Cuentos del Cuerpo

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BODY TALES / CUENTOS DEL CUERPO


Body Tales /Cuentos del Cuerpo es una colección de 20 relatos breves basados en el cuerpo de: Los culturistas Los atletas Los elásticos Los pieles cuidadas Los tanoréxicos Los adictos a la cirugía Los videntes Los yonquis Los hierbas Los diseñadores de fármacos Los cyborgs Los parapléjicos Los drags Los performers Los nuevos géneros Los infectados Los narcisistas Los internautas Los técnicos de órganos Los investigadores eugénicos


BODY TALES/CUENTOS DEL CUERPO Un trabajo de Javier Navarro Ă lvarez



Los culturistas El culturista conoce el tamaño de cada musculo de su cuerpo. Comenzó a levantar peso desde pequeño. Con cinco años de edad ayudaba a su madre a la vuelta del supermercado. Cargaba en una mano el detergente y en la otra el suavizante. A los nueve años de edad descubrió a Charles Atlas. Empapeló su dormitorio con pósteres y recortes de revistas de hombres musculados y esculturas griegas. Cada mañana, antes de ir al instituto, hacía una tabla de ejercicios. Empezaba por el deltoides posterior y acababa con el tibial anterior. A la vuelta del instituto contemplaba, durante horas, su cuerpo en el espejo antes de ducharse. La imagen de su cuerpo en tensión le hipnotizaba. Su cuerpo experimento un gran cambio cuando comenzó a tomar proteínas/ esteroides anabólicos. Los meses pasaron. La cosa creció, como un niño, microscópicamente, cada dio. hipertrofia muscular. Repetir En sus ejercicios levantaba platos de 50 k Hasta la Su mente estaba en sus músculos. Cambiaba de pose sentía la sengre circular por sus venas brillantes presionando contra Su piel El culturista flexionaba su cuerpo ante el asombro de la multitud. Su cuerpo brillaba. Nada más importaba. Levantar su vida ( metáfora con atlas)

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Los atletas Un grupo de atletas entrena al aire libre. El supervisor se asegura de que el entrenamiento resulte duro sin que lleguen sufrir lesiones. El atleta no veía mucho a su familia. La familia guardaba sus trofeos y medallas en el salón de casa o en el dormitorio vacío. El atleta parecía contento de tener el apoyo de su familia. Lo sentía como una presencia constante en su espalda que le empujaba al empezar la carrera. “Si entrenas, si te esfuerzas más que los demás, ganaras”. “No te rindas”. “Tu padre cree en ti”. La vida del atleta había sido una carrera sin descanso. Llegar a la meta unas milésimas de segundo tarde para pisar el pódium. Leer relatos deportivos (Andrés)

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Los elásticos La punta de los pies tocaba ligeramente su cabello. Sus codos y sus caderas descansaban sobre la colchoneta en el suelo. Visto de perfil, su cuerpo formaba un circulo. Desde la infancia el hombre elástico adopta posturas que dejan boquiabierto al público. De un circulo a una esfera. De un cuadrado a un trapecio. De una flecha a una estrella. Las extremidades de su cuerpo se extienden y flexionan formando geometrías caprichosas. Para someter sus músculos a los índices de elongación que estos ejercicios requerían, el hombre elástico eludía responsabilidades sociales como cumpleaños, bodas y comuniones. Esto no hace del hombre elástico un misántropo El hombre elástico conocía muy bien las posibilidades de su cuerpo. Sí bien podía con él representar las letras R, S, T o V, tendría problemas para insinuar una W. De nada sirve un alfabeto si esta incompleto. Quizás, por un periodo tiempo, nadie notase nada. –Después de todo, en el español, apenas usamos la W–. Pero, en el momento que alguien percibiese su ausencia, todo el sistema se caería. Podríamos comunicarnos, tal vez, pero nunca lo estaríamos haciendo en español. La lengua sería otra. El alfabeto alemán, por ejemplo, tiene tres letras que no tiene el español: Ä, Ö, y ß. El hombre elástico aprendió alemán fruto de su devoción por Friedrich Ludwig Jahn, el alemán al que se le atribuye la denominación de la gimnasia como deporte. En el alemán descubrió la terapia de la Gestalt, de la mano Fritz Perls, y su interés por el lenguaje corporal aumentó. Ahora, su cuerpo temblaba al ver las formaciones masivas de gimnastas que abren los juegos olímpicos en las ciudades asiáticas. La multitud alineada en filas y columnas, una matriz humana que se mueve en sincronía para el deleite visual. Un solo desliz en una acción puede estropear el rendimiento gimnástico de la masa. Las partes hacen lo posible para subordinar sus pensamientos y acciones al colectivo. El hombre elástico imita sus movimientos y sueña con formar parte de la matriz.

