Graham 01

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Llegada la Mañana Come the Morning

1º Serie Graham

Shannon Drake

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Waryk ya había elegido la mujer con quien quería casarse... Mellyora ya había elegido el hombre con quien quería casarse... Pero el rey David consideró que ellos dos debían casarse por el bien de Escocia... Argumento Un trágico día de 1127 siendo apenas un muchacho, Waryk de Graham perdió a su familia en el campo de batalla, pero ese mismo día un acto extraordinario de valor le permitió obtener la protección de David, rey de Escocia. Cuando Escocia fue amenazada, el rey David reunió guerreros dispuestos a dar la vida por la patria. Dentro de esos hombres, se destacó Waryk de Graham, quien fue condecorado con el título de caballero Lord León. Pero para asumir su posición, Waryk tendría que pagar un precio: casarse con la joven vikinga que había jurado resistirse a él con cuerpo y alma! Mellyora MacAdin, hija de una noble galesa y de un virrey vikingo, gobernaba sus tierras con determinación y coraje. Sabía manejar armas y no se amedrentaba ante ningún hombre... ¡Hasta el momento en que se vio cautiva del irresistible poder de Lord León! Dividida entre el desafío y la devoción, Mellyora tendría que decidir a quien le debía lealtad... y descubrir los secretos del corazón de ese hombre seductor que se había convertido en su marido... Las habilidades guerreras y el coraje del joven Waryk, conocido en Escocia como Lord León, atraen la atención del rey escocés David. Él lo hace su protegido y uno de sus caballeros de máxima confianza. Cuando un viejo Virrey Vikingo fallece sin dejar herederos varones el Rey David planea casar a la hija del Virrey, su ahijada Mellyora, con Waryk. Lord León deberá elegir entre la mujer con quien deseaba casarse, su amante Eleanora y esta joven heredera que venía con el premio de tierras muy valiosas... Tan temeraria y valiente como sus antepasados vikingos, Mellyora se niega a obedecer la orden del rey. ¡No! De ninguna manera se casará con un viejo y asqueroso normando. Sus planes son claros: escapar, mantener su libertad y gobernar las tierras de su familia, la bella propiedad de Blue Isle. Y por supuesto casarse con Ewan, el amor de su infancia y de su adolescencia. Sin conocer sus identidades, Mellyora y Waryk, se encuentran en un río y comienzan allí una tempestuosa relación que marcará su matrimonio en los años por venir. Mellyora es una bella mujer, una sensual bailarina y una asombrosa cuentista, un premio que muchos hombres desean, un premio que viene con una valiosa porción de tierras. Mellyora y Waryk tienen un matrimonio acordado que llevar adelante y además tienen enemigos que amenazan la paz de Blue Isle. Atrapados entre las presiones del rey, la venganza de Ulric, la desconfianza hacia Daro y los celos por sus amores anteriores, Waryk y Mellyora deberán dejar de lado su guerra de voluntades para salvar lo que más aman en la vida: la posibilidad de un hogar.

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Índice Prólogo ........................................................................................................................... 4 Capítulo I ...................................................................................................................... 10 Capítulo II ..................................................................................................................... 23 Capítulo III .................................................................................................................... 35 Capítulo IV ................................................................................................................... 49 Capítulo V .................................................................................................................... 62 Capítulo VI ................................................................................................................... 76 Capítulo VII .................................................................................................................. 90 Capítulo VIII ............................................................................................................... 100 Capítulo IX ................................................................................................................. 114 Capítulo X .................................................................................................................. 130 Capítulo XI ................................................................................................................. 142 Capítulo XII ................................................................................................................ 161

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Prólogo

Frontera de Escocia, 1127. Imaginó que estaba muerto, abatido por la inmensa hacha de guerra de su oponente. A pesar de que el escenario circundante no le era extraño, especuló que estaba en el cielo. El infierno no tendría esa fragancia dulce de flores, ni los lagos cristalinos que se extendían por las llanuras verdes, ni el aroma a vegetación fértil. La luna —en cuarto creciente— se reflejaba en los alrededores con brillo fantasmagórico. Rojo. Color sangre. Un dolor intenso lo hizo suponer que no había muerto. Los martillazos en la cabeza daban la impresión de que el cráneo había sido partido por la mitad. El instinto le advirtió no gemir. Apretó los dientes, se apoyó en uno de sus codos y miró alrededor. Cuerpos en grandes cantidades yacían en una masacre brutal de sangre y pálidos miembros esparcidos. Las sombras de la noche aumentaban su aspecto horripilante. El olor no era sólo a flores, sino a tierra ensangrentada. La masacre se había repetido y volvería a suceder. El dolor aumentaba y amenazaba con robar otra vez la consciencia. Acostado en el pasto húmedo experimentaba el ardor del fuego en cada uno de sus heridas. Creyó que había muerto, y que amigos y enemigos lo habían olvidado. No lejos de allí, vio una pequeña cabaña hecha de barro y piedra. Adentro, las llamas denunciaban la presencia de sobrevivientes que podrían estar curando heridas o haciendo planes. ¿Dónde estaría su padre? Él jamás lo dejaría, vivo o muerto. Giró los ojos hacia la izquierda, al percibir que su mano estaba sobre un cuerpo frío. Sintió apretarse el corazón y lágrimas vinieron a sus ojos. Temblores lo sacudieron. William, el Grande, extendido a su lado, tenía el pecho atravesado por la espada de un enemigo y los ojos azules quietos. —¡Papá! —susurró, inmerso en la desesperación. Acarició los cabellos rojizos—. ¡No puede ser! No me dejes, padre mío... Se recriminó. Su corta edad no importaba. Nada traería a su padre de vuelta. Tendría que convertirse en un guerrero, a cualquier costo, y honrar el nombre de él. Las nubes se abrieron, permitiendo una visión mas amplia de la masacre. A algunos pasos, vio a Ayryn, el hermano de su padre. Siempre había sido guapo, sonriente, orgulloso y muy apegado a William. —¡Oh, tío, Dios no puede haberme abandonado! —volvió a susurrar—. ¿Por qué se fue? Un grito salvaje de furia e impotencia se detuvo, sofocado en su garganta. Tendría que quedarse inmóvil y mudo. Escuchó pasos furtivos que se aproximaban por la senda. Las siluetas rodearon la cabaña donde los escoceses que habían escapado se reunían después del salvajismo de la batalla. Contuvo la respiración. Los enemigos pasaron al lado de él. Tuvo ganas de gritar para que su padre y su tío tuviesen cuidado. ¡Qué absurdo! Nada ya los podía afectar. La más dolorosa de todas las verdades cruzó su cerebro. Estaba solo. Aquellos que lo habían amado jamás volverían a hablar con él. Esperó.

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Cuando el último enemigo desapareció detrás de la cabaña antes de tomarla por asalto, comenzó a erguirse. Se tambaleó y pensó que iba a desfallecer a causa del dolor lacerante en la cabeza. Respiró profundamente y procuró controlarse. Al poco rato, juntó las pocas fuerzas que le restaban. Caminó por la senda en sentido opuesto, de manera subrepticia. Michael, jefe del clan MacInnish de las Tierras Bajas, escuchaba las conversaciones alrededor del fuego. Había nacido en Dunkeld, una de las más antigua de los celtas y los galeses. Hijo mas joven, había llegado a la frontera exuberante al casarse con la última descendiente del clan de los MacNees, tradicionales propietarios de esa bella zona de tierra y que, desde el comienzo, se había opuesto a las sucesivas invasiones. Las legiones romanas, que habían encontrado fuerte resistencia entre la gente que habitaba originalmente las Tierras Altas. Además de eso, habían tenido que enfrentar la hostilidad del territorio escarpado. Los vikingos continuaron con las incursiones en el interior. Las tierras fértiles habían atraído también a los ingleses y la nueva aristocracia normanda que acabaron formando parte del territorio que llegaron a conquistar. A esa altura de la historia los invasores se habían mezclado con la población nativa y eran todos escoceses. Etiquetados como bárbaros, nunca habían sido conquistados por los romanos. Cuando el comandante romano derrotó a los caledonios de Escocia, fue llamado de vuelta a Roma. En un corto espacio de tiempo, Gran Bretaña fue abandonada por los romanos. Tribus celtas y teutónicas se instalaron allí, tales como los pictos, los escotos, los bretones y hasta los mismos anglosajones. Fue Kenneth MacAlpin, el gran rey de los escotos de Dalriada quien unificó a los escotos y a los pictos, dando inicio al reino de Escocia. Podría haber habido una paz relativa en la región. El rey David I reinaba en Escocia. Su hermana se había casado con Enrique I de Inglaterra. El padre, Malcom III, había luchado contra William, el Conquistador. Aún sin haber vencido en las batallas, había mantenido Escocia unida. David había aprendido mucho con su padre y sus hermanos. Había crecido en Inglaterra, donde había prosperado y había observado a su familia luchar con los resultados de la conquista normanda. No se trataba de un joven sin experiencia. Era un hombre maduro e inteligente y no se olvidaba de la precariedad de la posición real, ni de los peligros del mundo. A pesar del resentimiento de algunos hacia él por haber sido criado en la corte normanda, sus lazos familiares era poderosos. Su madre había sido hermana de Edgard Aetheling, de la realeza sajona antes de la llegada de William. Había conocido el poder de las luchas y de las alianzas. Michael, como todos los escoceses apoyaba al rey, aunque odiasen todo lo que se relacionase con los normandos. Pero admitía que David había demostrado ser un líder escocés que no negaba su propia identidad y la de su país. Era un guerrero, pero sabía usar la diplomacia con los vecinos del sur, a pesar de las guerras constantes. David se empeñaba en expandir las fronteras escocesas. Para eso había entregado tierras escocesas a poderosas familias normandas que se mostraban leales. Se trataba de tierras de clanes cuyos jefes habían muerto o donde había conflictos entre los herederos. Sofocó una rebelión en 1124, cuando se había convertido en rey, y muchas otras veces después de eso. Consolidó la unidad del reino, introdujo el sistema feudal anglo-normando e

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hizo que Escocia saliera del aislamiento. Estrechó los vínculos con la Iglesia Católica y Occidente. Sin embargo dos amenazas seguían asolando a Escocia. La gran extensión de las fronteras y los vikingos, siempre al acecho. David era un estudioso de la historia. Creía que las invasiones escandinavas al norte habían debilitado al rey Haroldo. Y que por eso había acabado perdiendo Inglaterra a manos de los normandos. Pero el poder del rey no había sido suficiente para evitar la masacre. Aunque Michael hubiese reunido muchos jefes de clanes y muchos de sus hombres en poco tiempo, había sido atacado por Lord Renfrew, un noble de descendencia normanda insatisfecho con las tierras en Yorkshire que le habían sido concedidas. Junto con un ejército mercenario danés, Renfrew había marchado hacia el norte, ahuyentando a los campesinos aterrorizados. Había saqueado abadías e iglesias y había violado un gran número de jóvenes. Michael había convocado a todos los parientes y aliados para que defendiesen la tierra. A estas alturas, muchos de los mas valientes guerreros habían sido muertos o estaban agonizantes. Reunidos alrededor de un fuego, los sobrevivientes discutían. Thayer Cairn, un hombre gigante con la fuerza de un toro, se calentaba las manos. Las llamas crecieron, dejando manchas rojas en su rostro. —¿Dónde están el rey y las tropas, cuando más precisamos de ellas? — Thayer se indignó. —No debemos condenar al rey por no haber llegado a tiempo —Michael procuró calmar los ánimos—. Ahora la defensa será con nuestros propios recursos. —¡Michael tiene razón! —Fergus Mann, un hombre delgado y de cabello gris lo apoyó. Había perdido a su hermano y a su hijo mayor. Los dos hijos mas jóvenes estaban a su lado—. Lo mas importante no es el rey, sino la decisión que tomaremos a continuación. Creo que debemos reunir los heridos y desaparecer en las colinas rocosas. Nuestra única esperanza es conseguir refugio con nuestros amigos de las montañas. Michael escuchó un golpe y frunció el ceño. —¿Quién está de guardia? —McBridie. Michael apuntó a la entrada y Thayer no llegó a dar tres pasos. La puerta fue derrumbada y un guerrero nórdico apareció en el umbral. El gran Thayer recibió un golpe de lanza en el hombro. Los escandinavos irrumpieron por las ventanas. En segundos, los veinte escoceses que se habían refugiado en la cabaña fueron heridos y asesinados. Michael, todavía de pie, sujetaba la espada y un hombre alto vestido de cuero y con cota de malla pasó por la entrada. Lord Renfrew. Agarró al más joven de los hijos de Fergus Mann por los cabellos y apretó su espada en el cuello del muchacho. —¡Pero que estoy viendo! —Renfrew lanzó una risa malvada—. Michael en persona. Vamos, suelta la espada o el muchacho muere. —Es una trampa, Michael! —Patrick, la víctima gritó. Renfrew miró a sus hombres. —Amarren las manos de estos hombres. Pero con cuidado. Ellos son el resultado de años de invasiones tribales. Sabes, Ragwald —habló con el que había matado a Thayer o por lo menos lo había dejado gravemente herido—

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tienen buena sangre vikinga y luchan como salvajes. La espada, Michael! ¡Ahora! O mato al muchacho. —Él me matará de cualquier manera —Patrick afirmó, a pesar del terror que sentía. A pesar de concordar con Patrick, Michael arrojó la espada en el suelo. —Amárralo —ordenó Renfrew. Michael no reaccionó cuando el nórdico le amarró las manos en la espalda. —¿Y ahora? —el vikingo preguntó a Renfrew. —Haz lo mismo con los otros. Serán mis prisioneros. La tarea fue cumplida. —¿Y ahora? —Michael repitió la pregunta del vikingo. —Una buena pregunta. —la misma sonrisa cruel—. Como rehenes, no tienen valor alguno. ¿Y como esclavos? No sería una mala idea. Ah, pero tendría que preocuparme de mi seguridad. Creo que será mejor colgar estos bastardos por el cuello. ¡Comiencen con él! —indicó Thayer—. Está medio muerto de cualquier modo. Servirá para poner a prueba la cuerda. Los atacantes salieron dando puntapiés a los escoceses atados. —Perdónenos —uno de ellos se burló—. Les prometemos que no sufrirán por mucho tiempo. —Milord debería haberse quedado con la espada —Patrick le recriminó a su jefe—. Por lo menos habría matado a uno de ellos. Oyeron las risas guturales de los que luchaban con el cuerpo gigantesco de Thayer. De repente fueron sorprendidos por una silueta que apareció detrás de Patrick y cortó la cuerda que ataba sus muñecas. La sombra se levantó. Era el hijo del gran William. Michael lo había visto caer sobre su padre durante la batalla y había creído que Waryk estaba muerto. ¡Santo Dios! Cubierto de barro y sangre, era una figura grotesca. La única luz venía de sus ojos azules que brillaban con odio. Analizó uno a uno a los muertos y moribundos. Todavía no tenía catorce años, aunque fuese mas alto y tuviese los hombros más anchos que muchos guerreros adultos. —Suelta a tu padre y a tu hermano —Waryk le susurró a Patrick—. Yo Soltaré a Michael. —Qué pasa? —Uno de los guerreros vikingos se dio vuelta para mirar—. ¡Miren lo que hay aquí, un muerto vivo! Uno más para la horca. Waryk tomó la espada de Michael y no dio tiempo a que el gigante nórdico levantara su hacha de guerra. Con un grito ensordecedor, le atravesó el cuello con la espada. El mercenario dobló sus rodillas y se derrumbó en el suelo sin vida. Todos quedaron atónitos, inclusive Patrick y Michael. —¿Qué pasa ahí adentro? —gritaron desde afuera. —¡Rápido! —Michael recuperó el sentido común. Patrick y Waryk desataron a sus otros compañeros. Mas un enemigo se asomó en el umbral de la puerta y fue recibido con una espada. El ruido alertó a los demás. Pronto los escoceses quedaron en ventaja, pues cada atacante que entraba a la cabaña era dominado. El suelo quedó empapado con sangre y los hombres luchaban sobre los cuerpos caídos. Los hombres de Renfrew comenzaron a retroceder y fueron perseguidos por los escoceses. En ese momento el ruido de un tropel de caballos hizo que Michael levantara la cabeza después de matar a un oponente. Era el rey. Los guerreros reales se involucraron rápidamente en la lucha con los enemigos que, en menor número,

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caían y morían en el mismo campo de batalla donde habían masacrados a tantos otros. David fue misericordioso con los hombres que se rendían. En poco tiempo sólo se oyeron los golpes aislados de una espada contra otra. Era Waryk, el hijo de William de Graham, el gran William. El joven tenía sangre normanda y vikinga. Pero, independientemente de quienes habían sido sus ancestros, el muchacho demostraba su valor como hombre. Valor y sufrimiento. Coraje por encima de cualquier otra emoción, desafiando al miedo y a la muerte. Hombres caían a su alrededor y Waryk continuaba luchando. Enfrentando a Lord Renfrew, sin importarle la gran experiencia de su oponente. Waryk luchaba con la espada de su padre. Cuando Renfrew se atrevía a respirar, el muchacho atacaba. Renfrew era mas fuerte y mas astuto. Waryk ganaba en sutileza y velocidad. Exhausto y herido, parecía que acabaría rindiéndose. Renfrew asestaba los golpes con maestría y determinación. No desistiría hasta que no matase a Waryk. Renfrew finalmente levantó su espada para el golpe final. Waryk de Graham usó a su favor el impulso del movimiento de su oponente. Giró su espada hacia arriba con una fuerza sobrenatural y atacó a Lord Renfrew debajo de las costillas. El hombre cayó a los pies del joven, quien, paralizado en el lugar, sólo temblaba. —Mi Dios, ¿quién crió a este cachorro de león? —el rey se adelantó montado en su caballo. —Uno de sus hombres, Majestad —Michael explicó, exhausto—. Es hijo del Gran William. —¡Ah! —Cuidaré del muchacho —Michael prometió—. William estaba casado con la última descendiente de una antigua familia. La fallecida madre de Waryk, Menfreya, era una prima lejana mía. Él no tiene ningún otro pariente. Los amigos serán su familia. —Buen hombre, sea su amigo y su familia. Pero yo seré su guardián. Le aseguro que un día será un gran guerrero. Él será mi campeón. David era un hombre maduro y viril, un orgullo para los escoceses. Llevó su caballo al centro de ese escenario horripilante, donde el muchacho continuaba temblando, sin quitar sus ojos del hombre que acababa de matar. —¡Graham! —el rey lo llamó. Waryk salió de su estupor y levantó la cabeza. El rey analizó al joven que prometía convertirse en un adulto de gran estatura y fuerza. David conocía el arte de gobernar. Había sido testigo del reinado de los reyes normandos. Sabía de sus debilidades y su poder. Y sabía que el poder venía del apoyo del pueblo. Estaba orgulloso de ser el rey de Escocia y era leal a los escoceses. Acostumbraba a observar minuciosamente tanto a los amigos como a los enemigos. Encontraba fácilmente las debilidades y las virtudes de cada uno. —Entonces eres un Graham —el rey habló mas para sí mismo que para la audiencia. —Lo soy, El joven miró al rey y frunció el ceño. Acababa de matar a un gigante. Su familia había muerto—. Soy un Graham. Y estoy solo. —Tu padre fue un soldado bueno y decente. Un gran hombre, me gustaba mucho como guerrero y como amigo.

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—Si, su Majestad. David desmontó y desenvainó su espada. Nada mejor para ganarse el amor y la lealtad del pueblo que hacer ostentación reconociendo una acción heroica. —¡Arrodíllate muchacho! Waryk pensó que el rey quería matarlo. —¡Arrodíllate! —David repitió. —¡Arrodíllate muchacho! Waryk puso una rodilla en tierra. El rey apoyó la espada en el hombro de Waryk. —Yo, David, rey de Escocia ungido por la gracia de Dios, concedo el título de caballero a este joven por su coraje en el campo de batalla. Waryk, hijo de William, de aquí en adelante será Sir Waryk Graham, en honor a su padre y los parientes de su madre. Todos aquí presenciaron el coraje extraordinario con que se comportó. Sabrán también que Waryk, hijo del gran William de Graham, pasará a ser conocido como Lord León y será mi defensor. Yo cuidaré de sus intereses de aquí en adelante. En el tiempo adecuado, mucho podrá ser ganado a través de un casamiento ventajoso. Sir Waryk de Graham, Lord León, el honor de tu padre sobrevivirá en tu sangre. Emocionado Waryk tomó la mano del rey. No recordó que estaba ensangrentado, herido, sucio y sudado. En su mirada, lágrimas sin derramar. El rey le había concedido un gran honor. —Majestad —Waryk no podía esconder el temblor de su voz—. Lo serviré hasta la muerte. —Es eso lo que espero del Lord León. Levántate, hijo. Ahora eres un verdadero Graham. —Pero estoy solo en este mundo, Majestad. —Por ahora. Pero llegará un día en que tendrás descendientes y tu propia familia. Creelo muchacho. David pensaba en el futuro. El más joven caballero del rey no sería sólo otro peón en el tablero. El juego de su vida sólo comenzaba. Había muchos movidas posibles para Waryk de Graham.

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Capítulo I Diez años después, Waryk, Lord León, todavía usaba la espada que había pertenecido a su padre. En lo alto de la colina, montado en un gran caballo de guerra, observaba a distancia el ataque a Localsh, la pequeña fortaleza del rey. Estaba al comando de cincuenta hombres armados. La rebelión no era tan grande como el mensaje hacía creer, pero la tropa de la fortaleza sólo contaba con veinte hombres, además de los artesanos, pedreros, religiosos y hombres libres que vivían dentro y alrededor de la muralla del castillo. Los muros de piedra, recién terminados, presentaban trechos dañados. Los pocos defensores no estaban preparados para combatir a los atacantes. Había indicios de escasez de agua, alimentos, flechas y aceite para arrojar sobre los que intentasen escalar la muralla. Los rebeldes se preparaban para el ataque. Acumulaban piedras y antorchas para alimentar las catapultas. Posicionaban arietes con el objetivo de quebrar los portones. Apoyaban escaleras destinadas a los guerreros que escalarían los muros. A Waryk le extrañó el estado lamentable de los agresores. Después de la muerte de Enrique I, la vecina Inglaterra había comenzado a vivir un período de conflictos. Matilde, hija del rey fallecido, luchaba contra su primo Stephen por la corona y muchos barones normandos codiciaban mas poder. Admitía que las tropas del rey David, de las cuales comandaba una de las partes de la caballería, siempre obtenían victorias gracias al coraje y a la gran determinación. Esos agresores no usaban ni siquiera armaduras de cuero o protectores pectorales. Algunos cargaban escudos viejos. Parecía un grupo de siervos sin estrategia o conocimiento del arte de la guerra. La vestimenta simple parecía normanda, comúnmente usadas en las Tierras Bajas de Escocia. A pesar de la confusión que la muerte del rey había traído a las fronteras anglo-escocesas, la escena que veía le pareció extraña. Él mismo usaba cota de malla sobre la túnica de lana y un manto sobre esta. El yelmo y el protector pectoral eran metálicos, aunque algunos caballeros prefiriesen los protectores de cuero. Su blasón, un halcón de alas abiertas, estaba bordado en el manto y en los arreos de los caballos. Recordó que, hacia diez años, también había luchado con pocos recursos... por su propia vida. ¿Los atacantes lucharían por sus hogares? ¿Por qué asaltaban una fortaleza? —¿Waryk? —Angus, su auxiliar principal, lo apartó de sus pensamientos. —Esto parece ser nada más que una tropa de campesinos locos. ¿Pero por qué arriesgarían sus cabezas? Waryk levantó la mano. Era la señal para descender al galope desde lo alto de la colina y atacar. Dios era testigo de que no deseaba perder ningún caballero, a pesar del salvajismo de los agresores. Se dio vuelta en la silla de montar. —¡Mantengan vivos al mayor número posible de hombres! Angus, Thomas, vengan conmigo. Theobald, Garth y los tres MacTavish, tomen a los hombres del ariete. Los demás quedarán encargados de los que intenten escalar la muralla y los portones. ¡Por Dios, por el rey y por la Patria! Bajó la mano y espoleó a Mercury con la rodilla. Un tropel ensordecedor partió cuesta abajo anunciando la ayuda para la fortaleza sitiada.

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Waryk calculó una centena de rebeldes. No deseaba una masacre, a pesar de la certeza de una victoria. Había aprendido que había buenos hombres entre los normandos, los escoceses, en las tribus más pequeñas y aún entre los vikingos. Esos hombres se parecían a los antiguos bárbaros celtas. Y luchaban con una furia fuera de lo común. Durante el combate, Waryk notó que el enemigo no buscaba misericordia, sino la muerte. Quedó todavía mas intrigado al escuchar palabras sueltas en idiomas diferentes. Francés normando, gaélico, inglés sajón y hasta un lenguaje nórdico. Los que escapaban de la muerte, huían. Aún en las Tierras Bajas, había bosques y cadenas de montañas que servían de escondrijo. Después de la retirada estratégica, los atacantes volvieron dispuestos a continuar la lucha. Waryk notó que Angus preparaba el hacha de guerra para eliminar a un hombre. —¡Angus! ¡Lo precisamos vivo! El enemigo abrió los ojos mirando en dirección al bosque, como si estuviese a la espera de un fantasma. Y se lanzó ciegamente contra Angus, quien no tuvo otra opción que acabar con la vida del hombre en defensa propia. —Lo siento mucho, Waryk, pero él iba a matarme. —Lo vi. ¿Pero por qué un hombre que lucha tanto con tan pocos recursos, elige morir en vez de continuar vivo? —No lo puedo imaginar. —Vamos al castillo. Tal vez haya alguno de ellos vivo. La pequeña fortaleza de Localsh era una antigua construcción céltica. Las murallas de madera gruesa y rústica rodeaban un patio que servía de mercado para los vecinos, arrendatarios y siervos de los jefes y Lords menos importantes. Sir Gabriel Darrow, el administrador, perplejo con lo ocurrido, se mostró aliviado con la llegada de las tropas de Waryk. Un soldado le contó a Waryk que el ataque le había parecido algo sobrenatural, cuando hombres con sus caras y cuerpos pintados emergieron del bosque como locos. Después de matar a los que encontraron por el camino, exigieron a gritos la apertura de los portones. En caso contrario arrasarían con todo. —Raramente he visto tanta brutalidad por tan poco —se lamentó sir Gabriel. —Motivos no faltan, —comentó Angus—. El sobrino del rey muerto no es mas que un ladrón bastardo. Waryk levantó una ceja. Sabía que David había respetado a Enrique y apoyaba la reclamación de Matilde para acceder al trono. Pero también reconocía, aunque secretamente, que David era oportunista y, si pudiese, no dejaría de extender las fronteras escocesas. —Un Lord normando quiere tierras, siervos y aumentar el número de vasallos —sir Gabriel continuó—. Los vikingos atacan, roban, violan y matan, con el objetivo de enriquecerse. Estos vinieron para destruir, matar y devastar estas tierras. Por qué, nadie lo sabe. Thomas y Garth arrastraron hacia adentro a uno de los rebeldes que sangraba mucho en la sien y el pecho. En el hall cuyo piso era de piedra, Waryk se arrodilló a su lado delante de la chimenea. —¿Para quién estás luchando, hombre? ¿Este fue un ataque contra el rey de Escocia, en nombre de Matilde o de Stephen? El hombre entreabrió los ojos e hizo una leve sonrisa. —¿Milord, usted tiene un hijo?

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—Todavía no. —Entonces no podrá entender. —Te estás muriendo. Si tienes un hijo y me das las respuestas que necesito, yo protegeré a tus descendientes y lo educaré para que se convierta en un guerrero como su padre. El rebelde tosió, escupiendo sangre. —Jamás conseguirá poner una mano en mi hijo. Usted está sangrando. Todos lo están. Waryk miró a su propia herida, no era una herida grave. —Una cicatriz mas no hará diferencia. No seré derrotado por eso. Y aunque lo fuese, otros mas poderosos vendrán después de mí. Yo te aseguro la protección del rey para tu hijo. ¿Dónde está él? —Usted no lo alcanzará antes que... —el hombre apretó los dientes a causa del dolor. —Te juro... Al estertor le siguió un gemido y la muerte. —¿A qué le puede temer un hombre mas que a su propia muerte? —sir Gabriel preguntó. —La muerte de los seres amados. —Waryk se levantó—. ¿No hay mas sobrevivientes? —Los que no han muerto, huyeron —Thomas le informó. —Mande a reforzar las defensas —Waryk ordenó—. Sir Gabriel, dejaremos quince hombres y provisiones. Aumentaremos la seguridad, hasta que sepamos lo que está ocurriendo. —Tal vez no lo sepamos nunca —opinó sir Gabriel. —No estoy de acuerdo, sir Gabriel. Esas pequeñas batallas son como la punta de un iceberg. Y acabaremos descubriendo lo que se encuentra debajo. Dos días después, con gran parte de las defensas restauradas, Waryk partió con treinta y cinco hombres. Antes de volver a Stirling, fueron a la frontera, a imponer la presencia del rey David. Comprobaron el bienestar, la fuerza y la lealtad de los Lords escoceses. Pararon en un pequeño castillo inglés, donde fueron recibidos por Lord Peter de Tyne, un barón que conseguía mantener su territorio en paz, a pesar de las dificultades. El castillo era sólido. Tenía sesenta hombres entrenados para batallas y competencias. En medio de la disputa entre Matilde y Stephen, Peter se mantenía neutral. Debido a la proximidad con Escocia, apoyaba abiertamente al rey David. Peter tenía la misma edad que Waryk. Era hijo de un noble que había sido criado en la corte de Enrique I junto con David I. También se mostró asombrado con el relato de Waryk. —Hay una gran división actualmente en Inglaterra —Peter afirmó—. Un día, un hombre es muerto por apoyar a Stephen. Al siguiente, cinco son torturados por ser leales a Matilde. Cosas muy extrañas están ocurriendo. —Y Escocia ya tiene suficientes problemas. No necesita de los conflictos de los ingleses. —Es una situación difícil. Muchos normandos y anglo-normandos se llaman así mismos escoceses. Y el rey David hará lo que pueda para ampliar las fronteras hacia el sur. —Estoy de acuerdo. Pero si los agresores están involucrados en las disputas entre los descendientes de William, el Conquistador, ¿por qué se

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opondrían al rey de Escocia? —Alguien está incentivando las escaramuzas, pero todavía no descubrí sus motivos. —¿Milord permanecerá fiel a David? —Waryk sonrió. Peter era experto, a veces grosero, pero no inconsecuente. —Bien, David está ocupando el trono. Respecto a Inglaterra... Mi lealtad estará con la posición mas ventajosa. Ambos rieron y bebieron juntos, hasta entrada la noche. Las llama de la chimenea diminuían y Waryk vio a Eleanora esperándolo en el corredor. —Peter, acepto tu hospitalidad y te diré buenas noches. —Él se sentía cómodo al lado de su amigo. —Debes estar exhausto. —Lo estoy, si. —¿Mi hermana esperó por mucho tiempo? —Peter preguntó con buen humor. —¡Demasiado tiempo, hermano! Basta con esta conversación sobre batallas y hombres que salen del bosque como demonios y acaban muriendo. Waryk se aproximó a Eleanora. Ella era la viuda de un rico Lord inglés y se había convertido en su amante hacia algunos años. La dama tomó su mano y lo condujo por los corredores oscuros hasta los aposentos ricamente decorados que ocupaba en la casa de su hermano. Era una mujer voluptuosa y experta en el sexo. Apasionada como era, ella pronto lo hizo olvidar de las miserias de la guerra. Pero un mensajero del rey terminó con los placeres de Waryk. El rey David le pedía que marchase rápidamente rumbo a Stirling, donde había instalado la corte por el momento. Waryk conocía bien al monarca escocés. La convocatoria debía tener un buen motivo. Se despidió de los hermanos, montó y partió apresuradamente. Después de cabalgar hasta tarde en la noche, fueron interceptados por centinelas armados que usaban los colores del rey. Waryk se identificó y fue saludado por un viejo amigo, sir Harry Wakefield, un hombre mayor y uno de los consejeros predilectos del rey. —¿Qué pasa? —Waryk desmontó y entregó el caballo a un joven escudero—. ¿Alguna noticia de nuevas rebeliones? —Nada de eso, Lord León. Sólo se trata de una escolta. Una joven estará siendo entregada al rey, después de la muerte de su padre, un Lord muy estimado. Me encargaron su seguridad. En cuanto a vos, Milord, ya oímos hablar de tus victorias. Felicitaciones. Waryk asintió con la cabeza. Él no había hecho nada mas que matar unos locos que atacaban y peleaban sin propósito. —Más adelante hay otro bosque, Lord León. Puede descansar allí con sus hombres. ¡Nadie pasará por ese camino sin mi permiso! —Gracias, sir Harry. Angus, vamos aceptar la sugerencia y acamparemos aquí. Haz que Thomas avise a los hombres. Angus conocía a Waryk. El comandante se quedaría de guardia durante las primeras horas. —Lord León, oímos decir que la batalla contra los invasores de Localsh fue rápida —Harry comentó. —Es verdad, pero me temo que habrá otro levantamiento. —¿El rey tiene nuevos enemigos?

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—Siempre existen enemigos. Nuevos o viejos. Un ruido alertó a Waryk, quien giró con la espada desenvainada. —Sir Harry... —Un caballero se aproximó, con el semblante preocupado. —Está todo bien, Matthew —sir Harry lo tranquilizó—. Se trata de Lord Waryk, el paladín del rey, que está retornando de una batalla. —¿Ha habido problemas por aquí? —Waryk quiso saber. —No. Pero nunca se sabe, ¿verdad? Principalmente cuando un Lord poderoso muere y deja una hija... —Muy bien, sir Harry. Nos quedaremos aquí esta noche y mañana lo acompañaremos. ¿Está de acuerdo? —Para mí es perfecto. Los hombres de la joven viajarán con nosotros. Cuando avistemos Stirling, ellos regresarán. Así el Lord sabrá que llegamos seguros. —Muy bien. —Matthew, ve al lado sur. Yo vigilaré el lado norte —Harry estableció y levantó la mano para despedirse de Waryk—. Que descanse bien, Milord. Cuando los dos se apartaron, Waryk vio el brillo de las hogueras donde la dama y su escolta descansaban. Curioso, fue hasta el margen del camino y se apoyó en un árbol centenario. La escena que vio estaba llena de magia. Una joven de cabellos rubios y largos bailaba con la gracia de una princesa celta, atrayendo la máxima atención de quienes la rodeaban. Y con voz cristalina comenzó a contar la historia de Saint Columbus, un misionario irlandés quien estableció un monasterio en la isla de lona, al norte de Escocia. Contó sobre las maldades de un dragón que fue desafiado por Columbus. Y afirmó que el santo guerrero había matado al monstruo y con él había alimentado al pueblo hambriento. Al término de la historia, se oyeron aplausos y la joven agradeció con la gracia de una ninfa y el orgullo de una reina. —Los normandos del rey están aquí —alguien dijo y le siguieron los susurros habituales. Waryk no podía negar la verdad. Él luchaba con ellos y contra ellos. Había recibido muchas ventajas en la corte y se enorgullecía de ser un escocés. Muchos decían que ellos eran bárbaros y que deberían haber sido conquistados por los romanos. Era verdad que el legado de los romanos era muy importante en toda Europa. Caminos, acueductos, leyes, literatura, arte y mucho mas. Pero nada podía compararse a la belleza de las joyas de los celtas, ni a los trabajos hechos por los monjes escoceses e irlandeses en los últimos siglos. Aunque usase una armadura normanda, Waryk era un escocés. Su padre había pagado con sangre por un lugar en este mundo. Cansado, resolvió irse a dormir. Sólo Dios sabía lo que el rey tenía en mente. Se acostó, durmió y soñó con una bailarina rubia, quien de repente desapareció en medio de una neblina intensa. Mellyora, estaba sentada y observaba Stirling, el lugar que en ese momento albergaba la corte del rey. El lugar había sido ocupado por los romanos y mucho antes, por tribus ancestrales. Un bello panorama en el atardecer. Valles, peñascos y canales, al lado de las colinas verdes. Ovejas cuidada por dos niños y sus perros. La fortaleza se erguía, imponente. Delante de las murallas, cerca del agua, las mujeres de los pescadores pregonaban la mercancía de

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sus maridos. Se oía a lo lejos el ruido de metales en la tienda del armero. Mellyora adoraba el paisaje sereno de Stirling. Muy diferente al de Blue Isle, donde las olas golpeaban con furia en la costa rocosa. El ruido siempre estaba presente. Río abajo, vio un campo con carpas y cabañas improvisadas. Un campamento vikingo. Si hubiese problemas, su tío estaría cerca, pensó, ansiosa. —Milady, debemos proseguir—. Sir Harry, el enviado del rey, le avisó. No pretendía haber venido tan pronto. Su corazón todavía estaba enlutado por la muerte prematura de Adin. Pero no había tenido alternativa. La escolta del rey había ido a buscarla a Blue Isle. Algunos de sus hombres la acompañaban, pero ellos se volverían en seguida. Solamente Jillian, una de las mujeres, se quedaría a su lado. Nada le quedaba por hacer, mas que confiar en el rey. Como heredera de su padre, expresaría su apoyo al rey David. La mejor estrategia sería hablar con él con la misma sinceridad que siempre había usado con Adin. —Milady, tendremos que partir ahora. —Ewan la miró con preocupación, a la espera de un pedido para quedarse. Mellyora estaba consciente de que tendría que actuar sola. —Volveré a casa pronto. —le sonrió a Ewan—. Los extrañaré a todos. Darin, Peter, Garete, gracias por acompañarme. Protejan Blue Isle, así como hicieron conmigo. Dejo mi hogar al cuidados de ustedes. No se inquieten. Estaré segura en la compañía de los soldados del rey. —Tal vez debiésemos quedarnos… —intentó decir Ewan. —Mi muchacho, el castillo está delante nuestro y yo daría la vida por Milady, así como cualquier otro de los hombres del rey —sir Harry Wakefield aseguró. Sir Harry era un guerrero experto, caballero de confianza del rey. Ewan era sólo el miembro de un clan oriundo de una región considerada bárbara por muchos habitantes del sur, quienes eran influenciados por la población normanda de Inglaterra que se extendía cada vez más por Escocia. —Estaré bien —Mellyora afirmó.. Ewan era guapo, rubio, serio, confiable y había sido su mejor amigo desde la infancia. Ella lo amaba. Él, como los demás, no disimulaba su inquietud. Mellyora había sido convocada para presentar homenaje al rey, como sucedía con los Lords y las Ladies. El rey era su padrino y la adoraba. Mellyora creía que podía convencer al rey de dejarla continuar gobernando Blue Isle. Sir Harry también era un amigo de mucho tiempo y, con cuatro hombres armados más, estaba encargado de protegerla. —Sir Harry, permítame hablar con Ewan. Él cuidará de mi hogar durante mi ausencia. —Claro, Milady. Mellyora llevó su caballo hasta una arboleda y Ewan la siguió. —Ewan, sé cuidar de mí misma. —Mellyora, David es el rey. Nosotros le avisamos... —Tendré que jurarle fidelidad a él. —Él pensará que te falta energía y poder para asumir el control de la isla. —Energía es lo que más tengo. —Mellyora, cuidado con ese argumento o con los desafíos que planeas lanzar. Cualquier desliz te pondrá en una situación de peligro, Milady.

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—¿Cómo? Ewan extrajo la espada y le apuntó al cuello. Mellyora notó sus movimientos. Rápidamente extrajo su propia espada que traía sujeta en la cintura y le impidió demostrar lo que él pretendía decir. —¿Qué estás diciendo, Ewan? —Mellyora preguntó con dulzura. Él sacudió la cabeza y lamentó su propia falta de rapidez de reflejos. —Ten fe en mí, Ewan. Sabré cómo actuar. —Rezaré por Milady. Mellyora lamentó haber repelido el ataque tan prontamente. No había pretendido humillar a Ewan. Aproximó su yegua al caballo de él, miró a ambos lados, se inclinó hacia adelante y besó levemente los labios. —¡Lady MacAdin! —sir Harry la llamó—. Debemos partir. ¡Está oscureciendo! Mellyora se enderezó y sonrió, maliciosa. —Todo estará bien, lo juro. Te amo. Mi corazón será tuyo, para siempre. Ewan le sujetó la mano y la besó con ternura. —Yo te amaré hasta la muerte, Milady. —La miró con devoción—. Lo juro. Mellyora volvió a besarlo. —En breve volveré a casa, mi amor. Y los dos escoltas se fueron por caminos opuestos. Antes de llegar al castillo, sir Harry reiteró la insistencia del rey de verla en ese día. — Su majestad tiene muchas cosas de que hablarle. ¡Y yo tengo mucho que decirle! No se le ocurrió a Mellyora la hipótesis de que ella no tendría la oportunidad de expresar sus puntos de vista ante el monarca. *** —Mellyora, pensé este casamiento con mucho criterio, —David afirmó, sintiendo su resistencia. David consideraba que las alianzas matrimoniales eran más ventajosas que centenas de soldados armados y no juzgaba a los hombres por sus orígenes, fuesen amigos o enemigos. Los ingleses atacaban las frontera meridionales, pero él contaba con la influencia de su esposa, heredera de Nortúmbria. Había sido criado por Enrique I de Inglaterra, quien le había arreglado un matrimonio con una mujer que poseía tierras. Después de su muerte, el país había entrado en un caos. Matilde, hija de Enrique, luchaba por la corona con Stephen, sobrino de Enrique.. Además de eso, estaba el problema con los vikingos. No se podía condenar a un hombre sólo por ser nórdico. La casa real de Normandía se había desarrollado con la contribución de los vikingos. Grupos de navegadores escandinavos habían llegado a Francia, Inglaterra, Irlanda, Rusia y Escocia. El horror de aquellas incursiones eran cosa del pasado, pero su influencia pesaba en la historia de los pueblos. A principios del siglo anterior, sus ancestros de la casa real habían sido forzados a jurar lealtad al dinamarqués Canuto I que muchos reconocían como el rey de Inglaterra. En 1098, Magno III, de Noruega, había pasado por las islas Orcadas y Hébridas y había hecho un acuerdo con el hermano de David. Admitía que los vikingos eran una amenaza más grande de que los Lords de las fronteras. Por ese motivo, había mandado a traer a Mellyora a la corte muy pronto después de la muerte de su padre y, en ese momento, le explicaba sus

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planes. Mellyora tenía ascendencia vikinga, a pesar de los ancestros maternos y del juramento de fidelidad hecho por su fallecido padre, Adin. Y era dueña de una herencia considerable. Mellyora, aunque fuese valiente y temeraria, podría ser manipulada. Era su ahijada. La conocía desde su nacimiento. La había visto crecer de niña a mujercita y acompañar a su padre en el proceso de conversión al cristianismo. Adin estaba muerto ahora y Mellyora se había convertido en su heredera. Desde la muerte de la esposa de Adin —quien se había rehusado a contraer matrimonio nuevamente— David se había preocupado por el futuro de Mellyora. Ella era una de las herederas más ricas del rey. Joven, bella y radiante. Muchos hombres se habían interesado en ella —discretamente debido a la ferocidad de su padre, Adin— y habían hablado con el rey. David había rechazado a todos. Pocos serían merecedores de ser poseedor de semejante premio de mujer y de tanto poder. Un poder, que para ser entregado, requería un juramento de lealtad a la casa real escocesa de Canmore. Su ahijada acabaría entendiendo sus motivos. Él se consideraba un buen rey. Había introducido nuevas leyes, había incrementado el comercio y había acuñado monedas. Era fuerte, guerrero e inteligente. Un estadista. Sabía ser cruel y misericordioso en los momentos adecuados ¿Cómo podía ser cruel con Mellyora, a pesar de que su familia fuese vikinga? —Milady, espero que hayas entendido mi posición, el casamiento es imprescindible. Mellyora no respondió. Bella y majestuosa como una estatua, sin revelar sus sentimientos. En el rostro de alabastro ningún músculo se movió. Miraba al rey con sus ojos azules impenetrables. Ella planea enfrentarme, pensó el rey David. ¿Cómo? ¿Cuándo? Mellyora no lo contradijo, aunque había venido a Stirling con la esperanza de que se le concediera el permiso de quedarse con la isla que había sido de Adin. David no le había dado la oportunidad de reclamar sus propios derechos. Él había revelado, sin rodeos, los planes para el futuro de su ahijada. A Mellyora, nieta de un rey vikingo, no le había gustado ni un poco esa imposición, aunque supiese el peligro que los vikingos representaban. David había hecho varios acuerdos con ellos y los había respetado. Sin embargo Adin había sido un ser especial y único. Él había vislumbrado la conveniencia de convertirse en parte integrante de Escocia. Algunos de sus parientes que gobernaban islas en la costa escocesa no se mostraban deseosos de participar de la estructura política de una Escocia unida. Daro, tío de Mellyora, Lord de la isla de Skul, estaba acampado en las cercanías de Stirling y había venido a negociar con el rey. La poderosa familia vikinga de Mellyora podría ayudarla, en caso de que ella resolviese recurrir a ellos.. Mellyora había heredo lo mejor de sus padres. Ella era un premio para cualquier rey. Era esbelta y con curvas femeninas bien proporcionadas. Su rostro era bellísimo. Se movía con la gracia de un ángel. Los grandes ojos azules inspiraban misticismo y poder. Nariz pequeña y boca generosa. Sus cabellos rubios caían por la espalda con reflejos levemente anaranjados. Una verdadera diosa vikinga. Estaba vestida sencillamente, sin joyas, lo que aumentaba el porte real de su

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apariencia. Era más alta que la mayoría de las mujeres. A pesar de eso, tenía una constitución física delicada. Ahora se mantenía inmóvil y erecta. Una ligera contracción en sus labios era señal de que estaba disgustada. El pulso de una vena en su elegante cuello le indicaba a David que Mellyora apenas contenía su furia. ¿Ella se atrevería a enfrentarlo? El casamiento sería realizado lo mas pronto posible. Los Vikingos eran peligrosos. —¿Mi querida? —Comprendo su posición, Majestad. Pero no estaba de acuerdo, David también entendía la angustia de su ahijada, pero no cedería. Mellyora tendría que obedecer y no sólo entender. —Perfecto. Quiere decir que aceptas mis planes para tu futuro. —Majestad, siempre fui una sierva fiel, siguiendo la conducta de mi padre. El gran Adin, de cabellos rubio, barba prolija y mirada penetrante, adoraba a su esposa celta y había permanecido fiel a su memoria. Su hija se había convertido en su compañía constante para cabalgar, leer, practicar luchas con armas y navegar. ¡Tal vez él le hubiese enseñado a ser una vikinga de verdad! Un vikingo que atacaba y tomaba tierras que no le pertenecían. Adin siempre había gozado de buena salud y había muerto repentinamente, mientras bebía con amigos, jefes de clanes y virreyes vikingos. Según lo que había oído decir, Mellyora no se había separado ni un solo minuto del lado de su padre, ni había soltado la mano de él. Se había quedado sentada durante tres días junto a su cuerpo, en la capilla donde Adin había sido bautizado. Había rehusado comer y dormir. Había rezado todo el tiempo. Solamente con la llegada de Phagin, el sacerdote galés, fue convencida de permitir el entierro de su padre. Mellyora carraspeó. —Le repito, Majestad, seguiré los pasos de mi padre que fue su siervo mas fiel. Seré su vasalla aún con más determinación, devoción y responsabilidad, si me fuera concedida la confianza y la libertad de manejar mi propia vida. Juro delante de Dios, que si decido escoger un marido, él será uno de sus fieles súbditos. —Bellas palabras, Milady. Pero una joven tan hermosa como vos representa una enorme tentación para aquellos que ambicionan tu persona y tus tierras. —Cuento con hombres expertos en Blue Isle... —Que están allí sólo para servirte. —Claro, yo no acepto órdenes. —Mellyora se descontroló un poco. David sonrió. —Mi querida, conozco el poder de tu determinación. Sin embargo, lo que más me preocupa es la fuerza de tu brazo derecho. Has recibido lecciones de maestros expertos en el arte de la lucha. ¡Y expertos en invadir tierras!, David se preocupó. El problema no era Mellyora, sino su familia. Daro era joven y su influencia no era muy confiable. La lealtad del hermano de Adin podía ser cuestionada, aunque eso no tuviese mayor importancia ahora. David ya había decidido el destino de Blue Isle, la fortaleza de Adin. —Lady Mellyora, es necesario que recuerdes que soy tu rey y tu padrino. Tu

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bienestar me fue confiado por tus padres. Aunque yo admire tu fuerza de voluntad, me veo en la obligación de repetirte... —Determinación, fuerza e inteligencia, su Majestad —ella lo corrigió—. Cuando una fortaleza es atacada, no será salvada sólo con la fuerza de las espadas. Sino por los talentos de su defensor. Y yo me siento muy capaz de defender mi hogar. —Mellyora —David perdía la paciencia —, ya te dije que tendrás que confiar en mí. Sé lo que es mejor para vos... y para Escocia. —Cree que soy una mujer débil y estúpida, ¿no es así? David se puso de pie y se aproximó a ella, espantado con la obstinación y el sarcasmo de su ahijada. Notó que ella temblaba. ¿De miedo o de rabia? Difícil de decir. —Escogí un marido para vos. —Su Majestad escogió un hombre a quien darle las propiedades que me pertenecen. Mellyora aprovechaba la intimidad de un conocimiento de largo tiempo, y David tuvo ganas de ponerla sobre sus rodillas y darle unas buenas palmadas. Era imposible. Ella ya no era una criatura y las rodillas de él ya estaban débiles. David se recriminó por esa idea. Un hombre que comandaba grandes ejércitos tenía derecho a llevar a su ahijada hasta el altar. Y se irritó. El instinto le decía que no ganaría esa batalla con lógica y palabras. —Puedes retirarte, Mellyora. —Su Majestad... —¡Retírate! —Como quiera. Yo ya presté mi juramento de lealtad. Y le pido permiso para volver a Blue Isle. —Permiso negado. —Debo considerarme su prisionera, ¿Su Majestad? —Una huésped, Milady. —Ah... Y si yo deseara salir... ¿hasta el momento del casamiento? —Te aconsejo no intentarlo, pues encontrarás dificultades. —¿Será que realmente no cree que mi brazo derecho no es muy fuerte? —Buenas noches, Milady. Mellyora se negaba a abandonar el campo de batalla sin luchar. —Yo creo, Su Majestad, que no aprecia mucho un espíritu fuerte. El sexo de una persona o el poder de sus músculos nada tienen que ver con la fuerza de carácter. —Ya te escuché, Mellyora. —Si permitiera que yo salga, estaré libre, ¿no es así, Su Majestad? David apuntó un dedo a la nariz de ella. —Cuidado, Milady, ¡o acabarás confinada en tus aposentos! —Su Ma... —Por Dios, Mellyora, basta David evitó decirle que la había convocado a Stirling no sólo para informarle de su decisión del matrimonio, sino también para presentarle a su futuro marido. Pero no le había dicho nada a Lord León, aunque el asunto lo venía preocupando hacia tiempo. Era necesario recompensar al joven que se había convertido en su más respetado guerrero. Herederas de mayor edad no le darían a Waryk la familia que él había perdido. La muerte inesperada de Adin, le había dado la idea. Mellyora era joven y rica, la esposa adecuada para el

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joven caballero. Pero había un inconveniente. Ella no sería un premio muy agradable para un guerrero leal y valiente. Mellyora no descansaría hasta que todos supiesen que estaba siendo forzada a casarse. —Milady, por favor, para de discutir y déjame en paz. —Está bien, Su Majestad. —Su voz baja no disimuló su odio—. Voy a retirarme. —¿Si? —Llevaré mi inútil inteligencia lejos de aquí. Seré su prisionera, o mejor dicho, su huésped, pues no podré escapar de este castillo. —Milady está poniendo a prueba mi paciencia. —¿Si? No pretendía causarle problemas. Sólo quería hacerlo ver que la mente es un instrumento poderoso. Aún mas cuando es provocada para probar su potencial. —Milady, no hablemos mas de eso. Uno de mis hombres te conducirá de vuelta a tus aposentos. —Su Majestad, delante de Dios, ni siquiera un rey podrá forzar a una doncella a casarse. David se irritaba y Mellyora mantenía la mente fría. Eso no era cierto. Él era el rey y ella tendría que obedecerlo. —Mi querida, no me subestimes, ¡ni siquiera delante de Dios! En cuanto a forzarte, ¡dejaré ese asunto en manos de tu futuro marido! La sonrisa de Mellyora derretía corazones. Aún el de él, un hombre de edad y experiencia. —Nosotros dos sabemos que no podré salir de Stirling. Pero suponiendo que yo lo lograse... ¿Sería libre de decidir sobre mi futuro? —Eso no sucederá. —Lo sé. Pero... ¿y si...? —Estoy convencido que Milady no huirá de aquí. —¿Si está tan seguro, por qué no hacemos un acuerdo? —Milady... —Si logro escapar, seré libre. —Mellyora se adelantó y como hacía cuando era niña, se levantó en puntas de pie y le besó el rostro. — ¡Yo no te prometí nada! —¡Si logro escapar, seré libre! —ella repitió, radiante—. La posesión es el poder de un hombre. La libertad le permite a una mujer negociar. Soy hábil con una espada y con un puñal. Pero, sobretodo, con mi razón. Espero que entienda, su Majestad, que soy más fuerte de lo que aparento. Mellyora se dio la vuelta y se encaminó lentamente hasta la puerta, su mentón erguido y la espalda derecha. Graciosa como una diosa flotando en el agua. Ella le estaba dando una oportunidad para que él la llamase de vuelta. Para seguir discutiendo sobre su futuro. Tan adorable y obstinada como lo había sido en su infancia. —¡Debería casarte con un viejo cascarrabias que le gustara golpear a las mujeres! —David estalló y salió detrás de ella dando pasos largos. ¡Seguramente esa muchacha discutiría con Dios el Día del Juicio Final! David se apresuró hasta el gran salón. Sir Harry, su gran amigo, esperaba por él. —Sir Harry, Milady y yo estamos empeñados en una especie de... duelo de voluntades, por así decirlo. Encárguese de llevarla a sus aposentos y no la deje

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salir de allí hasta que yo mande a llamarla. —Si, Su Majestad. Mellyora sonrió, miró al rey con desafío y le dio el brazo a sir Harry. —¡Como si pudiese ganarle una disputa a un rey! Estoy feliz, sir Harry, de saber que cuento con su protección. David los miró salir del salón y decidió duplicar los guardias en la puerta de los aposentos de Mellyora. Si tratase de escapar de Stirling... sería traída de vuelta inmediatamente. Calma, Milord, calma... Eleanora había tratado su herida con manos expertas y con delicadeza, recordando que siempre existía el peligro de infección. Después, como venía ocurriendo en los últimos años, harían el amor intensamente. A Eleanora no le importaba si él sólo tenía algunas horas o unos pocos minutos disponibles antes de volver al servicio del rey. Ella se esmeraba en actuar como una tigresa en la cama. Y no pedía nada a cambio. —¿Waryk? —Angus lo llamó de vuelta a la realidad—. Casi estamos llegando. Waryk miró por encima de su hombro. Sus caballeros, entrenados para el uso de diversas armas, habían salido triunfantes en el combate. Todavía intrigado, supuso que el ataque podría haber sido instigado desde afuera. Los nobles ingleses del norte se habían tornado peligrosos, con la disputa entre Matilde y Stephen por el trono. Sin embargo, tal como había dicho sir Gabriel, un Lord normando en general atacaba con mayor vigor y siempre se apropiaba de propiedades, riquezas y títulos. No había sido posible detectar el origen de esa rebelión, ni lo que esos rebeldes esperaban conquistar. En realidad, sus hombres estaban más cansados por el viaje que por el combate en sí. Estaban cerca de Stirling. Antorchas brillaban a lo largo de las murallas. Iluminada, la fortaleza parecía tener vida. Las estrellas eran más fascinantes que las luces y se reflejaban en el mar negro como una infinidad de piedras preciosas. Waryk detuvo el caballo. —Angus, amigo, voy a dejarte aquí. —¡Waryk! El rey mandó a llamarte. Estabas ansioso por saber qué pasaba. ¿Dónde quedó esa ansiedad por llegar? Vinimos al galope y mandamos un mensajero delante nuestro para... —Lo sé. Pero la noche es larga y llegamos más pronto de lo esperado. Dile a nuestro soberano que hablaré con él tan pronto como vuelva. No me demoraré. —Waryk, hay un campamento vikingo río abajo. —Lo sé. —Planeas ir solo... —Si. Los vikingos vinieron a negociar con el rey. No se trata de un grupo de locos que planea matar a los escoceses. Sólo quiero quedarme un momento a solas, pensando. —Pero puedes hacer eso en tus aposentos en Stirling. —No hay nada como estar acostado mirando las estrellas. No te preocupes. Estamos de vuelta a la civilización. Los portones están ahí mismo. El mayor peligro sería encontrar un pescador por el camino. Tendré cuidado. Lleva a los hombres adentro. Dile al rey que volveré pronto.

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—Waryk, estás sin armadura, sin cota de malla... —Tengo mi espada. —Observó a Geoffrey de Perth, su escudero. Geoff era cuidadoso con los pertenencias de su amo y no paraba de pulir la espada, el escudo, y la cota de malla que le habían sido confiados. Waryk, sólo usaba una manta escocesa y una capa de lana, su ropa se parecía mucho a la de los salvajes con quien había luchado. —Waryk... —¡Angus! Sé un buen amigo y permíteme tener un poco de paz. Waryk levantó la mano a los caballeros que los seguían. Se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad. Angus sacudió la cabeza. Ningún hombre solo era un ejército. ¡Civilización! ¡Bah! Angus tenía sangre vikinga en sus venas y sabía del peligro que podía acechar a cada paso.

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Capítulo II —¡Todos los hombres son tiranos! —Mellyora declaró al cerrar la puerta de sus aposentos, después de despedirse de sir Harry con la mas encantadora de sus sonrisas. Jillian MacGregor, la sierva que la había criado y que era su mejor amiga, se limitó a arquear las cejas, sin interrumpir su trabajo en el tapiz. —Pensé que estabas ansiosa por hablar con el rey a quien tanto aprecias, mi querida. Mellyora deseó ser como Jillian. Nada parecía perturbarla. La buena mujer había servido a Lady MacAdin y también era su amiga. Vivir en paz debía ser el secreto de su rostro adorable, sereno y sin arrugas, a pesar de los cuarenta y tantos años y sus cabellos grises. Mellyora notó que Jillian se divertía. Así como sus consejeros, la mujer había previsto el desenlace del encuentro con el rey. Incluso Ewan la había advertido. El rey no permitiría que ella gobernase la isla y le presentaría planes para un casamiento inmediato. —Mis sentimientos por David no cambian el hecho de que sea un tirano. ¿Sabes lo que me impuso? —Los siervos del castillo sólo hablan de eso. Dicen que será una unión perfecta. Además, David es el rey y tiene el derecho de... —Pero no tiene derecho a ser opresor. —Mellyora, admite que David viene gobernando el país con justicia. Conquistó el amor y la lealtad de su pueblo. Procura evitar cualquier derramamiento de sangre innecesario. Cuando llegó al trono, en 1124, batallas sangrientas se sucedían. Él precisa mantener a Escocia unida, aún más con los actuales conflictos de la corona inglesa. Los castillos de Escocia deben ser poblados por hombres de confianza. —Créeme, Jillian, el rey usará esos problemas a su favor y extenderá las fronteras de Escocia. David confía en muy pocos hombres y en ninguna mujer. ¿Por que no entiende que yo seré leal a él? Jillian suspiró. —Porque Milady es hija de un vikingo. —Mi padre fue un súbdito leal. —Lo fue, Milady. Y el rey sabe eso. Pero no es fácil gobernar un país lleno de orgullosos jefes de clanes y nobles oriundos de antiguas tribus, además de los invasores e inmigrantes más recientes. —Estoy de acuerdo, pero a mi padre le hubiese gustado que yo cuidase de sus tierras. —Que fueron recibidas a través de tu madre. Mellyora se sentó, irritada. —¿También vas a discutir conmigo? Sí, las tierras vinieron por parte de mi madre, pero eso no es excusa para que no sean mías. —¿Discutir? ¿Yo? ¿Y para qué? A Milady no le importa lo que yo digo. Las tierras vinieron con tu madre, pero tu padre las conservó manejándolas con mano de hierro. Mellyora comenzó a caminar impacientemente. Tenía que escaparse. Sus parientes la ayudarían hasta que ella consiguiera un acuerdo con el rey. Hasta David estaría feliz con su propia elección de marido. Si sólo le dejase decir que planeaba casarse con Ewan.

