sargento rondaría los 40 años, y aunque sonreía y se le veía jovial, parecía más responsable que otros soldados. –¿Y a dónde podemos ir? –le pregunté gritando para que me oyera entre tanto disparo– me gustaría poder ver algo realmente fuerte. –¿Algo fuerte? –repitió el sargento, asegurándose de haberme oído bien– ¿te has dado una vuelta por la ciudad? Por ahí se ven cosas fuertes eh. –Ya, pero…quería ver algo…realmente fuerte. Muy fuerte –le subrayé. –Hay que joderse con estos periodistas. Nunca tienen bastante –bromeó el soldado joven. El sargento le miró y luego me clavó los ojos. –Si quieres, y lo pagas, claro, puedo enseñarte algo realmente fuerte –me anunció el sargento, entre el silbido de las balas perdidas– pero con total anonimato–. Volví a sentirme como cuando era niña y llegaban los Reyes magos. En ese momento, me enamoré de aquel sargento. Sentí mariposas en el estómago, y también un poco de agonía con tanto ruido. Tenía la cabeza como un bombo. –Sí, sí, sí. Lo que me pidas. Y por supuesto, anonimato total –le chillé con las manos tapando mis oídos. 22


RELATO DE FICCIÓN –Ok. Pues tenéis que venir con nosotros. Salimos ya para allí. A mi señal, salís corriendo en esa dirección y nos reunimos detrás de la esquina. ¿Ok? –Asentimos todos. –Mi sargento ¿Y los catalanes? –se interesó el joven recluta. –Déjalos. Esta noche arderán todos. –Señorita Romero. ¿Y sus amigos periodistas? ¿Quiere que intentemos salvarles? –Eché una mirada a Beneyto, recordé el polvo de la noche anterior con Peto, las risas de Elsa, el pobre Juanjo… y volví a mirar al joven soldado. –No…que se jodan. –El sargento dio la señal y salimos corriendo de allí. Nos detuvimos en la esquina de la calle y nos hicieron esperar. Beneyto me sugirió hacer un directo durante su ausencia, pero estaba tan nerviosa que le mandé a la mierda y le arreé una torta. Estaban tardando demasiado y empecé a pensar que nos habían dejado tirados. De hecho, pasó el tiempo y terminé pensándolo. Finalmente aparecieron con un Uro VAMTAC, un vehículo blindado de alta movilidad táctica. –¿No vamos en un tanque? –me sorprendí. –A donde vamos, no lo necesitamos. ¿Estáis seguros de que queréis venir? No es agradable. –Cuando dijo aquello el sargento, me moría de ganas por saber a dónde me llevaba. Claro que sí, le respondí por los dos. En el VAMTAC había un tercer soldado, más callado y taciturno que el joven recluta dicharachero. Salimos de Barcelona los cinco y estuvimos un par de horas en la carretera, parando algunas veces sólo para mear y cagar. No se me olvidará ese instante en el que miré al sargento nerviosa, y él, como adivinando mis pensamientos me dijo “te va a gustar”, soltando una bocanada de humo de su cigarrillo. Durante el trayecto el soldado joven y su superior estuvieron haciendo chistes sobre catalanes. –¿Cómo metes a 100 catalanes en un coche? En el cenicero. 23


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES –Juegan la selección española y la selección catalana en una cámara de gas ¿Quién gana? Los catalanes, porque juegan en casa. –¿En qué se diferencia una pizza y un catalán? Pues que la pizza no grita cuando la metes en el horno. –¿Por qué se hacen agujeros en el ataúd de un catalán? Para que los gusanos puedan salir a vomitar. El sargento y el joven soldado se partían de risa y yo reparé en el soldado silencioso. Estaba serio y miraba hacia un punto del horizonte. Estaba observando una multitud de catalanes caminando a través de los campos. Más “deportados”. Pasamos más cerca y comprobamos como otros catalanes les lanzaban piedras y otros objetos. Eran catalanes castellanos, españolistas que ondeaban la bandera estatal al paso de los blindados de Madrid. Les decían a sus hijos pequeños que estaba bien matar a los deportados, que irían al cielo si lo hacían. Algunas veces ellos mismos acudían a las marchas eternas con cuchillos o secuestraban un grupo de caminantes y los encerraban en graneros para quemarlos vivos. Durante los días previos a la guerra, sonaba un mensaje constante en la radio, dirigido a los catalanes castellanos. ¡Matad a las cucarachas! En ningún momento supe a dónde nos llevaban, pero en ocasiones podía ver algunas señales con nombres de pueblos y pequeñas ciudades. Tomé algunas fotos para mis seguidores de unos hornos crematorios cerca de Manresa. La humareda no cesaba, e imaginé que las almas de los catalanes se fundían de esta manera con el aire, y que así conseguían lo que tanto ansiaban, ser parte de su tierra. Además de ser incinerados vivos, los catalanes también eran muy útiles para fabricar objetos, como pelucas o dentaduras. Los hervían en grupo, a veces con la senyera, dándole un toque de humor, para extraerles la grasa y hacer pastillas de jabón, o utilizaban partes de sus cuerpos para modelar diversos productos como trofeos, cepillos de dientes, escobillas del váter, papel higié24