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Los pieles cuidadas El plástico que envuelve los libros hasta el día que los compras. Una fina capa transparente y brillante que protege al libro de cualquier daño: una mancha, un rasguño u otro signo del paso del tiempo. Si había algo que le aterrara era envejecer. El hombre de piel cuidada envuelve su cuerpo en cremas cada mañana. El paso del tiempo hace que la epidermis pierda elasticidad y luzca opaca como una roca volcánica al borde de la fractura. El hombre de piel cuidad, con la determinación de un shaman, va disponiendo la crema en puntos equidistantes que luego extiende –como su esperanza de juventud– por toda la superficie de su cuerpo Cuando no esta aplicando ninguna loción sobre su piel ni contemplándola. El hombre de piel cuidada se dedica a la producción de las lociones. Aceites esenciales, infusiones de plantas, aceite de almendra, cera de abeja y más aceites. El hombre de piel cuidada elige los ingredientes y los prepara meticulosamente para la ceremonia de la absorción cutánea. De su piel, los amantes halagan la suavidad y los amigos, el brillo. Sus palabras le hacen inmensamente feliz. Tanto que, por un instante, el hombre de piel cuidada parece sonreír, lo cual es verdaderamente difícil debido a la cantidad de botox que hay en su cara.

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Los tanoréxicos Existe rivalidad entre los tanoréxicos. Todos compiten por tener la piel más oscura que jamás se ha visto. Para un tanoréxico el bronceado es análogo a la idea de éxito que mueve la sociedad capitalista actual. A través del tono configuran su posición social. Fama, fortuna y poder en los poros de la piel. La referencia con la que el tanorexico mide sus resultados es la piel del otro. Brazo contra brazo. Si un tanoréxico encuentra un tono de piel superior al suyo, no descansará hasta superarlo. No se siente bien con una piel lechosa. Tampoco una piel dorada es suficiente. La felicidad esta en lo extremadamente renegrido. La exposición solar es el medio. Los cuerpos brillan bajo la luz del sol. Las pieles son atravesadas por millones de fotones por segundos. Los fotones estimulan las células de la epidermis. Las células excitadas de la epidermis liberan melanina. El aumento de melanina oscurece las pieles. Para el tanorexico, la melanina es lo que el dinero en el capitalismo: todo. Además, la melanina protege la piel de los rayos ultravioletas, evitando quemaduras solares. Las quemaduras son el resbalón del ideal tanoréxico. No hay nada tan tiste como unas virutas de bronceado cayéndose de la piel. Cuando el sol se esconde tras las nubes o bajo el horizonte, el tanoréxico corre al solárium. Las cabinas de rayos UVA son el negativo del ataúd del conde Drácula; un refugio de luz para los momentos de oscuridad. En zonas de clima desfavorable, algunos tanorexicos recurren a un spray marrón para colorear su cuerpo. La pigmentación cutánea es una carrera de fondo. El tanórexico sólo encuentra descanso en la radiación solar. Se queda dormido con dos rodajas de plástico opaco sobre los ojos. Sueña que es un panel fotovoltaico. Cada milímetro cuadrado de su cuerpo capta la energía solar para transformarla en electricidad. Se siente a tope. Nada le hace sombra.