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Ewan MacKinny pertenecía a una tradicional familia escocesa, aunque su madre tuviese un poco de sangre vikinga. Él era jefe del clan de su padre. Durante siglos, innumerables MacKinny habían luchado para defender a los reyes de Escocia. Muchos habían dado su sangre por la unificación del país. Formaban un clan noble e orgulloso. Seguramente el rey David vería con buenos ojos a un MacKinny como Lord de Blue Isle. El rey no la había dejado hablar. Le había comunicado el casamiento con Lord León, uno de sus mejores guerreros. —¡Él es un tirano! Si David cree que me puede dar órdenes sin importarle lo que pienso, ¡está muy equivocado! —¡Mellyora! Has vivido en Blue Isle por mucho tiempo y te estás rehusando a entender que la isla es una pequeña parte de un mundo mayor. Vamos, sé razonable. David es el rey. Y vos no tienes derecho a imponerte a él en nada. —Fueron los normandos quienes introdujeron en Escocia esas leyes que nos atormentan. Mi madre murió hace mucho tiempo, pero ella siempre me contaba sobre los viejos tiempos. Había muchos reyes, diversos pueblos, varios dioses, otras costumbres... y las mujeres tenían los mismos derechos de gobernar sus propias tierras que los hombres. Ella hablaba sobre la creencia en Wicca... —¡Te estás refiriendo a creencias paganas! —Jillian se persignó. Mellyora sonrió. —En la religión Wicca, la tierra era la madre y las mujeres eran respetadas. Si estuviésemos viviendo en esa época yo podría ser dueña de mis tierras. —Milady, el rey le teme a ese tipo de revolución. A la amenaza vikinga. Eso es real. Nadie se olvida que los vikingos se han apoderado de tierras escocesas. Tu padre probó ser un escocés leal y fue uno de los mejores amigos del rey. David te ama... —Pero no respeta mis derechos. Yo nunca le di motivos para dudar de mí. Vine hasta aquí para jurar mi lealtad a él. ¿Y qué recibo a cambio? —Los vikingos están muy ceca y son dueños de muchos territorios que pertenecen a Escocia. Con certeza, David no quiere perder un centímetro mas de tierras. —Odio a los normandos y la influencia que ellos han traído. ¡Yo soy la heredera legítima de las tierras de mis padres! —Esos hechos tuvieron lugar antes de tu nacimiento. Yo amaba a tu madre, pero ella no debería haberte contado historias sobre derechos de las mujeres en el pasado. Nos guste o no, el rey tiene derecho de entregarte junto con tus tierras, a quien él elija como tu marido. —Entonces yo misma tendré que encontrar un modo de... —¿Un modo de...? —Tendré que huir. —¿Qué? —Jillian se levantó, al ver a Mellyora caminar de un lado a otro. —Si logro escapar de él, estaré libre. —¿Quién dice eso? —El rey. Es decir, él tuvo que concordar con mi sugerencia. Mi tío, el virrey de la isla de Skul, se encuentra en Stirling para negociar con el rey. Me quedaré con mi tío hasta que el rey David resuelva ser mas razonable. —Mellyora, los reyes raramente son forzados a usar la razón. —¡Pues yo no estoy de acuerdo! Por ejemplo, tienen que usarla en el

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campo de batalla, cuando descubren que sus hombres no pueden derrotar a los soldados de otro rey. O en el caso de nuestro país. el rey tiene que escuchar a los diversos pueblos que viven en un mismo territorio. David tendrá que entender que, si yo lo decido me puedo convertir en una amenaza. Muchas de las islas son administradas por vikingos. —Mellyora, el rey es cauteloso exactamente por eso. Si Milady se convierte en una amenaza muy grande, él te aplastará antes que puedas causarle daños —Jillian la advirtió—. Por favor, reflexiona sobre tu situación y entiende que David no tiene otra opción mas que interferir en tu destino. Mellyora se mordió el labio inferior para contener las súbitas ganas de llorar. No le gustaba causar disgustos a Jillian, pero estaba desesperada. Extrañaba a su padre. Todavía no podía creer creía que él hubiese muerto. Ella lo amaba demasiado. El mundo sin él había quedado vacío. Adin era de origen vikingo y había poseído la fuerza de diez hombres. Sin embargo, su mayor poder siempre había sido su inteligencia y su gentileza. Había mantenido viva la imagen de su esposa, para que su hija nunca la olvidase. Había traído a su hogar artistas, poetas, guerreros y sacerdotes. El gran salón de Blue Isle se había transformado en el lugar mas hospitalario del país. Adin le había enseñado a cabalgar, a defenderse con una espada y a manejar una ballesta. Afirmaba que los hombres y las mujeres tenían coraje y merecían respeto, independientemente de sus creencias u origen. Para él, la amistad era un bien inestimable. Poder y riquezas eran dádivas y responsabilidades. Le había enseñado el valor de la bondad, de la energía y de la independencia. De su madre, había aprendido a valorarse a sí misma y a cultivar los valores espirituales. Ella le había hecho conocer el mundo maravilloso de la artesanía celta. Siempre sonriente, era la luz del sol para todos. Orgullosa y segura, había sido la esposa perfecta para un guerrero. En esa situación, sin sus padres, Mellyora concluyó, no solamente estaba sola, sino en peligro de perder la independencia y convertirse en un objeto de transacción. Sería entregada a un extraño que tomaría posesión de lo que le pertenecía. Tendría que abandonar al hombre que siempre había sido su amigo y que la había apoyado en todos los momentos de su vida. —Mellyora, por favor, ten calma. No actúes precipitadamente. Mellyora sujetó las manos de Jillian. —Intenté ser razonable y lógica. David se rehusó a escucharme. Nunca oí hablar de ese tal Lord León. ¡Tendré que casarme con un normando, Jillian! —Pues eso no fue lo que me dijeron. —¡Debe ser viejo, arrugado y lleno de cicatrices! ¿O acaso no viste a los hombres del rey cuando estábamos acampadas? ¡Eran todos normandos! —Mellyora, escuché la conversación de los criados. Ellos dijeron que Lord León es escocés y que fue encontrado por el rey cuando, todavía siendo un muchacho, luchaba solo contra los invasores normandos. Es un guerrero lleno de gloria, según oí decir. —¿Y por eso tendrá que ser guapo? —Milady ni siquiera lo conoces. —¡Ni quiero verlo! Jillian, ¿acaso te olvidas que ya le prometí mi amor y mi vida a otro hombre? —Lo cual fue una tontería. Milady no tenías la libertad de comprometerte con nadie. — Mi padre bendijo mi elección.

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En verdad no era así, pero a Adin le gustaba Ewan y nunca se había opuesto a la amistad de ellos dos. Ewan era tres años mayor que ella y se había convertido en jefe del clan MacKinny, la familia que más tierras había recibido de Adin. Era un muchacho paciente y sensible, y adoraba a su hija. Habían nadado en los lagos, habían galopado por los campos y colinas. Habían estudiado latín, francés, inglés, galés y hasta el idioma vikingo. Siempre juntos, estudiaban ciencia y matemáticas. Pasaban horas leyendo traducciones de tragedias griegas e italianas. Reían, discutían y se divertían. Podían permanecer largo tiempo en silencio. Ewan siempre la escuchaba. La vida al lado de él era todo lo que ella podía desear. Mellyora no soportaba la idea de ver a un lacayo del rey tomar el lugar de su amado padre. No se consideraba una tonta y entendía los planes del rey David. Pero no entregaría su vida sin luchar. De manera alguna... Miró por la ventana estrecha de sus aposentos. La fortaleza era de piedra, con aberturas pequeñas. Una construcción diseñada para una buena defensa. Si pudiese llegar al río... No sería difícil alcanzar a los hombres de Daro. Fue hasta el cuarto vecino, ocupado por Jillian. Allí la ventana era un poco mayor y daba a una plataforma de empalizadas de madera que todavía conservaban los andamiajes de la obra en construcción. En la oscuridad podría salir por allí sin ser vista. Envuelta en una de las capas oscuras de Jillian, pasaría por los portones. En el borde del río, robaría un barco. No. Le daría al barquero una de las valiosas monedas escocesas. David había sido el primero monarca en acuñar monedas con su imagen. —¿Mellyora? —Vuelve a tu bordado, Jillian. Discúlpame por haberte irritado. Quiero estar un rato sola —Mellyora cerró la puerta intermediaria. Abrió el arcón de Jillian y encontró el manto marrón oscuro. Se lo puso y se cubrió la cabeza con la capucha. Se sentó en el marco de la ventana y apretó su cuerpo a través de la abertura estrecha. Alcanzó el piso de madera y corrió por la plataforma. Calculó la distancia hasta el andamiaje. Inspiró profundamente. Tendría que saltar y agarrarse a la viga transversal. Implicaba arriesgar su vida por su propia libertad. Había oído muchas veces que la libertad era una dádiva que valía muchos riesgos. Su padre le había enseñado que cualquier decisión exigía coraje. Mellyora tomó distancia, corrió... y saltó. Se agarró a la viga, balanceó el cuerpo y se sujetó en una viga mas baja. Después en otra y en otra mas, hasta alcanzar la que quedaba más cerca del suelo. En el patio, poco movimiento. Pescadores que volvían del río. Mujeres que iban a sus casas después de un día de trabajo. Mercaderes de alimentos, lanas y tintas cerraban sus tiendas. Mellyora se mezcló con esas personas. Casi en los portones, caminó cerca de un carro que se encaminaba hacia la salida. Para quien la observase, daría la impresión de que se trataba de una esposa detrás de su marido. Una vez afuera, el hombre fue en dirección a la aldea y Mellyora se apresuró hasta el río. A pesar del horario, había mucha actividad en las calles. Ella se desvió y fue

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hacia el sur, donde Daro estaba acampado. A una cierta altura del margen del río, divisó un pequeño bote amarrado. Miró a su alrededor y se aproximó a él. Los remos estaban en su lugar. Metió la mano en su bolso y apretó la moneda de plata. Mellyora reflexionó que sería mejor dejar el dinero en el lugar donde el bote estaba amarrado. Así no se cometería un robo. Comenzó a empujar el bote fuera del barro de la costa. En ese momento escuchó un ruido y se quedó paralizada. Una sombra se levantaba en el margen. Un hombre vestido con una capa oscura. La silueta parecía no acabar mas.... —¡Ladrón! —él gritó. Mellyora abandonó el bote. El hombre la alcanzaría en instantes. Los pasos de él eran largos, ágiles y rápidos. Procuró mantenerse calmada e intentó razonar. Podría defenderse con una espada. Ni siquiera se había acordado de traer una. Sólo tenía una daga amarrada en su pantorrilla, pero su perseguidor debía estar armado. También. La única esperanza era salir corriendo. Y fue lo que hizo. O mejor dicho, lo que intentó hacer. Fue agarrada por un par de brazos fuertes como el acero que la levantaron del suelo y la tiraron de bruces en el mismo lugar. La caída le quitó el aliento. Intentó levantarse, pero el atacante amenazó con pisarle la espalda. Deslizó la mano por su pierna y tomó la daga. Consiguió darse la vuelta e intentó levantar el brazo apuntando a las costillas del hombre. Un esfuerzo inútil. Él le torció la muñeca y Mellyora fue obligada a soltar la daga debido al dolor. El extraño se apoyó sobre su cuerpo y ella no conseguía respirar. —¡Muy bien! —la voz era ronca y profunda—. ¿A dónde pretendías ir con ese bote? ¡Responde! ¡O te cortaré el cuello! Mellyora se recriminó. Si el miedo la dominaba, no conseguiría razonar. No podía ver el rostro de su agresor por la capucha. Pero por el contacto y el peso, tuvo la certeza de que era un hombre muy musculoso. La capa no era oscura, como le había parecido. Era una tela escocesa. Uno de esos tartanes que se usaban cada vez más. La trama de la lana era muy apretada, y le confería una impermeabilidad casi total. Los colores de la prenda indicaban tanto el lugar de origen como la familia a quien pertenecía la persona que la usaba. Más aliviada, concluyó que se trataba de un escocés y no de un normando usurpador. ¿Pero qué importaba la nacionalidad de quien le cortaría el cuello? Mellyora no vio ninguna espada. Seguramente él tenía una daga. ¿De dónde había salido ese hombre? Más adelante había una pequeña cabaña de barro y piedra. Un caballo pastaba en las proximidades. ¿El bote sería de ese hombre? ¿Él iba a matarla? ¿Por qué estaba solo allí? De repente, se puso furiosa consigo misma. ¿Por qué no reaccionaba? —¡Sal de encima de mí! El imbécil se atrevió a ignorarla. Debería tratarse de un siervo de un gran Lord. Era alto y tenía un físico musculoso. Podría ser entrenado como guerrero. ¡Ah, pero pesaba demasiado!

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—¿Eres sordo o idiota? ¡Sal de encima de mí! —Mellyora repitió con mayor autoridad. Él no se movió. —Entonces la joven pretendía robar este bote. Mellyora notó que él usaba calzas de lana, camisa de lino y una túnica con el mismo patrón de colores de tartán. La vestimenta era de buena calidad, aunque estuviese sucia. —Yo no estaba robando nada, buen hombre. Se lo advierto. ¡Muévase ahora mismo! Finalmente él se levantó y extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Aunque Mellyora tuviese una altura superior a la mayoría de las mujeres, él era mucho mas alto que ella. Aunque inquieta por la peligrosidad de ese extraño, decidió poner en práctica una de los primeros enseñanzas de su padre. Jamás demostrar miedo delante de un enemigo potencial. —Presta atención. ¡No soy un ladrón! —Mellyora giró la palma de la mano hacia arriba y le mostró la moneda—. Preciso ir al sur y puedo pagar por el transporte. Veo que ya viajaste bastante, pero creo que a tu Lord no le importará un pequeño atraso. Si me llevas, puedo pagarte más que esto. —¿Si? No tuvo como impedir que él le bajara la capucha, exponiendo su rostro a la luz de la luna. Pero ella no podía distinguir la cara de él, lo que era una injusticia. —¡No me toques! —Sólo te bajé la capucha. —No hagas eso de nuevo. Te lo estoy avisando. Hay hombres que han muerto por mucho menos. —¿Si? Mellyora estaba apurada y su paciencia estaba agotándose. —Ten cuidado con las libertades que te tomas. Soy una dama escocesa. Si me sirves bien, serás recompensado. Si me causas algún mal, morirás. Finalmente el extraño pareció entender lo que ella esperaba de él y le señaló el bote. Mellyora recogió la daga que había caído en el suelo y entró en el bote. Con facilidad, el hombre empujó el bote al agua y, haciendo equilibrio, ocupó el asiento del medio. Sujetó los remos y con un movimiento, el bote comenzó a deslizarse rápidamente por el río. Aunque él siguiese el trayecto que le había sido indicado, Mellyora se sintió perturbada. —¿Una dama, entonces? —La voz profunda y ronca no dejaba de ser amenazadora. —Rema y preocúpate por tu vida. —Una dama sola... de noche. ¿No te preocupan los ladrones o malhechores? ¿La estaba amenazando? —Debes saber que llevo un puñal conmigo. Es un regalo de un amigo vikingo. Es más afilado que una espada y el vikingo me enseñó a manejarla. —Ya vi. —Me tomaste de sorpresa. Eso no va suceder nuevamente. Si pretendes herirme, sería bueno que te replantearas tus objetivos. —Mellyora afirmó con voz firme que no revelaba el miedo que sentía.

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—Una dama solitaria deambulando durante la noche, exigiendo servicios y amenazando a quien es obligado a servirla. Yo sólo veo una explicación posible. Dime, ¿de quién estás intentando escapar con tanta desesperación? —¿Quieres una respuesta para que puedas pedir un rescate? Continua remando. Te pagaré con monedas de plata y de oro.. —Milady ya me dijo eso. Pero creo que ahora estás... a mi merced. Mellyora lo miró sin pestañear. —Pues yo te aseguro que, viva e ilesa, podré hacerte rico. Si me tocas te clavaré la daga en el corazón, y prometo que tendrás una muerte difícil. Lenta y agónica. Serás quemado vivo, antes que tu cuerpo sea arrojado a los cuervos. —Milady es impiadosa y sanguinaria. —¡Miserable! ¿Cómo te atreves a criticarme? —Milady está muy segura de su poder. Lo que me hace creer que está huyendo del rey. —Se inclinó hacia adelante—. ¿Por qué huyes? Mellyora apretó los dientes. Precisaba controlar la rabia y el temblor. Después de todo ella estaba en posesión una daga y sabía manejarla muy bien. Pero si él resolviese amenazarla, ¿tendría tiempo de poner en práctica lo aprendido? —¿Qué te importa eso? —Mellyora concluyó que no valdría la pena arriesgarse a una pelea física—. Puedo pagarte muy bien. No hay necesidad de pedir rescate. Recibirás tu pago y punto final. —Digamos que se trata de una curiosidad. No preciso mucho tu dinero. —Entonces conténtate con ayudarme a alcanzar mi objetivo. Yo podría mandar capturarte y hacerte ahorcar por agresión. —Qué extraño. Pues a mí me parece que Milady no quiere saber nada con las leyes de este país. Mellyora suspiró. Sería mas sensato contarle la verdad. —Muy bien, quieres oír una historia. Pues entonces la tendrás. Soy escocesa. Mi padre no fue exactamente un nativo, pero la historia familiar de mi madre tiene que ver con las raíces de este país. Soy una pupila del rey. Mi padre murió hace poco tiempo y el rey David resolvió que tendría que entregarme, junto con mis tierras, a un viejo amigo normando, despreciable y miserable. Y yo resolví que no me prestaría a servir de ofrenda con tanta facilidad. —Ah... ya entendí. —Entonces, por favor, ayúdame y yo te haré aún mas rico de lo que ya eres, pues veo que el dinero no es tu mayor preocupación. —Estoy un poco confundido. —¿Por qué? —¿A dónde planea ir Milady? —Río abajo. —¿Por qué? —Tengo un pariente allá. —Pero allí sólo existe un campamento vikingo. —Lo sé. —¿Milady es pariente de Daro? —Él es mi tío. —¿Milady también es pariente de Bjorn Hallsteader? —No. Hallsteader proviene de Dinamarca. Mi padre era hijo de un virrey

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noruego. —Daneses, suecos y noruegos siempre han luchado juntos. —Y los vikingos han luchado por el rey. —¿Y aún así Milady pretende poner a los vikingos en contra del rey? —¡Claro que no! ¿Cómo te atreves a insinuar que mis parientes podrían rebelarse contra el rey? Mi única intención es poder tomar distancia para explicarle al rey mi posición y mis sentimientos. —Si planeas causar un levantamiento será mejor que te expliques pronto. —¡Eso es absurdo! Mi padre fue un vikingo que amaba Escocia y el concepto de unificación escocesa. ¡Santo Dios! ¡Me estás prejuzgando! ¿Y vos qué tienes que ver con todo esto? —Ah... nada. Él volvió su atención hacia el remo derecho que parecía girar dentro de un agujero. —¿Qué estás haciendo? No juegues con eso. ¡Cuidado! En ese instante, el remo cayó dentro del agua. —¡Oh! Milady, ¡mira lo que pasó! —¿Qué hiciste? —¿El hombre era un retardado mental o un hombre peligroso? —El remo, Milady... —¡Si! El remo... —Se cayó por el agujero. —Claro que si, idiota. ¡Perdiste el remo! —¡Santo Dios! —¿Qué pasa? —¡Se cayó el otro remo! —¡Dios Santo! ¿Cómo alguien puedes ser tan imbécil? Estabas tratando de razonar mis preguntas y ¡no tuviste la inteligencia suficiente para sostener los remos! —Lo siento mucho, Milady, mucho. Mas no se preocupe. —Él se levantó. —¿Qué vas a hacer? —ella lo miró, incrédula. —Ya le dije para no se preocupe. —¿Ah, si? Por Dios, no pretendo ser cruel, ¡pero eres un estúpido consumado y has creado una situación insostenible para mí! —Nadaré de vuelta a la costa y compraré remos nuevos. —¡Eso te llevará tiempo! —Quédate descansando, yo volveré pronto. No te desesperes. Prometo que te llevaré a donde quieras ir cuando vuelva. —¿Cómo te atreves a hacerme esto? Estoy desesperada y el tiempo es muy importante. Deberías ser azotado y... —¿Torturado? ¿Quemado vivo, tal vez? Mellyora estaba desconsolada. Siempre había tratado a sus siervos con bondad. Delante de Dios todos los hombres eran iguales. Hasta el mas simple de los siervos merecía un buen trato. Pero Dios nunca la había hecho encontrarse con un idiota tan grande. ¡Y encima de todo, insolente! Debería ser torturado en la rueda, ¡pero ser dejado vivo para ser quemado en la hoguera!. —Milady, volveré. —Él se quitó la capa y la arrojó en el asiento. Sólo entonces Mellyora vio su rostro.

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El extraño tenía inmensos ojos azul, cejas bien arqueadas. El mentón cuadrado, pómulos altos. Cabello castaño, largo hasta los hombros. Joven pero maduro para su edad. Atractivo, masculino. Imponente. Indomable. Irritante. Y se preparaba para sumergirse en el agua. —¡Espera! Él desapareció debajo da agua dejándola en el bote sin remos. Varada en el medio del agua. —¡ Mierda! Mellyora se estremeció. El hombre no había entendido la complejidad de su problema. Tenía que llegar al campamento vikingo lo más pronto posible. Antes de que el rey descubriese su fuga y mandase una tropa en su búsqueda. Él emergió mas adelante. —¡Espera! —Mellyora gritó de nuevo. Él volvió a sumergirse y cuando volvió a la superficie, comenzó a nadar con brazadas poderosas. No podría oírla. —¿Cómo podía ser tan estúpido al punto de perder los dos remos? En ese lugar el río estaba oscuro, lodoso y era profundo. ¿Y si los remos saliesen a la superficie? Mellyora recorrió con la mirada los alrededores sombríos. Nada. La suerte no estaba con ella. Se quedó sentada en el bote, manos cruzadas en el regazo. El bote continuaba inmóvil. No había corriente. ¡Ah, si su padre estuviese vivo! ¡O si el rey la hubiese escuchado! ¡Nadie prestaba atención a la inteligencia, a la lógica, cuando se trataba de una mujer! David era un rey enérgico y justo. No le agradaba la idea de traicionarlo. Pero no le quedaba otra posibilidad. Su propia vida estaba en juego y a los reyes les gustaba manipular la vida de los otros. Tampoco le agradaba la idea de desafiarlo. Pero la independencia formaba parte de su carácter y ella quería libertad para negociar. Admitió que temía la reacción del rey, cuando él imaginase que había sido traicionado. Una vez libre, podría probar su lealtad. ¿Dónde se había metido el idiota que había perdido los remos? ¿Volvería? Quedándose allí sentada en el medio del río no le serviría de nada. Mellyora se levantó, calculó la distancia hasta la costa, se quitó la capa y los zapatos. El agua debía estar fría. No importaba. Tendría que arriesgarse. Se quitó el vestido azul y se quedó sólo con la camisa y apretó los dientes. Era una excelente nadadora. Enfrentaría la distancia y el frío. Se sumergió y el agua helada la envolvió. Waryk atravesó a pie los últimos metros que faltaban para llegar a la costa. Se tiró en el suelo, jadeante. Sacudió la cabeza y se rió con ganas. ¿Entonces él parecía ser el siervo de un Lord rico? Admitía que estaba sucio por el viaje. Pero aún así... Entonces la beldad rubia que había bailado delante de la hoguera y había contado a historia de San Columbus era una rica heredera. Y David planeaba entregarla a un viejo caballero normando. ¿Quién sería el afortunado? El rey acostumbraba a recompensar a quien lo servía bien y muchos de sus aliados eran descendientes de normandos. Se recriminó. Podría haber demostrado un poco mas de simpatía por una

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joven con aversión a un casamiento arreglado —aunque esa fuese la costumbre entre los nobles. Pero... ¿casarse con un monstruo invasor? No podía olvidar que Waryk de Graham era un hombre del rey y ella, en las actuales circunstancias, era una enemiga de David. Tal vez ella no entendiese como los vikingos podían convertirse en peligrosos, a pesar de las centenas de alianzas y pactos hechos. Ellos formaban parte de un pueblo orgulloso y que tendían a regirse por sus propias reglas. El rey gobernaba Escocia, pero sabía que el trono no era seguro. Vivían en tiempos de violencia. Mantener la unión escocesa era una batalla constante. Aún así se apiadó de la joven en el bote. Nacida en una familia con poder y en una posición peligrosa. Adorable, a pesar de su temperamento fuerte. Muy bonita. Un premio para cualquier hombre. David se encontraba en deuda con muchos caballeros normandos que lo habían ayudado a derrotar las revueltas en el norte del país, cuando había conquistado la corona. Podía imaginar la repulsión de la joven ante la idea de convertirse en la esposa de un normando lo suficientemente viejo como para ser su abuelo. ¡Un extranjero! ¡Pobre mujer! Si el rey descubriese la fuga y la traición de la joven, ella quedaría en una posición aún mas difícil. Y Waryk nada podría hacer ante la furia de David. Él podría llevarla de vuelta al castillo, sin decirle nada al rey. Intentaría hacerle entender que los reyes muchas veces no tenían elección. Waryk dudaba seriamente que tuviera éxito en su misión. Pero se había divertido con ese episodio. Eleanora. Siempre se calmaba al acordarse de ella. Ella era inglesa y leal a Inglaterra. Y esa lealtad formaba parte de su carácter. Tenía opinión propia, pero escuchaba a los otros. Era afectuosa y discreta. Apasionada en la cama y amaba las aventuras. Era amiga y amante. Casarse con ella sólo se le había ocurrido recientemente. No porque ella fuese viuda, sino porque era inglesa. Sabía que su futuro dependía de una unión con una heredera rica. Aunque ni él ni Eleanora fuesen pobres. Tenía las tierras dejadas por su madre, una heredera del valle de Strath. Eleanora tenía una fortuna en joyas y monedas dejadas por su marido. El casamiento tendría propósito y podría ser ventajoso. El rey se había criado entre ingleses y ciertamente planeaba extender las fronteras de Escocia. Además de eso, ese matrimonio le agradaría a Eleanora. Había aceptado las órdenes de Enrique de Inglaterra, pero ahora estaba libre para casarse con quien quisiese. Cuanto más pensaba en el asunto, más se convencía de que David concordaría con su elección de esposa. Eleanora... Waryk pensó. Pero ahora tenía que rescatar a la joven del bote, antes que ella se encontrase en apuros mas serios. Lo que ella planeaba se aproximaba mucho a una traición. Dudó que ella supiese que él se arriesgaba a perder a cabeza por ayudarla. Se puso de pie y hizo un leve silbido. Mercury, su caballo negro se aproximó, asustando a un pescador que vagaba por allí. Waryk notó que el hombre buscaba su bote. Había sido pura coincidencia que Waryk se hubiera parado al lado del bote que la joven había elegido para huir. Acostarse sobre la tierra húmeda, observar las estrellas y el cielo, sentir la brisa fría. Todo eso le daba nuevos ánimos y lo hacía olvidar de los horrores de una batalla. Aquel lugar en

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los alrededores de Stirling era uno de sus favoritos. —Fue aquí que lo dejé, estoy seguro —el hombre murmuró y miró a Waryk—. Yo no estoy loco, Milord. Hablo conmigo mismo para distraerme, porque los peces no hablan. Milord, ¿por casualidad no vio un bote boyando solo en el río? —Creo que lo vi—. Waryk sacó de su bolsillo una moneda de plata con la imagen del rey y se la dio de regalo al pescador. —Es por su bote, buen hombre. Vuelva mañana y yo le entregaré su bote. El viejo pescador abrió los ojos. —¡Oh, Milord! Con una moneda de plata, no precisa traer de vuelta esa porquería! —Haga buen uso de la moneda—. Waryk montó en Mercury—. Espere, buen hombre. Hágame un favor y recibirá otra moneda. —Señaló a una cierta distancia—. Su bote está allí. Observe atentamente en caso que sea arrastrado para acá, no lo deje aproximarse a la costa. Hay una joven en él y yo volveré a buscarla. —¡Si, Milord! —¿Cuál es su nombre? —Milford, a su disposición, Milord. —Mi nombre es Waryk... —¡Lord León! —el hombre gritó, exultante. —No me imaginaba que fuese tan conocido. El viejo se rió y mostró su boca sin dientes. —Lord León es famoso mas allá de las fronteras. Estoy feliz de tener la oportunidad de conocerlo personalmente. Créame. Cuando yo era joven, acompañé a un hombre llamado William que estaba al servicio del rey. Yo admiraba mucho a su padre, joven Graham. Milord puede contar con mi lealtad. —Mi padre fue un gran hombre. Gracias, Milford. Me quedo tranquilo con su ayuda. Volveré lo mas pronto posible. Waryk instigó a Mercury a galopar hasta la fortaleza. Se identificó en el portón y entró en el patio. Desmontó, entregó el caballo a un muchacho y se apresuró. No había pretendido demorarse tanto. ¿Sería muy tarde o muy pronto? Alan de Ayr, criado del rey, lo encontró en el corredor que daba acceso a los cuartos de los caballeros. —Lord León, el rey quiere verlo. —Estoy empapado, Alan. Dame unos minutos. Necesito lavarme y cambiarme de ropa. No planeo dejar al rey esperando toda la noche. —Lord Waryk, el rey ya está levantado. Un nuevo día está comenzando. —Está bien. Vamos. Waryk atravesó el gran salón y sus zapatos ensuciaron el piso de piedra. David lo aguardaba, caminando de un lado al otro, estaba enojado. Por su actitud, la conversación sería larga y no le agradaría. No planeaba abandonar a la joven heredera. Su intención era darle un poco de tiempo para reflexionar. Haría un relato de los últimos acontecimientos y podría demorarse, la joven seguramente enfrentaría algún peligro. El día se aproximaba, las aguas del río subirían y los vikingos reiniciarían su marcha rumbo al castillo. Tendría que alcanzar a la joven lo mas pronto posible y mantener en secreto su tentativa de fuga. Si no lo lograse...

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La heredera tendría que enfrentar la ira del rey. Si ella lograse huir, los dos podrían enfrentar una acusación de traición. Serían ahorcados o decapitados. Nunca dudaba del peligro vikingo. Esa bella heredera representaba una amenaza, y aún mas por su carácter obstinado...

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Capítulo III —Su Majestad, —Waryk hizo una breve reverencia. —Puedo relatarle... —Milord no necesitas decir nada. Bellas palabras antecedieron tu llegada. —Estoy seguro que Angus habrá exagerado los hechos. —Los mensajeros llegaron antes que Angus. Lord León, veo que estás mojado... —Me detuve en el río. —Desde pequeño te gusta el agua. —Y las estrellas. Perdón, su Majestad. Debería haber venido directamente aquí. —Tu tiempo libre es bien merecido. Dime, ¿acaso te caíste al río? —Tuve ganas de nadar. —Qué extraño. La noche está fría. ¿Estabas buscando ninfas acuáticas? —En verdad, fui al borde del río y no resistí la tentación de dar algunas brazadas. El rey no pareció convencido, pero no insistió. —Lo que interesa es que has vuelto triunfante. Liquidaste a esos rebeldes y dejaste hombres encargados de construir una nueva fortificación. Eso me enorgullece. Pero lo que me deja mas me deja satisfecho es tu lealtad constante, a pesar de los vientos políticos que siempre amenazan al reino. —Su Majestad fue quien me enseñó a ser leal —él levantó la mano en un gesto elegante—. Hablando de este último combate, no conseguí entender muy bien el origen de este ataque. Tuve la impresión de que había un enemigo oculto dispuesto a crear problemas donde no existían. —Angus reveló que se trataba de un grupo de locos sin un buen entrenamiento militar. —Todo Fue muy extraño. Eran hombres libres de clase baja. Tal vez fuesen siervos de alguna de las nuevas fortalezas normandas. Hombres forzados a luchar, con mas miedo a vivir que a morir. Intentamos atraparlos vivos, pero ellos luchaban como si nosotros fuésemos demonios. Nada de lo que hacían tenían sentido. —Siempre hubo y habrá pequeñas revueltas. Más aún ahora con la disputa entre Matilde y Stephen que atrae a aquellos que buscan aprovecharse de las migajas del poder. —En la situación actual, Su Majestad, pocos escoceses de las Tierras Bajas no lo reconocen como rey y soberano de Escocia. Lo que me espanta e irrita es que este último enemigo no ha podido ser identificado. —¿Crees que son Vikingos? —Ellos creen que sus dioses les conceden el honor de luchar con mucho coraje. Jamás conocí a un vikingo que se escondiese en un combate. —Lo importante es que nos llevaste a la victoria. No perdamos tiempo con preguntas que no tienen respuesta. —Pero... —No te preocupes, me mantendré alerta. Vamos a lo que me interesa, hijo mío. Hace poco tiempo ocurrió una muerte que dejó sin gobernante una gran extensión de tierras. Lord León, finalmente encontré la propiedad adecuada para un vencedor. Desde que te encontré luchando solo, supe que te

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convertirías en un excelente guerrero. Y no me has decepcionado. Te concederé una honra. Te convertirás en el Lord de esa propiedad, lo que será muy ventajoso para vos. Intrigado, Waryk reconoció que no estaba al tanto de las noticia por haber estado lejos hacia semanas. Sin saber de que se trataba, se acordó de haber pensado varias veces en las grandes recompensas prometidas por David. Como nunca las había recibido, llegó a imaginar que se trataba de promesas vacías de un político. Y como eso nunca le había importado mucho había seguido siendo fiel al rey. Eleanora. Después de saber de que se trataba la recompensa del rey, podría mencionar el tema del casamiento con una inglesa. Sintió un extraño temblor. Había llegado el momento. La recompensa. Tierras. Un hogar. Una familia, su mayor deseo. —Su Majestad, confieso que me siento curioso y estoy profundamente agradecido. Mucho mas porque he encontrado una mujer para ser mi esposa... —¿Esposa? —David arqueó las cejas. —Creo que va a aprobar mi elección y... —No, Waryk, no aprobaré nada —el rey se impacientó—. Las tierras vienen con una heredera. —¿Qué? —La recompensa incluye las tierras y una heredera, Waryk. Un gran Lord murió y dejó una hija. Con el casamiento, ella permanecerá como el ama de la propiedad y yo mantendré la paz con aquellos que honran a esa familia. La propiedad está situada a lo largo de una bella ensenada. Incluye una isla y una parte del territorio en el continente. Constituye una puerta de entrada a las Hébridas. La madre de la joven pertenecía a una de las mas antiguas casas nobles de Escocia. La tierra es fértil. Todo en la vida tiene un precio, Waryk, sabes bien eso. Pero este precio no será doloroso, te lo aseguro. En cuanto al castillo, es tan antiguo como el territorio. Hecho de piedra, sus bases fueron construidas por los romanos a partir de una formación natural de roca. Los primeros normandos construyeron allí una fortaleza sólida para evitar los ataques por mar y por tierra. El mar es tempestuoso, pero no impide el comercio entre las islas, Inglaterra e Irlanda. Las mercaderías llegan diariamente. Las cosechas son abundantes. Los rebaños bovinos y ovinos son enormes. Muchos hombres matarían por esas riquezas y muchos ya han muerto por ellas. Su posición es estratégica y es imperioso que su Lord sea escocés y leal a la corona escocesa. Los vikingos dominan una gran área de territorios en las proximidades. —Su Majestad, estoy muy agradecido, pero... —Waryk, tus protestas de nada servirán. Ya te dije que muchos podrían morir si las tierras no fueran gobernadas con mano de hierro. Necesito asegurarme de eso, pues en la propiedad de lady Mellyora hay muchos caminos que llevan a las Tierras Altas. La propiedad tiene conexión con varios jefes de clanes y tiene salida al o mar. Nuestros vecinos nórdicos podrían querer tomarla. Además de todo lo que te dije, en ese lugar convergen los mejores artesanos del país y los mejores armeros de las islas. —Me siento honrado, Su Majestad, pero...

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El rey se adelantó, airado. —¿Acaso has deshonrado a la mujer con la que deseas casarte? —Ella ha sido mi amante por un buen tiempo. Admito que la idea de casamiento se me ocurrió en los últimos tiempos. —¿Amante? ¿Y de dónde vino ella? No hubo ningún hombre de la familia de ella para desafiarte? —Ella es viuda y tiene permiso del rey inglés para escoger un segundo marido. —¡Inglesa! —Majestad, su esposa también es inglesa. Estoy hablando de lady Eleanora. —Ah... Admito que se trata de una bella mujer. Waryk bajó la cabeza, mas animado. A él no le importaban tanto la riquezas. Una casa que fuese suya y una familia era lo que más ansiaba. Desde que había perdido a sus parientes, no sabía lo que era el calor de un hogar. Eleanora conocía su cuerpo y su mente. Sería una esposa perfecta. —Su Majestad, yo lo he servido de muchas maneras... —Y espero que continúes haciéndolo. ¿Te estoy ofreciendo un tesoro y tu le estás dando la espalda a la riqueza y el poder? —No, no. Estoy muy agradecido, pero... —Lo Siento mucho por tu relación con Eleanora. Yo te aprecio mucho. Y sé que no eres ningún tonto y sabes que vengo esperando años la oportunidad adecuada para conferirte títulos y la posición merecida para mi mejor soldado. Eres un guerrero, has conocido prostitutas y mujeres fáciles, y has despertado pasiones en muchas jóvenes. Te prometo que haré que Eleanora no quede muy decepcionada. Waryk, nunca oculté que te reservaba un gran destino político y un cargo elevado. Es tu deber para conmigo y para con Escocia aceptar mi recompensa. Debería haber esperado eso. Todo tenía un precio. Una cosa era discutir con David. Otra, muy distinta, era sentir que su lealtad estaba siendo cuestionada. Hasta podría llegar a olvidarse de Eleanora por el bien de Escocia. Pero una familia... ¿Esa heredera sería una mujer muy mayor? —Su Majestad, no dude de mi devoción a mi país, pero, me gustaría conocer mas detalles sobre la propiedad... y sobre la heredera. —¡Su Majestad! —Una mujer delgada y de cabello gris irrumpió en el gran salón—. ¡Su Majestad! Sólo entonces ella notó la presencia de Waryk y el agua que goteaba de sus ropas. —Su Majestad, yo... y... Perdón, yo no deseaba interrumpir, pero... —Habla de una vez, Jillian, ¿qué pasa? —Ella... desapareció. —¿Qué? —Mellyora desapareció. —¿Cómo? —David gritó. Jillian se pasó la lengua por los labios, miró a Waryk y después al rey. —No lo sé. —¡No puede ser! ¡Había dos centinelas en la puerta! —Creo que salió por la ventana, Su Majestad. —La distancia desde la ventana al patio es muy grande...

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—Creo que utilizó el andamiaje. Mellyora es ágil, veloz y... —¿Y qué? —... estaba desesperada. —¡Santo Dios! —David golpeó con toda su fuerza el puño en la mesa mas cercana—. ¡No creo que ella pueda haberme traicionado! La encontraré y se arrepentirá por la temeridad de traicionarme! Encontraré un medio de castigarla severamente. —Por favor, Su Majestad, calma —Waryk le advirtió temiendo lo peor—. Va a acabar teniendo un ataque de apoplejía. Perdón, pero ¿de quién estamos hablando? El rey miró Waryk con una mirada furiosa. Inspiró profundamente y pareció calmarse. —Nos estamos refiriendo a lady Mellyora MacAdin. ¡Jesús, nunca pensé que fuese arriesgar su vida para desafiarme! —¿Quién es Mellyora MacAdin? —Waryk sólo quería una confirmación—. ¿Es su prisionera? ¿Es culpable de algún delito? —Ella es mi huésped. Es la hija de un viejo y gran amigo. No, no es culpable de ningún crimen. ¡Hasta ahora! ¡Si yo no fuese un hombre misericordioso, la llamaría traidora en este mismo instante! —¿Entonces por que huyó? —Waryk quería que David le dijese la verdad—. ¿Se trata de una esposa desobediente? —En cierto modo, si... Ella desafió mis órdenes... ¡mis órdenes de casarse con vos! ¡Ella es tu heredera, Lord León! Sus sospechas habían sido confirmadas. ¡Lady Mellyora huía de él! ¡Él era el normando viejo, despreciable y miserable! ¡Ella huía para pedir auxilio a sus parientes vikingos! ¡La noble arrogante no quería casarse con él! Pues... bien ella aún no lo conocía. Sin embargo su desaliento era grande. Una familia era su mayor aspiración. Había soñado con tener una esposa apasionada y vibrante. Eleanora era la mujer perfecta. ¿Y qué recibiría él? Una joven rebelde y temeraria. Atrevida, imprudente e irritante. Reflexionó sobre el encuentro con ella. Joven, si. Gentil, no. Amorosa, jamás. Cálida como una témpano de hielo. ¿Apasionada? ¡Sólo para librarse de él! Bien, por lo menos no se trataba de una vieja incapaz de tener hijos. Era saludable, linda... ágil y veloz, con certeza. No podía negar que era una mujer con la edad adecuada para casarse. Recordó su cuerpo que había bailado delante del fuego y que lo había atormentado en sueños. En cuanto a su mente... Para lady Mellyora no había nada peor que ser obligada a casarse con uno de los caballeros normandos de David. Se sentía profundamente irritado con Mellyora MacAdin, aunque ella no lo conociese. Hasta la pérdida de Eleanora había pasado a segundo plano. Su orgullo herido prevalecía sobre su corazón. Waryk Suspiró. Había previsto un futuro muy diferente. Pero la vida era así. El se quedaría sin Eleanora y lady MacAdin, sin su libertad. Un hecho era innegable.. Mellyora no era una pobre doncella sometida a una situación forzada. Era una joven desobediente, desleal y obstinada. En ese momento se acordó que ella estaba en medio del río, esperando la primera oportunidad para encontrar a su tío vikingo.

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—Su Majestad, yo la encontraré —afirmó Waryk. —¡Lord León, apenas acabas de volver de una batalla! Mandaré a otros caballeros, a un ejército si es necesario. —Créame, no estoy cansado. Yo la encontraré. No tenía mas nada que decirle al rey. David ya había tomado una decisión y no había vuelta atrás. Lady MacAdin sería de Waryk. Por eso mismo le cabía a él traerla de vuelta. Estaba seguro de que ella no le dedicaría ni amor ni pasión. Por su parte, él estaba muy lejos de sentir algo por Mellyora. Pero su obediencia al rey era prioritaria. Inclinó la cabeza hacia Jillian, hizo una reverencia ante el rey y salió, haciendo un ruido desagradable con los zapatos mojados. Atravesó el corredor y, sin golpear la puerta, entró al cuarto contiguo al suyo. —¡Angus! Su amigo estaba durmiendo, pero se levantó inmediatamente. En un acto reflejo, tomó su espada. —No hay necesidad de tomar las armas... todavía. Estuve con el rey. —Entonces ya sabes... Por lo visto, todos en Stirling sabían que su futuro había sido determinado, mientras él, como un tonto, contemplaba las estrellas. —Lo sé. —Bien, lady Eleanora entenderá. Conozco esas tierras. Es un lugar cuyo encanto natural supera cualquier imaginación. Una belleza salvaje jamás vista. Para quien le guste el mar, no hay lugar más privilegiado. En cuanto a la heredera, la conocí de niña. Era una criatura bellísima. Se trata de la joven que sir Harry tenía que escoltar. Si lo hubiera sabido entonces, habría insistido en verla y saludarla. Sé que las personas cambian, pero dicen que ella es una de las mujeres mas bellas de nuestro país. Estoy seguro que te gustará cuando la conozcas. —Angus, ya la conocí... —¿Dónde? ¿Cuándo? —Fue entonces que Angus notó el estado deplorable de su amigo—, ¡Waryk, estás empapado! —Lo estoy. La encontré por casualidad. Yo no sabía quien era ella, ni ella sabe quien soy yo. —¿Por eso es que estás mojado?. —Si. —¡Entonces ve a cambiarte la ropa, Waryk! —Después. Primero tengo que hablar con Milady. Ella también tiene una atracción fatal por el agua. —Ah... ¿Quieres que te acompañe? —No. Prefiero ir solo. —¡Para dar a conocer tu identidad, me imagino! —Todavía no, Angus. Pero cuando la traiga para acá... bien, tendremos que mantenerla vigilada. Cuando yo vuelva, avísale al rey. Avísale a sir Harry y a Tristán. Cuento con todos para vigilar los corredores. —¿Crees que ella intentará huir? Waryk sonrió. —Lo intentará, pero no lo conseguirá. No me importa lo que ella piense. Tengo curiosidad de descubrir hasta donde ella pretende llegar. ***

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Mellyora alcanzó la costa del río, exhausta y helada. En la oscuridad, había perdido la orientación y había hecho un trayecto bastante más largo. Divisó una cabaña hecha de barro y piedra. Vacía e invitante. Un bálsamo contra el viento frío de la noche. Hacia semanas que dormía muy poco. La muerte de su padre la había perturbado mucho. Entró, se acostó encima de una piel y se durmió. Despertó cuando ya había amanecido. Los pescadores ya estaban en el río y avistó un pequeño bote apoyado no muy lejos del barranco. Los remos flotaban cerca del bote a la deriva. La temperatura baja le recordó de que su ropa y la capa estaban en el bote. Además, casi desnuda, no podía pensar en seguir el viaje a pie. La única alternativa sería ir por el río. ¿El imbécil que había perdido los remos habría vuelto? Aunque fuese así, él no sabría que ella se encontraba dentro de la cabaña. Saltó dentro del río y pensó que no resistiría la temperatura baja del agua. Su mandíbula temblaba sin control. Sentía un dolor intenso en los huesos. Sin embargo era imprescindible proseguir. No había otra alternativa. ¡Ah, qué tontería haber vuelto al agua! Admitió que sus actitudes después de la audiencia con el rey pudieran ser consideradas insensatas. Se había arriesgado a quebrarse el cuello al bajar por la ventana y, en ese momento, podría morir de frío o ahogada. ¡Pero continuaría luchando contra el rey que creía que podía manipular el futuro de los demás! Dios la ayudaría a no morir congelada. Alcanzaría el bote, remaría con vigor y llegaría hasta donde su tío estaba acampado. Nadó con ganas, olvidando el malestar causado por el frío. Levantó la cabeza para respirar y vio el bote. Un poco mas adelante, el campamento vikingo. Lo importante era alcanzar su objetivo. Hacia el mediodía, Jillian iría a su cuarto, notaría su ausencia y avisaría al rey. David mandaría a los caballeros en su persecución de inmediato. Pero con algunas brazadas más alcanzaría el bote. De pronto se sintió arrastrada hacia atrás. Alguien intentaba ahogarla. Estaba sujetada por la cintura y clavó sus uñas en la mano que la agarraba. Fue soltada y comenzó a hundirse. Movió las piernas con fuerza y consiguió salir a la superficie, desesperada por respirar. Nuevamente la sujetaron. Con pánico, no lograba imaginarse por qué alguien deseaba ahogarla. Esa vez usaría los dientes. Mordió con fuerza y recibió un golpe. Mellyora pensó que moriría. Un brazo fuerte la sujetaba. Fue arrastrada, pero no hacia abajo, sino de vuelta a la costa. Mellyora pataleó, intentando darse vuelta. Quería ver la cara del enemigo. Apenas podía moverse o respirar. Fue arrojada de bruces sobre la tierra. Helada, tuvo dificultad para luchar. Pero tuvo fuerzas para lanzar un puñado de barro al rostro de su agresor. Se arrastró hacia adelante, buscando su libertad. Fue agarrada por las piernas y empujada hacia atrás. ¿Quién sería ese loco? ¿Planeaba matarla o violarla? Mellyora contaba con la fuerza de la desesperación. ¡Jamás se entregaría! Alcanzó la vaina del puñal sujeto a su pantorrilla, pero su muñeca fue torcida y el dolor le hizo soltar el arma. —¡Además de traidora, eres una asesina en potencia!

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Fue tirada en el suelo, de espaldas. En segundos el atacante se arrojó sobre su cuerpo. La daga estaba enterrada en el barro y sus muñecas fueron sujetadas encima de su cabeza. Fue entonces cuando vio el monstruo que la agredía. Era el idiota que había perdido los remos. —¡Vos! —Si, Milady. Te dije que volvería. —¡Eres repugnante! Primero me abandonas en medio del río, después me atacas e intentas ahogarme. ¡Cómo te atreves! Serás castigado con severidad. Pagarás muy caro esto... —No lo creo, Milady. Mellyora lo encaró. La mirada azul intensa y helada como el frío del Ártico. La expresión tensa era atemorizante. Un hombre feroz. ¿Por qué había vuelto él? ¿Había resulto pedir un rescate por ella? Tal vez pensase en matarla. En ese caso, nada recibiría a cambio. La ira endurecía las facciones de su agresor y eso la hizo temer por lo peor. Procuró calmarse. Precisaba las fuerzas para escapar en el momento exacto. —Debo advertirte, estás cometiendo un grave error —Mellyora se puso solemne—. ¿Acaso no sabes quien soy? —Lo sé perfectamente. —Muy bien. Es cierto que tuve un altercado con el rey. Pero si él se entera que casi me ahogas... —Si yo hubiese pretendido ahogarte, ya lo habría hecho, Milady. —¿Entonces...? —Te estaba ayudando a salir del agua. —¡Estás mintiendo! Fuiste brutal, grosero, rudo. —¡No estoy mintiendo! Milady es quien se comportó con una absoluta falta de cortesía. Milady me arañó, me mordió y me pateó. No tuve otra opción mas que arrastrarte... tal vez con un poco de rudeza. —¿Por qué me atacaste en el agua? —Creí que Milady no alcanzaría el bote. —Soy una excelente nadadora. —Ah, lo sé. Por eso no llegaste al campamento de tu tío anoche. —Estaba cansada y con frío. —Y débil. —Estaba muy bien sola. —Pero ahora, Milady estás conmigo. —Todavía no entendiste. Serás duramente castigado. —¿Te refieres a ser desollado vivo, ser ahorcado o azotado? —Si no me sueltas inmediatamente, le diré al rey que someta a todas las penas que acabas de sugerir—Milady, creo que eso no sucederá. Él se levantó y extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie. Mellyora rechazó su ayuda, se puso de rodillas y se levantó sola. Al notar la manera en que él la miraba, se ruborizó. Consciente de que la camisa mojada dejaba su cuerpo a la vista, se irritó profundamente al ser examinada como un animal de feria. Sólo faltaba que él le pidiese que abriese la boca para examinarle los dientes. Tuvo ganas de huir de allí. Imposible. Él la agarraría y la tiraría al barro nuevamente.

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—¿Entonces vamos? —¿A dónde? —Al encuentro del rey. Así Milady podrá mencionarle los castigos tan deseados. ¡Ese retardado mental se estaba burlando de ella! Se le ocurrió que él podría ser el jefe de un clan disidente, que no quería a David como rey. Y que la raptaría para conseguir un buen rescate. —¡Idiota! —¡Vamos! —él se impacientó. Mellyora retrocedió, desconfiada. —Milord si estás en peligro, yo podré ayudarte. Daro te recompensará muy bien si me llevas con él. Si fuera necesario, él podrá ayudarte a huir en uno de sus barcos... —Daro también podría castigarme como el rey lo haría, ¿verdad? —Vamos, créeme. Él hará lo que yo le pida. Y yo detesto la violencia. —¡Milady, no quieras engañarme! Vamos, el bote te está esperando. Él señaló el bote que la corriente había traído cerca de la costa. —No me moveré de aquí mientras no digas a dónde pretendes llevarme. —Ya te lo dije. Vamos a conversar con el rey. Mellyora estrechó los ojos, desconfiada. —¿Qué rey? Su agresor cruzó los brazos sobre su pecho. —Yo sólo conozco uno, Milady. La firmeza del tono de voz hizo que Mellyora creyese en su afirmación. —¡Oh, no! No vas a hacer eso conmigo. Me abandonaste, sólo para ir y descubrir cual es mi valor, ¿no es verdad? ¡Eres el peor tipo de bandido mercenario que existe en el mundo! ¿Cómo puedes ser tan cruel y traidor? —Traidora sois vos. —¡Nunca! ¡Jamás entenderás mi situación! No podrías. Yo sólo planeaba negociar... —Milady, has desafiado al rey cuando te rehusaste a aceptar el matrimonio que él... —Él quiere entregar mis propiedades y a mí a un.. a un... ¡normando miserable! —Siempre hay intereses involucrados cuando se habla del matrimonio de una noble. Mellyora se irritó con su tono paternalista. —El rey sólo quiere las tierras. —¡Pues yo creo que él también se preocupa por los vikingos! —¡Tonto imprudente! Deberías medir tus palabras. ¡Yo soy hija de un vikingo! —Tal vez sea exactamente esa la preocupación de nuestro monarca. Milady ha actuado infantilmente desde el principio. Por supuesto que el rey tiene que preocuparse de tu futuro. Sabes que el puesto de rey involucra juegos de poder y la exigencia de extender las tierras de un reino. Y nosotros somos peores en ese juego. ¿Vamos? Mellyora retrocedió. —Me ayudarías, si intentaras entenderme. Eres escocés. ¡Deberías apoyar mi posición! El rey quiere recompensar a uno de sus lacayos normandos con mis tierras. —¿Es así? Curiosamente, oí decir que el elegido es un escocés.

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—Pues oíste mal. —Finalmente el extraño comenzaba a entenderla—. El padre de él estaba al servicio del rey, antes de que viniera de Inglaterra. No sé por quien ese hombre se quiere hacer pasar, pero el hecho es que se trata de un viejo desgraciado, ¡un invasor normando! —¿Viejo... desgraciado...? —¡Así es! —Pobre doncella. —Él se encogió de hombros—. Qué situación tan calamitosa. —¿Me ayudará? —Ah, Milady... —Te lo ruego. —Mellyora se aproximó y miró los ojos brillantes que se destacaban en medio de un rostro cubierto por barro. Y gritó, al ver que el extraño sonreía y capturaba sus manos. —¡Me ayudarás! —Solamente si el sol se desprendiese del cielo en este exacto momento. ¡El idiota tenía el atrevimiento de reírse de ella! Furiosa, Mellyora se desprendió y no contuvo su impulso. Lo abofeteó. Se arrepintió de inmediato al notar la transformación en la cara del hombre que la atormentaba. En ese momento él sería capaz de matarla. Mellyora se dio vuelta para huir, pero fue agarrada por él. Sin dar importancia a la camisa que se rasgaba, corrió en dirección al agua, perseguida por el misterioso atacante. Se sumergió nuevamente en el agua helada. No le sirvió de nada. El perseguidor la agarró, la arrastró fuera del río y la arrojó al suelo. Esa vez con tal furia que Mellyora comenzó a temblar. De frío y de terror. La camisa estaba hecha harapos. Lady MacAdin se encontraba prácticamente desnuda. ¡Oh, Dios! No me abandones. Mellyora cerró los párpados. —No... por favor... no... —¿No qué? —No... me... —¡Ah! ¿Crees que voy a matarte? ¿O tal vez a robar tu virtud? Milady ¿tienes alguna virtud todavía? Mellyora abrió los ojos. —No eres mas que un tonto arrogante. Si quieres, puedes llevarme de vuelta con el rey. ¡Recibirás lo que mereces! Pero si te atreves a poner un solo dedo sobre mí... —Ah, si. Ante mis ojos yace una noble y bella dama casi desnuda. ¡Pero qué gran tentación! Mellyora se sorprendió con el tono burlón. —¡Déjame levantarme! —¿Y permitirte cubrir una desnudez tan perfecta? —¿Por qué me estás torturando? —Mellyora gritó, humillada y desconfiada—. No te atreverías a causarme ningún daño... —Bien, eso depende. Como Milady afirmó, no todos los vikingos son iguales. Tenemos los noruegos, los daneses y los suecos. Lo que tienen en común es que son buenos comerciantes. Creo que a tus parientes le gustará tenerte de vuelta sana y salva. Pero puede haber sorpresas en una negociación. Existen escoceses rebeldes que pagarían una buena recompensa por tu causa y no se fijarían mucho en pequeños detalles como... —Mis parientes te matarán si...

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—¿Qué? Mellyora volvió a ponerse roja. Sentía la presión del cuerpo masculino contra el de ella. Daría una fortuna para poder esconderse debajo de una manta, cerrar los ojos y fingir que nada de eso le estaba sucediendo. ¿Por qué había resuelto huir del castillo la noche anterior? Se aseguró a sí misma que temblaba debido al frío y a la falta de ropa. Sofocó un grito, cuando él le acarició el rostro con dos dedos. —¡Ah, cuanta nobleza! En el rostro, en los pechos, en la... Todo proveniente de la mas alta estirpe, ¿no es así, Milady? ¡Un valioso premio! Una vez mas, Mellyora no contuvo su ira y levantó la mano para darle una bofetada. Pero él capturó sus muñecas y la miró con odio. —¡Sugiero que pares con eso! —¡Y yo sugiero que te vayas al infierno! ¡Estoy congelada! ¡Muerta, no valdré nada para vos! —Milady no vas a morir, a menos que me fuerces a estrangular este cuello de origen noble. —¡Haz lo que quieras, pero suéltame! —Milady negociaste, diste órdenes y hablaste todo lo que quisiste. Sólo te faltó una cosa. —¿Qué? —Pedir con cortesía. Bien, tal vez no estés acostumbrada a... —¡Tuve una educación excelente y siempre fui muy cortés! —¿Entonces...? —¡No estoy acostumbrada a ser delicada con mercenarios canallas que me atacan! —Inténtalo. ¿Qué tienes que perder? Mellyora inspiró profundamente. —Suéltame... por favor. Él sonrió. —Suéltame, ¡por favor! —ella repitió, gritando—. Me dijiste que... —Yo dije que Milady debería intentarlo. Pero Milady me llamó mercenario canalla. Mellyora apretó los dientes. Tal vez fuese mejor controlarse. Ella era capaz de fingir. —Ten piedad. Tengo mucho frío. —No lo dudo. Mojada y desnuda... —¡Porque las circunstancias me obligaron! —Nadie te obligó a nadar en un río helado. ¿Yo no te estoy calentando? —Me estoy congelando. Nunca sentí tanto frío en mi vida. —¿Tienes miedo? Jamás lo dejaría sospechar el terror que sentía. —Lo cobardes como vos no me intimidan. —Qué pena. Justo te iba a permitir levantarte. —Ah...! Estoy aterrorizada, suéltame! Él aproximó su rostro al de ella. —¡Pues debería estarlo! Milady cree que su cuna de oro y su amistad con el rey podrán protegerla. Es un gran error. Estás conmigo y no sabes lo que puedo hacer. Milady es una pupila del rey. En última instancia, le pertenece a él. Pues bien, haciendo lo que hiciste, te arriesgas a ser culpable de traición. —¡No! Yo no hice nada mas allá de...