RELATO DE FICCIÓN nico, cortinas, pelotas de baseball o mesas de ping pong. No parábamos de subir y ascender sobre el nivel del mar y yo me cuestionaba qué carajo iban a enseñarme y si me iba a gustar. Acerté a ver un cartel que decía Pinell del Solsonès, nada más. Por fin llegamos a una pequeña aldea con una iglesia, una casa y lo que parecía un pajar. Aparcamos el VAMTAC junto a otros coches. Había otro vehículo del Ejército español, un furgón de la ONU y otros turismos particulares. –Aquí es. Ya hemos llegado –anunció el sargento–. Esperamos un momento fuera y parecía que el sargento discutía con alguien por nuestra presencia. Me pareció que esgrimió el argumento monetario y eso nos sirvió de salvoconducto, tras ver su seña para entrar en el pajar. –Tú no –Empujé a Beneyto–. Esto es mío. Si eso ya te llamo para que entres. Me introduje en aquel pequeño habitáculo rústico, hecho de piedras rojizas y rodeado de verde. Tenía dos arquitos semiojivales y un pilar que dividía la fachada en dos. Justo al adentrarme en la oscuridad, había una cortinilla blanca opaca que ocultaba lo que había en el interior. El sargento me observaba con el gesto serio y me contuvo para prevenirme. –¿Sabes lo que es el snuff? –me preguntó. –Claro que sí –le respondí un tanto decepcionada– son vídeos de torturas y asesinatos, donde la víctima muere sufriendo una auténtica agonía. Está bastante visto, pero bueno, si es eso lo que tienes me conformo.Voy a llamar a Beneyto para que entre y saque algunas… –Espera, espera. Esto no es snuff corriente. –¿Ah no? ¿Qué clase de snuff es? 25


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES –Es snuff de niños. –¿Snuff de niños? –me sorprendí. Se me iluminaron los ojos. No pude esconder que me había llamado la atención. Fue una grata sorpresa. –Sí. Snuff de niños catalanes. Entre nosotros, y con la ayuda de algunos cascos azules, captamos a los niños y les grabamos. Lo distribuimos por la deep web, el Internet profundo, y les convertimos en estrellas. Hacemos un buen equipo. ¿Todavía quieres verlo? –Sí, sí –me apresuré a contestar. –Entra, y recuerda, máxima discreción. No saques ninguna cara de los “artistas snuffers” ¿Ok? –Asentí con la cabeza, y atravesé la cortina. En mi mente, ya nunca más pude abandonar aquel lugar. El pajar había sido acondicionado en su interior como un plató de cine. Las paredes estaban revestidas de papel pintado con motivos infantiles. Parecía un parque de infancia, cerrado, sin luz del día. Únicamente el brillo intenso de un gran foco apuntando a una gran cama blanca y redonda, y de otros reflectores alumbrando pequeñas tablas junto a máquinas, a modo de quirófanos improvisados. Se encontraban allí cinco o seis hombres, algunos de ellos me miraban recelosamente, y el resto estaba a lo suyo. La mayoría de niños, diez o veinte, no lo sé, estaban en jaulas, y sólo tres estaban fuera, en el show. Había un cuarto niño en una tabla, con una máquina de respiración conectada. Parecía como si le hubiesen practicado algún tipo de operación y le estuviesen prolongando la vida artificialmente. –Va a empezar. Ponte cómoda –me dijo alguien. Saque el móvil, dispuesta a arrasar en todos los medios de comunicación del mundo, y empecé a grabar. Los niños gritaban “mare” “per favor no”, pero ellos no se detenían. No sabía que pudiera dársele tantas vueltas a un pie humano sin que se separara de la pierna. El pulso 26