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Los adictos a la cirugía El año de sus dieciocho años su madre quiso regalarle una blefaroplastia asiática. ¿Alguna vez has deseado algo con todas tus fuerzas y más tarde lo has conseguido? Entonces sabes que ganar es muchas cosas, pero nunca es la cosa que pensaste que seria. La fantasía es siempre mejor que la realidad. Warhol lo decía del amor. No hacerlo es muy sexy. Dos opuestos se sienten más atraídos si nunca se han conocido. Todo el potencial esta en imaginar como sería ese momento. Había conseguido una línea sobre sus ojos asiáticos. Esa línea era algo que le faltaba. Como si alguna vez hubiera estado ahí, sobre sus ojos, pero la hubiera olvidado en un baño publico o en una habitación de hotel. Esa línea siempre había debido estar ahí, para llenar la sensación de vacío que sentía. Pero esa sensación de vacío no desapareció tras la operación. Tampoco, tras el postoperatorio. Sus parpados nuevos habían quedado como ella deseaba. Pero no era lo que pensó que seria. Había algo en sus orejas que robaba el protagonismo a sus parpados. De nuevo, comenzó a jugar al juego de imaginar lo perfecta que sería si sus orejas estuvieran mas pegadas a la cabeza. Hasta el día de la operación, presionaba sus orejas contra su cabeza con los dedos para verse en el espejo. Cuando la cirugía consiguió que los lóbulos de las orejas se mantuviesen paralelos a la cabeza por si mismos, el juego de mirarse al espejo pedía un nuevo enunciado. Después de las orejas se puso pecho. Luego se lo quito. Estos cambios nunca llenaron la sensación de vacío, pero la cirugía comenzó a producirle una satisfacción similar a la de comprar en rebajas. –Compraba cosas que no eran su numero, que no le servían para nada. Pero se sentía mucho mejor que si no participaba–. La cirugía se convirtió en algo habitual en su vida. Al salir de una operación, pedía cita para la siguiente. Había algo en el quirófano, el tener una cita pendiente o el discutir sobre su aspecto con un medico, que le llenaba de satisfacción. Daba sentido a su vida. Sentido del que las decisiones sobre su aspecto físico empezaban a carecer. Lejos de ideales de belleza y convenciones culturales, la modificación de su cuerpo atendía razones festivo-afectivas. Sorprender a un novio con una replica de su nariz, ponerse las caderas de su cantante fetiche o imitar los rasgos raciales de un país a visitar

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Los videntes A los once años un balonazo en la cara le rompió las gafas. Su padre fue a recogerlo al mismo campo de futbol. El vidente se sentó en el asiento del copiloto, su padre conducía de vuelta a casa. Esperaba con la cabeza agachada la reprimenda de su padre. ‘¿Sabes cuánto gasto en lentes?’. ‘Ya eres mayorcito para pasarte el día jugando al futbol’. ‘Yo a tu edad…’. Sin embargo, su padre conducía sin decir nada. La melodía del teléfono rompió el silencio. Mientras su padre atendía la llamada, el vidente levantó la mirada. Una composición aleatoria de luces centelleantes se extendía ante el. Eran las luces de la ciudad: farolas, letreros fluorescentes, focos de fachada, semáforos y luces de coches. Su incapacidad para enfocarlas generaba la visión de círculos de colores vivos y contornos difusos sobre el oscuro tapiz de la noche. A medida que el coche avanzaba, los círculos variaban su diámetro y se movían por el espacio como por obra de Oskar Fischinger. Este espectáculo visual impresionó al vidente. Primero fue una sensación de vértigo, seguido de un sentimiento adrenalina y deleite. Nunca había visto nada igual. Desde aquel mareo en el coche de su padre, el vidente ha recurrido a psicotrópicos para tener nuevas alucinaciones. Toma LSD en pequeñas dosis, varias veces. A menudo en festivales, bajo la sombra de un árbol, al aire libre. En menos de una hora, infinidad de diminutas y cristalinas margaritas le rodeaban girando sobre si mismas. Camellos y caballos flotan inmóviles a lo lejos. El horizonte se pierde como un zócalo a la luz de James Turrell. En un degradado continuo, el verde se vuelve amarillo y del amarillo, al rojo. El cielo y la tierra se funden en un atardecer. El vidente se mueve por este escenario como una onda. Su trayectoria sigue la curva del seno. Su cuerpo se ha convertido en un sonido pero su consciencia sigue siendo la de un humano. Impulsado por la vibración de las partículas de aire, el vidente se siente realmente hermoso, como un riff suave y profundo de guitarra, y puede ver a sus amigos sonreír cuando le escuchan.

