SHANNON DRAKE El Reino de las Sombras 4° de la Serie Vampiros
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SHANNON DRAKE El Reino de las Sombras 4° de la Serie Vampiros
SHANNON DRAKE El Reino de las Sombras Realm of Shadows (2004) 4° de la Serie Vampiros
AARRG GU UM MEEN NTTO O:: Cada pesadilla tiene su comienzo… En una iglesia antigua justo en las afueras de París, los arqueólogos descubren una tumba antigua... seguros de que han encontrado por casualidad el descubrimiento del siglo. Pero algo va muy mal mientras la tumba es abierta. Algo demasiado atemorizante para imaginarlo... y demasiado terrible para pronunciarlo. Y su fin… Para la visitante americana Tara Mason, la ciudad romántica de sus sueños repentinamente se ha vuelto siniestra. Pues ha oído gritos espeluznantes en el cementerio de la iglesia... y sabe que debe escapar del poderoso desconocido que sale en persecución de ella... y de un legendario depredador sensual que asecha la noche. A altas horas de la noche. En la hacienda donde ella ha buscado refugio, el sombrío hombre reaparece. Él se llama a sí mismo un guardián, bajo juramento de proteger al inocente de una maldad que la mayoría nunca ve. Y Tara tendrá que confiar en él, porque esa maldad la ha visto... y no se detendrá hasta reclamarla, en cuerpo y alma.
SSO OBBRREE LLAA AAU UTTO ORRAA:: El nombre real de Shannon Drake es Heather Graham, aunque son varios los seudónimos que utiliza a la hora de escribir novela romántica. Es una de las autoras norteamericanas cuyos libros aparecen invariablemente en las principales listas de superventas de Estados Unidos, New York Times y USA Today, es licenciada en artes escénicas por la Universidad de Florida. Después del nacimiento de su tercer hijo, decidió ponerse a escribir, que era lo que realmente le gustaba. Sus primeros relatos cortos eran de corte romántico y de terror. Desde 1982, tras la venta a una editorial de su primer libro, ha firmado bajo sus diferentes pseudónimos más de cien novelas. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas, y galardonada con muchos de los premios más célebres de su país, como el Romantic Times, Walden Books, B. Dalton, Georgia Romance Writers, Affaire de Coeur. Heather adora viajar y todo lo que tiene que ver con el agua. Casada desde su graduación en la escuela superior y madre de cinco hijos, su amor más grande en la vida sigue siendo su familia, pero también cree que su carrera ha sido un regalo increíble, y da las gracias todos los días por estar haciendo algo que adora para ganarse la vida.
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PPRRÓ ÓLLO OG GO O Alemania, Septiembre de 1944 Las Trincheras. Una granada hizo explosión ni a tres metros de la línea. A pesar de los días y las noches que los hombres habían pasado en su agujero infernal en la tierra, algunos brincaron ante el sonido. Otros, apenas se crisparon. Habían estado aguantando la línea casi una semana, esperando refuerzos. Aunque continuaban llegando las noticias de que hombres que vendrían de Airborn los apoyarían, ninguno había llegado. Algunos de los hombres estaban amargados, pero Brandon Ericson se encogió de hombros ante sus comentarios sin respuesta. Él estaba seguro que los hombres de Airborn habían sido enviados. Solo no lo habían logrado aún. El instinto en sus entrañas le advirtió que los soldados paracaidistas habían sido lanzados de sus aviones con todas las buenas intenciones. Algunos de ellos se habían enredado en los árboles. Otros habían sido derribados por disparos mientras sus paracaídas todavía se hinchaban en los cielos ridículamente azules. Algunos habían encontrado la muerte sobre el terreno. Y otros se consumían en los campamentos de prisioneros del enemigo. Ninguna falta de empeño o valor los había dejado como estaban ahora. Simplemente la determinación brutal de un enemigo empeñado en conquistar toda Europa. ―¡Jesús! ¡Eso estuvo cerca! ―masculló el sargento Ted Myers, santiguándose. Sus ojos azul claro estaban brillantes contra sus bordes rojos y la mugre oscura en su cara. Al lado de él, Jimmy Decker empezó a temblar. Lo que comenzó como un estremecimiento se convirtió repentinamente en un fuerte espasmo. Entonces Jimmy se lanzó hacia adelante, chocando contra la pared de tierra que los escudaba, y de regreso otra vez. ―Mejor sáquelo de la línea ―dijo quedamente el teniente―. Atrás, a la enfermería. ―Ya no hay ninguna enfermería, Teniente ―dijo el Sargento Walowski. Se recargó contra la tierra y se dejó caer sentado, sacando un cigarrillo de su bolsillo―. Se desplomó anoche. ―Los médicos tienen algo más improvisado. Myers, saca a Decker de aquí ―dijo el teniente. Se quedó con la mirada fija a través de la tierra. En poco tiempo el crepúsculo caería. Hasta entonces, podría haber otro bombardeo de fuego de mortero. Después de eso, el enemigo correría a sus posiciones nuevamente. No necesitaba que nadie en la línea que estuviera herido. Se habían mantenido ahí desde hacía casi dos semanas, bajo probabilidades imposibles. Habían hecho eso porque, en su mayoría, los hombres eran tiradores de primera. No habían cambiado de posición, y desde donde estaban, podían ver un día de campo con tropas acercándose a ellos... aun soldados alemanes profesionales entrenados, que habían recibido órdenes de arrancarlos de raíz. Sin embargo, sólo podrían aguantar mucho. El poderoso enemigo había ordenado a esos soldados, hombres de familia muchos de ellos, como sus contrapartes francesa y americana, a dar sus vidas, tantas como fueran necesarias por la Patria. Sólo enviaban más y más tropas, noche tras noche. Incluso si cincuenta de los enemigos eran muertos por cada uno de sus hombres, eventualmente, caerían. A menos que los refuerzos pudieran llegar a ellos. Y rápidamente. Un silbido desgarró el aire. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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―¡Cúbranse! ―ordenó el teniente. Myers, corriendo con el shockeado Decker, se agachó y continuó en posición. Los hombres que se quedaron en la trinchera se aplanaron. Esta no estalló tan cerca. ―¡Manténganse abajo! ―advirtió el teniente, y por supuesto, la primera explosión fue seguida por una segunda, y entonces una tercera. En la última, grandes montones de tierra cayeron como lluvia sobre los hombres ya sucios, pero no hubo gritos de dolor, ningún chillido indicando una muerte inminente, entre su número cada vez menor. ―Estarán llegando a través de la oscuridad y la lluvia ―advirtió el teniente―. Recuerden que no quedan muchas municiones. Dejen de disparar hasta que dé la orden. ―No disparen hasta que veamos el blanco de sus ojos ―masculló Myers. ―Demonios, nunca veremos el blanco de sus ojos en este polvo y suciedad ―dijo Lansky. Lansky era algo así como un veterano. Contaba cuarenta y cinco años cuando la guerra había estallado. Se había alistado de todos modos, dos días después de que su hijo muriera en Italia. Para entonces, los reclutadores no se habían preocupado demasiado por su edad. Él era malditamente bueno para ponerlo en el frente. Había aprendido a disparar cazando en Montana y raras veces perdía su objetivo, sin importar las condiciones. ―Cada disparo importa ―Les recordó el teniente. Él tenía menos de la mitad de la edad de Lansky, pero Lansky nunca parpadeó por una orden. Lansky había resultado ser su mejor amigo ahí afuera. Había conocido la acción al final de la Primera Guerra Mundial. Había aprendido mucho acerca de cavar en las trincheras, y tenía una manera de dar sugerencias condenadamente buenas. Tranquilamente. Sin irritar, ni siquiera a los oficiales con rangos más altos que los del teniente. Él vio los ojos de Lansky ahora. ―Están por llegar ―dijo Lansky―. Lo puedo sentir. El teniente le dio un guiño. Y un momento más tarde, Lansky demostró estar en lo cierto. De en medio de la oscuridad, entre el polvo y la suciedad desperdigada, los soldados repentinamente aparecieron. Sabedores de que estaban a la vista, dejaron escapar gritos extraños, como los guerreros de antaño. Tal vez la guerra nunca cambiaba, pensó el teniente. Solamente el tiempo, el lugar, el argumento. Tal vez los hombres necesitaban gritar, para entrar corriendo a una vorágine de balas, aun si estaban armados y preparados ellos mismos para enfrentar la muerte. Quizá un grito de guerra era el último rugido de un hombre al cielo o al infierno diciendo que estaba, ciertamente, vivo. ―¡Fuego! ―gritó el teniente. La tierra pareció rajarse con el rugido de las armas. La línea viniendo hacia ellos tropezó y se rompió. Escalofriantes gritos de guerra se volvieron gritos de dolor mientras los hombres caían y morían. Y todavía, donde la línea había sido rota, nuevos hombres llegaron rápidamente, y el grito de guerra que habían perecido, pareció remontarse y hacer eco en el cielo oscuro. ―¡Fuego! ―rugió otra vez, y otra andanada llenó la noche, y más hombres cayeron. Pero como soldados fantasmas, el enemigo continuó llegando, más soldados completando la línea donde los demás habían estado. La línea se acercaba y más, y los soldados enemigos estaban disparando también, ciegamente sobre las trincheras. ―¡Fuego! Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Otra vez, el rugido de balas. El polvo llenó la noche tan densamente que era casi imposible ver cualquier cosa. Oyeron gritos, y supieron que más hombres habían caído. Y sabían que estaban cerca. Un soldado surgió a la vista, lanzándose a la trinchera, el arma de fuego apuntada contra Lansky. El teniente usó su propia arma instantánea e instintivamente como una maza, impactando al enemigo con saña en la espalda y el cuello. El hombre cayó antes de que pudiera soltar un disparo, pero otros estaban llegando, casi sobre ellos. ―¡Fuego a voluntad! ―rugió en la noche. En un minuto, sería un cuerpo a cuerpo, el enemigo estaría en las trincheras, un hombre ya no sabría a quién diantres disparaba. El fuego del rifle aturdió explosivamente en la noche mientras los defensores dispararon casi ciegamente al enemigo sobre ellos. Un soldado recibió una bala en su garganta y cayó en la trinchera, encima de Lansky. Lansky apartó a un lado al hombre muerto y apuntó al blanco otra vez. Entonces, en la noche, llegó un aullido. No era el grito de guerra del enemigo. Escalofriante, extraño, como el grito de mil almas en pena, o el grito de los condenados en lo más profundos del infierno. Fue tan sorprendente, tan profundo, tan desgarrador al alma, que por un momento, ningún lado soltó un sólo disparo. El silencio fue tan escalofriante, como el aullido del infierno que los había acallado a todos. MacCoy, el muchacho de Boston, habló bajo. ―¡Que todos los santos nos bendigan y nos protejan! ―susurró. Todo el infierno se desató; Los aullidos comenzaron de nuevo, junto con el sonido de disparos salvajes, disparos despedidos desde las trincheras entre el polvo y la oscuridad, los tiros disparados contra el enemigo acercándose, disparos que silbaron en la oscuridad. Entonces... El trueno contra la tierra. Como si la caballería estuviera sobre ellos... Los gritos comenzaron, gritos llegando de los soldados alemanes, mientras todavía no podían ver nada en el remolino del polvo, tierra, y suciedad delante de ellos. ―Dios te salve María, llena eres de Gracia... ―entonó MacCoy. ―¡Señor Bendito! ―gritó Lansky, y fue una oración y una blasfemia, por un soldado alemán que salió precipitadamente de la neblina, cubierto de sangre, colapsando sobre ellos y a sus pies. Sus ojos cayeron instintivamente en el hombre en el fango. Y ahí fue cuando las criaturas llegaron. Criaturas... Lobos, pero no lobos. Algunos eran plateados, algunos negros, otros leonados. Tenían la forma y estructura de las bestias caninas, pero eran más grandes, y sus ojos.... Sus ojos eran diferentes. Sus ojos veían, y sabían, y las maquinaciones del pensamiento y la astucia podían verse en ellos mientras surgían, pareciendo navegar y volar por encima de los soldados en las trincheras y entonces se les vinieron encima. ―¡Fuego! ¡Fuego! ―rugió el teniente.
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Las armas resplandecieron, animales cayeron, hombres cayeron, las trincheras mismas se volvieron un fango de hombres y sangre, uniformes alemanes, americanos, las telas tan ensangrentadas, rasgadas, y rotas, que no podían ser distinguidos. ―¡Fuego, fuego, fuego! ―El teniente resolló de furia una y otra vez, y oyó los ensordecedores rat-a-tats mientras sus hombres obedecían su orden. Junto a él, el cuerpo de Lansky fue repentinamente arrancado arriba y afuera. Vio caer a Lansky delante de la trinchera, igual que otro miembro ensangrentado y aterrado de la elite alemana que llegó lanzado sobre ellos, los ojos abiertos en la muerte. ―¡Lansky! ―se pegó al suelo, arrastrándose, abajo, abajo contra la tierra, determinado a arrastrar a Lansky de regreso a la seguridad relativa de la trinchera. Balas, salvajes y pérdidas, silbaron por encima de su cabeza mientras avanzaba poco a poco. Había sido herido. No supo por qué. Sintió el peso, un terrible aplastantepeso, sobre su espalda. Luego, el pinchazo en su nuca. Una bala, una bayoneta, un cuchillo... no supo qué. Sólo sintió la picante sensación. Ni siquiera dolor real... solamente el empujón... y el pinchazo. Lo habían golpeado. ¿ Un disparo? ¿Uno de los lobos rabiosos? Pero estaba respirando. Vivo y respirando. Y todavía arrastrándose. Lansky estaba justo adelante, junto a él. Lansky, el tirador de primera. Tenía que recuperarlo. El sudor goteó en sus ojos. No era sudor. Sangre. Su visión era borrosa. Se rehusó a morir en el barro; Se rehusó a perder la batalla así. Avanzó paulatinamente, consciente de que cada vez más y más polvo y neblina colmaban su visión desde el interior. Miró dónde Lansky yacía y vio la mano de su compatriota. Extendió la mano, agarrando a su amigo, arrastrándolo hacia sí. Cuando el cuerpo estuvo cerca, gritó fuerte, reculando. Lansky no tenía cabeza. A pesar del horror, su grito se desvaneció. Sus pulmones ardían. Su cuerpo entero parecía estar en llamas, y aún así, en segundos, ese fuego pareció desvanecerse hasta convertirse en un extraño frío. Frío... La muerte era fría. Él se estaba muriendo. Era la sangre que le daba vida la que se escurría en sus ojos. Fluyendo de sus venas a través de la cuchillada punzante detrás de su cuello. La luz tenue que había habido fue desapareciendo por completo. Igual que el sonido. Ya no podía oír los gritos de sus hombres. Ya no podía escuchar el sonido de fuego del rifle. El tiempo se había detenido, y el frío, y parecía que el sonido continuaba decayendo, y menguando... Había quietud. No creyó que hubiera perdido el conocimiento aún. Y no pensó que hubiera muerto. Aun. Pero aún así, el tiempo había pasado. Veloz como la luz, a la deriva como una lenta corriente... La quietud se mantuvo. Entonces hubo una débil sensación de sonido y movimiento otra vez. Pisadas. Caminando. Duras en el suelo. Intentó darse la vuelta. Sintió algo en la tierra junto a él. Escuchó un lenguaje que no registró en su mente. Parpadeó con fuerza. Su vista parecía estar reducida a una mirilla diminuta rodeada por una neblina roja y negra. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Sí, había algo junto a él. Él pestañeó otra vez, luchando por permanecer consciente, pero con la seguridad de que perdería la batalla de un momento a otro. Aun así, allí, sí... una bota. La bota negra de un hombre, plantada contra del cieno, el barro y la sangre de la tierra. Negra, y algo brillante a pesar del barro apelmazado que la salpicaba. Justo mientras sus ojos se cerraban completamente, reconoció la insignia brillante en la bota. Una esvástica. El pensamiento se registró... Y luego no hubo más pensamiento. El mundo se desvaneció en una neblina carmesí, y luego... No hubo nada más que oscuridad.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0011 —Él ha cambiado desde la última vez que lo viste. Simplemente ha cambiado. Ann agitó su mano en el aire mientras hablaba, el humo de su cigarrillo creaba una espiral. Tara clavó los ojos en su prima inexpresivamente. Estaba exhausta... había logrado cruzar el Atlántico incluso sin una siesta corta, a pesar de volar durante la noche hacia el este. No quería más que llegar al pequeño castillo de su abuelo a las afueras de París, pero después de recogerla en el aeropuerto, Ann había insistido en que se detuvieran por un breve desayuno antes de dirigirse a las afueras de la ciudad. Y ahora, aunque no lo pusiera con tantas palabras, Ann estaba tratando de decirle que su abuelo estaba senil, o sufriendo la enfermedad de Alzheimer. Tara entrecerró sus ojos, perpleja, mientras observaba a Ann. Negó con la cabeza, tomando un largo trago de su café con leche. —Ann, si el abuelo está enfermo, entonces quizá debería regresar a los Estados Unidos. —¡Phui! —Ann arrugó la nariz, alzándola aún más en el aire—. ¿Por qué siempre tienes que pensar que habrá algo mejor en los Estados Unidos? —Realmente no quise decir eso —dijo Tara, entonces bajó su vista, mordiéndose los labios. El cuidado médico en Francia era excelente. Ella tenía esa tendencia a pensar que lo mejor de todo tenía que estar en América. Excepto por los croissants, quizá. Y el café con leche. Miró a Ann e hizo una mueca con arrepentimiento. —Lo siento. Ann se encogió de hombros. —Pero si estás tratando de decirme que él ha perdido el juicio completamente... Ann se deshizo en suspiros. —¡No, no, no es eso! Realmente, no es eso en absoluto. —Piensas, sin embargo, ¿que se está volviendo senil? Ciertamente es lo suficientemente viejo como para permitírsele algunas excentricidades. Ann se encogió de hombros otra vez ante eso. —Mais oui. Aduce que ni siquiera él sabe que tan viejo es. ¡Dijo que era mayor que la mayoría de los muchachos en la Resistencia, y señor, la Segunda Guerra Mundial terminó en mil novecientos cuarenta y cinco! Entonces, sí, está arriba en años. Ha tenido el problema respiratorio, como te dije por teléfono, pero ya lo saqué del hospital hace varios días, y aunque lo regaño y le digo que debe ser precavido, está levantado y anda por ahí un poco cada día. ¡Pero se sienta en su biblioteca cuando está levantado! Se encierra, y habla de algo que él llama la Alianza todo el tiempo. —Quizá está volviendo a vivir sus años de guerra. Ann parecía estar preocupada, descolocada, y cansada, lo cual no era típico en ella. Tara siempre había pensado que su prima era una de las mujeres más bellas que alguna vez había visto. Sus ojos eran azul profundo, penetrantes. Su pelo era oscuro, su tez muy limpia, y el contraste era
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sorprendente e interesante. Era alta y elegantemente delgada, con curvas justo donde deberían estar. Había habido momentos en la vida de Tara cuándo había odiado las visitas de su prima francesa. Había tenido demasiados amigos en la escuela secundaria y la universidad que habían hecho todo menos babear abiertamente cuando Ann llegaba de visita. Podría admitir que había sentido una cierta cantidad de celos a lo largo de los años, pero también amaba a su prima, más aún cuando había crecido, cuando la escuela secundaria y la universidad quedaron muy lejos en el tiempo. Ann había pasado suficiente tiempo en su casa cuando estaban creciendo como para crear una rivalidad del tipo que las hermanas compartían... excepto que en el caso de Tara, su "hermana" había llegado con un acento fascinante y el atractivo de ser una extranjera exótica. Ann iba a los Estados Unidos frecuentemente; Tara y su familia fueron a París solamente tres veces cuando ella estaba creciendo. Ann hablaba ambos idiomas: francés e inglés perfectamente, mientras el francés de Tara era pobre y su acento demasiado americano obviamente. Jacques DeVant se había enamorado de su abuela, Emily, una enfermera americana, al final de la guerra. Los dos se habían casado, y se mudaron para los Estados Unidos. Su hijo, David, a su vez, se había enamorado de una artista francesa, Sophie, durante un trimestre de verano en la universidad en París. Él se había quedado en Francia. Mientras su hija, la madre de Tara y hermana de Mike, se había casado con Patrick Adair, un americano irlandés de primera generación. Sus diferencias culturales por consiguiente, a pesar de sus abuelos, eran grandes. Pero esos viejos tiempos parecían lejanos ahora. Cuando Tara se graduó de la universidad, había pasado un verano en el viejo castillo. Su abuela había muerto y su abuelo había regresado a París para entonces, estableciendo su residencia en la casa familiar, donde Ann había crecido. Los padres de Ann se habían retirado, y pasaban la mayoría de su tiempo en una casa pequeña en la playa en la Costa del Sol. Llamar a la casa de su abuelo un castillo era, quizá, un poco presuntuoso, pero había sido llamado Le Petit Chateau DeVant desde que fue ampliado en el siglo diecisiete, y así se quedó. La guerra básicamente había destruido lo que no había sido exactamente una fortuna familiar, sino una fachada decente, y ahora, aunque algo decaída, la pequeña hacienda tenía un tremendo encanto. La casa tenía dos planta con un vestíbulo anticuado en vez de una sala o sala de estar, una biblioteca magnífica, y hermosos dormitorios en el piso superior con balcones que dominaban el patio. La cochera todavía albergaba un pequeño coche para niños y a Daniel, un increíblemente viejo, suave, caballo gris de tiro que en estos días hacía poco más que caminar ocioso alrededor del campo contiguo. Ann repentinamente negó con la cabeza y apachurró su cigarrillo, inclinándose hacia adelante. —No es la guerra. Quizá sus escritos han llegado a su mente. Tal vez lee demasiados cómics americanos. Está afligido, pensando que abandonó... algo. Habla de la guerra, diciendo que la realidad de ella lo hizo olvidar lo que era, quién era. Y bueno, ir a América, y debería haberlo sabido, porque estaba allí, aun en América. —¿Qué estaba allí... aun en América? —preguntó Tara. Ann lanzó hacia arriba sus manos. —No sé. Él repentinamente se perturba, como si hubiera hablado demasiado. Tal vez a ti te irá mejor con él que a mí. Me tomé tiempo libre del trabajo cuando estaba tan enfermo... pero no lo puedo hacer ahora, o ya no tendré más empleo. No hago una fortuna, pero amo mi trabajo. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Tara sintió una punzada de culpabilidad porque le había tomado tanto tiempo llegar a Francia. Pero ella misma había tenido algunas fechas límite. Ella y Ann habían tomado rutas diferentes, pero por raro que pareciera, las unía trabajar en proyectos similares. Ann era editora en una compañía que compraba y traducía novedades inglesas y americanas. Tara era diseñadora de publicidad que frecuentemente era contratada para hacer las cubiertas de libros. —Aunque puedes hacer bastante trabajo desde casa, ¿verdad? ―preguntó Tara. Ann se rió. —Tengo que convencerme de ir a trabajar la mitad de las veces, debido a los teléfonos y las reuniones durante todo el día. Pero es simplemente eso... que tengo que estar en esas reuniones. Tara asintió con la cabeza. —Bueno, estoy aquí ahora —bostezó—. Y realmente cansada. —¿Eso quiere decir que no te llevaré a celebrar a cualquiera de los bares locales esta noche? Hay algunos tipos excitantes ahora. Dijiste por teléfono que habías terminado con el corredor de bolsa. Tara asintió con la cabeza. —Sí, nos separamos. ¿Pero realmente vas a irte de bar en bar? ¿Qué sucedió con el nuevo amor de tu vida? Ann arrugó la nariz. —Nosotros, también, nos hemos separado. —¿Una ruptura desagradable? —¿Desagradable? ―Ann alzó una ceja con perfecto desprecio. Suspiró—. Hubo una reunión de arte en mi oficina que duró hasta bien tarde. Tú sabes, por supuesto, que conocí a Willem cuando llegó para encargarse como jefe de la sección de ventas. Hace una semana, él debía cerrar por mi... estaba terminando un pequeño asunto con el director de arte y las modelos contratadas para el anuncio de la campaña... y quedo en encontrarse conmigo..., en un cuarto de hotel. Me fui a recoger algo de comida para una cena romántica, pero había olvidado un manuscrito con el que quería trabajar después, y fui de nuevo a la oficina. Él no había estado esperándome, ni tampoco la modelo de la campaña de publicidad. Lo encontré en una posición comprometedora con la chica. Me fui. —¿En tu oficina? —Asumí que él se habría ido para cuando regresé el lunes siguiente —dijo secamente. —Y asumo que allí estaba. —Sí. —¿Qué tan malo fue? ¿Llamó por teléfono? ¿Intentó disculparse? ¿Tuvo una excusa o una explicación? —Él llamó por teléfono. Le aseguré que no tenía nada que decir que quisiera escuchar. El hombre había lastimado a su decidida prima. Pero Ann también tenía una tendencia a ver el mundo en blanco y negro. Podía ser totalmente inclemente cuando quería. El orgullo y la dirección eran importantes para ella. —Debe ser difícil. Digo, él está todavía en la compañía. Ustedes dos todavía trabajan juntos.
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—Él no trabaja en mi oficina. Tara guardó silencio por un momento. Ann había hablado de Willem con tanto entusiasmo. Había esperado oír que su prima estaba comprometida en cualquier momento. —Bueno, déjame ponerme algo más personal aquí. ¿Exactamente qué estaba haciendo él? Ann le dirigió una mirada y puso los ojos en blanco. —La chica estaba en mi escritorio. Él estaba inclinado encima de ella. ¿Qué más quieres saber? —Todo —dijo Tara― ¿Estaban... vestidos? —Tenían la ropa puesta. —Entonces tal vez... ―¡No des disculpas por él! —dijo irritada—. Se estaban besando y manoseándose el uno al otro, por lo menos. Y eso es demasiado para mí. —No lo estoy disculpando. Pero... Quizá la modelo lo forzó a una situación comprometedora. O tal vez él le estaba mostrando una pose que quería en particular. Tara hizo una mueca, preguntándose por qué estaba tratando de defender a un hombre que no conocía, quien había sido atrapado en una situación de la que no sabía nada. Ann se rió lacónicamente. —No había fotógrafos en la habitación. Ni estaba allí el modelo masculino. Así que... —¿Lo terminaste enseguida? —Le dije que si daba un paso en mi oficina otra vez, renunciaría. Lo dije en serio, y él me creyó. Por supuesto, también le dije que lo atravesaría con mi abrecartas. Eso también lo dije en serio. Ahora, ¿qué hay sobre tu corredor de bolsa? Tara vaciló. Ann pensaba que ya estaba lidiando con la locura en lo concerniente a su abuelo. No estaba segura de cómo explicar los sentimientos que habían provocado que rompiera de pronto su relación con un tipo realmente agradable, atractivo. —¿Y bien? —continuó Ann—. ¡Ciertamente yo he puestomi corazón y la verdad sobre la mesa! —Es sólo que no era el correcto. —¿Simplemente no era el correcto? ¡Dijiste que era guapo, educado, encantador, y sexy! ¿Se volvió no sexy? —No. Ann negó con la cabeza. —¿Él tiene un ingreso decente, no era un artista muerto de hambre, no tocaba música ridícula en una cafetería? Tara se rió. —No, no había nada mínimamente incorrecto con Jacob. Es una gran persona. Realmente no puedo explicar esto. Quería que nos mudáramos juntos, comprar un anillo... y me eché para atrás. Tan solo no era… correcto. No sé de qué otra forma explicar esto... —terminó débilmente. En realidad no sabía cómo explicar por qué había terminado la relación con Jacob. Él había entendido sobre su viaje a París. Y aun así... Había tenido la sensación más extraña acerca de venir aquí. Como si hubiera estado esperando por este viaje... este momento… toda su vida. Y... había estado el sueño. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Tenía planes de ir a París, un poco más adelante, pero mientras estaba trabajando en un plazo final, intentando decidirse por la fecha correcta, había ido a dormir y... había estado en París. Había visto la ciudad debajo de ella mientras su avión aterrizaba. Había visto la ciudad que amaba, los chapiteles de Notre Dame, la elevación de la torre Eiffel. Se había visto con Ann, sentándose en el café, saliendo en el coche para el pueblo. Y entonces... una niebla había llegado, y estaba caminando. Pasando en medio del bosque en el campo circundante, atenta a su destino. Y mientras caminaba, había sentido miedo. Miedo de las sombras que rodeaban el lugar, las sombras que se retorcían y se movían y formaban formas extrañas, y parecían susurrar. Ella no sabía si los susurros eran palabras que la llamaban a seguir, o si eran advertencias. Pero tenía que llegar a la casa, y tenía algo que ver con su abuelo. Cada paso traía mayor miedo, y mayor determinación. A través de un campo de árboles y una zona de arbustos enredados, podía ver una estructura adelante. Parecía resplandecer con una extraña luz amarilla, como el filtrado de la luna, a través de las nubes y niebla. Y en su mente, estaba repitiendo las palabras ayúdame repetidas veces, aunque no estuviera segura de a quién estaba llamando para hacerlo, sólo que ella creía, tenía que creer que él estaría allí. Se había despertado con lógica perfecta, explicándose a sí misma que el sueño se trataba de su abuelo. Ella lo adoraba. Y él estaba en problemas. Necesitaba llegar a él por su enfermedad. Estaba siendo egoísta y tonta por no tomar el primer avión que consiguiera para estar con él. El sueño era una advertencia de que su abuelo la necesitaba, y su miedo a las sombras era su miedo a la enfermedad. Y al mismo tiempo, a pesar de toda su lógica, consideró que algún ciclo en la vida estaba terminando, y que otro estaba a punto de comenzar. Por raro que pareciera, cualquier cosa que fuera, ella lo había estado esperando toda su vida, y ahora era el momento. Lo cual trajo a Jacob. A ella le importaba. Era maravilloso, muy divertido, sensual, un bastión práctico para balancear sus vuelos de fantasía. Pero había simplemente algo diferente ahí afuera, y tenía que ir a París, y descubrir lo que era. De algún modo demente. Y aun así... Lo que debía hacer. Loco, pero correcto. Cómo, no podía comenzar a comprender. No tenía la intención de permanecer en París para siempre. No era su hogar. Nueva York lo era. Aunque el la llamada de París, y lo que fuera que estuviera buscando, era ridículamente fuerte. —Tal vez debería ir a Nueva York contigo y conocer a Jacob —dijo Ann, sacando con fuerza a Tara de su ensueño. —Tal vez —dijo—, supongo que simplemenete no estaba... enamorada de él —Ann podía ser tan totalmente realista y práctica. No había mucho que Tara pudiera explicarle de sus sentimientos. Ann negó con la cabeza confusamente. —Estupendo. Tú abandonas al Señor Perfecto, ¿y luego me haces pasar un mal rato a mí? El hombre que amo me engaña, y piensas que debería escucharlo. Tienes a alguien abierto, honesto, y leal, pero es sólo que no estás enamorada. —Me importa él, bastante. Pero no lo suficiente. Ann guardó silencio algunos minutos, observándola, y entonces se encogió de hombros.
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—¡Bueno, míranos! Nosotras definitivamente deberíamos ir de bar en bar. No es la forma de conocer al hombre correcto, pero el trabajo definitivamente no es el lugar correcto tampoco. Y no hago nada más que trabajar, o así parece. —Realmente deberíamos salir... sólo medio al acecho, y lo haremos —dijo Tara—. Pero no esta noche. Estoy tan cansada. No creo que pueda maneejar la excitación de un hombre guapo. O uno agradable. O incluso un tipo feo que quisiera comprarme una bebida. —Mañana por la noche, entonces. —Seguro. —Bien, entonces. Vámonos al castillo. Puedes oír por ti misma lo qué dice el abuelo. Puedes hablar con él esta tarde, y yo regresare al trabajo. —Tal vez tú y Willem lo resuelvan. —Llevo mi abrecartas conmigo siempre —dijo Ann, subiendo su mano al camarero para pedir la cuenta. Ann insistió en pagar. Mientas se levantaban, repentinamente se congeló por un momento, entonces atrapó el brazo de Tara, dándole la vuelta en la acera. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Sólo vámonos. Apresúrate. —¿Qué pasa? —Willem —masculló. —¿Willem? ¿Dónde? Tara intentó darse la vuelta, ansiosa de ver al hombre con el que su prima había estado tan profundamente involucrada. Ann continuó llevándola a rastras, pero pudo percibir un rápido vislumbre del hombre. Era alto y rubio, vestía un traje de negocios de diseñador, muy fino. Un mechón cayó sobre sus anteojos oscuros mientras se detenía para encender un cigarrillo antes de escoger la mesa del café que acababan de desocupar. —¡No te quedes mirando! Sólo salgamos de aquí. —Bueno, todavía trabajas con él. Podrías presentarme. Entonces podría ser una mejor juez de su carácter. —Él no tiene carácter. Vámonos. Ann la llevó a rastras. Tara no pudo evitar sino volver la mirada atrás. Mientras lo hacía, tuvo la certeza de que el hombre las observaba irse, aunque no pudo ver nada de sus ojos a través de los anteojos. Él era atractivo en una forma muy refinada que quedaría muy bien con el estupendo aire sofisticado de Ann. Ella desvió su atención mientras se le unía otro hombre en la mesa. Willem aparentemente conocía al tipo con él que se estaba reuniendo. Él se levantó, y al estilo americano, estrechó la mano del hombre. El otro tipo era blanco también. Alto, con el cabello rubio arena, y debajo de su traje de negocios, parecía estar en excelente estado. Se movían demasiado rápido como para que Tara distinguiera sus facciones. Él también, llevaba puestos anteojos oscuros. Casi tropezando, Tara miró hacia adelante por un momento. Fue sobresaltada por un mal presentimiento, una sensación de ser observada... o asechada incluso. La piel de sus brazos se puso de gallina y una descarga de fría adrenalina bombeó como un relámpago a través de ella, haciéndola temblar. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Ella volvió la mirada atrás. Ninguno de los hombres estaba en la mesa. Tara se detuvo donde estaba parada sobre la ajetreada calle, mirando hacia atrás, perpleja. Simplemente habían desaparecido. —Él se encontró con alguien —dijo Tara. —¡Es el jefe de ventas! Siempre se encuentra con alguien —dijo Ann impacientemente—. Y tengo que llevarte a casa, y venir de nuevo y hacer algo de trabajo. ¡Por favor, vamos a ponernos en movimiento! Tara se dio una sacudida. Estaba cansada. Odiaba el largo vuelo sobre el Atlántico. Le gustaba Europa, pero odiaba llegar hasta allí. Sonrió con pesar. Realmente era una mañana hermosa en París. —¡Tara! —Voy. Momentos más tarde, estaban en el coche, dirigiéndose fuera de la ciudad. —Tiene una apariencia interesante —comentó, observando a su prima. —No me interesa hablar más de él ―Ann todavía parecía distraída—. Hay más por qué preocuparse que un hombre mentiroso y tramposo. Por ejemplo, está el abuelo. —¿Hay algo más que deberías contarme? —preguntó. —Te he dicho que es un tramposo mentiroso. ¿Hay más? —Quise decir acerca del abuelo. —Ah —la recorrió con la mirada—. Estaremos en casa pronto. Cuando lo veas, entenderás. —¿Pero su salud es buena? —No buena, sino mejor. Ha tenido una buena recuperación de su racha de neumonía. Es como si se permitiera a sí mismo mejorar y ser fuerte. Una cosa que me ha molestado es que está preocupado increíblemente por una excavación arqueológica que está llevándose a cabo en nuestro pueblo... Parece que han excavado las criptas de las ruinas de la vieja iglesia. El abuelo se despierta a primera hora de la mañana, buscando el periódico. Me ha pedido que vaya a ver lo que están haciendo. Él está absorto en esos antiguos libros suyos, y se excita. Quiere ir por su cuenta, pero los doctores le han dicho que no debe, que el aire en semejante lugar sería sumamente malo para él. Cuando escuchó que en verdad le podría matar, se dio cuenta de que no podría ir. Está decidido a permanecer vivo. Está tratando de mantenerse saludable, y estar en guardia, pero me ha estado volviendo loca para que vaya allá abajo. —¿Y has ido? Ann negó con la cabeza. —¡No alimento sus fantasías! Le dije que las criptas están fuera del límite para los turistas y que no tengo forma de meterme en la excavación. —¿Es eso verdad? —Era cierto —dijo Ann, dirigiéndole a Tara una pequeña sonrisa de culpabilidad—. Estaban preocupados por la integridad de la estructura bajo tierra. Realmente no sé cuál es la situación correcta ahora. Hubo algunas críticas en el periódico cuando comenzaron, pero ahora, puede haber una columna o dos cada cierto tiempo ―recorrió con la mirada a Tara y se encogió de hombros mientras conducía—. Está bien, creo que han abierto la excavación para los turistas. No estoy segura de por qué. Realmente no somos nada más que un pueblo pequeño a las afueras de Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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una ciudad grande... París oferta al visitante tantas atracciones que una pequeña excavación usualmente no recibe mucha atención. Algún profesor involucrado tiene la certeza de que está sobre un descubrimiento histórico mayor, pero no parece generar mucho entusiasmo de sus colegas. Y la mayoría de las personas vienen a París para ver el arte y la belleza. Aquellos con un retorcido morbo en sus mentes, pueden arrastrarse abajo en las catacumbas y ver miles de huesos. —Quizá el abuelo está excitado principalmente porque las ruinas están en nuestro pequeño pueblo. Él creció aquí, vivió una buena parte de su vida aquí. Tal vez considera que hay una conexión familiar para esta excavación. —Le pregunté eso —dijo Ann—. Él estaba consternado, asegurándome que no teníamos nada que ver con el suelo que fue desacralizado. Pero entonces, oye, tú no eres exactamente una parisiense experimentada, pero has conocido lo qué es el mundo famoso e histórico de aquí. Si quieres vagabundear alrededor de una cripta, eres mi invitada. —Pero dijiste que temías que se alimenten sus fantasías. Ann se encogió de hombros. —Bueno pues, lo temo todavía. Pero estoy también tratando de ponerme al día en el trabajo. E intentando mantener en funcionamiento el viejo lugar con poca ayuda. No me refiero a ti, tus padres, tu hermano, o mis padres. Hablo de la cotidianeidad, simplemente mantener los baños limpios, funcionando, mantener el techo encima, y la hiedra abajo. Sólo tenemos a Katia encargada de echar a andar la casa y a Roland manteniendo al terreno. Debbie, su vieja asistente en los Estados Unidos, ha escrito para decir que quiere venir a cuidar de Jacques, pero que le llevará un tiempo poner en orden sus asuntos. Entonces, ya ves, en realidad no he tenido tiempo extra para ir a correr alrededor de las ruinas. Y me alegro realmente de que estés aquí. Dijiste que realmente habías estado atrapada y que querías hacer algunos cuadros... en lugar de los anuncios publicitarios que pagan las cuentas mientras estas aquí. Tal vez encuentras inspiración en la cripta. Tal vez incluso te permitan poner un atril. No sé. Amo al viejo Jacques con todo mi corazón. ¿Recuerdas cuando éramos niñas? Él escribía ficción popular, pero las personas siempre lo entrevistaban como si fuera un gran erudito o un escritor literario. Siempre ha tenido tal enganche con el mundo, con la naturaleza humana... no quiero perder al abuelo que hemos conocido y hemos amado toda nuestra vida. —Lo amo, también. Siempre fue magnífico, más grande que la vida. Me dio mi amor por el arte, y tú ciertamente has aprendido mucho acerca de escribir y publicar de él. Significa mucho para nosotras, y nos ama mucho también. —Sí, pero tú amas las historias, los cuentos y las fantasías. Yo soy demasiado lógica y franca para él. Así que habla con él. Ve si puedes darle sentido a todo eso. —Estoy aquí para hacer lo que sea necesario. Ann asintió, permaneciendo en silencio mientras manejaba. Habían dejado atrás la ciudad y transitaban a través de un hermoso campo con pequeños grupos de viejas y encantadoras casas. Minutos más tarde, Tara vio el camino al castillo delante de ellas, y entonces la casa que había sido su tierra de la fantasía cuando era niña. El recorrido serpenteaba desordenadamente a través de rastros de flores... los bebes de Ann, como ella las llamaba. Luego, fueron alrededor del camino de grava hasta justo delante de los viejos peldaños de piedra.
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La puerta principal se abrió y Roland, quien estaba cerca a la edad de su abuelo, bajó apresurándose las escaleras, abriendo la puerta del coche antes de que ella pudiera hacerlo por sí misma. Él estalló en un saludo afectuoso y entusiasta hablando tan rápidamente que podía captar sólo una palabra de cada tantas. No le importó, sabía que estaba siendo bienvenida. Abrazó a Roland, luego insistió que era perfectamente capaz de manejar su bolso. Para entonces, Katia, algunas años menor que Roland, había llegado a la puerta. Se secó las manos en su delantal, corrió abajo de las escaleras, y envolvió a Tara en un masivo abrazo también. Tara se esforzó por encontar las palabras correctas en francés para devolver su saludo, se rindió, y la abrazaron de nuevo. Parecía que el besar la mejilla se perpetuaba. —Tengo que regresar al trabajo —aviso Ann—. No voy a entrar. Estarás en tu vieja habitación. Tara agarró firme su bolso otra vez. No iba a dejar que Roland o Katia intentaran tomarlo. —¡Tu abuelo está en la biblioteca! ―dijo Katia con severa desaprobación, sacudiendo la cabeza con tal vehemencia que pequeñas guedejas grises de pelo se escaparon de su impecable moño y susurraron alrededor de su cara—. No debe excitarlo demasiado; ¡Él puede ser un viejo tan tonto! —Lo amarraré si se pone demasiado activo —aseguró. Ann se dirigió por del camino de grava y continuó hacia la calle, regresando a la ciudad, y Roland y Katia siguieron a Tara a la casa. Una vez en el vestíbulo, alguna vez grandioso, Tara hizo una pausa. Se volvió para mirar el bello trabajo de la madera, y los tapices deshilachados en la pared. La larga mesa de patas de garra en el vestíbulo tenía la computadora de Ann rodeada por montículos de papel. Tara sonrió. Era bueno estar aquí. Lejos a través del Atlántico, Jade DeVeau se despertó con un sobresalto, y entonces se preguntó que lo había provocado. Era de noche todavía... o las horas tempranas de la mañana. Por un momento, yació tensamente, los ojos se estrecharon, mientras intentaba averiguar qué peligro podía haber avivado sus instintos de supervivencia mientras dormía. Y aún así... No oyó nada. Abrió los ojos aún más, se retorció silenciosamente alrededor. La luz de luna fluía a través de la ventana por encima del encantador patio de su casa de Charlestón. Lucian estaba en la mecedora junto a la ventana, mirando hacia afuera, a la noche. No era extraño que estuviera allí. Jade había cambiado su propio horario natural de dormir para coincidir con el de él, y él había aprendido a acostarse y descansar en la oscuridad de la noche. Pero todavía, un buen número de noches ella, se despertaba, y lo veía ahí. A veces, leía, con una luz de lectura, para no perturbarla. A veces, se sentaba, meciéndose, observando la luna. La mayoría de las veces, estaba relajado, simplemente un noctámbulo tranquilo, quién cuando estaba realmente inquieto, bajaba la escalera para trabajar u mirar una de las estaciones noticiosas de veinticuatro horas o una vieja película clásica. Esa noche... había algo diferente. Jade se enderezó, estirándose para alcanzar su bata al pie de la cama, todavía asustada, aunque no supiera por qué, y sintiéndose extrañamente vulnerable por el estado desnudo en el cual
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dormía. Supo que él fue instantáneamente consciente de que se había despertado. Él podía sentir su movimiento más ligero. Se dio vuelta en dirección a ella, y aun en la semioscuridad de la luz de luna, vio que sonrió con aire de disculpa. —Te desperté. Lo siento. Pensé que guardaba silencio. Ella negó con la cabeza. —Tú no me despertaste. Sólo me desperté. Él la jaló hacia abajo para sentarla sobre su regazo. Ella llevó sus dedos a través de su pelo, preguntándose si era un pecado amar tanto a alguien. —¿Qué pasa?—le preguntó, su voz un susurro. Él negó con la cabeza. —No sé. Un temblor pasó como un relámpago a través de ella. Sus brazos se apretaron alrededor de ella. —No tengas miedo. Eso... cualquier cosa que sea, está afuera. Lejos. Por supuesto, eso es lo qué me molesta. Puedo sentir algo. Pero no sé qué. Como si temiera que pudiera estar enviando su tensión directamente a su alma, se paro repentinamente, colocándola de pie. —Estoy de humor para una hamburguesa. Ella le contempló secamente. —¿A las cinco en la mañana? Fueron interrumpidos por un gemido repentino. —El bebé —dijo Jade. Se dio la vuelta, corriendo al siguiente cuarto a lo largo del vestíbulo. Supo que Lucian seguía sus pasos, aunque no oyera su movimiento. Encendió la luz y se apresuró hacia la cuna dónde Aidan, de seis meses de edad dormía. Por el momento, estaba completamente despierto, penachos del rubio cabello parados hacia arriba de su diminuto cráneo, sus mejillas rojas, los pequeños puños volando, las lágrimas corriendo abajo de su pequeña cara. Jade lo levantó en sus brazos. La cosa más dura que debió afrontar cuando se casó con Lucian, fue el hecho que no podría tener hijos. Había decidido no adoptar. No pondría a una criatura en peligro. Pero entonces, supo de Aidan, de tan sólo días de edad al momento de quedar huérfano. Y ahora... No importaba que ella no pudiera tener niños. Aidan era su hijo. Lo amaba tan ferozmente como alguna vez podría querer a cualquier niño que hubiera nacido de su carne y sangre. Lo acunó suavemente en sus brazos, cantándole dulcemente. Comenzó a calmarse, haciendo pequeño sonidos de tragar. —Niñito, niñito, niñito... estás bien. Estás bien. Mamá está aquí. Sus sollozos se apaciguaron, entonces comenzaron de nuevo.