RELATO DE FICCIÓN me temblaba, intentaba hacer fuerza para sacar un buen plano, pero ya no me obedecían los músculos. Uno de los “artistas” encendió una motosierra. En su inocencia, los niños podían adivinar lo que iba a ocurrirles. Dentro de las jaulas se abrazaban e intentaban no mirar. Estaba grabando, estaba delante, en primera fila, era el mejor momento de mi vida, por fin era feliz, no obstante, no podía ver nada. Me pareció observar a un cirujano en otra tabla, sin embargo ya no sabía lo que estaba sucediendo, ni lo que estaba aconteciendo en mi interior. Quería llorar, pero no sabía, así que me dio por reír. Reía a carcajadas, con risotadas mudas, guturales, como si me hubiese enganchando, y por fin, conseguí que me saliesen las lágrimas, mientras continuaba descojonándome, y con el maldito móvil apuntando al espectáculo. –Venga, graba graba. Esto se va compartir mogollón. Vas a ser la reina de Facebook. Graba graba –dijo el torturador orgulloso, abriéndole la espalda al niño. Pronto comprendí que aquello sólo era el principio. El aperitivo. Después fueron sacando a todos los niños de las jaulas y les practicaron las mayores crueldades y atrocidades que la mente del ser humano puede concebir. No podría contarlo otra vez, aún intento olvidarlo. No, no podría volver a hablar de ello, al menos gratuitamente. Tras la Declaración Unilateral de Independencia, Rusia, China, Brasil, Irán y Venezuela se apresuraron en reconocer a Catalunya como Estado plenamente soberano. España y la Unión europea son siervas de Estados Unidos, y de esta forma conseguían llevarse algo a su terreno, como ya se había hecho a la inversa. El mundo observaba lo que ocurría en la región con tristeza, y acto seguido, miraba hacia otro lado. Sólo unos pocos se masturbaban. Con la progresiva escalada de violencia, algunos sectores protestaron y se empezó a utilizar la palabra genocidio. El problema catalán, así se conoció, se llevó hasta la asamblea de las Naciones Unidas, donde Rusia reivindicó el derecho de los pueblos a decidir su autodeterminación, salvo en el caso de Chechenia, por supuesto. Estados 27


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES Unidos utilizó durante los primeros meses su derecho a veto para bloquear cualquier acción de la ONU, con el fin de evitar intromisiones o injerencias en países soberanos, algo que ellos no harían jamás. Cuando la situación se hizo insostenible, los integrantes de la ONU aprobaron una resolución para enviar cascos azules como observadores, ya que el Consejo de Seguridad no se puso de acuerdo en calificar lo que ocurría en Catalunya como un genocidio. Meses después pude entrevistar al secretario de la Sexta comisión, un foro dedicado a las cuestiones jurídicas en la Asamblea general de las Naciones unidas. –Señor Totopokopanga. ¿Por qué no se ha reconocido como genocidio la situación actual en Catalunya y se han hecho efectivas las sanciones pertinentes hacia el Estado español? –Sencillamente porque no se trata de un genocidio, sino de una guerra civil. –Desde que empezó esta “guerra civil”, han muerto más de 4 millones de catalanes, más del 60% de su población. Las víctimas que están siendo masacradas, gaseadas en los campos de exterminio, ¿también se consideran combatientes en esta contienda? –Son víctimas, de eso no hay duda señorita. Pero lo que allí está ocurriendo no puede calificarse de genocidio, porque no entra en la definición de este término. Le explico, actualmente conocemos el genocidio por el tipo de masacre de masa unilateral con la que un Estado u otra autoridad tiene la intención de destruir a un grupo al que el mismo perpetrador ha definido. Y nosotros no tenemos pruebas de que el Estado español tenga intención de exterminar al pueblo catalán. –¿Y el asesinato sistemático, el lanzamiento desde aviones, las deportaciones forzosas, los hornos crematorios? –¿Sabe usted latín señorita? 28


RELATO DE FICCIÓN –…no. –Pues si usted supiera latín, comprendería que la palabra genocidio es un híbrido entre la raíz griega genos, que significa raza o tribu, y cidio, una palabra latina que se traduce como matar. Matar una raza, así de simple. Y no lo están haciendo. Incluso me parece bochornoso considerar a los catalanes como una raza. Creo que es usted un tanto racista, señorita. –Pero están violando y matando a niños. –Me parece muy bien, pero no es un genocidio.