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—Estar desnuda en la costa del río, al lado de un extraño es diez veces más fuerte de lo que Milady puede tolerar. Mellyora razonó rápidamente. Si él era tan devoto al rey David, no le haría ningún mal. Resolvió apelar a cierta teatralidad. Cerró los ojos por algún tiempo y los abrió, estremeciéndose. —Creo... creo que voy a morir... Ah, cómo me equivoqué. Si viniste para llevarme de vuelta con el rey, hazlo, por favor. Le pediré perdón al rey. Me siento mal, hace tanto frío... Cerró los ojos, su cuerpo temblando. —¿Por qué no termino de creer en Milady? —No lo sé. Te estoy diciendo la pura verdad. Él sacudió la cabeza. —Milady eres una mentirosa compulsiva, pero cambiaremos eso. Él se levantó y le extendió la mano. —¡No! Apártate. No preciso tu ayuda. —Torpemente, se puso de pie y se abrazó. Temblaba sin fingimiento. El extraño se sacó la camisa de lana, todavía mojada y se la dio a Mellyora. Con la cabeza baja, ella se quedó parada delante de él, sin parar de temblar. Se dejó llevar de la mano, tropezando con sus propios pies. Él maldijo y la alzó en sus brazos. Agarrada al cuello del canalla, Mellyora concluyó que los brazos, el pecho y el abdomen tenían los músculos propios de un guerrero. No debía ser el criado de nadie, sino uno de los caballeros del rey. Él entró en el bote, la sentó, y apartó la embarcación de la costa y señaló la ropa que había dejado allí. —Vístete. Mellyora intentó ponerse la túnica por encima de la camisa de él. —Milady, si no te importa, preciso mi ropa de vuelta. —Pero yo... —Tonterías, ya vi todo lo que tienes que ofrecer. Ella volvió a irritarse. ¡Él era un caballero del rey y se burlaba de ella! Se quitó la camisa y se la arrojó a las manos del insolente. Buscó la túnica y se la puso. Y se desvió justo a tiempo para no ser alcanzada por la capa que él, de pie, le había tirado en su dirección. El extraño volvió a sentarse y cuando se inclinó para tomar la túnica, uno de los remos se deslizó del bote. —¡El remo! —gritó él, demasiado tarde. —¡Oh no! ¡De nuevo! Sois más tonto que... —¡Una palabra mas y te estrangulo! —Se arrancó la camisa y se tiró al río. Mellyora no perdió tiempo. Cambió de posición e intentó maniobrar el bote con un solo remo. Al principio, el pequeño bote giró en círculo. Pero rápidamente, ella logró avanzar en línea recta. En instantes, sintió que el remo quedaba trabado en el agua. El caballero alcanzó el bote y tiró adentro el remo perdido. Desesperada, intentó golpearlo con el pesado remo de madera. Él se sumergió y apareció del otro lado. Mellyora se dio la vuelta y alcanzó a golpearlo en el hombro. Ella volvió a golpear con fuerza pero se dio cuenta que sólo le estaba pegando al agua. El caballero había desaparecido. Se sentó de nuevo, aterrorizada. Con lágrimas en los ojos, se dijo a sí misma que no había matado deliberadamente a un hombre, sino que había sido en legítima defensa. Después de todo, no sabía cuales habían sido las intenciones de él. Ni siquiera

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sabía a quién había matado. Era un extraño. Un caballero leal a David. Seguramente había luchado con decenas de enemigos del rey y había vuelto triunfante. Y ella lo había asesinado a sangre fría en un bello día de otoño. Por la posición del sol, calculó que debía ser el comienzo de la tarde. Su estomago gruñó. Su horror creció. Había matado a un hombre y tenía hambre. Necesitaba salir de allí y llegar al campamento vikingo. No se demoraría hasta el oscurecer. Temblando, procuró controlarse. El grito fue inevitable: Él había vuelto. No había muerto. Y en un impulso, trepó dentro del bote y le arrancó el remo de la mano. Mellyora pensó que había llegado su hora de morir. Se tapó la cabeza y esperó el golpe mortal. Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros... Terminada la plegaria, nada sucedió. Levantó la cabeza unos pocos centímetros. El caballero estaba sentado en el medio del bote, acomodando los remos. —Estás vivo. —No por tu voluntad. —Yo no planeaba.. —¿Asesinarme? ¡Vamos, no mientas, Milady! —Pero no me... —No, Milady, no te maté. —Ahora entiendo. No quieres llevar un cadáver al rey David —Tienes razón, lady MacAdin. No te quiero herida, mutilada o muerta. Admito que Milady sabe implementar buenas defensas. Mas no sé si eres muy valiente o muy estúpida. —¡No te burles de mí! Casi te maté. —Estás equivocada. —Desapareciste en el agua y... —Te observaba desde lejos. —Anoche te fuiste... —También te vigilaba desde lejos, Milady. —¿Todo el tiempo? —Gran parte. Estabas muy cansada pero nadaste, te refugiaste en esa cabaña y después volviste al río para... —Sois un canalla... —Cuidado, o pensaré que te desagrado. —¡Me gustaría verte morir ahorcado! —Como vienes actuando, te has arriesgado a perder la vida más de una vez en pocas horas. Mellyora bajó a cabeza. —Sólo quiero ser libre. —¿No es eso lo que todos queremos? En poco tiempo alcanzaron la costa. Él la sacó del bote, la sentó en el suelo y lanzó un silbido. Espantada, Mellyora vio surgir un caballo enorme que había estado pastando en las proximidades. Un caballo de guerra. Bien cuidado, con pocas cicatrices. Un espléndido animal que podría cargar un hombre vestido con su armadura completa y todavía galopar en una batalla. El animal hocicó a su dueño, quien le acarició el cuello. —¡Ah, Mercury, mi buen amigo! —¿Mercury no tendrá un pedazo de pan en la alforja? —Mellyora se atrevió a preguntar, aún sin esperanza de ser escuchada. Después de todo, había

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tratado de matar a ese hombre. —Hum, tal vez. El caballero abrió la alforja de cuero, sacó de dentro un paquete envuelto en un pedazo de tela. Abrió las puntas de la tela. Mellyora sintió la boca llena de saliva al ver pan, queso y carne seca. Él le entregó comida y le indicó un tronco caído. Mellyora se sentó y admitió que nunca una comida había sabido tan sabrosa. Comió en silencio, mientras su acompañante miraba el agua. —¿Entonces volviste y me estuviste vigilando toda la noche? —No creí conveniente perturbarte, si preferías dormir en una cabaña de barro en vez de aprovechar la hospitalidad del rey. —De cualquier modo, acabaste perturbándome. Él se encogió de hombros. —Parecías cansada y yo no deseaba que te ahogases. —¡Cuanta bondad! Y si quieres saber, la cabaña era agradable. —Te gusta mentir. Estás acostumbrada a la comodidad y a estar rodeada de personas que se doblan su espalda para servirte. —¿Y a vos no te gusta la cortesía de los demás? —No me gusta abusar de nadie. Él se agachó y Mellyora se maravilló al constatar la belleza clásica de sus facciones. Pero la dureza de su expresión no dejaba ninguna duda. Había tratado de matarlo y si ella no fuese mujer, no la hubiera dejado viva. El extraño era joven, fuerte y atractivo. Un guerrero de alguna casa noble. Y planeaba entregarla al el rey. Y ella no desistiría de intentar una fuga. Estaban al final del otoño. Los días eran cortos y el atardecer se aproximaba. Un brisa fría le tocó el rostro. Satisfecha y con el hambre aplacado, sentía un ánimo renovado. Si alguien pasase por allí... ¿qué historia podría inventar? Vio algunos pescadores en el río. No tardaría en oscurecer y ellos se irían pronto a sus casas. —Ni lo pienses, Milady. —¿Pensar en qué? —Mellyora fingió ingenuidad. —En pedir ayuda a algún pescador. Tendría que matarlo y vos serías la culpable Mellyora se ruborizó. ¿Cómo había logrado leer su mente? Se levantó y agitó las manos para sacudirse las migas. Inmediatamente el extraño se puso de pie y señaló el caballo. —Vamos, Milady. Mellyora vaciló. Cuando se sentido amenazada, volver a Stirling le había parecido una buena alternativa. En ese momento, ni quería imaginarse la furia del rey o hasta donde llegaría para demostrar su poder. —¡Vamos, Milady! —él repitió, impaciente. —Yo... No puedo... ir a lugar ningún lugar con vos... Ella lo miró, procurando analizar la situación. Se estremeció. Era alto y seguro de sí mismo, él la ponía nerviosa. No había como negar que se trataba de un guerrero formidable, pero el atractivo rostro era duro e impasible. Infundía en ella una sensación que era una mezcla de calor y pánico. Se pasó la lengua por los labios —Ya tuvimos oportunidad de conversar y de conocernos. —Demasiado bien, pensó. Había sentido su calor, su olor y la textura de la piel de ese hombre—. Te estoy diciendo que no iré con vos. —Dio un paso atrás—. Escucha. Piensas que estás en control de la situación, pero las cosas pueden cambiar. El

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campamento vikingo está al otro lado del río. Si yo grito, ellos me podrán oír. Estoy muy cerca de mis parientes. Por favor, entiéndeme. ¡No puedo acompañarte! El extraño sonrió y sacudió la cabeza, exasperado. —Ah, como te equivocas. Vendrás conmigo a donde yo te lleve y cuando yo quiera. —¡Veremos lo que el rey tendrá que decir sobre eso! —¡Decídete! ¿Me estás amenazando con el rey o con los vikingos? A pesar de estar irritado, él parecía divertirse. Retrocedió y arrastró el bote a la costa. Y fue esa la oportunidad que Mellyora esperaba. El caballo era enorme, y estaba ensillado. Y ella era una excelente amazona. Ágil y rápida. A pesar de que el estribo era alto, consiguió montar y espoleó el caballo con los tobillos. —¡Vamos, muchacho, rápido! Sálvame por el amor de Dios! El caballo arrancó y salió al galope. Mellyora sintió el aire frío golpearle la cara. Era el sabor de la libertad y del triunfo. En ese momento escuchó un silbido. El animal se detuvo y se empinó. Mellyora consiguió no caerse de la silla. Después de algunos segundos, Mercury se dio la vuelta y volvió a galope. Al aproximarse al caballero, se paró súbitamente y esa vez ella fue lanzada por encima de la cabeza del caballo. Afortunadamente aterrizó en el barro blando. Aún así, tuvo la impresión de haberse quebrado todos los huesos. Intentó levantarse, pero el mundo giraba a su alrededor. Miró el cielo y las primeras estrellas. Estaba anocheciendo. —¡Mi Dios, qué mujer temeraria y estúpida! —¡No! —ella gritó. Demasiado tarde. El caballero la alcanzó y la palpó en todo el cuerpo buscando heridas o fracturas. Mellyora ni pensó en protestar. El caballero la alzó disgustado, y la colocó sobre su hombro como si ella fuese una presa abatida. Lo que no estaba lejos de ser verdad. El guerrero la había capturado sin piedad. Ellos cabalgaron en la semioscuridad del atardecer. Él llevaba un trofeo para entregarle al rey.

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Capítulo IV Mellyora, exhausta y con mucho frío, acabó dormitando en el hombro del caballero desconocido. Despertó cuando oyó gritar a los centinelas de Stirling. Los guardias les abrieron paso y pronto escuchó el ruido de los cascos en las piedras del patio. Él desmontó y la depositó en el suelo. Mellyora se tambaleó y tuvo de ser sostenida. —¿Está herida, Milord? —uno de los muchachos preguntó—. ¿Debo mandar a avisar al rey? ¿Milord? Entonces no era un simple caballero. —No será necesario. Milady no está herida, sólo cansada y con frío Mellyora notó que él la conducía por una de las entradas laterales. —¿A dónde me estás llevando? —A un lugar donde puedas descansar, antes de encontrarte con el rey. —¡Ah! Acabaré por matarlo, ¡lo juro! —Furiosa, lo encaró. —¿Matar al rey? —¡Vete al infierno! —Y yo que arriesgué mi vida para preservar la tuya. Cuanta injusticia en este mundo. Con pasos largos, él la condujo hasta una ala del castillo destinada a hospedar miembros de la corte, los consejeros más destacados y guerreros. —¡Exijo que me lleves inmediatamente ante la presencia del rey! —Mellyora intentó soltarse. —Milady, olvídate de tus exigencias. Primero tendrás que calentarte. —¿A dónde me estás llevando? Él se detuvo en el corredor y abrió una puerta con el pie. —No a un calabozo, te lo puedo asegurar. Aunque esa no es una mala idea. Entraron en un gran aposento con bellos tapices colgados en la pared. Había una chimenea y pieles extendidas delante de ella. —¿De quién es este cuarto? —Mío. —Él fue hasta la cama situada en un nicho de la pared. Mellyora fue empujada hacia atrás. —Espere aquí. Desesperada, miró al hombre misterioso que ciertamente tenía gran influencia ante el rey. —Por favor. —Lo sujetó por el brazo—. ¡No hagas eso! No me encierres aquí. Ayúdame. Te juro que amo y honro al rey, pero él está equivocado. Él pretende entregarme a un... —Normando viejo y despreciable, Waryk de Graham. —¡Entonces lo sabías! ¡Oh, Dios, entiéndeme! Es necesario evitar que... —No puedo hacer nada, perdóname. Volveré pronto, Milady. Él fue hasta la puerta —¡Espera! Él se volvió, exasperado. —Ayúdame a salir de aquí. Por favor. Necesito escapar de ese hombre asqueroso. Juro que te pagaré con riquezas incalculables. Oro vikingo. Él se aproximó y la encaró. Mellyora se estremeció y cerró las manos en puños. —Mucho oro.

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—Tan tentador como todo lo que sucedió esta noche. ¿Y si yo no estuviera interesado en el oro? ¿Estaría burlándose nuevamente o había cambiado de opinión en relación a ella? Admitió que un hombre atractivo y con el físico de un dios guerrero, debería estar acostumbrado a tener a las mujeres a sus pies. —¿Qué quieres decir con eso? Su sonrisa sensual la perturbó. —Tengo mucho oro conquistado en las batallas. —Pero los hombres siempre ambicionan mayores riquezas. —Mellyora sentía la boca seca. —No todos los hombres son tan ambiciosos. —El rey lo es. —¿Qué puedes ofrecerme mas allá de oro? —Joyas y piezas de arte celta. No puedes imaginar el valor de las piezas y manuscritos antiguos que nosotros tenemos, además de armaduras, caballos... —¿Y todo eso es tuyo? —Si. Es la herencia de la familia de mi madre. —Eso también es irrelevante para mí. No es lo que me interesa. Mellyora se sintió ahogada. Deseaba salir de allí en una carrera desesperada. Pero estaba confinada en una alcoba, sin tener a donde ir. Se decidió por la intrepidez. —Bien ya te burlaste de mi nobleza. ¿Qué pretendes? —Acabo de salir de un largo período de batallas. —Se encogió de hombros—. Milady podría convertirse en una diversión interesante. —Tuviste varias oportunidades de... —¿Forzarte a aceptarme? Claro que si. Pero... ¿Violar a una protegida del rey? ¡Qué horror! —¿Seducirla no sería peor? ¿No te haría culpable de traición ante el rey? —No soy yo quien está ansioso por negociar. ¿Hasta dónde llegarías para escapar de ese matrimonio? —Hasta mas allá del infierno —Mellyora murmuró con la cabeza baja. —¿Es verdad? —¿Qué me propones? —Hacerlo aquí y ahora. —Eso es absurdo. Acabarías traicionándome. —¿Entonces...? —Yo encontraré un lugar... después de me lleves con los vikingos. —¿Como puedo saber que cumplirás con tu parte del acuerdo? —Tendrás que confiar en mi palabra. —¿Y si fueses capturada nuevamente por los hombres del rey? Quedarías en deuda conmigo. Y perdería mi recompensa por haberte traído de vuelta. —Pensé que no estabas interesado en el oro o riquezas. —Esa es una negociación diferente. —No importa. Se me libertas ahora, juro que encontraré una manera de recompensarte. —¿No estás mintiendo? —Él levantó el mentón de Mellyora y la miró a los ojos. —No. —Ella se estremeció, irritada por la astucia de su captor. Si escapase y encontrase a su tío, ese caballero moriría en caso que fuese detrás de ella. Tendría que avisarle de los riesgos.

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Por la seriedad de su rostro, él parecía tener intención de liberarla. A pesar de sus burlas, era posible que la desease. Reconoció a necesidad de usar todas las armas disponibles. Aunque dijese las peores mentiras tendrían que sonar como verdades. —Hay una bosque al norte de la fortaleza, a una hora de viaje. Allí hay un pequeño peñasco que aflora del valle. ¿Lo conoces? —Si. —En el medio de uno de los bosques, hay una cabaña que el rey usa cuando va a cazar y por eso la mantienen en buen estado de conservación. —Conozco la cabaña. Continúa. La mirada intensa del caballero la irritaba. —Si me dejas salir —susurró—, te encontraré en la cabaña la próxima noche de luna llena. —¿Verdad? —Si. —En dos semanas. —¿Estarás allá? —Lo juro. —Cuidado, Milady. Yo no te dejaré romper una promesa hecha a mí. Podrías estar poniendo en peligro la inmortalidad de tu alma. Y nosotros no queremos que eso pase. —Ya te dije que estaré allá. —Te entendí. Aún así, te daré una última oportunidad. ¿Deseas hacer este trato? —¡Si! Él se giró y la encaró, las llamas crepitaban en la chimenea. —No te ayudaré a escapar, pero permitiré que salgas de este cuarto. Tendrás que emprender una nueva fuga y... —Ya me esperaba eso. —Mellyora miró la puerta. —... puedes ser traída de vuelta en instantes. —¡Lo sé! Déjame eso a mí. Sé cómo salir del castillo. —Si fueses atrapada y tuvieras que casarte con ese normando asqueroso, ¿todavía mantendrás la palabra empeñada? —Si fuese atrapada, tendré que aceptar las órdenes del rey. Y no seré mas que una prisionera. —¿Y tu futuro marido? —Siempre habrá maneras de... —Engañar a un pobre viejo, ¿verdad? Aún mas siendo un normando decrépito. —¡Eres despreciable! —No. Sólo estoy haciendo un pacto y quiero tener certeza de que cumplirás tu parte. —No le debo nada a nadie. Estoy siendo manipulada contra mi voluntad. Poco me importa lo que haré en beneficio o en perjuicio de un normando. No le prometí nada al rey ni a otras personas. Con vos, mantendré mi parte del pacto. Desesperada, no apartaba los ojos de la puerta. Una paso para obtener su libertad. Libertad. Cualquier acto o palabra parecía ser válido en ese momento. —¿Entonces esa es tu palabra final?

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—Si. Él señaló la puerta. —¡Vete! Mellyora estaba segura de que planeaba una trampa, él se mantuvo inmóvil, mientras ella se encaminaba hacia la salida. Lo que la incomodó era la manera en que era analizada. Como si fuese una bruja, un demonio o una criatura olvidada de la mano de Dios. Cuando abriese la puerta, seguramente él daría un salto y la haría pedazos. En el momento exacto. Como un predador. Pero él se mantuvo quieto mientras ella abrió la puerta y salió del cuarto corriendo. No tenía ni idea de la hora que era, pero estaba oscuro. Podría esconderse en las sombras da noche. Tendría que llegar al establo, y encontrar su caballo y pensar en algo para decirle al centinela. Podría salir, pasar el puente y cabalgar velozmente. Nada la detendría. Continuó por el corredor y buscó la puerta por donde había entrado al castillo. Tuvo que pararse, pues un hombre la interceptaba. Un caballero enorme que ocupaba todo el ancho de la puerta. —¡Lady Mellyora! Ella tragó en seco y retrocedió. Se trataba de sir Harry Wakefield, a quien ya había engañado antes. —Milady, el juego se terminó. —Sir Harry, si se apartara un poco... —Milady sabe que no puedo hacer eso. Mellyora se dio la vuelta y corrió en dirección opuesta, segura de que encontraría otra salida. Halló una abertura en un arco y continuó corriendo con la extraña sensación de que estaba andando en círculos, debajo de un arco había otro centinela. Aunque no lo conociese, el hombre le pareció familiar. Un grandullón con la cara llena de cicatrices. Porque David había descubierto su traición y había mandado una tropa a perseguirla. La desesperación le había impedido notar que su captor la había tomado por tonta. Él debía saber que toda la fortaleza la buscaba. En cierto modo, la había ayudado a elaborar un plan para capturarla. Se dio la vuelta rápidamente, antes que el hombre calvo la viese. En el corredor siguiente, notó una alcoba cerrada por tapices. Se escondió allí dentro y pensó en cómo tendría que actuar. Aventuró la hipótesis de subir la escalera y volver a escaparse por la ventana. O tal vez continuar oculta y esperar. ¿Cómo iba a huir, si todos los guardias del castillo habían sido avisados? Escuchó un leve ruido. Alguien respiraba. No estaba sola en el recinto. ¿Otra persona había buscado aquél escondrijo por motivos personales o para atacarla? Inquieta, se preparó para lo peor. Escuchó pasos. —¿La vio? —preguntó un hombre. —Si. Lady Mellyora pasó por aquí, pero corrió y no la vi más —otro respondió. —Avísale a Tristán que podrá intentar la salida sur —avisó un tercero. Las voces habían desaparecido y ella no se movió. —¿Mellyora MacAdin? —una mujer susurró a su lado. Ella no respondió, desconfiada de una traición. —¡Mellyora! Soy Anne Hallsteader. —¡Anne! ¿Qué estás haciendo aquí?

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Anne era hija del asesor de un virrey dinamarqués, una heredera Maclnnish. Su padre había sido asesinado poco después del nacimiento de la hija y ella había pasado a vivir con la familia de su madre. Vivían al norte de las Islas Hébridas. Ellas se conocían hacia mucho tiempo. —Dime primero, Mellyora. ¿Por qué ellos te están buscando? ¿Hiciste algo malo? Acostumbrada a la penumbra, divisó la silueta de Anne. Durante el día, los tapices quedaban corridos. Las suntuosas poltronas permitían a los huéspedes y residentes usar las alcobas para sostener conversaciones privadas. —Te juro que no hice nada que mereciese censura. Sólo estoy evitando a los guardias. Mi padre murió y ahora soy la protegida del rey. —Lo sé. También oí decir que él te prometió en casamiento a uno de sus caballeros. —Es verdad. Estoy buscando escapar. —Qué situación tan espantosa —Anne demostró su simpatía. —Anne, qué estás haciendo aquí? La otra no respondió. —¡Anne! —Estoy... esperando a una persona. —¿A quién? Un nuevo silencio. —Por el amor de Dios, Anne, estoy en la situación mas complicada de mi vida. Nada podrá sorprenderme. —Daro. —¡¿Qué?! —Mellyora casi gritó. Anne saltó hacia adelante y le tapó la boca. Mellyora desvió la cabeza. —¿Mi tío Daro? Mellyora se dijo a sí misma que no debería estar sorprendida. Daro era el hermano mas joven de su padre. Guapo, joven, rubio y temerario. Después de la muerte de un amigo, se había instalado en la isla de Skul, una fortaleza de piedra en el mar de Irlanda. Tenía un temperamento agresivo, pero había sido aliado de David, mientras su hermano estaba vivo. En el presente, Daro y David no estaban de acuerdo sobre algunos puntos. Por eso las tropas de su tío estaban acampadas en la parte baja del río. —Por favor, Mellyora, no digas nada. David es poderoso y mi familia ni quiere oír hablar de Daro. Afirman que él traerá problemas para todos y que será una desilusión para mí. —¡Anne, yo jamás los traicionaría! Daro es mi tío. Hasta habría hallado graciosa la situación, si no estuviese metida en problemas. Anne siempre había parecido tranquila y serena. Jamás podría imaginarla enredada en amores ilícitos y mucho menos con un hombre como Daro. Escuchó pasos y miró a Anne inquisitivamente. En cualquier momento los centinelas podrían correr las pesadas cortinas y descubrirlas. —Anne, dile a Daro que preciso mucho de su ayuda. Dile que me hicieron prisionera y que el rey pretende casarme con uno de sus caballeros oportunistas. Avísale también para que actúe con prudencia, pues no quiero sacrificios en vano. No deseo mas luchas. ¡Sólo quiero huir! —Mellyora... —¡Escóndete! Haz lo que te pedí. Sólo eso.

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Mellyora empujó a su amiga hacia atrás y dejó la alcoba. —¡Allí está! ¡Milady, pensábamos que se había evaporado! —Sir Harry se aproximó a ella, nervioso. —Conozco el castillo y sé volver sola, sir Harry. —Mellyora replicó y se dio la vuelta. —¡Sir Harry! —gritó, sin volverse—. Por favor, ¿quiere retirar a ese bruto montañés de aquí y decirle que conozco el camino? —Sir Harry se fue, Milady. —El hombre tenía el acento de las Tierras Altas de Escocia. —No lo conozco. Quiero que sir Harry me acompañe a la audiencia con su majestad. —Yo la llevaré, Milady. —Él le agarró el brazo. —No precisa sujetarme. —No tengo esa certeza. —Tengo urgencia en hablar con el rey. Si quiere, puede seguirme. —Milady, estamos en mitad de la noche. el rey no va a querer ser molestado con ataques histéricos. —¿Si? ¡Perfecto! Por favor, escóltame hasta mis aposentos, donde esperaré a ser convocada por David. —No. —Él continuaba sujetándola por el brazo—. Venga conmigo. ¡Ahora! —Pero el rey... —Milady vendrá conmigo para hablar con Milord. —¡No iré a ningún lugar con usted! Mellyora luchó para desprenderse con uñas y dientes. Pero de nada le sirvió. Fue obligada a seguirlo, pues él casi la levantaba del suelo. Durante el trayecto ella lo arañó, lo pateó y lo mordió. Pero el gigante no se detuvo. Concentrada en librarse de ese bruto, Mellyora no prestó atención hacia donde era llevada. El hombre abrió una puerta y la empujó adentro. El extraño que se había convertido en la pesadilla de su vida la esperaba. Estaba vestido con ropas secas y se había peinado los cabellos mojados hacia atrás. —Ella está aquí, Milord —el gigante le avisó. —Gracias, Angus. —Ni siquiera se dio vuelta. Angus salió y golpeó la puerta. Mellyora miró la espalda ancha del hombre que estaba delante de la chimenea y pensó que sería capaz de estallar de rabia. —¡Desgraciado mentiroso! ¡Sabías que yo sería traída de vuelta! ¡Sólo pensabas en humillarme! —Te dejé salir para que pudieses comprobar la tontería que planeabas hacer. Me amenazaste dos veces con un puñal, intentaste matarme con un remo y, finalmente, estás aquí. Me cansé de tus berrinches. Basta. Mellyora no lo pensó dos veces. Su mundo se destruía por ese infeliz sin corazón. Atravesó el cuarto y golpeó la espalda de él con toda la fuerza de su odio. Las palabras no podían describir cuan despreciable lo hallaba. —¡No eres mas que un idiota vil! ¡Un maldito canalla! Mentiroso y traicionero. ¡Jamás te perdonaré! Él se dio la vuelta con la mirada estrechada y Mellyora retrocedió. —Poco me importa se Milady me va a perdonar o no por sus propios actos de traición. —Claro que nada te importa.... ¡monstruo despreciable! —Mellyora pasó a golpear con los puños el pecho que parecía hecho de roca—. ¡No sé quien

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eres! ¡Pero te juro que pagarás por lo que estás haciendo conmigo! Con un movimiento rápido, él sujetó sus muñecas y la sacudió. Ella tuvo certeza de que una paliza la aguardaba, pero él sólo la miró con odio. —No le doy la menor importancia al hecho de que me perdones o no. Ni estoy preocupado por tu venganza. Yo te di una oportunidad y tú hiciste un pacto. ¡Y tendrás que mantener tu palabra! ¡Oh, no! ¡La cabaña del bosque! —¡Jamás! ¡Me mentiste! ¡Me tendiste una trampa! —¿Mentir? ¿Trampa? Mírate bien a ti misma. Fuiste desleal y traicionera. Las cartas ya fueron jugadas y ahora estás en mi poder. Intenté advertirte para que no negociaras, pues estabas en desventaja. Te di varias oportunidades... —¡No tuve ninguna oportunidad de escapar! —Pues eso es lo que sucede cuando alguien quiere traicionar el rey. —¡Vos no sois el rey! —Pero tú estás en mi poder. —¿Por qué estás tan interesado en mi vida? — No te debo explicaciones. El rey me está esperando. —¡David está durmiendo! —Eso te habrán dicho a ti. Ahora, si me das permiso... Mellyora, con lágrimas en los ojos, lo observó caminar hasta la puerta. —¡Maldito! ¡Un millón de veces maldito! Por ser ignorada, ella se enfureció al extremo. Corrió hasta él e intentó agredirlo una vez mas. Él se volvió y le agarró las muñecas y la miró con los labios apretados. —¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Quién eres? Él se detuvo. Soltó sus brazos e hizo una reverencia, sonriendo con malicia. —¡Pero qué cabeza la mía! No fuimos formalmente presentados, ¿verdad? Sin embargo, nosotros nos conocemos muy bien. Yo soy Waryk de Graham, el normando decrépito, asqueroso y despreciable. Mi padre no era normando, aunque pueda tener un poco de sangre normanda y hasta vikinga. Mi madre pertenecía a una de las más antiguas familias de las Tierras Bajas de Escocia. En verdad, soy un escocés decrépito, despreciable y no tan viejo, tal vez sea una descripción más adecuada de mi persona. Con tu permiso, debo encontrarme con el rey. Él estaba muy preocupado por no saber de tu paradero. ¡Oh, Dios! ¿Cómo no lo había sospechado? Atónita, Mellyora no consiguió hablar ni moverse. Sólo volvió a respirar cuando Waryk abrió la puerta para salir. —¡Espera! No podía ser! Ciertamente se trataba de una broma cruel. Él mentía! —¡Espera! —repitió y corrió tras él. —¿Qué pasa? —¡Por favor, dime la verdad! No quieras vengarte... —Hay muchas cosas que yo podría hacer por venganza, pero esta no es una de ellas. Soy Waryk, Lord de Graham, conocido como Lord León. Y Milady te convertirás en mi esposa. Ya dejaste muy claro que la situación no te agrada. Si te sirve de consuelo, debo decirte que la elección tampoco me agrada. ¡Te encuentro inmadura, prepotente, temeraria y tonta! Pero nada podré hacer al respecto. Se quieres guerra, pasaré la vida luchando. Pocos hombres son mas expertos que yo en una batalla.

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Ella apartó la cabeza, disgustada. —¡Te veré en el infierno! Waryk sonrió. —Tienes razón. Creo que nuestro matrimonio será exactamente un infierno. Temblando, Mellyora se arrepintió de lo que había dicho. Si el matrimonio también lo contrariaba, tal vez hubiese una esperanza. —Lord León, no te vayas... —El golpeó la puerta con fuerza. —¡Lord León! La respuesta fue el ruido de la tranca del lado de afuera. Ella se apoyó en la puerta de madera maciza, desesperada. *** Daro Thorsson era un estratega brillante, guerrero temerario y orgulloso. Se consideraba el último de una raza en extinción. Durante cientos de años, su pueblo había sido el terror de los mares. Los vikingos habían atacado las Islas Británicas, Finlandia, Rusia, y la costa del Mediterráneo y, por el río Sena, habían llegado a París. Habían construido fortalezas por todas partes y en su camino habían dejado como herencia su arte, sus costumbres, muchos herederos y hasta sus nombres. Pero el mundo estaba cambiando. Muchas islas de la costa escocesa, principalmente al norte, todavía eran administradas por virreyes vikingos y los casamientos interraciales eran frecuentes. Parecía extraño que las personas etiquetasen los vikingos como bárbaros. Muchas veces Daro había sido testigo del salvajismo en las batallas entre ingleses y escoceses. Las islas Británicas habían sido pobladas por diferentes tribus —anglos, pictos, galeses y escotos —, y la guerra entre ellos había sido feroz y frecuente. Las incursiones violentas de los vikingos habían quedado en el pasado y el mundo se había hecho más civilizado. Las hazañas gloriosas de los escandinavos formaban parte de los cuentos de los poetas de la nación. Daro había dejado Noruega a los diez años junto con Adin, su hermano mayor y con él había aprendido que, muchas veces, la sensatez era tan importante como la fuerza de las armas. No podía negar que, actualmente, la vida fuese difícil. En el invierno, los peces eran escasos y los demás recursos, menguaban. Pero a Daro le gustaba su pedazo de tierra en el mar de Irlanda. No era tan grande como la isla de Adin. Pero era su hogar y el lugar donde planeaba construir una familia. Caminaba por los corredores de Stirling en medio de la noche. Tenía derecho a estar allí. Él y sus hombres estaban acampados al norte de la ciudad, pues habían venido a negociar con David. Más tierras a cambio de mayor servicio al rey. Esa noche, sería sólo un invitado inoportuno. Para no crear alboroto, había esperado que la actividad disminuyera y, en la oscuridad, avanzaría más seguro. Llegó a la alcoba y corrió la pesada cortina. —¿Anne? —murmuró. —¡Daro! —Ella se arrojó en los brazos de su amado. Daro se sorprendía con las emociones intensas que Anne le despertaba. Había conocido muchas mujeres, decentes y de vida fácil. El sexo era ofrecido a precios bajos en la lucha por la supervivencia y se encontraban prostitutas en cada rincón. Pero él sólo pensaba en Anne. En el sonido de su risa, en la fragancia de sus cabellos, en el brillo de su mirada, en sus besos y en la pasión

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intensa que compartían. Hacían el amor con tal intensidad que ninguno de los se daba cuenta que podrían ser descubiertos. —Oh, Daro —Anne habló, mientras ellos volvían a vestirse—. No sé qué haremos. No soportaré... En el último encuentro furtivo, que había ocurrido después uno de los recientes banquetes ofrecidos por el rey, habían hablado de casamiento. Discutieron la mejor manera de hablar con el guardián de Anne. Ella estaba convencida que su familia no se opondría. Su abuelo había sido un virrey y su padre estaba muerto. Había sido criada por su padrino, hermano de su madre. Además de poseer tierras de su madre había heredado gran parte del oro vikingo y las reliquias celtas dejadas por su marido. Una dote substancial. —¿No soportarás qué? Anne lo abrazó. —¡Ellos han decidido que debo dedicar mi vida a la Iglesia! —Ellos... ¿quiénes? —Tío Padraic me avisó, sin preámbulos, que yo iría al convento de las Hermanas Misericordiosas y que mi dote sería dada a la Iglesia, en pago por los actos salvajes a través de los cuales esas riquezas fueron obtenidas. Tío Padraic odia a los vikingos. Él cree que la sangre de mi padre será mi ruina y que deberé hacer penitencia por el resto de mi vida con devoción y plegarias. Él me considera una amenaza al buen nombre de la familia de mi madre. O sea, la familia de él. Si al menos tuviese la oportunidad de hablar con Michael... Pero él está lejos, al servicio del rey. Michael entendería. Él cree que no es el lugar de nacimiento lo que revela el valor de una persona, sino sus actos, sus creencias y su lealtad. Tío Padraic dice que habló con el rey y que David también teme a la amenaza vikinga. —Anne, tendremos que huir. No podemos dejar que ellos decidan nuestro futuro. Ella sacudió la cabeza, desolada. —No podemos, Daro. El rey mandaría una tropa detrás de nosotros. Será imposible enfrentarla. —Podremos ir a Noruega, si fuera necesario. —¡Daro, yo te amo! —Anne acarició el rostro de su amado—. No permitiré que abandones la isla de Skul, la tierra que tanto amas, ni que entres en guerra con el rey... —No voy a luchar contra nadie. Mi hermano Adin fue admirado y respetado. David confiaba en él. —Oh, Dios, lo olvidé... Perdóname... —¿Qué pasa? —Mellyora estuvo aquí—. Anne hizo un relato de lo que su amiga le había dicho—. Y me pidió que te avisara que necesita de tu ayuda. ¡Malditos todos ellos! El rey y la virtuosa familia hipócrita de Anne. Los habitantes de las Tierras Altas eran adeptos a los castigos más salvajes y a él lo consideraban un bárbaro. El tío escocés de Anne planeaba decidir sobre la vida de su sobrina. el rey quería usar a Mellyora como juguete en favor de sus propios intereses. Daro no tenía nada contra Waryk. Había luchado al lado de él algunas veces. Pero si lo consideraban un paria, le demostraría a todos que él también tenía algo que decir sobre el futuro de su sobrina, única hija de Adin. —¿A dónde llevaron Mellyora?

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—No lo sé. Escuché la voz de sir Harry y de otro hombre. Dijeron que no la llevarían ante el rey, sino a Milord. —Los aposentos de Waryk. —Donde estará bien vigilada. —Anne suspiró. —Debe haber un cerrojo en la puerta y un hombre de guardia. Ella no podrá huir sin ayuda. —Daro, si ayudas a Mellyora, acabarás siendo enemigo del rey y no habrá esperanza para nosotros. —Por el momento, nada podemos hacer. Pero el rey tendrá que aceptar discutir el asunto de mi sobrina. —Daro, ¿pretendes usar a Mellyora, del mismo modo que el rey está haciendo? —No es lo mismo, Anne. Ella es hija de mi hermano. Pidió mi ayuda, pues sabe que yo la defenderé. —Y nosotros estaremos perdidos... —No sé lo que Mellyora planea hacer. Preciso hablar con ella. Y para eso tendré que ayudarla a huir y darle protección. Ahora debo sacar... a las dos de aquí —Daro miró a Anne con cariño. —¡Sí, Daro! —La alegría desapareció en instantes—. No, mi amor, no puedo permitir que David te mate. —No tenemos alternativa, Anne. Actuaremos con cuidado. —Daro apartó los cortinajes y miró el corredor—. Encuéntrame aquí mañana a la noche. Mantente atenta a todas las conversaciones durante el día. Yo haré lo mismo. —La besó con pasión—. Mañana a la noche. Confía en mí.

El rey miraba las llamas de la chimenea en sus aposentos suntuosos y bebía vino de una copa de plata. —Erik Bloodaxe, rey de Nortúmbria hace menos de dos siglos. Canuto, que gobernó gran parte de Inglaterra. Magnus, gran parte de Escocia. Adin era un hombre extraordinario. ¿Quién podría prever una muerte tan prematura? ¿Quién podría prever que la hija de él habría de escapar con la agilidad de una acróbata? —Ella volvió —Waryk declaró con calma. —Las proclamas ya están en marcha. El casamiento será en dos semanas. —¿Desea verla, Su Majestad? —No. ¿Dónde está ella? —En mis aposentos. —¿Y por casualidad ella no estaba tramando alguna traición? —Ella sólo quería su libertad. —Waryk se sorprendió con su propia respuesta. —Daro está aquí para negociar. —Yo luché al lado de Daro. Él es un buen hombre y sabe mucho de estrategias. Un digno hermano de Adin. —Pero es un vikingo. No le agradará saber que su sobrina quiere la libertad. Ella estaba buscando el auxilio de él. ¿Mellyora pensaría en rebelarse ayudada por su tío? —No creo que tuviese intención de levantarse en armas contra el rey. Waryk no pareció convencido. David hizo una mueca de incredulidad y tomó un trago mas de vino.

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—Estoy cansado de los caprichos de Mellyora. Oí decir que hay un joven en la isla que tiene ancestros vikingos en el cual ella estaría interesada. —David, yo también tengo herencia vikinga. —Yo no desprecio a los hombres por ser vikingos. Sólo desconfío de ellos. Lo que importa es que mi ahijada está de vuelta. —La dejé en mis aposentos creyendo que estaría más segura... —Haz lo que quieras, Waryk. Como me previniste, las luchas en las fronteras aumentaron y tienen ocupado mis pensamientos. Sólo quiero descubrir si Daro es tan leal como Adin lo fue. Los ataques dividen un reino. Esas batallas constantes en las fronteras han desviado mi atención de los jefes del norte. Mellyora MacAdin debe tener cuidado... Si ella causa muchos problemas, cambiará de posición social. —¿Cómo es eso? —Permanecerá como mi huésped para siempre. En una calabozo o en un convento. O la casaré con un turco que tenga un harén de esposas. No me importa. No quiero ser desafiado, ni siquiera por mi ahijada. Si ella comete una traición, perderá la cabeza. Soy justo y misericordioso. Pero los traidores deben morir. Esa es la ley. —No creo que ella piense en traicionarlo. Los vikingos están aquí hace siglos, como enemigos y como amigos. Para aumentar su influencia en el norte, Malcolm II casó a su hija con Sigurd, un conde vikingo de las Islas Orcadas. —Conozco esa historia y es una estrategia correcta. Yo estoy buscando el fortalecimiento del poder a través de matrimonios. Cuando las alianzas y la paz no sean suficientes, sólo nos quedará el recursos de la guerra. Con un presentimiento extraño, Waryk alegó cansancio y pidió permiso para ir a descansar. En el corredor, fue alcanzado por Jillian. —¿Ella está bien, Milord? —Como debes saber, ella es dura como el acero. —¿Puedo hablar con ella? —Más tarde. —No la juzgue con mucha severidad, Milord. La muerte de su padre la perturbó. Mellyora jamás imaginó que tendría una vida diferente. Ella no lo desprecia, Milord, pero está enamorada... —¿Ese amor...? —Ellos eran amigos desde la infancia. Muy cercanos y... —¿Al punto de...? —¡Oh, no Milord! No creo que hayan traspasado esos límites. Bien, en verdad no lo sé... —Gracias por su honestidad. —Por favor, Milord, no la maltrate. —No pretendo hacerlo. Si ella ama a ese joven, lo siento mucho. Pero no quiero cargar con hijos que no sean míos, ¿me comprende? —Si. Milord, prometo avisarle cuando Mellyora esté en los días femeninos. Waryk consideró que Mellyora debería tener algo bueno para despertar tanta devoción. —Confío en su sinceridad y en el amor que le dedica a ella. No tema. No le haré nada malo, a menos que ella piense en traicionarme. En ese caso sería capaz de arrojarla al mar. Si me permite, le avisaré cuando puede estar al lado de su ama.

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Waryk dejó a Jillian y fue al cuarto de Angus quien permanecía de guardia. Necesitaba descansar, estaba exhausto. Mellyora no podría abrir la puerta por dentro y las ventanas de los aposentos donde estaba eran muy estrechas. Angus daría su vida y no permitiría que ella saliese. Podía dormir tranquilo. Extrañaba a Eleanora. Ah, cómo le gustaría estar a su lado... Lord León no volvió a sus aposentos. Mellyora pasó horas caminado de un lado a otro, sobresaltada e inquieta, intentó abrir la puerta. Continuaba trancada. Unos minutos después un hombre calvo corrió el cerrojo y asomó la cabeza adentro. —¿Milady necesita algo? —Me gustaría volver a mi cuarto. —Imposible. —Tengo hambre y querría tomar un baño. —Veremos qué se puede hacer. La puerta fue atrancada. Ella continuó caminando incansablemente por el cuarto. Poco después oyó un golpe en la puerta. Angus entró, seguido de algunos criados que traían una bandeja con comida, una tina, jabón, toallas e innumerables baldes con agua hirviente. Habían dejado la bandeja sobre la mesa frente a la chimenea y la tina llena de agua caliente. —¿Necesita mas algo, Milady? —Angus preguntó, cortésmente. —No me siento cómoda en los aposentos de Lord Waryk. —Puede usarlos como si fuesen suyos, Milady. —No tengo ropas limpias. Angus entró, abrió un arcón y sacó de dentro una camisola blanca de lino. —¿Esto sirve? —No es mío. —Pues pasó a serlo, Milady. Mellyora se ruborizó. Ambos sabían que la prenda había sido comprada para otra mujer. —Nadie la usó, Milady. Entiendo su vacilación, pero no tengo permiso de dejarla salir. Aproveche el tiempo con un baño relajante. —Gracias, Angus. —A su entera disposición, Milady. Él salió, cerró la puerta y Mellyora lo escuchó pasar la tranca. Se sirvió cerveza oscura y tomó algunos tragos. Miró la bañera y se miró a sí misma. Embarrada. Se sacó la ropa lentamente y, al mismo tiempo, comía los contenidos de la bandeja. Pescado ahumado, pan y queso de cabra. Entró en la bañera y se enjabonó quitándose la suciedad. Recostada en la tina, miró alrededor del cuarto. Los tapices colgados en las paredes eran de una fina artesanía. Representaban escenas de caza. La cama era ancha y sobre ella, descansaban varias pieles. Había varios baúles. Encima de ellos y apoyados contra la pared, partes de una armadura. Una cota de malla estaba en uno de los estantes. El estandarte de Lord León era un halcón, semejante al de Adin. Por lo que había oído hablar de Lord León, había imaginado que sería un hombre mayor. Se describían como heroicas sus hazañas en las batallas y en los torneos. De acuerdo con lo que cantaban los trovadores, era un guerrero perfecto, el mejor de toda Escocia. No tenía ni la mas mínima semejanza con el hombre horrible de sus suposiciones. Pero eso no cambiaba el hecho de que él

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se haría dueño de su vida y de sus propiedades. Y destruiría su felicidad. La mayor ironía era que ella le hubiera asegurado a Ewan que lo amaría para siempre. Escuchó el ruido de la tranca siendo corrida. Se aterró. Estaba sin ropas. Saltó de la tina y se envolvió con una toalla. Recogió una espada que estaba en un rincón y se preparó. Waryk entró y la encaró. Vio la tina, la toalla y el arma. —¡No te acerques! —Ciertamente el rey lo había mandado a matarla. Sujetó el arma con las dos manos, olvidándose de la toalla que se deslizó hasta el suelo. —¡No te acerques! —repitió. Waryk se adelantó, sujetó la hoja afilada y colocó la punta contra su propio corazón. —Mátame, Milady. —No me provoques. Sabes muy bien que podría hacerlo si quisiese. —Entonces hazlo, si tu odio es tan grande. —¡Yo no te odio! Sólo quiero... Waryk arrancó el arma de sus manos y la arrojó a un lado. No pareció notar su desnudez. —El rey sabe que estás de vuelta y bajo mi cuidado. Estoy exhausto. Mellyora estaba tiritando. Se agachó y tomó la toalla. —Duerme, por favor. No quiero perturbarte... —No te preocupes, ponte cómoda. Conversaremos mas tarde. Él fue hasta la puerta y se detuvo de espaldas. —Nunca mas levantes un arma contra mí, Milady. Porque, si lo hicieras, será mejor que estés dispuesta a usarla. Salió y corrió el cerrojo. Ella se sentó en el suelo, temblando. Waryk la odiaba. Su futuro le pareció tenebroso. Era necesario encontrar una manera de huir. De él y de esa mirada sombría. Y de ella misma.

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Capítulo V Daro se encontró con Anne conforme a lo combinado. Había pretendido hacer de la ocasión un escenario para una pequeña conversación, pero la pasión fue mas fuerte. Después de hacer el amor, jadeante, él le preguntó, mientras se acomodaba los pantalones. —¿Oíste algún comentario, Anne? Me dijeron que ella continua en los aposentos de Waryk y que Angus está de centinela. —Exactamente. Los rumores afirman que el rey está furioso con ella. —¿Tienes miedo, mi amada? —No —ella mintió. —¿Todo listo? —Si, pero no me convenciste de estar actuando correctamente. —Confía en mí. Dame la mano. Coraje. Daro apartó las cortinas y espió el corredor. Nadie a la vista. —Daro, esto puede ser una insensatez —Anne susurró. —Ni siquiera un ejército cambiaría mi opinión sobre el rey. Él ambiciona las propiedades de Adin que son muy prósperas. Si ellos temen mi descendencia vikinga, ¿que harán cuando sepan que Mellyora busca la ayuda de un pariente? —¡David va a querer matarte, Daro! Daro se detuvo, la tomó en sus brazos y la besó. —Tu amor, Anne, vale mi vida. —Mas yo no quiero que mueras. Prefiero hacerme monja. Aunque eso implique dejarte para otra mujer. —No te inquietes, mi amor. Nosotros venceremos. —Caminaron un poco más. Daro se detuvo de repente y se apoyó en la pared. —Es Angus. —¿Estás segura? —Si. —Él es hijo de una monja de lona. —¿Monja? —Su madre fue atacada por un vikingo salvaje. Él nació y fue criado en los bosques de las Tierras Altas donde su madre vivió, y dicen que muy feliz, al lado de ese bárbaro. Angus está con Waryk desde que su familia fue asesinada. —Un hombre valiente, decente y leal. —Daro evaluó la situación—. Anne, espera unos segundos y grita. —¿Gritar? —Eso mismo. Con toda la fuerza de tus pulmones. Cuando Angus venga hasta aquí, dile que viste algo en las sombras. Habla unos minutos con él. Usa tus encantos, mientras yo libero a Mellyora. Te encontraré cerca de la armería. Tomaremos yelmos y capas y saldremos disfrazados como caballeros borrachos. Temblando, Anne no encontró palabras para rehusarse. —Todo saldrá bien, Anne. —Lo sé. —Un hombre y una mujer pueden vencer una batalla imposible para un ejército.

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Anne asintió sacudiendo la cabeza. —¿Vas a hacer lo que te pedí? —Si. Daro le apretó a mano y fue en dirección contraria. Se aproximaría al cuarto de Waryk por el otro lado. Anne lo acompañó con la mirada. Aterrorizada, ni siquiera sabía si lograría gritar. Lo intentó una vez. La voz no salió, lo intentó de nuevo. El grito hizo eco en los corredores de la fortaleza. Angus se aproximó. Anne no consiguió hablar. Descubrirían que Daro intentaba ayudar a huir a su sobrina. Todos serían acusados de traición. Serían torturados en el cabalozo, ahorcados o decapitados. —¿Qué le pasa, Milady? Está pálida como un pedazo de pergamino. Qué le pasa? —Lo s... siento mucho. ¡Ah! A... creo que vi algo en el corredor. Pero creo que debe haber sido mi propia sombra. Una ilusión óptica creada por la luz de la antorcha. Angus miró a su alrededor. —De hecho, Milady, No hay nadie. ¿Quién es usted y por qué está despierta a esta hora? —Dejé a una amiga convaleciente y volvía a mi cuarto. Perdón, pero me siento una tonta por haberlo perturbado. — Si no estuviese de servicio, la conduciría hasta sus aposentos. Quédese tranquila. No hay ningún peligro en el castillo que pueda amenazarla. —Lo sé. —Anne sonrió—. Fue una tontería. Me asusté en vano. Mi amiga es irlandesa y usted sabe como son de supersticiosos los irlandeses. Ella habló todo el tiempo sobre duendes, fantasmas y espíritus que aúllan de noche. —Puede ir tranquila, Milady. No hay duendes por aquí. Anne dio una sonrisa luminosa y salió corriendo. Mellyora escuchó una vez mas el ruido de la tranca siendo empujada. Corrió a un rincón, aterrorizada. Y al ver a Daro entrar, dio un grito de alegría. —¡Sh! No digas nada. Vamos a salir de aquí rápidamente y sin hacer ruido. Ella corrió afuera y esperó a que Daro corriera la tranca de la puerta. Ante su primera pregunta, Daro se llevó un dedo a los labios y la condujo a otro lado. *** El banquete contó con la familia del rey, los caballeros de la corte, los acróbatas y los músicos, como entretenimiento. Más tarde, Waryk acompañó a David a los aposentos reales, pensando en Blue Isle. Esa noche, el rey tenía la apariencia de un feroz jefe de clan de las Tierras Altas. Usaba una piel rústica como abrigo contra el frío y caminaba de un lado a otro, haciendo dibujos en el aire con el atizador de la chimenea. —Waryk, esa propiedad sólo puede estar en manos de un aliado confiable. Su posición es estratégica. En la parte continental hay un viejo camino romano que une las Tierras Altas con las Bajas. La bahía esta protegida. La isla crea un canal navegable. La posición defensiva es excelente para la llegada de barcos comerciales y es un arma potencial contra los atacantes. El castillo es inexpugnable y sirvió como última ciudadela para los romanos. Los arquitectos y pedreros de William, el Conquistador, reconstruyeron las murallas y reforzaron la estructura. El abuelo materno de Mellyora recibió la fortaleza de las manos de mi padre y no pretendo perder ese reducto tan importante. Si

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Blue Isle cayera en manos enemigas, yo estaría amenazado por la proximidad con Stirling. Perdóname Waryk, no era mi idea enviar una joven hostil a tu lecho nupcial. El rey siempre le había prometido una recompensa. Pero Waryk nunca había imaginado que sería de esa envergadura. Un castillo feudal establecido en una región magnífica. Con un premio de semejante importancia... la novia hasta podría pudrirse en una torre si quisiese. —Ella y yo acabaremos entendiéndonos —dijo Waryk. —La ceremonia será realizada en dos semanas, en la noche de luna llena. Quiero la presencia de muchos nobles, caballeros y hasta de antagonistas. Así no habrá dudas sobre la legitimidad de la unión. —Dos semanas me parece mucho tiempo. ¿Qué haré con Mellyora hasta ese momento? —¡Encadénala! ¡Enciérrala! —el rey se mostraba irritado—. az lo que quieras, ya te lo dije! Pero en el día de la ceremonia ella deberá ser vestida por las damas de la corte de acuerdo con las tradiciones. —Ah, su majestad, ¿meterla en un calabozo sería el tratamiento adecuado para una novia? —Mandé guarnecer las ventanas de tus aposentos con rejas de hierro. Haré que retiren los andamios y pondré centinelas en distintos puestos en los corredores. —El rey sirvió vino en dos copas y le ofreció una de ellas a Waryk—. Por tu futuro. Que Dios te de fuerzas para soportarlo. —Usted me concedió poder. Que Dios me ayude a administrarlo —él vaciló, antes de continuar—: su ahijada es muy temeraria. —Yo también lo soy. Y la arrastraré hasta el altar. —Ella puede rehusarse a aceptar. —Si ese fuera el caso, Mellyora pagará por eso, como ya le dije. Y te entregaré Blue Isle. No perderé las tierras que mi padre recibió de William. Aunque Mellyora tenga que pasar el resto de su vida en la celda de un calabozo fétido. Lo siento mucho. Waryk no creía que un rey tan justo pudiese ser tan cruel con una joven. —Tal vez haya dificultades. La familia materna de Mellyora ocupa la isla hace mucho tiempo. Adin probó ser un administrador íntegro y poderoso. Deshonrar un derecho legítimo a la herencia... —... puede significa revueltas y muertes. Enfrentarás un infierno. Pero yo no me apartaré de mis objetivos. No con los conflictos ingleses y con la amenaza vikinga tan cerca. Te confieso, Waryk, que no deseo ningún mal a mi protegida. Pero yo soy el rey y, ¡por Dios, ella tendrá que cumplir mis órdenes! —Así sea, Su Majestad. —Cuéntale lo que está arriesgando. La verdad sería la mejor arma, Waryk concluyó. *** Mellyora aguardaba con su tío, ansiosa y trémula. Después de tantas horas de miedo y soledad, Daro había atendido a su demanda de ayuda. Anne iría con ellos. Era un plan arriesgado y audaz. Dio gracias al cielo porque Daro no hubiera matado a Angus. La aterrorizaba la idea de ser descubierta. Muchos morirían si eso sucedía. —¿Por qué Anne se está demorando tanto? —le susurró a su tío.

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El rostro de él era impasible. —Si ella demorara demasiado, nos iremos. —Oh, no. Si no fuese por Anne, no me habrías liberado. —Tengo derecho a opinar sobre tu vida, Mellyora. No puedo decir la misma cosa sobre la vida de Anne. —Daro... —Voy a buscar los caballos, yelmos y capas. Debes estar atenta a ver que pasa con Anne. Tenemos una única oportunidad de huir. O de morir como traidores.

A Waryk le extrañó el comportamiento de Anne. Él la conocía. Era pariente de Michael Maclnnish, el Lord de unas tierras donde tantos habían sido matados por el beneficio de Lord Renfrew. ¿Por qué caminaba con la cabeza baja, mirando para todos lados, como si temiese ser seguida? Era muy tarde y ella se movía furtivamente. Esperó a que ella se aproximase. Waryk no tenía prisa en volver a su cuarto. Una tarea desagradable lo aguardaba. Revelarle a Mellyora que el rey la desheredaría si ella se rehusase a cumplir sus órdenes. Además de eso, sería preciso encontrar otro lugar para dormir en esas dos semanas. Él la había provocado y se había burlado de ella. Y pagaría el precio por eso. Su novia era una mujer muy atractiva, difícil de resistir. Aún así, tendría que esperar hasta tener la certeza de que no estaba embarazada. Con Angus vigilando, Mellyora estaría protegida de todos los hombres. Inclusive de él mismo. —Anne. La joven se detuvo, estaba lívida. —¡Lord León! —¿Qué estás haciendo despierta a esta hora? ¿Vas al encuentro de un amante? —Yo... yo estaba volviendo a mi cuarto. —¿De dónde vienes? —Yo estaba... visitando una amiga que está enferma. —La mentira no fue convincente. —¿Tan tarde? —No tengo mucho tiempo para visitas. Padraic resolvió entregarme a la Iglesia. Ella iba al encuentro de un amante, Waryk dedujo. Las jóvenes muchas veces se enamoraban de hombres equivocados. —Milady, ¿no tienes vocación religiosa? —No. Me gustaría casarme. —¿Le dijiste eso a tu tío? Anne se ruborizó. —Él cree que debo entrar a un convento para purgar los pecados cometidos por los vikingos contra la Iglesia en este país. —Los hombres cometen muchos pecados. Pero un hombre que no es cristiano, que no entiende el significado del Cristianismo, no comete pecado contra la Iglesia Católica. —¡Lord León! ¡Eso es una blasfemia!

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—No, Anne, no lo es. Fui criado en la Iglesia. Muchos vikingos se convirtieron al cristianismo. Si tu padre estuviese vivo, habría hecho lo mismo. Vos no debes pagar por los errores de él, reales o imaginarios. —Si Milord, le dije eso a mi familia, a mi tío... Si pudiera hacerlos entender. Si alguien pudiese hablar con Michael, que es el jefe de la familia... Pero él está al servicio del rey y dejó mi futuro al cuidado de mi tío Padraic. Anne abrió los ojos, aterrorizada, al ver a Jillian aproximarse, corriendo. —Lord León, necesito hablarle. Es urgente. —Está bien. Conversaremos en otro momento. Si me convences que no estás actuando contra Dios o contra el rey, podré ayudarte. —Waryk retrocedió y la dejó pasar. —¿Jillian, qué sucedió? A la mujer le costó recuperar la voz. —¡Mellyora desapareció de nuevo! —¿Cómo lo sabes? —Fui a llevarle algunas ropas y... —¡Imposible! ¡Ella estaba encerrada y Angus está de guardia! Waryk corrió, seguido por la criada. La puerta de sus aposentos estaba abierta. Angus estaba adentro, buscando por todos lados y maldiciendo. Al escuchar el ruido, se volvió hacia Waryk. Ese hombre enorme, de aspecto feroz, se asemejaba a un niño luchando contra la vergüenza y el terror. —Waryk, lady Mellyora desapareció como si una niebla del pantano se la hubiese tragado. La tranca estaba puesta en la puerta cuando Jillian llegó, pero Milady no estaba aquí dentro. Yo daría mi vida por Milord, pero.. —Lo sé, Angus. Lo sé. —¿Cómo salió ella, Milord, cómo? —Por la chimenea —Jillian sugirió. Por la rostro angustiado de Jillian, era cierto que ella temía los resultados de la fuga de su joven ama a quien amaba. —Si hubiese salido por la chimenea, Jillian, habría muerto quemada. El fuego todavía está encendido. —¡El cerrojo estaba puesto! —Angus insistió. —¿Saliste al corredor? —No... pero fui hasta la curva, cuando escuché a una mujer gritar. —¿Que mujer? —Anne Maclnnish.. —Angus, caímos en una trampa! —Waryk maldijo y partió dando pasos largos, seguido por Angus. —¿Cómo, Milord? Ella estaba sola y... —No importa. Ella te distrajo. Waryk corrió por el corredor, rumbo al lugar donde había encontrado a Anne. Llegó al patio, pero no vio a nadie. Corrió al establo y notó varios compartimentos vacíos. Lo que no era significativo. Además de los invitados, muchos caballeros entraban y salían a toda hora. —¡Joshua! —Despertó al cuidador de caballos que dormía sobre un montículo de heno. —¿Si? —El muchacho se frotó los ojos—. ¡Lord León! Yo cuidé de su caballo y... —No es eso. ¿Alguien vino a buscar animales hace poco? —Ah, sólo tres vikingos borrachos que se tropezaban entre sí.