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—Aquí —dijo Lucian, y lo quitó de sus brazos. Lucian miró hacia abajo a su hijo. Habló suavemente en francés. Aidan contempló a su padre, se quedó callado, y lentamente cerró los ojos, profundamente dormido. Jade se lo quitó a su marido y lo deslizó de vuelta en la cuna, entonces regresó a Lucian. —Debería resentir tu habilidad para calmarlo tan fácilmente, ¿sabes? ―dijo. —Hago trampa. Mi francés es excelente. Y es un lenguaje tranquilizante. Ella sonrió. —No te preocupes, entre criarlo, intentar seguir trabajando...mantenerme al día... estoy demasiado exhausta la mayoría de las veces como para resentirme. Él la besó en la frente. —Vuelve a la cama, mi amor. Duerme un poco. —Ya no estoy cansada. Vamos por las hamburguesas. —¿No quieres una tortilla de huevos? —preguntó—, está siendo la hora del desayuno. —Estoy de humor para carne roja, muy raro. ¿Qué tal bistec y huevos? —Eso servirá. Bajaron la escalera de la mano. Jade era diestra en la cocina, y unos buenos huevos revueltos era una de sus especialidades. Pero notó, que aunque Lucian le estaba hablando, sus palabras eran casuales, mantenía la mirada fija, fuera de los cristales posteriores. La piscina... la pequeña piscina, pero suficientemente honda como para llegar al regazo, estaba en la parte de atrás, rodeada por un enrejado y enredaderas, un área hermosa. Y un alto muro de piedra que tenía más de cien años rodeaba el patio trasero. Ella no podía comprender lo que él observaba tan fijamente. O quizá lo comprendía. Él observaba la luna. Momentos más tarde, ella fue para el comedor. —Bistec y huevos, y un Borgoña maravilloso para acompañar la comida. —¿Borgoña… a esta hora de la mañana? ―inquirió él. —Claro que sí —dijo. Se sentaron a comer. Intentó ser casual. Habló de las sonrisas de Aidan. El libro que estaba leyendo. Él respondió con todas las palabras correctas, pero realmente no estaba escuchando. La oscuridad profunda de la noche comenzó a levantarse. Él se paro, estirándose. —Bueno pues, eso fue delicioso. Deberíamos intentar dormir un poco. Jade asintió. Comenzó a recoger los platos. Él agarró su brazo, y sus profundos ojos cafés tocaron los de ella. —Los recogeremos después —dijo. Ella asintió con la cabeza, sintiendo un salto en su corazón, en todos sus sentidos. Su marido era un amante experto. Uno vastamente experimentado, pero... Él la amaba, y ella sabía cuan profundamente, y el pasado no importaba en absoluto.
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Lo siguió a la planta superior, su mano en la de él. Y al pie de la cama desparramó la bata que había envuelto alrededor de sí misma. En segundos sintió las manos en su carne desnuda, y como siempre, fue como si se pusiera en llamas, como si se estuviera derritiendo... Como si nada más importara en el mundo en absoluto... Sin importar la oscuridad, sin importar la luz, siempre, sintió sus ojos, fuego líquido, viajando sobre ella, en ella... Y al final, siempre, le maravillaría que todavía pudiera sentir tanta pasión, una y otra vez, como si el mundo se volviera violentamente dorado, y a veces, después del clímax volátil, aferrándola, chamuscándola, y saciándola, la brillantez se tornaría en negro. Finalmente, exhausta, durmió en paz. Lucian estaba acostado, despierto, y cuando estuvo seguro de que ella estaba completamente dentro del mundo de los sueños, se levantó. Cerró las cortinas, y fue escaleras abajo, entonces bajo otra vez, al sótano. Tenía una computadora allí. Empezó a caminar hacia el escritorio, determinado a enviar un correo electrónico. Entonces se decidió en contra de eso. Encontró su lugar en el frescor oscuro de la sección inferior de la casa. Allí cerró los ojos. Y se retiró en las profundidades de su mente.
—¡Tara! Jacques DeVant podía estar envejeciendo, y su salud podía no ser la mejor, pero todavía le podría ofrecer a su nieta un abrazo que trituraba los huesos. No le dio la bienvenida una y otra vez, sólo dijo su nombre en la manera en la que sólo lo podría decir, y la abrazó. Y ella lo abrazo a su vez. Entonces, por supuesto, estuvieron los inevitables besos, uno en cada mejilla y él la alejo a una prudente distancia, estudiándola. Él era un hombre apuesto, incluso a su edad. Nunca había perdido el cabello. Era grueso, blanco nieve y plateado en la luz. Sus ojos eran increíblemente azules, y aunque sus facciones estaban desgastadas por el tiempo y cansadas, había una nobleza en su estructura facial que le daba una tremenda dignidad y atractivo. —Estupendo abrazo —dijo ella, conduciéndolo de regreso a su silla en la biblioteca—. Y te ves maravilloso. Pero tienes que ser precavido, sabes. Tienes que descansar. Y no andar por ahí derrochando energía. Él arqueó una peluda ceja blanca, mirándola escépticamente. —Estoy bien. Y confía en mí, soy sumamente cuidadoso de mi salud. Tengo la intención de vivir hasta... bien, tú sabes, hasta que alcance una edad madura. Una edad más madura. Él había estado a punto de decir algo diferente, pensó Tara. Tengo la intención de vivir hasta... era como quisiera decir que iba a vivir hasta que estuviera hecho. Hasta que alguna tarea estuviera terminada.
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—Honestamente, podrías ser un joven tipo de sólo sesenta —aseguró. Se encogió de hombros y sonrió, aceptando el cumplido. Tara estaba apoyada sobre el borde de su escritorio en la biblioteca, mirando el viejo volumen que había estado leyendo. Decidió ir directo al grano. —¿Qué has estado haciendo? Ann está molesta porque quieres que baje y averigüe lo que está pasando en una excavación del pueblo. Su sonrisa se desvaneció sólo ligeramente, volviéndose apesadumbrada. —Ella piensa que soy un anciano demente. —No, ella nunca pensaría eso. Pero está preocupada. —¡Tengo que saber lo que ocurre allí, y Ann se ha resistido, y... bueno, gracias a Dios que estás aquí! Habló tan fervientemente que Tara inmediatamente comprendió la preocupación de su prima. —¿Qué hay sobre esa excavación? —preguntó —Tengo que saber tras de qué van. Y lo que han descubierto. —Un montón de huesos viejos, imaginaría, si están desenterrando la cripta de una iglesia abandonada. —Tengo que saber exactamente lo que están desenterrando. Necesito los planos de la cripta. Necesito saber si el profesor tiene a otros eruditos dedicándose al proyecto, quién, exactamente quién, está involucrado. Creo que el trabajo debe ser suspendido. Y si no tengo toda la información, no podré hacer nada. Tara, debes ir por mí. Tú debes ser mis ojos y mis oídos. Tengo que ser tan precavido, entiendes. Mi propia nieta piensa que estoy perdiendo el juicio. Si no soy precavido, los otros verán que este encerrado lejos. Eso no puede ocurrir. —Abuelo, eres un erudito. Un autor bien conocido. —Un autor de ficción. De cuentos inverosímiles. —Con tremendos mensajes —le recordó. Ese cumplido sólo le irritó. —Ficción. Pensarán que toda la ficción de mis muchos años se ha deslizado en mi mente, y que estoy loco. ¡Qué mal momento para ser viejo, enfermo y débil! —No entiendo —dijo Tara. Él no pareció oírla. Se quedó con la mirada fija en las viejas piedras de la chimenea donde ardían los leños y las llamas bailaban, ascendiendo en azules, anaranjados, amarillos, rojos, suaves y grises penachos de humo. —Abuelo... —Necesito que vayas a la iglesia —dijo. —Iré mañana —dijo—. Lo prometo. —Mañana puede ser muy tarde. Quizá hoy es muy tarde, y aun no he escuchado nada terrible que haya pasado. —¿Qué cosa terrible puede ocurrir en la vieja cripta de una iglesia? —preguntó—¿Temes que haya algo de inmenso valor allá abajo y alguien pueda ir detrás de eso? ¿Están corriendo peligro las personas encargadas de la excavación? ¿Hay algo que realmente sepas? Él pasó la mirada de las llamas a sus ojos. Negó con la cabeza. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Tú no entenderías. Pero debes averiguar por mí lo que está ocurriendo. —Te dije que lo haría. Pero me conoces, no puedo dormir en los aviones. Estoy exhausta. Iré mañana. —Hoy —la miró de arriba a abajo—. Katia nos traerá algo de café fuerte. Si te mantienes en movimiento, estarás bien. Es una vez que te acuestas y descansas que ese desbalance de horarios te ataca. —Tú no entiendes. Estoy aniquilada. Tuve que entregar un proyecto antes de que me subiera al avión. No he dormido suficiente en días. —Entonces un día más no importara. —¡Oye! Eres mi abuelo, se supone que debes de preocuparte por mi salud y mi bienestar. —Estoy sumamente preocupado. Pero irás esta tarde y me traerás de regreso cada posible trozo de información que tengan en la excavación. El nombre de cada uno de los involucrados. De alguna manera debes entrar justo donde están trabajando. —Puede que no permitan... —¡Santo cielo! Coquetea hasta conseguir entrar. —¿Seguro que no quieres que sólo venda mi cuerpo en la calle? Él dejó escapar un sonido de impaciencia, dirigiéndole un severo ceño fruncido. —Éste no es un asunto para bromear. —¡Jacques! —dijo, usando su nombre de pila, como siempre lo había hecho cuando fingía estar entre la comunidad literaria que él había conocido tan bien en Nueva York— No sé lo que estoy haciendo. Si pudiera entender, ayudaría. ¿Exactamente qué crees que va a pasar, que sientes que debes detener? Ann dice que has hablado de algo llamado la Alianza... —Sí, la Alianza. Soy uno de la Alianza, y no hay muchos de nosotros que queden, no muchos que hayan comprendido el llamado. Seguramente, hay otros. Pero quizá no lo saben hasta ahora. ¡Hay algunos que sería capaz de encontrar... pero primero! Debo detener la excavación. —Jacques, ¿qué es esta Alianza? ¿Un grupo de la guerra? ¿Un grupo de escritores? —La Alianza... no hay tiempo. Sí, quizá podrías decir que somos un grupo de guerra. Ahora por favor, podemos hablar por muchos días. Debes hacer esto por mí. Si no lo haces, tendré que arriesgarme a otra racha de neumonía o insuficiencia respiratoria e ir por mí mismo. Si estoy en lo correcto acerca de lo que pueden encontrar... a quién pueden encontrar... tienes que llegar allá abajo. —Si sabes algo, deberías llamar a la policía. —La policía no entendería. Me encerrarían. Por favor, si me amas, Tara, me ayudarás ahora. Te necesito. Había una desesperación en su tono que la hizo preguntarse seriamente acerca de su estado mental. —La policía no puede ayudar —siguió él—. No ahora. No estamos corriendo peligro de un ladrón o asesino ordinario. —Abuelo, ¿cuál es el peligro, entonces? —Maldad, pura maldad. Tara, te estoy suplicando. Debes hacer lo que te pedí.
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Ella estaba alarmada por sus palabras. Quiso abrir la boca, protestar por las cosas que él decía. Con todo y eso, repentinamente no podía. Un frío se había apoderado de ella. Un frío que pareció barrer directamente a través de su sangre, carne, y huesos. —¿Irás? —preguntó—. Irás por mí. Hoy. ¿Por favor? —Por supuesto que iré.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0022 La tristeza en la cripta parecía abrumadora. A pesar de las muchas lámparas portátiles, que colgaban alrededor de la bóveda cavada en la tierra, las esquinas estaban hundidas en sombras, profundas y melancólicas sombras, que se movían en una danza macabra, haciendo que ángeles, santos, gárgolas, y obras grotescas cobraran vida en una profusión escalofriante de oscuridad y luz. —¡Caven cuidadosamente! —amonestó el profesor Dubois. ¡Cuidadosamente! Apenas podían ver. —¡Con cuidado, con cuidado! —repitió Dubois. El hombre estaba perturbado. Pero, para Jean-Luc, Dubois siempre parecía al borde del frenesí, como si sus exploraciones en la cripta fueran a estremecer al mundo y sus conclusiones fueran a cambiar la forma del globo. Bajo tierra, en el área de las ruinas desacralizadas de la vieja St. Michel descubrieron recientemente nuevos cimientos, los trabajadores estaban cansados. Jean-Luc Beauvoir, clavó los ojos en el profesor con sus anteojos gruesos y sus rebeldes canas y se mordió el labio para mantenerse en silencio. Él y el estadounidense, Brent Malone, habían estado trabajando incansablemente durante horas, lentamente, lentamente socavando la antigua putrefacción alrededor de los ataúdes. El profesor Dubois esperaba un descubrimiento arqueológico increíble. Él estaba seguro de que iba a desenterrar, no sólo a los muertos, sino el reconocimiento mundial, honores, premios, y naturalmente, la fortuna que vendría del libro que escribiría, y las conferencias y discursos que daría. El profesor no daba importancia al hecho de que la mayoría de los hombres instruidos pensaban que era un loco perdido, o que había comprado su oportunidad en la excavación ya sea por el soborno o haciendo una gran donación al actual St. Michel. Había quedado poco dinero para pagar el personal arqueológico altamente entrenado que Dubois hubiera querido, y así el profesor constantemente gritaba órdenes y ridiculizaba al equipo de dos obreros que había logrado conseguir, y al que obligaba a mantenerse trabajando una vez que la tarde comenzaba a desvanecerse hacia la noche. El estadounidense parecía ser capaz de silenciar al profesor con una sola mirada fija de sus extraños ojos, teñidos en oro y avellana, pero el profesor sencillamente comenzaba una vez más. St. Michel, erigida en un pequeño pueblo justo fuera de París, databa del siglo dieciséis. La cripta en las viejas ruinas en la que ellos trabajaban tanto para explorar y restaurar, antecedía a la nueva iglesia en trescientos o cuatrocientos años. El trabajo era traicionero, pero habían apuntalado el área lo suficiente como para permitir a los turistas pagar francos adicionales para ir y mirar la excavación en proceso. Ahora, para sumar a la irritación del profesor mirando por sobre sus hombros dirigiendo el trabajo tedioso y agobiante, había curiosos interrumpiendo para hacer preguntas a cada minuto. Los americanos eran fáciles de ignorar; simulaba que no hablaba inglés. Los franceses eran más molestos porque el profesor se detenía a hablar con ellos, entonces gritaba a sus obreros otra vez, que estaban trabajando demasiado rudo y podían dañar los ataúdes que habían sobrevivido por siglos. Jean-Luc se quedó mirando a Brent y volteó los ojos, mientras una joven empezaba una conversación con el profesor. No simplemente una joven. Una belleza, con una voz suave y
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educada, con conocimiento del área y la iglesia. Americana. Su acento era definitivamente americano. Y aunque sus palabras curiosas y reconocibles, había también un amigable encanto en el sonido de su voz. No pasó desapercibido para el profesor. El anciano no carecía de una naturaleza lasciva. Estaba agarrando a la joven para balancearla sobre la abertura para que pudiera ver mejor, y para poder colocar sus manos huesudas en su carne joven. Brent no pareció percibir la mirada de Jean-Luc. Estaba distraído, no notaba a la joven que hablaba con el profesor, tampoco. Él estaba estudiando el área en la cual trabajaban, la cual se conectaba al pequeño vientre de la nueva iglesia a través de un laberinto de bóvedas y corredores, muchos de los cuales habían alojado huesos de nobles muertos. Esta área, a alguna distancia de los nuevos cimientos, era diferente en su estilo y decoración. Los típicos arcos góticos creaban a la vez soporte y características arquitectónicas, pero las paredes y las criptas estaban decoradas con una combinación más extraña de lo acostumbrado y bizarro. Cruces grandes, de metales diversos, rodeaban los sitios principales, pero estaban unidas a innumerables gárgolas y demonios. En el hueco donde ahora cavaban, acababan de llegar a una obstrucción. Él lo supo, y el americano lo supo. Mientras el profesor charlaba con la joven en francés, Brent al fin le dirigió a Jean-Luc su concentrada atención. Hizo una pequeña sacudida con la cabeza, indicando que no deberían decirle al profesor exactamente qué punto habían alcanzado. Jean-Luc sonrió. El americano era listo. El cadáver que estaban a punto de exhumar podía estar cargado con joyas preciosas, y adornado con oro. Dejarían al profesor tener sus aplausos. Ellos tomarían las riquezas. Pero el americano frunció el ceño, y Jean-Luc también. ¿Qué estaba planeando Brent? La joven estaba demorándose, hablando con el profesor, pero observando al americano mientras trabajaba en la cripta. ¿Por qué no? pensó Jean—Luc con indiferencia. La mujer era joven. Alta, elegante, con una sensual estructura, con curvas llenas y una cintura delgada. Tenía largo pelo rubio, y piernas malvadamente largas. Ojos grandes, luminosos, y una cara perfectamente modelada. Carne suave. El profesor Dubois estaba tan arrugado como una ciruela pasa y de aspecto tan salvaje como un pequinés electrocutado. El trabajador americano era un hombre alto, enjuto, fuerte y poderoso con gracia, tranquilos movimientos y con músculos elegantemente afilados que parecían hincharse y apretarse cada vez que usaba una herramienta. Sus facciones lo colocaban entre los veinticinco y treinta y cinco, y sus ojos eran de ese extraño color verde dorado y su pelo, pulcramente largo, casi hasta sus hombros, frecuentemente atado, era color marta oscura. Rico, probablemente tentador para una joven. El mundo no había cambiado. Las mujeres podían casarse con un hombre con inteligencia y riquezas, pero cuando llegaba un hombre con quien encontrar placer, tendían a buscar al hombre con poder físico. Instinto animal. El estadounidense, sin embargo, todavía no le otorgaba a la eléctrica belleza de su compatriota mucha atención. Él fingía cavar más profundo, pero sin hacer en realidad maniobras para revelar cualquier tesoro que podían haberse topado. Jean-Luc simplemente había hecho una pausa. Ahora se preguntaba si era el americano, o la tumba, a lo que la señorita daba su aguda atención, mientras conversaba casualmente con el profesor. —Profesor —dijo Brent repentina e impacientemente, interrumpiendo la conversación y recargándose en su pala. —¿Qué pasa? —demandó Dubois. El americano miró su reloj. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Es tarde. Tenemos que comenzar de nuevo en la mañana. —No es tan tarde. No deberíamos detenernos. He estudiado los viejos registros. Debemos estar casi en la tumba. —Y, si está sobre la tumba que está buscando, querrá expertos aquí dentro para mover las capas de polvo y arena, y no conseguirá a los profesionales que necesita a esta hora. Por ahora, no tenemos nada aquí, nada para atraer a ladrones por la noche. Si comenzamos de nuevo por la mañana, tendrá un amplio margen para hacer su justo descubrimiento. Son casi las siete. Ya hemos trabajado tiempo extra. La iglesia está cerrada. Debemos sacar a esta señorita, y cerrar por hoy. —¡Oh, me he quedado demasiado! —exclamó la joven—. Es sólo que encuentro todo esto tan fascinante. Perdóneme. —¿Perdonarla? De ningún modo, querida —Le dijo Dubois, atrayendo la atención de Jean-Luc hacia la mujer. Ella llevaba pantalones vaqueros, un suéter y atractivos mocasines negros, ahora cubiertos con el polvo de esa área de muertos. Ropa simple, pero muy bien usada, abrazando la forma que tanto había interesado al profesor. Su cabello era de un rubio arena, largo, pero recogido atrás en una suave y lisa cola de caballo, que intensificaba la escultura fina de sus facciones. Sus ojos, profundizados por la tenebrosa luz y la sombra, parecían ser casi turquesa, el color del mar fuera de la costa francesa. No iban nunca a conseguir que el profesor dejara ir ese bocado... Jean-Luc casi podía comprender el deseo del anciano por agarrarse de algo tan simple como la conversación, mientras pudiera. —¿Acompaño afuera a nuestra invitada? —preguntó Brent secamente. Clavó los ojos fríamente en la mujer—. Ella tiene que estar afuera. —Sí, por supuesto, debe salir afuera sin ningún daño, pero tú debes terminar. Acompañaré afuera a la señorita —dijo Dubois—. Querida, ¿si usted quiere....? —Oh, por favor, no se preocupe, puedo encontrar el camino —dijo agradablemente—. Es solo que estoy tan intrigada. Regresaré, si me lo permite... —Por favor, usted es bienvenida, Señorita...—dijo Dubois. —Marceau. Genevieve Marceau, Profesor. Y le agradezco, ha sido muy amable. —Un nombre Francés. Pero usted es americana. —De ascendencia francesa. Y estoy familiarizada con estas bóvedas... —¡Pero aún así! ¡Alors! No debe ir sola. Los pisos son tramposos. Y a pesar de las luces... bueno, se hace tarde, y aunque estamos bajo tierra, parecerá aun más oscuro una vez que la noche haya llegado. —Estoy absolutamente bien. Lo veré después, Profesor. Muchas gracias. Estrechó la mano del profesor. Al profesor se resistía a soltar su mano. Ella logró recuperar sus dedos, y repitió: —Estoy bien. ¡Por favor! —comenzó a caminar, rápidamente terminó de salir por su cuenta. El profesor miró detrás de ella por mucho tiempo. Cuando se fue al fin, él se quedó mirando con los ojos entrecerrados al americano. —Compruebe que la tumba sea asegurada cuando salgan. Completamente asegurada. —Por supuesto.
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El profesor miró su reloj. —Tienes razón. Debo hacer unas llamadas... encontrar a las personas correctas. ¡Y tú! ¡Jean— Luc! Mantén tú pesada mano apartada del trabajo de ahora en adelante. Escarbas como si araras campos repletos de hierba mala. Es un gran trabajo el que tenemos aquí. Sin otra palabra, el profesor se dio la vuelta y empezó a salir de la tumba. Brent miró a Jean- Luc. —Tengo que abrir esta tumba esta noche —dijo quedamente. —Sí, sí, por supuesto. Hemos hecho el trabajo. El profesor se llevará todo. No somos nada para él, sino músculo. Es como un negrero. ¿Pero qué haremos? Si robamos la tumba, lo sabrá. El gobierno será llamado aquí. —No, no, préstame atención ―dijo Brent impacientemente—. Lo abriremos cuidadosamente, y lo volveremos a sellar. —Y lo robamos primero, por supuesto. —No. —Pero... —Habrá una baratija, algo que puedas tomar. Pero no robaremos la tumba. —Entonces... —Habrá una recompensa para ti, y Dubois nunca lo sabrá. ¿Está bien? Ayúdame con lo último de la tierra. Rápidamente. La tierra fue fácil de mover, pero el sarcófago estaba cubierto por una enorme lapida. —Nunca moveremos eso —masculló Jean-Luc. —Toma el costado. Jean-Luc apoyó su enorme cuerpo contra la losa, gruñendo y gimiendo, el sudor inmediatamente brotó en su frente. El americano se puso a la tarea con él. La piedra se movió y Brent gritó que debían ser precavidos; No la querían estrellar en el piso y romperla. La piedra se acomodó. Podían ver el mismo ataúd. Era negro. Las cruces abundaban encima y alrededor de él. Brent inmediatamente se puso a trabajar en quitarlas. Jean-Luc se sumó a él. —Hay una extraña escritura sobre el ataúd. ¡Mira, qué extraño, no la puedo decifrar completamente, pero las palabras hablan del Diablo mientras el ataúd está cubierto de señales del Señor! ¡Sacrebleu! ¡Qué extraño! Brent había recogido una palanca. —No creo que funcione. Parece como si el ataúd de alguna manera hubiera sido sellado con una especie de adhesivo... como una soldadura. —Lo abriré. Brent empujó la palanca contra el ataúd. El sonido rechinante que dio, provocó que incluso semejante hombre como Jean-Luc sintiera un pinchazo de miedo en su nuca. El silencio que siguió al chirrido fue profundo y completo. Tan profundo, de hecho, que ambos fueron sobresaltados al oír un sonido... un sonido furtivo, crujiente, llegando de la salida de la bóveda. Una de las lámparas portátiles repentinamente ardió consumiéndose. En la lámpara de la pared al lado de ellos, hubo un sonido seco, y el área se volvió
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oscura. Y aún así, podían oír algo... Pisadas, llegando sigilosas, cuidadosas, desde la salida de la bóveda. —Seguramente es la mujer —dijo Brent, y juró impacientemente—. Me desharé de ella. No toques nada, nada, escúchame, nada, mientras me voy, Jean-Luc, bajo pena de muerte. Lo digo en serio. —¡Por supuesto! Nunca. Juro que no lo haré —dijo Jean-Luc, y se cruzó de brazos. Pero mientras observaba al americano desaparecer silenciosamente en las sombras que parecían cerrarse en torno a él, sintió el resentimiento nacer en su alma. El americano quería robar la tumba sin ser atrapado. Bien, sana idea. Pero el americano quería que las más selectas riquezas del ataúd fueran para el mismo. La tapa había sido forzada. Sorprendía que el americano lo hubiera conseguido tan fácilmente. Un luchador de sumo podría haber tenido dificultades con semejante tarea. Jean-Luc miro hacia la estigia oscuridad de la salida de la cripta. Brent no estaba volviendo, todavía. Rodeó el ataúd para donde su compañero de trabajo había estado parado. No podía resistirse. Alzó la tapa del ataúd, oyendo otra vez el chirrido, que le congeló la sangre mientras los goznes de cientos de años de antigüedad, cedían terreno. Se armó de valor para la espantosa mirada del antiguo muerto. Realmente se había acostumbrado a las calaveras. Abiertas mandíbulas que parecían haber sido captadas en el último grito de la víctima ante la muerte. Carne degradada, marchita, gris y mohosos fragmentos de ropa, botas, con pedazos de huesos traspasandolas... esto no sería nada nuevo. Pero se quedó sin aliento cuando miró hacia la tumba. No había olor a descomposición, ni siquiera el olor mohoso que llegaba cuando habían pasado siglos desde la muerte. No había huesos que ver. Lo que vio fijamente eran... Ojos. Ojos abiertos ampliamente, negros como brea, pero abiertos. Mirando directamente al propio Jean-Luc. Como si el cadáver nunca hubiera estado muerto, sino dormido, y esperando... Y entonces... El cadáver se movió. Jean Luc dejó escapar un chillido espeluznante que podía haber despertado a los muertos no sólo en París, sino en toda Francia... La oscuridad, la luz vacilante, llenó la tumba mientras las lámparas repentinamente se mecían. El negro de la tumba, el blanco de la luz oscilante... El carmesí brillante de la sangre... Todo llenó la tumba. Parado en la bóveda, a punto de abordar a su inoportuna visita, Brent oyó el grito. Y juró, maldiciéndose a sí mismo. Y a ella. —¡Dios Mío! —gritó ella. La mujer había regresado a la cripta. Deslizándose a lo largo de las bóvedas, con olor a putrefacción y descomposición, había estado regresando al sitio de la excavación. ¿Por qué? ¿Quién diablos era ella? ¿Qué estaba haciendo... en este sitio, ahí, ¿y ahora? Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Ella olvidó esconderse mientras oía el desgarrador grito de Jean-Luc, a través de los corredores de la cripta como el embrujado grito del condenado. Y así que ella misma gritó. Grito, y... Vio a Brent, vio sus ojos... Su grito hizo eco al de Jean-Luc. Echó a correr. Demasiado tarde... Oh, sí, por Dios. Demasiado tarde...
Tara nunca había oído nada como el sonido que aún parecía hacer eco dentro de las paredes de la cripta. Había sentido una sensación extraña, de las épocas anteriores, mientras descendía en las ruinas subterráneas, y había sentido una tristeza por todas las vidas pasadas, y aun, un poquito de temor por las vidas vividas hacía tanto tiempo, y la historia intensa del género humano. No se había sentido enteramente a gusto con los mausoleos y las tumbas de los muertos, pero no había tenido miedo. Ni siquiera en la oscuridad y la penumbra. Entonces oyó el grito. La luz oscura en las entrañas de la tierra le dio vida a las sonrisas salvajes y miradas lascivas de las grotescas gárgolas, y ángeles por igual. El sonido pareció levantarse de entre los muertos. Las paredes se cerraban, más cerca, más oscuras. Y allí, delante de ella, tan congelado por el sonido como ella, estaba el americano. Y la mirada en su cara mientras él clavaba los ojos en ella, en esa fracción de segundo cuando ambos estuvieron paralizados por los ecos que parecían levantarse del infierno, de los chillidos que aún parecían colmar al mundo infernal de muertos en los cuales estaban, la atravesó. Él permanecía a cierta distancia, y ella supo que la había seguido, de alguna manera consciente, de que no había dejado la tumba, que tenía una agenda propia. Estaba a algunos metros a lo largo del corredor, donde las tumbas habían sido diseñadas como estantes. Las sombras se habían hecho más profundas mientras el alumbrado de trabajo había oscurecido, como si las lámparas se hubieran hecho pedazos. Posiblemente no podía ver su cara, no realmente, él era simplemente una silueta allí, pero una llena de amenaza. Y ella tuvo la certeza de que él estaba clavando los ojos en ella con furia, y con una saña que pareció hacer que se erizara el bello de su nuca. Los segundos, pasaron volando, segundos, e incluso en ese tiempo, podía sentir su tensión, como si hubiera un viento antiguo, perturbador, abajo, a lo largo del túnel en dirección a ella. Estaba llegando tras ella, quería matarla, hacerle lo que había escuchado en ese grito espeluznante, que todavía parecía hacer eco contra la piedra y el concreto. Pero no fue en dirección a ella.
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Se dio vuelta, corriendo velozmente de regreso hacia el origen del grito, como si el infierno hubiera brotado a través de la tierra debajo de la cripta, y como si él pudiera impedir la explosión de fuegos que se habían levantado del infierno. Y también lo supo. Él había visto su cara. Y cada línea y matiz de su semblante habían sido incrustados en su memoria. Aún así iría tras ella. Se dio la vuelta y corrió. Tan pronto como él había salido corriendo hacia el infierno, ella se escapó de él. A lo largo de los corredores que habían sido hogar de los muertos durante siglos. Abajo, a través la oscuridad. Desesperada, casi cegada por el miedo. Las escaleras de la iglesia nueva surgieron al fin, amenazadoramente, delante de ella. Las subió rápidamente, apenas consciente de sus pies tocando los escalones. Se levantó cerca de las puertas a la zaga, corriendo velozmente a través de una longitud de mármol y se lanzó contra las puertas que la llevarían adelante, de regreso a la cordura de la noche francesa. Las puertas estaban cerradas.
Brent se sintió como si hubiera sido físicamente partido en dos. Y en el intervalo minúsculo de tiempo, durante el cual había oído el grito y clavado los ojos en la mujer a lo largo del corredor, eones de pensamiento habían atravesado su mente. Él había sido el tonto más grande en el mundo por dejar solo a Jean-Luc con el ataúd. Pero había sabido que la mujer permanecía en las criptas, y sabía que debía sacarla. Ni siquiera había tenido la certeza de que hubiera estado en lo correcto acerca de la tumba. Había conseguido el trabajo sólo como una precaución. Por una leyenda imprecisa que había circulado cientos de años atrás, una historia de pesadilla contada por estudiantes, chicas y muchachos, alrededor del fuego en una noche fría de invierno. Y aún así... Debería haberlo sabido. A pesar de sus mocasines, la mujer podía correr. Había estado lejos adelante de él. Y había corrido como un puma, y supo, incluso mientras aceleraba de regreso a la tumba, su corazón hundiéndose, que ella había escapado otra vez, y de seguro sería un problema. Ella había oído el grito como él. Y nadie con algo de cordura, instinto o sentido de auto conservación podría alguna vez ser convencido que era el sonido de un búho en la noche o un lobo aullando en la lejanía del bosque. Maldijo, aún mientras corría. El grito... Por mucho que había escuchado, había visto en la vida, el grito todavía parecía vivo. Dentro de los muros, dentro de su alma. Maldijo para sí mismo. Debería haber llegado a conocer mejor a Jean-Luc. El grito que había hecho eco a todo lo largo de la piedra antigua había indicado que había sido un tonto ambicioso, que había abierto el ataúd. Esa leyenda era cierta. Y Jean-Luc ya había pagado el precio de la avaricia. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Brent corrió con la velocidad del rayo de regreso al sitio de la excavación. Pero así de rápido como todo había ocurrido, era demasiado tarde. Lo cual, por supuesto, ya sabía. Demasiado tarde para Jean—Luc. Pero esperaba que no fuera muy tarde para... otros. Pero supo que lo sería. El tiempo podía haber sido un truco de la luz. Las linternas que habían iluminado el cuarto habían sido tiradas, echadas, rotas, hechas pedazos. Sólo unas cuantas, débiles, pero sin romper, permanecían proporcionando un hilillo de luz enfermiza, color ceniza. Las sombras imperaban. Brent se maldijo a sí mismo repetidas veces por irse. En la oscuridad cercana, se movió con precaución, todos sus sentidos armonizados con el movimiento más leve. Y mientras él tomaba un cuidado razonable, tuvo la certeza de que no importaría. La tumba estaba vacía. De cualquier criatura... con una semblanza de vida. Hasta las ratas habían escapado. Su vista era excelente en la oscuridad y las sombras. Encontró su camino de regreso a través de montones de tierra y piedra y alrededor de otros cráteres de la excavación. Encontró el agujero en el piso. Tan cuidadosamente cavado. La tumba de siglos de antigüedad. En el agujero, la tapa abierta exhibía un ataúd vacío. Jean—Luc yacía en el piso al lado de ella. Brent se inclinó, tocando el hombro del hombre, tratando de rodarlo y encontrar cualquier facsímil de pulso. La cabeza rodó al lado en su intento, completamente despegada del cuerpo. Jean-Luc era como una muñeca agarrada por un niño en un berrinche, desgarrado en pedazos. Brent notó las manchas en el piso. Los vasos sanguíneos habían sido completamente cercenados, pero no había grandes charcos de sangre. Se paró, cerrando los ojos. Mantuvo un silencio mortal, tomándose un momento para escuchar, pero la cripta estaba vacía. No podía escuchar siquiera el rasguño de la garra de una rata o la carrera apresurada de una araña a través del piso. Pero entonces... Hubo algo, un sonido, muy por encima de él. Un traqueteo. Cerró sus ojos y escuchó intensamente. Lejos, lejos por encima. Desde ahí, en las entrañas de la tierra, el sonido era apenas perceptible, casi como el llanto del viento. Era la mujer, gritando. La cripta estaba vacía. La ocupante del ataúd se había ido, y a pesar de sus años de encarcelación, cuidadosamente probaría el nuevo mundo ahora. Escondida por la noche, en las sombras. Cuidadosamente explorando. Había una larga noche por delante. Y aun... Se quedó mirando abajo, hacia los restos de Jean-Luc. Ella había tenido un festín. Él podría tener la noche, y las siguientes horas de la luz del día, para encontrarla antes de que sintiera la sed otra vez.
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No quedaba nada más qué hacer ahí... excepto ver que no fuera arrestado él mismo. Se dio la vuelta, y se movió con velocidad fluida de regreso a lo largo de los corredores que había seguido anteriormente. Se movió en silencio. Él notó el bolso contra la pared y se detuvo. Un pequeño bolso bandolera de piel. Le pertenecía a la mujer en la cripta. Se arrodilló a su lado, sin sentir escrúpulos mientras escarbaba en su contenido. Ella había dicho que su nombre era Genevieve Marceau. Había mentido. Su nombre era Tara Adair. Estudió su pasaporte, sus otras identificaciones, y el contenido de su bolso. Amontonó el contenido de vuelta en el pequeño bolso de piel, y acomodó el bolso en el bolsillo de la pierna de los jeans de estilo pintor que llevaba puestos. Ella no se había dado cuenta de que había perdido su bolso. ¿No lo había sabido? O no le había importado. Había estado desesperada por escapar. Naturalmente. Cualquiera hubiera querido salir después de oír el terror puro y sin adulterar en el grito de Jean-Luc. ¿Pero exactamente qué diablos había estado haciendo ahí? ¿Qué sabía? ¿Y más importante aún, exactamente quién diablos era, y por qué había ido en la manera en que lo hizo, interrogando al Profesor Dubois, escondiéndose después de que había dicho que se iba? Su nombre no significaba nada para él. Adair... él se preguntó si alguna vez había conocido a alguien llamado Adair. Ella había dicho que era de ascendencia francesa. No a través de alguien llamado Adair. Y aun así... Se detuvo, volviéndose hacia atrás, consciente que ella todavía estaba dándose contra las puertas y gritando encima de él. Había un teléfono celular en su bolso. Probablemente ella estaba comprendiendo justo ahora que no lo tenía. Se volvió rápidamente, escarbó en el bolso otra vez. Rápidamente golpeó los botones en el teléfono celular, aprendiendo de memoria el último número que ella había marcado. Escudriñó el contenido del bolso otra vez, pero no había nada que diera una dirección en o alrededor de París. Ella había llegado desde la ciudad de Nueva York. Esa mañana. Aun así, hablaba francés decentemente, con algunas vacilaciones y un acento atroz. Pero tenía una buena comprensión del lenguaje. Entonces, sacando su cartera, encontró una etiqueta de equipaje medio rasgada. Daba una dirección en el Upper East Side en la ciudad de Nueva York. También había una dirección en el pueblo, ahí, en este pequeño lugar en las afueras de París. Entrecerró sus ojos. Preguntándose. Pensó que conocía muy bien el lugar. De hacía mucho tiempo, pero... Se levantó, y empezó a caminar a lo largo del corredor otra vez. Tenía que alcanzar a la mujer. De una manera o de otra... incluso si alguien alcanzaba la puerta principal de la iglesia antes de que él lo hiciera. No había salida. Ella tenía ser perseguida. Detenida. Pero no hasta que supiera tras de qué había estado ella en la cripta.
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El hombre llegó al café poco después del crepúsculo. A la moda, vestido casualmente, seguro de sí mismo y consciente de su atractivo, él se sentaba a veces distante, y a veces ofreciendo una sonrisa para la única camarera en el café. No era la clase de hombre que invitara a la conversación casual, y sin embargo no era contrario a hablar con desconocidos cuando la ocasión lo ameritaba, ni era particularmente severo. Cuando lo elegía, otorgaba esa sonrisa, y cuando lo elegía, se involucraba en hablar sobre el clima, el viaje, y la belleza del país cuando el otoño se aproximaba. Mientras la noche avanzaba, sintió una perturbación extraña en el aire alrededor de él, y sintió un nudo de tensión construyéndose dentro de él. Esa noche, él esperaba. Había esperado antes, y esperaría otra vez. Una muchacha se acercó a su mesa, preguntandole si le gustaría más café. Él lo bebía negro, una taza grande, como muchos americanos. Pero su francés no tenía acento. Si no era un francés de nacimiento, hacía mucho tiempo había dominado el lenguaje con toda la suave fluidez de un parisiense nativo. —Monsieur, ¿otro café? —preguntó la chica. Sus ojos se demoraron en ella por un momento. Era joven, delgada, con los ojos grandes, y bonita. Sonrió en respuesta, y vio la forma en la que su sonrisa tocaba su cara... ella se sintió halagada, se sintió instantáneamente cercana, y cálida. —Otro café, ciertamente... Yvette, ¿es eso lo dice su etiqueta? —Sí, soy Yvette —contestó. Sus palabras habían tomado una cualidad ligeramente desfallecida. ¡Ah, las jóvenes! Tan fácilmente atraídas para lo atractivo y poderoso. Reconocidamente aburrido de su constante vigilia, sintió el deseo de jugar. —Yvette... Siempre, uno de mis nombres favoritos —dijo suavemente— ¿Puedes sentarte un minuto? Ella miró por encima su hombro nerviosamente, buscando a su jefe. La indecisión tocó a sus grandes y profundos ojos cafés. Ah, pero la tentación fue mayor. Ella se sentó. —¿Qué tan tarde trabajas? —preguntó. —Hasta la medianoche, monsieur. —Ah, pero dime, ¿qué edad tienes? —inquirió. —Lo suficientemente mayor —aseguró—. Casi veintiuno. —Maravilloso —Le dijo. Ella había colocado sus manos en la mesa... quizá lista para empujarse contra ella y brincar si su patrón aparecía. Él rozó sus dedos con los suyos y se inclinó más cerca, sólo un poco de tete—a—tete, que algunos de esos pocos otros clientes que permanecían alrededor del café no notarían. Ella tembló ante su toque. Sus ojos llegaron a los suyos. Ella pareció esforzarse por hablar. —Su nombre ¿Monsieur? —Consiguió decir al fin.
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Él dobló un dedo en dirección a ella, haciéndole señas para que se inclinara hacia adelante, en dirección a él. Ella lo hizo así, una bonita cascada de cabello café cubriendo su cara, y la de él. Aún mientras jugaba, sintió un repentino tirón recorriendo su cuerpo. Él retrocedió, dejando a la chica como había estado, fascinada. Se paro, y miró alrededor. Entonces se maldijo. Algo había salido mal. Terriblemente mal. Arrojó unos francos sobre la mesa, alzó la barbilla de la chica, y masculló un rápido gracias a ella, y una promesa que la vería más tarde. Supo, aun furioso, que quería la amistad de ese lugar, al otro lado de la iglesia... Y cerca de la comisaría de policía. Se apresuró al otro lado de la calle, todavía maldiciéndose, y preguntándose qué diablos había salido mal.
El robusto excavador americano estaba detrás de ella incluso antes de que se diera cuenta. No le había oído llegar subiendo las escaleras, no había tenido la mínima idea de que estaba allí hasta que llego justo detrás de ella y habló. —Si se aparta, puedo intentar romperla. Ella gritó, alejándose de un salto de él, haciendo lugar. La mirada que él le dirigió pareció desdeñosa. —Tenemos que salir de aquí a través de esta puerta. Alguien en el café de la calle abajo ya debería haberla oído. Por supuesto, siempre tocan música fuerte. Tara mantuvo distancia de él, sintiendo la tensión corriendo la completa longitud de su cuerpo. Cada célula de su carne parecía sintonizada con el peligro. Las luces nocturnas que quedaban encendidas en la iglesia eran tenues, pero ofrecían mucha más iluminación que los hilos de luz de abajo, que habían hecho poco más que convertir la negrura en lobreguez. Él era moderadamente alto, probablemente alrededor de un metro ochenta y tres, y aunque parecía ser enjuto y de buena musculatura, no era luchador de sumo. Pero había algo en él. Casi podía sentir el calor de su energía, la tensión en sus músculos. Tenía la sensación de que el hombre podía romper un cuello con un movimiento de su muñeca. Había una sensación subyacente de poder, simple e inalterable en su más mínimo movimiento. Creaba un contraste completo de emociones dentro de ella. Lo primero, a escapar, a mantener la distancia. Lo segundo, a acercarse, permanecer detrás del bastión que él, de alguna manera parecía ofrecer. Confiar en el deseo extraño, una apremiante necesidad de acercarse. Ella recordó el grito que había oído. Su desconfianza de todo y todos dentro de la cripta. Se dio cuenta de que estaba mirándolo fijo. Casi hipnotizada por el color amarillo dorado de sus ojos. Eran color avellana, simplemente avellana. Lo había observado trabajar en la cripta, sin hacer caso de su aparición allí, o molestarse por eso, uno u otro, y sin embargo, estaba combatiendo el deseo extraño de confiar en él implícitamente. ¿Combatiéndolo? Caramba, sí, ella poseía la lógica para hacer eso, y estaba furiosa por que había estado tanto tiempo mirándolo fijamente, y en realidad, pensó, probablemente, sólo habían pasado segundos. Entonces él se movió. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Y tan de repente que se sorprendió sobresaltándose nuevamente, mientras él golpeaba un hombro contra la puerta. Otra vez, sus extraños ojos casi amarillos, cayeron en ella. Para su sorpresa, la puerta se estremeció mientras él hacia eso, la madera sonando como si estuviera a punto de ceder. Entonces recordó que había estado lamentando la pérdida de su teléfono justo cuando él llegó. Él golpeó contra las puertas otra vez. Podrían tener cientos de años de edad, aun en la iglesia "nueva", pero eran pesadas, sólidas, y fuertes. —Mi... Mi teléfono está allí atrás. —¿Su teléfono? —En mi bolso. Un teléfono celular. Lo dejé caer allí atrás en alguna parte. —¿Quiere regresar ahí por eso? —inquirió. Ella sintió que cualquier sangre que hubiera quedado en su rostro, se retiraba por sus palabras. Mojó sus labios. —¿Que sucedió allá atrás? ¿Qué estaba pasando? —¿Por qué no me dice usted? —preguntó, haciendo una pausa un momento y frotándose el hombro. Se apoyó contra la puerta mientras hacía eso, estudiándola con una mirada directa. Sensaciones extrañas pasaron a través de ella. Miedo, en primer lugar. Porque él fue parte de esto. Porque la había seguido. Porque le había visto los ojos en la cripta. Miedo. Otra vez, quiso correr. No quiso decirle la verdad. La ridícula verdad. Que ella había prometido que averiguaría todo. Que su abuelo pensaba que él era parte de la "Alianza". Que había recibido instrucciones de averiguar exactamente qué y a quién habían estado buscando, para traer de vuelta nombres, fechas, cualquier cosa que pudiera descubrir. Intentar escuchar cuando el profesor y los trabajadores hablaran, para asegurarse que no estuvieran aún cerca de un descubrimiento importante. Miedo... Y todavía, estaba apoyado contra la puerta, guardando la distancia, intentando ayudarla a escapar, igual que a él mismo. Y había algo acerca de su apariencia... Clásica apariencia, que era de alguna manera ruda también. Una apariencia típicamente norteamericana con un poco de sofisticación europea. Algo muy básico en él parecía exigir confianza... y la compelía a moverse hacia adelante. Su mente le advirtió que conservara una buena distancia. De todas formas, dio un paso más cerca. Él llevaba puesta una camisa de trabajo de mezclilla, las mangas remangadas, sugiriendo músculos sólidos en los bíceps más arriba. Estaba cubierto de polvo, y sin embargo, de alguna manera, su apariencia era esencialmente limpia y seria. Y parecía calmado y resuelto afrontando... —¿Que sucedió allá atrás? —demandó. Había dado un paso adelante otra vez. Estaba a sólo centímetros de distancia de él. Su mandíbula era cuadrada, sus ojos directos. Pómulos altos y algo anchos. Había un indicio de sombra de la barba de la tarde en su mandíbula.