Transcurríamos por una carretera estrecha ubicada en el prepirineo catalán de Lleida, tras abandonar el show del pajar. Desde el VAMTAC veíamos los mantos verdes que habían sobrevivido a una agricultura intensiva, ahora de tierra seca e improductiva echada a perder. Aquello fue la región de las mil masías. En realidad, miraba el paisaje sin verlo, en completo silencio. Beneyto me hablaba pero no le escuchaba. Recibía mensajes de mi jefe, esperando que publicara el contenido prometido, pero no respondía. Mis followers visitaban mis cuentas, esperando una actualización, una imagen impactante, pero yo ya no era. Y no sabía a dónde me llevaba el sargento del Ejército español, pero nunca me importó. Había recibido su transferencia, y lo estaba celebrando. Recuerdo fijarme en un castillo sobre una colina, bajar la cabeza y verme rodeada de cadáveres a ambos lados. Miles de cuerpos, cientos de miles, amontonados en una montaña de muerte. Un par de excavadoras recogían los restos de carne putrefacta y los volvía a acopiar sobre los montículos de catalanes sin vida. El hedor era indescriptible. Quizá sí lo sea. Olía a basura…como a plátano podrido. Algo así. Tuvimos que dar un rodeo sobre el monte de la vergüenza y continuar hasta una pequeña localidad llamada Solsona. Allí buscaría un transporte para salir de Catalunya y acabar así con esta miserable 29


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES historia. Antes de entrar en el pueblo, nos paramos para que el sargento pudiera bajar a mear, mientras que Beneyto salió a grabar unos planos de recurso. Había un cadáver junto a la calzada y el mando español decidió orinarse encima de él. El muerto empezó a agitarse, por lo que deducimos que el catalán seguía vivo, algo que no incomodó al sargento para seguir miccionando. Cuando vas a recibir un impacto, cuando vas a tener un accidente o como en este caso, cuando estás en medio de una emboscada, nunca te lo esperas. Notas un escozor en el pecho que te hace saltar del susto, y por el contrario, el cerebro sigue sin funcionar, sin asimilar lo que está pasando. No sabes si ha sido un accidente o se trata de una broma. El sargento quedó tendido en el suelo muerto junto a su retrete humano y los otros dos soldados trataron de disparar hacia algún lado. Era inútil. Su enemigo era invisible. Estaba por todas partes. No sé qué fue, un instinto de supervivencia, un pálpito o la cobardía traidora del que abandona un barco yéndose a pique, no sé qué fue, simplemente salí del coche en medio de los disparos, como si fuese más seguro, y vi como un bazocazo explosionaba el VAMTAC con los dos soldados dentro. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza en ese momento, la primera fue si Beneyto estaba grabando todo aquello. Me devolvió la mirada y lanzó la cámara al suelo. Fui corriendo hacia él, para notar un refugio humano, como si eso me fuese a salvar, y antes de poder abrazarle, Beneyto me dio la bofetada más desconcertante que nunca jamás había recibido. Una vez en el asfalto me dio dos bofetadas más hasta que comprendí. –Gracias por habernos llevado hasta el pajar –Me sonrió maliciosamente Beneyto–. Por eso me cargué a tu antecesor, él nunca tuvo ese afán por sacar “lo más fuerte”. Pero sabía que tú sí –dijo bajándose la bragueta– sabía que tú eras tan hija de puta que nada de esto te serviría, que tenías que sacar lo más jodidamente sádico. ¿Eh zorra? No me has decepcionado. Ahora ya sabemos dónde llevan a nuestros niños, y los “artistas” estarán ardiendo…justo ahora –mientras hablaba y se bajaba los pantalones, llegaron otros 30


