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Las deudas se pagan
Dice un viejo refrán español: “no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”. Esto último no resulta evidente, porque hay deudas que no son pagadas: pensemos en las quiebras privadas, o en los impagos o reestructuraciones de la deuda pública.

Sin embargo, con una perspectiva más amplia podemos defender la veracidad del refrán, porque las deudas terminan pagándose, de formas no siempre evidentes. Por ejemplo, las quiebras pueden tener costes en términos de prestigio, o de dificultades futuras de financiación.
¿Y las deudas públicas? La historia registra ejemplos de repudio o reestructuración forzosa de créditos de los Estados. Uno reciente afectó a mi Argentina natal en 2001. Pero ese impago llevó a que la economía del país cayera un 12 por ciento al año siguiente. Las deudas públicas, en efecto, de alguna u otra forma se pagan.
En la actualidad vivimos un momento delicado, porque España y otros países desarrollados han incrementado su endeudamiento público hasta niveles que prácticamente duplican el supuesto “límite” de Maastricht del 60 por ciento del PIB. Y eso si solo consideramos la deuda explícita, porque si incluimos la deuda implícita en la Seguridad Social, por el déficit en las pensiones públicas, la cifra sería mucho mayor.
La situación no resultó visible antes porque la política expansiva de los bancos centrales, que re-