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—¿Hace cuanto tiempo? —No sé, creo que... Bien, yo estaba durmiendo... —El muchacho se avergonzó. —¿Dónde está Mercury? —Ah Lord León. Voy a traerlo. —Puedes dejarlo. —Waryk corrió hacia el animal que lo había acompañado en tantas batallas—. Una vez mas, mi muchacho. —Lo acarició y lo montó sin arreos. —¡Waryk! —Angus había llegado—. ¡No puedes ir solo al campamento vikingo! —No pretendo enfrentar a la tropa de Daro. Espero alcanzarlos mucho antes. —¡Waryk, espera! Waryk salió al galope, se identificó en los portones ante los guardias somnolientos y partió a toda velocidad. Los fugitivos irían hacia el norte y tendrían que cruzar el puente. Las primeras luces tenues anunciaban el amanecer. Fue cuando Waryk vio los tres caballeros con capas. Dos casi alcanzaban el puente. Un poco mas atrás, un tercero. Por el tamaño y por la manera de sentarse en el caballo, era una mujer. Reconoció la capa de Mellyora. Acicateó los flancos de Mercury con los tobillos y el garañón avanzó. Acostumbrado a los torneos de justa, dominó el caballo de Mellyora y levantó a la fugitiva colocándola sobre Mercury. Espantada, Mellyora no se resistió. —¡Maldita! Esa vez te encadenaré hasta que dejes de causarnos tantos problemas. Si no fuese por el rey... Giró a Mercury y no prestó atención a las protestas de su novia. Miró por encima de su hombro. Los otros dos caballeros no habían percibido la pérdida, Incitó nuevamente a Mercury y disparó rumbo a Stirling. Hablaría con Daro más tarde. Estaba muy cerca del campamento vikingo, sin armadura y sin espada. Ella no se resistía. Sólo gemía y... sollozaba. Agarrada de las crines de Mercury, buscaba equilibrarse. De repente giró, buscando desprenderse. —¡Quédate quieta! ¿Quieres caerte y morir pisada por un animal? —¡Por favor! Escúchame... Waryk disminuyó la marcha y notó que Angus se aproximaba. Ella aprovechó la oportunidad y se deslizó hasta el suelo. Waryk maldijo, detuvo el caballo y corrió detrás de ella. La alcanzó y la tiró al suelo cubierto de hojas. —Mellyora, te juro... —¡No, por favor! Waryk miró hacia abajo y entendió por qué la cautiva imploraba. No era Mellyora. *** A pesar del calor de las llamas, Anne Maclnnish no paraba de temblar, sentada delante de la chimenea. Waryk la miraba con severidad. Nerviosa, Jillian retorcía las manos. Estaban en los aposentos de Waryk. Angus miraba a la joven y no podía creer que una joven tan frágil pudiese haber causado tanto trastorno. —Mellyora juró que no estaba haciendo nada malo —Anne le aseguró a Waryk, entre sollozos—. Ella creía que sería entregada a un normando...

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asqueroso. Todos sabemos como la vida se volvió horrible para los antiguos nobles sajones en Inglaterra. —No precisas justificarte, Anne. Mellyora sabía exactamente de quien estaba huyendo —Waryk le explicó—. Ella tiene sus propios planes para el futuro y acabará causando una guerra. Muchos morirán por eso, inclusive su tío. Anne se levantó. —¡Por eso Milord no puede hablar con el rey! ¡Por favor, Lord Waryk! — Anne lo miró. Su bonito rostro bañado en lágrimas era la propia imagen del sufrimiento—. ¡Sería una batalla estúpida! ¡Recuerda que Haroldo podría haber continuado como rey de Inglaterra, si no hubiese luchado con los vikingos antes da batalla de Hastings! ¡Con la confusión que reina en Inglaterra, los nobles ingleses sólo aguardan algunas escaramuzas internas para atacar nuestras fronteras! Anne se tiró de rodillas a los pies de Waryk. —Por favor, Milord, te imploro. Eres un escocés de mente abierta y conoces a las personas. Daro ama a Escocia. Demuestra misericordia, Milord. Yo haré cualquier cosa para evitar un derramamiento de sangre. Sé que tienes el poder de evitar esta tragedia. —Anne, levántate.—Él la ayudó y la sentó de nuevo en la poltrona—. Yo tampoco deseo la guerra. Admito que subestimé a Daro porque es un vikingo. Pero él ya demostró ser aliado del rey en varias batallas. También estoy de acuerdo en que es una tontería luchar contra el enemigo equivocado. No quiero que Daro sea considerado traidor por haber raptado a su sobrina. —¡Ah! —Anne dio un grito. Waryk concluyó que ella amaba a Daro de verdad. Prefería asumir la culpa a permitir que Daro sufriese. Raramente había visto un amor tan altruista. Le gustaría ayudarla, a pesar de la rabia que sentía por Mellyora y por la insensatez de Daro. —Tal vez haya una manera de evitar que el hecho llegue al conocimiento del rey. —¿Cómo, Milord? —Tendré que ir detrás de Mellyora. Solo. —¡Milord no puedes cometer semejante imprudencia! —Angus se horrorizó. —No planeo morir, Angus. ¡Un gran batalla me espera! —Oh, no... —Anne se aterró. —Me estoy refiriendo a mi matrimonio, Anne. Angus, encuentra a alguien confiable para llevar un mensaje a Daro. —Si, Waryk. Pero eso me parece un gran riesgo. —Anne, vuelve a tu cuarto —Waryk ordenó. —¿A hacer qué? —Dormir. —Waryk arqueó las cejas. —Estoy muy preocupada... —Entonces no duermas y preocúpate... — Y si el rey... —Ya te dije que no le diré nada a David. —Pero si él descubre que Mellyora... —Él no descubrirá nada. Tengo permiso de tomar cualquier decisión respecto a Mellyora. Si fuera necesario, le diremos que Mellyora fue al encuentro de su tío con mi autorización.

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Anne se mordió el labio inferior, se levantó y besó la mano de Waryk. —¡Gracias, Milord! —No me agradezca tanto. —Waryk le levantó el mentón—. No estoy prometiendo que el plan sea un éxito. David tiene medios de enterarse de todo lo que pasa en Stirling. Ve a tu cuarto y no salgas de allá. Continua actuando normalmente como invitada del rey. Se paciente. Dame algo de tiempo. —Oh, Dios, si el rey sospecha... —No habrá problema, Anne. Seremos cautelosos y no dejaremos que nadie perciba lo que está se pasando. Confía en mí. —Fue lo que Daro me dijo. —Daro ama y quiere ayudar a Mellyora. —Mellyora no sabe lo que el rey le está ofreciendo. —Anne suspiró—. Pero ella es leal y tiene el coraje que a mí me falta. Ella está luchando por... —Por su libertad y por su amor. No importa. Ve a descansar, Anne. Tengo mucho que hacer. —Me quedaré con Anne —Jillian se ofreció. Las mujeres salieron. —¿Debo seguirlas? —Angus preguntó. —Acompáñalas hasta los aposentos de Anne. Mandaré a avisar Daro. Después tendré que hablar con el rey. —¿Planeas decirle a David lo que está ocurriendo? —Angus se espantó. —Yo jamás daría mi palabra, si no pretendiese cumplirla. No le diré nada a él. Por el momento, soy el mejor amigo de Anne y Daro. *** Mellyora se dio cuenta que Anne había desaparecido, pero Daro le impidió volver. —No hagas eso. Estamos llegando al campamento. Mandaré hombres a buscarla. —El caballo de ella venía detrás de nosotros. Anne puede haberse caído y estar herida. —Ella no se cayó. —Entonces fue capturada. ¡Debemos traerla de vuelta! —Si volvemos ahora, podemos caer en una emboscada. —Pero... —Mellyora, tendremos que continuar. Luchar ahora sería nuestra ruina. Ella se recriminó. Por su culpa, Anne y Daro se habían rebelado contra el rey. Cuando llegaron al campamento, Daro se identificó. Fueron saludados por Ragnar y Thayne que los ayudaron a bajar de los caballos. Daro dio órdenes en idioma nórdico y mandó hombres a buscar a Anne, recomendando cautela. Pasó la mano por los hombros de Mellyora y la condujo por entre las cabañas hechas de madera y pieles. Daro la dejó en un pequeño cuarto contiguo a la morada que había construido para él. Una sierva trajo una fuente de cobre para que Mellyora se lavara el rostro y las manos. En un rincón había una bañera celta, una cama cubierta con pieles y un fuego agradable. Poco después, afligida, fue a conversar con Daro. Su tío estaba sentado delante de la chimenea en un recinto mayor, con una copa de vino caliente en la mano. —¿Los hombres ya volvieron? — Si. No encontraron a Anne.

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—¿No había soldados buscándonos? —No. Según Ragnar, hay pisadas de un sólo caballero que debe habérsela llevado. —Pueden haber descubierto nuestra fuga. ¿Daro, no había tropas? Si el rey ya se enteró que me ayudaste a... —El ejército escocés vendría hasta aquí. Mellyora se apartó, desconsolada. No había pretendido transformar su drama en una guerra, aunque debía haber previsto lo que sucedería. Se arrodilló al lado de la poltrona de Daro. —Tío, lo siento mucho. Yo estaba equivocada. No debería haberte pedido ayuda. Daro sonrió. —Somos parecidos tú y yo, ¿verdad? Esta es nuestra naturaleza. Yo solo me involucré en esto. Lo único que no entiendo es por qué los soldados de David todavía no han aparecido por aquí. —Pero pueden estar llegando. — Mandé hombres a vigilar los caminos. Nadie está viniendo. —¿Dónde estará Anne? —Supongo que Waryk se la ha llevado por error. Anne debe estar segura en Stirling. Pero no entiendo esta calma. —Tengo que volver, Daro. Le Diré a David que todo sucedió por mi culpa. —Con eso no ganarás nada. Mis hombres me informarán de cualquier movimiento sospechoso en los caminos y en el puente. También tengo esposas de pescadores espiando en el castillo. Ve a descansar. Yo haré lo mismo. —Pero quien podrá descansar... —Sin descanso, no podremos razonar con claridad. Por favor, Mellyora, ve a dormir un poco. —Tío, yo te arrastré a esta locura... —Yo soy responsable de mis actos. —Nunca tuve tanto miedo. No imagino lo que puede estar ocurriendo. —Sólo nos resta esperar, mi querida. —Está bien. Pero no quiero que arriesgues la vida por mi causa. Yo desafié a David y tendré que pagar por eso. Pensé que él aceptaría negociar, si llegaba hasta aquí. Ahora estoy aterrorizada al pensar en la probable masacre que puedo desencadenar. —El rey se olvidó que estaba decidiendo sobre el futuro de la hija de mi hermano. —Adin era su aliado y yo soy la ahijada del rey. —Yo soy un vikingo. Milady y tú eres hija de un vikingo. Las mujeres son prometidas en casamiento. Esa es la regla. No fue sólo mi afecto de tío que me hizo entrar en esta disputa. Yo me sentí ultrajado. Ahora no hay como retroceder, Mellyora. Pero, ¿por qué insististe en desafiar al rey? —Yo no quería enemistarme con él. Sólo quería que él me escuchase. —¿Respecto a Ewan? — Si. Ewan es escocés y es muy fiel a David. —David no le dará su atención. Ewan tiene muchas cualidades, pero no es un caballero entrenado ni tendría la energía para enfrentar a los enemigos del rey. —Me estás subestimando a mí y a él.

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— No, no es eso. Reconozco el valor de Ewan y me gusta ese muchacho. No te desesperes. Oí decir que Lord Waryk tiene una amante rica y de buena familia con quien planeaba casarse. Tal vez esta unión impuesta por el rey tampoco le agrade y se pueda hacer algo. Ahora ve a descansar. Mellyora asintió y volvió a su cuarto. Ingá, la criada, le trajo vino. —Esto la ayudará a dormir, Milady. Mellyora se acostó en la estrecha cama. Estaba aterrorizada con la idea de que su tío pudiese morir por defenderla. Su propia determinación no le daba derecho a condenar a los otros a muerte. David era misericordioso, pero también sabía ser implacable.

Dos días pasaron y nada sucedió. Daro mandó hombres a Stirling. Anne estaba bien, al servicio de la reina, como si nada hubiese sucedido. Los proclamas del casamiento con Waryk continuaban corriendo. Ni una palabra sobre la desaparición de Mellyora ni sobre la inminencia de una guerra. Mellyora había continuado teniendo dificultad para dormir, acosada por las imágenes de Lord León. Llegó a lamentarse por haberse creado un enemigo de ese porte y a veces se despertaba sintiendo como si Waryk estuviese a su lado. ¿Qué estaría haciendo él? Se entretenía practicando esgrima con una espada liviana que Daro afirmaba había pertenecido a una princesa Celta de la época de los romanos. Transcurrió un día mas y ninguna novedad atemorizante de Stirling. En la corte proseguían las actividades normales y los preparativos para el casamiento. Mellyora pasaba el tiempo con Daro, entrenándola en sus habilidades de espadachín, se divertía, y escuchaba los relatos vikingos de los dioses y diosas y del Valhala. Pero ni siquiera así dejaba de inquietarse. Algunos hombres de Daro habían sugerido un ataque a Stirling. —No. Continuaremos esperando —Daro les dijo. Mellyora y Daro creían que tendrían mejores posibilidades en Blue Isle, donde la fortaleza soportaría meses de asedio. Pero el menor movimiento sería considerado un desafío abierto al rey. Entrarían en guerra abierta contra el rey y muchas cabezas podían rodar. Lo más sensato sería esperar. Después de una semana, Mellyora se sorprendió. Acostada en el catre, se dio cuenta que mientras se sentía preocupada por Daro, era Lord Waryk quien venía a su mente. Ni una vez había pensado en Ewan. Soñaba con Waryk. Veía su mirada azul y penetrante, el rostro masculino, la manera en que él se paraba. Había llegado a sentirse tocada por Waryk y ser invadida por un calor extraño durante la noche. Tarde esa noche, un mensajero solitario y desarmado salió por los portones de Stirling. Empuñaba un estandarte de Waryk de Graham que consistía en un halcón volando sobre un fondo azul. Los hombres de Daro lo despertaron para relatarle la noticia y fueron avisados para permanecer atentos a los movimientos del caballero. ¿Cuál sería el juego de Lord León? No se trataba de una negociación. Si Waryk hubiese dicho una sola palabra al rey, David pondría el ejército a su disposición y un guerra ya habría sido declarada. Cuando el mensajero cruzó el puente, Daro ya lo aguardaba en la entrada del campamento.

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— Desarmado, vengo de parte de Lord Waryk y le pido un salvo conducto para entrar. —El mensajero hablaba en idioma vikingo, lo que sensibilizó Daro. —Tienes mi palabra, muchacho. ¿Cuál es el mensaje? —Tengo órdenes de hablarle a solas, Lord Daro. Daro asintió. El mensajero desmontó y lo siguió hasta la cabaña central. Daro le ofreció vino y el extraño aceptó. —Lord Daro, no vine hasta aquí con el propósito de amenazar o de hacer un intercambio. Lord Waryk reconoce que Milord es el pariente mas cercano de lady Mellyora y lamenta el hecho de que Milord no haya sido consultado. Naturalmente, su sobrina tiene derecho de rehusarse al casamiento... —¿Naturalmente? —Daro repitió, con un sonrisa sonsa. —Así es, Lord Daro. Por otro lado el rey pretende que Lord Waryk gobierne la propiedad, con o sin esposa. Daro se espantó con la audacia del rey. Se trataba de una actitud impopular que podría despertar la ira de muchos hombres que tendrían consciencia de que el poder muchas veces podía ser efímero. Aún sin haber conquistado Escocia, los normandos habían traído al país el sistema feudal. Si Mellyora fuese un heredero —en su condición de hijo mayor —tendría un poder mucho mayor bajo las leyes feudales. Pero una mujer y un niño no tenían los mismos derechos. No podían heredar tierras sin un Lord o tutor. Si ella se rehusase al matrimonio, el rey se apoderaría de Blue Isle. —¿Lord León quiere que le explique las circunstancias a mi sobrina? —Milord es quien va a decidir eso. Lord Waryk pretende venir hasta aquí para buscar a lady Mellyora y tiene esperanza de que el rey no se entere de la fuga. Él espera su invitación lo más pronto posible. La admiración de Daro aumentó. Waryk también quería evitar un la pérdida de vidas, a pesar de contar con el poder del rey. —Lord Waryk desea la paz —el mensajero continuó —y no quiere casarse con las manos manchadas con sangre de los parientes de su esposa. Él desea ofrecerle un regalo. —¿Ah si? —Daro arqueó as cejas. —Conocedor de ciertos hechos, Lord Waryk conversó con Michael, jefe del clan Maclnnish, su amigo y aliado. Le expuso los pormenores de su situación y Michael habló con Padraic y con el rey. Lord Waryk me pidió que le avise de que usted puede comenzar las negociaciones del contrato matrimonial con Anne Maclnnish. Daro estaba pasmado. Waryk no amenazaba. Usaba una forma inteligente de decencia. —¿Cómo podré saber que eso es verdad? —Él traerá a lady Anne, cuando venga aquí. Y la palabra de Lord Waryk es sagrada. Waryk no planeaba hacer un intercambio. Simplemente le avisaba que Mellyora podría ser desheredada, si rehusase a acatar las órdenes del rey. La decisión sería de Mellyora. A ella no le importaría quedarse sin nada, pues sabía que podía contar con su tío; sin embargo, amaba a Blue Isle y le gustaba administrar sus tierras con justicia. Mellyora era la savia vital de Blue Isle. Incentivaba el desarrollo de las artes y mantenía vivas las tradiciones. Conocía historias sobre los ancestros celtas de su madre. Así como relataba las antiguas leyendas vikingas. Cantaba con voz afinada y cristalina. Poetas y artistas se reunían para disfrutar de su gracia musical.

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Ella no se desprendería de su posición de lady de la isla. Si había llegado tan lejos en la disputa con el rey, era por no evaluar las consecuencias. —Puede volver a Stirling. Dígale a Lord Waryk que estoy agradecido porque él haya intercedido en mi favor. Yo me casaré con lady Anne y no olvidaré su bondad. Estaré honrado con la visita de Lord Waryk. Y lo recibiré como compañero de batallas, como un amigo y como si fuese mi pariente consanguíneo. —Le llevaré su mensaje, Lord Daro. Después de la salida del mensajero, Ragnar entró, preocupado. Daro le aseguró que no había amenaza ni perspectiva de guerra y le hizo un relato de la conversación. —Cualquier hombre que afrente a Lord Waryk, conocerá mi ira y mi espada. Además, el rey no desistirá de la maniobra política en la que está empeñado. —¿Quiere que Ingá despierte a Mellyora? —Déjala descansar hasta que Lord Waryk llegue. Sé que a ella no le gustará lo que tengo que decirle, pero quedará aliviada al saber que ninguna guerra nos amenaza. En un instante se esparció la noticia de que Lord Waryk era invitado de Daro y que tendría que ser saludado con respeto. La alegría fue general. Nadie deseaba una insurrección. A pesar de ser considerados bárbaros, todos esos vikingos eran cazadores y granjeros. Disfrutaban poder calentarse en las chimeneas de sus casas en invierno como cualquier hombre ansioso por un hogar y una familia.

Ulric Broadsword creyó que había llegado su hora. Nacido en Escocia, pero con ancestros vikingos, se dijo a sí mismo que después de conocer a Mellyora, haber conocido que la gente no exageraba respecto a lo que comentaban sobre la hija del gran Adin. Era una beldad en todos los sentidos. Un bello premio. Ya que no iban a luchar contra Waryk ni contra el rey... Era la hora de partir. Observó a los siervos que se apuraban en cocinar y en seleccionar los animales para el banquete y llamó a Han, uno de sus auxiliares. —Reúne a nuestro hombres y encuéntrame en la entrada sudoeste del campamento con caballos y uno de reserva. —¿Qué estás planeando, Ulric? —Venganza. ¿Dónde está la hija de Adin? —En la cabaña de Daro. —¿Con él? —Oí decir que está durmiendo en el cuarto de al lado de su tío. No será despertada hasta que Waryk llegue. —¿Hay centinelas? —Los guardias están al frente de la cabaña. Pero esto no es una fortaleza y ella no es una prisionera. Está descansando y tiene una criada que la acompaña. La construcción precaria de madera y pieles no ofrece mucha seguridad. —Perfecto. —¿Qué vamos hacer? Si no vamos guerrear contra el rey...... —Iniciaremos una batalla particular —Ulric completó. Tendremos una noche diferente.

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Mellyora escuchó la llamada y un presentimiento de peligro la invadió. Somnolienta, se frotó los ojos. El sueño había sido reparador. El letargo la hizo pensar que Ingá había puesto alguna hierba en su vino. El cuarto estaba a oscuras, pero bajo la luz débil de las antorchas, vio la silueta de un hombre a su lado. —¿Daro? —No, soy hombre de confianza de su tío y estoy aquí para ayudarla. —¿Qué pasa? —El rey mandó un negociador. Debo sacarla de aquí, hasta que Daro haga valer sus argumentos. Tendremos que salir en secreto. Mellyora pidió algunos minutos para prepararse. Tomó la túnica que estaba al pie de la cama, se la puso por la cabeza y alcanzó los zapatos. —Póngase la capa y bájese la capucha. Mellyora siguió las instrucciones y, al ver al hombre de espaldas, se puso en la cintura la espada celta que había ganado de su tío. Se cubrió con una capa y alcanzó al hombre que usaba un yelmo y armadura de cuero. Una cota de malla haría ruido. Él empujó una de las pieles que servía de puerta y Mellyora salió fuera. Ella imaginó que su tío debía haberle asegurado al emisario del rey que traería a su sobrina de vuelta cuando lo considerase conveniente. Las antorchas brillaban en el campamento y los hombres se movían en los alrededores. Alrededor de las viviendas temporarias, habían sido levantadas empalizadas de madera. —Mantén la cabeza baja. —No tengo miedo. Todos son hombres de mi tío. —Nunca se sabe en quien debemos confiar, Milady. Los guerreros van y vienen. Las lealtades cambian. Será mejor desaparecer sin que nadie nos vea. Vivimos en tiempos peligrosos. Mellyora mantuvo la cabeza baja y no fueron interceptados mientras recorrían el campamento. Llegaron a un paso donde un grupo de caballeros los esperaban con caballos. —¿Dónde está el centinela? —Ella se extrañó con la ausencia de un soldado en una entrada. —Milady, él salió un poco, pero va a volver pronto. Es preciso que yo la saque de aquí rápidamente para que Daro pueda conversar. —¿Dónde está Ragnar? —Con Daro, ya que es su auxiliar directo. Por favor, confíe en su tío. Él está luchando por Milady. No luche contra él. —No quiero luchar contra nadie, ni deseo que Daro enfrente una batalla por mi causa. —Milady, yo no quise decir que su tío iba a empuña una espada. Él está luchando con inteligencia y estrategia. Y, para eso, precisa saber que Milady está segura. No dificulte las cosas para mí. Tenemos de apresurarnos. Mellyora observó a los hombres a su alrededor. La mayoría tenía un yelmo con placas planas de cuero o metal. Algunos usaban mantos sobre sus cotas de malla. Otros traían protectores pectorales. La impresión era de que se preparaban para una guerra. Debería haber un guardia en el portón. No reconocía a esos hombres escondidos detrás de tantos protectores y yelmos. —Debo hablar con mi tío. —No hay tiempo. El hombre que la había despertado la levantó y la sentó encima de uno de

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los caballos. Mellyora se vio rodeada por corceles y hombres armados. Listos para una batalla. —No... El hombre saltó detrás de ella. Anticipando su acción, ella clavó los tobillos en los flancos del animal. El caballo se empinó, dio patadas en el aire y relinchó. El vikingo era fuerte, tenía equilibrio y no se cayó. La sujetó con fuerza. Por algunos segundos, Mellyora estuvo convencida de que ambos caerían al suelo y serían pisoteados por los cascos del animal enorme. —¡Al galope! —el vikingo ordenó a sus hombres. —¡No! —Mellyora gritó. El sonido de su grito fue llevado por el viento. El grupo se perdió en la noche, lejos del campamento de Daro.

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Capítulo VI Waryk no esperaba ninguna celada por parte de Daro. Llevó al campamento sólo a sus hombres más leales. Angus, Thomas de Perth, Rem de Wick, Gerrit MacLyle. y Anne Maclnnish. Había evaluado la situación con cuidado, pero estaba seguro de que Daro no lo traicionaría. Daro era un hombre de palabra, quería casarse con Anne y planeaba tener hijos legítimos. Waryk le había ofrecido esa oportunidad. Daro no era ningún idiota. No querría que las tierras de su hermano fuesen arrebatadas a su sobrina. Cosa que sucedería, si Mellyora no aceptase el matrimonio. Durante el trayecto, Waryk reflexionó sobre la habilidad de los vikingos. Era cierto que habían sido invasores, pero también eran constructores excelentes. La mayoría de los que se establecieron en Europa y en las islas Británicas había traído también su arte, sus creencias y su cultura. La construcción de barcos vikinga era única e insuperable. Las viviendas temporarias que habían construido en el campamento eran mejores que muchas cabañas de grandes propiedades. Daro, casi tan alto como Waryk, lo aguardaba en la entrada de su cabaña. Las llamas daban un tono rojizo a la barba y los cabellos rubios. —Se bienvenido, Waryk, Lord León. —Daro, estoy feliz con nuestro encuentro. Waryk notó que Daro buscaba con la mirada a Anne entre los caballeros. —¿Anne...? —Waryk se dio vuelta. Anne se adelantó y, después de una ligera vacilación, se tiró en los brazos de Daro. Él la apretó contra su pecho y, emocionado, miró a Waryk. —Tengo un deuda eterna para con Milord. Waryk asintió, sonriendo. —Admito que estoy contento de verlos juntos. —¿Tus parientes aceptaron nuestro casamiento? —Daro le preguntó a Anne. La sonrisa de Anne fue radiante y miró a Waryk de reojo. —Si, y gracias a Lord Waryk el rey le sugirió a mi tío que nosotros formaríamos una linda pareja y que los lazos entre los dos pueblos se estrecharían, si nos casásemos. Daro besó la frente de Anne. —Anne, no puedes imaginar mi felicidad. Ragnar te llevará a tus aposentos, mientras hablo con Waryk y Mellyora. —Miró a Waryk—. ¿Podremos apresurar la ceremonia? —Si. El enlace podrá ser concretado en una semana después del mío con Mellyora. Naturalmente, tendrás que renovar tu compromiso delante de la fe cristiana. —Y así lo haré. Si un Dios cristiano me trajo a Anne, puedo inclinarme delante de él. Ragnar... Ragnar ofreció su brazo a Anne. Ella le lanzó una sonrisa encantadora a su novio y salió con el gran guerrero. —¿Lord Waryk? —Daro hizo una reverencia y señaló la salida de su tienda. Waryk entró delante de Daro, sin importarle ofrecerle su espalda desprotegida. Daro se adelantó y sirvió vino, experimentando un poco antes de ofrecer una bebida a su huésped. —Perdón, pero no quiero que te inquietes, pensando que puedo

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envenenarte. —No le temo ni a tus hombres ni a tu vino. —No deseo que ninguna sospecha empañe la alegría de mi hospitalidad. Lo que Milord hizo fue extraordinario y generoso. —No, Lord Daro, se trata de una cuestión de lógica. Entiendo el temor del rey en relación a los vikingos. Muchos invasores de los países vikingos fueron responsables de acciones violentas en el pasado. Pero yo ya no los veo como enemigos. Los problemas ingleses ya causaron muchas muertes y nuestro mayor empeño actualmente es mantener las fronteras a salvo de los normandos. Si David confiaba en Adin, entonces debe confiar en su hermano. —A pesar de eso, él quiere te quiere administrando Blue Isle para evitar que la propiedad se transforme en una posesión vikinga. —Las tierras de tu hermano se han vuelto aún mas importantes después de la muerte de él. Los vikingos están a cargo de muchas islas. David no quiere perder Blue Isle cuya posición geográfica es estratégica. —Si el rey le hubiese dicho a Mellyora que ella perdería la posesión de Blue Isle, mi sobrina jamás habría intentado rechazar el acuerdo. Y vos te hubieras ahorrado muchos inconvenientes. —¿Ya le contaste a Mellyora? — No. Esperaba tu llegada. Hace días que ella no duerme bien. Anoche, antes de recibir tu mensaje, puse algunas hierbas en su vino para facilitarle el descanso. Voy a despertarla y le explicaré la situación, antes que te vea. —¡Ingá! La mujer entró. —Por favor, despierta a lady Mellyora y avísale que deseo hablarle. Ingá salió para cumplir la orden. —Perdóname la curiosidad, Waryk. Después de todo lo que Mellyora te hizo, no has desistido. Oí decir que estabas por casarte con una viuda de un Lord de la frontera. —Si yo asumiese el control de la propiedad sin tu sobrina, ambos sabemos que algunos hombres podrían rebelarse y tendría que liquidarlos. No deseo matar a nadie cuyas acciones son movidas por la lealtad. Daro asintió e hizo un brindis. —Se bienvenido a mi familia. Estoy muy agradecido porque hayas intercedido en mi favor. Te recuerdo Waryk que amo a mi sobrina. Espero que no tengas ganas de matarla. —Puedes quedarte tranquilo. —Waryk sonrió —No pretendo usar la violencia... salvo en caso de defensa propia. —Creo que no conoces a Mellyora. —Estoy comenzando a conocerla. —Admito que es muy temeraria. Pero una vez acepte la situación, ella hará lo que sea necesario para conservar las tierras que tanto ama. Ah, ahí está Ingá. ¿Mellyora está lista? La mujer, perpleja, miró a Waryk de reojo y se expresó en idioma noruego. —Mellyora no está en el cuarto. —¿Qué? El espanto de Daro podría ser parte de un ardid, Waryk pensó. —¿Qué dices? —Daro gritó. Sin esperar respuesta, Daro corrió y abrió la piel divisoria. Detrás de él, Waryk notó objetos personales femeninos en el cuarto vacío: una cepillo con

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mago de marfil y brazaletes de oro con incrustaciones de piedras imitando cabezas de dragón. Era posible sentir la fragancia de Mellyora. La cama deshecha sugería que había acabado de levantarse. Waryk tocó las pieles. Todavía estaban tibias. —Ella puede haber ido a visitar a Anne... o quien sabe resolvió dar un vuelta por el campamento... —O tal vez esto sea una estratagema —Waryk sugirió—. Daro decidió hablar, en vez de desenvainar la espada. —¡Yo te di mi palabra, Lord León! No mandé a mi sobrina a escaparse, ni la estoy escondiendo. ¿Por qué haría eso? Vos te quedarás con Blue Isle, con o sin Mellyora. Waryk pareció convencido. —Ragnar! —Daro llamó a los gritos y el vikingo entró, seguido por Angus—. ¡Mellyora desapareció! —¿Desapareció? —Ragnar repitió, perplejo. —¡Eso mismo! ¡Revisa el campamento y haz preguntas! ¡Ella no puede haber desaparecido! Waryk hizo un seña a Angus, indicándole que él y los otros debían ayudar en la búsqueda y asegurarse de que todo esto era real. —No puedo imaginar qué es lo pasa —Daro aseguró, mirando a Waryk. —Si ella se escondió, alguien debe haberla visto. Si no está aquí, ¿dónde podría haber ido? —No sé. Ella jamás pensaría en huir de mí. En ese instante, Ragnar entró, cargando un hombre. Lo acostó delante de la chimenea. El hombre, casi inconsciente, sangraba mucho. Había sido herido con una espada. —Oso estaba de centinela en los portones —Ragnar le explicó a Daro—. Él fue atacado por hombres que llevaban yelmos y no reconoció los blasones. Daro se agachó y Oso le agarró el brazo, entre estertores violentos. —Muchos hombres... fueron... al... sur. Despeñaderos... en el lago. Desde allí... la... frontera. Oso cerró los ojos, esperando la muerte con mas calma por haber conseguido hablar. —¡Ingá! Atiende su herida. —Daro se levantó—. Ragnar, desparrama centinelas por el campo. ¡Vamos, Lord León! Waryk salió y silbó, llamando a Mercury, con un presentimiento nada agradable. ¿Mellyora había salido por voluntad propia o había sido forzada? ¿Y qué importaba eso? Cuando la encontrase, ¡la encerraría en un calabozo! Daro y Waryk montaron y salieron al galope, seguidos por vikingos y escoceses.

La luna estaba alta en el cielo. Después de un carrera alucinante, sus captores detuvieron los caballos. Mellyora vio rocas y despeñaderos alrededor de un lago. Una protección natural contra ataques y un laberinto de lugares para esconderse. Los hombres desmontaron. —¿Milady? —El hombre que la había raptado extendió la mano. —No me bajaré. Él la ignoró y la sacó de encima del caballo. Mellyora pensó en huir, pero se

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vio rodeada por mas de diez enemigos. Estudió los alrededores. En la costa rocosa del lago, había cavernas donde podrían esconder los hombres y los caballos. —Ven —él ordenó—. Conozco un lugar donde estarás a salvo de los lacayos del rey. —¿Y de vos también? —Milady no conoce a los normandos, ¿verdad? —Eso no te interesa. ¿Quién eres? —Uno de los hombres de tu tío. —¡Mentira! —Vamos. Él la agarró por el brazo. La empujó hacia adelante y hacia arriba por las rocas. El viento frío azotaba y las nubes pasajeras ocultaban la luna. Mellyora se recriminó por haber sido engañada con tanta facilidad. —Mi tío no tiene nada que ver con eso. —Milady no quería casarse con un lacayo normando, ¿verdad? —Estás intentando desencadenar una guerra. —Las guerras siempre existen. ¡Eh! Ten cuidado, hay muchas piedras en el camino. Dame la mano. Mellyora retrocedió e intentó vislumbrar el rostro bajo el yelmo. Imposible. —No daré un paso mas, si no me dices quién eres y qué deseas. Si mi tío está herido y vos tuvieras alguna responsabilidad en eso, te juro que te mataré... —Ah, ese es un discurso digno de la hija del gran Adin. ¡Pero él está muerto y vos ahora estáis en mi poder! —¡Jamás! —Mellyora estrechó los ojos—. ¡Continuo siendo la hija de mi padre! El hombre desenvainó la espada y apoyó la punta en el cuello de ella. —Yo digo, Milady, que tendrás que hacer lo que yo mande. Mellyora volvió a criticar su propia ingenuidad al acompañar a ese desconocido. —¿Planeas matarme? —ella preguntó, con el mentón erguido. —Si me fuerzas... Mellyora se impacientó y empujó la espada. Levantó un poco el borde de su falda y, habituada a los caminos precarios, prosiguió por el terreno rocoso, con el corazón acelerado. —¿Eres vikingo? —Si y no, Milady. Vikingo, escocés, normando... ¿Cuál es la diferencia? —Eres un cobarde. Raptaste a una mujer y Daro será culpado de mi desaparición. —Él está traicionándola, Milady. —¡Eso es un absurdo! —Lord Waryk vino hablar con su tío y planea cambiarla por Anne Maclnnish. —¡Él no haría eso! —Lord Waryk vino por invitación de su tío. —Entonces debe haber un motivo. —No importa eso. El gran Waryk cumplió su parte del acuerdo. Trajo a Anne, como había prometido. Y lady Mellyora no estaba allí. ¿Qué pensará Waryk? ¡Una traición planeada por Daro! Las espadas serán desenvainadas y el escocés morirá, aunque mate a tu tío primero. Si él mata a Daro, los hombres de Daro matarán a Lord León.

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Aterrorizada, Mellyora prosiguió mas lentamente. Tenía que escapar de esa situación. Criada bajo la influencia del gran Adin, nunca andaba desarmada. En ese momento, cargaba una espada y un puñal. Afortunadamente, el hombre no la había revisado. —Si ellos se van matar uno al otro, ¿para qué vinimos aquí? —Estamos lo suficientemente cerca para enterarnos del desenlace. Si fuera necesario, iremos hasta la frontera. Tal vez, te lleve a tu casa. Puede ser que Waryk sobreviva. En ese caso, el trofeo que él ambiciona, la dueña de las tierras, estará en mis manos. No serás entregada a él por todo lo que hizo y por todas las muertes que causó. ¿Por qué otra cosa te traería a este lugar? Para quedarme con tus riquezas y tomar lo que debería ser de Lord León. Mellyora vio una senda inferior que pasaba por otro agrupamiento de rocas. Se adelantó y permitió que el hombre se aproximase. Se dio la vuelta de repente y lo empujó con fuerza. Sorprendido él maldijo y se tambaleó hacia atrás, sin soltar la espada. Mellyora aprovechó esos segundos preciosos para huir. Primero hacia abajo y después hacia arriba buscando llegar a las cavernas. Pero él la agarró por la capa y la empujó hacia abajo. Mellyora soltó su cuerpo. Él perdió el equilibrio, pero se recuperó en instantes y buscó inmovilizarla con el peso del suyo. De espaldas al suelo, ella alcanzó el puñal que traía amarrado a la pierna. A pesar del terror que sentía, calculó la posición donde debería clavarlo. Acertó la cuchillada entre las costillas. Lo empujó a un lado y se levantó. El hombre consiguió ponerse de pie y empuñó su espada. Mellyora abrió su capa e hizo lo mismo. Luchó por su vida con ferocidad. Él era muy fuerte y se defendía de todos los golpes. Cuando vio que él erguía el arma para darle un golpe mortal, Mellyora se agachó y lo alcanzó con la espada en el muslo. Él gritó y se dobló por el dolor. Mellyora lo empujó y él se cayó al suelo. Ella corrió por el terreno irregular, sabiendo que no tenía más fuerza en los brazos para luchar con ese gigante. —Milady, ni quieras imaginarte los tormentos que sufrirás en mis manos. Por Dios que cuando termine con vos, no te quedará ni un gramo de orgullo. ¡Lo juro! Si él la agarrase, tendría que matarlo. O morir. Mellyora se detuvo. Vaciló delante de una de las cavernas. La oscuridad era total. Esperó algunos segundos para acostumbrar su visión a las sombras y caminó en dirección opuesta la entrada. *** Siguieron las huellas de los desconocidos hasta las formaciones rocosas que rodeaban al lago. Waryk desmontó y vio señales de pisadas. Los caballos habían sido llevados a una caverna. Levantó la mano, pidiendo silencio y volvió a montar. Estaban aproximándose a la gruta, cuando escucharon un grito salvaje de guerra y un hombre a caballo emergió desde dentro. Waryk calculó la velocidad y la fuerza del gigante barbado que venía en su dirección, girando la macana. Se agachó y lo atropelló con el caballo. El hombre cayó. Un segundo hombre lo atacó. Mientras luchaba con su espada vio a Daro y a Angus luchando contra dos oponentes mas. Waryk asedió a su enemigo, blandiendo la espada a diestra y siniestra.

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Mercury era ágil. El caballo bailaba, sacando a su amo del alcance de la espada enemiga. Waryk espoleó a Mercury y, con el ímpetu del animal, consiguió alcanzar al vikingo en el corazón, atravesando la espada a través del protector de cuero. Un segundo hombre cayó muerto. Vio a Daro y a Angus todavía empeñados en una batalla mortal. Pero un hombre salió de la gruta con una espada y un hacha de guerra. Waryk se adelantó y lo enfrentó con furia, partiendo el hacha en dos. La batalla con ese hombre fue corta. Waryk alcanzó a su enemigo en el cuello y el hombre cayó de su caballo. Waryk desmontó y entró en la caverna con la espada en su puño. —¡Mellyora! No hubo respuesta. Escuchó el resoplido de los caballos, pero ningún hombre salió. Corrió hacia afuera. Angus acababa de matar a su atacante y Daro se preparaba para hacer lo mismo. —¡Mantenlo vivo! —Waryk gritó demasiado tarde. El hombre cayó. Daro y Lord León desmontaron y se agacharon junto al moribundo. —¿Dónde está Lady Mellyora? —¿Dónde está mi sobrina? —¡Ven conmigo al Valhala! —el hombre sacó una daga e intentó alcanzar a Daro. Daro le sujetó la muñeca y evitó la puñalada. —¡La hija del vikingo —el hombre miró a Waryk —no será tuya, escocés! —¿Dónde ella está? —Waryk sujetó al hombre por los cabellos—. Dónde.... El hombre tosió, escupiendo sangre y murió. ¿Daro había matado al hombre para que él no hablase? Pensó Waryk. —Waryk, hay más caballos que hombres —Daro señaló los barrancos. —¡Eso mismo! Las cavernas en las rocas. —¿Debo comenzar por aquí? —Angus preguntó. —Iré hacia el este —le avisó Daro. —Y yo hacia el oeste —Waryk dijo. —Mellyora —llamó Daro. Waryk lo sujetó por el brazo y le aconsejó no hacer ruido, para no atraer la atención de los otros. Daro aseguró que no mataría a todos los traidores. —Ellos vivieron a mi lado y comieron de mi pan. ¡Ellos nos traicionaron y se llevaron a mi sobrina!

Mellyora prosiguió lentamente hacia el interior. Se preguntó si la gruta no sería un escondrijo de lobos u osos. ¿Esos animales se esconderían en un lugar tan alto? No sabía la respuesta. Se apoyó en la pared de piedra, apenas atreviéndose a respirar. Ni siquiera podía decir si su perseguidor se había levantado y había logrado entrar en la caverna. La luna que había salido detrás de las nubes le permitió divisar siluetas y las sombras en la entrada. Pestañeó. ¿Había visto a un hombre o había sido su imaginación, resultante del miedo que sentía? Cerró los ojos y escuchó. Un sonido muy leve. Alguien se aproximaba.

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Furtivamente, se aprovechó de la oscuridad. Cada vez mas cerca. Abrió los ojos. Si no respirase ni se moviese, ¿podría ser vista? Escuchó la respiración ajena y agudizó los ojos. Un bulto se aproximaba, inclinándose a través de la negrura. En segundos la alcanzaría. Tomó el puñal. Tendría que atacarlo con fuerza e ímpetu. Si sólo lo hiriese, sería peor. Mellyora dio un grito y voló hacia arriba de él, con el brazo levantado para apuñalar a quien planeaba matarla. Él murmuró un insulto y se desvió justo a tiempo. La armadura desvió el puñal y rasgó la túnica. Él le torció la muñeca y el arma cayó. Mellyora pateó, arañó, dio puntapiés. Luchó con toda la energía que le quedaba, pero fue tirada de bruces al suelo. Él se arrojó encima de ella, impidiéndole moverse y respirar. —¡Acaba pronto con esto! ¡Mátame de una vez! Mellyora se preparó para morir. Nada sucedió. —¿Matarte? Mellyora inspiró profundamente, temblorosa. ¿Lo estaba imaginando? —¿Lord....León? —¿Acaso, no sabías que era yo? —¿Y cómo podría saberlo, si no dijiste nada? —¿Me hubieses recibido de manera diferente si supieses quien era yo? —Él pareció divertirse—. ¿Acaso te escondiste aquí para huir de mí? —Pensé que eras.... ese vikingo. —¿Cuál de ellos? Hay muchos por aquí. Ya te había dicho que en mis venas corre sangre nórdica. Tú también eres vikinga.... —Y escocesa. —Hija de un vikingo. —¡Basta! Pensé que eras el hombre que.... —¿Que te raptó? ¿No viniste por voluntad propia? Mellyora se irritó. —Si no pretendes matarme, ¿quieres hacerme el favor de salir de encima mío? —Todavía no me has respondido. Si hubieras sabido que era yo, ¿el recibimiento habría sido diferente? —Si.... no hubiera intentado matarte. —¿Y cuando me golpeaste con el remo? —Luchaba por mi vida. Jamás deseé quitarle la vida a alguien. —Muy bien... Y cuando saliste de Stirling con Daro, ¿no imaginaste que él y yo podríamos involucrarnos en una lucha mortal? —¡No! Mellyora no dijo nada más. Escuchó un leve ruido de movimientos detrás de él. —Waryk. .—susurró en advertencia. Él se levantó de inmediato y usó su propio cuerpo como escudo. Mellyora se levantó de un salto, avanzó hasta la pared y recogió su espada. En el mismo instante un hombre entró en la caverna revoleando un hacha. Waryk se agachó y buscó golpearlo en el abdomen. El ímpetu hizo que el hombre cayese encima de la hoja de la espada de Waryk.

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Dos hombres siguieron al primero. Mientras Waryk arrancaba la espada del cuerpo del fallecido, Mellyora se lanzó hacia adelante y atajó el golpe que estaba destinado al cuello de Waryk. —¡Sal de aquí! —él gritó. El agresor levantó nuevamente la espada de hoja larga, se encaminó hacia Mellyora, obligándola a retroceder. Waryk lo atacó por la espalda y de repente se vio luchando con dos hombres. Ellos atacaron conjuntamente y consiguieron arrancarle la espada de Waryk. —Waryk, atrápala... —Mellyora gritó. Él atajó el arma en el aire, se dio la vuelta y alcanzó a uno de ellos en el cuello. Se dio media vuelta y acertó al otro. Mellyora temblaba sin parar. La escena había sido terrible. —¿Waryk? —era la voz de su tío. —Aquí, Daro. ¡La encontré! —¿Sola? —Ahora sí. Waryk la sujetó por la mano. Mellyora temblaba tanto que apenas podía caminar. Waryk tuvo que abrazarla por la cintura para llegar a la entrada de la caverna. Bajo la luz de la luna, ella vio las ropas manchadas de sangre de su tío y de Waryk. —¡Daro! —Se soltó de Waryk y se arrojó en los brazos de su tío—. ¡Estás herido! —Sólo algunos arañazos, mi querida. —Hay muchos muertos allá abajo —Waryk le advirtió. —Oh, Dios... —¿Quiénes eran ellos? ¿Quién te trajo hasta aquí? —El hombre que parecía el jefe dijo que estaba cumpliendo órdenes de mi tío. Ellos debían sacarme del campamento mientras tú y Daro estaban peleando. No vi a ningún centinela en la entrada y supuse que algo estaba mal. Pero no pude hacer nada. No podría reconocer a quien habló conmigo. Nunca lo vi sin el yelmo. Tal vez por la voz y por los ojos.... —Los traidores están entre nuestra gente —Daro no se conformaba—. Viviendo a mi lado y con mi gente. Mellyora se preguntó si Lord León creía en Daro o si suponía que había sido víctima de un engaño. —Él dijo que deseaba vengarse de Lord León —Mellyora relató lo que había sucedido y las amenazas del hombre que la había agredido. —Había más caballos que hombres —Daro recordó. —Algunos deben haber escapado a pie —Waryk concluyó. —En estas rocas, podemos estar buscándolo por siempre —dijo Daro. —Vamos a volver al campamento de Daro —sugirió Waryk. —¿Y los otros? —Mellyora nunca sintió tanto miedo—. Deben estar en algún lugar... esperándonos. ¿Quiénes son ellos? Parecían conocer bien el campamento. —Algunas veces grupos de guerreros vienen y se van, mas jamás he sido testigo de una traición como esta. No conozco a ninguno de los hombres que eliminamos, aunque estuviesen viviendo en el campamento. Mandaré a recoger los cuerpos. Tal vez alguien sepa mas sobre ellos.

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Mellyora notó que Waryk la estudiaba, buscando revelar que había en su alma. Quería tener certeza de que ella y Daro no mentían Había sido salvada por el hombre de quien venía intentando escapar con tanto empeño. Desde que lo había conocido, ella sólo había actuado con violencia. Sin embargo, Lord León había hecho amistad con Daro y, a pesar de las desconfianza, se entendía con él. Su tío y Lord León vinieron juntos a buscarla. —¡Vámonos! —Nerviosa, Mellyora comenzó el descenso. Ella era rápida, pero Waryk la acompañaba a la misma velocidad. No se hablaron durante el trayecto. Al alcanzar el suelo alrededor del lago, Mellyora no contuvo por más tiempo la pregunta que estaba en la punta de su lengua. —¿Intercambiaste a Anne por mí? —Digamos que no fue un intercambio equitativo —Waryk se burló. —Anne no tiene mis tierras. —Ni una lengua tan afilada. —¿Responde, Milord, me negociaste? —No. —¿Dónde está Anne? —En el campamento de tu tío. —Estás mintiendo. Debe haber habido un acuerdo. —No, Milady. Anne y Daro nada tienen que ver con tu caso. —¿Ah? —Hablaremos mas tarde. Angus llegó con los caballos. —¡Gracias a Dios, Milady está sana y salva! —Si, Angus. —Giró hacia Mellyora—. ¿Crees que podrás cabalgar? —Claro. —Es mejor no arriesgarse —Waryk se arrepintió—. Ven conmigo. Mellyora bajó la cabeza. —No planeo huir de nuevo. Estoy toda dolorida, exhausta y no tengo a dónde ir. Además, si lo hiciera me traerías de vuelta. —Esta vez, no. Tendrás la oportunidad de tomar tus decisiones. Será mejor que cabalgues conmigo. Sólo estoy pensando en tu bienestar. Mellyora lo miró y tuvo la certeza de que él mentía. Jamás confiaría en ella. Waryk la levantó en sus brazos y la depositó sobre Mercury. En seguida, montó detrás de ella. Sin hablar, volvieron al campamento vikingo. Fueron saludados con entusiasmo por los hombres de Daro, los de Waryk y por Anne. Los recién llegados estaban ansiosos por tomar un baño. Inga llevó a Mellyora hasta el cuarto menor y le proveyó lo necesario. En poco tiempo, estaba dentro de una tina de cobre con agua caliente y hierbas relajantes. Waryk entró después de algún tiempo e Ingá, respetuosamente los dejó a solas. —Milady —él fue el primero a hablar— fui yo quien tomó la decisión de traer a Anne hasta aquí. No hubo ningún tipo de negociación. En cuanto a vos, no existe ninguna imposición para que te cases conmigo. —¿Estás bromeando? —En verdad, Milady, si quieres que yo sea tu marido tendrás que pedírmelo

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y con mucha cortesía. —Yo nunca imploré por nada. —Por orden del rey, la isla y las propiedades pertenecientes a Adin ahora serán mías. —Yo... yo... No entiendo. —Bien, Milady, las tierras son posesiones del rey. El rey resolvió entregarme todo. Con o sin vos. Debo confesar, bella dama, que mi preferencia por el momento es sin vos. Partiré por la mañana. Si tienes algo que decirme, hazlo antes. Un matrimonio está siendo planeado. Pero nosotros sabemos que ese evento puede ser suspendido. Buenas noches, Milady. Inclinó la cabeza y salió. Waryk se reunió con Daro delante del fuego. Daro le ofreció una copa de vino. —¿Hablaste con ella? —Y le di la oportunidad de escoger. —Mi sobrina no tiene alternativa. Si al menos ella imaginase hasta que punto David sería capaz de llegar... Lord Waryk, los cuerpos fueron traídos para acá. Mis hombres dijeron que formaban parte de un grupo que se unió a nosotros hace menos de un mes. Afirmaron que tenían un acento especial. —¿Crees que podrían ser noruegos? —Creo que no. Waryk estaba de acuerdo. Si Daro y Mellyora eran inocentes, realmente había algo extraño. Y peligroso. Querían raptar a Mellyora o matarla para evitar el casamiento para que él no asumiese el poder en Blue Isle. —Lo vikingos no acostumbran a traicionar a sus hermanos de esa manera. Los de origen diferente pueden luchar entre sí, pero nunca vi una traición tan abierta. Somos guerreros, nuestras batallas son abiertas, nos desafiamos los unos a los otros con nuestros propios códigos. No somos hombres habituados a conspirar. —¡Si, la traición es más típica entre nosotros! —Waryk dio una sonrisa tonta, terminó el vino y se levantó—. Aceptaré tu hospitalidad, Daro. Estoy cansado y preciso dormir. Como dijiste, todo esto es muy extraño. Si tengo enemigos me gustaría de descubrirlos. —El líder huyó y los otros fueron muertos. —¿Qué planeas hacer, Waryk? —Volveré mañana a Stirling. —¿Y mi sobrina? —Con o sin ella. Daro asintió y Waryk lo dejó, ansioso por descansar. Daro era un excelente anfitrión. Le ofreció a Waryk una antigua cabaña de piedra de un pastor de ovejas que había sido restaurada. Todo estaba muy limpio. En el catre había pieles suaves. Vino, pan y queso en una bandeja sobre la mesa pulida. Angus y los otros habían sido acomodados en una cabaña cercana. Waryk les deseó buenas noches y entró en su cabaña. Se quitó la capa y la estiró delante del fuego, con la espada al lado. Bebiendo vino, se preguntó cual sería la decisión de Mellyora. Admitió que nunca la había visto tan vulnerable. Había tomado un baño y exhalaba aroma a rosas. Los cabellos lavados brillaban como un halo dorado. Los ojos grandes reflejaban las chispas de las llamas. Parecía delicada,

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femenina, suave y..... frágil. Ah, ¡frágil como una rosa y suave como un beso de acero! ¿Podría confiar en ella después de todo lo que había sucedido? ¿Lo habría confundido con el enemigo esa noche? ¿Esos vikingos la habrían engañado o intentaban ayudarla a huir? ¿Estaría Daro involucrado? O ella había resuelto dar vuelta al juego al descubrir que sus cómplices habían sido matados? El próximo movimiento en la partida le correspondía a Mellyora. El rey así lo había decidido. Con o sin ella, Waryk enfrentaría una batalla. Contra lady MacAdin o contra el pueblo de la isla. No podía afirmar cual sería la mejor alternativa. ¿Podría dormir tranquilo, sin temer encontrarse una daga clavada en el cuello al despertar? Pensó en cuando había salido del cuarto de Mellyora. Una reina de hielo, con ojos y cabellos brillantes, y una expresión angelical. Se Maldijo, se levantó y llenó con mas vino su copa. Mellyora irrumpió en la sala de su tío, estaba alterada. —¡Tío Daro! ¡No puede ser verdad! ¡El rey no puede quitarme lo que es mío! —El rey tiene poder de requisar lo que quiera. —¡La propiedad era de mi padre! Si no puedo quedarme con ella, entonces debería ser tuya.... —Las tierras pertenecían a la familia de tu madre. Por eso el rey se quedará con ellas. Tu madre tampoco podía quedarse con ellas y David se las concedió a Adin. Mellyora se sentó delante de fuego. Las lágrimas hacían sus ojos brillar. —¿Qué debo hacer, tío? —Una elección, hija. Si no aceptas el ultimátum del rey, sabes que no quedarás sin recursos. Yo siempre estaré a tu lado. Además de eso estoy seguro que Ewan te ama. —¡El pueblo se rebelará! —Una hipótesis muy probable. Pero la revuelta será dominada rápidamente. Si amas a Ewan la decisión es simple. Mellyora se agachó delante de fuego. —Yo amo a Blue Isle, tío. Es mi herencia y mi vida. ¿Como el rey puede disponer de lo que es mío? —Él cree que el país le pertenece. —Y Waryk resolvió traer a Anne hasta aquí. Tan increíble. ¡A la familia de ella le gustaría ver a todos los vikingos quemados en la hoguera! ¡Y bastó con que Lord León abriera la boca para que ella fuese entregada a vos con todas las bendiciones! —Él tiene capacidad para hacer que los hombres entren en razón. —¡Pero no con las mujeres! Mellyora no sabía a quien le tenía mas rabia. Si a Waryk o a sí misma. Si el amor que dedicaba a Ewan fuese absoluto y ciego, desistiría de todo. Era verdad que lo amaba, pero no tanto como para perder la isla. No podía imaginar a otra mujer administrando la fortaleza que había sido de sus padres. Se odió a sí misma por apegarse tanto a las cosas materiales. Pero amaba la capilla, el mercado, el pueblo y su modo de vida, el castillo y todo lo que había adentro. Los habitantes, tan leales a sus padres y a ella, se rebelarían contra Waryk y esa gente sería matada.... Se levantó y encaró su tío. —¿Qué me aconsejas, Daro?

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—No soy yo quien debe darte una opinión.. —Sé que Waryk no te desagrada. —¿Preferirías que nos enfrentásemos en una disputa por tu honor? —Claro que no. —Entonces te daré mi opinión.. Cásate con él. Ewan es un buen muchacho. Pero no es lo que el rey precisa. Tu odio, mi querida, no es por Waryk en lo personal, sino por el modo en que el rey impuso su voluntad. Waryk ocupa una posición de poder pero no es más que un títere del rey. No me disgusta Waryk. —Él tiene el poder en Blue Isle ahora. Solo o a mi lado. —Esa es una verdad. Después de todo lo que sucedió, Waryk pode optar por la primera alternativa. —Nosotros no tuvimos la culpa de lo que sucedió esta noche. No planeamos ningún ardid. —¿Tenemos prueba de eso? —No. Mellyora comenzó a caminar de un lado al otro y se dio vuelta para salir, murmurando un insulto. —¿Qué planeas hacer, mi querida? —Hablar con Waryk. —Tal vez debieses esperar un poco mas. —Podría pensar durante diez años. ¡Y la elección será la misma! —se desesperó. —Mi querida, si yo fuese el rey, no podría pensar en un guerrero más competente que Waryk para asumir el poder en Blue Isle. —Si me demoro un segundo mas, desistiré de mi decisión.. *** —¿Lord Waryk? Él se levantó al escuchar el golpe y abrió la puerta. Mellyora estaba parada, con su rostro angelical y los cabellos brillantes sueltos cayendo por su espalda. Admitió que la hija de Adin era poseedora de una rara belleza. Daro la conocía bien. Ella no desistiría de su hogar. —Entra. Vamos a tomar un poco de vino. Te ayudará a aplacar un poco tu orgullo. —¡Eres un miserable! —¿No quieres vino? —¡Quiero! Waryk le sirvió y señaló las pieles al lado de la chimenea. —Ven a sentarte. Mellyora tomó el contenido de la copa en un solo trago y se sentó en el suelo. —¿Mas vino? Tienes una buena dosis de orgullo para aplacar. —Eres detestable. —No mucho. Estoy intentando ayudar. Waryk le sirvió mas vino y Mellyora lo aceptó sin pestañear. —Haré... esa cosa. —¿Qué cosa? —¡Vamos! Casarme. Yo tenía otros planes para mi vida. Era dueña de un hogar. Amo esas tierras, y tú eres un usurpador.

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—Soy un guerrero y Blue Isle necesita una mano fuerte para ser gobernada. —No eres el único guerrero de Escocia. ¿Tal vez podamos aprender a tratarnos con mas educación?. La fortaleza es muy grande. Podemos aceptar los deseos del rey y convivir en paz. Tú tendrás tus aposentos y yo, los míos. Eso es seguro. Waryk la miró, incrédulo. Se levantó, dejó la copa en el suelo de piedra y cruzó los brazos a la altura del pecho. —No. Ella se levantó, tambaleando. —¿Cómo que no? —No acepto ese tipo de matrimonio. Mellyora Inspiró profundamente, —Sé que tienes una amante a quien amas. —Si tú rehúsas, podré casarme con ella. —El pueblo la despreciaría. —Soy un hombre paciente y sensato. Esperaré hasta que te acostumbres. ¿O tú también planeas buscarte un amante? Ella se ruborizó. —Sabes que yo planeaba casarme con otra persona. —Pues quédate con tu amor. —No eres sensato. Eres bastante astuto. Le trajiste a Anne a mi tío y ahora Daro cree que no existe en el mundo nadie mejor que tú para gobernar Blue Isle. —Ya te dije que si amas a tu bello amante, quédate con él. —Pero tú me dijiste que.... —En primer lugar, te dije que tendrías que pedirmelo con cortesía, para que me case contigo. No es lo que estás haciendo. Estás intentando imponer tus propias reglas. —Intento ser razonable de acuerdo con las circunstancias. Waryk sacudió la cabeza, entre divertido y determinado. —Las circunstancias son las siguientes. Estás a mi merced. Una posición interesante después de todos los problemas que causaste. Por eso, pídeme las cosas con gentileza y tomaré en consideración tu petición. Súbitamente pálida, Mellyora no encontró palabras adecuadas para expresar su ira. Se dio la vuelta para irse, pero Waryk la sujetó por el brazo. —La humildad, querida mía, es una cualidad excelente. Mellyora lo miró con odio. —¡Eres un lacayo despreciable del rey! —Esa no es una afirmación muy cortés. —El tono de advertencia era innegable. Mellyora se mordió el labio inferior con fuerza, antes de responder. —¡Muy bien! ¿Tendrás la bondad de casarte conmigo y de permitir que permanezca dentro del castillo que me pertenece? —Hum.... No es muy humilde, pero vas mejorando. —¿Entonces? —Nunca. —¿Qué? —ella gritó y buscó desprenderse de su asimiento. —Podría ser.... Pero no bajo tus condiciones. —Oh, Dios, si al menos me escuchases.... —¡Tú eres quien tiene que escucharme! Una unión legal tiene

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consecuencias, igualmente legales. Yo quiero hijos. Quien se case conmigo tendrá que ser mi esposa en todos los términos de la ley. Waryk la sintió temblar y casi tuvo pena por ella. —¿Entonces? —Si... —Si.... o ¿qué? —¡Será como desees! —Perfecto —Waryk la soltó y se dio vuelta —Partiremos muy temprano. Puedes ir a descasar. —¡Si, Milord! ¡Como usted quiera! Waryk se quedó inmóvil, aunque tembloroso. Casarse con ella sería una tarea ardua, reflexionó espantado con su propia ansiedad. Lo perturbaba darse cuenta cuánto deseaba tocarla otra vez. Tendría que estar alerta cada minuto de su vida, se advirtió a sí mismo. A pesar de saber que sería necesario un cuidado extremo, el ansia de estar con Mellyora era irreprimible. Si ella se comportaba como una enemiga se vería obligado a encerrarla en un calabozo. Bueno, a él no le importaría cual sería el lugar de los encuentros matrimoniales. La batalla apenas comenzaba.