RELATO DE FICCIÓN miembros de la resistencia catalana, saludándole y dándole palmaditas en la espalda. Uno de ellos se meó en el cadáver del sargento español. Beneyto me dio esta vez un puñetazo y me arrancó el pantalón. –Ara vaig a fotre’t, puta castellana de merda –me dijo, y acto seguido, me violó. Me forzó con rabia, dándome puñetazos y escupiéndome también. Noté como si me desgarraran por dentro, y supe que no tenía el más mínimo sentimiento erótico por mí. Sólo quería joderme, y hacerme sentir como una de las suyas. Cuando Beneyto se corrió dentro de mí, pensé que iba a morir. Me dio otro puñetazo y se levantó. Se meó sobre mi cuerpo postrado en el suelo y después se introdujo los dedos para vomitarme encima. Entonces sacó una pistola, me apuntó y me golpeó con ella, dejándome inconsciente. Me desperté muy mareada, sin atreverme a levantarme, por si alguien me estaba apuntando o tenía una mina antipersona debajo de la espalda. En aquel momento me imaginaba cualquier cosa. Miré hacia los lados. No parecía haber nadie. Eché un vistazo a mi cuerpo y, cuidadosamente, tanteé con las manos si tenía algún artefacto debajo de mi cabeza o bajo mi columna. No había nada. Así que me levanté. Y di dos zancadas rápidas por si acaso para alejarme, y volví a caer al suelo. No había nadie en la carretera y empecé a llorar. Tenía la vagina sucia, uno de mis dientes se tambaleaba, me escocía un corte en el labio, apestaba a meada y vómito…Y estaba sola. No sabía qué hora era, había entrado bien la tarde y los nubarrones cubrían la poca luz que se proyectaba sobre la pequeña ciudad destruida. Las llamas habían consumido un colegio de estética blanquecina y el negro del carbonizado se combinaba con la claridad de su fachada. Mientras avanzaba a través del pueblo fantasmagórico los signos de desolación se hacían más patentes. Una gran pintada sobre una vivienda clamaba “Espanya es la Gran Castella”, otra más apartada decía “Parla català o mor” y un coche cercano tenía plasmada una cuatribarra peculiar. El Seat 31


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES había sido amarillo, ahora mustio, y los colores rojos no parecían ser pintura industrial. El sonido de unos disparos a la derecha me hizo seguir recto para alejarme del peligro y llegué hasta una avenida ornamentada con árboles muertos. Seguía sin ver a nadie, pero me daba miedo pedir ayuda, porque no sabía quién acudiría a mi llamada. Desde un portal salió una mujer expelida por alguien. Parecían ser soldados de la resistencia catalana. La mujer mostraba signos de haber sido apaleada y llevaba un cartel colgado que decía “Porte dins un fill espanyol”. Uno de los rebeldes lanzó un cóctel molotov en el interior de la casa y la mujer miró hacia el interior como si hubiera dejado a alguien dentro. La dejaron allí tirada, no sin despedirla con una buena patada en el vientre. No quise acercarme y seguí mi camino. Más adelante seguí viendo otras cosas que no había visto en Barcelona. En uno de los balcones habían ahorcado a varias personas y las habían cubierto con la bandera de España, algunos de esos cuerpos eran pequeños. Más lejos, otros rebeldes se divertían atravesando con clavos a un hombre mayor al ritmo de L’estaca. El hombre tenía escrito con cortes en la frente “espanyol”. Cuando el viejo tenía ya pinta de cuerpo espín, se dedicaron a extraer sus órganos, uno por turno, para jugar a ver quién le sacaba la última víscera antes de que muriera. Después quemaban sus partes, ya que eran tejidos españoles. Me escondí debajo de un coche, decidida a no salir de allí. Y entonces, escuché el sonido más aterrador del mundo, la música más terrorífica que pueda existir. Todavía hoy la sigo escuchando. Aquella sirena, aquella puta sirena que anunciaba un bombardeo en Solsona. Advertí gritos y carreras, y tras unos minutos, sólo se oía esa monstruosa melodía sin fin. Sonaba por ciclos de 10 segundos en los que iba de menos a más, y luego descendía para volver otra vez a gritar con la máxima agudeza. Se me puso la carne de gallina y no podía parar de temblar. Lo cierto era que lo peor venía a continuación. Iban a arrasar toda la ciudad y yo estaba debajo de un coche. Tenía que salir de allí. Ya era de noche y el alumbrado no funcionaba. No sabía dónde podía esconderme. Me decía Dios, 32