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Los yonquis Los jóvenes bailan en la noche. Su baile no pertenece a la noche. En su lugar, la noche les pertenece. La sustancia que suministran a sus cuerpos les agita. La sustancia les hace temblar. Aliens en una fiesta exquisita. Giran sus tobillos. Rompen sus caderas. La única realidad que reconocen y reproducen es la de una mente perturbada que nunca más lamenta el sin sentido y la falta de orden en su rutina. Un relato visceral en el baño de la discoteca. Una línea blanca. Un colapso. El yonqui despeja su nariz. El DJ incrementa su ritmo cardiaco. Un loop. Su cuello se retuerce. El sudor en sus cejas. El molde en algodon de sus genitales. Mea como una chica. Sus pupilas le gritan. La ciudad es su cuerpo. De frecuencias, construido. Desde el caos inicial. Con una energía inagotable, casi infantil. Líneas que interseccionan con su cuerpo y con el de la ciudad. Fragmentación. Los motores del futurismo. Los colores del faubismo. En la radicalidad de la cultura moderna. En la ruptura. Aspirando a preservar la intensidad del aquí y ahora. La velocidad es el medio de subsistir. Su paladar en llamas. Una cacofonía dominada por el mercado del consumo y la obsolescencia. Se ha acabado toda la droga. Esta inmenso en un presente sin perspectiva que inhala sin ayudarse con nada. Sin pensar. En un estado de desolación, la ilusión se desvanece. Después del big bang, no podemos oír el ruido de las estrellas. Solo un zumbido constante. Se llama tinnitus. Estamos agotados. Descomponiéndonos justo antes de desparecer. Aun vivos presenciando el baile que hemos comenzado. Una sociedad desmedida. Hecha mierda. El espacio entre dos sintonías. Ródchenko. El futuro es nuestro objetivo. El yonqui es el ultimo en irse. Síntoma de la desesperación. Aquí no hay fiesta. Sólo una opacidad intransigente. Su rostro se desfigura en el reflejo del lavabo. “Vuelve a casa”. Nadie camina a su lado. El yonqui esta demasiado puesto para follar.

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Los hierbas La marihuana crece bajo un foco de luz cegador dentro de un armario en el salón. Millones de vatios bañan sus hojas sin descanso. Un imán en el contador de la luz de casa mantiene el consumo libre de sospecha. Cuando cesa el ruido del ventilador que expulsa el aire caliente del interior del armario, se oyen las plantas crecer. Un concierto de crujidos de células que se estiran y dividen a toda velocidad. Un sistema informático conectado a sensores, pantallas y dosificadores regula la existencia acelerada de estas plantas cuyo único fin es satisfacer el ansia de deceleración del hombre hierbas. El hombre hierbas dedica una mitad del día al cultivo de sus plantas y la otra mitad, al consumo. Nadie sabe si fue el cultivo que le motivó a consumir o si fue el consumo lo que le llevó a cultivar. El hombre hierbas parece disfrutar con ambas por igual. El tomillo, la menta y la melisa crecen en el balcón. Cada mañana el aroma de las plantas y el zumbido de la ciudad entran al dormitorio para despertarle. Una costilla de Adán y un tronco de Brasil crecen junto al sofá. Tres dedos de agua a la semana mantienen el verde intenso y el brillo de sus hojas. El tomillo tiñe lentamente el agua hirviendo. El hombre hierbas envuelve con sumo cuidado las flores de la marihuana en un canuto de papel de arroz. El cálido perfume de la infusión da comienzo al ritual. Descalzo, el hombre de hierbas se hunde en el sofá. Un extremo del canuto reposa en sus labios. El otro se consume. Entre sus dedos, entre sus labios, el tomillo, la marihuana. Su mirada, sonrojada por el humo, resbala por las hojas y los tallos de su pareja de centinelas tropicales.

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Los diseñadores de fármacos Fármaco n. Molécula bioactiva que, en virtud de su estructura y configuración química, puede interactuar con macromoléculas proteicas, generalmente denominadas receptores, localizadas en la membrana, citoplasma o núcleo de una célula, dando lugar a una acción y un efecto evidenciable. Diseñador n. Persona que dibuja y acota de forma innovadora un objeto, proceso o relación destinado al consumo. Recientemente, el diseñador y el fármaco han comenzado una relación de amor. El diseñador utiliza descriptores, que categorizan al fármaco por aspectos electrónicos, geométricos, cuánticos, termodinámicos y de conectividad. El fármaco se puso a llorar y el diseñador se reía. Discutieron toda la noche hasta que la aurora les unió de nuevo sobre el escritorio.