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Capítulo VII A mitad de la mañana, cuando se preparaban para partir, Waryk le explicó a Mellyora que el rey no sabía de su última fuga. Si no estuviese tan airada, le habría agradecido haber guardado la escapada en secreto. Ah, pero seguramente Daro ya debería haberlo hecho. ¡A esa altura su tío había pasado a irritarla tanto como Waryk! No cesaba de imaginarse como sería su vida de allí en adelante. Curiosa respecto a la amante de Waryk no entendía como él había aceptado, sin protestar, la orden del rey. Seguramente, su futuro marido no planeaba abandonar a su amante. Él se quedaría con una esposa, el título, las tierras y una familia. Y con su amante. En el trayecto hacia Stirling, Waryk mantuvo la distancia. Mellyora se estremeció al observarlo. Se había opuesto al casamiento con uñas y dientes. Aún así, él había vuelto a buscarla, aunque fuese evidente la aversión que sentía por ella. Al aproximarse a la fortaleza, Mellyora espoleó su caballo para acercarse a Mercury. —¿Waryk? —¿Si? —¿Dónde cree el rey estaba yo? —En el campamento con Daro. Le aseguré que yo te había dado permiso para que pasaras algún tiempo con el hermano de tu padre, antes de convertirte en mi esposa. Ella admitió que Waryk era inteligente y, a veces, capaz de ser decente. No era un viejo decrépito, lo que la ponía mas nerviosa. Waryk quería hijos, como cualquier hombre. La idea de la intimidad la aterrorizaba, aunque no lo demostrase. Nunca se había imaginado en esa situación, ni siquiera con Ewan. A pesar de las risas, de los besos tiernos y de las bromas, nunca había sentido el despertar de una gran pasión. Su amor por Ewan era romántico e idealista. Como el amor de los poetas. De cierta manera, podría ser considerada una ingenua. Waryk era un hombre experto, de mundo y... —¿Entonces....? Mellyora se sintió ruborizar, al ser llamada de vuelta a la realidad. —¿Qué pasa? —Un agradecimiento sería bienvenido —Waryk afirmó. —Gracias. Él la miró y adelantó la marcha del caballo. Mellyora se recriminó por su sequedad. Debería ser mas diplomática. Pero... ¿qué sería de los sueños compartidos con Ewan? ¿Qué sería de esa relación basada en una amistad profunda, en el amor y respeto? Ewan continuaría con su vida, permanecería como jefe de su clan, se casaría con otra y sería bondadoso, gentil y maravilloso con esa mujer. Mientras ella... pagaría el precio por su deseo de permanecer como la lady de su isla. Había sido su elección. En Stirling, los centinelas abrieron los portones y los recibieron con saludos. En el patio, Mellyora le agradeció educadamente al muchacho que la ayudó a descender del caballo. David salió del castillo, vestido como un guerrero escocés. —¡Mellyora! —Él extendió las manos—. Mi querida, te ves muy bien. El

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descanso te hizo bien. —Hablaba con la ternura de un padre, aunque no la hubiese perdonado—. ¿Daro vendrá a la ceremonia? —Si, su Majestad. —¿Waryk y vos ya hicieron amistad? —Si, su Majestad. —Entonces todo va a salir bien. Ah, allí está Jillian, lista para llevarte a sus aposentos. Mandaremos servir la cena. Si quieres puedes pasar la noche descansando y ultimando los preparativos para el matrimonio. El padre Hedgwick será tu confesor y estará a tu disposición esta misma noche. Aprovecha las horas de reposo. Tienes muchas tribulaciones por delante, mi querida. Mellyora recibió de su padrino un beso en la frente e hizo una reverencia. Se fue sin volverse, a pesar de la curiosidad de ver la expresión intercambiada entre Waryk y el rey.

Mellyora soportó el día siguiente con dignidad. Era tarde cuando se sentó al lado de Waryk en la mesa del rey, en el gran salón. Los amigos y compañeros de Waryk hacían bromas y felicitaban a los novios. Las damas de la corte la felicitaban, admirando al caballero atractivo que se convertiría en su marido. Todas debían pensar que era una loca por haber querido huir de un destino tan brillante. Casadas y solteras coqueteaban abiertamente con Lord León. Fue invadida por una perturbación extraña al pensar que, además de su amante, Waryk debía conocer íntimamente a una centena de mujeres. Se esmeró en repartir sonrisas. Planeaba mostrarse encantadora. Coqueteó con los jóvenes y los mayores, sin hacer distinción entre escoceses y normandos de la nueva aristocracia. No comió. Bebió libremente. Sintió que Waryk la observaba, que le sonreía a los otros, sujetando con fuerza la copa colocada entre ellos. Se estremecía cuando él hablaba. Se sentía triste, deseaba de vuelta su antigua vida. Si pudiese, escaparía sin pestañear. Él la amedrentaba y la fascinaba. Temía que la tocara y a la vez se imaginaba cómo sería.... Por primera vez estaban juntos en un ambiente social. Ella se asombraba con el respeto que él despertaba en los hombres y la admiración en las mujeres. Finalmente la noche terrible terminó. Ella había bebido en exceso. Se durmió sin pensar en nada más. A la mañana siguiente, despertó con dolor de cabeza. Deambuló por el cuarto y, desconsolada miró por la ventana sin ver nada. —Mellyora, preparé un baño bien caliente —Jillian trató de ser aún mas gentil que de costumbre—, perfumé el agua con aceite de rosas del Mediterráneo que posee efecto relajante. Traeré vino caliente con canela. Trata de descansar. Mañana será un día difícil. Dentro de la lujosa tina, sorbiendo el vino aromatizado, Mellyora pensó en como haría para soportar lo que la aguardaba. ¿Como enfrentar una ceremonia de boda al lado de un hombre con quien sólo había compartido violencia? ¿Cómo soportar que él la tocase, sabiendo que amaba a otra mujer? Santo Dios, ¿tendría celos de una mujer que ni conocía? —Voy a buscar más vino caliente —Jillian la miró inquisitivamente—. ¿Milady estarás bien? —Jillian, no huiré. No te preocupes —Se rió con ganas de llorar—. ¿A dónde iría? El gran Lord León debía estar rezando para que yo desaparezca.

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Cerró los ojos y bebió el vino restante. El agua se enfriaba. Salió del baño y se envolvió en una toalla. Se agachó delante de fuego y se peinó los cabellos. Se puso una túnica azul adornada con pieles. Se entretuvo con tareas innecesarias como doblar lo que estaba doblado y alisar lo que estaba alisado. —¿Qué pasa, Jillian? —Nada... —No lo creo. —Sé que no te sientes feliz, pero créeme. Este tiempo también va a pasar. —Por favor, ¡dime qué está ocurriendo! —el rey está enojado. —Habla, Jillian. ¿Qué pasa? —Por el hecho de que Milady haya rehusado el enlace con tanta insistencia y de haberse escapado, el rey sugirió... una noche de bodas pública. Mellyora se sentó en el suelo, horrorizada. Tales eventos acostumbraban a suceder, principalmente entre familias nobles en las que los parientes de la novia virgen y pura querían impresionar al novio. O cuando la pareja estaba tan enamorada y no se inhibía con una ceremonia pública. Mellyora nunca había presenciado semejante espectáculo. Sus conocidos que se habían unido en matrimonio no habían sido sometidos a semejante vejamen. —Oh, Dios... —Yo no debería haberte contado, pero creí mejor prevenirte... Mellyora se levantó y corrió hasta la puerta. —or favor, hija! —Jillian intentó impedirle salir—. ¡No huyas de nuevo! —No estoy huyendo. Voy a hablar con Waryk. Aterrorizada, Jillian salió tras ella. Mellyora no se sorprendió al encontrar a Angus en la entrada. —¿Milady? —Preciso ver a Waryk. —Yo a levaré hasta él. *** Un baño caliente era siempre reparador, aunque la mayoría de las tinas fuesen un poco pequeñas. Su bañera era importada de Bruges y tenía incrustaciones de plata con figuras de ángeles y gárgolas. Acostado, con los ojos cerrados, pensó en su última noche de soltero. Después se convertiría en el amo de Blue Isle, así llamada por su belleza entre el cielo y el mar, según David le dijera. También tendría algún tiempo libre antes de ser llamado a servir el rey de nuevo. Tendría un hogar y una esposa. Eso si la novia rebelde no se sacase otro truco de la manga. Tal vez debiera haberse librado de Mellyora, con el beneplácito del rey. Su novia era peligrosa, no confiable y se había declarado su enemiga. No habría paz. Se admitió a sí mismo que la ansiedad por la novia era mayor que la ansiedad por poseer las tierras. La noche pasada ella había sonreído a todos los hombres, jóvenes y viejos, escoceses y normandos. Había visto jóvenes empujarse para ponerse cerca de ella. Mellyora había estado deslumbrante. Una beldad vestida en dorado. Los hombres lo envidiaban y había sido invadido por una tensión imprevista. Sería necesario tener cautela. Tendría que apagar el fuego inspirado por la novia, sin olvidarse del peligro que ella representaba. No quería arriesgar su

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propia alma. Sin embargo reconoció que ella se había comportado muy bien en la caverna. Había intentado defenderlo, aún sabiendo que él la superaba en fuerza y que podría dominarla. No pretendía sentir simpatía por ella, ni se permitiría desearla. Instinto, cierta atracción. Y nada mas. Después de satisfecha la curiosidad, Mellyora se convertiría en una mujer más. No volvería a soñar con ella. El deseo era una sensación cruel que carcomía el alma. Un tormento mas doloroso que una daga. David no la había perdonado y había sugerido una noche de bodas pública. Waryk había rechazado la idea. Aún admitiendo el deseo por su futura esposa, quería esperar un tiempo adecuado. Quería su propia familia, no los hijos de otro. David había hecho la sugerencia después de que Jillian fuese forzada a admitir que el joven caballero de quien Mellyora se decía enamorada se llamaba Ewan MacKinny y era un buen muchacho, pero no un guerrero de brazo fuerte. Mellyora planeaba tener una vida propia. ¿Sería por su amante? A Waryk no le importaban las virtudes cultivadas por el catolicismo. Pero ella se convertiría en su esposa y no quería ser traicionado. De la misma forma en que estaba dispuesto a honrar a su esposa, quería un hogar fuerte y unido. Tenerla en la cama no sería una tarea pesada. A pesar de su temperamento fuerte, era joven, sensual y muy bonita. Cuando se casasen, ella aprendería que no tenía un marido sólo en nombre. Pero también tenía que considerar el pasado de Mellyora. ¿Qué haría si ella estuviese embarazada de otro? ¿Hacerle quitar el bebé? No, no haría una cosa de esas. ¿Podría aceptar a esa criatura como un hijo propio? No. Independientemente del futuro, tendría que saber respecto a su pasado. Escuchó el golpe en la puerta. Tenso, se preparó para tomar la espada. Pero el peligro raramente anunciaba su llegada. Angus, asomó la cabeza. —Lord León... —Por favor, ¡no necesito que me anuncien! —Mellyora entró y se apoyó en la puerta que fue cerrada. Waryk se acomodó en el fondo de la tina. Notó que la novia, a pesar de estar agitada, no estaba rabiosa. Preocupada sería el término mas correcto para describirla. No pareció notar que el novio estaba desnudo. Waryk levantó una de las manos. —Bienvenida, amor. ¡Qué sorpresa! Ella continuó apoyada en la puerta. —Me agrada que Milady se digne a hablar conmigo. Mellyora inspiró profundamente. Continuó inmóvil por un largo tiempo. El suficiente para que el agua se enfriara. Su busto subía y bajaba dentro de la túnica azul que resaltaba sus curvas tentadoras. Los cabellos brillaban como oro puro. El miembro de Waryk reaccionó de inmediato. Aunque Mellyora hubiera sido una asesina, mirarla y no tocarla era un acto de heroísmo. —El casamiento será mañana. Pero si quieres apresurar algo... —¡Por favor! —Ella corrió y se arrodilló al lado de la tina, con mirada lacrimosa—. Por favor, te lo imploro, no me hagas eso. —Milady tuviste la oportunidad de hacer una elección. No hay nada que yo puedas hacer respecto a dar órdenes al rey. El hecho de rehusarme al rey me puede costa el cuello y el rey encontrar otro caballero que acepte el

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matrimonio. Pero si esta unión te aterroriza tanto.... —¡No es eso! —¿Entonces, qué es, Mellyora? —¡Oh, por favor, no me humilles en público! Entonces ella había escuchado. Los rumores corrían rápidamente. —¡Por favor, no permitas una cosa así! Waryk nunca la había visto tan vulnerable. Le acarició el rostro y le acomodó una mecha rubia. Pura seda. Se sintió tentado de empujarla dentro del agua y acabar con la idea de algo público.... —El rey está furioso. —Milord, puedes impedir eso. —Admito que la idea no es de mi agrado. Pero que tengo que considerar tu pasado. Quiero una familia, Milady, pero una familia que sea mía de verdad. No puedo aceptar el hijo de otro.... —Milord está pensando en venganza, ¿verdad? ¿Planeas esto para pedirle al rey la anulación del matrimonio porque yo tuve otra relación? Quieres que sea humillada y por eso vas a usar ese argumento contra mí. —Yo no planeo nada, Mellyora. —¡No te creo! —Tú heriste al rey profundamente. Tal vez él sólo quiera la verdad. Mencionaste que tenías un amante. —¡Yo nunca dije eso! Tú fuiste quien lo sugirió. —Waryk se encogió de hombros—. Eso no es verdad, Milord. Yo nunca tuve un amante. Lo juro por el honor de mi padre. Mellyora estaba tan perturbada que ni siquiera notaba que él le acariciaba la cara. —¿Sabes que día es mañana, querida mía? —Cómo podría olvidarlo? Es el día del casamiento. —No es eso. Mañana a la noche tendremos luna llena. ¿No recuerdas haberle prometido a un extraño, en este caso yo, un encuentro en la cabaña de caza del rey? —Si, pero estaba desesperada. —Milady juraste que estarías allá. —Estaba muy desesperada. —Y yo te dije que tendrías que mantener tu promesa. Tampoco quiero un rito en público. La perfección de mi esposa tendrá que ser sólo para mí. Después de la ceremonia y el banquete, no iremos. Y Milady cumplirá lo que prometió. Por amor de Dios, sin discusiones o cualquier tipo de traición o trampa. Con dulzura y gentileza. —Cómo puedes ser tan.... —Mi amor, no soy yo. El rey impuso.... De repente ella notó que estaba al lado de un hombre desnudo. Retrocedió, ruborizada. —¿Qué es lo que deseas? —Saber qué es lo que me estoy llevando. —¡Blue Isle! —Eso lo tendré, independientemente de vos. Ya te dije lo que quiero. Deseo una novia, suave, perfumada, agradable y silenciosa. Escuchando todo lo que tendré para decirte. —Entonces... ¿No habrá un rito público?

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—No. —¿Lo juras? —Si. Yo siempre mantengo mi palabra. Mi esposa no servirá de entretenimiento para nadie. Ella dio un salto, lista para salir corriendo. —Mellyora... ¿no me mientes, verdad? —No. Lo juro. —Te estoy advirtiendo, mi amor. Nunca me mientas. Mellyora sacudió la cabeza y salió. Ella se sorprendería con la noche de bodas. Tal vez se pusiese furiosa por la ansiedad a la que había sido sometida. Lord León planeaba mantener la charada hasta que ella entendiera cuán seriamente él se tomaba el futuro.

Mellyora durmió mal y se despertó tarde. El Padre Hedgewick había venido a confesarla. Ella había decidido pedir perdón por los pecados de desobediencia y de orgullo, y olvidar los demás. Con rabia por el mundo, se había quejado hasta de su padre. Él no debería haber muerto y dejar a su hija expuesta a los caprichos de los otros. Antes de dormirse, había rezado para que todo no fuese mas que una pesadilla. Se desilusionó al despertar. Jillian estaba esperándola, ansiosa con los preparativos de la boda. Al principio del anochecer, los preparativos estaban completados. Tres damas de la corte habían venido a ayudarla a vestirse. Entre ellas, Lady Dougall, amiga de su madre. —¡Ah, mi querida, si al menos tu madre estuviese aquí para verte! —la dama se lamentó, al ver Mellyora vestida en brocado y armiño. Lady Mary Dougall, era esbelta y elegante, dueña de una belleza triste. Había perdido a su marido y a su hija a consecuencia de una epidemia de fiebre. Su hijo mayor había muerto luchando al servicio del rey. Y el temor de perder también a Farrin, su hijo menor, en un combate era una angustia constante. —Gracias, Milady. Me gustaría recordarme un poco mas de ella. —Tu madre no era tan alta como tú, era pelirroja y tenía ojos verdes. Pero las facciones eran muy semejantes a las tuyas. Era muy bonita, alegre y Lord Adin se enamoró perdidamente de ella. —Ella domó una fiera —Lady Judith Rutherford se adelantó con una cruz con incrustaciones de piedras preciosas sujeta en una cadena delicada. —Vamos, Judith —Lady Dougall protestó. —Ah, pero es verdad —Judith frunció la nariz. —Mellyora adoraba a su padre —Lady Dougall le advirtió a su amiga. —¿De qué están hablando? —Mellyora intervino. Sarah MacNiall, la más joven de las tres, una beldad sensual y viuda recientemente, soltó una carcajada. —Judith se estaba refiriendo al hecho de que Lord Adin era bastante salvaje al llegar a Escocia. —¡Mi padre era un guerrero vikingo, pero un hombre bondadoso y gentil. —¡Ah si, él mataba con una sonrisa en los labios! —Sarah afirmó. —¡En nombre del rey! —Judith le recordó. —¡Paren con esto! Lord Adin era un buen hombre. Caballero del rey, fue leal

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a la patria que adoptó y su esposa lo adoraba. —Así como Mellyora va a adorar a su marido —Sarah afirmó maliciosamente, apoyada en el marco de la chimenea—. Cuando se trata de un guerrero, no importa si es bondadoso o decente. Lo que importa es su... habilidad. Por la sonrisa maliciosa de Sarah, era fácil deducir que la habilidad no se refería al campo de batalla. —¡Ah, muchas damas, herederas o no, soñaban con gran Lord León! — Sarah continuó—. Como Lady Eleanora de Tyne. Dicen que ella tenía la esperanza de casarse con Waryk y que no aceptaría a nadie mas, pues no encontraría a otro caballero con tanto... poder y habilidad. Mellyora decidió no mostrarse enojada. Sabía que Sarah buscaba molestarla. —Lady Eleanora parece ser una mujer sensible. —Dijo la otra—. El casamiento no siempre es agradable para una mujer. Ella mantiene su independencia, que es un bien precioso. Como la mayoría de los matrimonios son ordenados por el rey, puede considerarse una mujer de suerte. Nadie entrará en su vida para darle órdenes. —Quién sueña con la independencia, acaba por perderla —Sarah argumentó—. De hecho, Eleanora, después de haberse casado por primera vez, ahora es dueña de su vida y tiene los amantes que le agradan —Sarah declaró venenosamente—. Ah, vamos a hablar de tu encanto, Lady Mellyora. Espero que estés mas tranquila. Has intentado escapar a las órdenes del rey y acabaste por humillar a Waryk. Muchos dicen que deberías ser azotada y olvidada. Pues yo te aseguro que, además de Eleanora, hay muchas mas a las que les gustarían estar en tu lugar. —Una pena que el rey no acepte cambios en sus órdenes. —Tienes razón. Los hombres hacen lo que quieren y nosotras tenemos que aceptar. Admito que me gustaría de tener cierta autonomía —Sarah declaró—. Es gracioso, pero las viudas tienen pocos derechos. Pero los viudos pronto pueden buscar nuevas compañeras. Mellyora tuvo la impresión de que Sarah le deseaba la muerte. —Ya casi es la hora —Mary se impacientó y le hizo un gesto a la novia—. Vamos Judith. Ven, Sarah—. empujó a las dos hacia afuera y besó el rostro de Mellyora—. Eleanora es amiga de Sarah, es sólo eso. Estás adorable. ¡Al verte, tu marido te perdonará todo! ¿Perdonar? —No puedo seguir adelante con esto —Mellyora le dijo a Jillian, sin coraje para levantarse del banco, cuando quedaron a solas. —Nunca fuiste cobarde. No te dejes llevar por la maldad ajena. No puedes tener miedo de ella. —¡No tengo miedo! Estoy enojada. —Agarró la mano de Jillian—. No puedo... —No puedes desistir ahora. —Ayúdame, Jillian. necesito tomar algo. ¡Aunque sea cicuta! Jillian carraspeó y miró por encima de la cabeza de la joven novia. Por la puerta entreabierta Waryk observaba la escena. Espléndido. Vestía un tartán con los colores de los Graham. La faja sobre su hombro estaba sujeta por un broche con la insignia de un halcón. Angus estaba a su lado.

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—Creí que nos veríamos en la capilla... —Mellyora dijo lo que primero que vino a su mente. —Ah, pero fue bueno haber venido. Puedo ayudarte a llegar hasta allá. Angus ve a ver si encuentras un botella de vino en el arcón. Bajó la voz y miró a la novia. —¿No queremos que te tomes el vino de la comunión, verdad? Angus ofreció una copa con la bebida. Mellyora agradeció con una sonrisa pálida y sorbió el vino con ganas. —Cuidado mi querida —Jillian le aconsejó—. No bebas demasiado. —¿Vamos, mi amor? —Waryk ironizó la invitación. Mellyora se dejó llevar como un ser sin voluntad. —La iglesia está llena. El rey quiso que el espectáculo tuviese muchas testigos —afirmó Waryk. —Milord... ¿No olvidaste la promesa, verdad? —¿Vas a renegar de la tuya? Ella negó con la cabeza. —Siempre cumplo lo que prometo. Waryk caminaba con pasos largos y Mellyora, a pesar de estar acostumbrada a moverse con ligereza, encontró difícil acompañar su ritmo. —Milord, ¿tu amante está en la capilla? Waryk se detuvo, bruscamente. —¿Qué? Mellyora deseó no haber preguntado nada, pero entendió que no aceptaría fácilmente a las amantes de su marido. —¡Nada importante, vamos! —ella volvió a caminar. Angus y Jillian, venían mas atrás. —¿Te importaría? —¿Qué? —¿Si Eleanora estuviese sentada en uno de los bancos? —Para mí nada más puede hacer diferencia. —Créeme, para el futuro es importante. Llegaron a la entrada de la capilla y Mellyora no recordaba haber atravesado el corredor, el gran salón y el patio. El vino la había ayudado. Cientos de velas brillaban en el interior del recinto. El parpadeo de las llamas creaba un efecto sobrenatural. O mejor dicho, lo hacía parecer una pesadilla. Mellyora se preguntó si no podría volar y observar todo desde lo alto. El rey la esperaba en el altar, imponente y sin esconder su impaciencia. Se espantó con el número de presentes. Tampoco era para menos. La novia y Blue Isle serían entregados a Lord León. La nave central pareció no tener fin. Afortunadamente había tomado vino. Por lo menos, en ese momento, se sentía por encima del bien y del mal. El coro entonaba salmos. El obispo delgado y taciturno, hablaba sin parar. De rodillas y con la cabeza baja, Mellyora tuvo ganas de tomarse el vino de la comunión, sólo para responder a la provocación de Waryk. De repente se vio de pe. Y sin saber cómo recibió una alianza de plata en el dedo y escuchó al obispo anunciar que Lord Waryk y Mellyora se habían convertido en marido y mujer delante de Dios y de los testigos. Waryk inclinó la cabeza y la besó de manera insistente. ¿Sería un sueño o una pesadilla? El beso ansioso de Waryk la dejó sin aire. Mellyora ya había sido besada

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antes. Pero nunca de esa manera. Temblorosa, pensó que se derretiría con tanto calor. Waryk no la soltaba, con el cuerpo pegado al de ella. El obispo carraspeó y los presentes soltaron risitas maliciosas. Mellyora con las párpados cerrados, sentía sus rodillas débiles. Si no estuviese segura en los brazos fuertes de Waryk, se habría caído. Waryk levantó la cabeza. Ella sintió los labios hinchados, húmedos y con un sabor diferente. Un sabor que jamás podría ser olvidado. —¿Por qué hiciste eso? —ella susurró entre dientes. —El público esperaba un espectáculo. Waryk la sujetó por el brazo y se giró para salir. Mellyora tropezó y tuvo que ser guiada hasta el patio, donde la multitud se aglomeró alrededor de ellos. —¡Nunca vi una novia tan linda! —Lady Dougall la abrazó emocionada. —No te vayas a desmayar mi querida —Sarah la besó en el rostro, demostrando un afecto que no sentía. —¡Estabas encantadora! —Anne fue a próxima la abrazarla, con afecto genuino—. Un pareja magnífica. Una rubia y un moreno. Altos y magníficos como dioses. ¡Tendrán hijos hermosos! Mellyora se atragantó antes de responder. —El próximo casamiento será el tuyo. —Mellyora retribuyó el abrazo. —Estoy muy agradecida a Lord Waryk. Si no fuese por él, una tragedia habría acontecido en mi vida. Por la fuerza de su discernimiento y por su inmensa misericordia, todos estamos vivos. —Ah, Mellyora, tu padre estaría orgulloso—. el rey la giró, y la tomó en sus brazos y le besó la frente. —¿Le parece, su Majestad? —Créeme, hija. Llegarás a agradecérmelo. Mellyora no quería discutir con David. Quería salir de allí, aunque fuese en compañía de Waryk. Su marido. A la luz de la luna, barriles de vino poblaban el patio. Comida en abundancia comenzaba a ser dispuesta sobre las mesas con manteles de lino. David tomó dos copas de vino y le ofreció una de ellas a la novia. —¡Salud! —el rey gritó y levantó la copa. Todos quedaron en silencio—. Por el poder y la fuerza de la unión, por este casamiento que unió dos personas de grandes familias y fortificó nuestra patria. ¡Por mi guerrero, por su esposa, y por una Escocia unida! Aplausos y gritos estallaron. Mellyora bebió el vino y fue felicitada por una fila extensa de conocidos y desconocidos. En cierto momento, notó que estaba siendo observada. Era Sarah. Mellyora le dirigió una sonrisa serena, pero que llevaba una amenaza. Se dio vuelta y se rió de algo que le decían. En poco tiempo, estaba sentada en la mesa del banquete, al lado de su marido. No tuvieron que conversar. Había un exceso de actividades para entretenerlos. Bufones de la corte, bailarines, magos y malabaristas. La noche proseguía, animada. Lady Rutherford, sentada al lado de su marido, estaba ruborizada por el exceso de bebida. Sarah, cerca de un caballero ya embriagado, se reía a más no poder. Entonces, la viuda miró a Mellyora y cuchicheó algo con su acompañante. Este se levantó, gritando. —¡A la cama, Lord León! Milord se ha ganado la más bella novia del país. ¡Queremos ver si eso es verdad!

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Sarah era una mujer malvada. Mellyora sintió la cara arderle. Rezó para que Waryk no olvidase la promesa y que actuase sin pérdida de tiempo. Contra una multitud enfurecida, muy poco se podía hacer. Ella y Waryk podrían ser agarrados y desvestidos sin contemplación. Waryk se levantó y ofreció un brindis. —Gracias por recordármelo, sir. Ya es muy tarde. Si nos dan un momento... Waryk extendió la mano hacia la novia y la levantó. Se apartó de la mesa, sin soltar a esposa. —¿Qué vamos hacer? —ella susurró. —Huir —él respondió en el mismo tono. En el extremo de la mesa del banquete, Waryk silbó. Mercury hizo una bella entrada en escena. La atención de todos se concentró en la imponencia del caballo que se detuvo delante de su amo. Waryk levantó a Mellyora por encima del lomo del animal y montó detrás de ella. —¡Están huyendo! —¡Capturémoslos! —¡Agarren a los novios! ¡La broma va a comenzar! Nadie los alcanzó. Los caballos estaban en el establo y Mercury era muy veloz. Ellos pasaron los portones y, en medio de la oscuridad, alcanzaron el bosque. Waryk había cumplido lo prometido. Mellyora cerró los ojos, aliviada. Los abrió en seguida, al recordar lo que la aguardaba. Prosiguieron rápidamente y la cabaña estaba cada vez más cerca. Después de veinte minutos, Waryk disminuyó la velocidad del caballo. En los márgenes de un riachuelo, desmontó y la ayudó a descender. Mellyora corrió hacia el agua, ansiosa por enfriar la fiebre que la había invadido. Miró a Mercury que también bebía ansiosamente el líquido cristalino e imaginó que podría quedarse allí eternamente. —Vamos —Waryk habló, impaciente. —El agua está deliciosa y la luna llena. Tenemos toda la noche para cabalgar. —Vamos —insistió él, enérgicamente. Reticente, Mellyora se levantó y fue hasta el caballo. Waryk la ayudó a montar y se sentó detrás de ella. En poco tiempo, se aproximaron a la cabaña. —Llegamos, mi amor. Es la hora de pagar las deudas y de cumplir los acuerdos. Waryk desmontó y la sacó de encima de Mercury. Mellyora se apartó rápidamente y él fue a cuidar del caballo. Parada ella miró la cabaña con profundo desánimo. No había sido un sueño. La verdad no sería encubierta por el vino ni por el brillo de las velas. Eran marido y mujer. Todo en la vida tenía su precio.

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Capítulo VIII

Mellyora se detuvo enfrente de la cabaña lamentándose por su propia ingenuidad. Sumergida en el dolor por la muerte de su padre, había ido al encuentro del rey, con la esperanza de hacerlo entender que deseaba continuar con la obra de Adin. Después le había hecho una promesa a un desconocido. Había sido como vender su alma para escapar al destino trazado por la muñeca firme de David. Había creído que el poder de Daro podía salvarla y había arriesgado la vida de su tío. Y finalmente le debía gratitud a Waryk por impedir que el rey se volcase a los demás contra ella. Waryk no entendía que las antiguas leyes de las islas eran diferentes. Si los normandos no hubiesen conquistado Escocia, las leyes feudales no estarían en vigor y ella tendría derecho a heredar la propiedad de su padre. Waryk era un guerrero escocés que se había integrado al modo de vida normando y que había sido recompensado por arriesgar el cuello por el rey escocés. —Entra, Mellyora. Su madre le había contado historias sobre los duendes y ninfas que habitaban los bosques. Ah, si fuese uno de ellos, desaparecería en el aire. —Mellyora.... Ella se estremeció y abrió la puerta de la cabaña. El pequeño escondrijo había sido limpiado y arreglado. Una puerta separaba la sala del cuarto. En la sala, encima de una mesa de madera, había carne ahumada, queso, pan y vino. En el cuarto, una tina con toallas, jabón y perfumes. Sobre el fuego, una olla con agua y otra más de reserva. Sobre la cama, almohadas, pieles y una camisola blanca. —Si te conozco bien, Milady, ¿te gustaría tomar un poco de vino? —Si.... —Un nido bastante agradable, ¿no es verdad? Mellyora no respondió. Agarró la copa y tomó la bebida de un solo trago. —Una más. Así mantienes tu palabra. Waryk volvió a llenar la copa. —¿Necesitas ayuda con la ropa? No sabía si te gustaría de tener a Jillian por aquí... —No preciso de nadie. Waryk hizo una reverencia y con expresión neutra, señaló el cuarto. —Tu baño te espera. ¿Mantendrás tu palabra? Mellyora lo odió porque él se estaba divirtiendo con la situación. Entró en el cuarto y golpeó la puerta al cerrarla. Al ver la tina llena con agua caliente, terminó la segunda copa de vino y se quitó la ropa. Ató sus cabellos en un rodete y entró en la bañera. Cumplir la promesa no la mataría. Las mujeres se casaban todos los días y no se morían. No debía ser nada tan terrible. Se acordó del beso y del calor que había sentido. En ese momento, volvió a ponerse ansiosa, con sólo recordar el episodio, el olor y el sabor de él..... —¿Mi amor? —un golpe leve en la puerta—. Hace mucho tiempo que estás ahí dentro. Vas a quedar arrugada como una almeja seca. Ella salió del agua, se envolvió en una toalla caliente que estaba sobre una

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silla, cerca de las llamas. Lo que la hizo suponer qué Jillian había estado allí. Volvió a pensar en Waryk. ¡Ah, el muy desgraciado! Se secó y se vistió rápidamente, dejando sus cabellos sueltos. Al escuchar el chirrido de la puerta que se abría, se metió en la cama, debajo de las pieles. Cuando Waryk entró, Mellyora apagó las velas con un soplo. —Puedes entrar ahora—. ella lo miró bajo la poca luz de la chimenea. —Ya estoy aquí. —Yo también. Waryk se sentó en el borde de la cama. —Bien las cosas no serán exactamente de la manera que imaginaste. —¿Cómo? —Bien, si hubiésemos estado en el castillo, hubiéramos sido desvestidos por un grupo de borrachos que se divertirían viendo nuestras características favorables e desfavorables. Yo sería obligado a participar de las bromas o sería motivo de burlas. La multitud habría aplaudido la perfección de la gran recompensa del rey, la hija de Adin. Pero sólo nosotros estamos aquí y yo no te pedí que te cubrieras tanto. —Yo sólo me acosté. —No fue lo que prometí. —¿Qué fue lo que prometiste? Waryk cruzó los brazos, sonriente. —Para comenzar, Milady, puedes salir de la cama. —¿No es aquí que nos vamos a quedar? —Levántate Milady. Mellyora obedeció, nerviosa. Afortunadamente había apagado las velas pues la tela de la camisola era diáfana. Waryk la miró de arriba abajo y sujetó la copa. —Creo que precisamos mas vino. —Waryk giró y retornó a la sala—. Ven, mi amor. Se dirigieron, entonces, hacia donde estaba más iluminado. —Creo que deberíamos volver a la cama. —Pienso que deberías mantener tu palabra. Mellyora atravesó el umbral de la puerta y se paró cerca de la mesa. Waryk se sirvió más vino, pero no le ofreció. Waryk hizo una señal para que ella se aproximase. Mellyora apretó los dientes y obedeció. Y cuando ella llegó más cerca, él la abrazó. Con la mano libre levantó su mentón y la besó levemente. Mellyora sintió el poder físico de Waryk. El calor y la vitalidad de su contacto se extendieron en el interior del cuerpo de Mellyora, quien entreabrió los labios. Nuevamente el sabor y el olor embriagantes hicieron que su corazón se acelerara. Sintió que sus piernas se debilitaban. Nada era terrible como lo había imaginado. Sería mejor que pasase pronto. Ella haría todo por obligación y no tendría esa sensación extraña que la dejaba ahogada. —Así no va a funcionar. —Waryk se apartó. Atónita, Mellyora buscó fuerzas para no tambalearse. Volvió a la realidad. —¿Qué pasó? —Debes quitarte la camisola. —Pero.... —Quítatela.

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Una vez mas ella tuvo de contener la ira que amenazaba con estallar. —Mi amor —Waryk volvió a llenar la copa de vino—. Vas a acabar rompiéndote la mandíbula si continuas apretando los dientes con tanta fuerza. Además, tienes dientes muy lindos. —¿Si? Es gracioso. Puedo decir lo mismo de los tuyos. —Que suerte que por lo menos tienes un comentario favorable respecto a mi. —Waryk sonrió forzadamente. —Para un normando... Mellyora sabía que nada lo irritaba más que esa comparación. —¡Quítatela! —repitió él. La voz de Waryk desencadenaba un mar de chispas que le quemaban en el interior. —¡No es justo! —Milady juraste encontrarse conmigo aquí, a cambio de tu libertad. Después reiteraste tu promesa. Vamos, mi amor, sé osada. Dulce, gentil, sensual y.... silenciosa, como prometiste. Mellyora lo insultó con todas las obscenidades que conocía, se quitó la camisola por la cabeza y arrojó la prenda al suelo. Waryk la observó con una mirada oscurecida y el rostro impasible. —Ven hasta aquí, mi amor. Ella volvió a insultar. —¿Tienes miedo, hermosa hija de Adin? Veo que olvidaste la espada y la daga. —Tú también. —Sólo tu impresión... Waryk tomó su mano delicada y besó la palma. El gesto tierno la sorprendió. Desnuda, tuvo consciencia de la rigidez muscular de su marido que entonces la abrazaba. —Siéntete cómoda para seducirme cuando quieras —él murmuró. Mellyora pensó en abofetearlo, pero él le sujetó las manos. —Bésame, Milady.... Mellyora no supo cómo consiguió apoyar los labios en los de Waryk, aún mas porque él había pasado a acariciarle el cuerpo. Tuvo ganas de gritar. No conseguía respirar o moverse. Solamente podía sentir. De repente Waryk se apartó y nuevamente Mellyora casi cayó. Ella lo miró con una mirada sensual. —Bien admito que supiste cumplir con la palabra dada. Debo confesar que estás muy cerca de la perfección con que la leyenda te describía. Puedes irte. Mellyora lo miró durante algunos instantes y entendió la intención de su marido. No exigir los derechos conyugales esa noche. Él había hecho aquella escenificación sólo para probar que era el gran Lord y comandaba la relación. —¡Eres... eres.... un canalla! —Vete a la cama. Mellyora se quedó parada, incapaz de moverse. —Hasta parecería que no es lo que deseabas que sucediese. —¿Debería aceptar tu bondad en silencio? Se muy bien que no crees ni confías en mí. —Eres inteligente. —Crees que puedo estar embarazada y por eso piensas en anular el matrimonio. Una bella venganza. Tú tampoco querías el matrimonio, ¿verdad?

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Debido a Eleanora y sabe Dios a cuantas más. Dime Lord León, ¿que te garantiza que no tendré amantes en el futuro? Waryk agarró sus brazos con fuerza. —El pasado, Milady, es el pasado —susurró con furia—. Sucedió antes de que yo entrara en tu vida. Llegué a sentir simpatía por tu ansia de libertad. Pero te prometo que si sospecho de un engaño tuyo, ¡mataré a tu amante y serás confinada en una torre de piedra! Mellyora no trató de desprenderse y Waryk entendió que exageraba en la fuerza con que la sujetaba. La soltó y retrocedió. Mellyora controló la furia. Si lo tocase sería capaz de hacerlo pedazos con uñas y dientes. —Debería festejar por esta libertad momentánea, ¿no es así, marido? Y, naturalmente, agradecerte por el hecho que hayas impedido que sirviésemos de entretenimiento para los invitados borrachos. —No necesitas demostrar gratitud. Ese tipo de diversión que no me agrada. Ve a descansar. Estoy ansioso por llegar a Blue Isle. ¡Qué manera dolorosa de comenzar una vida en común! Mellyora se dijo a sí misma que el acoplamiento no habría sido mucho mejor. ¿Por qué entonces se sentía tan vacía? —Bueno ya te divertiste. Te burlaste de mí. Tuviste tu venganza. Me atormentaste planeando lo que sucedería. Y acabaste dándome el tipo de unión que yo deseaba. Sólo de nombre. Buenas noches, Lord Waryk. Que duermas bien. Contuvo las lágrimas y se giró olvidándose de la camisola. Volvió lentamente al cuarto balanceando sus caderas de manera provocativa. Se acostó en la cama y cerró los ojos. Temblando, se cubrió con las pieles y fingió dormir, ya que no conseguiría hacerlo. ¿Me siento tan infeliz? Eso no estaría ocurriendo si Waryk estuviese acostado a su lado. ¿Cómo sería la sensación de dormir cobijada en esos brazos musculosos? En vez de eso, estaba sola y con frío. Waryk solamente había aceptado el matrimonio por ser un hombre fiel al rey. Deseaba el poder y la posición que Blue Isle le traería. Oyó a su marido salir y silbar. Cuando ya no oía el ruido de los cascos de Mercury en el suelo cubierto de hojas, se levantó. Apartó la cortina de pieles que cubría la abertura de la ventana, espiando la oscuridad. El leal Angus estaba sentado bajo la copa de un antiguo árbol, tallando un pedazo de madera. ¿La estaba protegiendo o vigilando para que no huyese? Volvió a la cama pero el sueño no vino. Horas mas tarde, oyó a Waryk y volvió a fingir que dormía. Lo escuchó quitarse el cinto de la espada y las botas. Llegó cerca de la cama y se quedó parado. Mellyora se sintió observada. Y nuevamente ese calor extraño que le recordaba el beso, su olor, su sabor... Se quedó inmóvil cuando él acarició levemente sus cabellos y apartó una mecha de su rostro. Mellyora apenas se atrevía a respirar. El contacto era gentil y tierno. Deseó estar mas cubierta por la manta, no solamente el cuerpo sino también su alma. Había hecho de él un enemigo y no había como retroceder. Ninguno de los dos confiaba en el otro. Muchas cosas habían sido dichas y no podrían ser borradas. Finalmente Waryk se apartó. La puerta del cuarto fue cerrada, Mellyora

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escuchó pasos en la sala. Vino siendo servido en una copa. Más vino. Ella permaneció despierta. En algún momento, se dio cuenta que Waryk había descubierto muchas cosas respecto a ella. Sabía el nombre del hombre con quien había pretendido casarse. Oh, Dios, ¿qué iba a suceder con Ewan? Waryk había amenazado con matarlo a la menor provocación. Se sintió solitaria. Y tuvo mucho miedo. Era perturbador admitir que la noche habría sido mejor, si ella hubiese dormido en los brazos de Lord León. *** Waryk había viajado por el mundo y había conocido lugares fantásticos. Él mismo había heredado las tierras de sus padres. Pero nada se comparaba con la primera visión de Blue Isle. El trayecto desde Stirling hasta el continente había durado una semana. En verdad podrían haber venido en menos tiempo. Pero la comitiva incluía animales de carga y carruajes que llevaban los regalos de boda y las pertenencias personales de Waryk, retirados de sus aposentos de la corte. Diez siervos —ocho hombres y dos mujeres— los acompañaban, además de diez guerreros, incluyendo a Angus. Jillian había viajado al lado de Mellyora, cumpliendo el papel de protectora constante. Él se había mantenido lo más apartado posible de su esposa. Ella a su vez se había limitado a cortesías frías y distantes. Con los demás, Mellyora era encantadora. Trataba a los siervos con bondad. Apostó una carrera con Thomas, se burló de la barba de Garth y adornó con flores los cabellos de Sir Harry. Por la noche cantó y narró relatos épicos acompañados por melodías tocadas en una pequeña arpa. Contó la historia de los grandes jefes escoceses que pintaban sus cuerpos de azul para las batallas. Habló sobre Kenneth MacAlpin que había unido a los clanes para formar la actual Escocia. Los espectadores encantados escuchaban en silencio alrededor del fuego. Waryk entendió porque la reverenciaban en la isla. Mellyora cautivaba a todos con su energía interior. Si él hubiese tomado Blue Isle sin su esposa, una guerra sería inminente y segura. En los primeros días, la había evitado, ocupado con los problemas del viaje. Recorrieron ríos y zonas de barro con las carruajes, además de subir las colinas. La tarea era tan ardua y lenta que, si no estuviese al servicio del rey — y pronto sería llamado a volver a los combates—, habría arrojado la mitad de su equipamiento de guerra y la valiosa tina de baño. David nunca desistiría de extender las fronteras en dirección a Inglaterra y eso traería nuevos combates. Lo curioso era que su guerra personal con Mellyora estaba destinada a durar mucho tiempo. Él mismo se volvía más irritado en la misma medida que su esposa se volvía mas cortés. Las noches habían sido peores que los días. Los hombres levantaban una tienda para la pareja. Mellyora se retiraba primero y cuando Waryk resolvía entrar ella ya estaba durmiendo. Él permanecía despierto, sin atreverse a tocarla. Cada día más exasperado, se contenía para no estallar. ¿Pero cómo enojarse si ella nunca levantaba la voz y mantenía un comportamiento ejemplar? Blue Isle. Colinas verdes se levantaban donde la tierra se encontraba con el agua. A lo lejos, el horizonte. A primera vista, transmitía paz. Abajo, cabañas de granjeros con cercas, huertas y establos se extendían

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sobre un área extensa de tierra, limitada por peñascos que representaban una protección natural. Aguas bajas se extendían con afluencia ocasional de grandes piedras. En el continente, los largos trechos de playa cedían lugar a praderas exuberantes. El castillo parecía formar parte de las rocas y del cielo. Los extremos de las torres altas se encontraban con las nubes. —Ya te dije, Milord, que Blue Isle es tan bello como Milady —Angus comentó—. Cuando el mar está feroz, golpea contra las rocas y la espuma se eleva majestosa. Con la marea baja, se puede alcanzar la isla caminando por el lecho del mar. En el lado sur, el más protegido, hay dos muelles. —Que extraño. ¡No veo a nadie allá abajo! —Mellyora se había aproximado a ellos, en el borde del precipicio. —Tal vez porque está oscureciendo... —Waryk dedujo antes de ver el humo saliendo por el techo de una de las cabañas—. ¡Angus! Alerta a los hombres. Tenemos visita. —Tengo hombres armados —Mellyora susurró. —Si, Milady. Pero ellos están encima de la muralla. Los soldados ocupaban los parapetos altos y las torres del castillo. Al norte de la costa, había pequeños barcos. Un hombre, vestido con una cota de malla y blandiendo un arma, salió de una de las cabañas. Arrastraba a una joven cuyos gritos histéricos podían ser oídos desde lo alto del peñasco. —¡Santo Dios! —Mellyora contuvo la respiración y descendió corriendo el despeñadero, antes que su marido pudiese detenerla. —¡Mellyora! Waryk la siguió maldiciendo. Tendría que dominar a su joven esposa que había desenvainado la espada, antes de atacar al enemigo de su nuevo hogar. Ordenó a Angus que liderase la ofensiva contra los desconocidos y corrió hacia Mellyora. —¡Waryk, están matando mi gente! —Lo miró como si él hubiese enloquecido. —Nuestra gente, Milady. Y no permitiré que los maten. —Milord fuiste testigo que yo puedo luchar. Soy hija de un vikingo... —Y ahora eres mi mujer. Mellyora se encontraba desvariando. Lo que era pésimo. Waryk había aprendido que la victoria era más segura cuando uno tenía la cabeza fría. Ella retrocedió, pronta a seguir corriendo. Waryk desmontó de un salto y la arrancó de encima de la yegua. —Waryk... —Mellyora estaba inmovilizada en el suelo bajo el peso de su marido, imploró con los ojos llenos de lágrimas. —Milady sabes que puedo dominarte y también reprimir a tus enemigos. Por Dios, ¿quieres dejar de luchar conmigo? —Waryk este es mi hogar. Podemos luchar juntos. —Milady tendrás que ser la madre de mis hijos y yo tu protector. —En este momento la situación es desbordante. —¡Entonces no me impidas luchar contra nuestro enemigo! Waryk se levantó, la ayudó a ponerse de pie y se apartó. Montó y la miró. Nunca la había visto más frustrada. —Milady, ¡permite que yo muera por tu causa! Waryk espoleó a Mercury hacia adelante, al ver a Jillian, en la yegua gris, aproximarse a su ama. Levantó una nube de tierra y pasto y galopó hasta la costa, donde encontró a sus hombres empeñados en una lucha contra un

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grupo pequeño y feroz de atacantes. Vikingos procedentes del mar habían desembarcado en la isla y habían sorprendido a los habitantes de las cabañas. Después de la matanza en la villa, se preparaban a atacar al castillo. Con los portones cerrados, los soldados preparaban un contra ataque en los parapetos de las murallas de piedra. Muchos de los agresores usaban cota de malla. Cargaban escudos y empuñaban hachas de guerra, mazas, espadas y lanzas. Los campesinos luchaban con flechas, pequeñas lanzas, dagas y una que otra espada de pequeño porte. Varios hombres yacían en el suelo y las mujeres gritaban. Un bebé embarrado estaba sentado en medio de la confusión, llorando. Uno de los atacantes se preparaba para masacrar al infante con la maza. Waryk instigó a Mercury hasta la escena terrible, apretó los muslos en los flancos del caballo y arrebató a la criatura a tiempo de evitar el asesinato. Angus, siempre en perfecta sintonía con él, se aproximó y mató al atacante con un solo golpe. Sus hombres, guerreros entrenados, habían girado rumbo a la lucha. Algunos invasores retrocedieron hacia sus barcos gritando. Waryk vio una joven siendo arrastrada hacia afuera de un granero. Entregó el bebé a un par de mujeres que pasaban, y corrió detrás del raptor y lo derrumbó. Con el impulso, Waryk también cayó. Desenvainó la espada y alcanzó al vikingo antes de recibir el golpe de su hacha. Levantó a la joven y la mandó de vuelta a la aldea. Montó otra vez y notó que los demás vikingos ya habían alcanzado los barcos. Sería inútil perseguirlos. Ellos eran habilidosos hombres de mar. —¡Vayan hacia el agua! —le gritó a Angus—. ¡Distraigan a los atacantes para que los centinelas puedan abrir los portones y venir a ayudarnos! Waryk galopó hacia el mar. El nivel del agua pasaba del metro. Rodeado por la espuma, forzó el caballo en dirección a la isla. Los otros lo siguieron. Alcanzaron el margen y atacaron con furia a los vikingos que iban a pie. Los agresores caían mientras se escuchaban los gritos de los centinelas y el ruido de los engranajes de los portones que se abrían. Hombres armados irrumpieron hacia afuera del castillo. Diez caballeros seguidos por veinte o más soldados. El líder, un buen soldado, usaba yelmo y un tartán bien definido. El de la familia MacKinny. Rabioso por la destrucción y por la masacre ocurridas en la aldea, Waryk salió en persecución de los vikingos que huían. Agarró a uno de ellos que se preparaba para subir a un barco donde tres más lo aguardaban. Desmontó, entró en el agua y recorrió los pocos metros hasta la embarcación. Saltó dentro con la espada en la mano y la fuerza de su ira. Alcanzó a un hombre sin cota de malla, y acertó a un segundo vikingo bajo el pectoral de hierro. Entró en un combate violento de espada contra espada contra un tercero. El atacante era un grandullón y luchaba sin perder la sonrisa estúpida que dejaba a la vista su boca desdentada. Cuando Waryk lo alcanzó en la yugular el montañés se sujetó el cuello con las dos manos y cayó sin un gemido. Sintió un movimiento a su espalda y se dio la vuelta. Antes de levantar la espada, otro hombre cayó. En tierra, el líder escocés todavía montado, sujetaba la espada con la que había acabado de matar a su oponente. Se había quitado el yelmo o lo había perdido en la lucha. Era castaño, tenía ojos castaños, su expresión era seria y determinada.

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Waryk descendió del barco y caminó por la espuma roja con sangre hasta llegar a la playa. El líder de los escoceses desmontó e hizo una reverencia con la cabeza. —Lord Waryk. —¿Eres MacKinny? —Si. Te pido perdón por la recepción tan violenta. Pero un ataque de estos no ocurría desde... —Desde que Adin tomó el control de la isla, me imagino. —Lo extraño es que siempre tenemos guardias en las murallas. Una fortaleza como Blue Isle sólo ofrece seguridad con los portones cerrados. En épocas turbulentas, traemos a nuestro gente y al ganado adentro. Este asalto comenzó de repente. No hubo tiempo para nada. Teníamos que vigilar el castillo y yo no podía dar órdenes para que mis hombres descendieran de las murallas. —Claro, habría puesto en riesgo a toda la isla. —Milord salvó muchas vidas. Estamos muy agradecidos. Lo esperábamos mañana. Fue esa la estimación del mensajero. Milord libró a mi hermana de un destino trágico. Igraina estaba siendo arrastrada afuera de la cabaña por el barbudo. —¿Dónde fueron mayores los estragos? —En la isla, donde los aldeanos quedaron a la merced de los atacantes. Waryk le silbó a Mercury y este se aproximó. Angus se adelantó y saludó a Ewan con un gesto de cabeza. —Vamos por el agua —Waryk ordenó. En el camino encontraron a Thomas que se apresuró a hacer un informe. —Llegamos en buen momento. Dos muertos, cuatro heridos, cinco casas saqueadas y tres quemadas. —¿Y los heridos? —Están siendo atendidos. Lady Mellyora fue a buscar al padre Phagin, experto en hierbas curativas. —¿Dónde está mi esposa? —Waryk desmontó. Thomas señaló una de las cabañas. —Afortunadamente gran parte de las cabañas son de piedra y las casas podrán ser reconstruidas. Hay que traer a los pedreros para que hagan las reparaciones para la noche. —Lord León, todos aquí son MacKinny, MacAllistair y MacMahan. —Thomas le explicó—. Y trabajan los unos para los otros. —Y para su soberano —Ewan agregó—. Aún más cuando se trata de un guerrero que arriesga la vida por su pueblo. Waryk lo miró con una mirada impasible. No sabía si debía matar al hombre que su mujer amaba o si él se convertiría en un aliado fiel. Ewan era un buen guerrero. Podría ser entrenado para luchar por el rey. —Esta noche será preciso dejar centinelas en la playa y en el castillo —dijo Waryk y fue hacia la cabaña indicada por Thomas. El caos imperaba, como siempre sucedía después un ataque. Una mujer delgada, de mediana edad estaba ocupada con una olla encima del fuego. Mellyora se hallaba sentada al lado de la cama de un hombre con una llaga enorme en el brazo. Un hombre anciano de barba blanca apretaba los bordes de la herida, mientras ella hacia una sutura con puntos minúsculos. —Quedará una cicatriz, Joshua, mas te la dejaré tan bonita como mis

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bordados—bromeó ella para distraerlo. —Maté al hombre que... —Joshua se interrumpió con un gemido. —Fuiste muy valiente. Margot trae la cataplasma y la cerveza mas fuerte. Necesita dormir. —El sueño es el mejor remedio, hijo —el hombre de cabellos blancos afirmó. La mujer de Joshua, que estaba cerca de chimenea, hizo una reverencia a Waryk y trajo lo pedido. Mellyora se puso de pie y se ruborizó al ver a su marido. Angus y MacKinny —a quien todavía no había visto— lo acompañaban. —¿Está todo bien por aquí? —Waryk preguntó. —Si. —Lord León llegó en buen momento —comentó el hombre de barba blanca—. Soy el Padre Phagin y doy consejos, hago curaciones y me comunico con Dios. —Supe que hay dos muertos, Padre Phagin. —Si, Avery, el joven herrero y el viejo Joseph, pedrero. —Las mujeres pueden prepararlos esta noche. Haremos los funerales mañana. —Pues bueno, Lord León. Sea bienvenido a Blue Isle, Milord. No somos tan incompetentes como le podemos haber parecido al principio. Milord debe estar cansado por el viaje. Si quiere descansar, le prometo que nos ocuparemos de las casas, de nuestro pueblo y de los heridos. Waryk estrechó los ojos, asintió y extendió la mano hacia Mellyora. —Vamos querida mía. Muéstrame mi nuevo hogar. Estoy ansioso por conocer nuestros aposentos. Mellyora empalideció, pero no hizo comentarios ni se rebeló. —Conversaremos más tarde, Padre Phagin. Margot, cuida bien de Josh. —Claro, Milady. Él es mi vida. —Ella sujetó la mano de su marido. Eran personas de vida simples. Pero el amor y la confianza creaban un halo de extraño brillo alrededor de ellos. —No te preocupes por tu trabajo en los próximos días, Joshua. —Waryk le dijo—. Has enfrentado al enemigo con coraje. Haremos lo posible para proveerte lo necesario. —Gracias, Lord León, por este privilegio. —Joshua agradeció con humildad—. Y gracias también por haber matado a esos infieles. —Los agradecimientos se deben a Dios, pues no planeamos nada de esto, Joshua. ¿Mellyora? Mellyora vaciló, apretó los dientes y aceptó la mano extendida. —La marea está subiendo —ella comentó en la playa mientras caminaban en dirección a Mercury. —Él entiende de eso. —El agua está fría. —¿Qué sugieres, Milady? —Tenemos algunos barcos, mi gente puede llevarme hasta el castillo. —¿De verdad? Dime, no es gente de tu pueblo la que acaba de cometer este ataque? Mellyora se detuvo furiosa. —¿Qué? —¡Fuimos atacados por vikingos! —¡Por bandidos! Muchos vikingos forman parte de Escocia como yo o como

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vos. —Lo curioso, Milady, es la cantidad de tus parientes nórdicos que ciertamente creen que esta isla debería ser de ellos. —¡Pero qué osadía! Si te estás refiriendo a mi tío... —¡Osadía! ¡El ataque fue cometido por vikingos! Mellyora se apartó pero Waryk la sujetó por el brazo. —No me estoy refiriendo a nadie en particular. ¡Sólo pido que entiendas que esos vikingos eran tus enemigos y no tus salvadores! —¡Suéltame! Estoy cansada. Fue un viaje largo. Mellyora se desprendió y salió caminando. Waryk montó, esperó en su caballo que ella avanzara algunos metros, luego se acercó y se agachó, agarró a su esposa por la cintura y la sentó delante suyo. Mercury entró al agua helada y prosiguió con valentía. Llegaron al otro lado y cabalgaron por la costa de Blue Isle. Pasaron por los portones pesados, por el puente levadizo y por un segundo conjunto de portones, antes de llegar al patio del castillo. Waryk echó una mirada a su alrededor. Las murallas daban abrigo a mesas donde los comerciantes exponían sus productos. Los animales allí reunidos durante el ataque paseaban sin destino. Cinco torres estaban unidas por murallas gruesas. Los parapetos se alineaban en la parte superior con las torres. El patio era extenso y pronto fueron rodeados por los aldeanos que habían buscado refugio en el castillo. Mellyora y el nuevo Lord fueron saludados con entusiasmo. Waryk se preguntó si habría sido recibido de esa manera si hubiese llegado en un momentos de calma. Un hombre se adelantó. —Este es Donald, ard ghillean an—tighe —Mellyora usó el término gaélico para denominar al administrador del castillo. —Lady Mellyora, Lord León, bienvenidos. Vengan. Sus aposentos están preparados y el vino está caliente. —Gracias, Donald. —Waryk saludó con un gesto de cabeza y depositó a Mellyora en el suelo antes de desmontar. Un muchacho se ocupó de Mercury. Donald se abrió camino en medio de la aglomeración y fue seguido por la pareja. Mellyora saludaba a sus paisanos que miraban a Waryk con curiosidad. Él le sonreía a todos, ganándose su simpatía. Entraron a la torre y subieron un tramo de escaleras. Como la mayoría de las fortalezas, los pisos inferiores eran destinados a los animales y a almacenar armas y otras provisiones. Donald explicó que los hombres serían alojados en las murallas del este. La torre pertenecía al Lord. Waryk caminaba abrazado la cintura de Mellyora. En la torre norte quedaba el gran salón de la fortaleza. Donald los llevó a los aposentos del Lord del castillo. Eran enormes y ocupaban toda la extensión del hall y tenían vista al mar. El gran dormitorio estaba separado por una antecámara próxima a una ventana estrecha, varias arcadas, un lavatorio y una cómoda de madera tallada. En la antecámara había confortables poltronas de cuero, pieles delante de la chimenea, una mesa con libros y mapas, armas de todo tipo exhibidas en la pared. Waryk se acordó del temperamento exaltado de Mellyora al ver las armas expuestas. Donald señaló la vista de la ventana y la puerta que daban a un balcón con

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vista a las murallas. —¿Milord desea algo? —Donald preguntó. —Mis pertenencias están en los carruajes y deben ser traslados en botes. Por eso demorarán en llegar. ¿Podría prepararme un baño? —Claro, Lord León. Nos acusan de ser bárbaros y mugrientos, pero somos muy amigos del agua. Milord encontrará que los escoceses... —Soy escocés, Donald. Donald se puso rojo. —Perdón, Milord. Nos habían dicho que el rey escogería un Lord normando y... —Soy escocés —Waryk repitió —Y Milady precisa bañarse. Ella tiene frío por el cruce por el mar. Mellyora estaba parada en el medio del recinto, parecía lista para arrancar un arma de la pared y atacarlo. —Quiero encontrarme con el Padre Phagin, Angus y MacKinny en el gran salón. —Si, Milord. —Donald hizo una reverencia y salió. Waryk, delante de la chimenea, observaba a su esposa. —¿El premio valió el esfuerzo, Milord? —Todavía no lo sé. —¿No? Milord ya viste las tierras y el castillo. —Las tierras son maravillosas y el castillo es excepcional. Entiendo por qué David se rehusó a entregar Blue Isle a alguien en quien no confiase. —¡Como la hija de un vikingo! —Como te dije, los agresores eran vikingos. —¡No todos los vikingos son iguales, ni provienen de los mismos lugares! —Es una pena que ninguno de ellos haya quedado vivo para contarnos de donde vinieron. —No fui yo quien los mató. Waryk se encogió de hombros. —¡No fue Daro quien hizo esto! —Mellyora gritó, amenazadora. —Yo no lo acusé. —¡Pero me acusaste a mí! —¿Crees que debería confiar en ti? —No cuando yo pensaba en huir. Pero hice una elección. Este es mi hogar. Este es mi pueblo. Yo amo a esta gente. Dependo de ellos y ellos dependen de mí. Para mí, esto es todo. Creo que este premio valió el esfuerzo. Aunque tú seas de opinión contraria. —Yo no dije eso. Quise decir que todavía tengo que explorar toda la propiedad. Él hizo una reverencia y se dio la vuelta para salir. Mellyora le sujetó el brazo. —Waryk... yo nunca dormí aquí. Estos eran los aposentos de mi padre y fueron decorados con sus armas. Ya que no confías en mí, tal vez estarías mas satisfecho si permaneciese en mi cuarto que queda del lado opuesto, frente al patio. —Mellyora, tu padre murió. Tú debes honrar su memoria. Y esta es la fortaleza del rey y no un museo. —No tenía intención de transformar... —Ahora eres el ama del castillo. Tendrás que dormir aquí.