RELATO DE FICCIÓN ayúdame, ayúdame, por favor Dios, ayúdame. Pero Él también se había marchado. Y la sirena no cesaba. Ya no había nadie, salvo los cadáveres y los perros alimentándose de sus restos. Me pareció que la temperatura había bajado 20 grados, me costaba respirar y estaba todo tan oscuro. ¿Dónde podía meterme? ¿Dónde? Se me pasó por la cabeza volver a esconderme debajo de un coche, pero acabaría calcinada. Empecé a correr en círculos, desquiciada, sollozando, tapándome los oídos. Quería morir ya, no soportaba la espera. Y la sirena no paraba, no paraba nunca. Tuiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuu tuiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiuuu uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu. ¡Cállate!¡Cállate!¡Basta! Por Dios, ¡Por Dios! Después de unos minutos, los rugidos de los aviones se acercaban.Ya estaban aquí. ¿Por qué? ¿Por qué había ido a cubrir aquella maldita guerra? ¿Por qué iba a morir de aquella forma? Me arrodillé y me abracé a mí misma. No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir, no quiero morir, no quiero morir. Por favor, por favor. Suplicaba, pero no sabía exactamente a quién. Vi a una niña correr de un extremo a otro de la calle. Fue como una visión, un espejismo. Pensé que estaba alucinando. Los cristales de las ventanas empezaron a vibrar y supe que estaba despierta. Corrí tras la niña y vi cómo le abrían una portezuela en el suelo y la cerraban tras ella. Los aviones ya surcaban el aire sobre mi cabeza, miré al cielo y di golpes en la portezuela. Nadie me abría.Ya estaban aquí, ya estaban aquí. Por favor, por favor. Que sea rápido, no lo soporto más. Acaba ya. Acaba ya. Las portezuelas se abrieron y me agarraron del brazo para meterme dentro. Era un refugio antiaéreo y se encontraba lleno de gente. Estaba en la oscuridad total y sólo alumbraban las caras ancianas e infantiles las tenues luces de los móviles y los mecheros. Una de las ancianas rezaba continuamente, con las sirenas de fondo. –Pare meu, m’abandono a Tu. Fes de mi el que et plagui. Sigui el que sigui el que facis de mi, te’n dono gràcies. Estic disposada a tot, ho accepto tot, mentre la teva voluntat es faci en mi i en totes les 33


RELATO DE FICCIÓN teves criatures, no desitjo altra cosa, Déu meu. Poso la meva vida a les teves mans, te la dono, Déu meu, amb tot l’amor del meu cor, perquè t’estimo, i és per mi una necessitat d’amor, donar-me, posar-me a les teves mans sense mesura, amb una infinita confiança, perquè Tu ets el meu Pare…… Pare meu, m’abandono a Tu. Fes de mi el que et plagui…… Las bombas empezaron a estallar sobre la pequeña ciudad. Una detrás de otra, como los pasos de un gigante destructor, como las pisadas de un dinosaurio de fuego y miedo y desesperación. Cierras los ojos y quieres que se vaya pero cada vez está más cerca. Me pareció oír algunos golpes en la portezuela, pero ya nadie se levantó a abrir. Por un momento pensé que las bombas no nos caerían encima, y cuando llegaron me cogió por sorpresa.Todo vibró como en un terremoto. Aquello era el apocalipsis, nuestro apocalipsis. Los gritos fueron el eco del estruendo de terror. Una niña catalana me abrazó y nos agarramos con fuerza, y nuestras lágrimas mojaron nuestras caras.Todos se abrazaron, agazapados y los temblores se contagiaban en efecto dominó. Era insoportable. ¿Cuánto más? Progresivamente, el ritmo de las bombas deceleró y el peligro fue desapareciendo. Los ojos abiertos, expectantes, esperaban el silencio para poder respirar. Pasaron diez segundos, veinte segundos y ya no se oía nada, salvo la sirena. Nos habíamos salvado. Qué clase de broma fue aquella. No se oía nada, se había parado, sin embargo, una más cayó justo encima de nosotros. El techo se nos venía encima. Los cascotes cayendo sobre nuestras cabezas, el polvo, la mierda. El calor del fuego, el humo. Era el fin. Ni siquiera gritamos. Las portezuelas se abrieron solas y el corrimiento de tierra nos anunciaba que íbamos a morir enterrados vivos. No nos movimos, ni cuando sentíamos las piedras sobre nuestras espaldas, ni cuando cesaron las bombas. Ni cuando se apagó la sirena. Estuvimos así una hora, dos, veinte, dos décadas. Pero no nos movíamos. Alguien levantó la cabeza y dijo “ja s’ha acabat”.