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Los cyborg La cyborg no es un robot. –Tampoco es un humanoide, por mucho que se parezcan–. La cyborg no esta al servicio de la sociedad. –Actúa a su antojo–. La cyborg implementa su cuerpo con la ultima tecnología. La cyborg cambió su mano por un tenedor. Su pierna por un fusil. Su pecho derecho por un deposito de agua. Su cintura por un neumático. Su útero por bocinas y sus labios por un micrófono. Su ojo derecho lo cambió por una videocámara. Su oído izquierdo por un GPS. Su hígado por un procesador. Su hombro por un teclado. Sus muñecas las cambió por sensores de luz y temperatura. Su mal aliento por un humificador. También cambió su glúteo por un cojín. Su dolor de cabeza por un puerto wifi. Y añadió a su culo una salida HDMI. El cuerpo de la cyborg no envejece, es un ensamblaje de funciones en continua obsolescencia.

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Los parapléjicos Cada mañana salta de la cama a la silla de ruedas. Se sube las mangas de la camisa para que no le moleste al impulsarse. Sus brazos se habían fortalecido desde el accidente. El parapléjico tiene el pelo largo, hasta el pezón. Del pezón a los pies, su cuerpo esta paralizado. Lesión medular. Su silla de ruedas ha recorrido tres años. El pasado es un invento y el presente un agobio. Cuando vuelve temprano del trabajo, el parapléjico se pasa la tarde mirándose las rodillas.

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Los drags Sus dibujos recuerdan a los del ilustrador Tom de Finlandia. Figuras de hombres corpulentos en posturas dominantes contrastan con suaves degradados a lápiz que dan volumen a brazos y pectorales. Durante su adolescencia, el drag recurría al dibujo para diseñar un escenario de masculinidad. Más de una vez se puso cachonda mientras les daba forma en el papel. Para evitar una situación incomoda, los escondía de la mirada de sus hermanos. Un sábado de madrugada, cuando volvía a casa, aun borracha, por calles desoladas, sintió el impulso de emular los gestos que caracterizaban a sus personajes. Nadie la veía. Dejó caer su centro de gravedad hasta la cadera y aumento la amplitud se sus pasos. Al pisar, desplazaba, de manera exagera, su pie izquierdo hacia la izquierda y el derecho hacia la derecha. Como si entre sus piernas, un volumen invisible le impidiese juntar sus muslos Desde la mayoría de edad, el drag había colocado ese volumen invisible entre sus muslos y había interpretado los cuerpos de sus personajes ante el público del club. Esta noche sorprenderá a todos con un numero inspirado en Clark Gable. Llevaba una semana preparándolo y la transformación apenas había comenzado. Primero, cortó las puntas de su flequillo e hizo una montañita de trocitos de pelo. Aplicó una línea de pegamento sobre su labio y la salpicó con los trocitos de pelo. El bigote de Clark daba fuerza a la cara del drag. Engominó la parte superior de su cabello y lo peinó, dejando la raya al lado. Recogió el resto de su melena en un moño a la altura del cogote que disimularía con el cuello de la gabardina. Mientras escondía su pecho y abultaba su entrepierna, recordó su adolescencia. El Drag había olvidado cómo dibujar hombres sobre el papel para aprender a dibujarlos sobre su propio cuerpo.

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Los performers Y sucedió entonces algo que hizo enmudecer a todas las bocas y que atrajo todas las miradas. En efecto, la performer, que había salido al escenario y se había sentado sobre sus talones con un par de tijeras delante de sus rodillas, invitaba al público a subir al escenario, uno a uno, y cortar un fragmento de su ropa. Cualquier fragmento que ellos considerasen. Empezando por los puños del jersey, hombres y mujeres habían subido al escenario y sustraído centímetros de ropa. El jersey, la camisa, la falda, se deshacían para dejar al descubierto el cuerpo. Un hombre se había apropiado de las tijeras cuando sólo quedaba el cuerpo, desnudo e inmóvil, de la performer. “Veamos” dijo el hombre.