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—¿Y tú? —Aquí también, por supuesto. —Pero... ¿confías en mí.... a pesar de lo que pasó? ¡Mellyora se estaba burlando! ¡Y merecía unas buenas palmadas en el trasero por eso! Waryk se limitó a sonreír y a encogerse de hombros. —Muy bien, Milady, escogeré donde dormir. Él se desprendió, salió del cuarto y golpeó la puerta. En el gran salón, encontró al Padre Phagin, Angus y Ewan sentados junto a una enorme mesa tallada. La chimenea estaba encendida y habían traído vino. Waryk se sentó en la cabecera. —¿Alguien tiene idea de donde provino el ataque? —No, Lord Waryk —respondió Ewan. Parece que vinieron de las nubes. Hace muchos años que no tenemos un ataque vikingo. ¿Qué vikingo se volvería contra Adin? Tal vez fuesen mercenarios. —Pero eran vikingos —Phagin habló, disgustado. —Lo eran. E incursiones con barcos pequeños no acontecen hace mucho tiempo. —Waryk les recordó—. ¿Qué tenían para ganar los vikingos? —No podrían escalar las murallas —Ewan dedujo. —La aldea... —Phagin se acarició su larga barba blanca—. No hay mucha riqueza allí. Sólo hay labradores, artesanos y sus mujeres. —Es cierto que los vikingos raptan mujeres, pero... —No es razón suficiente para un ataque. —Tal vez quisiesen minar nuestras defensas, antes de... —Ewan se interrumpió. —¿De...? —De que Milord llegase. Hay hombres que obtienen placer al practicar actos crueles. Waryk no creía que Daro se volvería contra él. Pero campamento de Daro albergaba enemigos. Primero se llevaron a Mellyora. Luego... Seguramente, contaba con un enemigo muy hostil que tenía poder y dinero suficientes para comprar hombres y asustarlos. Ellos preferían morir a revelar quien los financiaba. —Dupliquen la guardia —Waryk se levantó—. MacKinny, Angus ha sido mi brazo derecho durante muchos años. Te quedarás al lado de él, así como serviste a Adin. Mañana, me mostrarás todos los rincones del castillo. Después comenzaremos los entrenamientos. —¿Entrenamientos? —Ewan se espantó. —Yo traje diez guerreros. Y quiero tener veinte cuando el rey nos pida que volvamos a los campos de batalla. Y en las actuales circunstancias, precisamos más hombres para repeler los ataques que, ciertamente se repetirán. No perderemos ningún hombre más, ¡ni siquiera un animal más! Nosotros repeleremos cualquier agresión. —¡Si Milord! —Ewan respondió y se puso de pie. Phagin también se levantó. —Preciso ver a nuestros heridos, Milord. Enterraremos a los muertos en la madrugada. —Hablaré con los hombres —Angus afirmó. —Muy bien—. Waryk estuvo de acuerdo y los tres salieron—. ¡MacKinny! —¿Si? Ewan volvió, un poco avergonzado y nervioso.

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—¿Si? —Ewan, jamás condené a un hombre por su pasado. Sé que Mellyora tenía la esperanza de... —Yo le dije a ella que no era lo correcto. —Me pareces un buen hombre y un guerrero valiente. Sírveme como lo hiciste con Adin, y no te arrepentirás. —Gracias. —Quiero que escuches mi advertencia. Pon un dedo en Lady Mellyora y morirás. Ewan suspiró y miró a Waryk con franqueza. —Milord, yo no le causaré ningún problema a su esposa. Jamás pensaría en molestarla. Con mucho trabajo y entrenamiento, él podría llegar a liderar la defensa de la fortaleza. —Lo siento mucho, Ewan. —Sea bondadoso con ella, Milord. Si ella se enfurece, déjela hablar. Acabará por calmarse. Mellyora es valiente, enérgica y... —Ewan... —Perdón Milord —Ewan se ruborizó— la conozco desde que éramos niños. —Lo sé. No preciso que me recuerdes eso. Ewan asintió con la cabeza y sonrió. —Puedes volver a tus quehaceres, MacKinny. Fue un largo día para todos nosotros. —Si, Lord León. —Ewan dio dos pasos adelante—. Milord superó mis expectativas. No será muy difícil servirlo. Ewan salió y Waryk se quedó algún tiempo tamborileando sus dedos en la mesa. Se estremeció de frío. Se levantó y volvió a los aposentos principales del castillo. Mellyora no estaba en el dormitorio. Descansaba en una antigua tina celta. La tina era mayor que la suya. Mellyora tenía la cabeza apoyada en el borde de madera y los cabellos caían por encima del borde. Su cuerpo estaba cubierto por agua perfumada. Ella bajó los párpados, como si hubiese percibido su presencia. Se sentó y lo miró. —¿El agua está caliente? —Waryk no sabía de que hablar. —Si. Waryk se sentó encima de un arcón. Se quitó el cinturón, las armas, las calzas y las botas. Después el manto, la cota de malla y el tartán. Mellyora no se atrevió a mirarlo hasta que él entró dentro del agua. Incrédula, se agarró de los bordes de la tina, lista para huir. Waryk le sujetó la muñeca. Notó la agitación de su esposa y buscó calmarla. —Acabo de tener una conversación con MacKinny. —¿Ah? —Ella apretó los dientes. —Me gusta él. —¿Si? —Toma el jabón. Lava mi espalda. —Pensé que ibas a dormir en otro lugar. —No estoy durmiendo en este momento. Y tú tampoco lo estás. Lávame la espalda.

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Waryk le entregó el jabón y se dio la vuelta, asombrado por el tamaño de la tina. Los celtas debían practicar rituales extraños dentro de esa tina. Se preguntó si era sensato darle la espalda a ella. —Mellyora, por favor. Sintió el jabón en su espalda y bajó la cabeza, esforzándose para no pensar en su propia agonía. —En verdad, admiro a MacKinny. —Es una persona excelente. —Me gustó mucho. A pesar de eso, le advertí que lo mataría si se atreve a tocarte. Mellyora dejó de enjabonarlo. Waryk pensó en las espadas colgadas en la pared. Se giró de pronto. Ella continuaba con el jabón en la mano. Él se lo quitó de las manos. —Date la vuelta. —¿Ah? —Date la vuelta. Te lavaré la espalda. —No está sucia. —Quiero estar seguro de eso. Waryk enrolló los cabellos de Mellyora en su nuca. Tocó la piel sedosa con el jabón y sus dedos. Ella se puso tensa pero no protestó. Waryk le enjabonó los hombros, el cuello y pasó las manos por sus costillas. La sintió estremecer. —Milord no vas a hacer nada conmigo ahora, ¿verdad? —No. —¿Entonces por qué me está tocando? —Estoy evaluando mi premio. Waryk volvió a pasar el jabón por los hombros y la espalda. Después con los dedos cubiertos de espuma, cubrió el vientre y los pechos. Mellyora no se atrevía a respirar. Waryk tampoco. Él deslizó las manos por los pechos varias veces. Sudando se recriminó sus acciones. ¿Qué estaba haciendo? ¿No le interesaba su futuro, tener dinastía de su propia sangre? Sólo aceptaría un hijo de su propia sangre... Waryk cerró los ojos y dejó caer el jabón. —¡Sal de aquí! Por primera vez ella obedeció sin protestar. En instantes salió de la tina. Waryk se quedó solo, preso en la trampa de la gran recompensa que tanto había codiciado. Sería sólo una cuestión de tiempo.

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Capítulo IX

Waryk observó que el Padre Phagin era muy querido en Blue Isle. El sacerdote daba la misa en latín con voz poderosa que hacía eco mas allá de las paredes de piedra de la iglesia y era oído perfectamente por los fieles que estaban reunidos en el patio. Mientras se hacía una oración especial para los muertos, Waryk se preguntó si ese pueblo sabía que David había traído el feudalismo a Escocia. Los habitantes recibían protección por parte del Lord del castillo y, a cambio, daban a su Lord una parte de todo lo que criaban, construían, cosechaban o producían. Los Lords eran responsables por el pueblo en tiempos de turbulencia y los hombres del pueblo tenían que prestar servicio militar, si era necesario. Los muertos habían sido buenos cristianos y buenos jefes de familia. Amados por todos los que los lloraban. El hombre mayor había muerto pocos meses después que su esposa. Por su avanzada edad su muerte no era tan lamentada. Lo más triste era la muerte del joven herrero. Después de la ceremonia, los difuntos envueltos en mortajas fueron llevados al cementerio situado fuera de las murallas del castillo. En ese lugar había bellas cruces celtas talladas. Después de una oración los cuerpos fueron bajados a tierra y enterrados. Mellyora consoló a la viuda del más joven y Waryk ofreció a la mujer una pequeña bolsa de tela con monedas. Los demás comenzaron a descender la colina y Waryk notó una tumba enorme que era bastante nueva. —Es la sepultura de mi padre —Mellyora explicó. —Oí decir que era muy alto, ¿pero tanto así? —Él fue enterrado con un barco y la mayoría de sus pertenencias, a la manera vikinga. —Adin se había convertido al cristianismo... —La ceremonia fue cristiana. Un caballero puede ser enterrado con su espada. —Lo sé. —Waryk. —¿Si? —Fuiste muy bondadoso al entregarle las monedas de plata a la viuda. —Ella ya no podrá contar con la ayuda de su marido. —Mi padre hubiera hecho lo mismo. —¿Esto es un elogio? —No. Milord jamás serás como mi padre. —Tal vez debiese agradecer a Dios por eso. —¿Qué quieres decir con eso? —Nada mas allá de obvio. Waryk volvió a caminar y Mellyora fue tras él. —Espera. —No puedo. Estoy ocupado. Waryk estaba ansioso por conocer al castillo, estudiar sus puntos fuertes y sus debilidades.

Los días pasaban de una manera enervante. En las dos primeras noches,

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Mellyora no sabía decir donde su marido había dormido. En la tercera, todavía despierta, lo vio subir en el extremo de la cama enorme y quedarse inmóvil. Ella no se atrevió a respirar. Al despertar, no lo encontró a su lado. A pesar de eso, Mellyora se sentía bien al estar en su hogar. Su padre era un vikingo, pero el castillo lo había heredado de su madre y muchos puestos habían sido mantenidos. Donald era el administrador, Alaric, jefe de armas. Mallory MacMason, el contador y tesorero. Hamlin Dougall, el mayor bien de Phagin, el arpista. Ewan había sido el asesor principal de Adin en la isla. Una especie de guardaespaldas, aunque Adin fuese capaz de defenderse solo. Como Angus había pasado a ocupar este cargo, Ewan se volvió mas importante. Él debía liderar a los caballeros dentro de la propiedad. Y Jon de Wick era el jefe de guardia. Waryk no hizo modificaciones en el sistema y respetó los títulos concedidos. Para infelicidad de Mellyora, no la requerían para nada. Conocía los problemas domésticos a través de Donald y los de seguridad, por las palabras de Ewan y Jon. En el segundo día, comenzó el entrenamiento militar Mellyora entendía que su gente estaba satisfecha con recibir lecciones de un guerrero tan afamado. Escuchaba muchas bromas y risas en medio del clamor y los golpes de espadas. Waryk entrenaría a los caballeros montados y también los soldados de a pie. Los ejercicios se hacían con espadas comunes, hachas de guerra, mazas, lanzas, armamentos celtas y vikingos y hasta con utensilios agrícolas. Después de mantenerse a distancia al principio, Mellyora resolvió retomar su antigua autoridad. Mientras Waryk se ocupaba de los entrenamientos, ella resolvía pleitos de agricultores, artesanos y mercaderes en el gran salón. En el continente, cuidó de los heridos y supervisó la reconstrucción de las cabañas quemadas. Al anochecer Waryk, Phagin, Ewan, Angus, Jillian, Mallory y ella misma se reunían para cenar. Hamlin tocaba el arpa u otro instrumento y Alaric entretenía a los presentes con relatos épicos. Después de conocer la historia familiar de Waryk, la contó con todo el encanto de los poetas. Después de cenar, Waryk, con el pretexto de alguna actividad no determinada, dejaba el gran salón en compañía de Mallory, Phagin, Jon, Angus o Ewan. Al principio, Mellyora volvía a los aposentos de la pareja. Después pasó a jugar al ajedrez con Ewan, a tocar el laúd o el arpa, o a cantar con Hamlim. Reía y encantaba ante una audiencia informal. Una cosa era segura. Waryk la evitaba. Se acostaba tarde y despertaba temprano. Se quedaba inmóvil en la cama durante horas y, si llegaba la hora del baño de su esposa, él ni lo notaba. Mellyora se divertía aunque estuviese preocupada. Cuando conversaba con Donald o Mallory sobre algún asunto referente a su castillo, ellos aplaudían sus ideas, pero siempre con una condición. Tendrían que contar con la aprobación de Lord León. Algunas noches, antes de cenar, iba al lugar donde su padre había sido enterrado y le preguntaba por qué la había dejado. En una de esas ocasiones se sintió observada. Se giró. Era Waryk, con su manto escocés ondulando al viento. —Mellyora, vamos a volver al castillo. Temeraria como era, Mellyora no se movió. Que él la esperase. Waryk se dio la vuelta, descendió por la senda y la dejó sola. A pesar del viento frío, ella se demoró bastante para volver al gran salón.

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*** —¿Dónde está? —Mellyora susurró—. Me dijeron que llegó un mensajero del rey... —Todavía está con Lord Waryk en el escritorio. —¿Quién vino? —Lord Percy Warrring —dijo Angus al aproximarse. La puerta fue abierta. Sir Percy salió con Waryk. —Percy, ¿conoce a Mellyora, mi esposa? —¡Ah, si! Galante, sir Percy besó la mano de ella y la miró de manera atrevida. Percy estaba casado con una heredera bastante mayor y era conocido como un seductor incorregible. Como ninguno de ellos le revelaba el tenor del mensaje, Mellyora vengativamente, resolvió entrar en el juego de Percy. —¡Sea bienvenido, sir Percy! Estoy encantada de tenerlo con nosotros, aunque no sepa a que debo tanto placer. —Asuntos del rey, Milady. Y finalmente han sido resueltos. —Que bien, sir Percy. Insisto para que ocupe un lugar a mi lado en la mesa. Así podrá contarme las novedades de la corte. Mellyora se movió por el salón con encanto estudiado. Conversó con Donald respecto a la comida. Le contó a Percy el coraje de Ewan en el ataque a su llegada a la isla. Se sentó en la mesa entre Percy y Ewan y coqueteó con los dos. Rozaba sus dedos con los de Ewan al tomar su copa y luego se disculpaba por tomar la copa equivocada. No podía controlar las ganas de sobresalir y llamar la atención de todos. Cantó con Hamlin, bailó, tocó el laúd, bromeó y rió. Waryk la observaba con semblante ceñudo. En algún momento, Percy se acordó del regalo que había traído para Waryk. Una pequeña replica de una nave vikinga hecha en oro. Un regalo de Daro. —¡Qué maravilla! —Mellyora exclamó—. Daro y Anne ya están casados. —Si Milady, pero no están en la corte. Daro llevó a Anne a la isla de Skul, donde se han casado hace más de dos días. Presencié la ceremonia vikinga, representando al rey David y luego vine directamente para acá. Los dos están muy felices y agradecidos a Lord Waryk, pero Daro planea volver pronto a Stirling. —¿Y cuál es el otro tema que lo trajo a Blue Isle, sir Percy? —Todo ya fue resuelto entre nosotros, querida mía —Waryk cerró el tema con rispidez. —Perfecto. —Mellyora se levantó, bajo la mirada atenta de los demás—. Que tenga buenas noches, sir Percy. —Yo te acompañaré hasta tu cuarto —Waryk se ofreció. —No te preocupes, marido. Ewan puede hacer eso. No quiero que dejes de tratar problemas tan importantes por mi causa. Ruborizado, Ewan se puso de pie y siguió a Mellyora quien, sin esconder su furia, dejó el gran salón. En la puerta de sus aposentos, lo besó rápidamente en el rostro. —Perdóname. Después de la muerte de mi padre, ya no soy la misma. Entró en el cuarto y golpeó la puerta. Jillian le sirvió vino caliente y preparó un baño. Cuanto Waryk llegó, ella lo ignoró, pero notó que él también tomaba vino. Salió del baño, se secó delante

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de la chimenea, se puso la camisola por la cabeza, dejó la antecámara y se acostó bajo las mantas de espaldas a su marido. No era una noche igual a las otras. Waryk la volvió con fuerza. —No puedo castigar a Ewan por el comportamiento inadecuado de mi esposa —susurró rudamente—. Pero te lo advierto, si esto se vuelve a repetir, te haré pasar vergüenza delante de sir Percy. Así él entenderá que no tolero cualquier tipo de libertad por parte de mi esposa. —¡Excelente! —Furiosa, Mellyora intentó soltarse mientras contenía las lágrimas—. El afamado caballero del rey, el Lord que tomó el lugar del gran Adin, ¡planea azotar a su esposa! Si la apretase un poco mas, le quebraría los huesos. Mellyora jadeaba y tuvo la impresión de que estaba desnuda, contra el cuerpo de Waryk. Temblorosa y enfurecida, sentía el calor y la fragancia sensual de la piel de Waryk. Además de la masculinidad latente. —Compárame una vez mas con tu padre, Milady, y sabrás como se comportó él al llegar a esta isla. Waryk la soltó de repente y Mellyora sintió frío. Él salió de la cama y se vistió. —No entiendo... —¡Claro que no! ¡Los cuentos y las leyendas no logran esconder la verdad del mundo! El vikingo Adin atacó Blue Isle. Mató, robó y violó mujeres. Pero se quedó aquí y se casó con tu madre. —¡Eso no es verdad! —Lo es, Milady. Waryk salió y golpeó la puerta. Mellyora se levantó y se puso una bata. Se dijo a sí misma que Adin se había apoderado de la isla, pero que se había enamorado de su futura esposa. Y los dos se amaron hasta la muerte. Salió del cuarto y fue al gran salón. Al ver a su marido, se dio la vuelta en dirección opuesta. Waryk se sentó en la poltrona de cuero y madera delante de fuego. Los perros se acomodaron a sus pies. Mellyora lo ponía al borde de la locura. Ella se esmeraba en encantar y seducir a todos, solamente para provocarlo. Y él, el gran Lord León no se atrevía a tocarla. Escuchó un ruido. Empuñó el atizador y se giró. Era Jillian. —Lord Waryk... —¿Si? —la cabeza le latía y soltó el instrumento de hierro. —Milord, este es su hogar. No tiene por qué temer a las personas que lo rodean. —Jillian, vengo luchando hace mucho tiempo y tengo motivos para temer enemigos. —Tal vez ellos sean muy pocos. —Puede ser. Pero, ¿qué te trajo aquí? —Perdóneme Lord Waryk, pero creo que podré cambiar algo. —¿Ah...? —Milord —Ella tosió, intimidada—. Ya hace mas de un mes que Milord conoció a Mellyora. Waryk la miró intrigado. Jillian estaba dividida entre su fidelidad a él y a su ama. —¿Entonces? —Waryk fingió estar desinteresado. —Milady no está embarazada. Con su permiso, Milord.

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Jillian se apartó rápidamente. *** Mellyora fue hasta la capilla donde se encontraba la cripta con los restos mortales de su madre y de los antepasados de ella. El lugar era pequeño y simple. En los bancos no cabían mas de veinticinco personas. Miró la cruz celta de oro colgada en el altar. Vaciló antes de descender la escalera caracol que llevaba a la galería subterránea. Escuchó un ruido y se estremeció. —¿Hola? ¡Puedes salir! Con temor, ella se volvió. —¡Waryk! —Gritó nerviosa. Con los brazos cruzados, él la observaba con la mirada estrechada. —¿A quién esperabas encontrar aquí? —¿Qué? —¿A quién estabas llamando? —A nadie. Waryk gritó un insulto y Mellyora retrocedió, asustada. Él avanzó con pasos largos y una mirada fulminante. —¿Entonces por qué viniste aquí? —Para... para... ver la sepultura de mi madre. Waryk se paró a pocos centímetros. Ella pensó en subir a la plataforma donde estaba el altar. —¿En medio de la noche? ¿Para preguntarle si su marido no fue un conquistador bárbaro y despiadado?. —¡Puede ser! —¡Mentirosa! Mellyora abrió la boca para responder, pero Waryk no le dio tiempo. La capturó, entrelazó sus dedos en los cabellos sueltos y la besó con salvajismo. Ella entreabrió los labios y Waryk invadió el espacio desconocido con la furia de su lengua ávida. A pesar del fuego que la seducía, Mellyora luchó para soltarse, pero sólo consiguió apartar los labios. —¡Para, estamos en una capilla! —ella susurró. —Entonces confiesa tus pecados, Milady. ¿A quién estabas esperando? —¡A nadie! —¡Continuas mintiendo! —Waryk tiró de sus cabellos, como si desease castigarla—. Sé que habías establecido un encuentro aquí. Tonta. Acabarás siendo responsable por la muerte de muchos hombres. Indiferente a las protestas de su esposa, Waryk la levantó y la lanzó sobre su hombro. Atravesó la nave de la capilla sin inmutarse con los gritos y los golpes que recibía en su espalda. Waryk entró al cuarto, atrancó la puerta, echó a Mellyora en la cama y se extendió sobre ella. Estaba furioso consigo mismo por desearla tanto. Los ojos rojos por el vino bebido le daban un brillo demoníaco. Mellyora volvió con a protestar una vez más y, una vez más, fue consumida por el fuego del beso de él. Al fin, cedió a la fuerza avasalladora de los labios y de la lengua de su marido. Perdió la razón y la voluntad de resistirse. Waryk le arrancó la bata y la camisola. Las caricias la atontaron tanto como sentir el contacto de su piel caliente en la suya. Sensaciones conflictivas la invadieron. Necesitaba huir de allí, gritar y, al mismo tiempo, quería quedarse. Se agarró a

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Waryk y le arañó la espalda. Y lo que sucedió fue increíble. Mellyora pensó que iba a estallar en un mar de llamas. Nada se asemejaba a las emociones y sensaciones que la invadieron. Ni siquiera el dolor inicial empañó el placer del mundo nuevo que él la estaba ayudando a descubrir. Waryk se acostó de espaldas y Mellyora sintió frío. Aún dolorida, le gustaba ser abrazada y acariciada por su marido. —Lo siento mucho —Waryk dijo, después de algún tiempo—. Pero fue tu culpa... —¿Mi...? —Milady te metiste en un juego muy peligroso. Me provocaste, te escapaste en mitad de la noche y me mentiste. —¡No! —Mellyora mintió—. Te dije la verdad y tú no me creíste. —Estaba equivocado. Por suerte. Pues me gusta mucho Ewan. Mellyora se levantó lista para abofetearlo, pero Waryk le sujetó las muñecas. —¿Qué pasa, Milady? —¡Deberías estar feliz por haber descubierto que tu esposa no te mintió! —¡Ah! —Waryk la acostó de espaldas y se extendió sobre ella—. Tú preferirías vernos pelear. —¿Me haces el favor de salir de encima mío? Él sonrió. —¿Qué es tan gracioso? —Nada. Sólo que esto es agradable. —Waryk, quieres hacer.... Él volvió a besarla. Pero esta vez con más delicadeza y erotismo. Mellyora quería mostrarse indignada, pero el fuego interior volvió a consumirla. —No quería lastimarte. Mellyora le tocó los hombros y sintió las cicatrices. Le gustaría oír la historia de cada una de ellas. —Espera un poco. Nosotros... —Ya fuimos presentados, querida mía. Ahora necesitamos conocernos un poco mejor. Llegué a admitir mi locura, cuando acordé en casarme con vos. Después de todo el rey me había ofrecido Blue Isle bajo cualquier circunstancia. Pero las tierras sin la carne y el corazón acaban por secarse. —Pero eso es doloroso... —Tonterías, querida, estás de vuelta en tu hogar y continuas estando rodeada por tu pueblo. —Pero yo.... —Lamento mucho, Milady, que tuvieras que quedar atada a un normando decrépito y miserable como tu marido. Pero prometo que me esforzaré para volverme un hombre mas aceptable. —Tú no me escogiste. Yo sólo soy el acompañamiento de las tierras de Blue Isle —ella le recordó. Waryk sonrió con sinceridad, sin intención de burlarse. —¡No seas modesta! Esta noche, cuando te vi seducir a todos los hombres del castillo, entendí que siempre tuviste consciencia de tu propio poder. Sabes que eres una mujer bellísima y que podrías destrozar corazones. —¿Te parece? —No soy ningún tonto, Milady. —Cierto, pero no querías casarte conmigo.

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—No será un castigo tan terrible. —Me confieso halagada con esa declaración. —¿Estás poniendo en duda mi deseo? —Waryk se echó sobre las almohadas—. En verdad, no me entusiasmé mucho con la idea de una unión contigo, porque aprecio mucho mi propia vida —declaró maliciosamente—. No es un secreto para nadie que decenas de hombres pidieron tu mano a Adin y después al rey. —Porque ambicionaban Blue Isle. —Es cierto que las tierras son importantes, pero el alma de estas tierras.... Waryk volvió a besarla y Mellyora se olvidó que él era odioso. Pensó en protestar, pero... ¿para qué? Si tenía la habilidad de agradarlo y ese placentero hormigueo la invadía cuando él la tocaba... ¿para qué negar la atracción que sentía por su marido? ¿Sólo porque él se había apoderado de su vida y le había dado una nueva dimensión? La cuestión en ese momento era irrelevante. Necesitaba respirar. Inspiró profundamente y hundió sus dedos en los cabellos de Waryk, mientras sentía el calor de su aliento sobre su piel y sus caricias íntimas. —Milady, no es justo que dudes de mi deseo por ti —él susurró entre besos. Mellyora cerró los ojos y se entregó a las manos expertas de Waryk. Waryk acarició su espalda y apretó con su mano poderosa las nalgas perfectas de ella. La sintió contraerse involuntariamente y continuó apretándola contra sí. Ella abrió un poco las piernas. Instintivamente, Mellyora descansó su pelvis contra el muslo musculoso. Apretó su entrepierna contra él, descubriendo las primeras sensaciones de un nuevo placer mientras se frotaba suavemente contra él. Sintió su virilidad presionar contra su vientre. Ella separó un poco su cuerpo hacia atrás y su pequeña mano rodeó el miembro masculino. Waryk jadeó ante la súbita oleada de placer. Un fluido pegajoso emanó sobre la mano de ella. Mellyora lo deseaba. Tiró su cabeza hacia atrás buscando otro beso. Ella enlazó su brazos alrededor de su cuello. Waryk metió su mano entre las piernas de ella y acarició el suave montículo femenino. Luego probó mas adentro. Sus dedos encontraron el canal, humedecido con rocío femenino. Suavemente probó más profundamente. Entre dientes, Mellyora murmuró un suave "hmmm" mientras respondía a un nuevo placer. Ella se inclinó sobre él, llevando su dedo aún mas profundamente. "Ohhh", ella gimió, mientras el placer crecía. Se meció levemente y volvió a suspirar, su cuerpo respondía aún mas intensamente. Ella buscó de nuevo el pene de Waryk, determinada a devolver el placer que recibía. Continuó meciéndose mientras acariciaba su miembro hasta que los gemidos de Waryk le hicieron saber que su gratificación estaba aumentando. Waryk usó su mano libre para alcanzar unos de sus pechos, inclinó su cabeza y lo besó, luego frotó su dedo pulgar contra el pezón erguido. Un pequeño chillido de deleite se escapó de la garganta de Mellyora. Podrían haber continuado así durante horas. Las sensaciones eran tan nuevas y exquisitas, que era un pecado detenerlas. Waryk sintió su urgencia crecer y supo que había llegado el momento de consumar el matrimonio. Miró a su esposa, perdida en el placer, meciéndose y frotándose contra su muslo, sosteniendo su erección. La besó nuevamente, soltó su pecho y sus nalgas. Se miraron acordando tácitamente que el momento había llegado. La cabeza de Mellyora estaba apoyada sobre la almohada, su cabello

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formando un halo alrededor de su rostro. Ella sonrió serenamente, él la miró, absorbiendo su belleza. Mellyora dobló sus piernas, y luego separó los muslos preparándose para él. Waryk sintió una oleada de lujuria invadirlo en respuesta a su invitación. Ella extendió sus brazos buscándolo. Sintiendo lujuria y amor al mismo tiempo, Waryk se posicionó entre sus piernas. Su miembro apuntando a la abertura femenina, pero sin tocarla. Él se arrodilló, sus brazos soportando su peso. Se inclinó, depositando besos en sus pechos, luego en su pezones. Sintiéndolos duros, los succionó; ella gimió deleitada. El aroma femenino lo excitó aún mas. Se besaron, larga y lentamente, con los ojos abiertos. Inclinándose hacia adelante, Waryk tocó con su pene la esencia femenina. El punto de contacto era cálido y húmedo. Fue más adelante, sintiendo la cabeza de su miembro deslizarse dentro de sus labios. Mellyora lo sintió dentro suyo, tan cerca de la barrera de su virginidad. Era una nueva sensación de plenitud. El acarició suavemente su clítoris. Waryk entró mas profundamente, encontrando ahora su himen. Ella contuvo la respiración ante la presión; Waryk retrocedió. Luego presionó hacia adelante nuevamente, y repitió el proceso de retirarse y entrar. Con cada movimiento, el placer de Mellyora se intensificó. El deseo se acumulaba dentro de ella. Y una sensación creciente amenazaba con desbordarla. Waryk percibió el placer de ella, y se deleitó con eso. Pero su urgencia por derramarse dentro de ella prevaleció. Mientras chocaba con la barrera del himen, buscó una manera de atravesarlo suavemente, para poder avanzar en la exploración de su esposa. Era extraño pero se negaba a embestir crudamente, atravesarla rudamente para saciar su apetito carnal. No quería romperla; quería abrirla. Hacerlo de otra manera hubiera violado la ternura con la que ella se estaba entregando. Envuelta en una nube de placer, Mellyora sintió su reticencia a avanzar. Las suaves embestidas y las caricias en su centro femenino, la estaban llevando a un nivel de excitación que no quería perder. Pero la dulzura y el cuidado de Waryk demoraban el cumplimiento de su unión, ahora casi realizada. ¿Cómo estimularlo a proseguir? Mellyora gimió, y enlazó una pierna en las caderas de Waryk. Eso le aseguró a él que ella estaba gozando… Waryk comenzó con embestidas mas fuertes, y Mellyora volvió a mostrar su deseo. Arqueó su cuerpo para ir a su encuentro. Waryk gimió su aprobación, comenzó a atravesar el himen. Waryk esperaba resistencia de su esposa, pero Mellyora enlazó las dos piernas alrededor de sus cadera, y empujó su pelvis hacia arriba. Sintió la membrana rasgándose y su miembro entrando más profundamente en ella. El dolor fue breve, y Waryk recibió la señal de proseguir cuando ella lo abrazó. Mellyora respiró jadeando, sin decir nada, pero respondiendo con sus propias embestidas. La consumación estaba completada y Waryk se sintió libre de dar rienda suelta a su lujuria. Las embestidas aumentaron en ritmo y tiempo. Finalmente, Waryk la sintió contraer sus músculos alrededor de su miembro y se derramó dentro de ella gritando su liberación. Waryk suspiró, se acostó a su lado y la abrazó. —El premio —se expresó con suavidad— vale cualquier batalla. Ah, Dios. Debo tener cuidado con lo que digo. Por ejemplo, no debería confesar que mi esposa es fascinante, pues Milady está casada con un viejo normando viejo y asqueroso.

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Mellyora notó su expresión provocadora y tuvo que sonreír. — No eres tan repulsivo. —¡Ah, tanto aliento me conmueve! —Bien, por lo menos tienes todos los dientes y están bastante sanos. —Pero después de esta noche, tal vez me quede sin cabellos. Mellyora se dio la vuelta avergonzada. Waryk se rió y la besó nuevamente. *** Esa noche, ella casi no había dormido. Lo que no le molestaba en absoluto. En verdad, Mellyora no se atrevía a admitir que el matrimonio con Waryk se había convertido en algo tan intenso y maravilloso. Mellyora caminaba por el castillo en estado de euforia. Había dormido hasta tarde, luego había cuidado de los heridos en el continente y había conversado normalmente con sir Percy en la mesa de la cena, aunque no logró esconder su inhibición ante Ewan. Temía que quienes la rodeaban descubriesen lo que le había renovado la energía y lo que le daba optimismo respecto al futuro. Al mismo tiempo reconocía que nadie podía imaginarse que el matrimonio no se había consumado en la primera noche. Phagin llegó a hacer comentarios sobre la alegría y la buena disposición de Milady en los últimos días. Mellyora sólo sonreía. Continuaba mostrando sus encantos, pero siempre al lado de su marido. A Waryk le gustaban sus provocaciones, aunque no decía nada en público. Pero la manera efusiva con que la tomaba en sus brazos cuando llegaban a los aposentos era de por si elocuente. Mellyora estaba feliz. En varias ocasiones un extraño temor la asaltaba. En otras, estaba feliz de despertar al lado de él y de estar en sus brazos. Dos semanas después de la llegada de Sir Percy, Mellyora fue a caminar por los muros, después haber tomado el desayuno en el gran salón. Desde arriba vio a sir Percy en las colinas con Waryk, observando el entrenamiento de los guerreros. Calculó veinticinco hombres montados en caballos de batalla. Armados con mazas, corrían por el campo en ejercicios individuales para acertar la cabeza de un muñeco de paja. ¡Ah, si las batallas fuesen siempre sin sangre! Sir Percy venía comportándose con dignidad y entretenía a todos con sus historias interesantes. Igraína, la hermana de Ewan, era invitada a las cenas que se habían tornado eventos agradables. Mellyora entendía que la venida de sir Percy se debía a una misión. Waryk sería llamado de vuelta al servicio del rey. Durante las reuniones para la cena, hablaban mucho sobre el monarca. Hallaban natural que David apoyase a Matilde en la cuestión inglesa. Matilde era su sobrina pues su hermana, Maud, había sido la primer esposa de Enrique y había sido muy amada por él. La reina Maud, la Bondadosa, había renovado los caminos romanos, construido iglesias y había una mujer muy devota. Había lavado y besado los pies de los mendigos en la iglesia y había enseñado lecciones de humildad. Le había dado dos hijos a Enrique. Matilde y William, llamado así por su abuelo, William el Conquistador. William había muerto en un naufragio y Stephen, también nieto del Conquistador, había logrado tomar el trono de Inglaterra. Matilde había gobernado sólo ocho meses y, a pesar de los

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acuerdos, la anarquía en el pueblo prevaleció. Waryk alegó que no le agradaban los intentos de Enrique de extender las fronteras. Sentía que era mas importante fortalecer y unificar Escocia. Los reyes de Escocia ya habían prestado homenaje a los reyes de Inglaterra. Y bajo su punto de vista, los escoceses estaban en desventaja cuando se establecía el caos en Inglaterra. Sir Percy hacia especulaciones sobre la presente situación. La esposa de Stephen también era su prima e igualmente se llamaba Matilde. Se decía que mientras la emperatriz y Stephen luchaban por el poder en Inglaterra, también vivían un tórrido romance. Y que Enrique, el hijo de Matilde de su segundo casamiento con Godofredo de Anjou, era en verdad hijo de Stephen. Pero cuanto más Enrique crecía, más se parecía a su abuelo, William, el Conquistador. Mientras, la gente comentaba que Inglaterra se tornaba un país sin ley. Waryk continuaba entrenando jóvenes caballeros. El hijo del herrero, que había planeado servir a la Iglesia, había sido convencido de abandonar su vocación. Los tres hijos del pedrero fueron retirados de sus tareas y llevados a ejercitarse con las espadas. Lo mismo sucedió con hijos de agricultores, artesanos, siervos y otros. Sir Percy continuaba rehusándose a dar explicaciones sobre los motivos de su venida a Blue Isle. Mellyora sabía que Waryk, si fuese convocado, tendría que seguir las órdenes del rey. Le parecía una tontería que nadie pudiera comentar al respecto. Decidida a descubrir algo, Mellyora resolvió ir hasta el campo de entrenamiento. Volvió a sus aposentos para buscar una capa. Se paró en la puerta, al escuchar voces. —¿Los otros lo saben? —Igraína preguntó. —Bien, fue sir Percy —Jillian respondió —, quien vino con la noticia. Angus, que siempre sabe todo y... Ewan, que tiene la responsabilidad de defender la isla. —Tal vez Mellyora no lo sepa... —Y no hay nada que hacer. Mellyora empujó la puerta y entró. —Saber qué, Igraína? Igraína empalideció, muda. —¿De qué se trata, Jillian? —Mellyora la miró con rabia—. ¡Jamás te perdonaré por tomarme por ciega e idiota! —Waryk tendrá que partir —Jillian explicó. —Eso es obvio. ¿El rey lo convocó? Ellas no respondieron. —¿Qué está ocurriendo? —Mellyora gritó. —David pretende invadir Inglaterra —Jillian habló en voz baja. —Eso no me sorprende. —Sir Percy y Lord Waryk son amigos de Lord Peter de Tyne cuyos dominios están situados en la frontera inglesa. Harán una visita a Tyne, con la idea de sugerirle que acepte un nuevo soberano, el rey David de Escocia. Mellyora Sintió un aprieto en el estomago. Waryk partiría al encuentro de su amante inglesa, Eleanora de Tyne. —Mellyora, Lord Waryk tendrá que cumplir las órdenes del rey. —¡Qué interesante! —ella gritó, enfurecida—. Yo amaba a Ewan, Waryk

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llegó aquí y amenazó la vida de él. Yo podría hacer lo mismo, verdad? —Mellyora, por favor —Jillian le sujetó el brazo. —¡Suéltame! Mellyora salió corriendo, se dirigió al establo y escogió a Dabney, uno de los grandes caballos de batalla. Pidió que lo ensillasen y fue a la colina donde los hombres se ejercitaban. —He visto hombres expertos que en un momento de descuido fueron alcanzados por la furia de un simple agricultor —Waryk hablaba, montado en Mercury—. Los mejores equipamientos tienen sus puntos débiles. Es necesario reconocer las debilidades de sus oponentes. Los enemigos no son muñecos. No deben ser subestimados, ni sobreestimados. En caso de un contrincante mucho mas fuerte, retroceder es una estrategia mejor que una confrontación sin esperanza. Mellyora había llegado por detrás y, al verla, Waryk no pareció estar satisfecho. —Vean a mi esposa, camaradas. La hija de un vikingo, bien entrenada y confiada. Cree que, con su espada, puede derrotar a un guerrero. —Milord, yo ya me defendí en varias ocasiones y podría hacerlo nuevamente. —Milady —Ewan afirmó —, ¡recuerda que nosotros estamos preparados para defenderte! Mellyora quedó aún mas resentida al ver que hasta Ewan se volvía contra ella. —Me sensibiliza la lealtad de todos ustedes. Pero he descubierto que no siempre se puede contar con la presencia de un guerrero para defenderme. —Mi adorada esposa, mientras permanezcas en el interior de las murallas del castillo, ningún peligro te tocará. —Es difícil decir donde una amenaza puedes esconderse. —¡Pero Milady siempre tuvo un escolta! —Brett MacKinny alegó—. ¡Poder defenderse es una cuestión de tamaño físico! —No siempre, Brett. No siempre. —Mellyora se aproximó a Ewan—. Ewan, préstame tu escudo. —Mellyora... —Ewan, por favor, ¡ahora! Él obedeció y Mellyora tomó también su lanza. —Tu marido me va a clavar esa cosa en el corazón —Ewan le susurró. Mellyora lo miró con ironía y verificó que la punta de la lanza estuviese protegida para los ejercicios. Giró con su caballo y desafió a Brett. —¡Vamos ver si tu tamaño afecta el resultado de un combate! —No, Milady, no puedo...—. Brett protestó. —¡Si no te defiendes, la ventaja será mía! —Mellyora! —Waryk le advirtió. Ella lo ignoró y los demás se apartaron. Mellyora retrocedió hasta la distancia exigida y embistió. El caballo de ella era experto y temerario. El caballo de Brett lo traicionó en el momento del impacto. Mellyora se mantuvo en la silla de montar y Brett cayó. Se oyeron aplausos para ella y gritos en defensa de Brett. —¡Milady, Brett jamás la derrumbaría!

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—Entonces será mejor tener cuidado de aquí en adelante —ella afirmó, con el mentón erguido. Desmontó, soltó la lanza y escogió un arma del arsenal que había sido traído al campo. Con un escudo en la mano izquierda y la espada en la derecha, caminó en dirección a Brett. Se imaginó que Waryk, aunque fuese un excelente entrenador, todavía no había tenido tiempo de enseñarle a Brett los rudimentos de la esgrima. Brett perdió la espada en el cuarto golpe. Cayó sobre una de sus rodillas y levantó el escudo para defenderse del golpe final. —Milady... Mellyora se dio vuelta, presintiendo la llegada de Waryk. —Una lección mas. —Waryk la miró con rabia—. en una batalla, raramente hay sólo un enemigo. ¡El triunfo ante uno no evita que puedas ser herida por otro enemigo! —¿Así es la vida, verdad? Siempre hay alguien dispuesto a apuñalar por la espalda. —Mellyora, ¡no me subestimes! —¡No me tomes por idiota, Waryk! Mellyora se giró hacia él, furiosa. Era lo que Waryk esperaba. Con una serie de golpes, fue forzada a agacharse y a levantar el escudo para defenderse. Ella se levantó de repente y lo desvió. Mellyora atacó a Waryk y lo acertó en el hombro. Waryk se tambaleó y retrocedió para recuperar el equilibrio, ignorando el dolor en el hombro por el peso del arma. —Milady... Waryk bajó el brazo, sacó la espada de la mano de ella, y dejó las armas en el suelo. —Si yo quisiese, Milord, serías hombre muerto. —¿Es una amenaza? —No tengo ningún arma. —Pero existen muchas por ahí, ¿verdad? —Y también hay peligros —Mellyora insistió. Se oyeron nuevos aplausos. Waryk asintió con un gesto de cabeza. Le pidió a Angus y a Ewan que prosiguieran con el entrenamiento. Levantó a Mellyora, la sentó encima de Mercury y él montó detrás. Volvieron al castillo. Atravesaron el gran salón y subieron hasta el segundo piso. En los aposentos de ellos, Waryk fue hasta la chimenea y se calentó las manos sin dejar de mirar a su esposa que lo encaraba en un desafío. —No sé que tienes que decirme. Pero si insistes en comportarte de manera irracional, me veré obligado a encerrarte en el cuarto. Y sin mi permiso, ¡no podrás poner un pie afuera! —¿Qué? —Milady acabas de arriesgar tu vida... —¡Ninguno de ellos me habría matado! ¡Tú lo entrenas diariamente y nadie ha muerto! —Siempre hay riesgos, aún en un entrenamiento. —¿Y tú? —Yo me arriesgo solo. —¡Yo también! —Y si hubiera un bebé.... La furia se transformó en desaliento. Angustiada, Mellyora reflexionó que habían vuelto al punto de partida. Waryk no la había elegido. Ella había venido

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a él en un paquete junto con la propiedad de Blue Isle. Su importancia se restringía a un único objetivo. Dar a luz a el hijo legítimo de él. —Tengo una tarea por delante. —Ir a Tyne. —El rey.... —¡El rey ordenó que fueses a Tyne! David está preparándose para invadir Inglaterra y.... —Peter de Tyne es un amigo de hace mucho tiempo. La propiedad de él será la primera en caer bajo el dominio de David. Pretendo darle a Peter la oportunidad de jurar obediencia al rey, antes que David me mande con tropas para tomar su propiedad. —¡Qué generoso! Sir Percy te avisó que tu querido Peter estaba en peligro. Por eso, está entrenando una tropa para llevarla a Tyne. ¡Peter será notificado de su situación con toda educación y todo acabará bien! —Así es. —¿Y en cuanto a la hermana de tu querido amigo? —¿Qué pasa con ella? —Milord es quien tiene que responder. —No entiendo el por qué de esta irritación. Muchas veces pensé que te alegraría que yo abandonara tu preciosa isla. —¿Entonces porque no te vas pronto? —Mellyora, tengo que partir por orden del rey. —Perfecto. —Y será una cuestión de honor pasar antes por Tyne y avisar a mi amigo. Mellyora se dio la vuelta y fue hasta la puerta, pero Waryk la agarró por el brazo. —Si tienes que partir, ¡hazlo de una vez! ¡Ve al castillo de tu amante! ¡Y déjame en paz! ¡Saca tus manos de mi cuerpo! Waryk la soltó pero le impidió pasar, con los brazos cruzados a la altura del pecho. —¡Es eso lo que deseas? —¡Lo es! ¡Déjame salir! —Voy al castillo de un amigo sólo para evitar una matanza, pues no hay modo de convencer a David de no invadir Inglaterra. Las batallas serán numerosas y muchos morirán. David no podrá retroceder y las posibilidades de victoria son mínimas. Sólo quiero salvar a un amigo. —Y después de reírte y beber con tu viejo amigo, ¡correrás a los brazos de tu amante! Fue Waryk quien salió del cuarto y golpeó la puerta. *** Ewan estaba ansioso para ver a los abuelos que lo habían criado. Aprovechó la marea baja y fue hasta una de las cabañas del continente, donde vivían con Igraína. —¿Vas a partir con Waryk? —Igraína preguntó. —Me quedaré aquí. —Ewan notó la mirada reprobatoria de su hermana—. Igraína, te aseguro que no voy a perseguir a Mellyora. —Mellyora es mi amiga y sé que siempre te amó. —No voy a mentirte, yo todavía la amo. Pero desde que Adin murió, tuve la

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certeza de que el rey no permitiría nuestro casamiento. Afortunadamente la elección de marido del rey fue adecuada. Lord León es ideal para Blue Isle. —Lo sé. Lord Waryk es un guerrero valiente. Le estaré eternamente agradecida por haberme salvado. Ewan, Mellyora está preocupada por la partida de Lord León. —Mellyora debe estar furiosa porque Waryk va al encuentro de su amante. —Ella me amaba. —Amaba. —¿Y ahora? —Mellyora tiene un gran afecto por mí. Jamás me perjudicará. —Espero que estés en lo cierto. —Igraína, las cosas cambiaron. Mellyora ama a su marido. —¡No lo creo! —Ah, las mujeres son ciegas. *** Ulric Broadsword contempló la isla protegida del agua por una escollera de rocas, colinas y peñascos. En el castillo erigido bien en lo alto, las velas y las antorchas brillaban reflejándose en el agua, y las torres parecían alcanzar el cielo. Blue Isle le pareció una joya en medio del mar dorado. Sabía que sus aliados normandos creaban pánico en la frontera y que esperaban más resultados de su parte. En verdad, sus ideas eran excelentes, pero los ataques tuvieron poco efecto. Infiltrarse en el campamento de Daro había sido un golpe brillante, pero la hija de Adin había escapado gracias a las enseñanzas de su padre. Tendría un gran placer en azotarla o cortarle su bello cuello. A pesar de sus enormes ganas de capturar a Mellyora MacAdin, deseaba más que nada la caída de su mayor enemigo. Adin se había apoderado de Blue Isle que, como tantas islas de Escocia debería continuar bajo el poder de los vikingos. Se lamentó por sus infortunios. Había perdido a la hija de Adin y un buen número de hombres. Había planeado un ataque para destruir la parte continental de Blue Isle y Waryk había llegado a tiempo de abortar el ataque. Pero la suerte había vuelto a ponerse de su lado. El gran Lord León iría al encuentro de su amigo inglés para convencerlo de aceptar el dominio de David.. Atacar a las tropas de Waryk sería un suicidio. Lord León había aprendido tácticas de batalla de sus ancestros celtas. Sabía usar los bosques y los despeñaderos. Conocía el momento apropiado de atacar y de retroceder. No caía en trampas. Cualquier ataque al continente sería visible. Lord león había hecho levantar una torre desde donde centinelas observaban el mar y los movimientos en las colinas. La impotencia lo enfurecía. Se acordaba de las historias de su padre sobre la violencia de los vikingos. Las personas gritaban, aterrorizadas, al ver los barcos vikingos. ¡La furia vikinga! Los monjes rezaban, las mujeres lloraban, los hombres morían. Las iglesias eran saqueadas y las monjas, violadas. Se llevaban lo que querían o conquistaban las tierras. Blue Isle había sido conquistada por un vikingo y debería continuar siendo una propiedad vikinga... Han se le aproximó. En la fuga del campamento de Daro, se había quebrado uno de sus pies y todavía rengueaba. Había sido herido en el ataque a la aldea

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de Blue Isle y no le agradaba la localización del campamento actual, al norte de la isla. —El rey escocés comenzó a moverse, según las noticias que llegaron del sur. Planea atacar Tyne. Como vos no lograste nada allí... Ulric lo miró con rabia. —Tyne no es nada. —Tyne está ubicado en una buena región, tiene un buen castillo con excelentes fortificaciones. Cualquier pedazo de suelo que pueda ser tomado en nombre de Stephen es valioso. Permaneceremos en la historia como aliados de un rey que prevalecerá sobre una reina. Los normandos siempre apoyan la herencia por la línea masculina. Si la historia nos condena, Stephen nos recompensará, con venganza y premios. El castillo de Blue Isle quedará debilitado con la partida de Waryk. Si todavía estás interesado en capturar a Mellyora MacAdin... —Ahora mas que nunca. —El odio acumulado a lo largo de los años hervía. ¡Ah, tomar lo que mas deseaba! Ulric lanzó una carcajada. —Puedo llegar a entender tus motivos, Ulric, pero algunos de los hombres comienzan a desconfiar de tu sensatez. Somos guerreros. Luchamos por el poder, por lucro y por tierras. —¡No entiendes nada! ¡Waryk mató a mi padre! Y esos malditos escoceses se apoderaron de todo. Las tierras de los Macnee deberían haber quedado para nosotros, los MacInnish deberían haber muerto y todas sus riquezas serían nuestras. —Tenemos que tener más cuidado. Estamos perdiendo muchos a hombres. —Encontraremos otros. —Ah, si. Traemos mas vikingos, pero no será suficiente. Si convocamos a campesinos normandos, alguno de ellos acabarán traicionándonos. Y cuando la causa de los ataques sean conocidas, el ejército del rey caerá sobre nosotros. —No seremos descubiertos, Han. —Un herido abre la boca con rapidez. —Ningún hombre hablará, sabiendo que su muerte traerá recompensas a su familia. La traición causará la muerte de sus hijos, de su mujer y de los parientes. —Vaciló pensativo—. No podremos prescindir de Mellyora MacAdin. —La fortaleza es impenetrable. Tal vez ella acompañe a su marido en el viaje. —No lo creo. Ella no quería casarse con él. Quedará aliviada con la partida de Waryk. —¿Crees que Waryk la dejará en Blue Isle? —Si, Él va al encuentro de su amante. No la llevará. Escucha, Han. Las murallas son inaccesibles. Pero Mellyora será atraída fuera de los muros.... ¿Dónde está acampado Daro en este momento? —A unos ochenta kilómetros al este. Él ha sido huésped del rey en varias ocasiones. Creo qué recibirá mas tierras cerca de Stirling. —Él se casó con Anne. —Si. —Tal vez debiese hacerle una visita a mi querido primo. —Pues todavía creo hay una posibilidad de que Mellyora acompañe a su marido.

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—Encontraremos un modo para que eso no suceda. —¿Cómo? —Dos hombres pueden tener mas éxito que un grupo. —¿Tendremos que matar...? —No. Sólo herir. Y lanzar las semillas de la duda y la sospecha. ¡La dama no partirá! —Ulric pasó los brazos por los hombros de Han—. Cuando no se puede derrumbar los muros desde afuera, se debe intentar hacerlo por dentro. Encontraré una manera de tomar a Mellyora y de acabar con el hombre que mató a mi padre. Seré el amo de Blue Isle. Juraré fidelidad a un rey vikingo y viviré en paz con Stephen. David de Escocia tendrá que pagar un impuesto para viajar por su propio país. Waryk morirá, pero no inmediatamente. Él verá a su mujer convertirse en mi amante y sabrá que ella está embarazada. Mataré a esa criatura muy lentamente después de apoderarme de la isla. —Es necesario tener cuidado... —Lo sé. Waryk es un guerrero feroz. —No estoy hablando de él, sino de Mellyora. —Nunca le daré a ella la oportunidad de matarme. Tal vez exista una manera de acabar con él después de hacerlo creer que ella lo traicionó. Después de todo es la hija de un vikingo.

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Capítulo X

Mellyora permaneció hasta el anochecer en la colina donde su padre estaba enterrado... Siempre había pensado que podría forjar su propio mundo como su padre había hecho. Pero el rey le había quitado esa posibilidad. Escuchó el ruido de los cascos de Mercury y se puso de pie. No esperaba que Waryk viniese a buscarla. Él se aproximó y la miró. Para disimular la ventaja de la altura de él sobre su caballo enorme, ella acarició el hocico de Mercury quien sacudió la cabeza satisfecho. —Milady, estás de nuevo entre los muertos. Irritada ella levantó la cabeza. —Aún antes de la muerte de mi padre, yo venía aquí con frecuencia. Me gusta la belleza de este paisaje. —Si, pero estás entre los muertos —Waryk repitió. —A veces, ellos son mas agradables que los vivos. —Ellos no pueden discutir, verdad? O acaso crees que Adin se levantará de la tumba para apartar las maldades de esta tierra? Mellyora suspiró. —Es una pena que él no pueda hacer eso. —Ya es tarde, vamos a volver. Tienes visitas en tu salón. —Pensé que era tu salón. Waryk extendió la mano y ella retrocedió. —No tengo que ir. Milord es el gran guerrero, y el poderoso héroe. Yo soy dispensable. Sir Percy vino a hablar con Lord León y trajo noticias urgentes respecto a tu amigo. Discutan respecto al rescate generoso que planean hacer. Sir Percy se negó, de manera terminante, a decir la verdad sobre su venida. Él estará muy feliz sin mi presencia. —Voy a partir mañana y vendrás conmigo. —Mañana. —Mellyora sintió un aprieto en el estomago—. Déjame aquí. Maneja a Blue Isle a tu manera antes de partir para tu gran misión de misericordia. —Milady has luchado por esta isla y, por ella, te casaste conmigo. Yo no cometería la crueldad de olvidarme que es tuya. —Yo entiendo... No te preocupes. Cuando partas, cuidaré de las tareas necesarias en la isla. Mi padre me instruyó bastante al respecto. —Tu padre fue un gran hombre. —Lo fue. Sirvió al rey. ¡Pero nunca hizo una reverencia tan grande que le permitiese sólo ver el suelo bajo sus pies! —Mellyora, siento mucho la muerte de su padre. Pero estoy cansado de oír hablar de la grandeza de él a cada segundo. —Mi padre mantuvo la paz en todos los momentos. —¿Crees que yo debería imitarlo? —Tú rehúsas entender lo que estoy queriendo decir. —Si quieres que sea como tu padre, ¡lo haré! Waryk desmontó y, sin esconder su odio, caminó hasta ella. —No sé lo que estás planeando. Mi padre no era ningún tirano... —¿No? —Waryk se aproximó mas y Mellyora retrocedió hasta que la cruz celta que llevaba el nombre de Adin chocó con su espalda—. Tal vez no cuando tú lo conociste. Eso fue después de que él se hubiera apoderado de

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estas tierras, se hubiese casado con tu madre y hubiera hecho las paces con David. Adin, hijo de un virrey vikingo, llegó aquí en un barco con un mascarón que era la cabeza de un dragón. Adin atacó, robó y conquistó a tu madre. Tuvo una hija con una mujer que lo adoraba. Pero él vino como Alejandro a Europa. Vino, vio y conquistó. —Esa es la historia que te contaron. —¡Fue lo que sucedió! —¡Tú no estabas aquí! —¡Ni tú! ¡En carne y hueso, por supuesto! Oí contar que fuiste concebida durante el primero encuentro. —¡Y yo oí contar que eras normando, que...! —¿Vamos a acabar con eso, Milady? —No fui yo quien comenzó la discusión. Yo estaba sola. Tú eres el invasor. —Vine para llevarte a casa. Se está poniendo oscuro y tenemos un huésped esperándonos. Además de otras cosas... —Lo siento mucho, pero no puedo entrar en este juego. ¡Si vas a encontrarte con tu amante, no esperes momentos íntimos conmigo! Eleanora es normanda y entiendo que debéis tener muchas cosa en común. —Me han dicho que tengo ascendente de varios pueblos. Vikingos, escoceses y normandos. Quieres un hombre semejante a tu padre, ¿Milady? ¡Pues es lo que tendrás! —¡No! Asustada, fue hacia atrás, pero Waryk la alcanzó. Le sujetó los brazos y, como en el río, la arrojó por encima de su hombro. Volvió hasta donde estaba Mercury, sin importarle los esfuerzos de su esposa para soltarse. —Waryk, te juro que nunca vi a mi padre tratar así a mi madre. —¡Seguramente tampoco viste su madre maltratar a los huéspedes y rehusar sentarse a la mesa con ellos! —Muchas veces ella no descendió para cenar... cuando estaba enferma. —Pero tú no estás enferma. —Me siento muy mal... del estomago. —Entonces te quedarás a mi lado para que yo pueda atenderte... si es preciso. Mellyora le golpeó la espalda con los puños cerrados. —¡Ponme en el suelo! ¡O te arrancaré pedazos de piel de la espalda! —¡Haz eso y te dejaré rojo el trasero! —¡No voy a cenar! —Entonces los dos nos perderemos la comida. Waryk montó e instigó al caballo al galope y Mellyora se sintió avergonzada cuando cruzaron los portones bajo las miradas sorprendidas de los centinelas. —¡Suéltame! ¡La broma fue demasiado lejos! —¿Soltarte? ¿Para que me dejes solo y humillado? Lo mejor es actuar como Adin lo habría hecho. Me quedaré al lado de mi querida esposa que está muy enferma. En el patio proseguían las miradas curiosas y divertidos. —Waryk... —¿Qué pasa? —Quiero bajarme. Waryk desmontó y la depositó en el suelo. Sin soltarla, le entregó el caballo a Geoffrey, el joven escudero.