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Él no contestó, sino que golpeó un hombro contra las puertas otra vez. Para asombro de ella, hubo un fuerte chasquido de algo que se rompió esa vez, seguido por otro chasquido. La puerta se abrió. —Tengo que traer a la policía —dijo rotundamente—. Quizá debería irse. Esos ojos amarillos estaban sobre ella, como si él supiera... Que no quería explicar las extrañas demandas de su abuelo, especialmente a la luz de... Ella negó con la cabeza resueltamente. —Necesito saber que sucedió. —¿Qué diablos cree que ocurrió? ―preguntó impacientemente—. Jean-Luc está muerto. Ella dio un paso atrás otra vez, y él dejó escapar un juramento de impaciencia. —Obviamente, yo no lo hice. Estaba persiguiéndola a usted cuando ambos oímos el grito. —Entonces... —Ella no podría tragar. No podía hacer que otra palabra siguiera a la única sílaba que había pronunciado. —Alguien irrumpió. Por supuesto. Ésta es una excavación. Alguien allí afuera supo que debía haber habido algo... en la tumba. El ataúd está vacío. No sé qué era eso, porque Jean-Luc lo abrió cuando estaba corriendo detrás de usted. Ahora Jean-Luc está muerto, y voy a ir a la policía. Ahora, viene conmigo, ¿o se va a casa? ¿Va a decirle a la policía por qué estaba corriendo por ahí en un sitio arquitectónico cerrado? ¡Espere! No importa... ni siquiera conteste. No me voy a quedar en este lugar más tiempo. No sé usted, pero voy a irme al diablo. Él empujó la puerta, creando una abertura. La madera rota rechinó y gimió otra vez. Ella se arrastró al otro lado, intentando obligar a su mente entumecida a funcionar. Muerto, un hombre estaba muerto. Bueno, había sabido eso, lo había sabido desde que había oído el grito. Y, por supuesto, una cosa era cierta. Este hombre no había matado a su compañero de trabajo francés. Él había estado en el corredor, persiguiéndola a ella, tal como había dicho, cuándo ambos oyeron el grito. Ella era una americana, fisgoneando alrededor de un sitio de excavación que había recibido instrucciones de dejar. Tenía que explicar… Lo que ella misma no comprendía. —Un hombre está muerto —dijo, las palabras llegaron a ella dolorosamente—. No puedo escaparme. —Un hombre está muerto, y no hay nada que usted pueda hacer —le recordó—. Usted estaba donde no debería haber estado en ese momento. Confíe en mí, tengo la intención de reportar el asunto —Juró otra vez—. Escuche, estoy tratando de dejarla salir de este lío. Era de noche. El viejo Citroen de su abuelo estaba en el estacionamiento junto al café. Las personas bullían fuera de el. Oyó música, risa. Necesitaba ver a Jacques. Siempre podría ir a la policía. Él debió haber leído su mente. Estaba a punto de hablar cuando él se puso rígido de repente, casi como si hubiera visto algo. Pero no lo hizo.
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Fue más como si hubiera sentido algo, como humo en el aire, la promesa de un fuego devastador. —Conduzca a casa —dijo, sus palabras repentinamente tensas—. Váyase a casa. Si no le gusta lo que ve en el periódico, puede ir corriendo a la policía mañana. Dígales lo qué usted vio. Él le volvió la espalda, empezando a caminar a lo largo del paseo de la iglesia hacia la calle. Corrió tras él. —Deberían averiguar quién hizo esto —dijo ella firmemente, sus palabras una advertencia. Él asintió con la cabeza, dejándola ir mientras lo pasaba. —Tara. Ella se detuvo y se volvió. —Sea precavida. Entre en su coche inmediatamente. Ahora. Cierre las puertas, conduzca directo a casa, no se detenga por nadie. No invite a nadie a su casa que sea un desconocido. No salga a solas por la noche. ¿Entiende? —¿Por qué? —Obviamente, hay un asesino suelto en París. Uno que podría haberla visto. La pasó de largo. Ella vio que sus pisadas determinadas lo estaban llevando al pequeño anuncio del centro del pueblo, y sabía que había, ciertamente, una estación de policía allí. Empezó a caminar al otro lado de la calle. Repentinamente, entró en pánico, preguntándose cómo iba a conducir a casa cuando había perdido su bolso en la cripta, entonces se dio cuenta de que las llaves del coche estaban en su bolsillo. Pero mientras entraba en el Citroen y encendía el motor, se dio cuenta con el corazón hundiéndose de que la policía sabría que había estado en la cripta. Encontrarían su bolso. Pero mientras estaba a punto de regresar, un escalofrío relampagueó a través de ella. Tara. Él la había llamado por su nombre real cuando se había presentado al profesor con un alias que había sacado de la manga. Su boca se quedó seca. Necesitaba detenerse, salir del coche, ir a la policía. Se dio la vuelta. Él se había detenido, estaba calle abajo mirándola. Mirándola, o cuidándola, ¿como un extraño centinela? No podía regresar. No ahora. Por la mañana, sabría si él ciertamente había ido a la policía, y si no lo había hecho, ella lo haría. Y podía describirlo. E insistir en que aunque él no hubiera cometido el asesinato, podría saber algo al respecto. Esto era ilógico. Debería ir a la policía inmediatamente. Pero una voz instintiva creció dentro de ella. No. ¡Haz como él te dijo! Conmocionada como estaba, arrancó el coche sobre la calle, y se dirigió hacia el castillo. Necesitaba hablar con su abuelo.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0033 Allí había poco que la policía pudiera hacer. Mientras Brent Malone se sentaba en una silla ante el escritorio de Inspector Henri Javet, contestó cada pregunta con completa honradez. Él no trató de ofrecer su propio profundo entendimiento del extraño asesinato. Admiró al detective, y la velocidad con la cual el hombre trabajaba. En minutos, los oficiales de policía habían escudriñado la tumba. Lo habían hecho con competencia y eficiencia, cuidándose de no comprometer cualquier prueba que pudiera ser descubierta por los detectives del lugar de los hechos y el equipo forense. Entonces, cuando el sitio había sido acordonado y los oficiales se ubicaron en el lugar para hacer todo lo que pudieran, el interrogatorio había comenzado. Y no había sido difícil decir la verdad. Él y Jean-Luc habían estado cerrando. Temió que un turista pudiera haber estado todavía en el lugar. Cuando fue en persecución de la intrusa, oyó los gritos. La visita se había ido. El profesor Dubois se había ido por la ruta de excavación, pero después de encontrar los restos de Jean—Luc, él mismo había entrado en pánico y se había ido golpeando a través de las puertas de la iglesia. Javet, un hombre con ojos oscuros, liso cabello oscuro, y una constitución que hablaba de muchas noches en el gimnasio, estaba asombrado de que Brent hubiera podido vencer la puerta. —Adrenalina —dijo Brent, alzando las manos en una explicación apesadumbrada—. Me avergüenzo de admitir esto, pero... no pensé en otra cosa que en salir, y acudir a la policía. —¿Usted… está seguro que le Profesor Dubois se había ido?—preguntó Javet. Dubois había sido un imbécil total, en la mayor parte de la relación de Brent con el hombre. Que el profesor mismo fuera a afrontar el intenso interrogatorio de la policía parecía ser un faro en la oscuridad. —Creo que él se había ido. No puedo estar seguro. Jean-Luc y yo estábamos trabajando para terminar por esa noche. Y entonces oí ruidos y supe que alguien no había salido de la iglesia. Pensé quizá un chico, un turista. Tal vez incluso alguien que había sido desafiado a pasar la noche en la cripta. Usted sabe lo locas que las personas pueden llegar volverse. No había caminado mucho a lo largo de los corredores antes de que oyera el griterío. Pero no tengo un marco temporal. Cuando salí de la iglesia y llegué a usted, estaba ya oscuro. Podía haber andado por los corredores por varios minutos... o más. —¿Y entonces usted corrió rápidamente de regreso? —dijo Javet, aunque habían estado sobre esto antes. —Él gritó. Mi primer pensamiento fue ayudar. Entonces fui, y supe que no podía ayudar. Mi siguiente pensamiento fue irme al diablo y llegar a la policía. —¿Usted estaba trabajando legalmente en Francia? —preguntó abruptamente Javet. Brent saco todos sus papeles. Javet asintió. —¿Ésta es su dirección correcta en el área? —Sí. —¿Usted no tiene la intención de dejar el país? Brent sonrió. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—No, señor. No tengo intención de irme en absoluto. —Podría estar sin trabajo durante algún tiempo. —Sí, por supuesto. Estaré bien. —¿Y cómo es eso? —Dinero familiar... invierto en la Bolsa de Valores y bienes raíces en mi país. —Y aun así, estaba haciendo trabajo manual en una excavación. —Soy un estudiante eterno de la historia, Inspector. Estaba fascinado por la excavación, y contento de tomar cualquier trabajo para hacer parte de ella. Javet asintió. —Aunque tal parece ser que el hombre que falleció estaba trabajando para tener comida en su mesa. —Me doy cuenta de que quedo como sospechoso —dijo Brent rotundamente. —Usted estaba allí. De hecho, usted era el único allí. Excepto por ese turista o estudiante o quienquiera que fuera que usted seguía cuando dice que el asesinato ocurrió. ¿Qué más nos puede contar usted sobre él… o sobre ella? —No hay nada prácticamente que le pueda decir. No tuve la posibilidad de encontrar a la persona. Quizá había logrado salir. Cuando oí los gritos, volví al sitio. Y encontré a Jean-Luc. Le toqué para ver si todavía respiraba, pero no toqué nada más en el lugar. Salí de ahí tan rápidamente como pude. —Un muerto es un muerto. Y aún así, la manera en la que el hombre se veía...—Javet no era un hombre viejo, pero tenía una mirada dibujada en sus facciones, como si hubiera visto muchas maldades en sus años como detective—. Un asesinato tan atroz. Y todo por un ataúd vacío —dijo, negando con la cabeza tristemente. Brent se encogió de hombros, alzando sus manos otra vez en una expresión desesperanzada. —No toqué nada después de que intenté ver si Jean-Luc tenía pulso. Cuando la cabeza... bueno, tuve la certeza rápidamente de que estaba muerto y, como quizá usted puede suponer, sentí un instinto de pura auto conservación. Y también quise llegar a los profesionales como usted tan rápido como fue posible. Javet asintió. Brent se obligó a no mirar su reloj. Las horas habían pasado. Horas que él necesitaba. —Tomaré su pasaporte —dijo Javet. —Naturalmente. —Ahora —dijo, recargándose atrás—, repasaremos todo eso una vez más. —¿Nuevamente? —Ciertamente, el acontecimiento entero desde el principio hasta el fin.
Él había esperado y esperado, y todo para no conseguir nada. Observando cuando los dos se habían escapado por la puerta rota. Observo, maldiciendo y enojado, mientras la policía había llegado, apiñándose en el lugar.
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Y él había estado ahí y había intentado e intentado sondear... Todo para nada. Así que había escuchado. Oyó a los oficiales hablar. Y entonces había sabido lo que estaba a punto de ocurrir, y se había apresurado a posicionarse correctamente. Las sombras eran fáciles de encontrar en las calles oscuras del pueblo. Junto a la estación del tren, eran numerosas. Así que esperó, observó, se tensó y se preparó, usando cada uno de sus sentidos. No fuero necesarios. El hombre llegó en el tren de París en uniforme completo. Inmediatamente comenzó a seguirle. Cuándo estaban en las calles a solas, y las sombras eran densas y compactas, se acercó a él. —¡Monsieur! El hombre, seguro de su mandato y sus propias habilidades, se detuvo impacientemente. —Sí, ¿dónde está usted? ¿De qué se trata? Él salió de las sombras. Y se acercó al impaciente oficial. —Tengo información para usted —dijo quedamente, aproximándose. Una nube cubrió el fragmento de luna en el cielo, y todas las estrellas, y los dos fueron tragados por las sombras.
Brent miró otra vez su reloj, maldiciendo a ese hombre que fue repetidas veces sobre cada pequeño detalle. Javet habló. —Debo decirle también que como usted fue la única persona que sabemos que estuvo presente, podría detenerlo ahora por sospecha de asesinato. —Si hubiese asesinado al hombre yo mismo, difícilmente habría corrido hacia usted ahora, para decirle todo lo que sé. Javet se encogió de hombros. —Usualmente tengo un sentido para ciertas cosas, Malone. Y sospecho que usted me dice la verdad, y que no es un asesino. Pero el pueblo, y quizá toda París, estará en gran alarma. Exigirán un arresto, para que puedan dormir bien en sus propias camas por la noche, sin miedo. Puede haber muchos también que piensen que usted debería ser arrestado en el acto. —¿Va a arrestarme? —No en este momento. Cada palabra que dijo pareció verdad cuando llegamos a la cripta. El médico forense dice que usted debió haberse dirigido directo aquí al encontrar el cuerpo porque el hombre había estado muerto por tan corto tiempo. No pudo haber escondido ninguna riqueza o haberse deshecho de un cuerpo decadente tan rápidamente. Por ahora... no, usted no está bajo arresto. —Ah. —¿Y qué quiere decir eso? —Estoy asumiendo que me estará observando. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Usted asume correctamente ―Javet vaciló por un momento, como si considerara cuidadosamente sus siguientes palabras—. Hay una creciente sensación de ansiedad en el centro de la ciudad. —¿Oh? —Brent frunció el ceño. Él había estado tan completamente concentrado en el trabajo en la cripta que no le había prestado atención a nada más—. ¿Ha habido otros asesinatos últimamente? Javet cuidadosamente había observado su reacción. Él se encogió de hombros. —Probablemente no todo tiene conexión. Hemos tenido informes de personas desaparecidas. Pero usted sabe... las personas a veces desaparecen porque eligen hacerlo. Brent se inclinó hacia adelante. —Y a veces desaparecen porque algo los ha hecho desaparecer. ¿Cuántas personas perdidas? Otra vez, Javet encorvó sus hombros. —Cinco, en mis archivo... Una era una turista británica... una joven de alrededor de veinticinco —Jaló una gaveta en su escritorio y saco un archivo, hojeando las páginas―. Un joven, cuatro jóvenes mujeres en total. Dos eran prostitutas... el hombre y las otras dos eran turistas. Los tres turistas poseían boletos de tren, así que podrían estar en casi cualquier parte, mochileros viajando a través de Europa. En cuanto a las prostitutas... trabajaban las peores calles de la ciudad, tenían adicción a las drogas, y... bueno, eran jóvenes, pero desafiando a la muerte diariamente. —Una prostituta asesinada por un John o un alcahuete muy probablemente sería descubierta en un callejón en alguna parte, ¿no cree? —No hemos encontrado un solo cuerpo en un callejón, y como dije, los otros jóvenes podrían estar dondequiera que... usted sabe. Los chicos olvidarán llamar a casa, y los mamas nerviosas llamarán, y se pondrán más nerviosas. Entonces, hemos tomado los informes, y los archivos y las fotos están a todos lo largo del área metropolitana. —No he visto nada en las noticias, o en el periódico. —Usted no debe leer después de la primera plana. Ha sido mencionado. —Quizá debería haber hecho más menciones. —París es la Ciudad Luz. Necesitamos a los visitantes de todas partes del mundo. Tratamos de no alarmar al público irresponsablemente. —Darles advertencias podría ser amable también. —Quizá debería salir caminando antes que decida arrestarlo. Brent se recargó. —Usted no va a arrestarme, porque en realidad cree que las desapariciones podrían tener algo que ver con este asesinato. Y sabe que no maté a Jean-Luc, así que hay un asesino desconocido allí afuera. Él... o ella...podría temer que yo haya visto algo, y por consiguiente, en las calles, podría ser cebo para atraer al verdadero asesino. Javet se encogió de hombros. —Quizá —Mantuvo los ojos clavados en Brent, como si pudiera leer algo por observarlo. Brent lo miró a su vez. Al fin Javet alzó las manos. —Está en libertad de irse. Siempre que no se vaya lejos, por supuesto.
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—Bueno, difícilmente le puedo pedir que confíe en un desconocido, pero estoy tan ansioso por ver que el asesino sea llevado ante la ley como usted, señor —dijo Brent, levantándose. Javet se levantó también y estrechó su mano. Brent estaba consciente de que le habló muy suavemente a uno de los hombres que llegó junto a su escritorio mientras Brent comenzaba a salir. El inspector fue consciente de que su francés era fluido, y no quería que Brent supiera que iba a ser seguido. Aun si no hubiera oído el susurro, Brent sabía que los hombres serían enviados afuera para observar sus movimientos. Dejó la estación, encendió un cigarrillo en la calle, y entonces hizo una pausa. Había algo... Una sensación extraña lo tocó otra vez. La había sentido antes, fuera de la cripta, sobre la calle, cuando había insistido que Tara Adair entrara en su coche y se fuera rápidamente. Ahora... Por un momento, la sensación fue fuerte. Y cercana, muy cercana. Mirando atrás, frunció el ceño. La estación repentinamente pareció descansar en una gran sombra. A lo largo de la manzana y al otro lado de la calle, todavía había mucha actividad policíaca alrededor de la entrada exterior de la excavación. Volvió la mirada de nuevo hacia la estación, y repasó su conversación con Javet otra vez. Analizó todo lo que había visto y sentido referente al hombre. No tenía sentido. Y todavía estaba allí, la sensación de ansiedad. Que algo no estaba bien ahí. Regresó caminando adentro. El sargento en el escritorio lo detuvo. —¿Señor? —Necesito ver a Javet otra vez. —Él acaba de salir con otro inspector. Tendrá que volver luego. La sensación de ansiedad permaneció. Y aún así... Era como si algo hubiera estado... Y mientras él estaba ahí, se desvaneció... Y entonces se fue. Él no hacía nada bueno parado allí, discutiendo con el sargento de servicio en el escritorio. Se fue caminando por la cuadra hacia el café, tomó una mesa, y ordenó café con un whisky, puro. Pagó cuando sus bebidas llegaron, entonces pretendió demorarse, clavando los ojos en la cinta del crimen, alrededor de la burda escalera que conducía hasta el sitio de excavación de lo que había sido un área cuadrada del jardín delante de la iglesia. El nuevo frente del St. Michel estaba también acordonado, alrededor de la puerta que había derribado. Esperó, entonces le habló a su mesero sobre las instalaciones del baño, y se levantó. Una vez adentro, siguió a unos empleados fuera de la puerta, a un corredor hacia la entrada de entrega en la parte posterior. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Nadie lo siguió. Su coche estaba en la calle. Eligió dejarlo mientras se iba a otro bar. Una vez adentro, usó el teléfono público, aunque tenía un teléfono celular en el bolsillo. No tenía la certeza de que el teléfono timbrara. Oyó la voz profunda contestando casi instantáneamente. —¿Hola? —Te necesito —dijo. —Lo sé. Lo he sentido llegar. Fue hoy... esta noche para ti. —Debería haberlo sabido. Lo sospeché… fallé —dijo rotundamente. —No hay culpa. A menos que la asuma yo mismo. —Uno está muerto. Eso lo sé... con toda seguridad... hasta ahora. Voy a estar al acecho. —Ya tenemos los boletos. ¿Nos recibirás en Orly? —No, ya he ido a la policía. Lo explicaré cuándo llegues. —Ya tenemos los boletos en la bolsa de viaje. —Mañana entonces. Haré lo que pueda esta noche. Pero... es una ciudad grande. —Haré lo que pueda también. Colgó el teléfono, caminó afuera, y constató que no estuviera siendo seguido. Se paro muy quieto, sintiendo la brisa, escuchando. No había nada. Nada en el aire. Nada a punto de ocurrir. Ni siquiera un sentido de dirección. Todavía, tenía que moverse. Cinco desapariciones. Cinco que eran oficiales. París era una ciudad de paso. Personas yendo y viniendo todo el tiempo. Podría haber más. Bastantes más. Y ahora, esa chica en la tumba, si ella había sido vista, si sabían que ella incluso pudiera comenzar a sospechar... Consideró tomar su coche, entonces se decidió contra. Por un momento, cerró los ojos, y la vio tal como había estado de pie en la tumba. Esbelta, rubia, erecta, facciones bellas, ojos inteligentes, suspicaces, y decididos. Nerviosa, pero no una cobarde, digna aun en el miedo. Apenas la había visto, apenas había hablado con ella. Y aún así... Un deseo repentino de protegerla y defenderla le dio nueva dirección. Era, por supuesto, porque él estaba bastante seguro de saber exactamente quién era ella. Y porque estaba medianamente seguro que las desapariciones tenían bastante que ver con el asesinato que había ocurrido esa noche, tenía buenas razones para preocuparse por ella. La noche era larga. Necesitaba sólo ver que aquellos en mayor peligro estuvieran seguros. Y entonces las horas de oscuridad se extenderían. Y estaban, por supuesto, aquellas cosas que debían esperar hasta el amanecer. Decidido en su curso de acción, comenzó a salir del centro del pueblo, buscando la oscuridad de las calles en la región más rural. Caminó y contempló el cielo. No había luna llena... Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Una luna menguante. Pero se remontaba a gran altura en los cielos. Se movió más rápidamente, aún atento al pueblo, y a esos que ahora se detenían a espiar la actividad policíaca en el sitio de la excavación. Estaba cada vez más seguro de la razón por la que la chica había estado allí. Había tanto que ella no sabía, y aún así... Ella sabría. Él conocía la dirección de donde se estaba quedando. Sabía dónde ella vivía. Ellos no. Todavía no. Y aún así, esa sensación de peligro permanecía. Comenzó a correr. En segundos, fue tragado por la oscuridad. Tara detuvo el coche con una sacudida frente del castillo y fue volando adentro, reparando en que Ann no había llegado de trabajar. Atravesó a toda velocidad el vestíbulo hacia la biblioteca, pero su abuelo no estaba allí. Corrió velozmente arriba, hacia su cuarto. Con almohadas amontonadas atrás de su espalda, él había estado durmiendo. El sonido de su llegada lo despertó, y abrió sus ojos azul oscuro, clavando los ojos en ella fijamente. Nunca había sido irrespetuosa su abuelo, y realmente no tuvo la intención de serlo en ese momento, pero las palabras salieron de sus labios antes de que ella las pudiera detener. —¿En qué diablos me metiste? Él se puso rígido, completamente atento, los ojos soñolientos tan afilados como tachuelas. —¿Que sucedió? —Un asesinato. —¿Un asesinato? Tienes que ser explícita. ¿Exactamente qué ocurrió, quien fue asesinado, y dónde pasó? Su determinada calma la obligó a respirar un poco más lentamente, pero podía ser tan impasible como él, y tenía la intención de entender lo que estaba pasando. —Fui a la iglesia, y estaban permitiendo turistas en las ruinas. Coqueteé con ese ridículo profesor Dubois, y me enteré de que él estaba seguro de que estaba cerca de descubrir el ataúd de una mujer de la nobleza que había vivido durante el reinado del Rey Sol. Ella había sido su amante, pero se había ordenado que fuera sepultada en suelo no consagrado por sus prácticas malvadas. Lo alargué lo más que pude, pero fui apurada a salir. Estaban cerrando por ese día. Incluso, me demoré, preguntándome si podría moverme subrepticiamente de regreso y escuchar a escondidas a los trabajadores. Uno de ellos me siguió. Cuándo lo hizo, repentinamente hubo el grito más atroz que alguna vez haya oído. El tipo que me había seguido regresó. Corrí a ciegas velozmente a una salida. Mientras aporreaba la puerta de la iglesia, el trabajador que me había seguido, repentinamente reapareció y abatió la puerta. —Oíste un grito… pero ¿cómo supiste que alguien había sido asesinado? —preguntó Jacques. —Porque su compañero de trabajo dijo que había sido asesinado y que iba a ir a la policía. —Pero... ¿él no insistió para tú fueras a la policía?
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—No, él me instó a ir a casa. —¿Podría un tipo haber matado al otro? —No, acabo de decirte que él me había seguido. Nos estábamos mirando el uno al otro cuando oímos el grito. —¿Y él insistió en que no fueras a la policía? Tara dejó escapar un largo suspiro. —Él me juró que iba a ir la policía, y parecía pensar que me estaba haciendo un favor insistiendo en que yo no fuera con él. Ahora, creo que fui una idiota. Debería haber ido con él, y debería haberles dicho lo que sé. Jacques negó con la cabeza. —¿Qué podrías decir? ¿Qué cosa pasó? Sabes que oíste un grito, y eso fue todo. Hay brandy allí, en el tocador, sírvete algo. Respira profundamente. Relájate. —¿Dónde está Ann? —Se demoro en su oficina. Gracias a Dios. —¿Por qué dices eso? —Ella piensa que estoy perdiendo el juicio. Estaría furiosa de que me hubieras tomado en serio y te pusieras en peligro. —¿Me pusiste en peligro? —No pretendía hacerlo —dijo suavemente. Tenía el ceño fruncido—. Pero... al menos estuviste fuera de la cripta, y no fuiste a la policía. —Espera, un minuto. Como una ciudadana decente... —Eres americana, no francesa. —Como una ciudadana del mundo... —...No hay nada que tú pudieras haber hecho. —Todavía pienso que debería dar la vuelta ahora mismo, regresar y hablar con ellos. —¡No! —dijo con una alarma tan grande que la preocupó. Su cara se había vuelto cenicienta; Él se veía débil y frágil. —Pero... —El tipo que te instó a irte te estaba haciendo un gran favor. Debes mantener tu nombre apartado de cualquier investigación. Alguien entró en la excavación y asesinó a un trabajador. Quizá ese alguien es muy peligroso. Si tu nombre fuera asociado con el caso, podrías estar en gran peligro. —Abuelo —dijo Tara—. Debes explicarme lo que está pasando aquí. El profesor pensaba que una mujer de la nobleza estaba sepultada allí. ¿Estaba ella sepultada con una gran fortuna? ¿Qué provocaría que alguien cometiera asesinato a causa de un cadáver? —Trae tu brandy —ordenó. Porque todavía estaba temblando, ella hizo como le dijo. Se tragó el contenido de un pequeño sorbo sin hacer una pausa para respirar. El calor la inundó. No se había dado cuenta de que hubiera tenido tanto frío. Se sirvió más, entonces tomó asiento junto a su cama. —Dime ¿qué hay con este tipo que insistió en que te fueras?
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—¿Qué hay con él? Era uno de los excavadores. —¿Viejo, joven? Inglés, Francés, Italiano... —Americano. Entre... no sé... los veintiocho y treinta y cinco, creo. Jacques tenía el ceño fruncido otra vez. —¿Y qué aspecto tenía? —Polvoriento. Jacques frunció el ceño. —Alto, constitución atlética. Fuerte... él abatió una puerta muy pesada para que escapáramos de la iglesia principal. Cabello castaño, creo. Ojos color avellana. —¿Pelo corto? Ella negó con la cabeza. —Probablemente debajo de la longitud del cuello. Estaba atado hacia atrás. Jacques negó con la cabeza, frunciendo el ceño, sin mirarla, pero parecía buscar en alguna parte de su mente. —Ah, bueno, el pelo, cambia. —¿De qué estás hablando? Jacques, lo digo en serio. ¡Tienes que decirme lo que está ocurriendo! Él clavó directamente los ojos en ella. —Hay maldad en las ruinas de la vieja iglesia. Ella suspiró y apretó los dientes. —¡Jacques... que no te interrumpas! —Estás a salvo —dijo, como si hablara consigo mismo—. Gracias A Dios. No había imaginado que habían llegado tan lejos. No te habría enviado si no hubiera creído que todavía había tiempo para... para detenerlo. Para saber. Ahora, lo sé. Fui un viejo tonto. Pero es tan difícil involucrarse. Y quedan tan pocos de nosotros. Porque el mundo ha cambiado, sabes. Eso es intangible. Ve a la gaveta superior de mi tocador. Ella se sentó tercamente. —No hasta que me digas lo que está pasando. Él cerró los ojos y agarró su pecho repentinamente. —¡Abuelo! Él abrió un viejo ojo opaco. —Ve al tocador. —¡No lo haré! voy a llamar a la línea de emergencia. —¡No! ¡Maldita sea, sólo estoy exhausto, no tengo ninguna clase de ataque! Pero te suplico, haz como te dije. —¡No te dejaré salirte con la tuya! —dijo firmemente. —Abre la gaveta. Ella abrió la gaveta superior. Las cosas de su abuelo estaban pulcras y organizadas. —Abre la pequeña caja café.
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Ella lo hizo. Había una cruz en ella. Una hermosa cruz. Oro de dieciocho quilates, pensó, grande, y elegantemente tallada. —Póntela. —Estoy usando un colgante de piedra natal. Él negó con la cabeza, pareciendo profundamente trastornado. —Por favor, te lo suplico, póntela. Usala por mí. Ella desenganchó el collar que había estado usando y lo reemplazó con la cruz. Cuando regresó caminando hacia la cama, fue sorprendida por la fuerza de su agarre mientras él tomaba su mano. —Siéntate. Se sentó. —Esto debe ser entre nosotros por ahora, por favor. Debes jurar no hablar con otros acerca de mí a mis espaldas, sin importar cuán senil pienses que estoy. —Nunca pensé que estuvieras senil... —Bueno pues, entonces eres la única que no lo hace. Pero júrame, jura por esa cruz que no dirás nada sobre esto, ya sea que me creas o no. No puedo permitirme el lujo de ser encerrado en una institución mental por el momento. Él sonaba perfectamente racional. Su mirada, fija en ella, parecía tan cuerda como cualquiera que alguna vez hubiera visto. ―Lo juro, no repetiré nada de esto. —Creo que han desenterrado a un vampiro. —¿Qué? —gritó, la incredulidad cargada en su voz. Él suspiro profundamente. —Hay tales criaturas en el mundo, sabes. —No, no lo sé. Hay personas enfermas en el mundo, sé eso. Hay personas que piensan que son vampiros, y hay personas que piensan que los perros y aun los dioses les hablan, y les ordenan que salgan y hagan cosas terribles. Pero abuelo, realmente no hay vampiros. —Sabía que no me creerías. Y temo mucho que a su tiempo, lo harás. —Estoy perdida, abuelo. Ayúdame. Quiero creerte, o al menos encontrar una explicación lógica para lo que estas pensando, creyendo. Porque sé que no estás loco, y siempre has sido el hombre más listo que alguna vez haya conocido, cuerdo, inteligente, listo para pensar y razonar. Otra vez, él estaba negando con la cabeza. —¡Ojalá que la edad no fuera un obstáculo tan brutal! —dijo—. Escúchame, hay maldad en el mundo. —Me temo que hay pocos tan inocentes e ingenuos que tampoco no reconozcan que los hechos del hombre en sí mismos pueden ser más malvados que... —Ciertamente, triste como es, eso es cierto. Pero esto va más allá de tu concepto de lo que la maldad puede ser. Ella lo miró firmemente. —Abuelo, no creo en fantasmas, espíritus, o vampiros.
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—Bueno. Sé que pido mucho de ti. Pero debes prometer que atenderás a lo que te pido que hagas. Ella suspiró. —Sabes, recién hemos estado de acuerdo en que no eres un anciano senil. Por consiguiente, no debería tener que llevarte la corriente. —Debes hacer lo que te pido. —¿Y eso qué es? —Lleva la cruz. Nunca te la quites. Y no dejes entrar a nadie en la casa que tú no conozcas. Se cautelosa. Se ruda. No hagas nuevos amigos mientras estás aquí. Piensa en las cosas que has oído en las leyendas, libros, películas, pero no cuentes con ellos. Oh, no. Pueden caminar durante el día. Pueden estar débiles, y están esos entre los que les gusta el ajo, aunque muchos no lo hagan, el agua bendita es fuerte contra esos que son malos, no contra todos los que no son malvados, sino esos que lo son. Y una cruz... una cruz es un símbolo. Es lo mismo, no significa nada contra esos que no son malvados, y todo en contra de esos que lo son. ¿Estás escuchando, prestas atención? Es importante. Debes mantener las ventanas cerradas. Y no pedirle a nadie que entre. Eso es muy importante. No invites a pasar a nadie. —Jacques, por favor, voy a intentar hacer como dices, pero debes admitir para ti mismo que suenas como un loco. —Pero debes escucharme. Pienso, todavía pienso, que hay cosas que deben hacerse, ella debe ser detenida. Hay otros en la Alianza, han pasado tantos años, creí estar loco a veces en los Estados Unidos, como si me hubiera imaginado todo lo del Viejo Mundo también. Y entonces estuvo la guerra... y más guerra. Siempre, guerras. Y es cuando ves la maldad del hombre, y a veces conoces la bondad de la Alianza. En el mundo moderno... pero están allí afuera, y ahora ella está allí afuera, y tú debes escucharme. Tara escuchaba, y lo amaba, pero entre más hablaba, más loco sonaba. Excepto que tal vez tenía razón acerca de una cosa. Si un asesino brutal había matado a un pobre trabajador para entrar en un ataúd, tenía que haber habido algo de valor increíble en él. Y para evitar ser atrapado, el asesino bien podría hacer de ella un objetivo, si supiera que ella había sido casi un testigo en la cripta. —¡Señor! —exclamó ella repentinamente. —¿Qué pasa? —Mi bolso. Está todavía en los corredores de la excavación en alguna parte. —Quizá no. —Debe estar... —Quizá el joven lo encontró. —Él no lo tenía cuando dejamos la iglesia. —Quizás tú no viste que lo tuviera. No temas. Si estuviera allí, muy probablemente, nuestro teléfono habría sonado para esta hora, la policía te habría encontrado aquí. Esperemos que eso pase, como he dicho. Si lo encuentran, debes decir que lo perdiste cuando visitaste la iglesia y el sitio de la excavación. No debes revelar que sabes algo acerca del asesinato. —Esto está todavía mal, yo sin reportar lo que sé. Si pudiera ayudar... —Tú no puedes ayudar. No yendo a la policía.
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Tara oyó el coche de Ann en el camino de acceso. Caminó hacia las ventanas que dominaban el patio. —¡Tara! Ella se volvió. —No debes contarle a Ann sobre nada de lo que he dicho. Ella no lo creerá. ¡Es bella, inteligente, cariñosa... y completamente testaruda! Y me temo... —¿Temes qué? —Me temo que no puedo mantenerla fuera de peligro. Debes cuidarla a ella también. No corras riesgos, pero cuida a tu prima. Ella es todo sentido, hechos y lo que los ojos pueden ver, y eso no nos ayudará ahora. —Abuelo, ¿exactamente qué nos ayudará? Él cerró los ojos. —Tengo que pensar... tengo que pensar... si tan sólo la vieja Alianza estuviera todavía cerca. Nos hemos debilitado tanto con el tiempo, con los horrores del mundo de hoy. Los hombres combaten otras batallas, y se les olvida... es fácil de olvidar porque tan pocos creen, y no obstante, si creyeran, lo que ocurriría sería atemorizante. —Ann está subiendo. —No debes decir nada. —¿Que quieres decir, con no decir nada? Ella me dijo esta mañana que querías que ella fuera a la iglesia. —Dile que tú fuiste, eso es todo. Ann llego, subiendo las escaleras, entró rápidamente al cuarto, y habló tan rápido que Tara no tuvo que decir demasiado. —¿Escuchaste? Dios mío, tenía encendida la radio mientras conducía a casa. Nunca lo hago, usualmente escucho discos, música, tú sabes, después de las juntas interminables. Ha habido un asesinato. En la iglesia. Algo realmente horrible, alguien irrumpió, aparentemente robó el contenido de un ataúd incluyendo el cadáver, y asesinó a uno de los trabajadores. Horrendamente. ¡El hombre fue decapitado! —Lo escuchamos —dijo Jacques, sacudiendo la cabeza. —Tara, ¿fuiste hacia allá hoy? —Sí. —¡Me hace temblar, sólo pensar en eso! ¡Dios mío, debiste haber visto al pobre hombre que fue asesinado! ¿Estaban trabajando cuando fuiste? —Sí, supongo que lo vi. Pero los trabajadores me ignoraron, principalmente. Entablé una conversación con el profesor que maneja la excavación. —Dubois —dijo Ann, poniendo los ojos en blanco. —¿Lo conoces? —Le he conocido. Es un fanático de mirada furiosa con manos salvajes también. Hmm. Al menos ahora, lo detendran. Y retrasarán las excavaciones, lo que te complacerá, ¿no es así, abuelo? —Esta todo ya en las noticias —murmuró Jacques.
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—Bueno pues, sí, por supuesto. Un terrible asesinato fue descubierto. El único compañero de trabajo descubrió al otro y fue a la policía. Por supuesto, está bajo sospecha. No dicen eso en las noticias, pero debe estarlo. Estaba sólo él, y el hombre muerto, quien se quedó en la excavación. —Me pregunto…—murmuró Jacques. —¿Te preguntas qué? ―dijo Ann. —Me pregunto si Dubois se fue realmente. ¿Le han hablado desde que esto ocurrió? —Lo llamaron, según el informe que escuché. Estaba contrariado cuando le hablaron las autoridades, habiendo sido interrumpido en su cena luego de un largo día. Y, por supuesto, se consternó profundamente, pero no sonaba como si estuviera tan pasmado acerca del trabajador como lo estaba porque su excavación sería suspendida. Pero ciertamente no creo que fuera culpable de matar a su propio trabajador. Nada en absoluto significa más para él que esa excavación. Está perturbado porque su gran trabajo científico será demorado por los detectives del lugar de los hechos —Miró a Tara—. ¿Estás bien? El hecho de que hoy incluso fueras allí me da escalofríos. Voy a traer a Eleanora del establo esta noche. Pasará la noche en el vestíbulo ―Ann hizo una pausa y tembló otra vez—. Esto es horrendo. Horrible. ¡Que un asesinato tan brutal pudiera haber tenido lugar tan cerca de nosotros! —Hay una alarma en el castillo —Le recordó Jacques a ella. —Por supuesto, abuelo. No soy una pequeña tonta cobarde. Es sólo inquietante. —Muy inquietante —estuvo de acuerdo Jacques. Ann frunció el ceño repentinamente. —Te ves exhausto, abuelo —Miró a Tara, como si la llegada de su prima y a horas tan tarde con su abuelo fuera tonto, descortés y Tara ciertamente debería haberlo sabido —Estoy bien. Pero dormiré ahora. Y Ann, no eres una pequeña cobarde tonta... debes traer a la perra adentro, y por supuesto, debes ver que la alarma esté cuidadosamente colocada. Y como le he estado diciendo a Tara, no debemos invitar a ningún desconocido a entrar a esta casa. ¿Comprendes eso? No debemos invitar a entrar a ningún desconocido. —Claro que no —dijo Ann—. Ahora te dejaremos dormir. Lo besó en ambas mejillas, y Tara hizo lo mismo. Sus ojos atraparon los de ella, y en ellos, había una mirada de súplica junto con determinación. —Bonne nuit, abuelo —dijo suavemente. Comenzaron a salir del cuarto. Él las llamó. —Si hay problemas en algún momento, de cualquier clase, debes llamarme. Lo digo en serio. Peleé en la Resistencia, ustedes recordarán. Y puedo ser viejo, pero no hay nada malo con mi puntería. —Por supuesto, abuelo —dijo Ann. Salieron del cuarto. Ann cerró la puerta detrás de ellas. —Tienes que aprender, Tara, lo fácilmente que él se cansa —dijo de manera reprobatoria. —Acabo de llegar a casa, y he estado con él sólo algunos minutos —dijo Tara—. Pero no te preocupes, lo adoro, también, y tengo la intención de tener mucho cuidado. —Debe ser ésta impactante noticia lo que lo ha contrariado así —dijo Ann. Se estremeció otra vez—. ¡Cuando escuché en la radio... mi piel pareció erizarse! Oh, Tara, debería tener una cena maravillosa, sentarme y estar charlando, pero estoy tan cansada. Estaba pensando en una bebida Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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muy grande en la bañera, y entonces la cama. ¿Te importa? Sé que había sugerido salir esta noche, pero el día fue tan caótico, llegué tan tarde, y luego saber del asesinato... —Vete a la cama. Estoy exhausta también. Nunca llegué a dormir porque el abuelo quiso que fuera a la iglesia. —Si hubieras llegado mañana, habría sido muy tarde. —Sí, bueno, llegué hoy —dijo Tara pesarosamente—. Vete a la cama, descansa. Voy a irme a mi cuarto también. —Sólo voy a bajar por la perra. ¡Eleanora, es una pastor, enorme, leal, y tan confiable! —Buenas noches, entonces. Tara besó a su prima en ambas mejillas, y se dirigió hacia su cuarto. Una vez adentro, se sentó al pie de la cama. Se sentía aturdida. El trabajador había sido decapitado. El sudor brotó en sus palmas. Ella había estado allí cuando ocurrió. Se paró, intentando sacudirse el manto de miedo que pareció apretarse alrededor de ella. Caminó hacia la puertaventana que conducía afuera hacia el balcón y las abrió para la brisa de la noche. Su cuarto estaba a la derecha del de su abuelo, mientras que el cuarto de Ann estaba a la izquierda... los tres dominaban el frente de la casa con el camino y la entrada del establo hacia la derecha cuando ella miraba hacia abajo. No había estrellas en el cielo, y la luna estaba casi medio llena. El frío del otoño entrante repentinamente parecida mayor. Miró del cielo hacia el establo, preguntándose si tendría la energía para ir y darle a Eleanora una palmada hospitalaria. Oyó un sonido extraño. Un aullido. El miedo pareció cerrarse, como dedos húmedos, apretándole alrededor de su corazón otra vez. Un perro. No había sido más un perro. Y allí estaba. Abajo, al final del camino. ¿Eleanora? El animal era enorme. Escuchó el aullido otra vez. Profundo, e inmaterial. Un sonido obsesivo que podría haber llegado desde las profundidades de la garganta de una manada entera, aullandole a la noche y a los cielos. Se inclinó sobre el balcón. No era Eleanora. No era un pastor. Era un lobo. Y un lobo tan grande como un caballo, así es como parecía. No había lobos ahí, justo afuera de París, se dijo a sí misma. Y pestañeó. Fuerte. El lobo permanecía ahí. Y otra vez, la noche fue cortada con el sonido sobrenatural de la criatura aullando a la luna y el cielo. Se retiró, de pie en la entrada, lejos del balcón. Cerró los ojos, esperando que el sonido no pareciera desgarrarle el alma, y traerle semejante premonición de peligro y miedo. Un hombre había muerto. Una muerte horrible. Y ella había estado allí, abajo, dentro de la oscuridad de los corredores antiguos que le pertenecían a los muertos. Naturalmente, tuvo miedo. Y no era en absoluto usual ver a un lobo en el camino de acceso... Abrió los ojos. El lobo se fue.
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Tampoco vio a Ann, poniendo a salvo a Eleanora. Tara vaciló por un momento, entonces repentinamente oyó un relinchar y una caída pesada desde los establos. Se giró, lista para apresurarse abajo. Cuando llegó al otro lado del cuarto, se dio cuenta de que había dejado abierta la puerta del balcón. A menudo la dejaba abierta cuando se hospedaba en el castillo. Por un momento se paró allí, observando la brisa tocar las cortinas. La sensación fue suave, fría, seductora, pero el frío le provoco piel de gallina. Caminó determinadamente de regreso, cerró y echó el cerrojo a las puertas del balcón y entonces se apresuró escaleras abajo. No había nadie alrededor. Pero la puerta principal no estaba trabada, y ella asumió que Ann tenía que estar afuera, buscando a la perra. El viejo Daniel todavía relinchaba. Era muy extraño, porque era el animal más plácido del mundo. Algo debía estar perturbando al caballo. Vaciló, temerosa de salir afuera. Pero... Ann tenía que estar ahí afuera en alguna parte. Esto era ridículo. Ésta era su casa. Salió afuera. La puerta se cerró detrás de ella.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0044 La luz caía sobre el patio, pero parecía ser de un amarillo fantasmagórico. Mientras caminaba, como había hecho docenas de veces, a través del camino, Tara sintió punzadas de miedo a lo largo de su columna vertebral, y en su nuca. —¿Ann? ―Llamó el nombre de su prima. No hubo respuesta. Las puertas grandes del establo estaban desenganchadas, permitiendo a la extraña luz coloreada penetrar en los establos. Había un interruptor justo inmediatamente detrás de las puertas. Tara se apresuró a encenderlo, ignorando su premonición y su miedo. Golpeó el interruptor, y oyó un chasquido y entonces un zumbido. Las luces se encendieron, y luego parpadearon. Se paró lista para correr de regreso a la casa, pero entonces, las luces se encendieron intensamente. Y allí estaba Daniel, en la parte de atrás de su cubículo de siglos de antigüedad, los ojos cafés muy grandes. —¡Daniel! —Se apresuró hacia él, deslizando su mano bajo su larga nariz sedosa. Él brinco una vez. Con su pata trasera, le dio una patada a la pared. Parecía estar mirando detrás de Tara, hacia el patio y más allá. Se dio la vuelta, intentando ver lo que el caballo estaba viendo. No había nada allí. Y sin embargo... Esa punzante sensación todavía pinchaba su nuca. Y parecía como si el enorme caballo estuviera temblando también. —Está bien, Daniel —dijo, su tono alto, como si se reconfortara a si misma también. Continúo acariciándolo. Él colocó su pesada cabeza sobre su hombro luego de un minuto y la dejó continuar dándole palmadas. Lo arrulló suavemente. Sintió al gran animal comenzar a calmarse. —¿Estas bien ahora, muchacho? —preguntó. Él se volvió hacia su comedero de heno y comenzó a comer ruidosamente. —Buenas noche entonces, viejo muchacho —dijo. Dejando los establos, vaciló antes de apagar la luz. Cruzando el camino, no vio señales de Ann. —¿Ann? ―llamó a su prima. No hubo respuesta. Comenzó a caminar, serenamente al principio, después corriendo velozmente hacia la puerta. Pero entonces alcanzó la casa… y se encontró con que la puerta estaba cerrada. Se maldijo a si misma por no darse cuenta de que su prima podría haber entrado primero. Golpeó la puerta. —¡Hey! ¡Estoy aquí afuera! Se tragó un exabrupto de pánico mientras la puerta se abría. Katia, cabello gris esponjado, una bata echada sobre su camisón, estaba parada clavando los ojos en ella con los ojos muy abiertos. —¿Qué es? ¿Qué pasa? —salió un momento, mirando alrededor. Tara repentinamente se sintió como una tonta. No había nada malo, y nada alrededor de ella sino el viento fresco de la noche. —Estaba saludando a Daniel —dijo al ama de llaves pesarosamente—. Pensé que Ann estaba afuera.
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—Lo estaba. Ha entrado… y se ha ido a la cama. —Lo siento. —No, no, Tara, no es nada. —Bueno pues, gracias. Yo eh... no traje mi llave. Sólo salir a ver a Daniel. Katia asintió con la cabeza, pero todavía parecía pensar que era loco que ella repentinamente hubiera decidido ver al caballo en ese momento de la noche. No era extraño que la mujer pareciera pensar que estaba como una cabra. —Realmente me voy a la cama —prometió. —Bonne nuit —dijo Katia, echando la llave, tecleando los botones de la alarma, y bostezando mientras se encaminaba a su cuarto detrás de la cocina. Tara caminó de regreso a su cuarto, fue hacia las ventanas del balcón, y vaciló otra vez. Estaba exhausta, pero quería una ducha, quería lavar su miedo y ansiedad junto con el polvo de la cripta. Simplemente ducharse y dormir. Dejó el chorro de agua correr sobre ella, largo y caliente, entonces al fin salió y vistió un camisón de algodón. ¿Cuánto tiempo había estado levantada? Horas interminables. El desbalance temporal causado por el viaje estaba afectándola. Tal vez desempacaría algo más. Se puso a la tarea afanosamente, colgando ropa, y sacando algunos de los lienzos y pinturas que había traído con ella. El caballete que Jacques la había comprado años atrás estaba todavía en el cuarto. Acomodó un lienzo, y se encontró sacando sus acuarelas. Ella no estaba todavía segura de lo que pretendía hacer, pero comenzó primero a intentar crear los colores de la noche. Una imagen de grises, negros, y blancos comenzó a formarse también. Clavó los ojos en el lienzo, preguntándose que estaba haciendo. Entonces comprendió que estaba como muerto viviente, estaba tan cansada. Tenía que irse a la cama e intentar dormir un poco. Pero una vez en la cama, acostada, permaneció despierta. Un hombre había muerto. Brutalmente, horrendamente, asesinado. Y ella había estado allí... Y su bolso se quedó en la tumba. Tenía que pedirle a Dios que la policía fuera la que lo encontrara. Y no el asesino.