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Los nuevos géneros Una mujer en un vestido lentejuelas brillaba en el escenario. Un hombre en traje de chaqueta la miraba desde la barra. “Each man kills the thing he loves, Each man kills the thing he loves, da dah da da dah, Each man kills the thing he loves”. La voz ronca de la mujer resonaba en el bar y las palabras de la canción se posaban en el traje del hombre. “Each man”, “kills”, “the thing”, “he loves”. El hombre se sacudió. “The thing” se había clavado en la manga de su chaqueta. La agarró de un extremo con sus uñas y tiró. “The thing” cayó al suelo con el resto de la letra. Si había alguna cosa que el hombre hubiese deseado cada día era parecerse al hombre que es y, para ello, acabar con la idea de mujer con la que habían aplastado su genero. La doctora midió sus genitales al nacer. Mama le vestía como a una niña. Las braguitas le oprimían la entrepierna. Sus pechos crecían. Él quería ser abogado. Comenzó a tomar “blockers”. Mamá lloraba. Papá jugaba con él al futbol. Su mejor amigo le beso en el parque. Empezó a tomar hormonas. Se cambió de nombre. “Each man kills the thing he loves” Fue a dar un trago y solo encontró hielo en el vaso del gin tonic.

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Los infectados El infectado dejó de responder a los mensajes de sus amigos. Necesitaba a sus amigos, a su familia. Sin su familia él no era nada, nada. Pero no podían verle así. No podía pedirles que le ayuden, que asuman la responsabilidad, el riesgo. Habiendo sufrido bastante la soledad causada por su afección, salió a dar un paseo. Caminaba con la cabeza agachada evitando encontrar en el azar de la ciudad un cruce de miradas que le fuera familiar. Los chicos de su edad caminaban con vaqueros ajustados. Él, con lagrimas en los ojos, daba gracias a la ciudad. A la ciudad y a sus calles, a los chicos de vaqueros ajustados. Las lagrimas le ablandaban. Se derretía con la humedad de sus mejillas. Daba vueltas, le zarandeaban olas de ternura por estos chicos y sus mejillas duras y lisas.

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Los narcisistas La gran pasión del narcisista es su cuerpo en reposo. Es como si se reflejara en su propia imagen. Se mira a sí mismo. Como a través de una lupa. Escruta lo más mínimos sucesos como si fuera un entomólogo. El cuerpo del narcisista, en persona, es distinto del que se refleja en el espejo. Su cuerpo en persona es distinto del que circula por redes sociales. En la pantalla, como en otra superficie, la percepción de su belleza es caramelo para los ojos. Fácil de consumir, fácil de archivar y así poder volver a ella. Cuando el narcisista se retrata sobre la superficie, deja de lado cualquier imperfección. Pues las imperfecciones son siempre una condición temporal del cuerpo del narcisista y nada tienen que ver con su verdadero aspecto. Cómo resplandece su cuerpo en la gloria de sus movimientos. El narcisista es la belleza del momento. Cuando cambien los tiempos y cambien los gustos, y pasen diez años, si el narcisista conserva exactamente el mismo aspecto, sin sucumbir al mas mínimo cambio, seguirá siendo una belleza.

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Los internautas La mayoría de los recuerdos de la internauta estaban almacenados en un disco duro externo. La internauta aun recordaba el día que alguien tomo su primera instantánea. Debía tener cuatro o cinco años, su padre la acompañaba. Ella estaba sentada en un taburete de Ikea en una habitación diminuta, sin ventanas. A su espalda colgaba una imagen de las islas Galápagos. El papel cubría toda la pared y parecía llevar allí colgado mucho tiempo. Sobre otra pared descansaban unos rollos de papel del mismo tamaño. La internauta imaginó que estarían impresos con lugares exóticos. Le hubiera gustado descubrirlos pero entonces era muy tímida y no se atrevió a modificar la escena. Su padre sonreía mientras hablaba con el fotógrafo de los dátiles de las palmeras de las Galápagos. Cada vez mas nerviosa, la internauta preguntó si le iba a doler. La carcajada del fotógrafo precedió su respuesta. “No, solo vas a sentir un haz de luz”. El cuerpo de la internauta se puso rígido y miró a cámara. El flash le golpeó los ojos. Su rostro de extrañeza quedo registrado en un carrete con emulsión. No sabia en que carpeta había guardado aquella fotografía. La internauta estaba reclinada en la silla de escritorio mientras su nieto se movía torpemente por la habitación. Sus gestos no se correspondían con los objetos que tenia a su alrededor. Desde que le regalaron las gafas de realidad virtual, se pasaba el día con ellas puestas. Inmerso en un videojuego de cazatesoros ambientado en unas islas digitales. Avanzaba por un escenario 3D con figuras de polymesh y texturas bitmap. El degrado rosa del cielo apenas se reflejaba en el agua turquesa. Al nieto de la internauta no parecía importarle este detalle. Del mismo modo que la internauta ignoró las arrugas del papel cuando estaba sentada en el taburete. Ella se avergonzó un poco al compararse con su nieto que no parecía preocuparse de cómo se ve su pelo o de la alineación de sus hombros. Debía estar corriendo alrededor de las palmeras, rodando por las dunas de arena y se habría caído un par de veces al agua. La internauta había probado las gafas, pero nunca durante más de diez minutos. La sensación de ingravidez y la fatiga visual le aterraba. Volvió a mirar la pantalla de su reloj.