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—¿Qué haremos? —Waryk preguntó. —Suéltame. Todos están mirándonos. —Resuelve... —Vamos entrar. Determinada, se desprendió y precedió a su marido. Pasó por la entrada en arco, saludó a los centinelas y subió la escalera. —¡Ah! —Waryk gritó, burlonamente—. ¿Será que Adin pensaría en cenar ante tanto rechazo y temeridad? Creo que no. —La sujetó de nuevo por el brazo. —Waryk, tenemos un huésped... —¿Ahora estás preocupada por él? —... y otras personas. —Nuestros auxiliares se ocuparán de nuestro visitante. Me gusta imitar a Adin. —Nunca serás como Adin. —Mejor. Continuaré siendo yo mismo. Waryk la arrastró por el corredor, abrió la puerta de los aposentos con la punta de la bota y, al cerrarla, la golpeó con fuerza. —¡Déjame sola! —Nada de eso, Milady. —La llevó hasta la chimenea y, arrodillándose la acostó en las pieles—. Escucha bien. —No voy a escuchar nada. —Lo harás. —Waryk la miró intensamente y le pasó los dedos por su cara aterciopelada—. Milady créelo o no, no tengo ganas de ir a Tyne. —No quiero saber... —Es verdad. —Te vas a Tyne e irás a verla. —Tú te encuentras con Ewan todos los días. —Eso es diferente. Nosotros nunca... —Tú lo amabas. ¡Lo amabas tanto que desafiaste al rey por él! No niego que Eleanora y yo fuimos amantes. Y que para no verla tendría que ser ciego. Admito también que, al casarme, creí que el matrimonio sería un desastre. Lo que no sucedió, afortunadamente. Mi atracción por ti es innegable, al mismo tiempo que tú descubriste que yo era un poco menos repulsivo que lo que pensabas. —Waryk... Él se agachó y apoyó los labios en los de ella. Mellyora intentó soltarse pero en segundos fue envuelta por la seducción inexorable del beso. —¿Por qué siempre luchas contra mí? —Waryk preguntó, jadeando por sensaciones que no conseguía controlar. —No siempre. Soy tu esposa. —¿Ah, te sometes por deber, mi amor? Una amante seduce. No hace nada por obligación. —No te sientas mal, Milord. Pronto te encontrarás con ella. —Bien, creo que esa vez será diferente... Waryk comenzó a desatar las cintas del escote de Mellyora quien, a pesar de estar airada, sintió el despertar del deseo. —No... —ella murmuró, abrazándolo por la nuca. —Es tu deber... —le recordó él. Mellyora pensó en protestar, pero el beso de Waryk había sido ardiente e

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intenso. Él consiguió abrir el vestido y soltarlo. La abrazó y le acarició los hombros, la espalda y los pechos. Los gemidos de ambos, suaves al principio, se transformaron en súplicas ardientes y en un grito de éxtasis al final. —Milady —él susurró, después de algunos minutos— ya que admites ser mi esposa por deber —se burló—, sólo hay una solución. Que me acompañes. —¿Qué? Waryk la abrazó. —Ven conmigo, quédate a mi lado y duerme conmigo todas las noches.. —¿Quieres que yo vaya? —Crees que yo me quedaría tranquilo, ¿sabiendo que te quedas aquí con la mente trabajando sin parar? —¿Cómo es eso? —Dios sabe con que facilidad eres capaz de desaparecer... Era todo que Mellyora mas quería oír y no le importó su burla. —¿Qué me dices? —Ya que insistes... —se hizo la desinteresada. —Entonces iremos juntos. —Waryk la abrazó. Mellyora apoyó la cabeza en el pecho ancho, cerró Los ojos y tuvo miedo de tanta felicidad. *** Igraína observaba las ovejas de su abuelo que se retiraban para dormir. Escuchó un leve ruido. Se dio la vuelta y vio un hombre. Alto, corpulento. Con aspecto de vikingo, aunque estuviese afeitado y con los cabellos sujetos. Tenía pasto y restos de hojas secas en sus cabellos, lo que indicaba que había dormido al aire libre. La ropa estaba rasgada y parecía hambriento. —Moza perdí a mis compañeros y los barcos ya se fueron. Yo quería comer, quería una mujer para calentarme... —usaba idioma normando. —Te quiero a vos —él pasó a hablar en lengua galesa—. Estoy hambriento y una muchacha como vos va a saciar mi hambre. Si me agradas, no mataré al viejo vikingo y a la vieja. Ven conmigo. Igraína dudó de la salud mental del hombre. Retrocedió y dio un grito. Ewan salió de inmediato, vio al extraño y escondió a su hermana tras su espalda. —¿Quién eres? —El sujeto preguntó—. ¿Un campesino disfrazado de guerrero? También quieres sentir el beso de mi espada y de la muerte? Sal del frente. Me llevaré a la muchacha y tal vez te deje vivo junto con los viejos. —¿Quién eres? ¿De dónde vienes? —Ewan preguntó. —Soy un hombre que vive de su espada y por ella desea morir para ascender al cielo. Muévete —repitió —, o te partiré en dos. —Yo soy... —¿MacKnny, verdad? —¿Quién te mandó? El hombre lanzó una carcajada. —¿Es difícil combatir con un enemigo que no da la cara, verdad? —¡Eres un bastardo mercenario! Veremos quien va a sentir el beso de la muerte! Los dos hombres comenzaron una contienda feroz y Igraína gritaba cuando las hojas de las espadas chocaban. El hombre hablaba y provocaba con cada embestida. Amenazando. Provocando. En uno de los momentos de ventaja, el

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extraño pareció listo para cumplir su promesa, pero Ewan lo eludía y la espada cortaba el aire. El hombre embistió de nuevo, gritando. Igraína supuso que él invocaba a los dioses por estar perdiendo. Ewan lo mataría... o lo dejaría vivo. Entonces ellos sabrían por fin la causa de los ataques. El grito, en realidad, había sido para pedir ayuda. —¡Ewan! —Igraína le advirtió a su hermano. El hombre cayó y otro guerrero salió de las sombras. Se adelantó y comenzó a luchar con Ewan, en un combate mortal. El segundo atacante retrocedió, corriendo y desapareció en la noche oscura. —¡Ewan! —Igraína gritó y corrió cerca de su hermano. —Igraína..—. la sonrisa de él no la convenció. Ewan se apretaba el estomago y la sangre se escapaba por entre sus dedos. Él cayó, agarrándose a Igraína. —Busca ayuda, Igraína.... Ellos están... con Daro —él susurró. —¿Qué? —ella gritó confusa. Oh, Dios, él sangraba mucho. Ewan humedeció sus labios. —En medio de la lucha... él me dijo que... estaban bajo el comando de Daro. —¡Daro! —Ve al castillo... grítale a los guardias de la torre... busca ayuda. —La voz de Ewan era casi inaudible—. Ellos se fueron, pero volverán. —No hables mas, Ewan. Haré lo que me pides. —Ellos deben tener a alguien... dentro del castillo... que les provee informaciones. Ewan cerró los ojos y se desmayó. —Ewan.... Igraína gritó. Y gritó... *** Mellyora despertó con los golpes insistentes. Waryk se cubrió con una manta de pieles, saltó de la cama, se puso una bata y abrió la puerta. Angus y Phagin lo aguardaban, con el ceño fruncido. —MacKinny fue atacado por un vikingo y está en la cabaña de sus abuelos —Angus se adelantó. Mellyora se sentó en la cama. —Ewan... ¿ está muerto? —No Milady. Pero está entre la vida y la muerte —Phagin habló. —¿Otro ataque vikingo? —Uno de los sobrevivientes, tal vez —Angus supuso—. Parece que estaba solo y hambriento. —La marea está alta. Un barco espera... —Phagin los alertó. —No me demoraré. Waryk cerró la puerta y se vistió con increíble rapidez. Tartán, espada, botas y manto. Mellyora se levantó y tomó su propia ropa. —¿Qué está haciendo? —Iré contigo —ella afirmó, atando las cintas de su vestido. —Creo que es mejor que no... Mellyora levantó la cabeza.

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—Por favor, Waryk. —Entonces apresúrate. No quiero parecer insensible, pero si Ewan está por morir, preciso hablar con él antes. Mellyora no conseguía cerrar el vestido. Waryk la ayudó y la cubrió con una capa. La sujetó por la mano y salieron del cuarto. Descendieron la escalera corriendo, detrás de Angus y Phagin. Geoffrey los aguardaba con los caballos listos. Mellyora vio los barcos de su padre, livianos y rápidos. Aún así parecieron demorarse una eternidad para llegar al continente. Waryk salió de la embarcación y, chapoteando en el agua del mar, sacó a Mellyora del barco y la dejó en la arena. Las cabañas estaban iluminadas y sus moradores aguardaban afuera. Mellyora corrió junto a Waryk, asustada y confusa. Pensaba en Ewan. Ella que le había jurado fidelidad, había cambiado tan rápidamente de amor. Y él, siempre tan leal... estaba muriendo en defensa de unas tierras que no le pertenecían. Ewan estaba acostado en un catre alto, pálido como la cera. Su pecho desnudo brillaba bajo la luz de las llamas. Se veían varias heridas pequeñas encima de la tela extendida sobre la cintura. Igraína, al lado de su hermano, cambiaba la compresa empapada en sangre por otra limpia. Waryk se detuvo en la puerta y Mellyora se adelantó, seguida por Phagin. —Igraína... La muchacha, llorando, se apartó. —Mellyora, no consigo detener la sangre. Muchas heridas son superficiales, pero esta, al costado... Ella concordó con Igraína. La mayor parte de las heridas podrían ser suturadas y tratadas con sal marina e hierbas. Sacó el paño y expuso el corte mortal. Comprimió los dedos en el corte profundo, en una tentativa por disminuir la hemorragia. Palpó el área con cuidado para asegurarse cuales órganos habían sido alcanzados. Sin llegar a ninguna conclusión, rezó para que sólo los músculos hubiesen sido afectados. En ese caso, una compresión firme, una sutura rápida y cataplasmas tendrían un resultado favorable. Se sentía culpable. Y al mismo tiempo sabía que su marido la miraba mientras trataba al enfermo desnudo. A pesar de su cuerpo inerte, Ewan continuaba siendo un joven atractivo y musculoso. Un hombre bueno y dotado de mucho coraje. —Presione aquí, padre. —Mellyora se apartó y cedió el lugar a Phagin—. Creo que ningún órgano fue alcanzado. Si conseguimos detener la sangre y suturar, la cataplasma evitará la inflamación externa. Phagin examinó la herida. —Tienes razón, Mellyora. —Se volvió—. Lord Waryk, con la fuerza de su palma... esto saldrá mejor, si puede... Waryk llegó cerca del catre e hizo presión con su palma. —Es difícil contener las venas alcanzadas. —Buscaré las agujas. —Igraína se animó—. Mi abuelo fue a buscar algas y sal marina para hacer la pomada. La hemorragia disminuyó, pero Ewan continuaba muy pálido. El tiempo no pasaba. Phagin substituyó la presión de los dedos de Waryk por los suyos. Mellyora tenía las manos heladas. Era experta en suturas y siempre trabajara con Phagin. ¿Por qué no podía mover los dedos? Ewan había perdido mucha sangre. Podría morir mientras lo atendían. —Mellyora. —Waryk la llamó con energía.

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Ella lo miró y dio un paso delante. Igraína volvió a limpiar el área con agua salada. Phagin apretó los bordes de la herida. Mellyora no lograba ver, a pesar de las velas que estaban al lado. A pesar de la noche fría, gotas de sudor poblaban su frente. Waryk levantó un lámpara de aceite y la visión mejoró. Se mordió el labio inferior y comenzó a coser. Ewan continuó inmóvil. Mientras Mellyora trabajaba, rezaba para que Ewan no muriese y estaba atenta a su respiración. Dio el último de los puntos pequeños. El abuelo de Ewan se aproximó. Pasó una buena cantidad de ungüento recién preparado y murmuró unas plegarias en galés Amanecía. Como era de prever, Ewan tuvo fiebre. Mellyora le enfrió la frente y el cuerpo con agua fresca. La vigilancia tendría que ser constante para que la fiebre no lo dominase. El sol surgía. Ellos se habían quedado toda la noche despiertos. Cuando el abuelo de Ewan trajo nuevamente agua fresca, Mellyora notó que su marido no se encontraba en la cabaña. —Él salió hace algún tiempo —Phagin pareció leer su mente. Igraína palpó la frente de su hermano y suspiró. —Cuando sabremos si él... —preguntó a Phagin. —Cada día que sobreviva es sinónimo de mayores posibilidades. Si soporta la temperatura alta por una semana, creo que estará curado. A menos que la hemorragia interna haya sido muy grande. Igraína volvió a suspirar. De repente miró a Mellyora como si no la reconociese. —Milady puedes ser el ama de esta isla. Pero te juro por Dios que, si tuviste alguna participación en eso... —¿Qué estás queriendo insinuar? —Fue Daro. —¡Daro! Igraína secó sus lágrimas con el dorso de su mano. —El vikingo dijo que cumplía órdenes de Daro. —Eso es mentira. —Mi hermano no miente. —No estoy llamándolo mentiroso. Pero el agresor mintió. Daro jamás haría una cosa así. —¿Y por qué no? Este es el pequeño reino de su hermano. Él puede creer que Blue Isle le pertenece. ¡Tantos vikingos se apoderaron de islas escocesas! —Daro no haría eso. —¿No? Tal vez hasta contase con tu beneplácito, Milady. Alguien sabe lo que pasa aquí porque desde la fortaleza le pasan información. —¡Pero es absurdo, Igraína! —Milady juraste que serías quien mandaría en Blue Isle, que serías independiente, que el rey te apoyaría y que ningún Lord normando entraría aquí. ¡La fortaleza está siendo espiada por dentro! —Igraína, ¡nos conocemos desde que éramos niñas! ¡Yo jamás haría una cosas así! ¿Crees que arriesgaría a Ewan? ¡Lo amo! A su declaración le siguió un silencio sepulcral. Waryk había vuelto y estaba parado en el umbral de la puerta. Waryk había conversado antes con Igraína, pidiéndole información más precisa sobre lo acontecido. Seguramente, Igraína había aprovechado para formular las mismas acusaciones acerca de Mellyora. Y para empeorar las cosas, ella había afirmado delante de su marido que amaba a otro hombre.

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—Los soldados están revisando la región, Igraína, en busca del hombre que huyó y también para ver si hay mas agresores que hayan quedado por aquí después del último ataque. Los carpinteros y pedreros ya comenzaron a levantar una muralla alrededor de las cabañas para evitar nuevas sorpresas. Así el área continental ya no será tan vulnerable. —¿Alguno de los hombres reconoció el cuerpo? —Igraína quiso saber. Waryk negó con la cabeza. —Mellyora... —Waryk, yo... Él corre riesgo de muerte. —Mellyora. —Repitió con firmeza. Waryk no entendería que ella no podía dejar a un gran amigo que siempre había afirmado que sería capaz de morir por ella. —No estoy poniendo en duda tus talentos de curadora, ni el gran valor de la vida de este hombre. Pero tendrás que venir conmigo... ¡ahora! Mellyora levantó el mentón. —Waryk, mi tío no es el responsable de esto. Puedes decir que mi padre fue un conquistador que violó a mi madre, ¡pero él acabó enamorándose de ella! Y de Escocia. ¡Esta es una isla escocesa que se rige con leyes escocesas! Daro respetaba a mi padre. Él luchó contigo en favor del rey David. —¡Mellyora, ven conmigo! —¡Yo no traicioné a nadie! —¡Mellyora! Ella tuvo ganas de vomitar. Waryk sospechaba de ella. Igraína la había acusado basándose en la palabra de un malhechor. —Ve hija —Phagin le aconsejó. —No te preocupes. —Igraína puso la mano en el hombro de Mellyora, arrepentida—. Cuidaré de mi hermano y Phagin me ayudará. —No te alejes de él. —Lo sé. Waryk agarró a Mellyora por el brazo y la arrastró hacia afuera. —Podrás volver después para estar al lado del hombre a quien amas. ¡Pero por el momento tendrás que acompañarme! —¿Como está el muchacho? —Angus los aguardaba. —Vivo y no va a morir. —Acaba de llegar un mensajero de David. Hay varios puntos de conflicto en la frontera. —¿En Tyne? —Al este de las tierras de Peter. Ciertamente quieren atraparlo. —Convoca a nuestros hombres. Partiremos mañana temprano. Waryk llevó a Mellyora hasta el barco que tenía un dragón en la proa. La embarcación vikinga de Adin. Cruzaron el mar iluminados por la luna. Era necesario que Waryk entendiese que el amor de ella por Ewan era fraternal y que todo había cambiado. Además, Waryk no tenía derecho de acusarla. —¡No soy culpable! Yo no... —¡No quiero escuchar nada más! Llegaron a la isla y Mercury estaba en la playa. Waryk la dejó sobre el caballo y él se sentó detrás. Angus los precedió en la llegada a la fortaleza donde la actividad era visible. Hombres, carros y caballos de guerra. Eran los preparativos para la partida y para dejar a Blue Isle protegida. Se detuvieron algunas veces para dar noticias de Ewan a los mas ansiosos. Mellyora notó

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que Jon de Wick estaba en su puesto en los portones. Nadie veía a la distancia mejor que Jon. La pareja entró en sus aposentos. —No tuve nada que ver con esto. ¡No me casé para después armar planes con mi tío con la finalidad de destruir mi pueblo y mi propiedad! Waryk cerró la puerta, se quitó la capa, y el cinturón. —¿Me estás escuchando? —Ewan es uno de tus caballeros y Igraína es tu amiga. —¿Entonces crees que deseaba la muerte de ellos? —Lo más probable es que esos hombres se hayan quedado aquí después del ataque de los vikingos. Pero, ¿quiénes son ellos? Tal vez hayan entendido que la fortaleza es inexpugnable y por eso hayan resuelto eliminar uno a uno a los responsables de la seguridad. —¿Me estás acusando de planear la toma de Blue Isle con mi tío? Waryk no respondió la pregunta. —Claro que no tenías alternativa, Milady. Tenías que casarte conmigo o serías desheredada. Me odiabas y muy bien podrías haber elaborado una estrategia para después del casamiento. —¡Te odio! ¿Cómo te atreves a acusarme de esta manera? —Yo no te acusé. Estoy intentando encontrar un sentido a todo esto. —¡Naturalmente tiene sentido acusarme de cualquier cosa! —Ewan está muriendo... —Yo jamás haría nada para perjudicarlo. —Lo sé. Lo amas. —Lo amo, pero como a un amigo. Él es un buen hombre y me sirvió bien. A ti también te gusta. —No precisas defenderlo. Yo me refería a lo que dijiste en la cabaña. —Él es sólo un amigo. —¿Vas a venir conmigo a Tyne? —¡Puede morir! ¡Si me quedo, intentaré salvarlo! —¿Y yo deberé dejarte aquí por eso? Mellyora levantó las manos, desanimada. —No sé si vas a creer lo que estoy diciendo. Yo quiero ir a Tyne, pero tengo la obligación de quedarme aquí. —Si yo lo permito. Ella quería que Waryk no la dejase quedarse en Blue Isle. Pero también sabía que su talento como curandera era superior al de Phagin. —Milord no puede hacer eso con un hombre que te sirvió. Ewan puede morir. —Y tú lo amas. Mellyora sacudió la cabeza. —Nunca hubo nada entre nosotros, aparte de sueños imposibles y falsas promesas. Sabes eso. —Los sueños muchas veces revelan los deseos de los mas peligrosos pecados de la carne. —Y tú vas al encuentro de tu amante, con quien compartiste muchos de esos pecados. —Tú podrías venir conmigo. —Sabes que tendré que quedarme. —Una vez mas, Mellyora, la elección es tuya.

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Ella se dio la vuelta para que su marido no viese sus lágrimas. Waryk se aproximó por detrás, la hizo girarse y la tomó en sus brazos. —¡No estoy en complot con nadie para derrocarte! —¡Yo no afirmé eso! —Pero lo sugeriste. —Dije que podrías tener buenos motivos para buscar a tu tío para que te ayude. No pienses que creo en lo que el agresor dijo. Es posible que alguien quiera despertar mis sospechas hasta provocar una guerra contra Daro, involucrando a mi propia esposa. Waryk se enfurecía por no desconfiar de ella, pero más lo enfurecía que ella hubiera dicho que amaba a Ewan delante de todos. ¡Y justo cuando comenzaban a crecer las esperanzas de felicidad el matrimonio de ellos! —Waryk, te juro que no te traicioné. Créeme, por Dios. —Dime, ¿porque desististe de luchar contra mí? —Me casé con vos. Prometí amarte, honrarte y obedecerte. Waryk se rió. —Querida mía, dudo que sepas el significado de la palabra obedecer. —Yo acepté casarme y estoy... resignada. —¿Sólo eso? —Bien, el matrimonio no es tan malo... —Tendré que partir. —Waryk, ¿por qué no puedes esperar algunos días? Sólo hasta que Ewan se recupere un poco. —No tengo ese tiempo. —Él apoyó la cabeza de Mellyora en su pecho—. Tendré que partir y tú tendrás que quedarte. Entonces creo que nos merecemos una despedida digna de un marido y su mujer.

Mellyora despertó con los primeras luces del amanecer, temblando de frío, sus ropas estaban encima de las pieles, delante de las llamas extinguidas. No podía dejar de pensar si su marido se había entregado o se entregaría con la misma pasión a su amante. Waryk se levantó, fue hasta la ventana estrecha y espió el mar. Volcó agua en la fuente y se lavó. Se vistió. La armadura sería llevada por Geoffrey hasta cierta altura del viaje y la bandera de guerra por Thomas, el porta estandarte. Tal vez Waryk no llegase a usar la armadura y la cota de malla. Él se dirigía al castillo de un amigo donde hasta podría acostarse con su amante. Vestido, se aproximó a la cama, se agachó y atrajo a Mellyora al encuentro de su pecho. Le alisó los cabellos y la besó en los labios. —Mantén nuestro hogar seguro hasta que vuelva —Waryk susurró. —¿Crees en mí, verdad? —Estás por encima de cualquier sospecha. —Waryk se rió con un dejo de ironía—. Angus se quedará aquí. —¿Para vigilarme o para vigilar a Blue Isle? Waryk se encogió de hombros. —Angus es mi brazo derecho y daría su vida por vos. —¿Quién cuidará de tu seguridad si Angus se queda conmigo? Waryk le besó la palma de la mano. —¿Tienes miedo de que no vuelva? —Confío en tu coraje y tus habilidades Milord. Waryk se enderezó y caminó hasta la puerta. Mellyora tuvo una sensación

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de desconsuelo y soledad que la invadió con la idea de estar sin su marido. —¿Waryk? —¿Si? —Por favor, nunca mas dudes de mí. Él volvió a la cama, la tomó en sus brazos, le besó la frente y después los labios. —Sé que eres la hija de un vikingo, pero también eres mi mujer. La besó una vez mas y salió apurado. El día ya estaba claro. Mellyora se quedó acostada de espalda, con los ojos cerrados. Waryk partía y Ewan luchaba por escapar de la muerte. Era necesario levantarse y proseguir la batalla de traer al joven de vuelta a la vida. El coraje la abandonaba. Escuchó los preparativos de la tropa que estaba lista para dejar Blue Isle... Los cascos de caballos impacientes. El ruido del metal de los equipamientos de guerra. Los gritos de los hombres. El tropel de los animales saliendo... cada vez más a lo lejos. El ruido cesó. Ya era tarde. Tendría que salir de la cama. Se había quedado en Blue Isle para cuidar de un amigo herido. Finalmente resolvió levantarse. Sentía un gran temor de no poder salvar a Ewan. Y el corazón inundado por un mar de celos. Estaba tan cansada... Se lavó el rostro, las manos y el cuello con agua fría. Necesitaba reanimarse. Se volvió y dio un grito de terror. El cinturón y la espada de Waryk habían quedado sobre la cama. El pánico la dominó. Se vistió rápidamente, Recogió las pertenencias de Waryk, descendió los escalones cargada con el equipamiento pesado y corrió hasta el patio. Todos habían partido. Sólo vio a los centinelas en los parapetos. Pero Angus había ido a acompañarlos para despedirse. Fue hasta el establo, montó su yegua que no estaba ensillada y galopó hasta el mar. Los caballos, los carros y los hombres ya estaban en el continente. Vio a Waryk sobre el lomo de Mercury, dirigiendo la organización de la tropa. Había un bote anclado en la costa. Desmontó, entró en el pequeño barco y gritó el nombre de su marido. Waryk la vio y frunció el ceño. Mellyora comprendió que él se perturbaba con sólo verla. Él descendió del caballo y la observó con curiosidad. Tal vez estuviese pensando que ella había decidido acompañarlo y lamentó la decepción que le causaría cuando supiera la verdad. —Mellyora.. —¡Tu espada, Waryk! —ella gritó a lo lejos—. ¡El cinturón de tu padre! Waryk sonrió, fue hacia el agua y esperó que ella se aproximase. Empujó la embarcación hasta la arena y sacó a Mellyora de dentro del barco. —Gracias, querida mía. Waryk se ajustó el cinturón y guardó la espada. —Sé que siempre luchaste con la espada de tu padre. Creo que el poder de esta espada te traerá de vuelta a mí. —¿Tanto deseas mi vuelta? —Más que nada —Mellyora lo miró con sinceridad y después con malicia—. En verdad, descubrí que mi marido no es un normando decrépito, asqueroso y despreciable. Waryk de Graham es un hombre muy guapo y está dotado de una gran nobleza de carácter. Además de eso... —vaciló, avergonzada. —¿Qué mas? —Descubrí que te extrañaré mucho y que... El coraje la abandonó. Tenía tanto que decirle a su marido. Necesitaba revelar todas las emociones nuevas que se habían anidado en su corazón.

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Waryk la miró con los ojos oscurecidos de pasión, pero también con mucha ternura. Las lágrimas se deslizaban por el rostro de Mellyora MacAdin de Graham. —Mi amor, volveré. Tal vez entonces podremos... Waryk la besó delante de todos sus hombres listos para la guerra. Hubo murmullos de aprobación y Mellyora entendió que la demostración había sido de su agrado. Waryk montó, acarició el cuello de Mercury y con un último gesto con la cabeza, se dio la vuelta y partió con su tropa. Cuando la brisa sopló desde el mar de Irlanda, ya no se vio el polvo levantado por los caballos. Mellyora se quedó en Blue Isle. Con un moribundo y con mucho miedo...

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Capítulo XI

Durante cinco días, Ewan estuvo entre la vida y la muerte. Mellyora sabía que, en esos casos, la fiebre era inevitable y tendría que ser combatida. Con Phagin, Igraína y de los abuelos de Ewan, se multiplicaron los cuidados. La desconfianza absurda de Igraína había desaparecido y las dos volvieron a ser tan amigas como habían sido en la infancia. Ellas enfriaban el cuerpo de Ewan con hielo traído de las colinas. Envolvían su cuerpo con pieles, cuando tiritaba. Cambiaban las cataplasmas varias veces al día, para extraer todo el veneno de la infección acumulado en la sangre. Durante cinco días, Ewan permaneció inconsciente. Ellas lo forzaban a beber agua o un caldo ligero. Se quedaban sentadas, hablaban en voz baja y rezaban. Jon de Wick vigilaba con ojos de águila la gran muralla de la fortaleza, mientras otros se mantenían atentos junto a los muros que estaban siendo erguidos alrededor de las casas de la aldea. Angus no se apartaba de la puerta de la cabaña. Mellyora nuevamente se preguntó si él había sido encargado de vigilarla o de protegerla. El gigante estaba dotado de una gentileza que desafiaba su apariencia. Siempre la ayudaba, cuando los otros estaban ocupados. Angus hablaba con Ewan, como si el muchacho pudiese oírlo y Mellyora acabó haciendo lo mismo. —Tratarlo como si estuviese muerto sólo lo ayudará a morir mas rápidamente. Es necesario conversar con él para estimularlo a vivir. —¿Cree que él pueda vivir? —Mellyora preguntó en voz baja. —Hay buenas posibilidades. Mellyora estaba sentada al lado de Ewan. Le sujetaba la mano y lo trataba con afecto. Sin embargo los días de las promesas y de los sueños de la infancia parecían muy distantes. Lo había amado, así como lo amaba ahora. Un amor puro e inocente. Durante la larga vigilia, temió que podría haberlo transformado en un hombre infeliz. Admitía que era excesivamente determinada, mandona y hasta caprichosa. La hija de Adin estaba acostumbrada a ser obedecida. Si se hubiera casado con él habría hecho de Ewan un títere. Mientras que con Waryk... Todo era diferente. Las emociones —desde el odio a la pasión— cuando estaban dirigidas a él eran mucho mas poderosas. No comprendía cómo Waryk había podido, en tan poco tiempo, convertirse en alguien tan predominante en su corazón y en sus pensamientos. Era obvio que el amor y el deseo no habían nacido del hecho de que el rey le hubiese ordenado ese matrimonio. Tampoco imaginaba que el amor, debido a muchas circunstancias, pudiese ser tan angustiante. Miró a Ewan y pidió a Dios Misericordioso que no lo dejase morir. Ella había perdido a su madre y acababa de perder a su padre de manera tan inesperada.. Estaba preocupada por Ewan y por Waryk. ¿Su marido habría llegado a Tyne? Qué estaría haciendo? Habría sido imposible evitar la guerra? ¿Estaría durmiendo solo? Podría haberlo acompañado, si no hubiera ocurrido el ataque de los vikingos. ¡Oh Dios! su propio pueblo pensaba que ella era culpable... En la tarde del quinto día, Ewan empeoró. Igraína sollozaba, preguntándose en qué habían fallado. Phagin no podría estar mas frustrado. Desconsolada, Mellyora no conseguía recordar qué más podría ser hecho. La fiebre alta había vuelto a asolar el cuerpo debilitado de Ewan. Los caballeros habían traído más

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hielo. Angus sugirió una sangría, pero Phagin tenía una opinión contraria. Afirmó que los ungüentos hacían salir los venenos de la infección y que Ewan ya había perdido demasiada sangre. A toda hora, le cambiaban los paños calientes por otros fríos. Una de las heridas se había infectado. Después de abrirla y limpiarla, fue cubierta por otra cataplasma. Ewan estaba inmóvil y muy pálido, parecía haber partido ya de esta vida. —Creo que la fiebre cedió —Phagin comentó en cierto momento, después de tocar al enfermo—. Vamos a continuar con el mismo tratamiento. La sugerencia fue aceptada y la fiebre disminuyó considerablemente. Aún así, Ewan continuaba inconsciente. Después de lavarlo con un paño con agua fría, lo secaron y como tiritaba hubo que cubrirlo con pieles. A medianoche, Phagin e Igraína dormía. Mellyora permaneció de guardia. Apoyó su cabeza sobre los brazos apoyados en el borde de la cama y dormitó. —Mellyora... Escuchó la llamada como en un sueño. Sintió el contacto en sus cabellos e imaginó que estaba en sus aposentos, al lado de Waryk. Entonces despertó. Estaba en la cabaña de los MacKinny, con Ewan. Él estaba con los ojos abiertos y la miraba. Intentó llamarla, pero la voz no salió. Mellyora dio un grito de alegría y se puso de pie. Se inclinó y besó la frente de Ewan. Igraína, Phagin y los abuelos de Ewan despertaron a consecuencia del alborozo. Todos lo besaron, inclusive Angus. Le dieron agua para beber. Phagin reclamó que acabarían ahogando al enfermo. El sacerdote tenía razón. Era necesario tener mucho cuidado con Ewan, que se encontraba en un estado de gran debilidad. Ewan comenzó a recobrar la salud y las ganas de vivir. Aún acostado, cada día mostraba mejor disposición. Levantaba la cabeza y flexionaba los brazos. Intentó sentarse e intentó ponerse de pie. Phagin le advirtió que la recuperación sería lenta, lo que era normal en casos tan graves. Una tarde, Mellyora creyó que Ewan había mejorado lo suficiente y resolvió hacerle algunas preguntas respecto a la supuesta implicación de Daro en el ataque. —Igraína llegó a pensar que yo estaba detrás de esta barbaridad. Ewan, no creo que Daro tenga algo que ver con esto, ni mi marido aceptó esa versión absurda. —Mellyora, el hombre a quien maté dijo que había sido enviado por Daro, aseguró que él deseaba de vuelta la fortaleza en manos de los vikingos. —Ewan... —Yo estaba herido y sólo quería que mi hermana fuese a buscar ayuda para salvarse. Siento mucho haberte involucrado. Sé que jamás pensarías en perjudicar a las personas que amas. Mellyora cerró los ojos, satisfecha con las palabras de su amigo. —¿Waryk fue por Daro? Ella abrió Los ojos y sacudió la cabeza. —No. Waryk fue a Tyne. —Siento mucho todo el trastorno, Mellyora. Espero que Waryk no te haya acusado de traicionar a tu propio pueblo. —Él llegó a mencionar la posibilidad de que yo buscara la ayuda de mi tío. —Pero él no... —¿Usar el azote? ¿Encerrarme en un calabozo? No. Mi marido habló sobre hombres que hacen acusaciones falsas.

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Ewan sonrió y cerró los ojos. —Mejor así. Pues no estoy en condiciones de defenderte. Mellyora se rió y le besó la cara. —Ah, Ewan, agradezco a Dios por tu recuperación. Tuve mucho miedo de perderte. —Pero fui yo quien te perdió, ¿verdad? No importa, Mellyora. Las cosas son como deben ser. Espero que Daro sea inocente, que Waryk llegue a Tyne y que todo se resuelva en paz. ¡Dios! Nada le impediría a su marido ir a Tyne y luego resolver llevar su tropa al campamento de Daro. —¿Qué pasa Mellyora? —Nada, Ewan. Voy a salir un poco, Igraína y Phagin están aquí dentro descansando. —Haz lo que quieras. Me estoy sintiendo mejor. Mellyora se levantó y salió. Angus estaba sentado en un banco de madera, frente a la cabaña, tallando una pedazo de madera. Al verla se levantó. —Quédate donde estás, Angus. Me gustaría que fueses franco conmigo. ¿A dónde fue Waryk en realidad? —A Tyne, Milady. —respondió Angus intrigado. —¿Has tenido noticias de mi tío? —Oí decir que continua acampado en las cercanías de Stirling. —Preciso un hombre que lleve un mensaje a Daro. Creo que los que me raptaron de su campamento son los mismos que atacaron Blue Isle. Quiero prevenirlo para que pueda defenderse. —Defenderse... o preparar una tropa. Mellyora se arrodilló al lado de él. —Angus, ni mi tío ni yo somos culpables. Juro que no tengo la menor intención de perjudicar a mi marido, como tampoco planeo que otro Lord asuma el gobierno de la isla. —¿Por qué me está diciendo eso? —Porque amo a Waryk. Angus sonrió. —Escriba la carta para su tío. Mandaremos un mensajero hasta allá. Daro podrá hablar con el rey y la verdad será esclarecida. —Gracias. ¿Angus? —¿Si? —¿Por cuanto tiempo se ausentará Waryk? —Algunas campañas duran meses, Milady. Pero si todo sale bien, volverá pronto. —Ewan está mejorando notablemente. Angus, llévame al encuentro de Waryk. —Milady, tengo órdenes de... —Por favor. Vos me acompañarás. Angus se levantó y Mellyora lo imitó. —Milady, estamos esperando la llegada de un mensajero hoy o mañana. Entonces sabremos si Waryk todavía está en Tyne. —Ah, Angus, ¡muchas gracias! —Lo abrazó feliz, le besó el rostro y se apartó. En ese momento sintió un fuerte mareo, la visión se le oscureció y tuvo que apoyarse en la pared de la cabaña para no caerse. Angus la socorrió

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inmediatamente. —¿Milady? —Ya pasó. Debo estar cansada. —¿Cansada o...? —Los últimos días fueron extenuantes. Además de eso también estaba preocupada por Waryk y... por Eleanora. Pero admitió que se había olvidado de cuidar adecuadamente de sí misma. Ni siquiera sabía hacia cuantos días que no... Podría estar... ¡Oh Dios! Una alegría desbordante se mezcló con un gran temor. —No creo que sea lo que estás pensando. Angus arqueó una ceja. ¿Por qué no? Era lo que Waryk mas quería, pero ella no estaba segura que... —Milady, si promete descansar, la llevaré hasta Tyne. —Vamos, Angus. ¿Quién es el ama de este castillo? —Milady. Pero yo tengo órdenes de Milord de protegerla. Y es eso lo que pretendo hacer. —Angus, si eso.... fuese verdad, ¿crees que Waryk estará satisfecho? —¡No puede ni imaginarse cuanto, Milady! *** Waryk estaba parado con sus hombres en el otero que daba acceso a los portones del castillo de Tyne, consciente del impacto que su tropa causaría. Había venido con su propio contingente de caballería. Y el rey había enviado arqueros y soldados de infantería que deberían permanecer en Tyne después de la negociación hecha o de la batalla ganada. Su misión era tomar la fortaleza en nombre del rey de Escocia. Había esperado cinco días para que los hombres mandados por el rey engrosasen sus filas y había ordenado que todos se esparciesen por la colina. Peter no tendría duda del empeño del rey en esta misión. Waryk había salido de su hogar hacía dos semanas y sólo entonces se encontraba preparado para iniciar el proceso de convencer a su amigo. Sabía que por encima de las murallas Peter lo observaba. Pero no estaba seguro si Peter estaría contento de poder negociar con un amigo o si lo mandaría al infierno. Peter afirmaba con frecuencia que su lealtad estaba con aquel que tuviese su poder establecido. En ese caso, David. Durante siglos, aquella región había sido objeto de codicia y peleas entre Escocia e Inglaterra. Muchos allí ni siquiera sabían si debían considerarse escoceses o ingleses. Aceptaban cualquier rey que les permitiese cultivar los campos y que no los perjudicase. El sistema feudal había venido con los normandos, pero la protección y sometimiento del fuerte sobre el débil había comenzado con el principio de la humanidad. —¿Ahora, Waryk? —Si, Thomas. Thomas, el mensajero del rey, llevaba un mensaje verbal en nombre de David, rey de Escocia. Descendió la colina con Tyler de Dumbarton, que cargaba los estandartes de Waryk y del rey. Waryk observó el descenso y conjeturó con qué facilidad esos dos compañeros podrían ser alcanzados por

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las ballestas de los arqueros de Tyne dispersos en las murallas. Aunque estuviese convencido de que Peter no cometería una tontería de esas. Lord León actuaba de acuerdo con reglas preestablecidas y matar mensajeros sería contrariarlas. Los portones fueron abiertos. Dos caballeros de Tyne habían dejado el castillo y fueron al encuentro de Thomas y de Tyler. Los caballos relincharon y pisotearon el suelo. Waryk escuchó el zumbido de una abeja. A su lado, el silencio era total. Después de conversar con los hombres de Tyne, Thomas y Tyler volvieron, aliviados. —Sir Peter de Tyne le da su bienvenida, Milord —Thomas dio la buena noticia—. Afirmó que la disputa por estas tierras continuaría y que si rehúsa rendirse ante las fuerzas del rey eso traería destrucción y muerte. Si David pretende proteger a Tyne de las facciones brutales que se disputan el poder dividido entre Stephen y Matilde, sir Peter luchará al lado del rey. Muchos de los grandes barones del norte tienen ejércitos tan poderosos como los de un rey. —Dile a los mensajeros de Peter que el rey entiende la vulnerabilidad ante un eventual ataque inglés y que venimos con el objetivo de fortalecer sus defensas. Avísale que entraremos con cerca de cien hombres. Los demás quedarán acampados aquí afuera. Thomas ejecutó las órdenes. Esperó en los portones mientras el mensajero y el porta estandarte de Peter volvían al patio de la fortaleza. Al retornar, los portones fueron abiertos. El castillo de Tyne fue tomado en nombre de David de Escocia con toda cortesía y sin el derramamiento de una gota de sangre. Waryk dividió a los hombres entre los que permanecerían en las tiendas y los que lo acompañarían. Entendió que Peter era leal y tenía sentido común. Si hubiese un asedio en Tyne, todo estaría perdido. Las murallas eran de madera y todavía estaban de pie debido al carácter vacilante de Peter. Pasó por los portones, flanqueado por Thomas y Tyler y rodeado por su guardia inmediata. Detrás de ellos, el ala de caballería y de infantería. Peter lo recibió en el patio junto con Eleanora, ambos montados a caballo. Los hermanos usaban trajes lujosos, que de ningún modo parecían en disposición a presentar batalla. Peter recibió a Waryk con un discurso donde imperó la diplomacia. Aceptaba el dominio escocés y si el monarca inglés resolviese retomar las tierras, esperaba poder conservar su cabeza pegada al cuello. Waryk elogió la inteligencia y la sensatez. Afirmó que esa actitud había salvado muchas vidas, principalmente la de los habitantes de Tyne. Dios, en su infinita sabiduría, había permitido que todos permaneciesen vivos y en suelo escocés. Eleanora lo miraba con una sonrisa que hacia suponer que nada había cambiado, como si el matrimonio impuesto por el rey no hubiese existido. Parecía apurada para que las formalidades terminasen y que el día prosiguiese. —Lord Waryk, como nuevos súbditos de Escocia, yo y mi hermano te invitamos a vos y a tus hombres a cenar con nosotros. Así podremos hacer un brindis por el rey David. Waryk, Thomas y cuatro hombres más cenarían en el gran salón de Tyne que, en realidad, era un salón pequeño. Al entrar, Waryk se acordó de la última vez que había estado allí.

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Como representante del rey, se sentó entre Peter y Eleanora. Como era costumbre, se colocó una copa para uso común entre él y el anfitrión. Eleanora tocaba sus dedos continuamente y lo miraba con intensidad. —Cuéntame sobre Blue Isle, tu maravillosa nueva propiedad —Eleanora le pidió—. Naturalmente oí hablar sobre el lugar. Es legendario, siempre es mencionado en las canciones de los trovadores. —Blue Isle hace justicia a los relatos que se hacen sobre la isla. Es un lugar tan increíble que a veces se puede caminar desde la isla hasta el continente, cruzando el lecho del mar a pie. —¿Y la fortaleza? —Peter se interesó. —Fue construida sobre una base rocosa. Según supe, los romanos deseaban esas tierras y fueron responsables de los primeros muros encima de las rocas. En algunos lugares, los muros tienen seis metros de ancho. Hasta los orgullosos habitantes celtas admiten que las técnicas de construcción normandas hechas en el tiempo de William el Conquistador aumentaron la resistencia y la belleza del castillo. —Por la descripción, debe ser muy bonita —Eleanora rozó sus dedos en los de Waryk al tomar la copa. Waryk la miró y sospechó que ella se refería a su esposa. —Muy bonita. —¿Lo suficiente para sujetar el interés de un hombre por toda la vida?. —Verdaderamente. Eleanora lo miró sin rencor, sonriente. Los músicos entraron en el salón y sonidos alegres comenzaron a ser oídos. Enseguida vino el bufón que provocó risas de los invitados con sus ridiculeces. Peter se levantó, alzó la copa y brindó por el rey David de Escocia. Así la noche prosiguió en un ambiente relajado. Waryk se retiró mas temprano, después de que Tyler le hubiese asegurado que le habían destinado aposentos en el castillo. Después de algún tiempo, el golpe característico en la puerta. Eleanora. —¿Milord, estás solo? —Ella entreabrió la puerta y asomó su cabeza. —Lo estoy. —Creo que no existe una manera de ser sutil. Eres un hombre casado por voluntad del rey. Yo sabía que eso sucedería, pero creía que no haría diferencia para mí. Dicen que el adulterio es pecado. Si fuese verdad, el gran salón del infierno no tendría lugar para nadie más. Dicen que Dios nos concedió voluntad propia, pero la realidad es que no podemos casarnos con quien deseamos. Siendo así... ¿tu esposa es joven? —Si. —Tiene cabellos dorados y los ojos mas azules que el mar. —Si. Eleanora cruzó los brazos sobre su pecho. —La belleza no puede atar a un hombre para siempre. Waryk la enlazó por la cintura y le acarició los cabellos. No se había olvidado de su piel sedosa y de fragancia floral. Sería muy fácil acostarse con ella. Había dejado Blue Isle hacia dos semanas. Había imaginado como sentiría al verla nuevamente. Hacia años que estaban juntos cuando le era posible venir a esa fortaleza. Eleanora no había cambiado. La misma mujer bella de siempre, la misma mujer que lo amaba incondicionalmente. Y la mujer a quien él había amado. Se preguntó si acabaría cediendo a la fuerza del instinto. Pero entendió

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que deseaba la presencia de Mellyora a su lado, por varios motivos, uno más importante que el otro. Por mucho que tratase de ser racional en el caso de Ewan, admitió que había sentido celos. Había temido dejarla con un joven que había probado ser valiente, atrevido, confiable y honrado. Había visto a Mellyora cuidar del cuerpo desnudo del muchacho que había sido su amor de la infancia y adolescencia. Había admitido la belleza de MacKinny y se había espantado con el hecho de que ellos dos nunca hubieran hecho el amor. Mellyora era una mujer muy ardiente. Sin embargo había llegado virgen al matrimonio... La realidad que se imponía era que quería estar al lado de ella. Y había sido capaz de partir debido a un deber impuesto por el rey y porque creía en la lealtad de su esposa. Estaba sorprendido por la rapidez con que sus emociones habían cambiado. Eleanora continuaba siendo muy bella. Pero él había cometido la mayor tontería de todas. Se había enamorado de su propia esposa. Teniendo a otra mujer en los brazos, entendía cuanto amaba a Mellyora... Si fuese preciso, moriría por ella. No porque fuese un caballero, su marido o un paladín del rey. No por honor o por nobleza. Sino porque ella se había convertido en parte de su vida. Llevaba a Mellyora metida en su corazón. Jamás olvidaría cuando la había visto traerle la espada de los Graham, en el barco de su padre. Nunca olvidaría ese rostro adorable que lo había mirado tantas veces con odio, pero también con amor. —Eleanora, eres una mujer bellísima y significas mucho para mí. Fuiste mi refugio de paz y alegría durante muchos años, pero... Eleanora se apartó y analizó su semblante. —¿Milord amas a tu esposa? —Lo siento mucho, Eleanora. Ella sonrió. —No te preocupes. La situación es curiosa. —Me gustas Eleanora. Nunca seme pasó por la cabeza hacerte sufrir. —Sé eso y sé también lo que signifiqué para vos. Claro, que no puedo dejar de admitir que esto me causa dolor. Porque te quiero. Pero no puedo estar con un hombre que ama a otra mujer. Por eso... —¿Si? —Si ese amor se acaba, vuelve a mí. Estaré esperándote. —No hagas eso, Eleanora. Encuentra a alguien digno de vos para casarte. Ella negó con un gesto pausado de cabeza. —Un matrimonio no está en mis planes futuros. Eleanora le besó los labios levemente. Salió del cuarto y Waryk sintió su corazón pesado.

Por las costumbres celtas, el hombre se afeitaba, dejando crecer su bigote. Los normandos dejaban sus rostro limpios, sin vello. En la opinión de Ulric, los antiguos sajones eran masculinos, dejando que sus vellos crecieran por todas partes, así como los vikingos que usaban cabellos y barbas largas. Él se había afeitado por última vez cuando había estado en el campamento de Daro. Analizó su propia apariencia en un espejo de mano. Rostro limpio y cabellos sujetos, a la moda normanda. El cambio le pareció satisfactorio. Todos los que lo conocían, excepto Han, estaban muertos. Una pérdida aceptable de vidas. Como Han había dicho, los vikingos luchaban por honores y riquezas. Morir luchando era un honor. Ellos habían escogido luchar al lado de él. Tal vez los

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campesinos que él había forzado a guerrear no entendiesen el significado de morir en una lucha. Pero entenderían cuando fuesen recibidos como héroes en el Vallhala. Se vistió cuidadosamente para visitar a Anne Hallsteader, hija de su primo y esposa de Daro Thorsson. La familia era antigua en Dinamarca y pertenecía a la nobleza. Habían gobernado áreas extensas da Nortumbria, en Gran Bretaña. Si Renfrew se hubiese apoderado de las tierras de los MacInnish hace una década, el padre de Ulric sería heredero de muchas propiedades. Por intervención de un muchacho encolerizado, el padre de Ulric había muerto, Renfrew había sido muerto y todo se había perdido. Sus aliados habían seguido el mismo destino. Etienne, hijo de Renfrew había pasado la última década reconstruyendo lo que el padre había perdido. Pero sólo en los últimos años, después de los embates entre Matilde y Stephen, los barones del norte de Inglaterra comenzaron a fortalecerse. Etienne, un joven cobarde al entender de Ulric, se había transformado en un hombre inteligente. Por medio de insinuaciones y promesas falsas, había conquistado la ayuda de sus vecinos. Por su casamiento, Etienne había ganado las propiedades al oeste de los antiguos bienes de su familia. Su esposa había muerto después de dar a luz al único hijo de ellos. El parto la había debilitado y nunca más se había recuperado. Se decía que Etienne la había envenenado para casarse con su segunda esposa, que le había brindado las tierras de Fiffen y Hoar, junto con todas las ganancias de lo que producían. Alto, delgado, experto y atractivo, Etienne era lo opuesto a un guerrero. En verdad, apenas soportaría levantar una espada. Pero podía comprar centenas de espadas. Por medio de la muerte de muchos caballeros a su servicio, había quedado con un gran número de propiedades. Confiscaba lo que pertenecía a los mercenarios que no dejaban esposas o hijos. Muchas veces tomaba sus casas y sus pertenencias, alegando que los caballeros eran sus deudores debido a los caballos y equipamientos de guerra que había comprado para ellos. Etienne mantenía a Ulric informado de los acontecimientos en la frontera. Ulric se enteraba de los movimientos militares de David, Stephen y Matilde. Etienne siempre sabía escoger el momento y los lugares adecuados. Ulric muchas veces lideraba ejércitos reticentes en rebeliones que forzaban a David a continuar en movimiento. Cada guerrero digno de ese nombre sabía que cansar a una tropa podría causar grandes daños. Atraía soldados escoceses hacia el sur y después planeaba un ataque al norte. Y viceversa. La moral quedaba debilitada y los más valientes eran matados. Ulric tenía mas respeto por algunos enemigos que por Etienne, un guerrero mediocre. Etienne era un pensador astuto que no tenía el poder de su padre. Sin embargo, había aprendido de él espiar a un enemigo usando como método la traición interna. Llegó al campamento de Daro, después de mandar un mensajero a avisarle a Anne que iría a felicitarla por su boda y que estaba maravillado por la elección de un marido vikingo. Le llevaría un regalo de bodas. Recibió una respuesta efusiva de Anne quien se mostró encantada de ver a un pariente de su padre. Sentía mucho que los MacInnish, familia de su madre, fuesen enemigos de los Hallsteader. Pero la dulce Anne estaba muy feliz de recibirlo, así como estaría satisfecha de recibir a los MacInnish. Ulric entró en el campamento acompañado por seis hombres, todos muy

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bien vestidos y montados en caballos espléndidos. Eran hombres que no lo habían acompañado antes en Stirling, pero que habían conquistado glorias y ganancias en los combates de la frontera. Habían saqueado aldeas inglesas y habían culpado a los escoceses por esos ataques, así como habían arrasado tierras escocesas y habían culpado a los ingleses. Lo que Ulric no podía permitirse se lo pedía a Etienne. Para entrar al campamento de Daro, le había traído a Anne una jarra de plata con copas del mismo material. Ulric fue saludado en la entrada al gran salón de Daro. Se comportó con extrema caballerosidad. Besó a Anne y se alegró por la entrada de Daro a la familia. Fue recibido como un pariente. Los vikingos apreciaban a los familiares y eran leales a ellos. Le sirvieron comidas finas y un vino especial. Hablaron y rieron. Anne le contó como Waryk, nuevo Lord de Blue Isle, había intercedido en favor de ellos ante el rey y que Michael MacInnish había consentido el casamiento. —Los tiempos cambiaron. Ahora habrá paz. Somos todos escoceses, aunque tengamos orígenes diferentes. —¡Por la paz! —Ulric levantó la copa con una amplia y falsa sonrisa. ¡Esa vez quería ver a Daro Thorsson y a Waryk enfrentarse con las espadas desenvainadas! En verdad, le gustaría matar personalmente a Waryk, el hombre que había matado a Lord Renfrew y a su padre. Pero había aprendido de Etienne a controlarse para vencer. Quería a Mellyora MacAdin, a Blue Isle y a Waryk muerto. Daro le serviría como instrumento y posiblemente perdería la vida en el combate. Lo cual eliminaría un posible competidor para el gobierno de Blue Isle. —¡Por la paz! —repitió Daro y bebió el vino. —Waryk se casó con mi sobrina, la hija de Adin —Daro comentó. —Oí decir que ella no quería el matrimonio. —Al principio —Anne le explicó—. Creo que ahora ella está muy feliz. Recibí un mensaje de ella. Nosotros la veremos en breve. —¿Ah, si? —Está ansiosa por hablar con Daro, quien se encontrará con Waryk nuevamente. ¡Andan acusando a Daro de haber efectuado ataques bárbaros en Blue Isle y ese asunto debe ser aclarado! —¡Anne! —Daro la amonestó—. Es cierto que nos veremos pronto. Mellyora recibió un mensaje diciendo que Waryk está viniendo del norte con Peter de Tyne. El Lord inglés quiere prestar juramento al rey David. Ella planea una sorpresa especial para su marido. —¡Por Lord León! —Ulric brindó—. Y por su sobrina, ¡la hija del gran Adin! —¡Por los dos! —Ulric, ¿conoces Waryk? —Anne se interesó. —¿Quién no conoce la reputación de Lord León? —¡Ah, claro! Ulric durmió en el campamento. A la mañana siguiente partió llevando en su bolsa una bandera y la capa de Daro, y varias de sus armas. Y lo más importante: su yelmo. Más tarde, haría uso de los elementos para armar un engaño. Las tropas de Etienne estaban yendo hacia el punto de encuentro. Ulric causaría devastación en Escocia, en nombre del rey Stephen. La venganza podría ser llevada a cabo en nombre de la justicia. Una ironía maravillosa.

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El rey David estaba en Stirling y había mandado llamar Waryk ante su presencia. Waryk iría acompañado de Peter de Tyne que juraría lealtad al monarca. Cumpliendo con esa formalidad Peter se quedaría con la propiedad y sería nombrado Lord escocés. David adoraría saber que Stephen había quedado furioso por haber perdido la propiedad Tyne. Waryk, que conocía a Peter muy bien, se preguntó si su amigo honraría al otro con la misma facilidad. Estaba ansioso por volver a Blue Isle. Había oído rumores de un ataque inglés, pero sin saber el lugar preciso. Partiendo de Tyne, pasaría por Blue Isle y se llevaría a Mellyora consigo para Stirling. El último mensajero de Blue Isle que había llegado a Tyne le había comunicado que Ewan se estaba recuperando. Waryk había quedado satisfecho, Ewan era un hombre decente. Aún así, no se olvidaba de los celos que había sentido. Eleanora, ansiosa por conocer la corte escocesa, acompañaba a su hermano. Y había decidido provocar a Waryk pues no se resignaba a perderlo. Con gestos, con sonrisas, con miradas... Él estaba atormentado por la proximidad física de una mujer tan bella y accesible. Pero su corazón estaba dominado por la imagen de su esposa. Jamás olvidaría la mirada de dolor, cuando le había dicho que tendría que partir. Levantaron un campamento en las proximidades de Blue Isle. Comieron pescado y faisán asados. Un aldeano del valle se ofreció a entretenerlos durante la cena. Se sentó para contar la historia del rey David. Después fue el turno de una arpista y de una bailarina que llevaba una máscara. Ella comenzó a contar la historia de un Lord con pasado misterioso, de su esposa galesa y del hijo de ellos. Un guerrero del rey, un lord que pretendía reparar los errores y que siendo joven, se había levantado en medio de un mar de muertos para vengar la muerte de su padre, para luchar por su país, por su rey y por el honor de su familia. Todos se fascinaron ante la gracia y la voz cristalina de la bailarina. Y Waryk entendió que ella estaba relatando su propia historia. Y supo enseguida quien era la bailarina enmascarada. ¿Qué diablos estaba haciendo Mellyora allí? Sentado entre Eleanora y Peter no sabía si enojarse o reírse. —¡Santo Dios! —Peter se admiró—. La muchacha es una tentación. Debo conocerla. Y me casaré con ella. Nunca sentí una atracción tan inmediata. —Peter, no podrás casarse con ella —Waryk murmuró. —¿Sólo porque es una aldeana? No me importa. No soy ambicioso, ¡no quiero ni necesito la dote de una esposa! —¿Por qué el deseo es tan fuerte para los hombres? —Eleanora los provocó y se dirigió a Waryk—. ¿La bailarina rubia te tentó a olvidarte de la lealtad hacia tu esposa? —Eleanora, no es una bailarina rubia, ella es mi esposa. Waryk se levantó. La alegría y la sorpresa de ver a Mellyora dieron lugar a la irritación. Seguramente había venido a espiarlo, para saber si él se acostaba con Eleanora. Además, una extraña inquietud lo perturbaba. Mellyora debería estar en Blue Isle, en la isla o en el continente, protegida por Angus. Sin saber exactamente por qué, presentía que un peligro los acechaba. Mellyora debería ser mas precavida después de los ataques sufridos y de la acusación contra su tío. Eleanora arqueó una ceja y sujetó la mano de Waryk. —Calma, mi am... amigo. Milord, parece que quieres arrancarle la cabeza. —Ella no debería estar aquí.

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—Pero está aquí. Y vino por vos. —Tal vez haya venido por vos. Eleanora sonrió. —Aún así, es por vos que vino. Ahora soy yo la que está celosa. Waryk apretó sus dedos en los de ella. —Eleanora, eres una mujer bellísima y no debes tener celos de nadie. Con permiso. —Prométeme que vas a dominar tu rabia. —Estoy bajo control. —Waryk... —Lo juro. Se puso de pie y se aproximó a su esposa. Mellyora paró de hablar y permaneció estática mientras su marido le arrancaba la máscara. —¡Entonces fui descubierta! —ella se divirtió—. Planeaba terminar la historia antes de revelar mi identidad. —Estoy muy tentado de darte una buena zurra. —Vamos, marido, estás siendo grosero. La historia tenía un final que ciertamente te agradaría. —¡Me parece que no! El pobre Peter quería casarse con vos, ¡aún sin saber quien eras! ¡Sólo Dios sabe lo que está pasando por la mente de los otros hombres! Mellyora se ruborizó, sin imaginar el efecto que causaba. —Era una buena historia —insistió. —Y vos podrías ganarte la vida como bailarina o... como prostituta. —¡Waryk! —¿Porque saliste de Blue Isle? —Quería venir a tu encuentro. —¿Tienes consciencia del riesgo al que te expusiste? Aunque fuese por la ansiedad de verme... Me atrevería a afirmar que Eleanora es el motivo de tu insensatez. —¿Es aquella de allá? —Mellyora, señaló a su rival. —Si. —Muy bonita. —Si. Waryk le sujetó a mano. —Ven a conocer a Eleanora y a Peter. —No... —Vamos, insisto. Waryk literalmente la arrastró hasta la mesa. —Eleanora, Peter, mi esposa, Mellyora. Querida mía, te presento a Peter de Tyne y a Lady Eleanora. —Adorable —Eleanora murmuró. —Peter... Lady Eleanora... —Mellyora esbozó una sonrisa superficial. —¿Aceptas un poco de vino? —Eleanora le ofreció—. La copa de tu marido está aquí. —¿Tienes hambre? —Peter preguntó—. Después de bailar tanto... —¡Peter! —Eleanora le advirtió con los ojos. —Bien, ella... es.... espectacular. —Peter, querido, no hagas que Waryk se olvide que todos somos amigos. ¿Quieres comer algo, querida?