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Desde la superficie acudieron otros supervivientes para ayudarnos a salir. Estábamos semienterrados y tuve que esperar a que sacaran a los niños y los ancianos. Cuando emergí a la calle vi unos cuerpos calcinados junto a las portezuelas. Alguien ya los había violado. Eché un vistazo en rededor y vi que la ciudad había sido arrasada. Apenas quedaba nada en pie. Caminé unos metros desorientada sin saber a dónde ir. Por detrás, la voz de una vieja se me clavó por la espalda. –Tú ets castellana, oi? –Me giré y comprobé si alguien nos había oído. La anciana me hizo un gesto con las manos para que me tranquilizara y se acercó a mí para poder susurrarme– no te preocupes noia. Sólo quería preguntarte una cosa. –Seguí mirando a los demás por si nos escuchaban. –¿Sí? –Estamos buscando unos nens. Vinieron soldados con cascos azules y nos dijeron que los llevarían a un lugar seguro. Pero no sabemos nada de ellos. ¿Tú sabes algo? –recordé entonces el pajar de Pinell de Solsonès y los vídeos de snuff. –Sí…creo que…me suena…diría que están a salvo. –La vieja asintió con un gesto de aprobación y me cogió del brazo. –¿Sabes? Mi pare era castellano y mi madre catalana. En mi casa hablábamos con él en castellà y con mi madre en català. Éramos tres hermanas, y dos hablábamos en català y una en castellà. Los lunes, miércoles y jueves hablábamos con nuestros primos en castellà, y el resto en català. A veces me hacía un lío, y a uno le hablaba en castalà y al otro en catellà, y ya no sabía ni en lo que le estaba hablando…pero nosotros nos entendíamos. La cuestión era el respeto, y dejar hablar a cada uno como li donara la gana… Me enrecuerdo que en la escuela los niños castellanos y los catalanes se tiraban piedras, pero era sólo un juego de niños…– La mujer miró hacia ninguna parte cabizbaja–…nos dijeron que 35


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES íbamos a estar mejor…y mira. –Yo la escuchaba sin interrumpirla, sin preguntas capciosas y sin repetir lo que estaba diciendo para destacar lo que a mi juicio parecía un titular. No pensé en escribir un tuit, ni siquiera tenía el móvil. Me pareció estar haciendo periodismo por primera vez. Estos pensamientos pasaban por mi cabeza y estaba tan agotada que no sabía ni lo que me decía. Sin quererlo, dejé de escucharla. El espectro de los tanques del ejército español nos sorprendió doblando la esquina y disparó una ráfaga de metralla. Corríamos como conejos en un coto de caza, pero nos rodearon en segundos. Nos colocaron en fila y fueron disparando en las cabezas, una a uno, por turnos, de forma tranquila y calmada. Nadie oponía resistencia. Correr podía significar la tortura. Cuando llegaron a mí, esta vez no me reconocieron. –¡Soy Carla Romero! –dije, pero el soldado no parecía ver mucho la televisión– …la Reportera barriobajera –tuve que decir a mi pesar. El soldado seguía sin saber de quién hablaba. Otro de los soldados se acercó. –Sí hombre sí, la de En el coño de la violada. No le dispares. –La vieja, que se encontraba a mi lado y era la siguiente en la fila se aferró a mí y se asió de mis brazos. –¿La conoces? –me preguntó el soldado. La miré y me apresuré a contestar. –No, no. No tengo nada que ver. Por mí mátala. –Y el soldado le voló la tapa de los sesos. Aquella noche dormí en una cama de un hospital de campaña y meé y cagué en un váter de verdad. Al día siguiente, con el alba de un nuevo día, de una nueva vida, un helicóptero me llevó hasta la frontera para salir de la maldita Catalunya, o debería decir, la condenada. Tenía fracturas en todo el cuerpo, desgarramiento vaginal y lo peor, había abandonado a mis seguidores de Twitter. Me subieron al helicóptero y un soldado 36