París había cambiado. Por supuesto que ella había visto al mundo cambiar antes. Pero nada como esto. Ella odiaba el campo, siempre había odiado el campo. Siempre había amado las luces brillantes y la actividad febril de la ciudad, aunque tenía que decir que, junto con las máquinas asfaltando a lo largo de las calles, el país había crecido. Había personas dando vueltas, había tiendas. Había gente en las mesas, en las calles, bebiendo, comiendo. Algunos de ellos... Medio desnudos. ¡Oh, la, la! ¡La ropa de estos días! Lo amaba. Había frescura y libertad todo a su alrededor. Intoxicante. Pero ansiaba la ciudad, y no le tomó más que algunos minutos darse cuenta de que sólo necesitaba parar un taxi para llegar lejos, lejos
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de la antigua pequeña iglesia en el pueblo. Y mientras más lejos conducían, mejor, más fuerte se sentía. El conductor al principio estaba divertido con sus prendas de vestir, pero pareció darse cuenta de que sus joyas eran reales. Bien consciente de que su ropa no era en absoluto lo que debería ser, rápidamente lo convenció que se dirigía hacia una mascarada. Él era joven y apuesto. Delicioso. Logró hacerlo hablar sobre la ciudad, sobre lo que estaba ocurriendo. Intentó ser muy casual, y sin embargo... Era chocante saber de la revolución. Chocante, asombroso, deplorable. Habían cortado la cabeza de un rey. Era absolutamente asombroso. Por supuesto, entonces el taxista se volvió algo suspicaz, incrédulo que ella podría haber estado en cualquier parte del mundo en la que no hubiera aprendido sobre la historia de Francia hasta ese punto. Cuando desaceleró para detenerse, ella se inclinó hacia adelante, y atrapó sus ojos en el espejo retrovisor de la cosa llamada taxi. Tocó su mejilla, y le dijo que era muy apetitoso. Él comenzó a sonreír... Ella eligió no matarle. Sin embargo, lo aligeró de su dinero. París había cambiado. Y las tiendas eran realmente increíbles. Pasó horas probándose ropa, diciéndole a las vendedoras de la tienda que había llegado para una fiesta de disfraces, sólo para darse cuenta de que la moda había cambiado. Y debido a que estaba comprando cosas para la tarde... Se perturbó al descubrir que no le alcanzaba para todas las compras que quería hacer. La cólera, o la emoción de su poder renovado, casi la hicieron olvidar que estaba en un lugar abarrotado. Pero se controló, y se alegró, porque entonces se enteró de algo llamado plástico que podía ser convertido en una tarjeta que funcionaba mejor que el dinero. Y, por supuesto, en el momento oportuno, pudo convencer a la chica de la tienda de que le había pagado por todo lo que la dulce joven envolvió para ella. Consiguió más dinero, y un número de piezas plásticas que hicieron más fácil comprar. La chica de la tienda era joven, ingenua, básica. Era una lástima que estuviera en un lugar tan público. La chica era adorable. Deleitable. Seguramente, deliciosa. Recordaría el nombre de la tienda. Hubo momentos en la calle que ella no encontró tan intrigantes. El comportamiento de los jóvenes se había vuelto intolerable. No sabían cuándo abrir paso. La mirada sin disimulo... descarada, como si no estuvieran en absoluto conscientes de su posición, de exactamente quién era ella, y que, no importaba lo que ella había hecho, mirarla tanto era un juego mortífero y peligroso. Pero entonces los reyes habían muerto y quien sabe quién gobernaba, y cuales fueran o no fueran las leyes en estos días. No sabían nada sobre la delicadeza, el encanto sutil, la forma de tener lo que quisieran. A veces, ella devolvía una mirada fija. Y lo hacía de modo que no sólo enviaba un rubor de vergüenza a la cara de un joven, sino un destello de miedo también. Entonces, disfrutó de sí misma otra vez.
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Comenzando a entender el valor de sus francos, hizo una pausa por vino en una casa de comidas en la acera, bebió, y leyó un periódico que había sido descartado por un cliente anterior. Negó con la cabeza. Los cambios eran asombrosos. Y sin embargo... Qué mundo. Sintió una corriente de euforia, e incluso reprimió su anhelo de ir por ahí salvajemente en celebración. Esta vez, no cometería errores. Celosamente protegería su fuerza, y ganaría un poder más grande diariamente. Enviaría sus mensajes, buscando dentro del mundo de los sueños, y llamaría a esos que deberían estar junto a ella. Terminó su vino, complacida de haber descubierto que los franceses aun disfrutaban de lo mejor. Y bueno, comenzó de nuevo sus exploraciones. Había viejas señales, y nuevas señales. Había personas y edificios en todas partes. El siguiente taxista insistió en que debería llevarla a algún otro sitio, que el destino que ella tenía en mente estaba ciertamente cerrado por la noche. Ella tuvo que insistir en que a ella no le importaba. Él no era particularmente atractivo. Se toparon con el viejo palacio, y el hombre pidió que se le pague varias veces antes de que ella oyera su voz. Para entonces, estaba tan furiosa que se dio la vuelta y clavó los ojos en él. Él, por supuesto, se quedó callado, y más tarde, no recordaría que no le habían pagado. Él giraría y daría vueltas, teniendo sueños extraños esa noche, pero no sabría por qué. Ella continuó mirando fijamente, consternada. ¿Qué habían hecho? Naturalmente, el lugar estaba cerrado. Naturalmente, entró de todas formas. No tenía ningún interés en los guardias de seguridad, y mantuvo distancia de ellos. Si hubiera estado del todo racional después de ser despertada de tan profundo y largo sueño, no habría atacado, como un animal medio muerto de hambre, al trabajador en la cripta. Pero entonces, había estado medio muerta de hambre. Pero ahora, lo había consumido, y tomado de otros, y podría fortalecerse a lo largo de las próximas horas cuando descansaría nuevamente. Esa noche era un momento de descubrimiento. Pasó horas y horas vagando... todavía consternada. Bueno, por supuesto, siempre había habido arte, pero ahora... ¿Qué le habían hecho a tan increíble belleza? Pero, oh destino, era un lugar que ella conocía y alguna vez amó. Abrumador... Aunque conveniente que hubiera tantas tiendas ahora conectadas. Durante el día, ella podía imaginarse el número de personas. Y había tantos corredores y pequeños cuartos. Era todavía un lugar agradable para buscar algo de descanso, y una buena base desde la cual observar el Nuevo Mundo. Al menos durante la noche. Sería peligroso quedarse demasiado, se percató. Era uno de sus viejos lugares frecuentes. Y podía haber algunos por ahí que lo supieran. Y sin embargo... Tenía que haber alguien por ahí que la conociera. ¿Por qué si no tal determinación por ver que despertara? Quizá tenía que descubrir algún lugar especial cerca del pueblo y la iglesia para descansar… y observar. Debía ser mucho más precavida que lo que había sido en el pasado. Era
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consciente de que antes había sobrepasado los límites de su poder, volviéndose descuidada ante su creencia en sí misma, y en su posición en el mundo. La oleada de indignidad la recorrió. No sería tan temerosa como para volverse humilde. Eso sería demasiado. Simplemente sería cautelosa, y cuidadosa. Y tomaría las cosas lentamente. Lentamente, hasta que consiguiera asimilar firmemente las costumbres del mundo. Y descubriera quien estaba allí afuera. Una emoción entró en ella mientras se preguntaba... Sí, podría ser. Pensó acerca del pueblo, de un modo en que no lo había hecho antes. Y sus ojos se estrecharon mientras se preguntaba si existirían los mismos peligros. Seguramente, así era. Ah... Así que primero, lo primero. Debía ser precavida, mantener un perfil bajo, esperar. Pero había peligros que podía observar, y quizá solucionar, mientras observaba... Esperar. Pero para esa noche... El palacio. ¡Las cosas que habían hecho! Debía ver todo eso. Así que vagó, profundamente por el área donde la vieja arquitectura era exhibida para las visitas comunes que aparentemente inundaban el lugar diariamente. Para entonces, había caminado por horas, había mirado por horas... Y la luz del día estaba llegando. Y luego... la noche.
Por la mañana, Tara se sentía mucho más racional. Como Ann, estaba profundamente preocupada por Jacques. No, podía ser que ella estuviera aún más preocupada. Su abuelo creía en vampiros. Eso era sumamente serio. Pero le había jurado que guardaría en secreto su conversación, y tenía la intención de hacerlo. Deseó atreverse a hablarlo con alguien. Jacques había tenido razón en que había habido peligro extremo en la cripta, algo muy malo. Pero por supuesto, ahora la policía lo sabía, así que no era necesario que él se preocupara tanto. Pero él creía en los vampiros. No podía compartir eso con nadie, incluso si no le hubiera hecho a él esa promesa. Temía que terminara encerrado en una institución. ¿Así que, qué debía hacer? ¿Continuaría obsequiándolo con lógica? O le seguiría la corriente. Bromear con él. Decirle que era una lástima que estuviera en Francia y no en Italia, donde había tanto ajo que un vampiro no soñaría con oscurecer la puerta.
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No. Jacques no parecía tener sentido del humor sobre eso. Era mortalmente serio. Y había habido un asesinato. Un asesinato horrible, brutal. Pero a lo largo de la historia, siempre había habido suficiente avaricia y brutalidad entre los hombres. Quizá inventar monstruos era la manera en la que su abuelo se ocupaba de la maldad en el mundo. Ella misma podía volverse loca con eso. Y con la preocupación de que debería haber hecho lo correcto, e ir a la policía. Cuando bajó a la cocina, Ann estaba a punto de salir para el trabajo. Katia estaba cantando mientras preparaba una bandeja de desayuno para Jacques. Roland ya estaba afuera y ocupado alrededor de los terrenos. Katia la besó Tara, quien le agradeció y la alejó con una seña, insistiendo en que podía preparar su café. Con la taza en mano, siguió a Ann al coche. —¿Entonces... crees que todavía deberíamos salir esta noche? —preguntó Ann. —No sé. ¿Deberíamos? —Realmente necesito una noche fuera. —Está bien —dijo Tara lentamente—. Nos mantendremos juntas. —Y me parece que ese tipo iba tras las riquezas en la cripta; quiero decir, él no estaba afuera aterrorizando mujeres o cualquier cosa. Sí, necesito una noche fuera. Tara pensó por un momento y entonces asintió con la cabeza. —Temo que vivimos en un mundo donde el asesinato es excesivamente frecuente. No hay razón para creer que alguien que robó una tumba fuera tras de nosotras. Tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió sus músculos apretarse. ¿Dónde diablos estaba su bolso? Si la policía lo hubiera encontrado, habrían llamado por teléfono para esa hora. Tal vez el asesino lo había encontrado. Sintió la sangre drenarse de su cara. —No sé... —Sí, definitivamente, saldremos. Llevaré amigos del trabajo también. En números, estaremos a salvo ―Besó ambas mejillas de Tara y se dirigió hacia su coche. Tara recorrió la mirada en el camino. —¡Oye! —llamó. —¿Qué? ―dijo Ann en respuesta. —Vi a un lobo anoche... —No hay lobos por aquí. No los ha habido... desde siempre. —No, en serio, vi a un lobo. —Viste un perro. —Si lo hice, fue un perro grande. —Tenemos perros grandísimos en Francia, sabes. Probablemente era un pastor grande. Tal vez fuera incluso Eleanora. Salí para traerla anoche, y estaba fuera rondando en alguna parte. ¡Semejante perro guardián! —Todavía podría jurar que era un lobo.
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—La pareja que vive siguiendo la carretera tiene un par de enormes Mala mutes. Tal vez los viste. —Tal vez —estuvo de acuerdo. —Estabas muy cansada. ¡Y todos nos estremecimos por las noticias de ese asesinato horrible, brutal! ¡Ahora, sin embargo, Jacques ya no nos querrá arrastrándonos alrededor de las ruinas! ―Hizo un gesto con la mano y le mandó un beso—. Te llamaré más tarde y te haré saber de los planes para esta noche. Tara le dedicó un gesto de pulgares arriba. Entonces vagó de vuelta a la casa. Katia le dijo que Jacques todavía estaba durmiendo. Normalmente, habría pasado la primera mañana hablando con él, quizá llevándolo a un breve paseo en el pequeño jardín, o por lo menos, uniéndose a él por café con leche y croissants. Pero estaba todavía durmiendo, y, estaba segura, que él necesitaba su descanso. Desesperadamente quería que estuviera mejor. Y habiéndose enterado de que estaba todavía descansando, sintió un deseo, extraño como eso, de salir de la casa. Para pasar algún tiempo a solas. Para pensar, observar, estar en el pueblo otra vez, y mirar alrededor, y ver que el mundo que la rodeaba era normal. Y quería ver la iglesia. Y lo que la policía hacía. Debido a que nadie había llamado por teléfono todavía, necesitaba reunir valor para ir a la policía y decirles que había perdido su bolso en las ruinas durante las horas turísticas. Se alegró de haber dejado algunos francos en su equipaje para no tener que pedirle a Katia o Roland prestado lo suficiente para una taza de café. Y debido a que se había dado una ducha y se había vestido antes de bajar esa mañana, estaba lista para dirigirse afuera, solo minutos detrás de su prima. Estacionó casi en el mismo lugar donde lo había hecho el día anterior. Desde una mesa del frente del café, podía ver como grandes extensiones del área permanecían acordonadas. La puerta de la iglesia había sido arreglada con madera que no correspondía con la pátina de la madera de varios siglos que había visto romperse la noche anterior. Pero la propia iglesia "nueva" había reabierto. Tara estaba segura, sin embargo, de que el acceso a los túneles o corredores que conducían a las ruinas de la "vieja" cripta estarían todavía bloqueados. Habiendo escogido su mesa, recogió un periódico y ordenó café con leche. Deslizó sus anteojos oscuros adelante, intentando pretender que sus ojos no eran atraídos por la iglesia a cada minuto. No es que importara. Aunque las personas hablaban rápidamente alrededor de ella y su francés estaba demasiado fuera de práctica, todas hablaban del extraño asesinato. Y pocos de ellos parecían vacilantes en mirar o directamente clavaban los ojos en la iglesia. Sus ojos estaban fijos al otro lado de la calle cuando algo repentinamente cayó delante de ella, sacudiendo su taza de café. Se sobresaltó, casi gritó, y levantó la vista para ver al trabajador de la noche anterior. Instantáneamente sintió una corriente de calor circular a través de ella. Se preguntó asombrada porque no lo había sentido detrás de ella, ahora repentinamente consciente de su presencia.
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Ella miró hacia abajo para ver que era su bolso el que había aterrizado en la mesa. Él sacó la silla junto a la de ella antes de preguntar. —¿Puedo unirme a usted? Se sentó. Ella miró el bolso, y entonces de nuevo a él. —¿Cómo consiguió esto? Pensé que usted fue directamente a la policía. —Lo hice. Lo había recogido y había olvidado dárselo. Clavó los ojos en él suspicazmente. Llevaba puestos anteojos oscuros. Si no hubiera hablado, podría no haberlo reconocido. Estaba recién afeitado y aparentemente acababa de salir de la ducha. Sin importar qué loción para después de afeitar usara, era sutil, agradable, y atrayente. Él llevaba pantalones de algodón ligero y una camisa oscura. Su pelo estaba suelto, pero no era tan largo como había pensado. Legaba justo después de su cuello. Estaba bronceado, relajado, y otra vez daba la sensación de casual poder físico, no excesivamente cargado con músculos tirantes, sino lustrosos y tirantes como alambre. Tara se preguntó si practicaba artes marciales... o quizá era un miembro ávido de un club se esgrima. Inmediatamente se encontró reparando en que era más que atractivo, mientras un millón de señales de alerta parecieron lanzarse a su mente. Él parecía un estudiante graduado o un maestro de vacaciones, en vez de un corredor de bolsa, pero estaba limpio y mucho más que solamente presentable. Un ejecutivo de pelo largo descansando. Los ejecutivos de pelo largo no cavaban tumbas antiguas por salarios por hora. El mesero debió haber pensado que él daba la impresión de un hombre con alguna influencia o importancia también, mientras regresaba rápidamente a la mesa en el momento en que el hombre estuvo sentado. —Cafe au lait, s'il vous plait —dijo, ofreciendo una sonrisa amplia y casual debajo de los cristales oscuros de los lentes. Era indudablemente americano, pero su francés era muy superior al de ella. No podía comenzar a detectar el acento acostumbrado, gutural que esos con el idioma inglés o una lengua materna alemana rara vez alguna vez perdían. —No recuerdo haber estado de acuerdo enque se uniera a mí —Las palabras, pensó Tara, eran las requeridas. Se preguntó lo que habría hecho si él se hubiera marchado dando media vuelta. —¡Y se preguntan por qué tenemos la reputación de ser groseros! —dijo con un suspiro simulado—. Anoche, la salvé de tremendo problema y de perder una gran cantidad de tiempo. Arriesgué la vida y una extremidad por salvar eso... —se detuvo para señalar su pequeño bolso de piel—, y aquí estoy para devolverlo, y usted está lejos de ser gentil. —He recibido instrucciones de no hablarle a desconocidos. Hay un asesino suelto, si usted recuerda. —Sí, pero usted tiene el privilegio de saber que definitivamente no soy un asesino. Aunque para los otros —continuo, inclinándose cerca—, puedo permanecer como sospechoso. Ahí tiene. En defensa suya, he creado mi propio infierno con el cual lidiar. —No había ninguna razón. —Hay una razón. —¿Y esa es? Él se encogió de hombros, agradeciendo al mesero cordialmente cuando llegó su café. Entonces se inclinó cerca de ella otra vez.
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—No tenía sentido intentar salvarme a mí mismo. Todo el mundo en el área sabía que Jean— Luc y yo éramos los trabajadores primarios que Dubois contrató. Pero no había razón para que alguien sospechara de que usted había estado en la cripta en el momento... o que usted tenía más que un interés casual en la excavación. —Tenía nada más que un interés casual en la excavación —dijo. —Bueno, por eso es que usted se arrastraba alrededor de los corredores subterráneos después de señalar que sabía cómo salir por usted misma. —Francamente, no sé nada acerca de la excavación. —¿Absolutamente nada? —inquirió. —Acabo de llegar de Nueva York. —Y tuvo un interés casual en lo que estaba ocurriendo. Después de un largo vuelo, y probablemente sin dormir, su interés casual la trajo a la excavación. —No tengo que darle explicaciones. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé su nombre. Y no tengo la seguridad de que quiera saberlo. —Recoja un periódico, y lo leerá. Pero siendo que está aquí, no necesita molestarse. Mi nombre es Brent Malone. —Y usted sabe mi nombre, por supuesto, porque revisó mi bolsa. —Es difícil devolver algo cuando no sabes el nombre de la persona a quien pertenece. —Bueno pues, usted lo ha devuelto. Él ignoró eso. —Tara Adair. Y nos dio un nombre muy diferente. Algo muy francés, si usted recuerda. Simuló que tiene parientes franceses. —Tengo parientes franceses ―dijo, molestándose consigo misma inmediatamente por estar a la defensiva. —Le creo. ¿Así... que está usted muy interesada en la tumba? —Cuando le digo que realmente no sé casi nada acerca de la excavación, es la pura verdad — dijo. Él corrió un dedo alrededor del borde de su taza de café, entonces deslizó sus anteojos a la parte superior de su cabeza y la observó con curiosidad. Ella notó nuevamente el color casi dorado de sus ojos. Muy inusual. Y parecía casi imposible retirar su mirada de la de él. —Por qué no me cuenta usted sobre las criptas y la tumba y cualquier cosa sobre la que fuera tan importante como para que alguien muriera por eso. —Era una cripta de la iglesia desacralizada, usted sabe. —Tanto así, sí. —Otra St. Michel estaba directamente encima de esa, una vez. Arrasaron la iglesia original, y construyeron unos cuarenta y cinco metros hacia el sur. Los corredores habían sido bloqueados y sellados por siglos. Entonces hubo un trabajo, recientemente, algo hecho en el sótano de la iglesia nueva, y hubo daños por el agua en algunas de las paredes. Mientras la iglesia nueva estaba siendo reparada, fue descubierto uno de los viejos corredores subterráneos a las viejas ruinas de la cripta. El profesor Dubois había estado fastidiando a los padres en St. Michel durante años,
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queriendo bajar a las ruinas. Cuando la oportunidad surgió, los buenos caballeros de la iglesia supieron que Dubois tenía algo de dinero y definitivamente vería que una gran porción de él abriría su camino a la iglesia si él recibiera el control exclusivo de la excavación. Él tiene una reputación de un erudito instruido en arqueología, historia, y especialmente tradiciones locales. Tara se encontró escuchando el tono de su voz. Era calmo y encantador. Ella se había quitado los anteojos. Hacía mucho tiempo había acabado su café. Él sonrió, viendo que ella lo estaba observando atentamente. —¿Otro café con leche? —¿Qué? —Café. ¿Le gustaría más café? Yo podría tomarme otro. —Ah, sí. Supongo —Estaba siendo menos que gentil. Logró un sonido seco—. Gracias. Él sonrió. Boca generosa, buenos dientes. Quiso patearse a sí misma. No estaba comprando un caballo. Pero podría haber examinado las cualidades de un animal. Todo en él parecía excepcional y elegante. Si lo hubiera conocido en otro momento... Un lugar diferente, una forma distinta... Sí, lo habría encontrado atractivo. Mucho. Aun ahora, se encontró tentada de tocar. Él tenía una cualidad esquiva de sexualidad o sensualidad, o ambas que eran casi ridículamente hipnóticas. Apretó los dientes, irritada consigo misma. Era simplemente química, y estaba en gran forma, la edad correcta, con facciones fuertes, masculinas, atractivas. No había nada en lo más mínimo misterioso acerca de su atractivo. Nuevamente se aseguró a sí misma que el mundo estaba poblado con un buen número de hombres atractivos. Conocía muchos en su ocupación. Él era simplemente uno más en el mundo. Más de lo mismo. No... Diferente. Pero entonces, por supuesto, eso fue porque lo había conocido en una cripta. Él alzó una mano y el mesero asintió con la cabeza, regresando con dos cafés más. Cuando se fue, Brent Malone otra vez se inclinó hacia ella. —Se rumorea que la cripta era el sitio de descanso de los condenados y los demonios del infierno. Tara sonrió ligeramente. —Eso tiene poco sentido. Asumo que la iglesia original fue desacralizada cuando la iglesia nueva se terminó. Así que hasta entonces, era una Casa de Dios en funcionamiento. ¿Cómo podría estar enterrada allí la maldad de siglos anteriores? —Oh, no sus personas malvadas de a centavo. Sólo los verdaderamente mas malvados y abominables... y esos, por supuesto, que se ganaban el odio del rey. Verás, fue sellada cientos de años atrás, pero hubo siempre una vía de entrada. Conocida por los reyes y los señores más poderosos, y por la jerarquía de la iglesia también. Y cuándo alguien debía ser sepultado... alguien verdaderamente malvado, el cadáver era ingresado en secreto al amanecer en vez de la hora más oscura de la noche, debido a que se dice que los poderes de los malvados están al máximo en la oscuridad, y sellados en sus tumbas. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Ah… ―Su tono llevaba una habilidad narrativa maravillosa, casi fantasmal. Ella asintió con la cabeza, como si aceptara todo eso, palabra por palabra—. Bueno pues, todos nosotros tenemos fantasías, supongo. Los Faraones del antiguo Egipto pensaban que sus envolturas y ritos les darían vida eterna, que sus cuerpos conservados se levantarían otra vez, y vivirían en el esplendor. Y uno puede entrar en el museo en El Cairo y puede ver cuarto tras cuarto de los una vez grandes gobernantes que yacen en recipientes de cristal para que el público los observe, en vez de tener sus cuerpos elevados a la renovada gloria. —Momias... ah, bien, son una historia completamente diferente —dijo con un gesto despectivo de su mano y un poco de seca ironía en la voz—. Entonces, ¿usted no cree en la maldad, o los poderes de la oscuridad, Miss Adair? —¿La maldad? Oh, Dios mío, sí. El mundo está lleno de eso. Pero hay tantos hombres y mujeres malos ahí afuera, que no necesitamos ir a investigar historias viejas y leyendas para encontrar más ―Frunció el ceño, dándose cuenta de que le había hecho una declaración muy similar, determinada, y racional a su abuelo. Demasiado mal que Jacques no tuviera a este hombre con quien hablar... él no tendría que estar preocupado por sonar como si se hubiera vuelto senil. Aun mientras el pensamiento se le ocurría, sintió una extraña tensión apoderarse de ella. No quería a ese hombre cerca de su abuelo. Y sin embargo, al mismo tiempo, continuaba sintiendo esa muy peculiar atracción a él. Casi como si... Como si hubiera estado esperando toda su vida para conocerlo. Instantánea y coléricamente descartó un pensamiento tan ridículo. Él tenía más bien ese rudo atractivo masculino, y ella había estado sola por un buen tiempo, había determinado que su cómoda relación en su país no había sido simplemente lo correcto. Los artistas y los corredores de bolsa no siempre iban bien de la mano. Repentinamente deseó no haber terminado con Jacob, y haber insistido en que él viniera a París con ella. Si él estuviera sentado justo aquí ahora, no sentiría tan extraño deseo de desnudar a otro hombre. No estaba teniendo esa urgencia. Sí, lo tenía. A ella le gustaría verlo desnudo. Sentirlo junto a ella. Descubrir si sería tan emocionante ser acariciada por esas manos como ella suponía. ¡Dios mío, Tara! no estás tan desesperada! se dijo sí misma. Tenía esos pensamientos por un desconocido, un desconocido sospechoso. Él había estado en las tumbas cuando un hombre fue asesinado. Pero era cierto, ella era la única persona… aparte del asesino… que sabía con toda seguridad que Brent Malone no era un asesino. —Sólo le estoy contando la historia de las criptas, señorita Adair. —Y me está diciendo que el hombre que murió, abrió una tumba mientras usted se fue y por consiguiente abrió una caja de Pandora... un ataúd lleno con los restos terrenales de un hereje u otro, pero llenó de maldad. —Nunca he dicho algo como eso —dijo—. Repito, solo te conté algo sobre la historia del lugar. Y por supuesto, tú estás al tanto de que siglos atrás hubo muchas personas que creyeron en los poderes de la brujería y que los hombres y las mujeres podrían firmar pactos con los demonios y diablos. Lo que sucedió en Salem, Massachusetts, en los Estados Unidos fue ciertamente trágico, pero pálido al lado de algunas de las ejecuciones en Europa, donde una vez miles perecieron en un día por sus costumbres.
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Ella suspiró. —Ahora usted lo hace sonar como si fuera ridículo que alguien creyera que verdaderamente podían haber brujas u otras criaturas sobrenaturales... criaturas… malvadas enterradas en las ruinas de una vieja iglesia. —Lo que quiero decir, señorita Adair, es que años atrás, muchas personas santas creyeron en la existencia de la maldad en muchas facetas. A menudo, miles de niños morían por el miedo, la avaricia, la política, y la religión. Pero el miedo a menudo era muy real. Y si alguien fuera temido en gran medida y considerado malvado y ciertamente no formaba parte de ninguna iglesia, esa persona era sepultada en suelo no consagrado. Tales personas eran usualmente sepultadas con toda clase de ritos y quizá símbolos físicos para que no se levantaran otra vez, o practicaran su maldad nuevamente. La historia nos ha mostrado algunos monstruos muy visibles, hombres como Hitler, con semejante cruel indiferencia a la vida humana que podría ser considerado malvado... No grandes líderes, sino a menudo de la nobleza. La condesa Bathory, nadie sabe cuántas jóvenes inocentes ha matado satisfaciendo su sed de sangre y su búsqueda de juventud eterna. Ella no es sino una de muchos, malvada y cruel, o taimada, si usted prefiere... personas que han pasado a través de los siglos. Y... —vaciló, inclinándose hacia ella. Ella se inclinó más cerca, fascinada con el poder de sus ojos—. Le advierto, y lo hago con todo mi corazón. Manténgase fuera de la iglesia. Que nunca se sepa que usted estaba allí en el momento del asesinato. Conserve esa cruz que lleva puesta alrededor de su cuello en todo momento. No confíe en nadie. Nunca esté en la oscuridad a solas. Temo por usted. —Usted teme por mí. ¿Debería yo temerle a usted? Ella estaba alarmada, y ni siquiera hizo un movimiento, ni retrocedió, cuándo él rozó sus nudillos a lo largo de su mejilla. —Señorita Adair, le juro, no hay necesidad en absoluto de que usted me tema. ¿No había necesidad? Estaba completamente fascinada. Su toque le había traído una sensación de calor que pareció avivar sentidos y alma. Necesitaba tener mucho miedo. Necesitaba levantarse, y decirle que se mantuviera lejos de ella, y de su abuelo. Pero entonces, ni siquiera había mencionado a Jacques, y no había necesidad de temer que él pudiera saber cualquier cosa acerca de un anciano viviendo en un castillo arcaico y pintoresco, aun si Jacques había adquirido más de un seguidor en su día. No logró obligarse a levantarse. O alejarse. Se mantuvo mirando perdidamente en sus ojos. No supo si él estaba aún tocándola o no, porque parecía como si el calor estuviera todavía con ella. No podía escapar. Él si podía. Él se levantó repentinamente. —Discúlpeme, algunos de mis amigos han llegado. Espero ansiosamente verla otra vez. Empujó hacia dentro su silla y se marchó. Ella lo vio saludando unas personas, una pareja, un moreno de gran estatura y una rubia delgada, elegante. Estaban vestidos casualmente, como turistas, la mujer en pantalones vaqueros y una chaqueta vaquera, el hombre en pantalones vaqueros también, su chaqueta era de cuero. Eran una pareja atractiva, fascinante, pero entonces, París estaba lleno de personas atractivas. Tuvo la sensación de que su intención era mezclarse con la multitud. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Se alejaron, caminando calle abajo. Habían llegado muy lejos antes de que se diera cuenta de que todavía no se había movido. Y que ella todavía sentía su toque.
CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0055 Había una nueva libertad en el sueño. Una libertad para soñar. Ahora, cuando estaba descansando, podía volar. Elevarse sobre la oscuridad, y volar en la niebla, en las sombras. La concentración era esencial, y se alegró del lugar elegido de descanso, pues se sintió completamente segura, y por consiguiente capaz de enfocar enteramente la atención en su tarea. Un destello de alegría la llenó mientras sentía la presencia de otro. Por supuesto, estaban protegidos, todos ellos. Ella era precavida. Pero sintió júbilo y un susurro en el viento que surgió alrededor de ella mientras se remontaba a través del mundo de oscuridad. ¿Eres Tú? El aire, la oscuridad, le habló a ella. Y ella contestó, sintiéndose gloriosa y poderosa. ¡Sí! He regresado. Lo sé. Tenía la intención de estar allí para ti. Ahora, debes llegar a mí. El mundo ha cambiado. El mundo siempre cambiará. Hay gran peligro. Lo siento. Sí. Ven a mí. Debemos estar juntos. Podemos empezar un Nuevo Mundo otra vez. Iré, por supuesto. Hay otros. Deberías tener cuidado. Ah, pero soy poderosa. ¡Como lo eres tú! Sí, pero debes tener cuidado, hay otros… y otros que han cambiado. Quien teme, quien ordena que neguemos el poder que podemos esgrimir. Son cobardes. Son fuertes. Y todavía, están esos de la Alianza... Entonces deben ser muertos, y rápidamente. No tengo miedo. Fui siempre la más fuerte. Ah, mi amor, te olvidas de que soy yo el que ha conseguido liberarte. Sabemos dónde comenzar a crear un mundo en el cual podamos arar, podamos deleitarnos, amor... Y que sea seguro. He planeado por mucho tiempo y cuidadosamente. Tendremos con nosotros a esos que no se acobardarían ante esos más débiles que nosotros. Ven a mí, y te mostraré lo que esta vida puede ser. Pero ven con cuidado. ¡Te reirás aun más cuando descubras lo que he hecho en este mundo!
Cuando Tara regresó al castillo, encontró a Jacques trabajando en la biblioteca. Un gran volumen, antiguo estaba abierto en su escritorio. Él levantó la mirada cuando ella entró. Ella colocó su bolso en el escritorio y él arqueó una ceja.
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—El hombre de la excavación me lo devolvió en el café del pueblo, al otro lado de la iglesia. Jacques se vio aliviado. —¿Y está todo en él? —Todo. —¿No hay papeles perdidos? —No. Mi pasaporte, mi identificación, dinero, tarjetas de crédito... todo está allí. —Eso es bueno. —Él, por supuesto, sabe mi nombre. —¿Y sabes el de él? —Sí. —¿Y bien? —Brent Malone. Ella observó a su abuelo mientras decía el nombre. Él miró abajo, a su libro. Ella puso las manos en el escritorio, y ganó un punto clavando los ojos en él para que tuviera que mirarla. —¿Lo conoces? —preguntó. —No, no, creo que no. —Extraño. Él habló sobre toda la maldad enterrada en la cripta también. Me encontré diciéndole muchas cosas a él que te dije a ti. Jacques asintió con la cabeza, entonces indicó la silla delante del escritorio. Él golpeó ligeramente sus anteojos de lectura en el libro abierto delante de él. —Quizá, cuando veas a este hombre otra vez, le puedas pedir que venga aquí. Me gustaría hablar con él. —Sinceramente dudo que lo vea otra vez. —Oh, creo que lo harás. ¿Estás familiarizada con el Rey Sol? Creciste en América, así que tu historia tiene que ver con Washington, Lincoln, Roosevelt, Kennedy, etcétera. Por supuesto, cada niño en Francia aprende todo acerca del Rey Sol. Ella clavó los ojos en él inexpresivamente, le dirigió una sonrisa apesadumbrada. —Sé del Rey Sol. Luis XIV. El monarca francés que más tiempo reinó. Él llego al trono siendo un niño, y cuando era joven, mucha de su política y poder estaba a cargo del Cardenal Richelieu. Se convirtió en un rey grandioso, equilibrando cuidadosamente el arte de gobernar y la religión. Prefirió construir un pequeño pabellón de caza a las afueras de París; Luis XIV estaba determinado a convertirlo en un gran palacio. Versalles. —Mientras envejecía, determinó también que, después de una vida con una multitud de amantes, le sería leal a su mujer. Oh destino, el pobrecito murió un año más tarde. El rey se casó de nuevo. Se supone que fue un hombre de tremenda destreza sexual. —No ponen mucho acerca de eso en los libros de historia —dijo Tara. —El punto que aclaro es que él fue conocido... antes de su dedicación tardía a su reina, por tener a docenas de amantes. Era un hombre decente en eso de que tuvo a muchos de los hijos de su amor legitimados, muchos procedieron a casarse con príncipes y princesas y otra realeza y nobleza. —Bueno pues, esa fue una concesión decente, supongo. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Volviendo a las amantes... hubo muchas de ellas. Muchas. Naturalmente, la dama del momento a menudo tenía influencia sobre él, recibía honores... y estaba por encima de la ley. —En un tiempo, la amante del momento era una mujer conocida como la Countess Louisa de Montcrasset. Se supone que fue extraordinariamente bella, y tenía el poder más inusual sobre el rey. Era la hija de un noble francés, pero no había crecido en París... los registros dicen sólo que se había criado entre la nobleza "del este" Que apareció en la corte un día, y como la hija de su padre, fue debidamente bienvenida. En cuestión semanas había usurpado el lugar de otras favoritas del rey, y aun en los momentos en que había que decidir importantes temas de estado, ella podía atraer su atención. Tara le sonrió a su abuelo—. El Rey Sol gobernaba en la época en la que Carlos II fue bienvenido de regreso a Inglaterra. El Monarca… Alegre fue amado por buena parte de su gente. La sello personal de gobierno austero y la falta total de frivolidad de Cromwell fue desbancada por el amor del rey por el teatro. Y las mujeres. Él tuvo sus decencias también, por supuesto, rehusándose a divorciarse de su esposa estéril mientras pasaba a través de una colección variada de amantes. Él no legitimó a sus hijos, sin embargo. Su hijo amado fue decapitado por su hermano, James, entonces James fue derrocado por su hija y su marido, Guillermo de Orange. —Tú llevas la delantera en historia ―dijo Jacques—. Sí, por supuesto, Luis y Charles tuvieron demasiado en común... fueron monarcas con amor por las artes, la construcción, el conocimiento... y las mujeres. Una mujer en particular. Louisa de Montcrasset. —La joven belleza que repentinamente apareció del este. La hija del noble —Tara le ofreció una sonrisa apesadumbrada, pero sintió una sensación extraña de ansiedad. Su abuelo y el excavador, Brent Malone, parecían tener la más extraña pasión por los muertos y el pasado. —Hubo algunos en esa época que dudaron de que ella fuera quién decía ser. —Ah, y atacaron su relación con el rey, supongo. —Verás, su padre había estado fuera del país por mucho tiempo. Era un militar que viajó muy lejos, y cuando no estaba peleando en representación del rey, era un diplomático de calidad. No había sido visto en años. Él había sido un apuesto francés, así fue escrito, con pelo y ojos oscuros, delgado, cara estética. —¿Entonces qué era tan inusual sobre que tuviera una hija hermosa? Vamos, no me veo parecida a ti. O a Ann. La genética puede ser muy extraña. —Está escrito que ella tenía una cara algo exótica. Y ojos de gato. —Ella pudo haber sido una mujer decadente, y por lo que dices, capaz de usar sus encantos para conseguir lo que quería. Muy inmoral, quizá. Pero ¿no piensas que podría ser odiada por ese solo hecho, y por consiguiente, muchos de los que escribieron sobre ella tratarían de demonizarla? —No muchos de esos que la despreciaban escribieron sobre ella. —¿Y por qué no? —Murieron. —¿Oh? —El siglo dieciséis, mi querida, era un tiempo en el que la brujería era en gran medida temida… Fue sospechosa de que se había unido a un aquelarre, que había llegado a un pacto con el Diablo, que ganó su belleza a través del sacrificio de otros. Tara se inclinó hacia adelante, los brazos doblados puestos sobre el mantel, seria.
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—Ambos sabemos que el Diablo no viene con una lengua bífida y cola ni hace pactos con las personas. —Ambos sabemos que fuera que el Diablo viniera o no, y que aunque seguramente, muchos miles de personas que fueron perseguidas eran lo más seguro inocentes, hubo esos que se unieron a aquelarres, y que creyeron que podían evocar los poderes de la oscuridad y hacer el mal a otros. En Francia en esa época, así como también en muchos lugares en Europa, hubo muchos que fueron ejecutados por brujería. Pero no fue la sospecha de esos a su alrededor de que se había unido a un aquelarre lo que hizo de ella una entidad tan atemorizante. Acabo de decirle. Gente muerta. Poco después de que llego a la corte, docenas de personas comenzaron... a adelgazar extremadamente. Estaban cansadas al principio, distraídas. Entonces caían en cama. Algunos murieron en esas camas, demasiado débiles para abrir los ojos. Y luego hubo otros que... —¿Qué? —Que simplemente desaparecieron. Fue un tiempo de extraños asesinatos en París. —¿Asesinatos extraños? —Las personas eran a veces encontradas muertas en las calles. —Las personas han estado asesinando a personas desde el comienzo de los tiempos, lamentablemente —le recordó Tara. —Estas personas fueron halladas en una forma particularmente grotesca. —¿Y esa fue? —Todos estaban decapitados. Tara sintió un extraño barrido frío a través de ella otra vez. Su abuelo estaba hablando de historia... El trabajador en la cripta había sido decapitado. Una manera brutal de asesinato, sin importar el año, o siglo, en el cual hubiera tenido lugar. —Francia es famosa por la decapitación, abuelo. La guillotina, recuerda. Él se recostó, clavando su mirada a través de ojos entrecerrados. Jacques había amado sus años en América. Pocas personas estaban tan apasionadamente enamoradas del país, y estaban tan determinadas también a hablar en defensa de él, sin importar la política del momento. Pero había sido un francés de nacimiento, y podía defender su tierra natal con una pasión igualada por pocos. —La guillotina —repitió, negando con la cabeza—. Fue inventada para ser un dispositivo clemente. Desafortunadamente, hizo la ejecución tan rápida que unas personas rebeldes la encontraron demasiado fácil de usar. Sin embargo, esa es una parte diferente de la historia. No estás prestando atención al punto. —¿Exactamente cuál es el punto, abuelo? —Un caso finalmente fue probado contra la maldad de la Countess de Montcrasset, que fue tan fuerte, que al rey no le quedó nada más que reconocer el hecho de que su amante era una asesina. Fue encontrada bañándose en la sangre de sus víctimas. La camarera que la encontró comenzó a gritar. Los oficiales de la iglesia que por mucho tiempo habían estado demasiado atentos con la mujer llegaron corriendo, se armaron con cruces, con agua bendita. Ella fue tomada en custodia... con la camarera gritando casi muerta en sus brazos. Fue condenada por el rey, y enviaba a esperar la ejecución. Algunos hombres, que habían jurado defender la bondad, llevaron
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a uno de los clérigos con ellos y forzaron la entrada de la prisión. Llegaron a tiempo para descubrir que ella había seducido a su alcaide para que la soltara... él estaba muerto en el piso. La doblegaron, la estrangularon, y bueno, cuando creyeron que estaba muerta, la sellaron en un ataúd con todos los ritos correctos y los símbolos para mantenerla enterrada para siempre. Tara se movió con inquietud, recordando su conversación con el profesor Dubois en la excavación. Él le había dicho que la historia que iba a ser encontrada en la cripta era invaluable, que los nobles malignos estaban entre esos enterrados profundamente en la tierra. Él le había dicho que estaba buscando a cierta mujer de la nobleza, quien seguramente había sido sepultada con riquezas no contadas. Su ataúd había sido sellado de una forma que habría preservado su vestido, sus zapatos, y sus joyas, y cada artículo de su vestuario en una condición que les daría a los historiadores información increíble. Él había delirado acerca de la importancia histórica de la mujer. Él no había dado su nombre. —Abuelo si esta mujer fuera una amante del rey, y enterrada en toda su exquisitez, tiene aun más sentido que un criminal esté dispuesto a matar para robar el cuerpo. Ella podría haber sido sepultada usando una fortuna entera en joyas. Es horrible, pero fácil de ver cómo un ambicioso asesino podría haber estudiado la excavación e irrumpir adentro cuando el trabajo hubiera terminado por el día. Pero Jean-Luc estaba allí. Y así que él fue asesinado para que Louise de Montcrasset pudiera ser robada. La policía logrará, sin embargo, estoy segura, averiguar quién es el asesino. Él negó con la cabeza, hundiéndose en la parte de atrás de su silla. —No, no lo harán... —¿Y por qué no? —Porque la asesina es Louisa de Montcrasset.
—Caminé toda la noche —dijo Brent cansadamente—. Investigué en cada callejón, cada café, bar, restaurante, y prostíbulo en el área. Intenté en el Louvre, pero...—Hizo una pausa, mirando a Lucian— No soy tan bueno como eres tú para moverte subrepticiamente detrás de los guardias. De cualquier manera, busqué en las calles de París hasta esta mañana. Entonces me di una ducha, y le devolví el bolso a la chica americana. —La que estaba contigo en la mesa —dijo Lucian, sus palabras más una declaración que una pregunta. —Sí. —¿La mantuviste lejos de la policía, y fuera de los periódicos? —Sí. Sí, bueno pues lo he hecho hasta ahora. Ella es tan suspicaz como un agente de la CIA. —Realmente un agente de buena apariencia —dijo Jade, una sonrisa torciendo sus labios. Brent arqueó una ceja ante ella. —Sí —estuvo de acuerdo suavemente—. Y pienso que ella sabe... algo. Aunque está negándolo completamente. Estoy decidido a averiguar más acerca de ella. Se está quedando en el Chateau DeVant. —Extraña coincidencia —dijo Lucian, sus cejas uniéndose en un ceño fruncido.