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—No gracias, Milady. Nosotros ya cenamos en la aldea. —¿Nosotros? —Eleanora se extrañó. —Angus vino conmigo. Yo no me atrevería a salir sola de Blue Isle. Waryk vio a su amigo del otro lado. Angus tenía el ceño fruncido y estaba muy bien armado. El guerrero gigante se encogió de hombros y ensayó una sonrisa que se asemejaba a una mueca. —Si nos permiten... —Waryk pidió permiso a Peter y a Eleanora—. Debo enterarme de las novedades de Blue Isle. Waryk condujo a su esposa por una senda del bosque. —¿A dónde vamos? —ella preguntó, desconfiada de la reacción que había provocado. —Hasta cerca del lago. —¿Por qué? —Así nadie podrá oírte gritar. Mellyora intentó soltarse. —¡No tienes derecho a amenazarme! Deberías estar contento porque tu esposa ha venido a tu encuentro para... —¿Ver si estaba durmiendo con Eleanora? Ella se ruborizó, sin responder y Waryk concluyó que había acertado con su deducción... —Waryk, suéltame... —Vamos hasta el lago, mi amor. Ah, oí decir que Ewan ya se recuperó, que está fuerte y saludable. —¡Yo lo dejé para venir a verte y te veo agarrándole la mano a Eleanora! —¡Ah! ¡Entonces viniste a espiarme! El camino hacía una curva y llegaron cerca del lago. La luna llena se reflejaba en las olas mansas. Las ramas de los árboles parecían dedos oscuros que sujetaban el paisaje luminoso. El suelo estaba cubierto por un tapete de hojas suaves. Waryk sujetó las manos de su esposa, inmovilizándola —Confiesa que viniste para espiarme. —Yo vine para... Waryk la interrumpió con un beso intenso y largo. No importaban las razones. Estaban juntos. Sin aliento, apartó los labios y Mellyora volvió a hablar. —Waryk, ella es linda y estuviste con ella... —¿Si? —Waryk volvió a besarla, esa vez con mayor suavidad. —¡Waryk! —Mellyora intentó soltarse sin conseguir contener las lágrimas—. Si estuviste con ella... —repitió. Waryk besó el lóbulo de su oreja y su cuello. —Suéltame... —¿Por qué? —Porque no quiero... —¿No quieres...? —Soy orgullosa. Waryk nunca la había visto tan linda. —Todos tenemos orgullo, Mellyora. Dame otro motivo. —Eres mi marido. —Eso está mejor, pero no es suficiente. Ella apoyó la cabeza en el pecho de él. —Y no quiero compartirte con nadie.

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Waryk se quitó la capa y la extendió sobre el suelo. Se arrodilló, abrazándola. —Waryk... —No te traicioné, querida mía. —Entonces... Waryk la recostó sobre la capa y se inclinó más cerca de ella, apoyándose sobre un codo. Pasó a acariciarla por debajo del vestido de lana fina. Irritado con la tela que le impedía pleno acceso al cuerpo de su esposa, le quitó la túnica. —Waryk estamos cerca del campamento, cualquiera puede... —Angus está de guardia. Nadie se aproximará. Waryk estaba embriagado con el perfume de Mellyora. El beso impetuoso reflejó el deseo contenido y se acariciaron con impaciencia. Waryk se quitó el cinturón y las armas, se sacó la túnica, la calza y las botas. Mellyora, acostada, parecía una diosa vikinga. A pesar del deseo que lo atormentaba, se enterneció ante tanta belleza. Hicieron el amor con desesperación, alcanzando rápidamente el clímax. Mellyora se olvidó de sus temores y se entregó completamente a su marido. Mellyora se estremeció acostada al lado de Waryk. Él usó la capa extendida en el suelo para cubrirla. Después de algunos minutos, ella levantó la cabeza. —¿Debes ir a Stirling con Peter y... su hermana? —Si. Nosotros iremos con ellos. —¿Nosotros? —gritó nerviosa—. Waryk le escribí a Daro y a Anne. Les relaté el ataque de los vikingos y la acusación que involucra a Daro. Ellos están en las proximidades de Stirling. Me gustaría que Daro se encontrase con David y renovase su fidelidad hacia Escocia. Waryk se apoyó en un codo. —¿Dijiste que venías a encontrarte conmigo? —Es cierto. —Tal vez no haya sido una buena idea... —¡Waryk! —Mellyora lo interrumpió con un grito, mirando por encima de los hombros de su marido. Él rodó hacia un lado en el momento justo. Un hacha de guerra golpeó con violencia el suelo en el lugar donde Waryk había estado acostado. Mellyora se levantó rápidamente, seguida por Waryk quien de repente, se vio delante de cuatro hombres. ¿Vikingos o normandos? Dos tenían barba y eran rubios. Dos, pelirrojos. Por los yelmos parecían ser vikingos. Las cotas de malla del estilo normando. Pero el equipamiento de batalla no era extraño. ¡Pertenecía a Daro Thorsson! El estandarte de Daro temblaba en la mano de uno de ellos. Cuatro hombres. Dos portaban hachas, uno empuñaba una maza y la espada de Daro. Waryk no tenía armas y Mellyora... sólo cubierta por la capa estaba de pie, estática. ¿Espantada? ¿O satisfecha? ¿Por qué le había contado a Daro respecto al ataque? ¿Para prevenirlo? ¿Por qué? —¡Waryk! ¡Finalmente! —uno de ellos gritó—. ¡El paladín del rey! ¡El muchacho asesino! Vean qué extraordinario. Nos encontramos por primera vez y el señor está desnudo y sin armas. Una verdadera cobardía. Yo podría darte un arma y la oportunidad de luchar. Pero... ¡No! Morirás como un perro

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sarnoso! El primer hombre avanzó, agitando el hacha. Waryk logró eludirlo. —¡Waryk! —Mellyora le arrojó la espada que estaba en el suelo. —Escóndete detrás mío, Mellyora, —Waryk sacudía el arma apuntando a sus enemigos. —Yo puedo... —¡Milady no puedes luchar sin un arma! Otro avanzó con un hacha. Waryk se corrió a un lado y blandió la espada, despedazando a su atacante. El segundo embistió, soltando un grito salvaje. La lucha fue igualmente feroz hasta que Waryk acertó al enemigo en el vientre. Apenas tuvo tiempo de darse vuelta y eludir, por milímetros, la macana que se dirigía a él. Era cuestión de matar o morir. Fueron segundos tensos de movimientos precisos. Y el tercero cayó, con la sangre saltando a chorros de su cuello. Waryk se volvió y esperó al último atacante que no avanzaba. Volvió a darse vuelta. El cuarto hombre había huido... con Mellyora. Daro se había llevado a su sobrina. El error de Mellyora había sido agacharse para tomar la maza. Fue levantada por la cintura y gritó con pánico. Waryk no la había oído, porque dos hombres intentaban matarlo en ese momento. Fue arrojada sobre el hombro de un hombre y después sobre el lomo de un caballo. No podía luchar contra el asaltante porque él estaba protegido con una cota de malla y un protector pectoral de metal. Envuelta en la capa de su marido, ni se atrevía a moverse. Estaba desnuda debajo de la capa. Tuvo tiempo suficiente para ver el segundo hombre caer y a Waryk ocupándose del tercero. Galoparon a toda velocidad por mucho tiempo. La noche pareció interminable y el viento se tornaba mas frío. Pararon en un bosque cerca del mar. Mellyora notó que estaban cerca de Blue Isle. El caballo se detuvo y ella fue arrojada nuevamente sobre el hombro de su secuestrador. Fue lastimada por la cota de malla y el pectoral. Antes de desmontar, él casi la derribó. Mellyora se acomodó mejor la capa alrededor del cuerpo y comenzó a retroceder. El hombre usaba el yelmo de Daro, con su emblema. —¿Quién eres? —ella estrechó los ojos. —Daro. —Eres cobarde y mentiroso. ¿Crees que yo no reconocería a mi tío? ¿Fuiste vos quien atacó a nuestro pueblo? Waryk no es idiota. Si él te agarra y descubre quién eres... —Cállate, Lady Mellyora. Ni tu tío ni tu marido están aquí. Tu marido ya debe estar muerto y no podrá reclamar lo que le pertenece. Mellyora observó al desconocido que la amenazaba. Se estremeció y cerró mejor la capa. —Mi marido no está muerto. —Mató a uno de mis hombres, pero quedaron dos para liquidarlo. Mellyora no dijo nada. Sería imprudente revelar lo que había visto. —Él tiene la espada de su padre. Se defenderá. —La espada paterna no impide la muerte de un hombre —él replicó con amargura—. No importa. Llegaremos a Blue Isle antes que tu marido y los hombres del rey. Milady ordenarás que los portones sean abiertos. Nos encontraremos con el resto de mis hombres y con la tropa do Lord Renfrew. Una vez allí dentro, mi querida, la fortaleza volverá a ser un reducto vikingo. Te aseguro que estarás satisfecha con eso.

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El hombre era experto. Una vez del lado de dentro, él no sería obligado a salir. Las murallas anchas tornaban casi imposible el acceso a Blue Isle. —Nunca alcanzaremos la isla. —Llegaremos allá, mi querida, aunque eso no es lo importante, pues te tengo a vos en mi poder. Además existen otras cosas que deseo más que la isla. —¿Qué? —Venganza, mi querida. Venganza. —Contra mí, mi padre, Waryk... —Acertaste en el tercer intento. —¿Por qué? —Waryk mató a mi padre. No sabías que tu marido es un asesino, ¿verdad? —No creo eso. Él evita cuanto puede el derramamiento de sangre. —Pues yo te aseguro que es un asesino. Mellyora se encogió de hombros. —Mátame, si crees que con eso perjudicarás... Él se casó conmigo por imposición del rey. —Pero vos estás embarazada. ¿Quién le habría revelado ese detalle tan íntimo? ¿Angus? ¿La persona a la quien Waryk le confiaba su propia vida? —Eso no es verdad —mintió. El hombre desmontó. —Mellyora MacAdin, ¡eres salvaje como las rocas y el mar! ¡Una guerrera! Estás muy equivocada. No importa lo que suceda, tu marido pagará. Él va a sufrir de cualquier manera, su esposa y su hijo están en mi poder. Cuando la criatura nazca, morirá. Si Waryk muere o no, tampoco me importa. Yo me quedaré con Blue Isle... y con su esposa. —Jamás me casaré con vos. Tengo marido y... —Tal vez él muera. —Aún así, jamás me convertiré en tu esposa. Él se aproximó y ella retrocedió. —Vos no querías unirte a Waryk y acabaste acostumbrándote. Sucederá lo mismo conmigo. —¡No! —Serás azotada hasta que resuelvas aceptarme. —Sois un idiota. Acabé acostumbrándome a Waryk porque él nunca me golpeó, porque lo vi ser razonable con los demás, porque fui testigo de su misericordia. Él siempre ha sido un hombre decente y... El hombre le arrancó la capa con la punta de la espada, antes de apoyarle la hoja en el cuello. —Vamos comenzar a bajar, Milady. Ella necesitaba vivir para que su hijo no muriese. Valientemente, sujetó la espada y la apretó contra su propio cuello. —Si te acercas a mí, me mataré. Tienes razón, estoy embarazada y vos nada podrás hacer contra eso. Si planeas matar a mi hijo después de que nazca, prefiero que él muera ahora. Y si yo me mato, jamás entrarás a Blue Isle. Mellyora no creía tener el coraje de matarse a sí misma ni de matar a un inocente... al hijo de Waryk. Con sorpresa, vio al hombre retroceder y bajar la espada.

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—La hija del gran Adin, una vikinga, será responsable de mi entrada a Blue Isle. —Mi padre fue un vikingo, pero era un hombre decente. Conocía la diferencia entre batalla y masacre, entre asesinato y justicia. El hombre la agarró por los cabellos y la empujó en dirección al caballo. —Necesito la capa. Tengo frío. Y si fueras visto arrastrando a una mujer desnuda... Él debió haber reconocido su error, pues se dio la vuelta y fue buscar la capa. Mellyora calculó la distancia, mientras él se agachaba para tomar la prenda. Unos diez metros. Helada por el frío, saltó encima del caballo y golpeó con sus tobillos los flancos del animal. Lo escuchó gritar, jurar que la capturaría y que la haría pagar por su insolencia. Ella le pidió a Dios poder soportar el viento que la fustigaba. El ruido de los cascos del caballo que avanzaba. Rezó para que el caballo no decidiese volver en busca de su amo. El animal no volvió. Galopó con una velocidad increíble. Mellyora supuso que al animal no le gustaba mucho su amo. El castillo y la ayuda estaban muy cerca. Mandaría un mensajero a avisarle a su marido. Waryk se vistió, maldiciendo. Llamó a Angus a gritos. Angus yacía en el suelo en medio de un charco de sangre. Pero se levantó como pudo, gimiendo, cuando Waryk asustado, le tocó el rostro. —¡Estás vivo, hombre! —Waryk suspiró aliviado. —Lo estoy —confirmó, frotándose la frente. —La sangre... —No es mía. Me golpearon en la cabeza. No debería haberlo dejado aproximarse, pero cuando vi que era Daro... —¡Daro! —Waryk volvió a maldecir. —Conozco la armadura, el yelmo y la capa de él. Sabía que Mellyora le había mandado un mensaje a su tío. Por eso no me extrañó el hecho de que él hubiera venido al encuentro de ustedes. Oh, Dios, ellos intentaron matarte... —Y el hombre se llevó a Mellyora. Angus, ¿puedes ponerte de pie? Voy a buscar a la tropa para ir al campamento de Daro. No estamos lejos de la parte continental de Blue Isle. Mandaré a Eleanora hasta allá y vos podrás acompañarla. —Estoy bien. Yo te acompañaré en la lucha. Waryk asintió. —Thomas la llevará, junto con Tyler y Geoffrey. Peter mandará algunos soldados de su tropa. Vamos. Llegaron al campamento y supieron que Eleanora se encontraba en la tienda para tomar su descanso nocturno. Peter había quedado de pie al lado del fuego y se mostró afligido cuando supo que Mellyora había sido llevada por su tío. Waryk le explicó que Eleanora podría proseguir viaje a Blue Isle inmediatamente y que le ofrecía tres caballeros como escolta. La luna llena permitiría una buena visibilidad y los hombres conocían bien el camino. Peter mandó a llamar Eleanora y Waryk le explicó la situación. —Waryk, lo siento mucho —Eleanora habló—. Pero sé que Mellyora no es culpable. Ella jamás te traicionaría, aunque fuera para defender la causa de su tío. —¿Y cómo sabes eso? Ella le acarició el rostro. —Por la expresión con que te miraba... Ella te ama mucho. Tal vez hasta

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más que yo. Waryk besó la mano de Eleanora. —Te agradezco por haberme dicho eso. Jon de Wick es el guardia de los portones de la fortaleza. Cuando llegues a la aldea, pide hablar con Ewan MacKinny. Él te llevará a Blue Isle. Eleanora reunió algunas de sus pertenencias y partió con el pequeño grupo de caballeros. Waryk silbó y Mercury se aproximó. Había llegado la hora de enfrentar a Daro. Mellyora prosiguió la carrera, sin detenerse ni un solo instante. Rezó con fervor para que el caballo soportase la velocidad que ella le exigía. Al amanecer, llegó a lo alto de la colina. Exhausta y congelada, miró la aldea, descendió la ladera a gran velocidad, gritando por socorro. Ewan, de guardia, abrió los portones de la aldea. Todos salieron de sus cabañas. Mellyora tuvo tiempo de ver a Phagin y a Igraína, antes de caerse del caballo como un bloque de hielo. Balbuceó lo que había sucedido, mientras Igraína le ofrecía su propia capa y la ayudaba a ponerse de pie. —Debemos calentarla inmediatamente —Phagin afirmó. —Abuelo, trae rápidamente vino caliente —Igraína pidió mientras llevaba a Mellyora dentro de la cabaña. Envuelta en la capa de Igraína y una manta de lana, Mellyora fue llevada delante de la chimenea, acompañada por Ewan. La abuela le entregó una copa y Mellyora bebió algunos tragos. La bebida la calentó y sus labios pararon de temblar. —Ewan, no sé cual es el nombre del hombre, pero no era Daro. Debemos mandar un aviso a Waryk, sin pérdida de tiempo. El hombre robó las pertenencias de mi tío y... —¿Cómo pudo haber hecho eso? —Igraína se extrañó. —No lo sé. Él tiene que ser una persona en la que Daro confía. —Tomó mas vino—. Sólo puede ser eso. El hombre quiere matar a Waryk y ya intentó hacerlo. Va a encontrarse con un tal Renfrew. —¿Renfrew? —Phagin preguntó, bruscamente—. Santo Dios! Hace mas de diez años, Lord Renfrew atacó las tierras de los MacInnish. Masacró a los comerciantes y los campesinos. Reunió un ejército de mercenarios a quienes le prometía grandes riquezas en caso de victoria. Renfrew y la mayoría de los vikingos fueron muertos. Muchos de ellos por un muchacho que el rey resolvió tomar bajo su protección. Ese muchacho era tu marido, Mellyora. Ese día, Renfrew y sus hombres asesinaron a toda la familia de Waryk quien, a pesar de ser muy joven, vengó la muerte de sus parientes. Ese vikingo que te raptó pretende vengar su propia familia matando a Waryk. Alcanzaré a Waryk y a Daro. Nadie se atreverá a interceptar a un sacerdote. Mellyora ve a la fortaleza. Blue Isle será atacada. Ah, el nombre de ese monstruo es Ulric Broadsword Hallsteader. —¡Hallsteader! —Mellyora se levantó de un salto—. ¡El padre de Anne era un Hallsteader! Él debe haber.... —Eso mismo. Él debe haber usado Anne. Estoy seguro que ella es inocente. Preciso irme ahora. Vuelve al castillo. *** Waryk se aproximó al campamento de Daro con su tropa y los soldados de

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Peter. Estaba seguro que Daro sabía de su venida y que estaba preparado. Pero las dudas lo acosaban. Daro no necesitaba acampar en el bosque. Podría haber ido a Blue Isle y haberlo matado mientras dormía en su cama. Siendo hermano de Adin, su presencia sería aceptada por todos y luego de matarlo hubiera asumido el poder en Blue Isle. Daro, con la cabeza descubierta, se encaminaba hacia los portones, en compañía de Ragnar y de los demás consejeros. Como Waryk había sospechado, Daro sabía de su venida. Arqueros vikingos estaban apostados. Waryk había venido con caballeros, soldados de a pie y armamento completo. Mensajeros habían sido enviados al rey. Waryk aguardaba la llegada de refuerzos. Daro salió y, por su mirada, Waryk entendió que el tío de Mellyora lucharía hasta la muerte. —¡Waryk! ¡Detén a tus hombres! ¡Esta lucha es de hombre a hombre! Waryk levantó la mano, Daro no devolvió el saludo y se quedó detrás de la empalizada de madera que había sido erguida alrededor del campamento. Waryk cabalgó al encuentro de Daro. En un caballo blanco, el vikingo rodeó a Waryk y escupió en el suelo. —¡Nunca pensé en perjudicarte! —¿Dónde está mi esposa? —¡No sé dónde está mi sobrina! Milord viniste a desafiarme, una vez más descuidaste a tu esposa, quien es sangre de mi sangre. —Alguien usó tu yelmo y tu espada. ¡El descuidado sois vos! Los dos hombres circularon uno alrededor del otro. De repente, Daro levantó la espada y embistió. Waryk detuvo el golpe con su escudo. Incitó a Mercury a un lado y asestó una serie de golpes. El vikingo se defendió de todos y volvió a la ofensiva. Waryk se resguardó con maestría y atacó. Daro lo eludió. —¡Infeliz! —Daro le gritó—. ¡Ni siquiera sabes reconocer quién es amigo y quién es enemigo! —¡Idiota! ¡Has sido usado, debajo de tus propias narices! —¡Normando sanguinario! —¡Escocés sanguinario, si me permites que te corrija! —¡No mereces a mi sobrina! —¡Nosotros nos merecemos la verdad! —¡Te mataré! —¡Si yo no te mato antes! Intercambiaron golpes algunos minutos mas hasta que el caballo de Daro tropezó en un agujero y cayó, volteando al caballero. Waryk desmontó y se aproximó a su oponente, sujetando la espada con las dos manos. Daro levantó su arma del suelo, sin dejar de mirar a Waryk. —Mátame si quieres. Waryk lo observó durante algún tiempo. Bajó la espada y extendió la mano. —Dios nos ayude, Daro. ¿A dónde llevaron a Mellyora? ¿Qué está ocurriendo? Daro aceptó la mano extendida, y en ese momento resonó un grito ensordecedor. —¡Acaben con esto, idiotas! —Padre Phagin se aproximó, con su barba blanca y su hábito negro agitados por el viento. Desmontó, jadeando. Tuvo que apoyarse en Waryk para hablar—. Estoy muy viejo. Mi corazón no soporta más ciertas cosas. Daro, has sido usado.

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—Tengo que concordar con esa verdad. Waryk, ¡nunca fui tu enemigo! —¡Paren! ¡Oh, Dios! Yo no sabía que... —Anne salió corriendo de una cabaña del campamento. Daro se encogió de hombros. —Si mis hombres no la hubieran retenido. Ella habría interferido. —Lo sé. —Waryk sonrió, comprensivamente. —Sé lo que está ocurriendo... —Anne comentó acalorada. —Bien. —Phagin luchaba por recuperar el aliento—. Intentaré resumir los hechos. Hallsteader está tramando una venganza en complicidad con el hijo de Lord Renfrew. Mellyora está en el castillo. Daro, ella se escapó de Ulric Hallsteader, el vikingo que se vistió tus ropas, tu yelmo y que usaba tu espada. Ese hombre esperaba que vos y Waryk se matasen. —La culpa fue mía —Anne se lamentó—. Él mandó a avisar que deseaba visitarme. Es primo de mi padre. —¡No es culpa de nadie! —Phagin declaró—. ¡Por una vez escuchen las palabras de un viejo! Estamos perdiendo un tiempo precioso. ¡La fortaleza será cercada cuando Hallsteader y Renfrew lleguen allá! Daro y Waryk intercambiaron miradas. —Anne, vuelve adentro —Daro le ordenó. —Pero... —¡Haz lo que te digo! —No fue su culpa. —Waryk secó con sus dedos las gruesas lágrimas que se deslizaban por el rostro de Anne—. Haz lo que tu marido te pidió. Así estaremos más tranquilos. Waryk montó a Mercury y Daro, su garañón blanco. —Waryk —Phagin lo llamó—. Dios permita que Milord llegue a Blue Isle antes que Ulric ponga en práctica uno de sus mas terribles ardides. Él aprendió de su padre y de Renfrew a actuar como un una ave de rapiña sobre las debilidades ajenas. Las murallas de Blue Isle son indestructibles. Pero la aldea y la gente, no. —Phagin, estamos apurados. Puede acompañarnos, si quiere. Tenemos que partir... —Una cosa mas. —¿Qué es? —Waryk se impacientó. —Creo que Mellyora está embarazada. No te olvides de eso. ¡Oh, Dios! ¡Un hijo! Waryk espoleó a Mercury y alcanzó a su tropa. —¡A la fortaleza! —gritó.

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Capítulo XII Eleanora quedó agradablemente impresionada. La aldea era encantadora, tenía una empalizada de madera y las personas eran cálidas e inteligentes. Ewan MacKinny la recibió con gentileza, a pesar de su convalecencia. Tenía noticias de que Mellyora se encontraba bien y que estaba en el castillo. El joven se ofreció para encontrar un barco para llevarla a la isla, pues la marea había subido. Además de eso hacía frío y sólo los nativos estaban acostumbrados a cabalgar por el agua. —¡No quiero pensar en una batalla entre Daro, mi hermano y Waryk! —No se preocupe, Milady. —Ewan le aseguró—. Phagin, nuestro sacerdote, fue al encuentro de ellos. Lord Waryk sabrá qué hacer. Si quiere, Milady, podemos ir al castillo. Allá estará segura. Eleanora quedó encantada con el joven que la ayudaba. Era atractivo, tenía bellos ojos y una sonrisa sincera. —Gracias. —Eleanora sonrió—. Soy yo quien debería ayudarlo. Has estado gravemente herido. —Estoy mucho mejor. Los dos salieron de la cabaña y quedaron estupefactos. La muralla de madera había sido rociada con aceite y ardía Ewan la abrazó, y Eleanora y él comenzaron a correr. Desde el lado de afuera de la empalizada, Eleanora gritó. Una red cayó sobre ellos. Habían sido capturados como moscas en una telaraña. —Coraje, todo saldrá bien —Ewan susurró. Difícil de creerlo en ese momento. Pero Eleanora encontró coraje en las palabras de Ewan. Cuando la red fue levantada, Ewan buscó equilibrarse y luchar con dos adversarios. Pero fue alcanzado en la cabeza por la empuñadura de la espada de uno de los atacantes. Ewan cayó y Eleanora intentó gritar, lista para socorrerlo. Un hombre con yelmo y cota de malla impidió su objetivo, diciéndole : —ero cuanta hermosura! Milady debe ser la legendaria Eleanora de Tyne. ¡Ah, cómo deseaba conocerla! Una pena que no dispongamos de mas tiempo. *** Mellyora sabía como defender el castillo. Se había vestido rápidamente con ropas abrigadas y había ido a lo alto de las murallas. Los portones estaban cerrados y serían abiertos sólo con la orden de Jon de Wick o por ella. ¡Ah, cómo le gustaría que Waryk estuviese aquí! Cuando vio la empalizada de la aldea arder, notó que Hallsteader había llegado. Los arqueros estaban alineados en los parapetos. Aunque debilitada por la ausencia de su marido y de muchos de sus caballeros, la defensa de Blue Isle era considerable. El poder de la fortaleza estaba en los cimientos de roca sobre los cuales había sido construida. Las murallas anchas no podían ser penetradas. En momentos de peligro, el puente levadizo era elevado detrás del portón principal. Aceite caliente podría ser arrojado fácilmente sobre los atacantes que por ventura se acercasen a los primeros portones. En los calderos ya hervía el líquido denso. Mellyora no quería demostrar debilidad, pero cuando vio las llamas elevarse

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en la aldea, pensó que moriría. Ewan todavía no había llegado. Estaba en peligro o hasta podría haber muerto. Igraína, su familia, sus amigos, los ancianos, los bebés... Oh, Dios Todo Poderoso, haz que Waryk llegue pronto. A pesar del temor, buscaba mostrarse valiente. Hallsteader no tenía escrúpulos y jugaría sucio. ¿Habría mandado a matar a aquellos que no habían conseguido huir al bosque? El primer ataque ocurrió poco después del incendio. A pesar de la marea alta, los hombres de Hallsteader cruzaron el lecho del mar a caballo y a pie. Un segundo hombre con un manto adornado con un dragón también lideraba la tropa. Mellyora supuso que era Renfrew. Tenía una costosa armadura, un caballo enorme y estaba vestido lujosamente. Los porta estandartes cargaban, además de la bandera roja de Renfrew, la bandera de Stephen de Blois, rey de Inglaterra. Ulric y Renfrew dirigían el ataque, pero no participaban de él. Habían mandado la primer línea de hombres para poner a prueba las murallas. Hombres con arietes para derrumbar los portones y otros con cuerdas y ganchos para escalar las murallas. Los arqueros hicieron que desistiesen del intento con rapidez. El ariete fue abandonado. —¿Y ahora? —Ella le murmuró a Jon de Wick. —Saben que no podrán aproximarse. Tendrán que desistir e irse. —Nunca desistirán —Mellyora afirmó—. Ellos quieren el castillo o a mí. —¡Jamás permitiremos que te lleven, Mellyora! —Jon afirmó categóricamente. —Mellyora MacAdin. ¡Ríndete! ¡Seremos clementes con tu pueblo! —Ulric gritó, bajo el yelmo de Daro—. Ríndete ahora y nadie morirá. —¡Retrocede y salva tu vida antes que Lord Waryk vuelva y los mate a todos! —Fue su respuesta. De repente, Ulric se quitó el yelmo y sonrió. Cabellos rubios y cara afeitada. Podría haber sido un hombre guapo y tenía una leve semejanza con Anne. Había algo extraño en el rostro de aquel hombre. La mirada... cierta deformación en el mentón. —Ríndete, ¡Lady MacAdin! —¡Vete, Hallsteader o morirás! —Milady vales cualquier esfuerzo. Se aproximó a Renfrew y los dos conversaron. Y su risa espantosa hizo eco nuevamente. Para Ulric, aparte de su objetivo, nada mas importaba. Asumiría cualquier riesgo y haría cualquier cosa por alcanzar su meta. O moriría en el intento. La muerte en batalla, implicaba poder sentarse al lado del dios Odín en el cielo. Waryk y Daro iban al frente de la tropa. Angus, Ragnar y Peter unos pocos metros más atrás. En seguida venían los caballeros y después los soldados de a pie. La mente de Waryk hervía con temores. Aunque Phagin hubiese asegurado que Mellyora se encontraba en libertad, era terrible pensar que ella había estado bajo el poder de Hallsteader, un hombre que utilizaba su inteligencia poderosa para cometer todo tipo de atrocidades. Desde las sombras, había tramado matanzas y traiciones. ¿Qué habría pasado por la mente de Mellyora durante el tiempo en que había estado bajo el poder de Hallsteader? Después de todo lo que le había sucedido, Waryk ni siquiera sabía si su esposa lo perdonaría por las

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acusaciones que había hecho motivado por la desconfianza. Durante todo ese tiempo, el enemigo había buscado vengarse de Waryk de Graham, por algo que había sucedido en el pasado. Hallsteader podría usar a Mellyora con intención de herirlo. Como vikingo, ciertamente creía que tenía derecho a poseer a la hija de Adin y a gobernar Blue Isle. Hallsteader no podía saber que ella estaba embarazada. La convertiría en su amante y si no lograba matar a Waryk, pasaría toda la vida atormentándolo con la afirmación de que Mellyora cargaba en su vientre un heredero vikingo. Todo eso no tenía importancia. Lord León sólo quería una cosa. Su esposa sana y salva. Mellyora se mordió el labio, aturdida al ver una mujer era arrastrada hasta la presencia de Ulric. Dios... era Eleanora. —Ves, Mellyora MacAdin, a quien tengo. ¡Ahora no tengo más tiempo para derribar los portones! ¡Sé muy bien que tu marido está en camino! —Jon, ¿no hay manera de alcanzarlo con flechas? —Mellyora preguntó al centinela. —No, Milady. Está fuera de nuestro alcance. —Él tiene a Eleanora. —¡Sal del castillo, Mellyora! —Ulric gritó—. Juntos Iremos a negociar con tu marido. Si no vienes, ¡le cortaré el cuello a esta mujer! ¡Matar a Eleanora no tenía sentido! —Peter y Eleanora traicionaron al rey Stephen, ¡Milady! —Lord Etienne Renfrew gritó, apareciendo al lado de Ulric. —¡Tendrás una muerte lenta, Hallsteader! ¡Te lo juro! —Mellyora gritó. Ella no quería mostrar su preocupación. Waryk no debía estar lejos. Ni Daro. A menos que Phagin no hubiese llegado a tiempo para impedir que los dos se matasen. Ulric se apartó por algunos minutos y reapareció arrastrando a un hombre vestido con los colores de Peter de Tyne. Era un caballero canoso, de apariencia digna. —Mellyora de MacAdind, este es Walter de Tyne. Sirvió a Eleanora y a Peter desde que eran niños. Y me dice que está dispuesto a morir por ellos. Ves que simple es... En cuestión de segundos, Ulric le cortó el cuello a Walter con una daga. Eleanora gritó y se encogió de horror. Mellyora nunca había visto una brutalidad tan fría y espantosa, aunque vivía en un mundo cruel y aunque había presenciado muchas veces la muerte de cerca. Walter cayó y Ulric ni siquiera lo miró. Un asesinato nada significaba para él. Asqueada, apretó su estomago y se apartó del borde del parapeto. —¡Todos son traidores! —él gritó—. Ante la primera señal de problemas, corren a cobijarse en los brazos del rey escocés. Milady sal del castillo. Si no te presentas aquí en instantes, le cortaré el cuello a Eleanora. ¿No es la amante de tu marido? ¿Vas a dejarla morir por eso? ¿O la hija del gran Adin es tan honrada que no se atrevería a condenarla por ese motivo? —la provocó. Mi Dios, haz que Waryk llegue pronto. —¡Milady sabes que cumpliré con lo prometido! —Nosotros ya sabemos de lo que sois capaz, ¡Ulric! —Mellyora buscó mantener su voz impasible—. Tienes razón. Eleanora fue amante de mi marido y yo soy el ama de este castillo. —¡Esa frialdad de sentimientos me hace desearte más, Milady! —No te entusiasmes mucho, Ulric. Voy a descender.

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—Pero qué actitud ejemplar, Milady. Tu caridad para con quienes te engañaron es extraordinaria. Voy a darle a Eleanora una posibilidad más. Dejaré que alguien más muera por ella. Ewan, tambaleándose, fue arrastrado ante la presencia de Ulric. Mellyora sofocó un grito. —¿Vas a matar a un hombre que está casi muerto? —¿Y por qué no, Milady? —Él sonrió con maldad. —¡Déjalo, Milady! —Ewan gritó con las fuerzas que le restaban—. No entregues la fortaleza, Mellyora, no... Ulric le dio un golpe y Ewan cayó, inconsciente. —¿Cómo haremos, Mellyora MacAdin? Este está medio muerto y medio vivo. Lady Eleanora tiene un bello cuello, fácil de cortar. —Ya te dije que voy a salir. Pero quiero a Eleanora y al resto de los prisioneros. Los portones serán abiertos mediante este acuerdo. No me rendiré para que después mates al resto de los prisioneros. Ulric apretó los dientes, divirtiéndose. —Los otros prisioneros representan un peso muerto. Para mostrar mi buena fe, los mandaré salir de aquí ahora. Eleanora sólo se irá cuando vos salgas del castillo. —Esperaré cerca de los portones. Cuando todos los prisioneros hayan pasado por el puente levadizo, yo saldré. Jon le sujetó el brazo. —No puedo permitir que haga eso, Milady. —No puedo dejarlo matar a Eleanora o a mas personas. Viste lo que hizo con ese pobre hombre. —Era un guerrero que juró morir por Eleanora. Pero no vos, Milady, no tienes que morir por ella... —Él no me va a matar. Quiere usarme para perjudicar a Waryk. —Podemos ofrecerle un rescate —Mallory conjeturó. —No quiere dinero, sino venganza. —Milady no puede rendirse. —Ganaremos tiempo si bajo. —No permitiré eso —Jon reiteró. —¿Qué podemos hacer contra un enemigo de este porte? Continuará matando. Y acabará con nuestro pueblo, Jon. —Mellyora, esta es una estrategia arriesgada. —Lo sé, pero tengo obligación de velar por el bienestar de mi gente. Mellyora bajó la cabeza. Una vez más Ewan se mostraba dispuesto a morir para defender el honor de Blue Isle. Ulric sabía que ella estaba embarazada, pero a él sólo le interesaban los portones abiertos y el acceso a la fortaleza. Una oportunidad para apoderarse de Blue Isle. —Jon, recibiremos a los prisioneros y el primer portón será cerrado antes que Ulric pueda entrar. —Milady sabes que entrará cuando el primer portón sea abierto. Él no respeta los acuerdos. —Sé que piensa hacer eso pero será recibido con aceite caliente y flechas incendiarias. Sus hombres serán quemados y tendrá que retroceder. No los dejaremos entrar. Jon miró hacia abajo y suspiró. —Jon, soy hija de Adin. Conozco de estrategias militares. ¿Si fuese hombre,

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me cuestionarías? —No dudo de tu sensatez. Pero temo por tu integridad, Milady. Mellyora le apretó la mano. —¡Prepárense! —Ella le gritó a los arqueros. —¡Lady Mellyora! ¡Si no bajas pronto, mataré a Ewan MacKinny y después a la bella Eleanora! Ulric volvió a conversar con Renfrew. Renfrew levantó un brazo y mandó un grupo de hombres hacia los portones. El puente comenzó a ser levantado lentamente. Era muy pesado y los engranajes chirriaban de manera desagradable. Mellyora, inmóvil, aguardó frente a los portones. Primero vinieron los pescadores, los artesanos y los campesinos de la aldea. La miraron azorados y agradecidos y también con piedad. Garth, Tyler, Geoffrey arrastraban a Ewan. —¡Milady no puede hacer eso! —Tyler argumentó, al pasar. —Entra, Tyler, por el amor de Dios, y cuida de Ewan. Ella no reconoció a todos. Deberían ser hombres de la escolta de Eleanora. —¡Manda a Eleanora! —ella gritó. Ulric empujó a la hermana de Peter. Ella se adelantó y miró a Mellyora con agradecimiento y admiración. Mellyora temblaba, con los ojos cerrados. —¡Sal, Mellyora MacAdin! —Ulric reclamó. Ella oyó el tropel de caballos listos para invadir los portones. —¡Bajen el puente! —ella gritó. En el mismo instante, Mallory corrió en dirección a ella. —Vuelve adentro, Mallory. ¿Estás loco? Él la agarró por los hombros y la empujó hacia afuera del primer portón. Fue entonces que Mellyora entendió. Mallory, el hombre que había pasado la vida encargado de la contabilidad del castillo, ¡era el traidor! ¡Él pasaba toda la información del castillo a Ulric! —¡Canalla hijo de puta! —Mellyora gritó—. ¿Por qué lo hiciste? Los normandos y los vikingos corrían. Serían capturados en el puente. Para ella era demasiado tarde. No podía volver atrás. —¡Por tu padre y por los vikingos! —¡Mi padre se volvió escocés! —Entonces por las riquezas, Milady. Durante todos estos años conté las ganancias de Blue Isle. Oro, plata, joyas, monedas. Ahora todo será mío. ¡Seré un vikingo rico! Ulric galopó hasta ellos. —¡Yo la entregué! —Mallory afirmó, orgullosamente—. Seré recompensado... Mellyora gritó cuando Ulric casi degolló a Mallory con la espada. Manchada de sangre, intentó correr, pero el puente había sido bajado. Ulric la agarró por los cabellos. Ella gritó nuevamente. Él la arrojó sobre su caballo, giró el animal, lo espoleó y se apartó de los portones. Ella escuchó los gritos de los hombres de Ulric que eran quemados por el aceite caliente. Por encima de la muralla, los arqueros gritaban y apuntaban a Ulric. —¡No! —Jon ordenó—. Van alcanzar a Milady. Ulric continuó escapando. La fortaleza había sido salvada. Pero Mellyora estaba perdida. Waryk, Daro y la tropa no llegaron a tiempo, aunque habían galopado a toda velocidad. Waryk avistó la empalizada de madera quemada en la aldea y las

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ruinas de muchas cabañas. Mientras atravesaba el agua en dirección a la isla, escuchó los gritos de alegría por su llegada. A la distancia, distinguió a Eleanora, Tyler, Geoffrey, Thomas, Jon, Igraína, Jillian, Ewan... Pero no vio a Mellyora. Cruzó el agua al galope, atravesó los portones que fueron abiertos, subió la colina, entró en el patio y fue rodeado por la multitud. Todos hablaban al mismo tiempo. —¡Un traidor vivía en el castillo! —Jon se alteró—. Milady salvó a todos e impidió la entrada de los agresores, pero entones fue traicionada. ¡Por Mallory! —Escupió en el suelo. Ewan, pálido, se apoyó en Tyler, miró a Waryk, con tristeza. —Milady elaboró una buena estrategia. Él planeaba matar más gente. Milady no tuvo elección. Waryk sintió la sangre congelarse en sus venas. —¿Dónde está? Ewan sacudió la cabeza. —Él se la llevó, estaba con un gran ejército. Lord Renfrew dice que lucha en contra de Peter y Eleanor, pues traicionaron al rey Stephen. —¿A dónde fueron? —Hacia el norte, donde se encuentran los asentamientos vikingos. —Ewan respondió—. Iré con Milord. Ewan se dio la vuelta en dirección al establo, tambaleó y cayó. Eleanora sofocó un grito y corrió al lado de él. —Oh, Ewan, pobre Ewan. Me quedaré con él. Los demás tienen que partir ahora. Waryk notó que Daro, Peter, Angus, Ragnar y los demás ya estaban listos. Geoffrey también lo aguardaba. —Precisamos agua, mi muchacho. Para nosotros y para los caballos. Saldremos en seguida rumbo al norte.

Mellyora no sabía donde se encontraban, cuando Lord Renfrew paró la tropa, afirmando que ese era el mejor lugar para pasar la noche. —Deberíamos proseguir un poco mas —Ulric no estaba de acuerdo. —Los hombres cansados no pueden luchar. Ni siquiera sabemos si Daro y Waryk se han matado. Si todavía estuvieran vivos y nos atacasen, podremos defendernos aquí mismo. En este lugar podremos ganar una batalla. Descontento, Ulric desmontó y dio órdenes a los guerreros. Sin pérdida de tiempo, los hombres levantaron una gran tienda de comando para Lord Renfrew. Tapetes y muebles fueron provistos. Una hoguera fue encendida en el centro y el humo podría salir por las hendijas del tejido grueso de la tienda. Exhausta, Mellyora fue llevada ante la presencia de Lord Renfrew. —Entonces Milady es la hija del vikingo, la gran recompensa de Waryk. —El premio era la propiedad, Lord Renfrew —Mellyora respondió, con el mentón erguido—. Y usted no consiguió apoderarse de ella. Él ocupaba una confortable silla de campamento y no la invitó a sentarse. —Es verdad. Los hombres codician propiedades. Pero muchas veces, desean mujeres. Y Milady es una bella mujer y posee buenas tierras. Lord León tuvo una increíble buena suerte. Realmente Milady has creado un verdadero alboroto. Por tu mano, muchos hombres habría ofrecido verdaderas fortunas a tu padre. Y ahora, entre otras cosas, Milady has enloquecido a Ulric.

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—¡Enloquecer a ese hombre no es difícil. Renfrew la analizó por un buen tiempo. —Él afirmó que amenazaste con matarte si él te tocaba. —No es una amenaza vacía. Renfrew se rió. —Creo que eres una luchadora. Pero Mellyora MacAdin, no me importa nada si se planeas matarte o no, a menos que resuelva descubrir cual es tu valor si pido una recompensa. Además, no creo que una mujer se suicidaría sabiendo que está embarazada del hombre que ama. Renfrew se levantó y la rodeó lentamente. Tocó su rostro y manoseó sus pechos. Mellyora se controlaba pues sabía que en la pantorrilla llevaba su daga inseparable. Pero estaba rodeada de enemigos. —La hija de un vikingo adoraría acabar conmigo, ¿verdad? Ten cuidado. Todavía estoy manteniendo a Ulric a distancia. Si matase a Renfrew, alguien la mataría. Él estaba seguro. No quería morir. No mientras hubiese esperanza. —Creo que esta noche no sería la ideal para probar, Lord Renfrew. —¿Por qué no? —Estoy exhausta y enojada. Si te acostaras conmigo... —Te matarás. Ya sabes lo que pienso al respecto... —No Milord. Vomitaré encima tuyo. Como esperaba, Renfrew retrocedió. —Puedes dormir en ese catre en el fondo. No intentes escapar. Mis hombres tienen órdenes de cortarte los dedos de los pies si te atrapan fuera de esta tienda. Y juro que los dejaré hacerlo. Ella le creyó. Estaba muy cansada para intentar cualquier cosa. Cerca del catre había agua para lavarse, cerveza para beber, pan y queso. Se lavó las manos y el rostro, comió un pedazo de pan y se acostó. Al día siguiente encontraría una manera de luchar. Cerró los ojos y lloró. Completamente agotada, se adormeció. Waryk, Daro y Angus encontraron las huellas durante la noche. No fue difícil seguirlas. Era un gran tropa montada y muchos carruajes. A la mañana siguiente dieron con el campamento. Los enemigos se encontraban en un trecho de tierra elevada, cercada de piedras altas en el lado sur que ofrecía una defensa natural. Para atacarlos tendrían que preparar algunas tácticas. —Precisamos montar escudos de buen tamaño —Angus consideró—. Así nuestros hombres podrán aproximarse sin el peligro de ser matados por los arqueros. Ellos tienen la ventaja de estar en un punto elevado. Waryk extremamente preocupado por Mellyora, apretó los dientes, frustrado. Tendrían que perder tiempo con los preparativos. Había logrado saber por las mujeres vikingas que habían venido al valle, que Mellyora era mantenida cerca de Lord Renfrew. Aunque no tenía libertad para moverse por el campamento, parecía estar bien. Waryk no consiguió dormir esa noche, estaba torturado. Si Renfrew tratase de violar a Mellyora, ella no se entregaría sin luchar. Y él podría herirla. Quería a su esposa de vuelta, sana y salva. Era eso lo que importaba. A la mañana supervisó como se montaban las máquinas de guerra. Por la tarde, los vikingos supieron de la presencia de ellos. Una lluvia de flechas los alcanzó antes del atardecer. Afortunadamente los grandes escudos móviles estaban listos y fueron protegidos por ellos. Después

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de las flechas, vino un mensajero en busca de Waryk. La propuesta era rendición del castillo de Blue Isle y el consentimiento para los hombres dejasen el lugar. —Dígale a Renfrew y a Ulric que negociaré si mandan inmediatamente a mi esposa de vuelta, ¡sana y salva! —Waryk se aproximó al mensajero con aire amenazador. —Milord ellos no deben tomar conocimiento de tu preocupación —Daro cuchicheó, empujándolo hacia atrás. —Si ella estuviera herida —Waryk prosiguió con calma— que se preparen para un gran sufrimiento antes de morir. —Ulric planea matarte, Waryk. Después retornará con lady Mellyora a Blue Isle y ella tendrá que aceptarlo como marido. —Si Ulric no hace lo que le estoy pidiendo, morirá. El mensajero se retiró.

Mellyora acostada en el catre notó que amanecía. Todavía estaba cansada. Hacia dos días que habían llegado allí. Renfrew estaba ocupado con el planeamiento de la batalla, y no la molestaba mucho. Waryk y Daro estaban vivos. Nadie se lo había dicho, pero ella sabía oír. Waryk había venido con una tropa escocesa, con el ejército inglés de Peter de Tyne y con los vikingos de Daro. Ellos habían hecho las paces. Eran horas interminables. Entendió que Renfrew era experto y por eso había elegido ese lugar para acampar. Allí no perdería fácilmente una batalla. La noche anterior ella había tratado de salir. Los centinelas se aproximaron con rapidez y Mellyora temió que comenzasen a cortarle los dedos con sus hachas afiladas. Había fingido que estaba perdida buscando un baño. Le indicaron un riachuelo y ella se sintió mejor, después de entrar en el agua. Escuchó un ruido y se sentó. Renfrew entró y se arrodilló a su lado en el catre. —¿Milady estás mejor? Ella negó con un gesto enérgico. —No creo que estés enferma. —Sonrió con crueldad—. Eres una mentirosa. —No estoy mintiendo. —Yo lo descubriré. Ya estoy aburrido de tanto esperar. Vamos a ver si estás muy enferma. Si llegas a estropear mis ropas, serás azotada. Odio los malos olores, así que ni se te ocurra vomitarme encima. Renfrew abrió el escote y Mellyora lo abofeteó en el rostro. Él retribuyó el gesto con la misma violencia. Ciega por el dolor, ella sintió los oídos zumbar. Él aprovechó ese instante de vacilación y la agarró. Mellyora pensó en la daga que traía amarrada a la pierna. —Ah, aquí estás, ¡Lord Renfrew! —Ulric entró y se detuvo al ver la escena— Creo que tendrás que interrumpir esta fiestecita. Primero, porque ella es mía. Segundo porque Waryk está subiendo la colina con su ejército listo para atacar. Renfrew se levantó y llevó a Mellyora con él. —Tenemos de prepararnos para la lucha, Renfrew. ¿Qué vas a hacer con ella? —Idiota, ella es parte de esta guerra. Será nuestra mejor defensa. En lo alto de la colina, Waryk reunió a los arqueros quienes soltaron una lluvia de flechas. Después de un griterío entre los soldados, Renfrew alzó la

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voz. —¡Escucha bien, Waryk! ¡Las flechas alcanzarán a quien viniste a buscar! La tropa de Renfrew se movió y Waryk contuvo la respiración. Renfrew había amarrado a Mellyora a una estaca de madera en lo alto de la colina. —¡Vuelvan! —Waryk ordenó. Los arqueros levantaron los escudos y obedecieron. A pesar del sol, el viento era frío. Mellyora sintió dolor en los brazos amarrados por encima de la cabeza. Los pies apenas alcanzaban a tocar el suelo. No le daban agua ni comida. Con el paso del tiempo, deseó haber sido alcanzada por una de las flechas. Los escoceses habían retrocedido. Renfrew y Ulric esperaban. Waryk no volvía. Los soldados de Renfrew estaban inquietos y él los alentaba a gritos. Los hombres había decidido entretenerse para pasar el tiempo. Bebían, conversaban, rían y jugaban a las runas en el suelo. Anocheció. Los guerreros normandos y vikingos deambulaban por el campo, seguros de que el enemigo había retrocedido, por miedo a morir. Mellyora con dolor y frío, perdió la confianza en sí misma y en el mundo. Miró el campo que se extendía a lo lejos. Creyó que el cansancio era responsable de sus alucinaciones. Sombras se movían. Una infinidad de sombras cubrían el escenario. Ulric, montado, vio el movimiento. —¡Arqueros! Le siguió una lluvia de flechas. Un sonido de balidos hizo eco en el valle. Sombras que saltaban y caían. —¡Arqueros! —Ulric volvió a gritar. —¡Para! —Renfrew se aproximó—. ¡Estamos atacando a un grupo de ovejas! Lo siento mucho, mi querida Mellyora mas todavía no fue salvada. Estás cansada y dolorida, ¿verdad? Pobrecita. Tal vez hasta mi cama te parezca atractiva esta noche. —¡Mas ovejas! —Ulric maldijo—. ¡Centenas de ellas! Los animales aterrorizados surgían por todos lados y saltaban sobre los hombres, generando gran confusión. Los guerreros soltaban sus armas para desprenderse de los animales. Algunos hombres comenzaron a gritar que ya había habido demasiado muertes. Entonces, en medio del caos, llegaron los caballeros. Mellyora escuchó el bramido de guerra y levantó la cabeza. Waryk. Montado a Mercury, saltó la barrera natural de piedras, como si estuviese sobre un animal alado. En seguida vinieron Daro, Angus y los otros caballeros, tomando al enemigo de sorpresa. Renfrew maldijo, corrió hasta una de las hogueras y, con la punta de las botas pateó brasas encendidas hasta la base de madera donde Mellyora estaba amarrada. El fuego se extendió rápidamente y ella sintió el calor abrazarla. En minutos, todo sería consumido. —Muere, Milady, ¡en el fuego del infierno! —Renfrew desenvainó su espada. Mercury corrió por el campo de batalla poblado de hombres muertos, caballos y ovejas, en dirección a Renfrew. Waryk llevando su armadura, yelmo y cota de malla, alcanzó a Renfrew de costado, donde la cota era mas fina, con un golpe certero de espada. —¡Waryk! —Mellyora gritó. Él se aproximó y cortó las ataduras que la sujetaban a la estaca. Mellyora

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comenzó a caer. Mercury pisoteó las brasas en llamas con sus cascos enormes. Waryk se agachó y la levantó por la cintura. Mercury saltó por encima de las llamas. Aferrada a Waryk con todas su fuerza, Mellyora notó que Daro luchaba a un lado y Angus del otro. Ellos permitieron que Waryk saliera disparando rumbo al muro de piedra que dividía los campos enemigos. Un caballero los atacó y Mellyora se agachó, evitando a tiempo ser alcanzada por una lanza. Waryk sacó la espada para defenderla pero no vio a otro vikingo intentando atacarlo. Mellyora sacó su puñal y lo lanzó, hiriendo al hombre en el brazo. Él gritó y dejó caer su arma. Daro se adelantó e inició una lucha sangrienta con el normando. Waryk incitó a Mercury a un nuevo galope. El animal saltó el muro de piedras y disparó colina abajo. Mercury los llevó lejos del campo de batalla, al lugar donde habían acampado. Pasó por las tiendas, por las hogueras apagadas, por una arboleda y se detuvo cerca de un riachuelo. Waryk desmontó con Mellyora en sus brazos. Se arrodilló, se quitó el yelmo y la miró ansioso. —Milady... —¡Waryk, Milord! —Ella lo abrazó, olvidando el sufrimiento. —Ellos te hirieron, mi amor. Veo que apenas puedes caminar... —Estuve mucho tiempo amarrada. —Trató de sonreír—. Tardaste tanto. —Perdón, Milady. Tuve que ser precavido, pues no podía contar con la cobertura de ninguna máquina de guerra. —¡Oh, Waryk, viniste a salvarme! —Y continuaré salvándote hasta el final de nuestras vidas. Mellyora sonrió y le besó la mano. Waryk la apretó contra su pecho y pronto se apartó, recordando que llevaba puesta la cota de malla. —Mi amor, este no es el lugar ni la ocasión adecuada para expresar mis sentimientos. —Waryk... —notó un movimiento y lo advirtió en el momento exacto. Waryk se levantó e inmediatamente sacó la espada. Ulric había venido detrás de él y fue el primero en levantar el arma. —¡Quién mató a mi padre merece morir! —gritó el vikingo. El cruce de espadas fue violento. —¡Yo vengué a mi padre muerto, matando al tuyo! —No, eres una rata y deberías haber muerto en aquel momento. —¡Estoy vivo! —No importa. Vas a morir ahora. Me quedaré con tu esposa, que comprobé personalmente es deliciosa, y con el castillo. Sabes una cosa, ¿Lord León? Ni siquiera necesité forzarla. Mellyora vino espontáneamente a mis brazos e hizo el amor conmigo y pidió que te matase. —¿Piensas que voy a creer esas mentiras? —Waryk preguntó, deteniendo un golpe. —Yo y Lord Renfrew estuvimos con tu esposa y nunca sabrás de quién es el hijo. Tu linaje debe morir contigo. Debería haberte matado junto con tu padre. —Mi esposa está viva y a mi lado, bastardo. Eso es lo que importa. —No me engañas, vos estás luchando por mantener el linaje de tu padre, pero será mi hijo quien se quedará con tu isla—. Ulric se preparó para una serie más de golpes. Waryk lo eludió y logró acertar a Ulric en el abdomen, bajo su cota de malla.

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Ulric soltó su espada, se agarró el estomago y cayó de rodillas. —Estás equivocado —Waryk le aseguró—. Mi heredero recibirá la isla. Mellyora intentó levantarse pero el mundo comenzó a girar. Ni siquiera oyó las palabras de Waryk, cuando él la tomó en sus brazos. —Mi amor, mi amor... Phagin los alcanzó Afirmó que el malestar de Mellyora sería pasajero y se ofreció para quedarse con ella mientras Waryk daba órdenes, recogía a los heridos y enterraba a los muertos. La batalla había resultado en una victoria incuestionable. Muchos normandos de Renfrew habían sido muertos. Los que clamaban por misericordia fueron mandados a Stirling. Renfrew había transformado una disputa particular en una batalla entre reyes. David decidiría el destino de ellos. Los vikingos sobrevivientes de la tropa de Ulric huyeron hacia el norte. Se realizó una gran celebración de triunfo con corderos asados y vino. En mitad de la fiesta, Mellyora despertó y salió de la tienda donde descansaba. Vestida de azul caminó al encuentro de su marido. Todos brindaban y expresaban su alegría con gritos. Waryk se levantó y tomó a Mellyora en sus brazos. Phagin actuó como juglar y contó la historia de la gran batalla de Blue Isle, de la bella dama que impidió una matanza y de un guerrero que salvó a su esposa de morir en la hoguera. Mellyora se adormeció en medio de la fiesta. Waryk la cargó hasta la tienda y durmió toda la noche abrazado a ella. Él y Daro habían fortalecido una amistad basada en la confianza aprendida del modo mas difícil. La vida era buena y generosa después de todo. Su esposa sobreviviría y estaba en sus brazos. Eso era todo lo que quería. Tenía el mejor premio. Por la mañana, Mellyora se sintió más fuerte. Aún así, Waryk insistió en que viajase montada delante de él sobre Mercury. Lo que la hizo sentirse querida, segura y caliente. Waryk incitó a Mercury hacia adelante y el animal cabalgó con tranquilidad. Phagin le contó a Mellyora los detalles de la batalla y el desenlace dramático. Daro dio su propia versión. Peter describió el encuentro de Daro y Waryk. Angus agregó datos que no habían sido relatados. Mellyora hallaba muy agradable escuchar a todos. Geoffrey habló respecto al coraje de Lady Mellyora el desafiar a Ulric cuando él amenazó con matar a Eleanora. Explicó como ella había salvado el castillo y que no había logrado salvarse a ella misma debido a la traición del administrador. —Mellyora, me gustaría jurarte que jamás te dejaré. Pero soy un guerrero de David y tengo que cumplir órdenes. —Ahora que descubrimos a los traidores, en el futuro estaré más segura. Cuando consiguieron estar a solas, Mellyora le aseguró a Waryk que Ulric jamás se había acostado con ella y que sólo había amenazado con hacerlo. —Aunque él te hubiese forzado, yo no te amaría menos por eso. Lo más importante es tenerte de vuelta, viva. —¿Y el hijo y la familia que siempre ansiaste? —Descubrí que la familia se compone de aquellos que nos rodea, los que te dedican amor y lealtad día tras día y de quienes somos responsables. Tú eres mi familia. Un hijo tuyo, aunque no hubiese sido concebido en nuestro matrimonio, también sería mi hijo. —Pero yo estoy esperando de un hijo tuyo —Mellyora afirmó, temblando de emoción.

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—Phagin me lo dijo. —Quería darte una sorpresa con la noticia. Por eso fui al campamento y bailé. Quería hacerte feliz. —Estoy muy feliz, querida mía. Pero te repito. Lo esencial para mí es tenerte de nuevo a mi lado. Mellyora se apoyó en su pecho ancho. —¿Waryk? —¿Si? —Te amo. Él no respondió. —¿Y...? —Demoraste demasiado para decir eso. Mellyora sonrió deleitada. —Nunca pensé que podría amar tanto a una persona. —No temas, querida mía. Dónde quiera que esté, mi alma y mi corazón estarán siempre en manos de una vikinga apasionada. Mellyora jamás había conocido un placer mas dulce. Mientras conversaban, subieron a una colina y más allá de mar, vio la fortaleza. —Waryk, estamos en casa. —Si, Milady. —Nuestro bebé nacerá aquí. Tendremos muchos hijos. —¿Muchos? —Bien, por lo menos algunos. Quiero una familia grande. Waryk apoyó su cara en la cabeza de Mellyora. —Como quieras. El rey me dijo una vez que yo debería formar mi propia familia. Pero no me dijo una cosa. —¿Qué? —Que encontraría en un matrimonio arreglado la respuesta a mis deseos. —Quién podría imaginarlo... —¿Qué? —Que una vikinga podría enamorarse de un caballero normando viejo y asqueroso —Mellyora se rió feliz. —Cuidado con la lengua. —Waryk le pellizcó la nariz. —Está bien, Milord. Pero debes admitir que eres normando en parte. Oí decir que tienes ancestros vikingos, celtas, anglosajones y... —Tú también tienes ancestros celtas y vikingos. Y nuestro bebé... —¡Será escocés! —Acuerdo plenamente, mi amor. Estamos en paz. —¿Si? —Bien, imagino que tendremos pequeñas discusiones. —La vida sería aburrida sin ellas. —Dime, Milady, ¿por qué eres tan encantadora cuando intentas justificar tus propios pecados? —¿Pecados? ¿Yo? Waryk apenas contenía la risa. —Además, he constatado que eres una esposa desobediente. —Bien, soy hija de vikingos. La próxima vez que te arreglen un matrimonio averigua un poco mas sobre tu futura esposa... ¡Oh...Waryk! Ves la isla desde aquí. Las piedras del castillo se ponen plateadas con la luz de la luna... ¡Es tan bello!

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—Es verdad. ¿Una carrera? —Claro, mi amor. Waryk instigó a Mercury. Corrieron entre los peñascos y los valles verdes de Escocia. De vuelta al hogar.

FIN

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