RELATO DE FICCIÓN me acompañó durante el trayecto, también herido en la pierna. Estuvimos unos minutos en silencio y con un hormigueo que me recorrió todo el cuerpo, sentí instantáneamente una curiosidad que hoy todavía me hace reflexionar. –¿Te puedo preguntar algo? –capté la atención del soldado. –¿Es para un reportaje? –rió– claro. Mientras no me metas una cámara de esas por el culo –volvió a reír. –No, tranquilo, no te preocupes. –Bueno, pues dispara. –Se reclinó sobre su camilla para mirarme. –¿Por qué odias tanto a los catalanes? –¿Que por qué odio tanto a esa escoria? Pues…porque dan asco. Son unos hijos de puta peseteros y unos nazis nacionalistas. En definitiva, son mierda. –¿Recuerdas cuándo empezaste a odiarlos? –Cuándo empecé a odiarlos…desde siempre creo. Desde pequeño ya sabían nuestros padres que estaban todo el día con la pela. Y sabía que nos odiaban. Odiaban a los españoles…eso lo sabe todo el mundo. Pero me la sudaban. Empecé a odiarlos más desde la independencia y todo eso. Cuando se les fue la cabeza. –¿Habías estado alguna vez en Catalunya antes de la guerra? –¿Yo? Ni muerto, ni jarto de vino. Qué asco por Dios. –¿Y de qué conocías Catalunya? Es decir…¿Cómo sabías lo que estaba ocurriendo aquí? –Por la televisión, claro. Siempre los veías dando por el culo en las noticias. Jodiéndonos. Humillándonos ¿sabes? 37


CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES –¿Recuerdas tu vida antes de la guerra? –Claro que la recuerdo joder. Fue hace dos años, antes de alistarme. Fabricaba peines y veía todos los meses a mi hija pequeña y a mi mujer. No como ahora. En cuanto me recupere, me vuelven a mandar para acá. Eso, o me quitan el tercer grado. Por culpa de estos asquerosos de mierda. Putos catalufos. –¿Y en qué afectaba a tu vida la independencia de Catalunya? –¿Que en qué me afectaba? Pues no sé, supongo que en todo. Siempre estaban dando por culo y nos despreciaban. Despreciaban al resto de españoles. Me acuerdo de un reportaje que hiciste tú, y teníais razón. Nos estaban provocando, nos estaban desafiando. –¿Te refieres al programa “Desafío independentista”? –Sí, ese ese. Nos humillaban y nos llamaban vagos y fascistas. Ellos, que les comía el tarro su televisión. Puta escoria de mierda. No me quedaré contento hasta que los borremos a todos del mapa. –¿Te insultó directamente algún catalán? –¿A mí? Vamos, los hubiera matado si se atreven. A mí directamente no. Pero nos insultaban a todos. En las noticias, siempre dando por culo en las noticias. –En las noticias…ya. Bien, y así se acaba la historia. No me atreví a contártelo de otra manera. Sé que soy una cobarde, pero tú estabas tan orgulloso. Era tu razón, tu motivo para levantarte por las mañanas. Decidiste conjurar tu vida a ello y ya no encontré el momento, la forma… Excusas. No encontraba el valor de decírtelo a la cara. Ahora que sé que me voy a morir he podido hacerlo. Es paradójico que algo que te mate, como mi cáncer terminal, te ayude a hacer ciertas cosas. Aunque sea por correo electrónico y estés leyendo esto 38


RELATO DE FICCIÓN desde tu teléfono móvil. Estabas tan orgulloso, y me preguntabas siempre cómo era. Por qué tenía tan pocas fotos de él. Escogí la vida de un soldado muerto a quien nadie le importaba, y te dije que eras el hijo de un capitán del Ejército español. De un héroe que nos había librado de los viles catalanes y había muerto en la batalla. Y así creciste, y cada día era más difícil contarlo, que me violaron, que tu padre se llamaba Beneyto, y que se dedicaba a matar a los que tú considerabas héroes, a los asesinos que tú adorabas. Ahora vas a la guerra, con un odio sin fin, sin razón ni motivo. Debí ahogarte cuando naciste, tirarte a la basura o quemarte vivo, como haces tú con esa gente, con esas personas que son de los tuyos, aunque no lo sepas. Lo cierto es que no hay ni míos ni tuyos. No hay un nosotros o ellos. Sólo personas, y muchos dejamos de serlo, para convertirnos en la mierda que hoy apesta. No te preocupes, sigues siendo tú. Sigues siendo la misma persona. No te preocupes. Entenderé que no vengas más a visitarme. Sólo te pido un último favor. Busca a tu padre, y si lo ves, si está vivo, pregúntale dónde está una camiseta verde con rayas rojas que me dejé allí. Pregúntale, la llevo buscando mucho tiempo y no la encuentro. No la encuentro.

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CÁMARAS DE GAS PARA CATALANES

1º edición abril de 2015 Escrito por Alejandro José Plaza Escámez


RELATO DE FICCIÓN

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