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—Sí, eso es lo que pensé —dijo Brent—. Ella es la nieta del anciano. —Podemos tener más ayuda de lo que sabemos —meditó Lucian. —¿Porque la chica está relacionada con Jacques DeVant? ―preguntó Jade. Miró a Lucian—. Todavía encuentro mucho de esto muy confuso. Realmente no comprendo lo que está ocurriendo aquí. —Temo que haya hecho un trabajo deficiente en enseñar cierta historia —dijo Lucian—. Pero nos acercaremos a una explicación lo suficientemente pronto —Miró a Brent otra vez— ¿Estaba el cuerpo en la iglesia... pero ninguno de los otros asesinatos han sido descubiertos? —No. Pero... recién es media mañana. —Entonces ella está descansando —murmuró Lucian. —Sí, es lo que yo pienso —dijo Brent. —Es cuando es más peligrosa —dijo Lucian. Otra vez, Brent dijo suavemente, —Sí, eso entiendo. Pero de todas formas, sabes más, bastante más, que yo acerca del pasado. —El problema no está tanto el pasado, sino el presente. Nuestros enemigos han estado moviéndose aquí mucho más tiempo de lo que he sabido —dijo Lucian—. Ella no está sola ahí afuera. Eso es seguro. —Cinco se encuentran en la lista como desaparecidos en las semanas recientes —dijo Brent. —Pero no han encontrado ningún cuerpo...—meditó Lucian. —Todavía no... Se habían reunido alrededor de la mesa del comedor, en la pequeña casa que Brent había rentado por casi seis meses. Jade repentinamente se paró. —Todos nosotros tenemos que descansar un poco, eso es imperativo. Lucian negó con la cabeza impacientemente. —Cada vez que ella descanse, ganará mayor poder. —Pero tú haces tu mejor trabajo cuando estás descansando también —le recordó Brent—. Y eres el que ha advertido que hay mucho más en esto de que lo que sabemos. Lucian dejó escapar un largo suspiro. —Tienes razón en que el descanso se impone. Porque no tengo nada ahora mismo. Nada sino la sensación... el conocimiento de que hay un tremendo bullicio... y una gran cantidad de peligro. Así que, vamos a tener que movernos rápidamente. —Muy de prisa. Hay cosas que puedo hacer. Empezando ahora mismo —dijo Brent firmemente. —Te has pasado sin dormir toda la noche —le recordó Jade—. Necesitas descanso, también. —Quizá algo. No requiero mucho de sueño. Y hay algunas cosas que debo hacer hoy. Necesito ver lo que mi nuevo amigo, el inspector Javet, está haciendo. —A ti se te olvida que tienes talentos en tu sueño también —le recordó Jade. —Temo que la mayor parte de mis talentos vienen de fuentes más mundanas... como las bibliotecas —dijo Brent secamente. —No puedes estar horas y horas sin dormir —dijo rotundamente—. Terminarás siendo inútil. Ahora, sin embargo, yo puedo hacer algo explorando. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Los dos hombres fruncieron el ceño, clavando los ojos en ella. Ella sonrió con pesar. —Dormí en el avión. Oigan, por favor, duerman un poco. Veré lo que puedo averiguar. Al menos, quizá, puedo ir a una biblioteca, leer a través de los periódicos de las semanas pasadas, y averiguar más acerca de las personas desaparecidas. Pero ustedes dos deben descansar un poco. —No sé si puedo dormir —dijo Brent, rastrillando sus dedos a través de su pelo—. Lo que sucedió es mi culpa. Sospechaba... sólo que no sabía. Y si no hubiera llegado hasta donde lo hice, Jean-Luc no hubiera podido abrir el ataúd. Y ahora... bien, estoy preocupado por toda París, y terriblemente inquieto por la chica. Ella está en serio peligro, más de lo que ella puede comenzar a suponer. Especialmente siendo que es una DeVant. —Tú estabas allí, Brent, cuando yo no tuve la intuición para preocuparme —dijo Lucian. —Por el poco bien que hizo. —Quizá más del que puedas suponer. —DeVant lo supo —dijo Brent—. Por eso es que él envió a su nieta… —Él está viejo y enfermo, pero su mente todavía debe ser fuerte —dijo Lucian. —Él no sospechaba lo que pasaba, o no habría enviado a su nieta. Sin embargo... ella tiene una prima. Ann DeVant. Y ni parecen entender lo que realmente ocurre. Están en extremo peligro. —Por lo que se refiere a las chicas —dijo Jade—, ese problema puede ser fácilmente solucionado. —¿Y cómo es eso? —le preguntó Brent. —Simplemente vamos al Chateau DeVant. Lo antes posible. Es algo que debemos hacer de cualquier manera. —Naturalmente, debemos entrar en el castillo. Acercarnos, y convertirnos en amigos íntimos de los habitantes —concluyó Lucian. Se levantó, entonces bajo la mirada a su mujer—. Ten cuidado. Aun durante el día, ten cuidado. —Sé algo sobre lo que estoy haciendo —aseguró. —No estoy seguro de que pueda descansar, que me atreva a descansar —dijo Brent—. Tara Adair estaba en la cripta. Ella no quería que yo fuera a la policía solo. Va a tomar medidas con la policía eventualmente, porque sentirá que es su deber. La policía puede ser un peligro. O puede que no. Quien sabe exactamente quién está allí afuera justo ahora. Pero si llegan a ella antes de que lo hagamos nosotros... —No lo harán. Todavía no. No durante el día. Y aunque ella eventualmente pueda ir a la policía, creo que Jacques la detendrá —dijo Lucian. —Si tienes la intención de ayudarla, Brent, tendrás que tener tu juicio y tu fuerza contigo —le recordó Jade. Ella lo estaba observando con curiosidad—. Por supuesto, puede haber una forma de que puedas dormir y aún la puedas proteger. —¿Oh? —Duerme con ella.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0066 Fue un día increíblemente ajetreado. Una ridícula reunión después de otra. Eran casi las dos, y Ann no había tenido tiempo ni para una taza de café. A las dos, dejó caer las hojas de los memos de la junta en su escritorio, se levantó, agarró su bolso, y salió hacia el escritorio de su secretaria. —Henriette, voy por café. No me importa quién llame por teléfono. Tengo que tomar un descanso. —¡Por supuesto... mantendré alejados a todos los demonios! —declaro con la fuerza de un león Henriette, bonita, joven, y leal a su jefa. Ann le sonrió y se apresuró a bajar a la planta baja, entonces salió afuera y cruzo al otro lado de la calle. Caminó hacia el pequeño puesto de café y ordenó café y un croissant, aunque era tarde y sólo quedaba uno, y estaba probablemente pasado. La mujer detrás del mostrador estaba ocupada, e intentó darle todo al mismo tiempo mientras que ella todavía estaba luchando con la cartera por su dinero. Se sorprendió cuando un hombre junto a ella repentinamente le echó una mano, tomando el café y el croissant. —Merci —murmuró. Fue sorprendida cuando él contestó con un acentuado. —De rien —Ella lo miró, pero entonces se encontró quedándose con la mirada fija. Él era alto, rubio y apuesto, con una sonrisa encantadora. Su mano se congeló en su bolso. —Usted se veía como si necesitara un poco ayuda —dijo él en inglés—. Lo siento... ¿usted habla inglés? —Sí, hablo inglés muy bien —dijo con una sonrisa—. Y le agradezco, muchas gracias. La mujer detrás del mostrador se aclaró la voz impacientemente. Ann empujó los francos en su mano, entonces recogió el café y el croissant del estadounidense. —Esa es mi mesa... allí. No hay más vacías. Quizá usted se una a mí. Ella había tenido la intención de llevar su café y su croissant de regreso a la oficina. Ya no. Ahora, iba a tomarse diez minutos completos. Tal vez quince. —Gracias. Él sacó una silla para ella. Ella se sentó, extendió una mano hacia él. —Ann DeVant. Gracias por su ayuda, y por compartir su mesa. —Rick. Rick Beaudreau. Es un placer, mademoiselle. Lo siento, ¿es mademoiselle? Soy terriblemente grosero, supongo. Lo siento, sólo la vi parada allí... y... —No estoy casada —dijo Ann—. Entonces, usted es obviamente un visitante en París. Aunque su nombre es francés. —Soy cajún —dijo—. De Nueva Orleans. —Ah…
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—Por favor, disfrute su croissant ―señaló la comida que no había tocado. Ella mordió un pequeño pedazo. Había estado muriéndose de hambre. Y ahora... Su sonrisa se profundizó. Era un hombre muy apuesto. Impactantes ojos azules que iban con su cabello rubio. No había conocido a alguien tan atractivo de desde... Willem. Sintió una oleada de enojo. Por un momento, incluyó a todos los hombres. Bueno, éste era simplemente un turista. Pero era agradable, y atento. Y muy atractivo. —No estoy casado tampoco —dijo él. —Imagino... que está de vacaciones. Él se encogió de hombros. —Estoy fuera. Estoy en medio de un proceso de curación, se podría decir. —¿Oh? —He estado en Europa un buen tiempo. De hecho —dijo pesarosamente—, mi francés debería estar mucho mejor. Sufrí un accidente hace un tiempo. Un terrible incendio. Estoy todavía recuperándome un poco —Se inclinó hacia ella—. París parece ser el lugar correcto ahora. Llegue a... visitar a algunas personas. Pero ahora... bueno, creo que quizá sea llamado a estar aquí por mucho más. Su apreciación de ella era definitivamente evidente. Pero buena. Y él era educado, con la admiración en sus ojos, y en su tono. —Es muy halagador —dijo, forzando su tono para ser seca. Ella era francesa después de todo, y ni un poco ingenua. —Pero realmente —dijo—, usted es... hermosa. Ella se rió. —Gracias. —Verdaderamente, es un placer. Ella clavó los ojos en él, asintiendo con la cabeza con una sonrisa sardónica todavía en el lugar. Entonces miró su reloj de pulsera. —Tengo que irme... temo que no estoy de vacaciones. Pero fue agradable conocerlo. —¿Viene aquí todos los días? —preguntó, agarrando su mano. Ella recorrió la mirada abajo. Él tenía manos grandiosas. Grandes. Ligeramente callosas. Podía imaginarse... —A veces —Ella no quería jalar su mano. Quería demorarse. Suspiró interiormente. Tenía que regresar al trabajo. Sonrió abiertamente de repente, obligándose a liberar su mano—. Salgo de noche a veces, también. Esta noche. Con mi prima. Una americana. Creo que iremos a un lugar llamado La Guerre. Con esas últimas palabras, se apartó, salió corriendo. Aunque estuviera tentada de hacerlo, no volvió la mirada atrás. Sus mejillas, se percató, llameaban. Eso en cuanto a su sentido de sofisticación. No, no miraría atrás, y forzaría el rubor a irse de su rostro. Él sabía dónde estaría. Si tenía interés, estaría allí.
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De regreso en su escritorio, comenzó a trabajar, entonces sintió la presencia de alguien en su puerta. Willem estaba allí. Alto, amable como siempre, perfecto en un traje de diseñador. Su corazón brincó. Él había estado allí un rato, pensó con asombro. Había habido un tiempo cuando ella habría sabido el segundo en el que había llegado. Y ahora... Ella le dio las gracias a Dios por el americano. Él le había devuelto su confianza y su equilibrio. Podía ser capaz permanecer sentada. Clavó los ojos en Willem, sin moverse. —No estoy en la oficina —dijo él. —¿Qué quieres? —El perdón. Ella negó con la cabeza. —Nunca perdono, y nunca olvido —intentó mirar hacia abajo. Pero había algo en él. Siempre lo había habido. Volvió la mirada de nuevo arriba. —Te amo —dijo él. Su voz era ronca y gruesa. Su expresión era dolorida, tanto que casi saltó fuera de su asiento para ir hacia él. De alguna manera, permaneció sentada. —No sé... Lo que estaba haciendo. Tal vez tenía miedo de lo profundamente que me importabas. O tal vez resentí el hecho de que me veías, pero nunca me llevabas a casa, no me involucraste con tu familia, con tu vida. Me he esforzado tanto en hacer lo que tú querías. Sabía que estaba equivocado. Pero desde que hemos estado separados... Ann, lo sé. Quiero casarme contigo. Ella clavó los ojos en él, conmocionada. Simplemente hace un poco más de una semana, tales palabras la habrían tenido desmayándose, temblando, deleitada, en la cima del mundo. Y ahora... Qué día tan extraño. El estadounidenses en el café, y ahora Willem... —¿Ann? —No sé. Déjame pensar. Tal vez hablemos más tarde. Ella volvió a mirar abajo. Las palabras en la página delante de ella se confundían. Se esforzó por no volver a levantar la mirada. —¿Cuándo? —No sé. —¿Esta noche? —No, tengo planes con mi prima. —¿Tu prima americana? A quién no he conocido. El resentimiento estaba allí. Tal vez había sido demasiado desconfiada. Tal vez se lo debía. ¡Él la había engañado! —En unos días, quizá, hablaremos. Sintió cuándo él se alejó de su puerta. Le oyó caminar para el escritorio de su secretaria. Hablaron casualmente sobre una fecha de publicación. Ann se mordió los labios con fuerza. Quería pararse, y seguirlo. ¡No! Esta noche, ella saldría con Tara.
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Y quizá vería al apuesto americano otra vez. Y bien, quizá, lo conocería mejor. Sabría lo que sentía en realidad, y al menos... Le retribuiría a Willem por lo que le había hecho.
Dubois estaba enfurecido. La policía podía ser tan increíblemente molesta, especialmente el inspector Javet. El hombre aparentemente pensaba que era una especie de pared sólida de testosterona con derecho a entrometerse en cosas sobre las que no sabía nada. Por tercera vez, estaba interrogando a Dubois. Esta vez, Javet había venido a su casa. La última vez que habían hablado, lo habían hecho en la estación. Entonces, había sido presentado a los detectives especiales del crimen de París que le explicaron que su sitio de excavación estaría cerrado durante algún tiempo. Bueno, simplemente había explotado. Javet pacientemente le había explicado que un hombre había sido asesinado. Dubois simplemente había explotado de furia. —¡Son unos tontos! Esto es historia. ¡Éste es un descubrimiento del mundo científico, un descubrimiento que es mucho más grande que la pérdida de un solo hombre! ¿Usted piensa que Howard Carter nunca perdió a un trabajador al buscar la tumba de Tutankamon? ¡No puede, no debe, detener mi trabajo! Él no debería haber explotado. Siguió diciendo lo apenado que estaba por Jean—Luc. Pero fue muy tarde. Los caballeros comenzaron a interrogarlo otra vez. Entonces, por supuesto, había intentado hacerles ver que estaban acosando al hombre equivocado. Deberían haber ido detrás del estadounidense, Brent Malone. —Naturalmente, continuamos en sus alrededores, pero no creo que su trabajador nos pueda decir nada más de lo que ha dicho ya. —¡Seguramente, si él hubiera asesinado al hombre, no entraría y se lo diría así! —Dubois estaba impaciente porque los policías parecían ser tan tontos. Habían tenido poco que decir. Habían sido enteramente cordiales. Lo habían excusado. Y ahora, Javet estaba ahí. Dubois no le pidió que se sentara, ni le preguntó si le gustaría vino, agua, o cualquier cosa. Apenas lo dejó pasar por la entrada. Otra vez, Javet parecía insensible a su rudeza y al hecho de que él no quisiera al inspector en su casa. —Profesor Dubois, creo que usted nos puede dar una gran cantidad de ayuda con conocimiento que ni siquiera pueda saber que posee. Nos gustaría ver todas sus notas referentes a la excavación. Y especialmente, nos gustaría saber de alguien a quien usted se acercara para ayudarlo en financiarla, alguien a quien usted pudiera haber sugerido que la excavación podía proporcionar tesoros increíbles de un alto valor monetario. —Mis notas...—Frunció el ceño y sopesó los riesgos—. Inspector, hice realmente una gran contribución para la actual St. Michel para que se me concediera el derecho para la excavación. Y mi trabajo... no, no, lo siento. Usted no puede tener mis notas. Mi trabajo es privado. Mi trabajo es como la tela de un artista. No dejo que nadie mire hasta que esté completo. —Debo decir, que Profesor, tenemos curiosidad acerca de esa fuerte donación. Temo que nosotros, humildes policías, preferimos pensar que los maestros y eruditos son, por mucho que nos consideremos así nosotros mismos, tristemente mal pagados.
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—Soy capaz de ahorrar —dijo Dubois fríamente—. Vivo muy sencillamente, como usted puede ver. —La casa es realmente encantadora —dijo Javet, sonriendo casualmente mientras echaba un vistazo alrededor. —La casa es realmente vieja, y se está cayendo alrededor de mis oídos —espetó Dubois. —Ah, de acuerdo entonces, había esperado que pudiera haber algo de ayuda que usted nos pudiera decir. Si se le ocurre cualquier cosa, por favor llámeme por teléfono. Javet asintió educadamente, se dio vuelta, y se fue por la puerta que estaba justo a sus espaldas, porque Dubois se había posicionado en la entrada para impedirle al inspector pasar más allá. Cuando Javet se fue, Dubois se recargó contra la puerta, su corazón palpitando demasiado a prisa, sus palmas empapadas de sudor. Maldijo. Javet era un asno. Pero era un problema. Un verdadero problema. Como lo era el americano. Dubois sonrió. El estadounidense era un problema que podía ser solucionado. Sólo tenía que dar la orden. Sintiéndose mejor con ese pensamiento en mente, entró en su cocina y se sirvió una medida grande de buen vodka ruso. Aún mientras estaba parado en la ventana, su corazón comenzó a hundirse. Su boca y garganta se quedaron secas, a pesar del licor. De un trago logró terminarse el vaso doble antes de darse la vuelta. Supo que no estaba solo. Su visita estaba parada en la puerta de la cocina y clavaba los ojos en él desdeñosamente. —Usted la jodió, Dubois. Usted la jodió… y va a pagar por eso... El vaso de Dubois cayó al piso, mientras su visita daba un paso en dirección a él.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0077 Al fin, Jacques estaba durmiendo. Tara se había esmerado en escuchar, pretendiendo que ella creía, que entendía. Pero él había visto su expresión... una que no había podido esconder cuándo él expresó su creencia referente al asesinato... e inmediatamente se había alterado. Repentinamente había olvidado su inglés y había cambiado a francés, tan rápida y tan salvajemente que ella no había alcanzado a entender lo que había estado diciendo. Y el miedo se apoderó de ella. Su abuelo estaba perdiendo el juicio. Era un hombre tan maravilloso, y había apreciado mucho su habilidad para pensar y razonar toda su vida. Pensar que su mente podría estar yéndose... Era horrible. Pero con el tiempo lo calmó. Lo convenció de que mantendría una mente abierta. Le aseguró que podría averiguar lo que la policía estaba haciendo sin tener que decir jamás que había estado allí cuando ocurrió el asesinato. Podía ser una turista preocupada, intentando sentirse segura en la ciudad de París, y en el pequeño pueblo donde se estaba quedando. Había jurado eso, aunque encontró sus palabras imposibles de creer, mantendría una mente abierta. Y él se había ido a la cama. Mucho después, se sentó en su balcón. Se preguntó si contarle o no a Ann sobre el incidente, entonces supo que no podía traicionar a Jacques. Tenía que rezar para que la policía encontrara al asesino rápidamente. Eso daría descanso a su mente. Le preocupaba que tal vez se estuviera teniendo una neurosis, ahora que él había regresado a Europa después de haber estado en los Estados Unidos tanto tiempo. Había sido en el frente ahí donde él había peleado, un soldado especial de la Resistencia con las tropas Aliadas. Quizá necesitaba hablar con alguien, un profesional entrenado, no una nieta que lo adoraba y estaba involucrada tan profunda y emocionalmente. Mientras se preocupaba, Katia fue a decirle que Ann estaba en el teléfono. Su prima era inteligente y alegre, arrasando en el mundo de todos los días. —¡Reuniones, reuniones, reuniones! ¡Tenemos reuniones acerca de cuándo programar reuniones! ―dijo—. ¿Pero sabes qué? A pesar de lo que ha ocurrido, vamos a salir. Tengo una de esas pequeñas armas de shock, tú sabes. Hace mucho tiempo, el abuelo insistió en que la llevara y además tengo una maza, también... la cuál tu padre insistió en que yo cargue. —Sí, lo sé. Él insistió en que también la tuviera en Nueva York—dijo Tara. —La verdadera gran ciudad. —París es una ciudad bastante grande. —Por supuesto, pero no estaremos exactamente en París esta noche. Nos mantendremos cerca de casa, y estaremos listas, vigilantes, y cautelosas. ¿A ti no te da miedo salir? —No. —¡Bueno! Necesito tomar unos tragos. Algo de risas. Y tal vez algunos bailes con un hombre apuesto. O, al menos, con un hombre. Pensando en eso, solamente para un baile, cualquier viejo ‒o cualquier joven‒ servirá. Oye, voy a trabajar hasta tarde, así que sólo pasaré rapidamente, toco
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el claxon, y bajas, si eso está bien. Iremos a La Guerre... que está justo en el pueblo, no demasiado lejos de la iglesia. Es decir, si a ti no te da miedo ir cerca de la iglesia. —Difícilmente creo que el asesino vaya a quedarse alrededor del sitio del asesinato —dijo Tara. —¿Está todo bien allí? Ella vaciló, entonces contestó rápidamente. —Sí, estupendo. El abuelo está durmiendo. —¡Bien! A él no le importará que salgamos juntas una noche. Siempre está encantado cuándo su familia permanece cerca. —Estaré lista cuando toques el claxon. Tara colgó el teléfono luego de su conversación con Ann. Necesitaba salir. A un bar lleno de humo, charla, ruido. Donde podría haber borrachos y sátiros... Pero borrachos cuerdos. Y sátiros ordinarios. Dormir... Dormir, demasiadas veces significaba sueños, y los sueños demasiadas veces significaban pesadillas. Las pesadillas estaban hechas a menudo del pasado. Él casi podía sentir el dolor otra vez. La agonía que parecía golpear continuamente contra él, carne y hueso, afuera, adentro. Podía recordar a los hombres hablando, los doctores observándolo con la mirada fija. Podía recordar las agujas, la manera en que lo inyectaron, probando su fuerza, su reacción al dolor. Recordó el desamparo, la agonía, la furia. Allí estaba el doctor a cargo, quien se ocupó de que fuera amarrado a la cama con abrazaderas de acero cada vez que empezaba sus experimentos. El doctor no se molestó en hacer presentaciones, pero le dio gusto informarle al teniente que podría ser llamado el dios de la muerte en cualquier momento. Los hombres lo llamaban Doctor o General Andreson. A veces, cuando el teniente se retorcía y se daba vuelta, maldiciéndole, Andreson se inclinaba acercándose, como si escuchara música de rapsodia en vez de los gritos y maldiciones de un hombre en agonía. Entonces tocaba la cabeza del teniente casi tiernamente y le decía. —Maldígame, si quiere. Por cualquier nombre, pues uso varios. Condéneme... maldígame, pues sus palabras son simplemente una melodía en mi mente. Su fuerza era realmente increíble. Debería estar muerto para este momento, pero no lo está. ¿Eso no lo pone un poco curioso? ¡Ah, a mi me fascina! Andreson era un amo de la tortura y el dolor. Y mientras viviera, el teniente no lo olvidaría. Pero podía recordar al doctor Weiss también. El hombre que estaba quieto en silencio, dcon las manos en las espaldas, la cara sombría, así continuamente. Y nunca olvidaría la forma que el hombre se le acercaba cuando los demás se iban. La tela refrescante en su cabeza. Las píldoras rápidamente colocadas bajo su lengua, antídotos para el dolor. Él sabía que Weiss robaba las píldoras. Y sabía que Weiss arriesgaba su propia vida para ayudar de cualquier forma. Cuando él intentaba agradecerle, el hombre enrojecería y le contestaba. —No todos somos monstruos. Muchos somos buenas personas. Pero tenemos miedo. Y el miedo... bueno, el miedo es la máxima arma en la tierra. El teniente formó las palabras con sus labios. —Gracias. Gracias. Todavía creo que hay un Dios, y él lo bendecirá. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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El delgado hombre pequeño con anteojos con montura de alambre enrojeció aun más. —Si usted me va agradecer de algún modo, por favor crea que hay bondad entre mi gente. Esos que aman a sus hijos, que honran a Dios, que aborrecen... el dolor. La píldora para el dolor comenzó a funcionar. Él casi podía sonreír. —Lo sé, Doctor Weiss. Lo sé. No odio a las personas, odio a esos gobernantes que no valoran la vida humana. No es que importe, ¿verdad? Nunca saldré de aquí vivo. —Oh, pienso que usted vivirá —dijo el doctor Weiss, y el sonido fue casi triste y amargo. —Nadie más sobrevivió, ¿o sí? —Nadie, nadie entre los aliados, y nadie de nuestros soldados, tampoco. —Qué extraño... —Usted no sabe, ¿verdad? Usted no entiende en absoluto lo que sucedió, ¿verdad? —Disparábamos, disparaban, y repentinamente, parecía que cada lobo en Europa peleaba su propia guerra. —Pobre muchacho... El doctor Weiss alisó atrás el pelo de su frente, mirando hacia las ventanas. Él volvió la mirada de nuevo hacia el teniente ansiosamente. —Quieren conocer su fuerza. Quieren utilizarlo. Quieren saber exactamente cómo sobrevivió usted... y si lo hará, cómo continuará sobreviviendo. Pero usted ve, lo sé. —¿Y cómo es eso? El doctor Weiss no pareció oír su pregunta. —De alguna manera, y pronto, debo sacarlo de aquí. Debo. Se darán cuenta de su fuerza, y tendrán miedo, y lo destruirán. Debo pensar... debo pensar… Él iba a la deriva en el sueño, pero no podía evitar pensar en Weiss. El hombre había mostrado increíble bondad frente a un serio riesgo. —Probablemente estoy más que medio muerto ya —dijo el teniente—. No haga nada tonto. Su país necesitará a hombres como usted, cuándo esto termine. Otra vez, el doctor no lo estaba mirando. Él estaba con la mirada fija afuera en la noche. Y volvió a mirar al teniente, sus facciones se retorcieron de miedo. Sus palabras llegaron a tropezones. —Rezo... rezo... —¿Qué es eso? —comenzaba a arrastrar las palabras. —Rezo porque no sea usted el que me mate a mí. Se despertó con un sobresalto. El sudor corría por su espalda. Dormir, descansar. Sueños, pesadillas. ¡Dios mío, no más! Esa noche, La Guerre estaba a rabiar. El extraño asesinato era un tema de conversación, pero no uno que pareciera importarle a mucha gente. Una banda musical ya tocaba cuando Ann y Tara llegaron. Estaban tocando en su mayor parte éxitos pop americanos. Las mesas estaban llenas. Había algunos asientos libres en el bar y Ann y Tara los tomaron. Ann instantáneamente la presentó a Tomas, el cantinero, como su prima americana. Tomas les dijo que tenía un buen vino de la casa esa noche, ¿querrían probarlo? Lo harían. Cuando su vino llegó, Ann bebió su copa casi inmediatamente. Tara estaba tentada a hacer lo mismo. Estaba dividida entre preguntarse si su abuelo se había vuelto loco, o si todo el mundo lo Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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había hecho. Ostensiblemente escuchaba a Ann hablar de su día en la oficina, cómo habían pasado a través de junta tras junta, pero también estaba escuchando a aquellos a su alrededor. —Creo que el profesor, ese tipo Dubois, tiene algo que explicar —dijo una chica en la mesa detrás de ellas. —¡Dubois no tiene sino espuma en la boca porque la policía cerró su sitio! —Uno de sus compañeros contestó. —Bueno, a menos que sea un actor muy bueno, creo que eso le deja fuera como el asesino — contestó la joven. —Nunca puedes decirlo con esos tipos científicos. —¿Qué hay del trabajador que encontró el cuerpo? —dijo la chica, su tono repentinamente sin aliento— ¿Viste su foto en el periódico? —Ahí tienes alguien sospechoso —le contestó uno de sus compañeros masculinos. —¡Oh, bah! ¿Quién mata a alguien y se dirige directo a la policía? —Y vamos a publicar un libro sobre el tratamiento gourmet de perros y gatos como la principal proteína básica —dijo Ann. —¿Qué? —demandó Tara, dándose cuenta de que su prima estaba clavando los ojos en ella. —No has estado escuchando una cosa de lo que he dicho —se quejó Ann. —Lo siento, lo he hecho. Algo. Es sólo que ha sido un largo día. El abuelo todavía está empecinado no sé por qué... yo estaba tan cansada... pero apenas dormí anoche. Continuamente tuve pesadillas sobre lobos. —Oh, sí, pensaste que viste uno. —Todavía pienso que vi uno. —Te lo dije, no hay lobos. Bueno, por supuesto, hay lobos humanos. Como el tipo pasando por la puerta justo ahora. Ooh, la la. Hay un ardiente ‒ardiente‒ lobo para ti. Pero, por supuesto, siempre debes tener mucho cuidado con los lobos. Te consumirán, a menos que los detengas. —Tal vez hubo un circo en la ciudad. Tal vez una criatura se escapó del zoológico. —Lo habríamos visto en el periódico. —¡No cuando tenemos una historia local como el asesinato en la excavación! —Hum. ¿Y es eso por lo qué ‒no has notado al menos‒ mi estado de excitación? Tara clavó los ojos en su prima culpablemente. —Estás entusiasmada. ¿Qué pasó? Lo lamento, debería haberme fijado de inmediato. —Sí, deberías haberlo hecho. —¿Y bien? —¡Fue un día que no creerías! ¡Primero... estaba tan ocupada! Salí por café, y estaba luchando con las tazas, el dinero y la comida y... entonces conocí a un americano. Tara arqueó una ceja. —Un americano en París. Qué novedad. Ann frunció la cara. —Un americano como este es novedad en cualquier parte, te informo. Él era magnífico. Alto, rubio, bronceado, tan apuesto. Y estaba completamente sobre mí. —¡Imagínate que un americano bien parecido vea una belleza parisiense e intente conquistarla! Ann se rió otra vez. —Sé que le voy a ver otra vez. —¿Hiciste cita? —¡Más o menos, pero espera! Justo después, llegué hasta mi oficina, y de la nada Willem está repentinamente en mi puerta. Él está casi hasta las lágrimas, queriendo que lo perdone. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Vaya. Un día de sucesos —Tara sorbió su vino, estudiando a su prima—. Entonces, ahora hay dos hombres rendidos a tus pies. ¿Qué vas a hacer? Ella se encogió de hombros, una pequeña sonrisa secreta en su rostro. —Bueno pues, realmente me destrozo lo que hizo Willem. Y el americano era... se parecía a alguien de esa vieja serie... Baywatch. Lo voy a ver, le doy una pequeña oportunidad... y tal vez, en algún momento, hablaré con Willem. Estaba enamorada de él. ¿Pero cómo puedes permanecer enamorada de un hombre en quien no confías? Pero bueno, otra vez, en una semana, no te desenamoras. Sin embargo, en cuestión de momentos, puedes sentir fascinación y... bueno, tú sabes, lujuria. —Lujuria… en cuestión de momentos ¡Vaya! Ann se rió. —¡Oh, vamos, vamos! ¿Nunca has sentido eso antes? Digo, simplemente mirar a alguien y pensar, apostaría a que él es genial en la cama. —He pensado en tipos tan atractivos sin preguntarme inmediatamente lo que harían exactamente con todo ese atractivo. —¡Tú lo bloqueas! Simplemente piensas que eres demasiado juiciosa para tal comportamiento. No siempre actuamos sobre esos impulsos, pero eso no significa que no estén allí. —Montones de personas son atractivas. ¿Deberíamos acostarnos con todos ellos? —Sólo si el deseo está realmente allí —bromeó Ann. Ella estaba de cara a la puerta. Tara estaba frente a su prima. —¡Ahora —murmuró Ann—, hablando de gente bonita! Hay dos de ellos entrando mientras hablamos. Uno de mejor apariencia que el otro. Bueno, diablos. Hay una mujer con ellos. ¡Nop... no voltees! Caramba. Todos los lindos están siempre ocupados. Y aun parecen estar sincronizados. Bien vestidos. Deben estar casados. Uno de los tipos debe ir con la mujer. Pero... no mires ahora, pero, repito, ¡vaya! Y sólo una mujer... no puedo decirte bien con cuál va ella. A menos que vaya con los dos. No... no se ve de esa clase. Pero de todas formas, ¿qué… aspecto tiene esa "clase"? Tara se rió suavemente. —¿Estás segura de que necesitas que te escuche? Pareces muy capaz de llevar una conversación completa por ti misma. Ann le frunció la cara. —Tú no has visto lo que yo he visto. —Bueno, entonces, miraré... —¡No te atrevas a darte la vuelta y quedarte con la mirada fija! Parecerá que salimos al acecho, buscando hombres. —Bueno pues, si lo recuerdas, estábamos de acuerdo en que ambas necesitamos conocer personas nuevas. Pero claro, eso fue antes de que el estadounidense cayera en tu regazo ‒o en tu café con leche‒ y Willem saliera a escena en tu oficina. Pero entonces, qué demonios, tal vez debería haber un tercer tipo en la alineación de jugadores. —No seas vulgar. Nunca recogeríamos a desconocidos en un bar. Tara comenzó a darse la vuelta. —¡No, no, no! ¡Te dije que no puedes mirar ahora! Ciertamente no queremos ser obvias. —No somos obvias. Acabas de decir que nunca seríamos tan vulgares como para recoger a desconocidos en un bar. —Claro que no. Nos haríamos amigas de ellos antes de que los recogiéramos. Tara suspiró.
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—Honestamente, Ann, no estoy segura de que quiera hacer nuevos amigos. Creo que tengo suerte de no estar involucrada con nadie por el momento. Jacques va a tener mi atención completa mientras esté aquí. —Se fue por la tangente otra vez, ¿eh? —murmuró—. ¡Oh, Dios Mío! —Respiró repentinamente. —¿Qué? —Alto... agradablemente alto. Hombros anchos. Humm... muy pulcro y ágil. Podría comérmelo, sólo mirándolo caminar a través del cuarto. —¿Quién? —La sensualidad alta, oscura, y andante. Bueno, los dos son oscuros. Y uno está viniendo aquí... creo. Él es más alto que cualquier otro aquí dentro. ¡Señor! —Señor, ¿Qué? Tara comenzó a darse la vuelta otra vez. —¡No! ¡No! ―imploró Ann—. Él viene hacia aquí. ¡Miró hacia acá, y ahora... viene aquí! —Debe ser alguien que tú conoces y no recuerdas. —No. Nunca me olvidaría de que lo conocí. Tara dejó escapar un pequeño chasquido de impaciencia e intentó darse la vuelta otra vez. —¡No! —Ann atrapó sus manos, impidiéndole girar el taburete—. ¡No mires alrededor! —¡Bueno pues, tienes que soltar mis manos! ¡Vamos a vernos muy extrañas! Ann alejó sus manos. —Muy bien, bien. ¿Qué aspecto tiene él?—preguntó Tara. —Pelo oscuro, intenso y oscuro, como marta, oh, sólo lo suficiente largo como para ser muy artístico... bonito marco alrededor de su cara. Cara robusta, pero un conjunto muy agradable juntos. Y sus ojos... Mi corazón revolotea ahora mismo. Con una sensación de creciente temor, Tara miró ceñudamente a su prima y se dio la vuelta en el taburete. Ella casi se resbaló de él. Brent Malone estaba cerca de ella. —Hola —Él tenía una botella de cerveza en su mano, y su sonrisa era tan casual la de cualquier amigo saludando a otro en un lugar público. Él hizo una inclinación amigable a Ann sobre la cabeza de Tara. —Hola —contestó, el sonido de su voz tan tensa como su cuello. —Hola —dijo Ann agradablemente, esperando una presentación. Ella le dio un codazo a Tara—. ¿Y bien? —Brent, mi prima, Ann… mi prima francesa Ann. Ann DeVant, Brent Malone. —Cómo está, es un placer —dijo Brent. —Seguro. Debo admitir que no sabía que Tara tuviera amigos ‒aparte de nuestros viejos amigos de la familia, por supuesto‒ en el área. —Acabamos de conocernos —dijo Brent—. Pero las circunstancias fueron tales que... —Sus curiosos ojos dorados la estudiaron con apesadumbrada diversión—, bueno pues, yo me siento como si nos hubiéramos conocido uno al otro mucho tiempo. —Nunca mencionaste al señor Malone —dijo Ann. —Brent —proporciono él rápidamente—. Estoy con algunos amigos. ¿Les importaría unirse a nosotros? —Oh, no creo que podamos —comenzó Tara. —Nos encantaría—dijo Ann. —Pero no nos quedaremos mucho rato —dijo Tara.
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—Ha sido un largo día, lo cual significa que no tengo prisa en terminar una noche de diversión —dijo Ann. —Entonces háganlo, por favor, vengan. Ann estuvo fuera de su taburete rápidamente. Tara agarró a su prima por la parte de atrás de su blusa. —No confío en él —susurró. —¡Bien, realmente nunca deberías confiar en ningún hombre —le respondió susurrando Ann—. Pero yo voy a seguir a ese... ¡contigo o sin ti! —¡Ann! Con poca elección, Tara siguió a su prima para la mesa que Brent y sus compañeros de alguna manera habían logrado encontrar. —Tara Adair, Ann DeVant, me gustaría presentarles a Lucian y Jade DeVeau. Lucian, Jade, Tara y Ann. El hombre se levantó, saludándolas. La pareja eran las mismas personas que Tara había visto encontrándose con Brent en el café el otro día. La mujer era atractiva ‒mucho‒ con ojos del color del mar y un largo cabello hermoso que parecía un matiz entre moreno y rubio. Ella tenía una sonrisa afectuosa, de bienvenida, que pareció sincera. No pareció en absoluto contraria a que las amigas de Brent fueran a la mesa. Estaba aparentemente casada con el hombre alto de cabello casi negro, ya que compartían un apellido. Él se movía con un poder ágil, seguro, fluido, aun en el simple acto de adquirir una silla extra. En las formas ‒y en una cualidad elusiva que Tara no podía definir muy claramente‒ tenía un magnetismo similar al de Brent Malone. Quizá eso fuera lo que le perturbó más... No había nada acerca de ninguno de esos hombres que debiera ser alarmante, pero tenía la sensación de que sus reflejos serían más rápidos que la velocidad de la luz, y que algo en ellos que ella no podía ver o comprender era peligroso... —Encantados de que se unan a nosotros —dijo Lucian, volviendo a tomar su silla mientras se sentaban—. Entonces, Ann, éste es su hogar. —Sí. Trabajo en París, pero vivo en el pueblo. Tenemos un gran... bueno, no es un castillo en el sentido grandioso de la palabra, pero tenemos una preciosa casa familiar aquí. Tara quiso patear a su prima. No quería a estas personas sabiendo dónde vivían. Pero eso era ridículo. En verdad no le había dicho, pero tuvo la certeza de que Brent Malone sabía dónde es que ella se estaba quedando. —Deben venir y hacer una visita mientras estén aquí —continuó Ann. Tara pateó a su prima. Ann gritó involuntariamente, entonces clavó los ojos en ella a través de la mesa. Tara supo que Brent Malone la estaba observando, sabía exactamente lo qué había ocurrido, y estaba divertido. Estaba segura también que él las había atraído a la mesa específicamente para recibir una invitación al chateau. Ahora, la tenían. —Un chateau, qué encantador —dijo Jade. Lucian convocó a un mesero, su francés parecía tener un acento tan perfcto como cualquiera que Tara alguna vez hubiera oído. —¿Son ustedes franceses? —inquirió. Jade contesto. —Soy originaria del área de Nueva Orleans —dijo—. ¿Y tú? —Nueva York —dijo, devolviendo su atención intencionadamente a Lucian—. ¿Y tú? —A Lucian le gusta considerarse un ciudadano del mundo —dijo Brent.
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—No soy francés, pero he vivido aquí —le dijo Lucian—. He llamado hogar a los Estados Unidos de un tiempo a esta parte. Ella volteó su mirada hacia Brent solo para darse cuenta de que él nunca había dejado de observarla. —¿Y yo? Pensé que nunca preguntaría. Originalmente, vengo de Virginia —dijo él. ―Se habla bastante francés en Nueva Orleans, por supuesto —dijo Lucian—. Es fácil de mantenerlo. —Naturalmente ―dijo Tara agradablemente, pero fijó su atención en Brent Malone—. Pero no he escuchado sobre que sea un idioma tan comúnmente hablado en Virginia. Sus ojos nunca abandonaron de los de ella. —Resulta que soy un estudiante de lenguas —dijo simplemente. —Mi francés debería ser mejor —dijo Jade—. Pero en Nueva Orleans... no tengo la pureza del acento de Lucian, porque temo que tengamos un dialecto. Supongo que, por acá, es una clase de acento francés sureño cortante. —Está bien, hablas el idioma, comprendes lo que se dice —le dijo Ann. Tara vio que su prima estaba ruborizada, y con el sonrojo en sus mejillas, estaba aún más atractiva. Ella estaba charlando en la mesa, pero parecía observar la parte trasera de la habitación. Tara intentó ver lo que ella estaba viendo, pero el bar se había puesto muy abarrotado. De vez en cuando, Ann clavaba los ojos en ella con diversión, y parecía empujar su propia silla más cerca de Brent. Tara no podía evitarlo. Eso no le gustó ni un poco. Lo comprendía. Pero no le gustaba eso, tampoco le gustó el hecho de que el hombre junto a ella estuviera demasiado cerca... y más cerca con cada maniobra que Ann hacía. En verdad, él estaba a una distancia normal, sentados como estaban en un establecimiento tan apiñado. Pero era como si pudiera sentirlo a todo él. La posición de sus piernas debajo de la mesa, perfectamente correcta, pero si ella se moviera, rozaría contra él. Odió la sensación de que un extraño calor parecía emanar de él, compeliéndola a moverse más cerca, como si tuviera frío. Ella no tenía frío. Su aroma... cualquier loción para después de afeitar o jabón que él usara... era atrayente también. Sutil. No había nada abierto acerca de él en absoluto. Pero estaba allí... algo que la llamaba en un alcance subliminal. Y mientras la tentaba, también enviaba relámpagos a su sistema, tremendos destellos que le advertían que fuera cautelosa. Un hombre estaba muerto. Ella sabía que él no lo había hecho. Ah, ¿pero qué si había habido una conspiración? ¿Qué pasaría si esos "amigos" suyos quienes acababan de llegar, hubieran estado en la tumba, ¿qué pasaría si fueran los asesinos? Seguramente, nada de esa conversación de maldad y vampiros había sido verdad, si bien la mente de Jacques y las mentes de esos desconocidos seguían cursos similares. Tal vez también sabían algo acerca de Jacques, sabían que ella había estado en la tumba debido a sus creencias, y estaban sacando ventaja de ellas? —¡Tara!—dijo Ann. Ella saltó. —¿Qué? —Estás a mil millas de distancia. Voy a ir con ese tipo alto de allí. Todos vamos a bailar. Brent acaba de pedirte que te unas a él. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Oh, lo siento. Yo, eh, creo que me disculparé —dijo. Lucian y su mujer estaban ya de pie. Ann prácticamente estaba corriendo ‒empujando y abriéndose paso a empellones‒ dirigiéndose hacia la parte de atrás del salón. ¿Qué tipo alto? Tara todavía no sabía a quién había estado observando su prima. —¿Tara? ―Brent la estaba mirando. Había un definitivo destello humorístico en sus ojos, y quizá un desafío. Su mano estaba estirada hacia a ella. Quiso brincar y golpear su mano a un lado. Pero repentinamente, sus largos dedos bronceados, ásperos por el trabajo, estaban en su brazo. —¿Segura no quieres unirte a ellos? Ella trató de encontrar a su prima en la pista de baile. No la podía ver, y quizá sin motivo, se preocupó por ella. Se quedó mirando la mano de Brent sobre su carne. Ella quiso tirar de su brazo, pero no lo hizo. Sintió su corazón tamborileando. —No confío en usted más allá de que lo que podría tirarte —dijo rotundamente—.Y estoy preocupada por mi prima. —Lo sé. —Oh, ¿lo sabes? —Eres como un libro abierto. —Entonces deberías saber que pienso también esto... quiero que nos deje solas. —Tu prima se ve feliz. —Pero no debería estarlo. Hay algo... algo falso sobre todo lo tuyo. Sus pestañas descendieron sobre sus curiosos ojos por un largo momento. Entonces clavó la mirada en ella otra vez. —¿Falso? —Es la mejor palabra que se me ocurre que se ajuste a la sensación. —¿Falso? Vaya, estoy... destrozado —¿Cómo es posible que pueda apabullarte? Tú apenas me conoces. Eres un exagerado. Y un mentiroso. —No creo que te haya mentido —dijo—. Y tampoco creo que consideres que apenas me conoces. ¿Eres siempre tan fría? —Sólo cuando conozco a un hombre mientras otro es brutalmente asesinado. —Mire, lo juro, no somos falsos. Pero veamos... en el momento en que estabas perdida para nosotros, estabas pensando que uno de mis compañeros podría haber entrado silenciosamente y matado a Jean-Luc, mientras yo estaba persiguiéndote en la tumba. Ella estaba tan alarmada de que hubiera adivinado sus pensamientos tan exactamente que jadeó en voz alta. —Siéntete en libertad de revisar sus pasaportes y pasajes de la aerolínea — dijo, quitando la mano de su brazo y alejándose―, recién han llegado. —Oh, de verdad, ¿y las autoridades me darán esa información? —Estoy seguro de que puedes encontrar la manera de investigar exactamente cuando llegaron y de donde… —Estupendo. Voy a hablar con la policía. —No les digas que estabas allí —dijo. Las palabras eran calmadas. Aún así, una orden y una advertencia. —No te entiendo. Eres un tonto. Podría absolverte completamente. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Él se inclinó hacia adelante, muy cerca, y muy intenso. Ella se abrumó otra vez por una extraña sensación de calor. Se dijo que no retrocedía porque no tenía la intención de ceder a tales fantasías. −No dejes que tu nombre se vea envuelto en lo que pasó –continuó−Tu no confías en mí más de lo que podrías empujarme, pues bien, te lo digo, y no confío en Dubois. Y ambos sabemos que hay un asesino allá afuera. —Tú conoces a mi abuelo, o algo sobre él, ¿verdad? ―demandó—.Conoces su reputación como escritor, y piensas que él será tu aliado al insistir en que hay pura maldad en el suelo. Bueno, no la hay. Hay un asesino allí afuera. —Tara, ya sea que el asesino sea humano... o sobrehumano de algún modo, el peligro permanecería si permitieras que tu nombre se vea involucrado en la investigación. —Tu nombre está involucrado seguramente... y aquí estás, afuera en el pueblo, disfrutando de la vida con tus amigos. Aunque cómo te las arreglaste para estar en esta parte del pueblo, no estoy del todo segura. —Necesito ver a tu abuelo. —No te quiero cerca de él. —Temo que eso no me importa. —Él es muy viejo, y está enfermo, y no voy a dejar que lo lastimes. Sus ojos fijos, pareciendo de amarillo puro, se quedaron mirando los de ella. A pesar de sí misma, se encontró creyéndole cuando él dijo. —No lastimaría a tu abuelo por nada del mundo. De hecho, le defendería con mi último aliento. —Tú no necesitas defenderlo. Él tiene a Ann, y me tiene a mí. —¿Y qué pasa si descubres que necesitas ayuda? —Entonces llamaré a la policía. —¿Y qué pasaría si ‒ y solo si‒ algo de su plática ‒o la mía‒ resultara ser legítio? Llamar a la policía podría no ser la respuesta que necesitas. No sabes contra lo que estas luchando. —¿Y tú lo sabes? —Recordarás que encontré el cuerpo de Jean-Luc. —Te diré algo, si llego a eso, te llamaré. —Nunca has pedido mi número. —Oh... Él empezó a escribir en una de las servilletas. —Aquí tienes, mi número, en caso de que lo necesites—le pasó la servilleta—. Por favor, es simplemente un número de teléfono. Consérvalo... Ella dejo escapar un bufido que a propósito exhibía gran impaciencia. Pero deslizó la servilleta en su bolso. —¿Por qué no bailarás conmigo? —le preguntó a ella. —Creo que he sido medianamente abierta. No confío en ti. No me gustas particularmente. Él extendió una mano hacia la apiñada pista de baile. —Eres es una mentirosa. Eres muy suspicaz, pero te intrigo, y creo que te gusto mucho. —Bastante seguro de ti mismo, ¿no es verdad? —Tal vez. Pero no creo que esté equivocado. —Veamos, te encontré en una cripta justo en el momento en que un hombre estaba siendo asesinado. —Así es. Tú sabes que no lo hice. —Pero sabes algo al respecto... Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Lo suficiente como para saber que te pondrás a ti misma en peligro si no aprendes a confiar en mí. —No me has dado nada en que confiar. —¿Por qué no te das media oportunidad? Quizá es solo el trasfondo de tu mente artística, y tal vez sea más que eso, pero no creo que en realidad pienses que podría causarte algún daño. Pero por otro lado, ¿exactamente qué piensa que te podrías hacer allí en la pista de baile? Vamos estamos pareciendo extremadamente antisociales. Sé realmente atrevida, ven a bailar conmigo. Él no le dio elección. Se había levantado, y había tomado su mano. No había nada apretado o feroz en su agarre en absoluto. Y sin embargo... No estaba del todo segura de que hubiera podido soltarse.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0088 El momento entre el sueño... y la sensación de poder cerca del despertar... podía ser lo más maravilloso. Y ahí fue cuando ella le oyó. Mi amor... Las palabras, tan suaves al principio, volviéndose más fuertes. Débiles, un sueño, imaginación, anhelo, deseo. Y entonces... Te puedo sentir, háblame, ¿dónde estás? Ella anheló responder. Lo deseo con cada fibra de su ser. El hecho de que él estuviera cerca... que se quedara, que estuviera allí afuera. El júbilo barrio a través de ella, y su respuesta llegó sin pensamiento o esfuerzo. Pero entonces se contuvo. Había algo más allí afuera. Alguien. Otra entidad. Y cuando respondió, lo hizo cuidadosamente, casi amargada, sintiendo una corriente nueva de odio y determinación. Una vez... Pero solo una vez, había sido hacía mucho tiempo. Inhaló el dulce aroma de la tierra antigua. Sintió el poder de la nueva vida, la sangre nueva, llenando sus venas. Sintió el calor de esa vida, real, sólida, fuerte. Te encontraré... Su nombre otra vez. Suave. Anhelante. Y entonces la comprensión de su fin. Silencio. Ellos podrían ser hallados. Sí, nos hallaremos el uno al otro. Ella se cerró completamente, a propósito, y aún así... Todavía permanecía allí afuera. El indicio de peligro. Fuerte... Había muchos alrededor de él. Muchos que se habían adherido a él. Estos pensamientos llegaron a su mente, y estaba resentida. Porque podía sentir que ahora había más detrás de él, que la fuerza y los poderes con los cuales ella lo conoció. Se levantó. Era de noche ahora. La oscuridad había descendido. Y era su tiempo de gobernar la tierra. Ah, bueno, empieza por poco. No necesitaba gobernar la tierra. Sólo París.