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Su bandeja de entrada estaba vacía. Los domingos nadie parecía pensar en ella. Solo recibía emails de artículos en oferta en Ebay o promociones de comida a domicilio. Aun así su cuerpo no podía evitar comprobar constantemente si había alguna notificación pendiente. En las ultimas horas había deambulado por webs, consumido infinidad de imágenes y fragmentos de texto. Videos de gatos, selfies de actores, frames de películas, modelos de fiesta, casas de artistas, esculturas en galerías, un atardecer en la playa. Cuando algo le gustaba lo habría en una nueva pestaña y las pestañas se acumulaban. Grabados medievales, flores silvestres, videos de gatos, un amigo en el periódico. El motor de Youtube reproducía a Etta James. “Whoo and baby, baby, I'd rather, I'd rather be blind, boy. Than to see you walk away”. Un vestido de coctel, una vasija romana, un amigo reflejado en la piscina, selfies de actores, videos de gatos. 1% de batería. La pantalla se tiño de negro. Se sorprendió. Su reflejo le miraba agotado desde la pantalla.

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Los técnicos de órganos ¡Traed el riñón! ¡pronto! ¡que despierta! ¡Teje deprisa! ¡Pon música! ¡Jazz no! ¡Pop! Quítame ese foco de la cara, que me enturbia el gesto, y sonrían que ya despierta.

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Los investigadores eugénicos “Los treinta son los nuevos veinte” pensaba la investigadora eugénica mientras esperaba a su cita en la cafetería. Como cada domingo, había elegido el mejor English Breakfast de la ciudad. Le horrorizaba la idea de que a su edad su madre ya estaba casada y había dado a luz a su hermana. Si bien ella había conseguido las expectativas, tenia una formación superior había vivido varios años en el extranjero y tenia un puesto de trabajo en una firma de trabajo. Sin embargo aun nunca se había comprometido con un hombre. Sus relaciones duraban poco. Y no solía poner mucho de su parte. Tenía prioridades. Ahora estaba a cinco años de los treinta y para su sorpresa empezaba a sentir la necesidad de tener una pareja estable. Los tiempos han cambiado. Ella estaba bien sola. Pero sabia que era una elección importante y no quería equivocarse. Últimamente quedaba con chicos de forma frenética buscando al candidato perfecto. Socialmente, el deadline para formalizar pareja se había retrasado. Pero su reloj biológico seguía siendo el mismo que el de su madre. En quince años entraría en el proceso menopaúsico y tener hijos seria mas difícil. La investigadora eugénica pasaba el día en el laboratorio. Y dedicaba los domingos íntegramente a estructurar su vida. No podía evitar pensar que su cuerpo estaba hecho para reproducirse y se imaginaba a si misma a los cuarenta rodeada de gatos sufriendo embarazos psicológicos o algún otro trastorno psicosomático. El éxito laboral le gratificaba. Habia dedicado tres años al estudio de enfermedades hereditarías a través del aislamiento y secuenciación de genes individuales. Su grupo de trabajo había publicado en las mejores revistas científicas. Sin embargo, la investigadora eugénica se sentía incompleta y su cita llegaba tarde.

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