Ann estaba pasando el momento de su vida.
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Una vez que estuvieron en la pista de baile, Tara decidió cínicamente que Ann podía haber tenido razón ‒quizá realmente había visto a un gran perro ovejero la noche anterior‒ pero París, y los pueblos circundantes, estaban llenos de lobos. Todos ellos parecían estar en el bar. Una vez que habían comenzado a bailar, no tuvo que preocuparse mucho tiempo por estar demasiado cerca de Brent Malone. Y estaba cerca. Estaban tropezando a cada segundo, y con cada brinco, parecía, ella parecía ser arrojada contra él. Entonces se dio cuenta de que había estado tristemente equivocada si lo había considerado delgado y enjuto. Él era delgado, pero debía de estar hecho de puro músculo. Sin importar la firmeza con que intentó impedirlo, su mente continuó regresando a las palabras de su prima más temprano esa noche: había conocido alguna vez a alguien con quien cayera instantáneamente...en la lujuria? ¿Alguna vez ella se había preguntado... Sí. Sí, sí, sí. Casi quería gritar. Cada apretón contra él, cada desliz de su mano, cada roce de su pecho o muslo, era una experiencia sensual. Estaba caliente, abrasándose, la sangre corriendo a través de ella, traicionando sus pensamientos a través del color que subía por sus mejillas... La multitud en la pista parecía estar de un colectivo buen humor, y divirtiéndose, y los hombres estaba cerrándose el paso el uno al otro constantemente. No bailó con Brent mucho ‒no más de dos minutos y sesenta golpes‒ antes de que él se viera forzado a cederle el paso a un tipo de barba que a su vez, la entregó a un joven rubio. En un momento, vio que al Don Juan con el bigote liso que acababa de cerrarle el paso a su último compañero aparentemente enviándolo a su propia cita en la línea, ella lo había visto ni bien habían salido a la pista, con la pelirroja de cabello corto con minifalda que estaba ahora con Brent. Cuando la canción terminó, vio que Brent iba hacia ella desde el otro lado de la pista. Pero Lucian lo detuvo y le dijo algo que lo hizo fruncir el ceño y hacer una pausa. Los dos hablaron por algunos minutos, entonces él continuó su camino hacia ella. —Me temo que los otros tienen que irse. —¿No te vas con ellos? —Los alcanzaré más tarde —vaciló. Ambos estaban ligeramente húmedos por el esfuerzo. No estaban a más que una pulgada de distancia. Ella se dio cuenta de que había estado divirtiéndose... Y queriendo más. Había estado esperando que él regresara por ella, cada vez que sus compañeros cambiaban. Era tan suspicaz y cautelosa como cabía serlo, pero sabía que él la atraía, que, de hecho, nunca se había sentido tan atraída por alguien en ningún momento antes en su vida. Deseó haberlo conocido en forma diferente. Deseó haber estado en cualquier otra parte con él. Como en una isla desierta. Una isla desierta caliente donde la ropa fuera mínima, y ella pudiera extender la mano y tocar la desnudez del pecho contra el que había sido aplastada tan a menudo esa noche. Mirándolo fijamente, una inundación de calor barrió sobre ella. Ella no conocía la fantasía exacta de él. Podría no haber sido una playa. Tal vez en alguna parte delante de un fuego rugiente, pero dondequiera que fuera, la carne era la cosa más importante, tocar la carne, y acercarse más de lo que lo habían estado en la pista de baile.
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Ella dio un paso hacia atrás. A veces, pensaba que ella era la única persona cuerda en un mundo que se había vuelto loco. Tenía amigas que conocían a tipos en los bares, sin saber sus apellidos, y se acostaban con ellos. La intimidad para ella siempre le había llevado su tiempo. En su vida, podía contar sólo tres relaciones que pudieran ser consideradas amoríos. No quería tiempo. No quería la verdad. No quería saber nada de su historia. Sólo quería una sola hora para saciar la curiosidad y el hambre repentina que la había asediado desde la primera vez que lo había visto. Pero no estaba acostumbrada a ceder terreno, y se esforzó por dar el paso atrás, parpadeó, y evaluó al hombre en su mente. Forzó a sus ojos a ir a los de él, y lejos de sus manos, y sacó de su mente la fantasía acerca de como esas manos se sentirían si la tocaran. Realmente la tocara. —No tienes que quedarte por nosotras. Podemos llegar bien a casa. Después de todo, salimos solas esta noche, y ambas estamos armadas con gas pimienta. No esperábamos encontrar una escolta... —¿Dónde está Ann? —preguntó. Ella se dio la vuelta y buscó por la pista de baile detrás del bar. Apenas podía ver a su prima a través de la multitud, pero vio al hombre. Era alto, y de cabello color arena. Podría haber sido un defensor de línea trasera de un equipo de fútbol. Su prima estaba en puntas de pie con sus brazos alrededor de él mientras lo besaba en ambas mejillas. Muy francés. Pero entonces el hombre la jaló de nuevo por un momento en un largo abrazo, su cara enterrada contra su cuello, el pelo oscuro de Ann ocultando sus facciones. Los dos se apartaron. Su prima estaba ruborizada y sonriente. Mientras Tara la miraba, Ann dejó al hombre y se acercó corriendo a la puerta principal para despedirse. Ella aparentemente se había dado cuenta de que los DeVeau se iban. Ann se beso en las mejillas con la pareja, alentándolos otra vez a venir y ver el castillo. Tara de alguna manera se contuvo de estrangular a su prima. Los dos, Lucian y Jade sonrieron y se despidieron con las manos de ella. Ella forzó una sonrisa y devolvió el saludo, entonces se volvió hacia Brent. —¡Eres libre de irte con ellos! —repitió, perturbada porque las palabras que pretendía fueran casuales pero firmes, salieran en algo como un susurro desesperado. —Pero no me importa seguir a las dos a casa, honestamente no me importa —dijo Brent. Él hizo una mueca hacia la pista de baile—. Lobos. —¿Cómo sé que no eres el peor lobo de la manada? —No lo sabes —dijo suavemente. Ella no tuvo la posibilidad de contestar. Ann estuvo repentinamente entre ellos. Se aproximó para hablar, su voz sobreponiéndose al sonido de la música y la multitud mientras le decía a Brent. —Tus amigos son adorables. El tipo oscuro con el bigote apareció detrás de Ann, agarrando su mano, hablando en un francés rápido y jalándola de regreso a la pista de baile.
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Tara clavó los ojos en Brent, entonces empujó más allá de él, abriéndose paso de regreso a la mesa. Él la siguió, tomando asiento al lado de ella. —¿Qué pasa ahora? —Seguramente, puedes leer mi mente —Lo desafió ella. —En verdad, creo que eres suspicaz, preguntándote qué asunto los forzó a salir del bar en la noche. —¿Y bien? —Tenían cosas que hacer. —¿Oh? —Compromisos previos. —De verdad. Ella se dio la vuelta repentinamente, preguntándose por qué había ido a la mesa. No podría ver a Ann desde ahí. —Si quieres observar a tu prima, tendremos que bailar otra vez. —No necesito observarla —mintió. —Estás preocupada por ella. Ella clavó los ojos en él. —Tal vez. Ann no es del tipo suspicaz. No querría que fuera demasiado confiada con…nadie aquí. Y ella en particular no cree en la maldad o en cosas que van atacando por la noche. —Pensé que eras demasiado lógica para creer en lo que no podías ver. —Pero puedo muy ser suspicaz. Se sorprendió cuando él no contestó. Repentinamente fue como si ella no estuviera allí. Sus ojos estaban en la pista de baile. Él no se levantó al principio, pero estaba tenso como podría haberlo estado si gamberros armados con rifles de repetición acabaran de entrar al lugar. —Tenemos que sacar a tu prima de aquí —dijo, poniéndose de pié entonces. —¿Qué? —Ya me oíste. Tenemos que salir de aquí. —¿Por qué? —preguntó, sobresaltada por su repentino cambio. Él la miró, las facciones tensas, los ojos amarillos como un brillo intenso. —Por una vez, confía en mí. Ella no supo qué poder de fuerza o sinceridad yacía en su mirada. Se encontró levantándose... confiando en él, y tan ansiosa como él por dejar el bar. Confiando en él... Por una vez. Salieron corriendo juntos hacia la pista de baile, zigzagueando para llegar a Ann. Mientras Tara hablaba con su prima, reparó en que Brent estudiaba todo el mundo en la pista de baile. —¿Tan temprano? ¿Por qué debemos irnos ahora? —gritó Ann—. Es la mejor noche que he tenido en años. Oh, no te preocupes, no voy a tomar en serio a cualquiera de estos lobos, Tara, pero estoy pasando un muy buen momento. Está bien, bien, tal vez hay un lobo que estoy
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tomando en serio. La revancha. Dios mío, es dulce. Tara, podrías dejar que Brent te lleve a casa, y yo iré en una hora más o algo así. —¡No! No te voy a dejar sola. —¡Pero, Tara, yo salgo sola, a conocer gente o lo que sea, todo el tiempo cuando no estás aquí! —Tenemos que irnos —interrumpió Brent. Él estaba clavando los ojos en Ann. Ann repentinamente sonrió y se encogió de hombros. —Seguro. Si tú lo dices así. Tara se quedo perpleja y asombrada ante el tono instantáneamente aquiescente en la voz de Ann. Uniendo su brazo con Tara, Ann comenzó a caminar directo hacia la puerta. —¡Oh, la cuenta! —dijo. —Lucian la pagó antes de irse —dijo Brent lacónicamente—. Vámonos, ahora. Cuando estuvieron afuera, en la calle, Tara reparó en que él estaba clavando los ojos en el bar, todavía tenso, y quizá, todavía intentando determinar exactamente lo que estaba allí que repentinamente había encontrado tan perturbador como para que tuvieran que salir. —El tipo con el pelo muy rubio era realmente simpático —dijo Ann, caminando adelante con rumbo al coche. Las chicas permanecieron unidas. Brent estaba detrás de ellas. —¿Cuál tipo? —Ah, veamos... creo que él debió haber medido cerca de un metro noventa. Grandioso, facciones esculpidas. Hombros bonitos... diferentes... —Estaba sonriendo mientras observaba a Tara—. Era el mismo hombre, Tara, el estadounidense que conocí hoy. —¿Por qué no me lo presentaste? —Apenas le conozco —dijo Ann—. No estaba seguro de que él vendría, aunque había pensado que podría. ¿Y adivina qué? Willem estaba allí... por lo menos creo que él estaba allí. Estoy casi segura de que lo vi sentándose en una mesa del rincón. Me gusta el rubio. Espero verlo otra vez. Él es... muy apuesto. Y masculino. Me gustan los músculos y hombros anchos ―miró por encima de su hombro para ver si Brent seguía a varios metros detrás de ellas―. Digo, de verdad, soy realmente lo suficientemente mayor para juzgar a un hombre por su mente y sus costumbres, pero... bueno, voilá, allí está, no puedo evitar quedar impresionada con buen físico también. Pero este hombre, Rick, ah, él es gentil también. ¡Con tal sentido del humor! ¡Y su acento! ¡Cuando habla inglés, y cuando habla francés! —Los franceses odian los acentos americanos —dijo Tara distraídamente. Ann hizo una pausa, mirando de nuevo a Brent —¡Tara! ¡Nunca miro por debajo de mi nariz un acento americano! Está bien, bien, puede ser de vez en cuando. Pero por este hombre... —Brent, ¿dónde está tu coche? —preguntó Tara. —En el estacionamiento. Así como el tuyo. No había una gran distancia entre el bar y el estacionamiento donde los clientes se estacionaban para La Guerre. Pero una vez que habían dejado atrás el resplandor neón del bar, la calle repentinamente pareció muy oscura.
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No era el centro de París, donde las luces ardían brillantemente a todas horas del día y la noche. Los viejos edificios, algunos antiguos, y algunos de sólo un siglo o dos de antigüedad, se mezclaban con algunas estructuras modernas. Durante el día estaban los negocios, algunos con apartamentos sobre ellos, pero por la noche... Estaban cerrados. Y oscuros. Y los postes del alumbrado eléctrico ahí eran pocos y lejanos el uno del otro. Sólo algunas luces pálidas ‒bastante bellas, en verdad, Art Moderne, desde quizá de mil novecientos veinte‒ hacían guardia sobre los autos estacionados. Las lámparas deberían haber creado un área de luz y seguridad. En lugar de eso, ayudaban a crear un mundo de sombras y alternantes formas oscuras. Brent había hecho una pausa. Estaba escuchando. Y observando las sombras. Tara miró alrededor, como él estaba haciendo. Sintió un extraño temor crecer dentro de ella, pareciendo poner a sus músculos pesados, constreñidos. Las sombras se movieron. Parecían como alas gigantes, barridos oscuros en la noche que jugaban de edificio en edificio. La brisa repentinamente pareció avivarse, fría, aunque estuvieran apenas en otoño. —Váyanse —dijo Brent repentinamente, y muy suavemente. —¿Qué es eso? ―preguntó. Nada, no había nada a su alrededor. Era simplemente una calle sombría. El clima estaba cambiando, las estaciones se estaban intercalando. Y las sombras... No eran nada más que sombras. Y aún así... Ella todavía podía sentir esa sensación. Ese pinchazo en su nuca. La pesadez del miedo, la parálisis del terror. Terror. ¡De las sombras! Intentó controlarse, dejar que su usual sentido común y su lógica se deslizaran en su lugar. Su certeza de que los peligros en el mundo eran conocidos. —¡Vayanse! —repitió él. Ann repentinamente agarró su brazo. Se dio cuenta de que su prima sentía la misma sensación inexplicable de terror que la había atrapado. Brent la miró, y le dirigió una extraña sonrisa encantadora. —Váyanse, por favor, y rápidamente. Estaré por ahí más tarde, sólo para asegurarme de que ustedes están bien. —¡Allons—y! —insistió Ann, sus dedos clavándose dolorosamente en la carne de Tara. Entonces no supo qué fuerza la incitó a la acción. Agarró la mano de su prima y comenzó a correr. Podían ver el coche de Ann, adelante. Ann había estacionado debajo de las luces que emitían un sombrío resplandor amarillo. Tara nunca había corrido tan rápidamente en su vida, y mientras cruzaban velozmente la acera y el pasto y sobre el asfalto otra vez, no volvió la mirada atrás. Temía que, como la esposa de Lot, fuera convertida en sal. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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O vería algo que no quería ver. Algo que podría negar, con tal de que no se diera la vuelta... En la noche, en el resplandor junto al coche, vio el barrido de la sombra. Oyó algo detrás de ellas, apenas detrás de ellas. La caída suave de pisadas amortiguadas, moviéndose a gran velocidad y la fuerza que manaba de ellas. Por encima, una gran ala de oscuridad estaba ascendiendo... Ella escuchó... algo. Un chillido. Un grito repentino del viento que no había sido nada sino susurros... Ann estaba sacudiendo ruidosamente sus llaves en sus manos, tratando de encontrar la de la puerta del coche. —¡El control remoto! ―gritó Tara. Por una fracción de segundo, Ann clavó los ojos en a ella, horrorizada por su estupidez por olvidarse que ella podría emitir un pip para que sus cerrojos se abrieran. Presionó el control. Ambas chicas saltaron en el coche, y cerraron de golpe las puertas. Ambas gritaron, cuando algo golpeó el capó del coche. Clavaron los ojos la una en la otra. —¡Vamos, vamos, vamos! —dijo Tara. Con dedos temblorosos, Ann introdujo la llave en el encendido. El coche rugió a la vida. Otro golpe llegó. Ann pisó el acelerador. Oyeron sonidos de cualquier cosa que hubiera estado encima de ellas, cayéndose del coche... Y aun así... Verdaderamente no oyeron el sonido de ninguna cosa cayendo. Con los labios tirantes y serios, Ann se quedó con la mirada fija adelante en la calle. Sacó de un tirón el coche sobre la calle, y aceleró a lo largo de ella. Tara se volvió. No había nada detrás de ellas. Nada. El resplandor de neón del letrero de La Guerre continuaba ardiendo suavemente. Los autos se quedaron en el estacionamiento. Las sombras eran simplemente sombras. No había personas justo afuera de la puerta, ni había alguna en la calle. Ni siquiera Brent Malone. —¿Qué golpeamos? ¿Qué había en el coche? —demandó Ann. —Nada —dijo Tara. Ann clavó los ojos en ella incrédulamente. ―No hay nada allí atrás, nada en absoluto —dijo Tara. —Eso es imposible. —¡Te digo... Ann! ¿Qué estás haciendo? Su prima casi había frenado, y le estaba dando la vuelta al coche. —Tengo que ver. No sé por estaba tan aterrada ahí atrás. Pero escuché... ¿qué pasa si golpee a alguien, a algo? ¿Qué pasa si he herido a un perro? —¡No hay nada allí! Pero Ann estaba resuelta. Condujeron calle abajo, vacilando cerca del bar y el estacionamiento.
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Ann se acercó a un alto, riéndose, recostando su cabeza en el volante. —Ann, ¿cuál es el problema contigo? ¡Vámonos de aquí! —¿Por qué? —demandó—. ¡No hay nada ahí! Dejamos que la oscuridad y las sombras nos convirtieran en unas pequeñas gansas tontas —Su risa se desvaneció. Tragó saliva, y repentinamente frotó la parte trasera de su cuello—. No me siento realmente bien. Está mal beber vino, fumar cigarrillos, y correr como una idiota. —Ann, conduce —dijo Tara. Parecía que las sombras se movían otra vez. Y la luz sombría debajo de la cual se habían estacionado repentinamente produjo un pequeño sonido. Las sombras cayeron como un manto de arrolladora saña por todo alrededor de ellas. —¡Conduce! ―dijo Tara. Ann no vaciló. Giró el encendido otra vez, y no aflojó hasta que habían alcanzado el chateau, rugiendo, pasando las señales de alto y las luces rojas. Delante del castillo, estaciono el coche y se quedó quieta por un minuto. —¿Estamos locas? ¿Estamos dejándonos llevar por el abuelo? —No sé —dijo Tara—. Sí, espera yo sí sé. Por lo menos, hay un asesino a sangre fría ahí afuera en alguna parte. Naturalmente, estamos nerviosas. Así que metámonos en la casa. Ann clavó los ojos en ella y asintió solemnemente con la cabeza. Entonces, al mismo tiempo, abrieron las puertas y comenzaron a salir disparadas hacia la casa. Mientras se acercaban a la entrada, vieron que la puerta estaba abierta. —¿Qué...? ―murmuró Ann. Tara vio que Katia estaba bloqueando la entrada. Incluso en el castillo, dónde la luz estaba siempre iluminando la calle por la noche, las sombras parecían haber entrado poco a poco. Tara sintió la brisa otra vez. Fría, penetrante. Malvada. ¡Una brisa no era nociva! Era otoño, y los días todavía podían ser cálidos, pero el invierno estaba próximo a llegar, y una brisa fría simplemente sugería la estación iba a venir... —¡Él está durmiendo, le digo! ―Katia estaba hablando en francés, pero estaba resuelta, y puntualizando cada palabra—. No la puedo dejar entrar... Tara pestañeó y vio lo que no había visto antes. Una mujer estaba de pie en la entrada, junto al muro, y enmarcada por la hiedra. Las sombras caían sobre ella desde los balcones de arriba, razón por la cual no la habían visto al principio —Pero de todas formas... —dijo Katia repentinamente, asombrosamente cambiando de idea, lista para sacar la alfombra roja y rogarle a la mujer que entrara. La brisa... Parecía atraparla otra vez, como si la pudiera paralizar. Ann no se movía en lo absoluto. La mujer estaba casi en la casa. Tara repentinamente supo que no lo podía permitir. Se fue de una carrera a la puerta, dando vuelta para clavar los ojos en la mujer. Por un momento, ella se quedo sin palabras. Y querido Señor, no supo por qué. La mujer era una beldad bien vestida, despampanante. El cabello casi negro. Los ojos tan verdes como esmeraldas. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Su traje estaba hecho impecablemente a la medida, a la última moda. Era ajustado, y lo llevaba muy bien. La falda era pequeña. Sus tacones de aguja. Extendió una mano hacia Tara. Automáticamente, Tara la aceptó —Hola, soy del programa de asistencia social del hospital. Solo estoy haciendo un chequeo médico a su abuelo. Es algo que intentamos hacer con todos nuestros pacientes, especialmente cuando están entrados en años. Nos gusta asegurarnos de que están bien en su ambiente hogareño —como Katia, Tara estaba extrañamente tentada a invitar a entrar a la mujer. Su sonrisa era tan sincera. Y sin embargo... La mano de Tara, cuando estrechó la de la otra mujer, se sintió como hielo. Y sin embargo... Al mismo tiempo, ardía. —Temo que sea demasiado tarde para visitar a mi abuelo —dijo firmemente—. Él está durmiendo a esta hora. Si desea verlo, deberá visitarlo durante el día. En un instante… y sólo por un destello ‒tan rápido que Tara podría habérselo imaginado‒ la cara de la mujer… se desvaneció. La sonrisa agradable, hipnótica desapareció. Dejó traslucir una furia, una expresión horrenda de cólera tan intensa y vil que Tara retrocedió un paso. Y luego... Ella estaba sonriendo otra vez, tan agradablemente, sus ojos sobre Ann, quien casi había alcanzado la puerta. —Lo siento tanto, es tarde. Yo misma no me había dado cuenta de lo tarde que era. No se puede imaginar las horas que trabajamos. Es espantoso. Realmente no hay mucho que necesite hacer. Quizá, si sólo me invitara a entrar, podría echar una ojeada a su abuelo y ver que él está pasando la noche confortablemente. Soy consciente de su historia familiar, por supuesto, y estoy bien consciente de que él tiene parientes buenos y cariñosos. Sería tal alivio tener a un paciente fuera de mi lista... —Quizá… —comenzó Ann, cayendo bajo del mismo hechizo. Pero la mujer repentinamente se enderezó. Fue como si ella repentinamente hubiera estado consciente de un toque de hielo en el aire. —No importa. No es gran cosa. Regresaré. Empezó a bajar las escaleras. —Pero... —la llamó Ann. La mujer se volteó para mirar a las dos. —Oh, no se preocupen. Regresaré. Por un destello, un segundo subliminal... Tara vio la máscara horrible de furia en la cara de la mujer otra vez. Pero no estaba allí. Ella estaba sonriendo. Y tranquilizandolas. Sí, oh, sí, ella regresaría. Katia repentinamente saltó a la vida y comenzó a regañar duramente a Ann y Tara. —¡Entren, entren, entren! ¡No sé qué se posesionó de mí para abrir la puerta! Repentinamente es una noche extrañamente fría. ¡Y habíamos estado teniendo un renovado brote de verano en Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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medio del otoño! ¡A la casa, a la casa, a la casa! Vengan, vengan, chicas. Hay un maníaco allí afuera. La policía no ha hecho nada aún. Fueron metidas dentro. Katia cerró y le echó llave a la puerta firmemente. Adentro, hacía calor. Un fuego estaba ardiendo en el hogar de la chimenea en el vestíbulo. —Chicas, ¿le gustaría chocolate caliente? Tara se sacudió. Dentro de la casa, todo parecía diferente. Todo. No sólo hacía calor, estaba... Normal. Ann pareció sentir lo mismo. Ella le dirigió a Katia una sonrisa apesadumbrada. —Chocolate, que agradable. Si a ti no te importa sin embargo, me llevaré el mío a la cama. Repentinamente estoy exhausta. Y tienes tanta razón, Katia. Espero que los policías encuentren al asesino pronto. Esto es realmente ridículo. ¡Estábamos ambas aterrorizadas allí afuera esta noche. Caminando debajo de luces que parecían más como nubes oscuras, y armadas con nuestro gas pimienta! Odio estar así de nerviosa. La policía debe atrapar al asesino. ¡Tuvimos tanto miedo esta noche! Y tan tonto... —¿Tonto? —dijo Tara repentinamente. Ella miró a Katia— ¿Cuánto tiempo llevaba esa mujer aquí antes de que llegaramos? Es decir, eso fue absurdo. Venir a visitar a un anciano a esta hora de la noche. —Ella dijo que no se percató la hora —dijo Katia. —¡No creo que nadie no comprenda cuando es tan tarde en la noche! —Bueno, ella se fue, y bien despedida —dijo Katia. Katia empezó a caminar a la cocina. Mientras Ann caminaba hacia el vestíbulo, dejando caer su bolso, Tara siguió a Katia a la cocina. —Katia. Katia se dio la vuelta y le sonrió a Tara. —Sabe, usted está aquí un día, y ya, su francés está mejorando tanto. A usted se le olvida, y pierde la práctica, porque se tarda tanto en regresar. Tara asintió con la cabeza. —Katia, la mujer dijo que regresaría. —¡A la luz del día! —dijo Katia firmemente. Bufó, como expresando su opinión de que la mujer realmente hubiera tenido un descaro increíble por venir a esa hora. —Katia, escúchame. No importa a qué hora venga ella, no debes dejarla entrar. —¿Por qué no? —preguntó con sorpresa. —No lo sé exactamente. Pero por alguna razón, no confío en ella. No creo que sea quién dice ser. —¿De verdad? Nosotros tenemos bastantes programas de asistencia social... —Llamaré al hospital mañana —dijo Tara. Katia tenía la leche calentándose en la cocina. A Tara le llevó un rápido segundo recordar cuánto le gustaba el chocolate de Katia. Hecho de improviso. La leche más dulce. El mejor cacao. —¿Por qué piensas que ella se fue tan de repente? —pregunto Katia. —¿Qué?
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—Creo que Ann estaba a punto de decir que estaba bien que entrara, a estar de acuerdo en todo ―siguió, metiendo la mano en el armario buscando las virutas de chocolate—. A centímetros... ella me había consumido —se veía perpleja—. De alguna manera… —dijo con indiferencia—. Pero entonces ustedes dos llegaron a casa, y le dijiste que no podía entrar, lo cual fue, por supuesto, completamente correcto. ¡Quizá ella no es quién decía ser! ¡Ah! ¡Podría ser una cazadora de autógrafos! Jacques vive en relativa privacidad aquí, pero ha sido asechado por sus admiradores por un autógrafo, tú sabes. ¡Eso es! Ella debe ser una admiradora decidida. ¡Bueno! —agitó una cuchara de madera hacia Tara—. Ella no entrará —Nuevamente, frunció el ceño—. ¡Sin embargo, que curioso que ella se fuera...! Tara frunció el ceño repentinamente. —¿Cómo se fue? —¿Qué quieres decir? —preguntó. —Digo, ¿cómo llegó? ¿Y cómo se fue? —¡Bueno pues, asumo que tenía un coche! —dijo Katia. —Entramos por el camino de acceso, y no recuerdo haber visto un coche en él. —Debió haber uno —dijo. —Habríamos notado un coche en el camino de acceso. —¡Estamos un poco lejos... seguramente, ella no caminó! —dijo Katia—. Quizá su coche estaba afuera en el camino ―Se rió—. Si ella hizo una caminata, puedo ver por qué estaba tan molesta cuando nos rehusamos a dejarla entrar a ver a Jacques. Pero no pudo haber hecho eso. Debió haber dejado su coche arriba en el camino. Quizá incluso no estaba segura de que estaba en el lugar correcto. —Quizá —dijo Tara sin convicción. Katia le dio una taza de chocolate, y acomodo la de Ann en una bandeja. Tara la siguió. Ann estaba con la mirada perdida en el fuego. Se veía golpeada. Extraña. En el bar, había parecido poseer energía interminable. Ahora, estaba casi cenicienta. —Gracias, Katia. Creo que iré directamente arriba. —Ann —dijo Tara, deteniéndola mientras tomaba su chocolate y se volteaba. —¿Sí? —¿Viste un coche en el camino? —¿Un coche? —Frunció el ceño—. No... Creo que no. Pero de cualquier manera... bueno, todavía me sentía temblorosa cuando regresábamos. —Sí, lo sé, pero... esa mujer que estaba aquí. Uno habría pensado que su coche habría estado en el acceso de entrada. —Ella debió haberlo dejado en el camino —dijo Ann. —¿Dónde si no? —preguntó Katia. —Cierto, ¿dónde si no? —murmuró Tara. Ann hizo un ademán con la mano. —Me voy a la cama. —Buenas noches Ann se fue arriba. Tara se quedó con la mirada perdida en las llamas, sorbiendo su chocolate. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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La bebida caliente, el fuego... la casa. Todo lo que la rodeaba era cálido, la vida como siempre... Repentinamente se dio la vuelta y caminó hacia la puerta principal. Vaciló, entonces la abrió, temerosa de que la mujer todavía estuviera allí, clavando los ojos en ella con la máscara vengativa de odio que había visto tan brevemente. O se imaginado. No había nadie allí. Se regañó a sí misma, cerró y cuidadosamente le echó llave a la puerta. Cuando había trabado el pasador doble, tiró de él, asegurándose de que estaba apretado. —¿El resto de la casa está cerrada? —preguntó a Katia. —¡Tara! Por supuesto. ¡Roland y yo nos ocupamos del piso de abajo tan pronto como se oscurece! —Le aseguró Katia—. Igual que siempre. —Por supuesto —dijo Tara. En realidad, nunca había pensado en constatar que la casa estuviera bajo llave. — ¡Gracias! ¡Bonne nuit! —dijo, y empezó a subir las escaleras. Miró directamente al cuarto de su abuelo, sintiendo una oleada de protectora inquietud. Las cortinas estaban abiertas. Las puertas hacia el balcón estaban entreabiertas también, dejando entrar a un poco de aire fresco. Tara las cerró, y las trabó, e hizo una pausa junto a la cama de su abuelo. Su pecho se elevaba y caía en la respiración profunda del sueño relajado. Ella se inclinó sobre su frente. Se aproximó, pero realmente no lo tocó, dejando sólo el indicio de un beso en su frente. En su cuarto, bostezó. Al igual que Ann, estaba exhausta. Tardó un momento en examinar su reflejo en el espejo. Demacrada. De aspecto ojeroso. Afortunadamente, no estaba tan pálida como Ann. Su prima trabajaba largas, largas horas. Tara estaba ostensiblemente de vacaciones, pero amaba lo que hacía. Y no había hecho tanto más que detenerse en cualquier parte a comprar lienzo y pinturas. Dejó el espejo, retiró las cobijas, se quitó a patadas los zapatos, e hizo una pausa. Una sensación de inquietud la embargaba nuevamente. Repentinamente pareció muy importante asegurarse de que su cuarto, como la puerta principal, estaba firmemente bajo llave. Caminó hacia las puertas de su balcón. Sus cortinas estaban cerradas. No las abrió, pero hizo una a un lado. Revisó las puertas, y sintió una extraña sensación de alivio por encontrarlas firmemente cerradas. Entonces se quedó mirando fijamente a través de las hojas de vidrio, a la noche. Y allí, en el extraño resplandor pálido de una media luna, vio al lobo otra vez. El animal estaba parado, como si fuera un rígido centinela, un guardián de la noche… o una criatura en la entrada del Hades. Quizá tenía tres cabezas, como los perros demonios de la leyenda. No las tenía. Ella podía ver claramente al animal recortado en el pálido resplandor. Era robusto. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—¡Ese no es un perro pastor! —masculló en voz alta. Mientras, repentinamente oyó un aullido. Profundo, escalofriante. Un aullido hacia el cielo, los cielos, la luna... o al mismo infierno. Tara comenzó a temblar. Cerró las cortinas, y se dio la vuelta, pero tuvo que mirar de nuevo. No había ningún lobo en el camino. No había nada... Nada excepto las sombras de la noche
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0099 Los sueños estaban de regreso, peor que antes. Retorciéndose, volteándose, recordando. Horas de ser observado. Drogas diferentes. Disparos que enviaban una sensación de ardor increíble, cruzando velozmente sus extremidades, haciéndolo gritar con agonía y tensión contra las bandas de acero que lo sujetaban a la cama. Y a veces, el doctor Weiss. Deslizándole drogas diferentes, drogas que terminaban la agonía. Nada había deteriorado su audición. Su comprensión del lenguaje aumentó, y de fragmentos de conversación, comenzó a recopilar más y más de lo que estaba ocurriendo. Por demasiado tiempo, el tirano había mantenido la ventaja, pero ahora la corriente estaba dando la vuelta. Y en medio de la agonía, había consuelo por recordar a este. En otro tiempo, en otro lugar, se había sentado con su padre junto a un arroyo. Un hombre que había combatido una guerra diferente, sobrevivido, y aprendido a tiempo el valor de la paz y la libertad, él le había enseñado a su hijo que había muchas cosas peores que la muerte. Y de ese padre amable y sabio, él había obtenido una cierta forteleza. No temía a la muerte. Con demasiada frecuencia, le hubiera dado la bienvenida. Weiss le dio la voluntad de sobrevivir. Weiss, quien le conto historias acerca de su gente. Esos que arriesgaron sus vidas para salvar a otros, y esos que no fueron tan afortunados como para escapar de ser detectados, que habían dado sus vidas por otros. Conoció hombres entre esos que deberían haber sido sus enemigos; Algunos guardias que desviaban sus ojos cuando Weiss lo ayudaba, y una mujer, la amante de uno de los peores oficiales, quien sonreía en la cara del hombre, e hizo lo que pudo para ayudar a los prisioneros a escapar. Weiss a menudo murmuraba al oído de él a altas horas de la noche. Él conocía de la guerra, y del mundo, y de las personas. Las personas que podían ser juzgadas mal. Hubo esos que estaban apasionadamente contra el régimen, pero tenían miedo. No tanto por ellos mismos. Por sus esposas, sus hijos, sus seres queridos. Pero un día, el mundo sabría que había habido héroes entre esos considerados como el enemigo, héroes contra la locura. Y él lo creyó. Fue fácil, porque conocía a Weiss. Su voluntad de vivir creció, por el constante flujo de noticias de Weiss, y por los fragmentos de conversación que comenzó a escuchar, y comprender. La gran marea estaba dando la vuelta. Todos los días. La pelea se había estancado por las dificultades en Rusia, y este nuevo enemigo aprendía lo que tantos habían aprendido antes en la agonía... que el paisaje mismo era a menudo la fuerza más poderosa que pudiera existir. Temperaturas muy frías, montañas de nieve. La tierra misma protegiendo a sus hijos, personas golpeadas por la brutalidad y la discriminación. Había otros lugares donde el gran esfuerzo se estaba desmoronando, lugares donde la gente ante el peligro máximo comenzaba a armarse de valor, y a contraatacar. En esos días él comprendió que nunca juzgaría a cualquier hombre, o cualquiera mujer, por su nacionalidad. Por su color, su religión, su sexo. La bondad venía en muchas apariencias, incluyendo este hombre, su amigo, Weiss, y los otros, cuya humanidad continuaba sobrepasando su temor.
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No supo cuánto tiempo había estado allí. Le parecieron años. El dolor podía hacer de un momento una eternidad. Pero hubo un cambio. Y una noche, cuando los demás se fueron, Weiss se sentó junto a él y le habló del colapso del imperio, y que los comandantes, comenzando a darse cuenta de su propio tipo de miedo, pensaban arrasar el campamento. La cámara de gas funcionaría todo el tiempo. Al igual que el crematorio. Los prisioneros iban a ser asesinados, en vez de dejar que fueran encontrados. No se podía demostrar lo que el mundo sospechaba. —Tengo que sacarlo... afuera... y todavía, usted no sabe nada de nada. Nada de lo que usted es, de en lo que se ha convertido, de lo que debe hacer, cómo debe ser. El doctor estaba distraído. El teniente pensó que la presión al fin había desquiciado su mente. —Vendrán por usted. Querrán que usted desaparezca, no lo harán más que cenizas, y no habrá nada que saber, nada sobre lo que especular. —Protéjase usted mismo, mi amigo —dijo el teniente suavemente—. Su gente necesitará de hombres como usted. —Mi gente ‒ningún pueblo‒ alguna vez creerán que hice mi mejor esfuerzo a mi pequeño modo. —Si lo que usted dice es cierto, y la guerra está perdida, habrá pruebas. Usted irá a juicio, y estarán esos que hayan sobrevivido que hablarán por usted. Las lágrimas cayeron por las mejillas del doctor. —No he hecho bastante. Como otros, he tenido demasiado miedo por mí mismo. Ambos fueron sorprendidos cuando la puerta repentinamente se abrió de golpe. El "médico" principal, Andreson, caminó a grandes pasos adentro, seguido por cuatro de los guardias. Estaban desolados, tensos, enojados y ‒como de costumbre‒ armados. Había un aura de algo más en ellos hoy. Era visible por la manera en la que sus ojos miraban alrededor nerviosamente. En la manera en la que se mojaban los labios secos con demasiada frecuencia. —¡Weiss! —dijo fríamente Andreson, atisbando al buen hombre—. ¡Bueno pues, sabía que usted era un traidor! Lo supe todo el tiempo. No es que importara. Usted no hizo nada que yo no permitiera. Pero es momento de un cambio, y bueno pues, realmente no tenía en mente que usted sobreviviera a la guerra en ningún momento. Repentinamente, Weiss encontró una gran cantidad de coraje. Se paro con tremenda dignidad. —¡No, señor! No he sido el traidor, nunca a mi tierra. Nunca a su corazón verdadero. Y nunca a mi Dios. Y nunca he esperado sobrevivir a la guerra. Andreson se volteó a los hombres que lo seguían. —Mátenlo —dijo sencillamente, pero alzó una mano—. Lentamente. Dispárenle donde sienta el dolor mucho tiempo antes de que muera. El teniente no supo que fue lo que surgió en él. Pero era un poder diferente a cualquiera que hubiera sentido antes en su vida. Adrenalina. Furia. Repentinamente, su furia fue tal que lo hizo capaz de romper las restricciones y grilletes que lo habían mantenido prisionero por tanto tiempo. Él no luchó. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Solamente se liberó. Andreson gritó órdenes para que sus hombres hicieran fuego rápidamente. Se retiró hacia atrás. Sin embargo nada de eso cambiaba el resultado. El teniente podía moverse con una velocidad que acompañaba su fuerza. Las balas fueron disparadas, sí, las podía sentir desgarrandolo, pero no lo detuvieron. Trató de alcanzar a Andreson. El hombre que lo había torturado día tras día. Quien había amenazado y había intentado humillar y matar a Weiss. Se estiro hacia él... Recordaba bien eso. Entonces vio que Andreson yacía delante de él, en un charco de sangre, como si hubiera sido envuelto en alambre de púas. Y los demás gritaban algo, palabras en su lengua que él no comprendía. Estaban apuntando al blanco otra vez, e intentando matarle, intentando matar a Weiss. Él sólo supo que tenía que detenerlos, y que, asombrosamente, podía moverse mientras sus balas rebotaban salvajemente alrededor del cuarto. Los dos primeros... Él agarró a ambos por la garganta. Lanzándolos juntos, los dejó caer. Entonces el segundo grupo de hombres estuvo frente a él, blancos como hojas, todavía tratando de matar. Como Weiss, cayeron al piso. Como Weiss, fueron desgarrados. Y los sonidos de balas golpeando las paredes, el piso, los frascos, la ropa de cama... se acabaron. Todo estaba en silencio. Alguien lo estaba tocando. Weiss. —Tenemos que salir aquí. Ahora. Usted está sangrando, está... Weiss clavó los ojos en él. Él estaba respirando fuerte. —¿Me puede oír todavía? ¿Me reconoce? Venga, venga, tengo que llevarlo a algún lugar seguro. Se dio cuenta de que estaba herido. Medio muerto, probablemente. Había sido acribillado por bastantes balas. Weiss tiraba de él... extrañamente. Él estaba avanzando lentamente en cuatro patas, deslizándose a lo largo del piso salpicado de sangre. Volvió la mirada de nuevo hacia el enredo de hombres muertos. Parpadeó la sangre de sus propios ojos, y creyó haber visto movimiento —No están... muertos. —¡Dios mío, sí, están muertos! —le dijo Weiss. Había un rugido en su cabeza. El teniente temía que fuera a desmayarse. Weiss lo guio fuera del edificio hacia la parte trasera, hacia la ruptura en la parte de atrás de la alta alambrada de púas. Él supo por qué estaba allí la abertura sin que se lo dijera. Era la ruta a través de la cual los cuerpos de los muertos eran llevados para deshacerse de ellos. —Guardias —logró decir.
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Los hombres empezaron a gritar, abalanzándose sobre ellos. Para el asombro del teniente, comenzaron a gritar roncamente, y a retroceder. Disparaban, pero estaban atemorizados y apurados, y horrendamente faltos de puntería. El teniente no entendía por qué. Seguramente era una masa sanguinolenta, pero no sabía por qué eso haría que los guardias se detuvieran horrorizados, haciendo señales extrañas con sus manos, y gritando que debían irse. Parecían con más miedo del que habrían tenido frente al ejército americano… o incluso al ruso. —¡Venga, venga, venga! —continuó apurándole Weiss. Él volvió la mirada atrás. Prisioneros, flacos como esqueletos, apenas capaces de permanecer de pie, se quedaban mirando. —No los podemos dejar —masculló. ¿Pero qué podían hacer, el viejo doctor frágil y él, apenas sosteniéndose? —Regresaremos —le aseguró Weiss—. Regresaremos. En sólo algunas horas. Cuando la luna este llena. El teniente habría sonreído si hubiera podido hacerlo. ¡En pocas horas! Él podía ver el rastro de sangre que estaba dejando atrás. En pocas horas, pensó, estaría muerto. Y eso fue antes de llegaran al final del riachuelo, y él viera su propio reflejo.
Ella estaba exhausta y furiosa. La noche debería haber sido rápida, y segura, pero no lo había sido, y había escapado por poco. Y el hecho que ella, Louisa, hubiera estado asustada y a la carrera, era irritante. Pero entonces, pensó, intentando apaciguarse a sí misma, cobraría venganza. La tomaría lentamente, y sería deliciosa. Tenía que recordar que, cuando se las veía con un poder similar, era mejor tener varios de su lado. Pero de todas formas, ni siquiera había sospechado que podía encontrarse en semejante peligro. Debía ser encontrado. Y aniquilado. Y en cuanto a las habitantes del Chateau DeVant... esas mujeres... Ellas, también, serían obligadas a sufrir. ¿Dónde estaba Claremont? Cerró los ojos, e intentó concentrarse. Pero nuevamente sintió la presencia del peligro, y cerró su mente. Caminó a través de las calles, consciente de que demasiado pronto, llegaría el amanecer. La cólera se agitó, y con eso llego el hambre rabiosa. Hambre desesperada. Mientras viajaba, los sentidos se intensificaron hasta un pico, cayó en la cuenta de una presencia que estaba cerca. Dejó a su instinto remontarse, se movió como la oscuridad, y como la sombra. Encontró la presa que había sentido. Barbudo... Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Sucio, contra la pared de un callejón, una bolsa de papel con una botella de licor al lado de él. No estaba despierto, y no estaba dormido. Cantaba suavemente. Ella se aproximó. Él pestañeó, los ojos todavía medio cerrados. Su canción se detuvo. Ella se acercó. El hedor del hombre era apabullante. Louisa pensó que el borracho no había tomado un baño en años. Su ropa estaba cubierta de barro. Él llevaba pantalones vaqueros que estaban casi duros por la suciedad, por alcohol derramado, y por ser usados día tras día, por quien sabe cuánto tiempo. Fragmentos de hojas y suciedad veteaban su pelo y su barba. No importa, se dijo a sí misma. De hecho, involuntariamente le estaba haciendo un servicio a la humanidad, librando a las calles de tal basura. Pero mientras ella se acercaba... No. No, estaba simplemente demasiado asqueroso. El olor no era tolerable. Era increíblemente asqueroso. A pesar de su rabia, empezó a moverse hacia adelante. Un segundo más tarde, él estaba cantando otra vez. Su canción fue interrumpida por palabras mientras se reía de sí mismo por su insensatez por temer a las sombras. Otra vez, Louisa se concentró. La oscuridad todavía la rodeaba, y pasó a formar parte de ella. Entonces... delante de ella, riéndose, hablando, pasándose una botella de vino entre ellos mientras bajaban muy despacio por las calles, había un trío. Dos hombres, una mujer. Su hambre, aumentada por la furia que aún ardía dentro de ella, repentinamente la llenó nuevamente. Y entonces lo supo, la furia no la serviría de nada. No importaba demasiado con un borracho en un callejón, pero la delicadeza era más agradable. Anduvo detrás del grupo, entonces apretó su paso, pasándolos... por solamente algunos metros, y caminando como si tuviera alguna parte a donde ir. —¡Ah, mademoiselle! ¡Bonsoir! —Uno de los hombres la llamó. —¡Pieter! —La mujer lo regaño— ¡Déjala en paz! Louisa se permitió darse la vuelta ligeramente, para examinar al grupo. Difícilmente la flor y nata de la de sociedad. La falda de la mujer era demasiado corta, su blusa era corte bajo, y sus pechos casi se derramaban de ella. Y había algo acerca de la forma en la que ella se movía... Ah, bueno. Una dama de la noche. Louisa realmente no juzgaba eso en absoluto. Una mujer hacía lo que tenía que hacer para ganarse la vida. Pero oh destino, esta era algo vulgar. Los pechos estaban allí, y así también estaban las caderas. Con el tiempo, sería muy gorda. No como debe ser una cortesana para ricos y poderosos. Y no lo bastante lista, ni educada en lo más mínimo, ella ni siquiera sabría que lo que vendía tan barato podría haber sido entrenado y mejorado... y usado para el poder. Y los hombres...
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Un poco vulgares también. Pasados de su primera juventud, pero no viejos aún. ¿Casados? No llevaban anillo. Pero tenían la mirada de hombres al acecho de placer ilícito. Y además el vicio de la bebida, y buscando todavía su lugar, a esta hora. Tacaños, oh, sí, muy tacaños, quizá, si sólo podían permitirse una mujer entre los dos. De ningún modo el tipo que ella realmente escogería... Por otra parte, ellos al menos, habían tomado un baño durante la última la década. —¡Marie, suenas celosa, cuantas más mejor! —Dijo el segundo hombre. Louisa se permitió bajar la velocidad. El primer hombre, Pieter, emparejó su zancada a los pasos de ella. —Mademoiselle... No pretendo perturbarla, pero usted camina sola, y hay un asesino suelto en los alrededores. Ella tardó un momento en mirarlo. Ah, sí. Un tipo un poco viejo antes de tiempo. Demasiada bebida. Demasiada depravación. ¡Tantos hombres entretenidos seguían el mismo camino! Ella se estremeció ligeramente. Él lo tomó como una señal de que ella estaba asustada. —Debe tomar algo de vino. La resguardará del frío. No tenía la intención de asustarla, sólo protegerla. Ella aceptó la botella de vino y tomó un largo trago, observando los ojos oscuros del hombre. Vio la luz de malicia y placer que los tocaba. Ah, sí, gran tipo, había hecho otra conquista. —Hay un hotel directamente adelante. Quizá podría pasar un poco de tiempo con nosotros allí, hasta que aclare, y no camine sola en la calle. Ella tomó otro trago del vino. —Soy Pieter. Mi amigo es Jorge. Y nuestra compañera es Marie. Louisa asintió con la cabeza en dirección al trío. —Sé dónde más podríamos ir —dijo ella, su voz sedosa... y con apenas un toque trémulo. Pieter la miró de arriba abajo, al obvio corte fino de su ropa. Y seguramente, a su figura y aplomo. Él debió pensar que había encontrado oro. —¿Usted conoce otro lugar? —Oh, así es. Ella lo podía ver calculando el dinero que se ahorraría si no tenía que alquiler un cuarto de hotel por unas pocas horas ‒no, no, con estos tipos embrutecidos por el alcohol, sólo serían algunos minutos de placer‒ con su puta. Él sonrió ampliamente, su cara parecía estar aun más carnosa e hinchada. ¿Estaba él casado? Si era así, ella le estaría haciendo un favor a la pobre esposa. —¡Adelante! —Le dijo—. ¡Jorge, Marie, esta dama tiene un sitio para que todos vayamos! —¡Mais oui! —murmuró ella—. Vengan, vengan... La casa no estaba muy lejos de las ruinas del viejo St Michel. Ella había visto los carteles en ella, pero ella la había conocido una vez... hacía mucho tiempo.
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La siguieron. Pieter se quedó a su lado. Desde atrás, Jorge bromeó con él, aparentemente infeliz por que ahora parecía que él tenía a la regordeta Marie, mientras su amigo tenía a la belleza recién encontrada. Louisa sonrió. Casi podría oír el mohín de Marie. Llegaron a la casa. —Está embrujada —dijo Pieter. —¡Ah, pero yo estuve dentro! —dijo ella―. Hay un problema con el techo, y un cuarto superior donde una tormenta ha debilitado los soportes. Confíen en mí. El gran salón es... bastante grande. Ella despegó las tablas que sellaban la entrada con tan poco esfuerzo que Pieter dijo algo acerca de la falta de previsión del pueblo en sellar un lugar tan pobremente. Louisa sonrió. Que pensara lo que gustara. —¿Encontraremos más vino allí dentro? —lloriqueó Marie. —Bueno, por mí, puedo decir que habrá lo suficiente para beber —les aseguró Louisa. Miró hacia los tres—. Quizá no sea de la cosecha más fina, pero... —En este punto, no importa en lo más mínimo —dijo Jorge. —No —Louisa estuvo de acuerdo—, sospecho que no importa. Todos debemos bajar... de nivel un poco de vez en cuando, ¿n'est—ce pas? Ella no esperó por una respuesta, sino que se escabulló por la puerta que había abierto. Los demás entraron. Se volvieron para mirar los bellos restos del antiguo lugar, y no notaron que la puerta se cerró firmemente detrás de ellos, sin ser tocada. —Por aquí... Louisa los condujo primero al salón de las damas, un pequeño cuarto fuera de la entrada. Había un sofá encantador, y un carrito con un decantador de cristal con brandy en él, con telarañas alrededor del cristal, pero el tapón permanecía firmemente en el lugar sobre el contenido de la botella. —Jorge... Marie, tal vez debieran disfrutar de los esplendores de este cuarto por un momento. Creo que tengo que conocer a Pieter a un nivel más personal... primero. Marie apretó sus brazos alrededor de la cintura de Jorge, riéndose con placer. —¡El brandy debe estar bien, Jorge! Y mira ese pequeño sofá —Es muy pequeño. —¡Todavía no has visto cómo me las puedo arreglar con los muebles! —insistió. —Disfruten. Louisa llamó a Pieter con una seña de su dedo. Él la siguió, los ojos llenos de anticipación. Ella cerró la puerta del salón y lo condujo a través del vestíbulo hacia el salón de fumar de los caballeros. Un enorme sofá de cuero se hallaba enfrentando una chimenea. Pieter no notó que un fuego ardía en ella, esperándolos. —¿Conociste a quién poseía este lugar? —preguntó. —Una vez —dijo. Otro carrito tenía una selección tremenda de licores. Pieter fue hacia él, merodeó entre las botellas, y se sirvió un gran escocés. Lo bebió de un trago, y entonces se volteó hacia ella. —Veamos lo que tienes. Ella arqueó una ceja delicadamente.
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—Tú primero. —No te decepcionaré. —No, no lo harás. Sé lo que estoy consiguiendo —dijo ella. Él sonrió, pateando fuera sus zapatos, despojándose de su chaqueta, entonces prácticamente arranco de un tirón su camisa. Se deslizó de sus pantalones plisados. Llevaba puesta alguna clase de ropa interior con un ridículo dibulo de bandera. Ropa interior apretada, escasa y pequeña, diseñada, aparentemente, para aumentar el tamaño de su bulto. —Pieter...—ronroneó, llegando en dirección a él—. Debes mostrarme lo que tienes... Todo lo que tienes Su sonrisa abierta se profundizó ridículamente y e hizo todo un movimiento empujando sus caderas hacia adelante, mientras se quitaba la última prenda. Él extendió los brazos. —Ahora, bella dama, ven y muéstrame lo que tienes —dijo. —Oh, sí, decididamente —caminó deliberadamente en dirección a él. Deslizó fuera un zapato, y luego el otro. Hizo un despliegue elaborado al quitarse su hermosa ropa nueva, pieza por pieza, mientras se acercaba a él. Por supuesto, no era necesario, pero amaba sus hermosos diseños contemporáneos. Estaba delante de él, sonriendo, pasando las manos a lo largo de su cuerpo, haciendo una pausa en los lugares estratégicos. —Tengo esto... y esto... Ella hizo una pausa, segura de que él iba a estallar en el acto —Y esto...—se frotó las manos sobre su bajo abdomen, presionando con lento erotismo contra su montículo— Esto... y... Caminó el último paso en dirección a él, justo fuera del alcance del brazo. —Y tengo estos —le dijo. Abrió bien la boca. Por un momento, su mente embotada por el vino estaba tan aturdida que él no asimiló lo que vio. Ella lo oyó contener el aliento. Y supo que estaba a punto de gritar. No le permitió hacerlo. Su asalto fue instantáneo. Rico, cálido alimento inundó su cuerpo. Agarró a su presa mientras él temblaba espasmódicamente ante su agarre. Él nunca dejó escapar un sonido, pues ella se había ocupado de su tráquea. Se permitió el lujo de hundirse en el piso. De beber lenta y concienzudamente, saboreando cada gota, lamiendo cada pequeño bocado, casi retorciéndose ante el éxtasis de la lujuriosa comida, haciéndolo ociosamente. No era malo para nada que esta bebida estuviera tan…especiada. Cuando hubo terminado, echó a un lado los restos. Se encargaría de ello después. Se paró, y caminó con un suave y seguro balanceo fuera del cuarto, cerrando la puerta detrás de ella. En la belleza completa de su desnudez, regresó al salón de las damas. Abrió la puerta. ¡Marie, Marie! Ella no dijo las palabras en voz alta, sino que las pensó con intenso disgusto. La prostituta regordeta estaba bombeando al pobre Jorge sin ritmo, sin delicadeza, sin... joie de vibre alguno. Estaba empapada de sudor, y con prisa. Y el pobre Jorge... bueno, el alcohol había tomado lo mejor de él.
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Él contempló a Louisa, parada en la entrada. Y prácticamente arrojó a Marie al piso. Tal vez no tiró a la mujer, pero ella terminó en el piso sobre su gordo trasero. —Hola —dijo ella suavemente. —Hola —Jorge respiró. ¡Ah, allí! Él se estaba irguiendo por atención, Louisa pensó con algo de diversión. A veces, disfrutaba de jugar con su comida. Entró en el cuarto, los pechos y las caderas balanceándose. —¿Dónde está Pieter? —preguntó Marie. —Oh... bueno, él está abajo, me temo. Nada de vida en el pobre sujeto. —Ah —Jorge respiró— ¡Hay montones de vida en mí! —Se jactó. —Ya veo. —Entonces...—hizo una pausa, chupándose el labio inferior—. Entonces... ¿te gustaría un trío? —Oh, sí. Me encantaría un trío —dijo ella. Se arrodilló en el piso entre las piernas de Jorge, y cerca de Marie. Pensó que la mujer podría protestar, así que extendió la mano y la tocó, sonriendo, y clavando sus ojos en los de la mujer. El aliento escapó de Marie. Louisa dejó caer su cabello junto a su cara mientras se curvaba hacia adelante. Un pequeño sonido escapó de Marie mientras ella estimulaba su carne... Dejó escapar un sonido más fuerte. Jorge dejó escapar algo grueso y gutural, tratando de alcanzarla. Lo que estaba bien. Marie ya había caído derrumbada en la alfombra persa. Jorge arrastró a Louisa encima de él. Ella sonrió, encontrándose con la avidez de sus ojos vivos, esperando que él no babeara. —Oh, cariño...—murmuró él. Entonces ella se acercó. Veinte minutos más tarde, estaba saciada, risueña, muy contenta, y sintiéndose ridículamente poderosa. Eufórica. ¡Satisfecha! Los dos yacían junto a ella sobre el tapete, quedándose con la mirada fija hacia el cielo. —¡Oh, mis mascotas, mis mascotas! —dijo, acariciando hacia atrás el cabello de cada cara fría— . Lo hago, lo hago, disfruto de un buen trío. Estaba así de ensimismada cuando oyó su nombre siendo llamado. Y agudamente. —¡Louisa! Ella miró hacia arriba, sobresaltada, el temor instintivo estrujándole el corazón. La forma de un hombre se recortaba en la entrada del salón de las damas.
Brent se despertó, sobresaltado e inquieto, pero inseguro de donde estaba. Se maldijo silenciosamente, dándose cuenta de dónde dormía. Se puso de pie, sacudiéndose el polvo, enojado consigo mismo, pero preguntándose al mismo tiempo que otra cosa podía haber hecho. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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La luz matutina aún no había llegado. Eso en cuanto a hacer guardia... Él se quedó con la mirada fija a través de la oscuridad, hacia la casa. Todo parecía estar bien, y cuando cerró los ojos y se concentró, no sintió nada más que la quietud de la noche. Pero algo tenía que hacerse. Hoy. El castillo DeVant era la clave.
¡Mira lo qué has hecho! ¡El desastre que has armado! A salvo. Ella estaba ahora a salvo. Y sería poderosa nuevamente. Pero las palabras de él todavía sonaban en sus oídos, y ella sentía un poder mayor hacia él mayor del que ella hubiera sentido hacia cualquiera de las tontas criaturas que no la habían conocido, y no habían sabido quién era ella. Él lo sabía. Y la había tratado como si fuera un niño errante. Mira lo qué has hecho. El desorden que has creado. Después de los planes que he hecho; todo lo que he hecho. Al principio, ella simplemente se había reído. Levantada en toda su gloria, deslizando sus manos sobre sus pechos y la longitud de su torso, apreciando la sensación deliciosa del abrigo rojo que había creado. Triunfante y divertida. Me has encontrado, al fin. Te sentí tan intensamente, y ahora... Ven cariño, no he dejado mucho, pero eres bienvenido para lo poco que queda. Habría guardado más... Podría haber conservado a la chica. Ella no era mucho, pero... Sus sensuales, tentadoras palabras no habían significado nada. Nada. Él entró impacientemente, ignorando la riqueza de la belleza y el botín que ella ofrecía. ¡Habría pensado que tendrías más sentido! Ella se había sentido como si hubiera sido abofeteada. Y se irguió en toda su regia altura. ¡A ti se te olvida a quien le hablas! ¡Y tú no te das cuenta de a quién le debes tu vida! Entonces... Nada sino impaciencia, irritación. Había un desorden que limpiar. No había muchos en los que él pudiera confiar. Había peligro en la ciudad, peligro extremo, y había esperado obtener mucho más antes de que fueran descubiertos, y ya, con el descuido de ella, muchos lo sabían. ¿Y qué harían? Ella quiso saber. ¿Qué podrían hacer? Ella no comenzaba a entender, qué mujer tan tonta. Después de todo lo que había ocurrido antes, debería haberlo sabido. Tenían que irse, no había tiempo. Quizá había algunas cosas que él pudiera hacer... Y además, por supuesto, estaban los sirvientes. Pero no eran como solían serlo. Ella debía comprender eso. Entonces, se puso a hacer todo lo que él sentía que debía hacerse. Luego se marcharon. Seguros.
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El temperamento de ella cedió algo. Él había hecho grandes planes. Habían ido tan mal, y una de las razones por las que debían ser tan cuidadosos era que esos que habían causado que ella regresara para ser menos que magnífica debían ser tratados con rapidez. Seguramente, ella había comprendido eso. Él era consciente de sus movimientos, había estado solo unos pasos detrás. Pero también lo estaban los demás. Ah, pero, ciertamente, él había planeado, porque aquí estaba ella, a salvo, comoda. Y cuando ella se había acostado para dormir, él al fin se había arrodillado junto a ella, y la había tocado con la reverencia y la adoración que ella merecía. Descansa... Y nuestra noche vendrá. Descansa... Estamos juntos ahora, y juntos... Formaremos nuestra propia alianza. Los labios en su frente. Tiernos dedos en sus mejillas. Ah, sí... Adoración. Mi querida belleza, formamos nuestra propia alianza. Y hay otros, otros que están trabajando con nosotros, es sólo que no puedo perderte otra vez, y debemos tener tanto cuidado mientras reunimos nuestra fuerza. Me debes dar tiempo de implementar todo lo que he planeado.
Para cuando era completamente de mañana, Jacques DeVant estaba despierto, y sintiéndose fuerte. Se había despertado muy temprano, habiendo sido atormentado por las pesadillas. La vida le había enseñado competencia y velocidad en todas las funciones naturales, y él se había duchado, afeitado, y vestido en cuestión de minutos, y bajo a su biblioteca. Sacó libro tras libro, y se dio cuenta, considerándose un imbécil, que no había imaginado el alcance de lo que estaba sucediendo. Con sus libros rodeándole, abiertos en diferentes páginas, se conectó a su computadora. ¡Ah, qué invención tan maravillosa! Los libros le daban el pasado. La computadora le daba el presente. Él podría ser un hombre viejo, y muchos de sus compañeros no querían tener nada que ver con las malditas máquinas, pero él había aprendido ávidamente todo lo que podía acerca de muchos programas, y acerca del Internet mismo. Podía romper muchos códigos, podía entrar en muchos registros donde instituciones diversas le aseguraban a sus clientes que su información estaba totalmente a salvo, segura, y confidencial. Jacques buscó muy cuidadosamente entre todos los registros a los que accedió. Las leyó todos completamente, dos veces. Katia llamó a la puerta y metió la cabeza, ofreciéndole café. Él le agradeció y aceptó. De regreso en el trabajo, hizo un número de notas. Katia trajo su café, y él lo sorbió, clavando los ojos en la información nuevamente. Tenía la certeza de que estaba en lo correcto. Sí, sí, estaba en lo correcto. Él supo lo que sucedió, lo que estaba sucediendo. Podría ver todo ello ahora, el cómo, dónde, cuándo, por qué... Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Sólo que no el qué. Necesitaba ayuda. Él era viejo. La Alianza había sido debilitada por el tiempo y el mundo moderno. La nueva generación no creía. Porque no sabían. La nueva generación, ah... Pero casa generación era una nueva generación, y seguramente la suya había sido igual a esta. Lo que importaba, siempre, era el conocimiento. Y una muy cuidadosa circulación de ese conocimiento. Se recostó en su silla y, por un momento, cerró los ojos. Los abrió, una sonrisa lenta curvándole los labios. ¡Él lo había sentido... sí! Oh, sí. Él no era tan viejo... no estaba completamente agotado aún. El tiempo estaba próximo a llegar. ¿Quién? La palabra sonó en su cabeza otra vez. ¿Quién? Y su júbilo se desvaneció. Debería haberlo sabido, debería haber sospechado. Él debería haber tomado medidas, y haber impedido que esto ocurriera. Recostó la cabeza en el escritorio. Y comenzó a rezar.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1100 Con luz matutina, el mundo siempre parecía diferente. Sus miedos de la oscuridad de la noche se habían evaporado, y Tara se convenció nuevamente de que cualquier plática sobre maldad y vampiros era ilusoria. Era tiempo de entender mejor lo que realmente estaba ocurriendo. Ella iba a ir la policía. Se dio una ducha y se vistió, le dio las gracias a Katia por el café con leche y el croissant que le llevo a su cuarto, y decidió salir de la casa y dirigirse hacia la estación en el pueblo. Ann ya había salido hacia el trabajo, le informó Katia. Jacques estaba despierto, y trabajando en un libro nuevo, creía ella. Le había llevado el desayuno, y él se veía realmente bien y laborioso. De hecho, se veía sano y cordial. Katia amaba a Jacques, y estaba complacida. Tara le advirtió otra vez que no debía dejar entrar a la extraña mujer, y Katia le informó que no debía preocuparse, no tenía la intención de hacer eso. Tara dio un golpe en la puerta de la biblioteca. Tuvo que tocar dos veces para llamar la atención de su abuelo. Él le pidió que entrara. Ella asomó la cabeza. —Tengo algunas diligencias en el pueblo. ¿Necesitas algo? Su computadora estaba abierta y un gran número de libros estaban amontonados alrededor de él. Clavó los ojos en ella, frunciendo el ceño. —¿Vas al pueblo? Necesito hablar contigo. —Por supuesto. No me tardaré... vendré y pasaré la tarde contigo cuando regrese, si quieres. Él todavía tenía el ceño fruncido. No quiso decirle lo que iba a hacer realmente. No quería ser disuadida de ir a la policía. ―En verdad tenemos que hablar. —Siempre estoy encantada de hablar contigo. —Hablar conmigo, sí, pero en cuanto a creerme... pero, esta tarde lo harás. ¿No te irás demasiado tiempo? —Lo prometo, no me iré por mucho tiempo. Él asintió con la cabeza, aparentemente muy absorto en su tarea. —Tendrás mucho cuidado, ¿y vendrás directamente de regreso? —Sí, abuelo, lo prometo. Ella combatió la tentación de decirle que tenía más de veintiuno y vivía en la ciudad de Nueva York, había estado por su cuenta un buen tiempo, y era muy capaz. —Lo prometo. Él asintió con la cabeza otra vez, apenas consciente cuando cerró la puerta. Le gritó a Katia que se iba, pero regresaría. Se apresuró entonces hacia la puerta y la abrió, luego se detuvo con sorpresa y un poco de súbita desilusión. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Brent Malone estaba de pie en la puerta. —Brent. —Buenos días, Tara. Ella salió fuera, haciéndolo retroceder en los escalones. La puerta del castillo permaneció abierta, una ruta de escape en caso de sentir que la necesitaba. Tenía la intención de ser enteramente desafiante, y estaba alarmada por sentir el calor agitándose en alguna parte, profundamente dentro de ella. Había un millón de cosas que quería gritarle. Estaba igualmente tentada a extender la mano y tocar su cara. Él parecía estar cansado, e incluso, más imponente que nunca. No se había puesto una chaqueta esa mañana. Llevaba una camisa negra de seda con mangas largas y pantalones de algodón. Duchado y afeitado, el cabello atado en la nuca, sus bronceadas facciones serias y atrayentes. Aún mientras se alejara ‒lo cual se aseguró a sí misma que haría‒ su aroma permanecería mucho tiempo en su memoria, y la tentación de tocarlo permanecería. Forzó su voz para sonar ecuánime y determinada. —¿Qué diablos pasó anoche? —Había algunos tipos rudos en el bar. —¿Y te encargaste de ellos? —Por así decirlo, sí. —¿Por qué nos tuvimos que ir repentinamente? Y por qué parecía que... —¿Que qué? —Que... no sé. Que atropellamos a alguien. Que alguien se había subido de un salto al coche. —¿Viste a alguien? —No. Y regresamos, y ni siquiera te vimos. Él se encogió de hombros. —Soy rápido. Hoy, sus ojos verde dorados parecían velados. —Bien —murmuró ella—, no puedo hablar contigo ahora. —No he venido a verte a ti. Ella dio un paso hacia atrás, sobresaltada, y ciertamente, algo consternada. ¿Él esperaba ver a Ann? —Mi prima no está aquí. Trabaja, tú recordarás. —No estoy aquí para ver a Ann, tampoco. —Entonces... —Necesito ver a Jacques. Ella inhaló abruptamente. —No. No, no vas a entrar y contrariar a mi abuelo. —Él estará molesto si no me ve. —¡Toda esta charla sobre vampiros! Está bien, entonces quizás crees que eres uno de ellos. Bueno, entonces, debes ser invitado a entrar.
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—No me considero un vampiro. Y, si lo fuera, Ann nos invitó a todos anoche. Pero eso está lejos del punto de porque necesito ver a Jacques. Y te aseguro que tu abuelo quiere verme. —No te dejaré entrar… —¡Tara! Se sorprendió cuando su nombre fue dicho bruscamente desde adentro de la casa. Se volteó para ver a su abuelo, que había llegado a la entrada. —Tara, no hay necesidad de ser tan grosera. Invita a entrar al señor Malone, por favor. Brent Malone arqueó una ceja, su expresión era de desdeñosa diversión. Ella quiso pegarle. ―Abuelo, creí que no debías ser molestado. —Tonterías, invita a entrar al señor Malone. Señor, por favor, usted es bienvenido. Brent extendió un brazo cortésmente, indicando que Tara debería precederlo adentro. Ella negó con la cabeza coléricamente, pero su curiosidad la aguijoneo. —Tengo un asunto en el pueblo —dijo lacónicamente. La cara de Brent se endureció. Él la miró por un momento como si fuera a discutir. —Mi nieta insiste en hacer sus diligencias, señor Malone. Y esta hora de la mañana es definitivamente la mejor para encargarse de tales asuntos, ¿verdad? Brent Malone clavó los ojos en Tara y asintió con la cabeza lentamente. —Muy bien, señor, hablaremos a solas. —Tara regresará pronto. —Ah, sí, y el señor Malone se habrá ido para entonces —dijo ella. Estaba irritada consigo misma mientras oía el leve tartamudeo en sus palabras. ¡Sí! Ella lo quería lejos. Desde la primera vez que lo había visto, todo había parecido una locura. Y nada era más loco que su deseo de lanzarse contra él, no, mucho más que eso. Deseaba darle una rápida disculpa a su abuelo, quería olvidarse de que ella debía saber algo, que debía ser suspicaz, temerosa, y protectora. Simplemente quería tomarle el brazo a Brent, insistir en que se callara, sólo se callara sobre la maldad y el peligro, se callara completamente, y la llevara a alguna parte, a cualquier parte, bien, de preferencia, privada, y simplemente... La tocara. La consumiera. —Me voy —dijo lacónicamente—. ¡Sr. Malone, asumo que se habrá ido para cuando yo regrese! Ella fue hacia su coche. Mientras hacía eso, supo que Brent Malone entraba en la casa. El frío corrió a través de ella. —Dios mío —dijo Jacques, clavando los ojos en Brent. —Creo que usted sabía que yo estaría aquí —dijo suavemente Brent. —Había pensado que podría ser usted —Jacques se quedo con los ojos clavados en él. Entonces dijo abruptamente—. Sí, está usted aquí, y hay otros. Cuántos, no sé —Un espasmo inadvertido lo sacudió. Jacques esperaba que no fuera evidente. Entonces Jacques se dio cuenta de que su visitante veía todo lo que había que ver.
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Pero Brent no hizo comentario sobre la evidente fragilidad de Jacques. —Sí —dijo Malone lentamente—, hay más de lo que podemos llegar a imaginar. —Los años han sido amables con usted, señor Malone. —Los años han sido largos —dijo Brent, en inexpresivo tono— años pasados... esperando ―Había una nota de dolor en su tono, y quizá también desesperanza y confusión. Él se la sacudió duramente, y quizá, para recobrar su sensación de fuerza, tomó nota del estado de salud de Jacques—. Y usted, mi amigo —dijo, su tono fue suave entonces—, no lo ha pasado tan bien. Jacques se puso rígido. —Estoy bastante bien, gracias. —Eso no es lo que me han dicho. —La familia de un hombre se preocupa por él. Soy más fuerte de lo que aparento. —¿Hay más de ustedes? —le preguntó Brent. Jacques agitó una mano en el aire. —Quizá. Tal vez. Pero el tiempo, usted sabe, el mundo acelerado. Me mudé a América. Escribí libros. —Sí, así he oído. Muy buenos. Fantasía, ciencia ficción, lo oculto. Todo con un mensaje para la humanidad. —¿Usted ha leído mi trabajo? —Jacques no pudo evitar sino estar encantado. —He tenido mucho tiempo entre manos. No era exactamente el cumplido que Jacques había esperado. —No hubo mucho contacto después... del fin. Quizá la escritura era mi manera de permanecer en contacto con el mundo. —¿Entonces... no hay nadie de la vieja guardia? —Me temo que no... Pero sin embargo... bueno, no puedo decirlo ahora mismo. En alguna parte, la Alianza todavía debe ser fuerte. Había más. Pero la amenaza había acabado. —La amenaza nunca ha acabado. Ha estado abajo, moviéndose. —No estamos tan dotados de comunicación como su especie —Se sintió a la defensiva—. Pero usted... usted estaba allí. Llegó tarde. Brent arqueó una ceja. —Usted se olvida de que estaba trabajando en una suposición. Una corazonada, si quiere. Pero hay más aquí de lo que hemos visto hasta ahora. Creo que la situación en la cripta era un plan, concebido cuidadosamente y por mucho tiempo, y que debemos encontrar el orquestador del plan. Jacques agitó una mano en el aire. —Entre en la biblioteca. Le diré todo lo que sé. Tara fue conducida a una pequeña oficina y se sentó delante de un detective francés. Él se presentó como el inspector Javet, a cargo del caso de asesinato, y le pidió que tomara asiento. Comenzó a hablar en francés, pero consciente de su acento, se deslizó fácilmente al idioma inglés.
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Él era un hombre grande, no en el sentido de grande como un sillón o con músculo juvenil volviéndose grasa. Él era simplemente grande. No excepcionalmente alto, sino bien musculoso y acicalado, con una cara sorprendentemente delgada, estéticamente atractiva, cabello oscuro, y ojos muy profundos, oscuros. —Entiendo que usted tiene alguna información que darme acerca del asesinato en la cripta, señorita Adair —dijo, cruzando sus manos sobre el escritorio y clavando los ojos en ella. —¿Información? —repitió ella—. No, lo siento. Temo que haya venido aquí porque estoy preocupada por lo que sucedió en la cripta. Si estaba decepcionado porque su pregunta directa no lo ayudara, evitó que la emoción se manifestara en sus ojos. —Mademoiselle, todos están preocupados por lo que sucedió en la cripta. Temo que si usted ha venido aquí por seguridad, está desperdiciando el tiempo de ambos —Mientras ella lo miraba a suu vez, él suspiró suavemente—. Estoy trabajando en este caso a tiempo completo. Hemos traído a un hombre de París. Cada pieza posible de evidencia forense está siendo recolectada y analizada. Vivimos en tiempos modernos donde la ciencia es de más ayuda. ¿Ha ido usted a las ruinas? —Ah, sí —La pregunta la cogió por sorpresa, y se encontró recordando, vívida e irritantemente, que Brent Malone repetidamente le había advertido que mantuviera su nombre apartado de la situación. Su abuelo se lo había advertido también. —¿Cuánto tiempo ha estado usted en el país? —Sólo algunos días. Tengo familia aquí. Él rebuscó papeles en su escritorio, entonces clavó los ojos en ella otra vez. —Usted se está quedando en el Chateau DeVant... —Jacques DeVant es mi abuelo. Eso trajo otra larga y fija mirada. —El viejo Jacques —murmuró Javet—. Dígame, ¿la envió él a la cripta? —¡No! —mintió rápidamente, y esperó que su protesta no fuera tan fuerte que la traicionara inmediatamente—. No, siempre he estado interesada en la historia del área. Soy americana, como se habrá dado cuenta. Nos gusta volver atrás y descubrir nuestras raíces, esa clase de cosas, usted sabe. Rara vez decimos que somos sólo americanos, ve. Porque todos nosotros tenemos una historia en alguna otra parte. Excepto, por supuesto, nuestros nativos Americanos. Pero la mayoría de nosotros decimos que somos algo. Usted sabe, hispanoamericano, afroamericano, irlandés americano, francés americano... usted sabe. Ella estaba balbuceando. Grandiosos. Y sus mejillas se volvieron rojas. —Sí, por supuesto —dijo Javet. Ella se preguntó si se había vuelto suspicaz. Se preguntó lo que diría si ella se rindiera y le dijera que su abuelo estaba convencido de que la maldad había sido desenterrada, que los vampiros estaban alrededor del pueblo, probablemente con intenciones de darse el gran festín ofrecido no sólo aquí, sino todo a una sombra más allá en el oeste, en la gran populosa ciudad de París. Y que, en su corto tiempo aquí, había conocido a las personas más extrañas, también convencidas de la maldad, uno de los cuales había estado en la cripta en el momento del homicidio. Donde ella había estado también.
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—Mire —dijo ella impacientemente—, lamento desperdiciar su tiempo. Pero estoy aquí por una larga estadía. Mi prima es una joven que viaja dentro y fuera de la ciudad diariamente. Naturalmente, estoy muy preocupada. Los periódicos han hecho poco, excepto describir el asesinato. Sí, esperaba venir aquí dentro y encontrarme con que la policía fuera dura en el caso, y que usted tuviera sospechosos, y quizá, que un arresto fuera inminente. Javet sonrió al fin. —¡Apasionada, impetuosa, y determinada a hacer justicia! Sí, usted es muy americana… y algo francesa. Desearía poder decirle que un arresto es inminente. Le puedo decir que tenemos sospechosos. Y que no tenemos la intención de descansar hasta que el perpetrador de este horrible crimen sea llevado ante la ley. Ahora, ¿está feliz? —Estaría más feliz de oír que usted tuviera al asesino en custodia. —Por supuesto —dijo Javet—, y yo sería más feliz, por supuesto, si no considerara que hay más que usted no me está diciendo. Ella se encogió de hombros. —Desearía que hubiera más que pudiera decir. Mi prima y yo salimos anoche y cuando nos íbamos, pensé que… que nos seguían. Que éramos, quizá, posibles víctimas de... algún tipo de ataque. —¿Se iban de dónde? —La Guerre. —¿Y qué la hizo pensar que estaban en peligro? Ella se dio cuenta de lo ridícula que iba a sonar antes hablar. —Sombras —dijo a pesar de sí misma. —Ah, sombras. Una calle oscura, miedo en sus corazones —señaló, de forma no poco amable— ¿Había allí algo más que simplemente... sombras? Ella vaciló otra vez. ―Pensamos que golpeamos algo… o alguien. —¿Oh? No ha habido informes de cuerpos encontrados en la calle esta mañana. —No... Regresamos en el coche. No había nada en la calle. Javet mantuvo los ojos clavados en ella. Sintió las mejillas enrojeciéndose otra vez. Se preguntó si debería decirle que no habían dejado solas el bar, y que su acompañante había regresado, diciéndoles a ellas que corrieran. Pero entonces él querría saber quién había sido el acompañante, y se enredaría a sí misma más y más en los acontecimientos de la cripta. Había sido estúpido de su parte haber ido allí. —Mire —dijo—. Lo siento. No debería haber tomado su tiempo. Supongo que quería alguna clase de seguridad. Necesitaba saber que la policía estaba... haciendo algo. Javet se encogió de hombros. —Usted pensó que éramos unos pobres policías provincianos, y que no teníamos el conocimiento o las capacidades para ocuparnos de un crimen tan horrible, porque estamos acostumbrados a multar a las personas que no se detienen en absoluto ante las señales en la calle. —No, no, en realidad...
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—Como he dicho, tenemos a un hombre excelente de París, un hombre que está acostumbrado a esta clase de trabajo. Y no estamos tan pobremente equipados como usted pudiera pensar. Somos pequeños, de las afueras de una gran ciudad, pero incluso aquí, ocurren cosas. Hay una gran cantidad de terreno. Ya antes hemos tratado con los patéticos restos de asesinatos. Tiempo de elogiar al hombre, pensó ella. —Desde el momento que lo conocí, señor, pude ver que es usted un serio oficial de la ley. Él asintió. Halagado o no, ella no podría decirlo. Ella decidió avanzar. —Tengo entendido que uno de los excavadores del lugar, es el hombre que reportó el crimen. —Sí. —Asumo que él es un sospechoso. Por primera vez, Javet se vio un poco incómodo. Rápidamente enmascaró su incomodidad. —Él ha sido interrogado, y está siendo... vigilado. —Pero él no está bajo arresto... —Todavía no... —¿Pero puede estarlo? ¿Pronto? —No creemos que pudiera haber cometido el crimen, señorita Adair, y en cuanto a exactamente por qué, no estoy en libertad de decirlo. Él ha sido informado, por supuesto, que no debía abandonar el área. Y sé que no lo ha hecho porque llevamos registro de su localización. Ella se preguntó exactamente qué tan bien informado podía estar el inspector de la localización de Brent Malone, debido a que él estaba en ese momento, asumió ella, todavía en su propia casa familiar. Pero entonces, claro, ella era la única persona que sabía con toda seguridad que Malone no era culpable. —¿Qué hay del profesor Dubois? —Dubois —dijo Javet, negando con la cabeza—. Confíe en mí, mademoiselle, hemos hablado con Dubois. Él llama por teléfono diariamente. Su preocupación no es por el hombre que murió. Está ansioso por regresar a su excavación. No tiene intención de dejar el área. Me acosa todos los días. —Eso no significa... —Hubo testigos que vieron al profesor dejar la cripta. Y testigos que lo vieron llegar a su casa. Seguimos cada pista, y no podemos dejar fuera ningún fragmento de información que tengamos... si alguna vez esperamos encontrar al asesino, no podemos dejar que sepa qué pistas hemos encontrado. Y naturalmente, señorita Adair, y esto, por supuesto, no es más que lo que usted puede leer en los periódicos, creemos que alguien entró en la tumba con el objeto de robar, y que no esperaban encontrar a un trabajador todavía en el sitio. Por consiguiente, tuvo que matarlo. Así es que le aseguro, que estamos investigando a los conocidos del profesor, aunque sea cierto también que un erudito que ha consignado sus propios fondos para investigar puede no ser consciente de la avaricia de los demás para conducirlos a un tesoro descubierto, y luego robar el tesoro de debajo de su nariz. Pierda cuidado, estamos investigando. Ella asintió con la cabeza, sintiendo que había sido despedida. Comenzó a levantarse.
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—Otra vez, lamento haber tomado su tiempo. Él se levantó también, y sonrió al fin. —Fue un descanso agradable. Quizá usted podría reunirse conmigo a tomar café, y pueda mantenerla al tanto de los acontecimientos cuando no esté de servicio. Sus palabras la sobresaltaron. Sus maneras habían sido no sólo profesionales, sino casi impacientes. Se encontró asintiendo con la cabeza. —Sí, café. Eso sería agradable. —La acompañaré hasta la puerta. Él la escoltó a través de la oficina, abriéndole la puerta. Sus ojos eran muy oscuros e insondables mientras le preguntaba. —Si su tremenda preocupación por el señor Malone viene a pie con que ustedes dos se han conocido, le sugeriría que sea precavida. —¿Qué? —Le he dicho, señorita Adair, que es un hombre al que estamos vigilando. Lo conoció en la tumba cuando él estaba trabajando, ¿O su primer encuentro con el americano fue en el café calle abajo? —Lo vi cuando estaba trabajando, por supuesto. Realmente no nos conocimos hasta que lo vi en el café la mañana siguiente —Eso estaba muy cerca de la verdad, y su voz era inexpresiva, considerando el hecho de que el inspector la había tomado tan completamente fuera de guardia. Ella sonrió—. Y sí, por supuesto, siendo que he conocido al hombre, y he leído en el periódico sobre su descubrimiento del cuerpo, estoy preocupada. Javet asintió con la cabeza. —Señorita Adair, usted debería haber mencionado ese hecho desde el principio. —Siendo que usted es consciente de que nos hemos conocido, debería comprender mi preocupación. Otra vez, él dio una inclinación leve de su cabeza. —Quizá debería informarle que el interés de su abuelo en la tumba es también sospechoso. —¡Mi abuelo! —Nuestros registros indican que... junto con el testimonio del profesor Dubois, Jacques DeVant tenía un tremendo interés en la tumba antes de que fuera abierta. —Mi abuelo está mal de salud, Inspector. Difícilmente podría lastimar a nadie. —Es un hombre de algunos recursos, señorita Adair. Y fue categórico acerca de que ese sitio no fuera perturbado. Escribió muchas cartas de protesta, a la iglesia, al gobierno, y aun a la comisaría de policía. —Él es un erudito, un hombre de historia, y también un hombre muy religioso. Con convicciones sanas. ¡Pero mi abuelo no es en absoluto un hombre violento! Javet la estudió por un largo tiempo. —Su abuelo llego a ser conocido como un héroe de la resistencia, señorita Adair. Le aseguro, él debió haber conocido algo de violencia alguna vez en su vida. —Fue un soldado en una guerra, Inspector. Todos los hombres deben cumplir con su deber en un momento semejante.
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Javet se encogió de hombros. —Solamente le explico que su abuelo odiaba la sola idea de la excavación, y que él es definitivamente un hombre lo suficiente rico para haber tenido influencia sobre otros. —Él nunca contrataría a un asesino. Jamás. ¡Y usted puede traer a cada experto de París y alrededor del mundo, y todavía no encontrará nada que sugiriera que lo haría! Javet sonrió, entonces se puso rígido repentinamente. —Ah, bueno señorita Adair, quizá este caballero la hará sentir un poco mejor acerca de la situación ―Inclinó su cabeza hacia alguien que se acercaba en su dirección, sus pisadas deslizandose suavemente en el pavimento. Ella se dio media vuelta para ver a un hombre de aspecto agradable, de cabello claro con ojos profundos y un rostro duramente cincelado. Más alto que Javet, ancho de hombros, con la mirada de un oficial policíaco bastante experimentado. —Señorita Adair, éste es el inspector Trusseau, de la oficina de París. Inspector, la señorita Adair. La señorita es una joven americana que visita parientes franceses. Los DeVant. —Mademoiselle —murmuró el inspector. Su voz de tono bajo, encantador. Él besó su mano, como si fuera un príncipe en vez de un policía. Ella sonrió, asintiendo con la cabeza, retirando suavemente su mano. Suave. Definitivamente suave. Sonrisa muy encantadora. Demasiado... afable para un policía. Tal vez sus ojos era muy directos, y ella se encontró con que no podía alejar su mirada fácilmente. —¿Cómo está usted, inspector Trusseau? —dijo. —Maravillosamente, gracias. Qué agradable que nos hayamos conocido ahora. —¿Realmente, señor? ¿Cómo es eso? —Bueno pues, naturalmente, tengo la intención de visitar a su abuelo. —¿Por qué? —Porque él es un erudito, por supuesto —dijo Trusseau—. Tengo la esperanza de que él me pueda dar alguna información sobre el crimen. Ella miró hacia Javet. —Ya le he dicho a ella que Jacques DeVant podría estar bajo sospecha. —Y yo ya le he dicho a él que presumir que mi abuelo es capaz de cualquier maldad es una locura. —Entonces recurría a él simplemente por ayuda —dijo Trusseau educadamente, sonriendo e inclinando la cabeza en un gesto que reconocía la defensa de su abuelo. Trusseau le dirigió a Javet una mirada dura que repentinamente intranquilizó a Tara. Sí, el hombre podía ser encantador, pero también podía ser duro como un clavo. Bueno, eso era bueno. Él estaba ahí para encontrar a un asesino. —El inspector Javet ha sugerido muy explícitamente, creo, que mi abuelo le pagó alguien para matar al trabajador en la cripta, y hacer desaparecer el cuerpo en el ataúd. —Eso no es exactamente cierto —dijo Javet, su tono era irritado—. Quise decírselo para que comprendiera que todas las pistas están siendo investigadas.
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Alguien llamó el nombre de Javet desde el interior de la oficina. Él se dio vuelta, asintió con la cabeza hacia el oficial que lo llamaba, entonces volvió su atención a Tara. —¿Me disculpa? —Conduciré a la señorita Adair hasta su coche —dijo Trusseau. Él tomó su brazo. Había fuerza en su agarre, y cierta electricidad en él. Estaba bien hecho para su trabajo. —De verdad estoy perfectamente bien. No sé si iré directo a casa —dijo ella. —Entonces al menos, le deseo un día agradable, mademoiselle. Y puedo decirle que estoy seguro de que nos volveremos a encontrar. —¿Cuándo vaya a interrogar a mi abuelo? —dijo. Él sonrió. —¡Ah, querida! ¡Justo como la estatua de la Libertad, manteniéndose en lo alto, protegiendo las costas de su puerto! Verdaderamente, he sabido de su abuelo por años. No me arruine esta oportunidad para hablar con él. Cuando vaya, rezo para que usted esté allí, y que me invite a entrar calurosamente, y se una a la conversación. Ella se quedó muy quieta, imaginándose a ese hombre de corazón duro escuchando las historias de su abuelo sobre vampiros. Jacques definitivamente acabaría encerrado. —Mi abuelo está muy enfermo. —Siento tanto oír eso. No tomaremos mucho de su tiempo. —Le aseguro que cuando está descansando, no permitimos que nadie lo perturbe. Nadie. ¿Podía decir eso en Francia? Tara se dio cuenta de que sabía poco de la ley francesa. En los Estados Unidos, por supuesto, se necesitaba alguna clase de orden para insistir en hablar con un hombre envejecido y afligido. Aquí, ella no estaba segura. Pero Ann lo sabría. —Bonjour, mademoiselle. Un placer —repitió él suavemente. Él se volvió hacia la estación. Tara se encontró a solas en la calle. No había ganado nada, pensó, excepto mayores miedos y exasperación. ¡Jacques! ¡La policía estaba investigando a su abuelo! Sabían de su interés, y sabían que ella había entablado amistad con Malone. ¡Repentinamente odió al hombre! Él no había hecho más que traer problemas y peligro a sus vidas. Y su abuelo realmente no le había contado todo. Él le había contado historias acerca de leyendas y fantasía. Y si la policía continuaba investigando a Jacques y él hablaba de vampiros y maldad, seguramente terminaría en una institución mental. Especialmente con un hombre como el Inspector Trusseau insistiendo en hablar con él. Se quedó mirando a lo largo de la cuadra y al otro lado de la calle. Las puertas de la actual St. Michel se habían reparado. Algunas personas entraban y salían, con la atención en sus oraciones diarias. La entrada exterior del lugar permanecía completamente amarrada con la cinta amarilla de crimen.
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Tenía que haber algo más que pudiera hacer. Tenía que haber una forma de proteger a Jacques. Se sintió perdida, enojada, y un poco más que asustada. Empezó a caminar hacia el café, pensando que un café con leche y algunos momentos de pensar y razonar la podrían estabilizar. ¿Cómo diablos podía apartar a Malone y a sus amigos de su casa? Y más perturbador, ¿por qué era que cuando estaba junto a él, quería olvidar los hechos básicos que conocía y los sensatos pensamientos lógicos que deberían prevalecer en su mente? Él la intrigaba, le había dicho él con completa confianza. Y, por supuesto, lo atemorizante era que era cierto, y hacía mucho más que intrigarla. Parecía tener alguna clase de sujeción hipnótica sobre ella que era mucho más que intrigante. Cuando estaba lejos de él, estaba bien. Cuanto más se acercaba... Mientras estaba ahí, alguien abrió la puerta de la comisaría de policía y emergió detrás de ella. Comenzó a murmurar un "discúlpeme," y a apartarse. Una intensa sensación de frío la recorrió. Un frío que iba mucho más allá del toque de la brisa. Y no había nadie allí. Nadie en absoluto. Frunció el ceño, clavando los ojos en la puerta que aún parecía estar cerrada. Una sobrecogedora sensación de temor pareció cerrarse alrededor de ella, como una ola de frío. ¿Por qué no? Javet y Trusseau ambos parecían estar tras Jacques. ¡Eran los policías! se recordó a sí misma. En busca de justicia. Malone era el que había traído miedo a su casa. Decidió repentinamente que no necesitaba café o tiempo para beber. Necesitaba regresar al castillo. Brent Malone estaba allí. A solas con su abuelo. Nunca debería haber salido...
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1111 Ann clavó los ojos en la pila de manuscritos sobre su escritorio, y suspiró. Dejó caer su cabeza sobre él. ¡Estaba exhausta! No se habían quedado afuera hasta tan tarde la noche de anterior... de hecho, pudo haberse quedado mucho más tiempo. Había pasado un buen rato hasta... Casi rió en voz alta. ¿Por qué habían tenido tanto miedo cuándo dejaron La Guerre? ¡Sombras! Qué tontería. El miedo había engendrado miedo, y entonces habían pensado que habían golpeado algo, que algo había caído sobre el coche, que... Malone se había quedado atrás. Un tipo tan apuesto. Y Tara fue casi grosera con él. Ah, bien, el estadounidense del café había estado allí. Muy sexy. No es que ella estuviera realmente lista para caer en una relación profunda tan rápidamente, pero... bueno, el tipo era americano. Y le daba el coraje y la convicción para mantenerse lejos de Willem. Aun no sabía cuánto tiempo Rick Beaudreaux tenía la intención de permanecer allí. Y aún así... hum... él podía ser exactamente lo que necesitaba en este momento. La atracción estaba allí. Chispas, pequeños deliciosos cosquilleos de electricidad barrieron a través de ella mientras hablaban, bailaban, se movían juntos. Y esa era la cuestión, por supuesto. Estaba allí, o no. Era posible conocer a un hombre desde siempre, un hombre con todas las cualidades correctas, virtudes, lo que sea, quizá incluso de buen aspecto, con un buen trabajo, adulto, amable... y no importaría en lo más mínimo si no había ahí una atracción. El estadounidense podía no vivir en París, incluso podía no ser un empleado bien remunerado, aun no lo sabía realmente. Pero... Ella no estaba segura de que le importara. Quería verlo otra vez. O, querría verlo otra vez si no estuviera tan ridículamente cansada. Podía imaginar una noche enseñándole acerca de vinos franceses... y luego tiempo a solas. Sí, muy francamente, no necesitaba una cena, más baile, o cualquier cosa. Disfrutaría simplemente de una noche a solas con él. Y luego... Bien, ella no permitiría un corazón roto. Se daría el gusto porque estaba fuera de una relación, porque él tenía esa muy sexy calidad y la chispa exacta, y ella era una mujer con el derecho a desear y a un romance si fuera su elección. Y, por supuesto, quería que Willem se enterara. Quería que él supiera que lo había olvidado, verdaderamente podía vivir sin él, y ser adorada y arrastrada a una breve pero apasionada, absolutamente fogosa relación con otro hombre. Aun mientras él intentaba reparar el daño. Pero estaba cansada. Tan, tan, cansada... —¿Ann? Sobresaltada, alzó la miarada. Pestañeó. El hombre de sus pensamientos repentinamente se había materializado delante de su escritorio. Él llevaba puesto un traje de negocios. Buen corte, realzaba su altura y su forma. El traje era oscuro, Armani, quizá, o Versace, de corte simple, limpio, y atractivo. Parecía muy rubio y bronceado con el. Y olía... divino.
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Para su consternación, siendo que se consideraba una mujer lógica y seria, competente y segura, ella tartamudeó. —Monsieur Beaudreaux. —Lo siento, no tenía la intención de sobresaltarte. —¿Cómo... cómo entraste? ¿Sin ser anunciado? —Hablé con la recepcionista. Le dije que estaba tratando de sorprenderte, llevandote a almorzar. —Almorzar —murmuró, temerosa de sonar un poco estúpida, como si no comprendiera la palabra en inglés. —Lo siento, puede que una sorpresa no fuera tan buena idea. —No, no, es bonito que estés aquí —dijo, rápidamente rearmándose—. No había pensado en ir a almorzar. Tengo toneladas de trabajo, y temo que no haya sido mi día más productivo. —Tal vez un descanso te haga funcionar. Ella se puso de pie. Al infierno con el trabajo. Le dedicaba a su trabajo ochenta horas algunas semanas. —Quizá tienes razón... Ella recogió su bolso. El clima era hermoso, un poco frío, pero soleado. No necesitaba una chaqueta. Ella caminó alrededor de su escritorio. Él tomó su brazo, sonriente. Una sonrisa afectuosa, maravillosa. —¿A dónde me llevas? —preguntó. —A cualquier sitio al que quieras ir. Un discreto cuarto de hotel, pensó ella. Pero no dijo las palabras en voz alta. La sonrisa de Rick se profundizó, como si ella las hubiera dicho. Estaba encantada mientras pasaban junto a las oficinas exteriores del muy contemporáneo edificio de París. La recepcionista y algunas empleadas andaban por allí. La observaron con envidia. Ella hizo una pausa junto al escritorio de la recepcionista. Henriette, joven, bonita, y ahora, con los ojos algo saltones, se disculpó rápidamente. —Ann, el caballero dijo que era un viejo amigo y deseaba sorprenderte. Debería haber tocado el intercomunicador...—hizo una pausa, viéndose un poco perpleja—. Lo siento, no lo hice, y espero... supongo... ¿que esté bien? —Sí, Henriette, está bien —recorrió con la mirada a Rick—. Mi viejo amigo y yo vamos a almorzar. Puede que me demore un poco. Pero estaré de regreso para la reunión de arte esta tarde. —Sí, por supuesto. —Gracias, Henriette —dijo Rick. Le sonrió a la recepcionista. Ann casi podía ver al corazón de Henriette revolotear. Entonces Beaudreaux tomó su brazo. La electricidad relampagueo por su brazo. Caminaron hacia el elevador. Los otros estaban yéndose a almorzar. Sintió sus ojos, y supo que ella y el estadounidense hacían una llamativa y atractiva pareja. Alcanzaron la calle.
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Rick bajó la mirada hacia ella. Querido Dios, qué maravillosos y poderosos ojos azules, tenía él. No podría haber apartado la mirada si hubiera deseado hacerlo. Él preguntó suavemente. —¿Entonces, a donde te gustaría ir? Ella encontró sus ojos, y contestó simple y honestamente. —A alguna parte... a cualquier parte... con... —¿Con qué? ―preguntó. Ella había tenido la intención de decir, con una rica ensalada y pan caliente. De alguna manera, esas palabras la eludieron. —A alguna parte con...—pinchó él en un susurro afectuoso. Ella dejo salir un largo suspiro, sus ojos todavía clavados en los de él. —A alguna parte con una cama —dijo.
La puerta de la biblioteca estaba cerrada cuando Tara regresó. Ignoró el hecho, y, sin molestarse en golpear, entro. Su abuelo estaba detrás del escritorio. Y, como ella había supuesto por el viejo BMW en el camino de acceso, Brent Malone estaba todavía con él. Él estaba parado, inclinándose sobre el hombro de su abuelo, mientras Jacques hacía marcas en un mapa del área. —¿Qué hacen ustedes dos? ―preguntó ella. —Estudiando un mapa de París y sus alrededores —dijo Brent. Su abuelo la estaba contemplando, también. Él no parecía particularmente débil... más bien, sus mejillas estaban ruborizadas, y la excitación por su trabajo era aparente —Tienes que irte —Le dijo ella a Brent —¡Tara! ―dijo firmemente Jacques. —Mi abuelo ha estado muy enfermo últimamente. Si lo cansas, bien podría tener una reicaída de su neumonía. —¡Tara! —repitió Jacques. —Quizá es tiempo de que me vaya —dijo Brent. —Le he dicho exactamente lo que está ocurriendo —refutó Jacques firmemente. —Sí, pero ella no le cree. Ella dobló sus brazos sobre su pecho y caminó hacia el escritorio. —Si has venido aquí para alentar a mi abuelo en su creencia sobre los vampiros, seguramente no eres bienvenido. —Ella no cree —dijo Brent suavemente. —Lo crea o no, existen —dijo Jacques— y no debe interrumpir nuestro trabajo. Malone le dirigió a ella un encogimiento de hombros.
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—Bueno pues, entonces, supongo que eres tú la que tiene que echar una mano y ayudar... o irse. —¿Me estás diciendo que realmente crees en vampiros? ¿En demonios reales que resucitan de entre los muertos? —Algunos son demonios, y algunos no lo son —dijo Jacques. —Sin embargo, Louisa de Montcrasset definitivamente puede ser descrita como un demonio — dijo Brent. Sus ojos estaban al nivel de los de ella. Él podría estar diciendo que estaba estado de acuerdo en que definitivamente iba a llover en uno o dos días, o que, sí, el invierno siempre seguía al otoño. Enfurecida, y más que un poco irritada, Tara giró sus talones y caminó fuera de la habitación. La tentación había sido agarrar de los cabellos a Brent Malone, arrastrarlo fuera del cuarto, y arrojarlo de la casa. Ella no tenía la fuerza. Y temía que tocarlo fuera peligroso. Mientras salía de la habitación, dando un portazo detrás de ella, casi se tropezó inesperadamente con Eleanora. El pastor había venido a la puerta. No intentó correr detrás de Tara y entrar a la habitación; Permaneció inmóvil, como si fuera una antigua perra guardiana egipcia, sintiendo la muerte del Faraón. —Eleanora, ven, alejémonos de aquí —dijo, agachándose a tocar al perro. Pero aunque no gruñó o protestó por el toque de Tara, no se movió, tampoco. Y no saltó sobre Tara con excitación, como era propensa a hacerlo, recordándola cada vez que ella venía y se iba, sin importar cuánto tiempo permaneciera en los Estados Unidos. —¡Hasta el perro ha perdido la razón! —masculló Tara, caminando a grandes pasos a través del vestíbulo y dirigiéndose hacia las escaleras. Continuó hasta su cuarto, necesitaba estar algún lugar por el que pudiera caminar de un lado al otro y estallar sin hacer las cosas peores para su abuelo. Entró en su cuarto, dio un portazo, y trabó la puerta. Comenzó a pasear, e intentó obligarse a calmarse. Acababa de hacer la peor cosa posible. Había vuelto a casa y había perdido la calma en lugar de explicarle sensatamente a ambos que los cadáveres no se levantaban y mataban a los vivos. Gente ambiciosa, con sus propios planes, cometían asesinato. Y algunas personas eran crueles, sin importarles la vida humana, y algunos estaban psicóticos y muy enfermos. Por eso es que ocurrían cosas horribles. Ella debería haberles llevado la corriente, debería haber mantenido un tono moderado y una voz inexpresiva. Se dejó caer en la cama, golpeando el colchón con furia repentina. Cerró los ojos apretadamente, negando con la cabeza, preguntándose qué diablos hacer. ¿Regresar abajo y tener otro ataque, forzando a Malone a salir de la casa? ¿O regresar e intentar estar tranquila, racional? Mientras yacía allí, fue consciente de un olor peculiar. Mirando hacia arriba, vio que sobre las puertas del balcón habían sido colgadas cabezas de ajo. Por algunos momentos, sólo clavó los ojos en el nuevo adorno en sus instalaciones. ¡Esto es demasiado! pensó. —¡Él ha estado en mi cuarto! —exclamó en voz alta. Eso era todo. Tara se puso rápidamente en pie y volvió corriendo escalera abajo. Eleanora permanecía delante de la puerta.
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Cuando pasó de una zancada hacia allí, el perro se levantó. Para su asombro, el enorme pastor le gruñó. —¡Eleanora! Soy yo, Tara, ¿qué demonios pasa contigo? ―demandó. El perro se mantuvo firme, los orgullosos ojos cafés afilados como navaja. —¡Si estas protegiendo al abuelo, lo proteges de la persona equivocada! Y sin embargo, el perro se rehusó a moverse. Tara dio un paso para llegar hasta ella y golpear la puerta. El perro comenzó a gruñir con un sonido de advertencia otra vez. —¡Oye! —gritó ella furiosamente. Un momento más tarde, la puerta se abrió. Brent la miró, y al perro. —Chica tonta —Le dijo al pastor, palmeando su cabeza como si él fuera el amo del animal—. Es Tara. Ella quiere entrar. Está bien. Tan suave como un gatito, Eleanora se hizo a un lado, deslizándose para una siesta junto a la pared. ―¿Así es que has decidido unirte a nosotros? —dijo Brent. —¡He decidido retorcerte el cuello! ¿Qué diablos estabas haciendo en mi cuarto? ¿Por qué hay ajo sobre las puertas? —No he estado en tu cuarto —dijo—. Y no puse ajo sobre sus puertas. —¿Qué murmuran ustedes dos? —gritó Jacques. Ella pasó junto a Brent, parándose delante del escritorio de su abuelo. —Hay ajo sobre las puertas para el balcón. —Sí, por supuesto —le dijo él. —¿Tú lo pusiste allí? —No, no, claro que no. Katia lo puso allí. —Estupendo. Así que Katia cree en los vampiros. —Katia tiene una mente abierta, y sabe que el mundo en su conjunto no es siempre simple y visible para el ojo desnudo —dijo Jacques. Ella se alejó dando media vuelta, precipitándose en el sillón antiguo entre el escritorio de su abuelo y el gran hogar de la chimenea. Hizo un capitel con sus dedos, clavando los ojos en su abuelo. —Jacques, un hombre fue brutalmente asesinado en una tumba. Una tumba que tú no querías que se abriera. Que te empeñabas en impedir que fuera excavada. Él entrecerró los ojos mirándola. Ella se inclinó hacia adelante, ignorando el hecho de que Malone estaba en el cuarto. —¡Javet! El Inspector Javet. ¿Sabes que sospechan que tú le podrías haber pagado alguien para matar a ese trabajador para evitar que continúen los trabajos en la cripta? Jacques no estaba en lo más mínimo preocupado. —¡Javet! —dijo, descartando al hombre con molestia. —¡Y no solamente Javet! El inspector de París puede interrogarte también. —Así que fuiste a la policía —dijo Jacques. Él estaba molesto. Negó con la cabeza con tremenda decepción.
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—La policía es la que investiga los asesinatos —dijo ella rotundamente. Brent estaba sentado sobre el borde del escritorio de su abuelo, ni enojado ni divertido. —Investigan las desapariciones también. —¿De qué hablas? —preguntó ella. —Hasta hoy, siete personas han desaparecido en las últimas semanas, reportadas en la estación principal en París. —¿Desapariciones... de quién? ¿Y qué tienen que ver las desapariciones en París con un asesinato brutal aquí, en el pueblo? Jean—Luc no desapareció. Su cuerpo fue asesinado y abandonado para ser descubierto. —Paula Denton, estudiante británica, un hermosa joven mujer, habló por última vez con su familia hará unas dos semanas, diciéndoles que dejaría París para dirigirse a casa esa noche. Siguiente, reportado alrededor de diez días atrás, John Bryner, un americano. Él debía llegar a una escuela en Niza, y nunca apareció. Jillian Grieves, una prostituta parisiense, no ha sido vista en nueve días. Barbara Niemes, otra prostituta, ha estado perdida casi una semana. La lista continúa... la lista conocida. Dios sabe cuántas personas han desaparecido, quienes no tienen familiares que les sigan el rastro... o las hermanas de la calle que aún pueden demostrar su amor buscando a sus amigas. —Estudiantes desaparecidos... jóvenes estudiantes, corriendo por Europa. Y prostitutas… —dijo ella. Brent alzó una ceja. —¿Oh? ¿No merecen tu preocupación? —¡No seas absurdo! —estalló—. Naturalmente, son seres humanos, y valen la preocupación de todo el mundo. Pero los estudiantes vagan a través de Europa todo el tiempo. Y las prostitutas... —Prostitutas con "problemas de drogas" siempre regresan a su proveedor —dijo Jacques con un suspiro. Ella se quedó mirando fijamente de uno al otro. Ambos le devolvieron la mirada hacia ella. —Está bien, entiendo. Todos ellos han desaparecido por... vampiros. Ni uno ni otro dijo nada o movió un músculo. —Los vampiros se suponen que beban sangre, no consumen cada pulgada de un cuerpo —dijo ella—. Si los vampiros se hubieran llevado a estas personas, sus patéticos cuerpos, drenados de sangre habrían sido descubiertos. Sus acongojadas familias los habrían enterrado, y bueno, se habrían levantado otra vez y habría más vampiros, y más vampiros, todos surgiendo de las paredes como cucarachas. —Los vampiros beben sangre, sí —dijo Brent. —Allí, ¿ves? —Le dijo ella a Jacques. —También tienen la intención de sobrevivir, y por consiguiente, no dejan cuerpos descartados esparcidos por ahí. También son territoriales, y rara vez afectuosos de la competencia. Raras veces crean a integrantes nuevos de su propia especie. Hay realmente un código por el cual sobreviven —dijo Brent. —Un código. Un libro de reglas. El Libro de Reglas del Vampiro. Lo siento, no lo he leído aún. —No es un libro, Tara, y tú no lo puedes leer. Pero hay una sociedad, y es antigua y hay códigos y leyes por las cuales las criaturas existen... y han existido a todo lo largo del tiempo. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Y tú desenterraste a esa condesa, y ahora ella es un vampiro. —Era un vampiro antes de que la desenterrara. Pero sí, ahora ella anda suelta —dijo Brent. Ella clavó los ojos en él, entonces agachó la cabeza, sacudiéndola. —Conocías a mi abuelo antes de venir aquí hoy —dijo. —Sí. —Tara... —comenzó Jacques. Ella le interrumpió. —Viniste aquí, Malone, mucho antes de todo esto, y llenaste la cabeza de mi abuelo con una buena cantidad de basura. Lo obligaste a protestar por la excavación, y por tu causa, la policía va a terminar interrogándolo. Eres el instigador de estos disparates, esta fantasía, lo has convencido de que él es parte de algún tipo de alianza, y lo que has hecho está arrastrando a un hombre enfermo dentro de una pesadilla. —¡No soy un hombre enfermo que ha perdido el juicio, señorita! ―dijo Jacques con ecuánime dignidad. Ella todavía no podía mirar a Jacques. Pensaba que estaba comenzando a juntar las piezas. —No sé cuál es tu juego, señor Malone. Tal vez eres un escritor, también. Una especie de crítico, que salió para difamar a Jacques, o hacer su propio nombre de cierta forma a través de él. Lo que sea tu juego, sin embargo, se terminó. Voy a ir de regreso directo a la policía y decirles todo lo que sé. —No puedo permitirte hacer eso, Tara —dijo Brent. Su voz tenía ya sea una amenaza suave, o una simple promesa. —¿Vas a matarme? ¿Imaginas, quizás, que eres uno de ellos? ¿Que tú mismo eres un bebedor de sangre? Clavando los ojos en ella, él pestañeó, pero sus ojos no abandonaron los de ella. —No —dijo. —Oh, bueno, gracias a los cielos por eso, al menos. Qué alivio. Aun me falta ver una de estas criaturas. —Pero has visto uno. —¿Lo hice? —Sí, la otra noche. La condesa Louisa de Montcrasset estaba aquí, en esta puerta, cuando tú y Ann regresaron a casa. Y tu debiste sentirlo mucho más de lo que estás dispuesta a admitirlo, porque no fuiste tan tonta como para dejarla entrar en la casa. Ella quiso protestar instantáneamente, asegurarle simplemente que ella nunca permitía que las visitas desconocidas entraran a ver a su abuelo. Pero algo se había cernido sobre ella... Un escalofrío. Y tuvo miedo de que, en alguna parte, profundamente dentro de ella, estuviera enloqueciendo como ellos. Porque en alguna parte, profundamente dentro, casi creía la locura. —Sabes que tengo razón —le dijo él. —Escucha, Tara —dijo Jacques—. He intentado hablarte sobre esto, hacerte entender. —Y—yo.... —Ella se quedó mirando a los dos. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Entonces salió volando de su asiento. —¡No! —gritó coléricamente— ¡No! No creeré nada de este disparate, y... ¡Sr. Malone, lo sacaré de esta casa! —Estaba delante del escritorio de su abuelo—. Jacques, ¿cómo puedes permitirle a este hombre jugar con tu mente así? —Tara... —No seré parte de eso —dijo, y dando la vuelta, salió de la habitación. Ann yacía con los ojos cerrados, relajada y saciada como no se había sentido en... toda su vida. Se curvó en la almohada, tan consciente del hombre junto a ella, y sonriendo porque sus pensamientos fueran tan cliché: Se sentía como si hubiera muerto e ido al cielo. Habían escogido uno de los hoteles más preciosos de París, a pesar de que había salido sólo para su horario de almuerzo. Lujoso. Sábanas limpias, cortinas blancas flotando suavemente, ventanas que conducían a un patio bellamente adornado, el toque más ligero de una brisa otoñal... Se dio la vuelta, acurrucándose contra la pared formidable de su pecho, pasando los dedos sobre la alfombrilla de fino cabello rubio, dorado. Habían saciado el deseo inicial por apaciguamiento simple, habían tomado las cosas lentamente, velozmente, lentamente otra vez, y ahora —mucho más tarde de lo que ella alguna vez se había imaginado y todavía de ningún modo dispuesta a levantarse e irse y regresar a trabajar— estaba fascinada haciendo un reconocimiento del hombre que había entrado en su vida como un deslizamiento catastrófico de la tierra. Frunció el ceño, notando mientras corría sus dedos abajo de la longitud de su brazo. Aunque bien curado y apenas visible, ella se dio cuenta de que parecía haber una gran cantidad de tejido cicatricial en su cuerpo. —El accidente —murmuró ella suavemente. —Sí. Ella se levantó sobre él. —Lo siento tanto, y aún así estoy tan contenta de que te trajera aquí, a París. Él sonrió, poniendo un brazo alrededor de ella, jalándola más cerca. —Ahora ha pasado bastante tiempo —le dijo él. —¿Qué pasó? —Quedé atrapado en un incendio. Hum... Déjame ver, estaba afuera con amigos. Y mientras ellos escapaban de él, yo estaba atrapado. —¿Te dejaron? ―dijo, indignada que alguien dejara a un amigo a semejante destino. —Fue una situación extraña —dijo—, y no tiene importancia. Ya pasó. Su tono era ligero, pero parecía que había algo en sus ojos. Tal vez una amargura muy arraigada, una que él no tenía la intención de perdonar. Ella apenas podría culparlo. —Debiste haber estado muy quemado. —Como dije, no importa. Estoy sanando, y he sido curado —corrió un dedo abajo de su brazo, trayendo un pequeño temblor a sus extremidades—. Cuéntame más acerca de ti. Ella se rió. —No hay mucho que decir. Sabes dónde trabajo, lo que hago.
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—Sí, pero... ¿qué hay de tu vida personal? Ésta ha sido más bien una apresurada y alocada hora del almuerzo , ¿no crees? Hay... ¿alguien más por ahí? —Estoy viviendo con mi familia —dijo ella. Su sonrisa magnética se profundizó. —Quise decir, si hay alguien más en tu vida. Otro hombre. Tengo que admitir estar de cabeza, y celoso como el demonio, y aún así no puedo imaginarme que una mujer como tú no tenga un amante en su vida en alguna parte. Ella no se apartó de él, pero se retiró un poco en sus pensamientos, asombrada de que ningún pensamiento de Willem hubiera llegado a ella hasta que Rick específicamente había preguntado. Se había considerado a sí misma tan herida por Willem, tan profundamente enamorada, y tan decidida a ser fuerte contra él.... Rick avanzó una pulgada, como si él estuviera tratando de asegurarle que intentaba darle mucho más que el saber de carne contra carne. —¿Hay alguien? Ella negó con la cabeza. —Lo hubo, tal como estoy segura de que han habido muchas otras en tu vida —dijo con una sardónica sagacidad. Él solamente sonrió. —No hay nadie ahora, eso te lo puedo asegurar. —Y yo puedo decir lo mismo. —¿Pero qué pasó con este hombre que veías? ―continuó él. —Willem. Él es el jefe de ventas de mi compañía. —Hum. Aterrador para mí. Lo ves diariamente. —No, sólo en las reuniones. Y no es importante... se terminó. —Eso espero —dijo Rick, su mirada pasando rápidamente por encima de ella. Entonces agregó—. No... Eso es demasiado indefinido. Tengo la intención de hacerlo así. Ann saboreó el sonido ronco de pasión en su voz. —¿De veras? —bromeó. Y agregó un poco jadeantemente— ¡Me estoy muriendo solamente por ver lo que haces con tus… intenciones! —Por ahora, tengo la intención de retenerte un poco más tiempo. —Debería regresar al trabajo. —No aún... —dijo él. Y en cuestión de segundos la convenció de que no necesitaba regresar en absoluto.
Había otras señales de que el grupo familiar estaba lejos de ser cuerdo. Mientras Tara iba a la puerta principal, se fijó que la pequeña canasta en el viejo banco de roble cerca de la puerta principal, el cual estaba usualmente lleno de flores, ahora tenía numerosas botellas pequeñas. Se detuvo para recoger una, estudiándola.
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Provenían de Notre Dame, y estaban llenas de agua bendita. Exasperada, Tara arrojó nuevamente la pequeña botella en la canasta y continuó fuera de la casa. Caminó hacia los establos, pero se dio cuenta cuándo entró que el viejo Daniel había sido dejado en el repasto. Mientras estaba profundamente dentro de la estructura, clavando los ojos en el cubículo vacío de Daniel, sintió la llegada de Brent. Se volteó para encontrarse con que había entrado detrás de ella, y parecía estar bloqueando la salida. Fue como había sido ese primer día en la cripta. Al principio, él parecía simplemente una sombra, una silueta. Mucho más grande que real, una presencia que eclipsaba la entrada, la luz del día más allá, el mundo. Y sintió otra vez la misma sensación de miedo, y casi cerró los ojos, como si pudiera oír el grito desde adentro de la tumba otra vez. —Voy a ir de nuevo a la policía, sabes —dijo ella desde su distancia—. Voy a decirles que estaba en la tumba, y que te vi allí. Seré honesta, por supuesto, y les diré que sé que no eres el asesino. Pero voy a asegurarme de que sepan que eres un hombre muy atemorizante y peligroso, y que eres el que mete a mi abuelo dentro... de los problemas y la locura. Él no contestó. Entró. Ya no era una silueta oscura contra la luz del día. Él era un hombre otra vez. No parecía menos amenazador. Había pretendido que su tono fuera cierto, duro, y una advertencia segura, pero ella podía oír sus palabras haciendo eco en ella y eran inciertas y vacilantes. Dio un paso hacia atrás. —Mira, eres peligroso. Y piensas que tienes alguna clase de hipnosis o magnetismo y que las personas creerán tus mentiras y palabras ridículas. Pero no todos nosotros somos tan fáciles. Todavía caminaba en dirección a ella, delgado, suave, ágil, y ahora, mientras el silencio en los establos y las sombras parecían rodearla, él no parecía tan delgado y ágil. En su mente, sus hombros crecían con cada paso. Él se estaba acercando para deslizar sus manos alrededor de su garganta y estrangularla. Él había sido encantador al principio, más que intrigante, como había admitido para sí misma. Pero tenía algún plan extraño, y ahora, iba simplemente a matarla. Había una horquilla pegada en una pila de heno embalado detrás de ella a la izquierda. Lo vio claramente desde la esquina de sus centelleantes ojos. Mientras él daba otro paso, ella se evadió hacia atrás, arrastrando la herramienta para que fuera un arma en sus manos, poniéndola delante de ella, con la advertencia de que lo golpearía si llegaba un poco más cerca. —¡No me da miedo usar esto! —dijo, y logró hacer de la amenaza algo real. Aún así, él solamente sonrió, pero en verdad hizo una pausa durante un minuto. Entonces le dijo. —No vas a ensartarme con una horquilla. —Yo... juro que lo haré. Ahora, te quiero fuera de esta propiedad, y lejos de mi abuelo. —Eso no va a ocurrir, Tara. Él siguió caminando en dirección a ella. Aunque ahora sujetaba su arma, y sabía que tenía fuerzas para usarla, retrocedió, observándole con ojos cautelosos, entrecerrados mientras él lentamente, seguramente, daba cada paso. —Tienes que admitir que estás loco. Necesitas ayuda —dijo ella. Ella podría usaría, la usaría... —Sabes que digo la verdad.
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—¿Que hay vampiros? —Sabes que digo la verdad, porque estabas allí. Oíste el grito en la tumba. Y sabías cuándo dejaste La Guerre que algo te seguía. Lo sabías. Sabías que había peligro en las sombras. Había algo que no podías ver, pero lo podías sentir Y cuándo volviste a casa, y esa mujer estaba en tu puerta, supiste que había algo malo. Le impediste entrar. Él estaba a sólo metros de distancia. Se maldijo a sí misma, pero sintió el extraño magnetismo que exudaba, y que ella negaba. Sintió su mirada fija, el extraño color dorado de sus ojos que eran en realidad simplemente avellana, pero parecían capaces de tocar y quemar tan ciertamente como cualquier llama amarilla de fuego. Ella se obligó a moverse, mentalmente alegando razones contra cada palabra que él le había dicho. Un asesino anda suelto, era natural ser cauteloso cuando un asesino anda suelto, ella no había estado sintiendo ninguna advertencia sobrenatural de peligro debajo de la superficie de luz y sombras... —Aléjate —dijo. Él extendió una mano. —Dame la horquilla. Sus dedos se apretaron alrededor del mango de madera. Se mordió los labios, desesperada por resistirse, desmentirlo. Pero no podía arrancar los ojos lejos de los de él. Su corazón martilleaba, y parecía que cada aliento era un esfuerzo. —Eres definitivamente la descendiente de tu abuelo —dijo muy calladamente—. Y eres terca y de voluntad fuerte. Pero vas a darme la horquilla. —Tú no eres tan maravilloso —susurró a cambio—. No pienses que lo eres. —Pero tengo razón, y es por eso que vas a dármela. Ella no tuvo la intención de hacerlo, pero mientras él daba el último paso, cuándo debería haber movido hacia atrás sus brazos y haberse tensado para golpear, se encontró con que sus extremidades no parecieron obedecer las órdenes de su mente. Más bien, sus manos comenzaron a temblar, sus brazos a sacudirse, y lentamente, lentamente, en contra de su voluntad, comenzó a extender el arma hacia él. Sus manos asieron el mango, y la horquilla fue de él. En el primer salvaje momento, ella pensó que tenía la intención de volverlo contra ella, para golpear y enviar las puntas de la herramienta a chocar contra su abdomen y pecho. Él arrojó el arma lejos. Vio ese resplandor extraño de fuego y oro en sus ojos, y se acercó, ahora tratando de alcanzarla. Ella quiso gritar. El sonido se congeló en su garganta. Ella se había despreocupado completamente de ir a trabajar. Mientras Rick Beaudreaux yacía junto a Ann DeVant, se apoyó fácilmente en un codo, y observó a la mujer junto a él. Semejante belleza. Y tan fácilmente suya. Ann DeVant. Una mujer tan importante. Y tan... Perfecta. El tiempo había volado, minutos a horas. Y aún así... Todavía había tiempo antes del crepúsculo. Ella necesitaba despertarse, y regresar a trabajar. Él miró su reloj, calculando la llegada de crepúsculo. Media luz. Y luego la noche. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Pasó un dedo por su brazo, inclinándose sobre ella. Su susurro delicadamente tocó su oído. —Odio decirlo, pero es tarde, sabes. Yo... quiero más de tu vida, tanto más, pero... no quiero costarte tu trabajo. Ella suspiró, rodando, moviéndose contra él otra vez. Sus brazos cerrados alrededor de su cuello. —Lo sé, y soy una persona tan práctica. ¿Por qué es que odio tanto dejarte? Él sonrió, sosteniendo su peso encima de ella. —Te prometo, que estaré por ahí —aseguró—. De hecho, te asombrarás. No podrás deshacerte de mí. Los labios de ella se curvaron bellamente en los contornos de su rostro. Él metió los dedos suavemente a través de su cabello. Mientras se inclinaba para besarla, él retiró un mechón de su cara. Allí... sobre un lado de su cuello, usualmente escondido por la caída de su pelo oscuro, estaban dos marcas pequeñas. Solo alfiletazos... Apenas visibles para el ojo desnudo. Él clavó los ojos en ellos un largo momento... —¿Rick? Él la atrajo a sus brazos.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1122 Esa tarde Yvette Miret, estuvo fuera de servicio a las cinco. Y a las cinco, estaba lista definitivamente para ir a casa. Paul había llegado a las tres de la tarde. Habían estado pensando en ir esa tarde a un concierto de rock en la ciudad. Pero ahora, el concierto de rock era poco apropiado, principalmente porque Paul era un imbécil. Yvette conocía a Paul desde que era niña. Él vivía calle abajo en su pequeño pueblo. Era un amigo. Pero Paul no veía más allá de los límites de la granja de su padre. Yvette no tenía la intención de pasarse la vida trabajando con ovejas, o alimentando a los hombres que las arreaban al romper el alba cada mañana de su vida. Aunque había alentado a Paul en varios momentos de sus tormentosos años juntos, también le había dicho varias veces que no tenía la intención de establecerse en el pueblo. Ella llegaría lejos, y en particular no le importaba lo que tuviera que hacer para lograrlo. Había habido un grupo de estudiantes británicos ese día, también; hombres apuestos de vacaciones de sus estudios. Había estado coqueteando, riéndose, y dejando caer servilletas sobre el mantel con su número de teléfono. No se había dado cuenta de que Paul estaba al otro lado de la calle, justo afuera de la cinta policíaca que todavía acordonaba la entrada exterior de la vieja excavación en la iglesia, y que él la había estado observando. Justo mientras entregaba una segunda ronda de tragos a la mesa, había llegado él despotricando, la había agarrado del brazo, la había arrastrado hacia la pared y le había llamado mujerzuela y puta. Al final le gritó: —¡Lo lamentarás! ¡Lamentarás tanto la manera en la que te comportas conmigo... tú, perra! Ella había deseado darle un porrazo, realmente fuerte, justo en la mandíbula. Podía sentir la sangre agolpándose en sus mejillas. Pero entonces, el dueño había salido a gritarle a Paul. Él había sido debidamente escarmentado, pero a ella la había amenazado con perder el empleo. Y lo peor de todo, toda la escena había sido desagradable para el gusto de los chicos británicos, y se habían ido sin dejar un franco adicional sobre la mesa. Las servilletas con su número de teléfono se quedaron debajo de las tazas. Estaba tan humillada que hubiera podido llorar en el acto, pero también había estado furiosa. Paul había llamado por teléfono exactamente una hora después, disculpándose. Pero entonces le dijo que ella terminaría convirtiéndose en una prostituta de la calle si no se cuidaba. Él sabía de las muchas veces que había recogido clientes, a los que se había unido en sus cuartos de hotel a altas horas de la noche. Ella terminaría mal, y lastimada, realmente lastimada, porque él la amaba tanto. Pensó en él con su pelo salvaje y ojos castaños, su rostro cautivador. Un rostro bastante bien parecido, pero demasiado joven, demasiado ingenuo para lo que ella realmente necesitaba del mundo.
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Y él estaba equivocado, ella era atractiva para otros hombres, realmente atractiva, y no todos ellos la utilizaban y se alejaban. Se contuvo de preguntarle cómo pensaba que adquiría sus abrigos de diseñador, sus botas, los pendientes y la joyería que a veces usaba. Sólo tendría peores cosas que decir sobre ella. La llamada telefónica la dejó aun más furiosa. —No, Paul, no te perdono —dijo—, y no iremos al concierto juntos. Tenemos que terminar todo esto ahora, ahora mismo. No te amo. Apestas a ovejas, ¿entiendes? ¡Apestas, apestas, apestas a ovejas, y no lo puedo soportar! Ella había colgado el teléfono. Por supuesto, estaba molesta una vez más, porque los clientes ‒y su jefe‒ oyeron la conversación. Le pidió perdón de Monsieur Francois, quien ella sabía que había tenido paciencia con ella muchas veces porque era tan popular con los clientes. Él gruñó, y ella explicó que había necesitado ser cruel para ser amable... que no había querido que el joven Paul estuviera viviendo de ilusiones y viniera a hacer una escena al café otra vez. Monsieur Francois no la despidió. Ella se preguntó si cualquiera de sus clientes regulares vendría, ansioso de ver si necesitaba compañía cuando su jornada de trabajo hubiera terminado. Nadie vino. Sintiéndose irritable y molesta, lamentó el hecho de no haber traído su coche ese día, y que tendría una larga caminata a casa. Mientras comenzaba a salir, sintió el pinchazo del viento. No había traído abrigo, sólo un pequeño suéter de cachemira. Ella lo envolvió alrededor de sus hombros, y comenzó a andar. ¡La oscuridad llegaba tan pronto! Pensó que era otoño, por supuesto, pero no todavía invierno. Mientras caminaba, parecía que un verdadero frío de invierno se establecía sobre la carretera. No se había puesto sus zapatos buenos de trabajo tampoco, sino que hoy había llevado tacones bajos, pensando en cambiarse por los pantalones vaqueros bajos metidos en su bolsa para el concierto en la ciudad. Las calles en el pueblo eran agrestes, y dos veces, se tropezó en las piedras y casi se torció el tobillo. Maldijo a Paul mientras caminaba. Entonces... En la oscuridad, vio el resplandor de focos delanteros, viniendo a lo largo de la carretera. Se hizo a un lado, segura que luego de un día como el de hoy, nadie sería lo suficientemente amable para darle un aventón. Y sin embargo... El coche se acercó al lado de ella. Vaciló, recordando que había habido un terrible asesinato justo al otro lado de la calle del café. Pero entonces, ¿qué tenía que ver ella con un tonto excavador de una cripta antigua? Caminó hacia el coche y se asomó mientras la ventana del pasajero bajaba. Su corazón brincó. —Hola —dijo él suavemente—. Estoy sorprendido de verla aquí afuera. A solas. Hace frío. ¿Por qué camina sola en la oscuridad? —Temo que terminé la relación con mi novio hoy —dijo con un suspiro. Sus mejillas se sonrojaban. Una sensación atrevida de excitación creció dentro de ella. El día no era tan malo Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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después de todo. No se había imaginado que él, ese hombre increíble, se detendría. Y a él le gustó ella. La encontraba linda, ingenua, encantadora. Realmente no la conocía, pero entonces, ¿importaba? Sabía que él se sentía atraído hacia ella. Y ella estaba más que un poco atraída por él. —Siento mucho oír eso. Entra, y te daré un aventón... Emocionada, abrió la puerta, y se metió calladamente en el coche. Un coche bonito. Debería haber sabido que él tendría un automóvil último modelo. Sexy, listo —Muchas gracias por detenerse —dijo ella. Él volvió a la carretera inmediatamente, esperando un poco antes de contestar. —Es un placer... un verdadero placer—dijo. Ella tenía la mano sobre su rodilla. Él la cubrió con la suya—. Usted es una joven tan adorable. Ese tipo es un bellaco por haberla dejado caminar a casa. —Fue lo más conveniente —dijo suavemente—. Realmente. Esto se veía venir... es que no tenemos... bueno, sólo que no estabamos yendo en la misma dirección en la vida. —Pobre chica —murmuró él. —Mi casa —dijo ella—, se encuentra una milla abajo, a la izquierda. ―Bien. Usted no va a ir a casa y llorar sola toda la noche, ¿verdad? —Se lo dije, fue realmente mejor que esto ocurriera. —Ah... Pasaron de largo la carretera que se dirigía a su casa. —Se pasó la vuelta —le dijo ella. —Sí, lo hice a propósito. Creo que debería darle una copa de vino, alegrarla. Ella intentó conservar sus ojos en el camino adelante, y no mostrar su júbilo absoluto. —Eso sería encantador. Muchas gracias. El campo podía estar muy oscuro por la noche. Yvette frunció el ceño, preguntándose adonde podrían ir. Habían conducido tan lejos que ella pudo pensar en lo poco que había ahí afuera. Principalmente, las ruinas de los lugares abandonados después de la Segunda Guerra Mundial, campo, y más campo. Y las ovejas. Parecía que donde quiera que una fuera en ese lugar miserable, había ovejas. El coche se movió hacia un camino de tierra lleno de baches. Ella fue arrojada junto a él. Su brazo la rodeó, entonces su mano cayó sobre su rodilla para estabilizarla. —¿Estás bien? ―preguntó él. —Estupenda —dijo suavemente—. Con usted... bueno, me siento simplemente muy bien. Le dirigió una sonrisa blanca y fascinante. Ella clavó los ojos en él, preguntándose si se estaba enamorando. La podría haber llevado a donde fuera, podría haberle hecho cualquier cosa. Nunca había sentido tan elevada fascinación y excitación. —¿A dónde vamos? —preguntó por un momento. No sintió el más mínimo temor. Solo estaba intrigada.
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—Justo aquí. Vamos. Él aparcó el coche. Estaban más allá de los pastizales, vio con alivio. En el bosque. Al principio no podía ver nada en absoluto. Entonces vio un edificio de piedra vieja que se elevaba delante de ella. Una vez, había sido un castillo, algo medianamente grande, pensó, pero había sido abandonado hacía mucho tiempo. Había una luz velada en el interior, pero apenas la había visto al principio, las ventanas estaban muy invadidas por arbustos y hiedra. —¿Se está quedando aquí? —preguntó. —Es realmente muy agradable por dentro. No salió del coche, sino se quedó con la mirada fija adelante, una ansiedad apenas perceptible repentinamente llegando a ella. Pero él salió del auto, dio la vuelta y atentamente abrió la puerta del lado del pasajero para ella. Se estiró hacia adelante y tomó su mano. —Ven, mi preciosa pequeña Yvette. Todavía sintió la ansiedad. Pero era tan consciente de su mano, la manera en que sintió dónde la tocó, y estaba completamente fascinada por su voz. Lo dejó sacarla del coche. Y mientras se paraba delante de él, él la atrajo cerca, abrazándola suavemente, el amante afable de sus sueños. Sus dedos se movieron sobre su pelo. —Mi preciosa, preciosa, pequeña Yvette —murmuró. Se apoyó contra él. Podría haberse quedado allí para siempre. Si él hubiera querido que ella se desnudara instantáneamente en la mugre, lo habría hecho. —Ven —murmuró él. Ella lo contempló y asintió con la cabeza. El pasó la mano entonces sobre su rostro. Sus nudillos le rozaron la barbilla. Se dio cuenta de que se estaba quedando con la mirada fija en él como una completa novata, los labios se separaron, la respiración acelerándose demasiado... se advirtió a sí misma que no fuera una imbécil. Que debía ser adulta con este hombre sofisticado, que no debía parecer demasiado fácil, ni demasiado ansiosa. Aparentemente tropezó. Se movieron a través del sendero demasiado crecido hacia la casa, juntos, él sosteniéndola. Abrió la puerta, y entraron. Ciertamente era hermoso por dentro, si bien un poco oscuro. Un fuego ardía en una gran hoguera de la chimenea, y las velas resplandecían desde numerosas mesas alrededor de la gran entrada. El lugar era viejo, muy, muy viejo. Permaneció inmóvil, mirando a su alrededor. Las velas crearon masivas olas de sombras. Parecían susurrar, dispararse alrededor, cambiar ángulo, sustancia, y forma con cada parpadeo de la llama en la gran chimenea. Una ligera inquietud la atacó nuevamente... Pero entonces, la mano de él cayó sobre la parte baja de su espalda. —Por aquí—le dijo. El corredor surgió amenazadoramente oscuro delante de ella. La alarma todavía resonaba en alguna parte dentro de ella, pero estaba igualmente convencida de que no podía hacer nada sino continuar. Si ella quisiera que sus piernas se voltearan, que corrieran, no lo harían. Pero ella no quería. Anhelaba la seducción de su susurro, sus palabras, su toque. —Aquí, querida, mi adorable, adorable Yvette. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Se apartaron del vestíbulo a través de una entrada. El cuarto era magnífico. Una enorme cama tallada estaba en medio. Otro fuego ardía en un hogar más pequeño de la chimenea. Las sombras jugaron con pequeñas chispas de llamas contra las paredes. Una bandeja de plata con un decantador de vino y copas de cristal aguardaban. ―¿Vino, querida? Ella asintió con la cabeza. Él se alejó, vertiendo del decantador en una copa. Le llevó el vino, y ella bebió. Mientras lo tragaba, cerró los ojos. Y cuando lo hizo, una sensación de pánico repentinamente la invadió. Pues cuando sus ojos se cerraron, todavía veía el lugar a su alrededor. Y parecía estar lleno de criaturas aladas. Demonios cornudos, con lenguas bífidas y colas, y todo en tonos de rojo fuego. Ella abrió los ojos, lista para abandonar el vino, gritar, correr al fin... Pero él estaba frente a ella. —Estamos aquí, bella Yvette, porque estamos hambrientos —dijo suavemente—. Pronto, sabrás lo que se requiere de ti. Ella asintió con la cabeza. Las manos de él estaban sobre sus hombros. Él miró fijamente sus ojos, entonces le dio vuelta y la movió hacia el fuego. Ella estaba caliente, tan caliente, y supo lo que se quería de ella. Se despojó de los horribles zapatos y entonces poco a poco, del suéter de cachemira, su tonta ropa interior. Podría ser extraño ahí, aún espeluznante, pero nunca había deseado nada más... Gateó encima de la cama maciza con su montículo de almohadas sobre las sabanas de seda. Se estiró sobre ellas lujuriosamente, la sensación de su propia sensualidad inundándola. Esto era tan diferente, tan exótico, tan diferente a cualquier cosa que alguna vez hubiera conocido... Cerró los ojos para poder experimentar la sensación suave de las sábanas frías y del fuego rugiente. Pero temía imaginar cosas escalofriantes en su mente otra vez así es que rápidamente abrió los ojos. Y él estaba allí, tan magnífico y bello como siempre había sido, mucho más real que los trucos de su mente, y viniendo en dirección a ella, parado delante de ella. Entonces, se movió a un lado. Había alguien más allí también. Yvette comenzó a gatear atrás en la cama, intrigada, horrorizada, y entonces enojada. ¿Qué había esperado él de ella? Pero él la ignoraba, su concentración total en el tercero que tan silenciosamente se les había unido en el dormitorio. —Había pensado que cenaríamos en casa esta noche —dijo casualmente él. Entonces él la miró. Yvette comenzó a gritar. Y gritar. Y extrañamente, lo último que le pasó por la cabeza fue el pesaroso recordatorio de lo que Paul le había dicho hoy. — ¡Ya lo lamentarás, lo harás, lo lamentarás tanto!
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*** Javet estaba trabajando duro, estudiando los informes del laboratorio de la oficina de París sobre los estudios forenses hechos en la tumba. A pesar de los avances increíbles que la ciencia había proporcionado a las fuerzas de la ley, había veces en que la ciencia todavía no podía ofrecer nada, porque no había nada que ofrecer a la ciencia. Cada gota de sangre estudiada le había pertenecido a la víctima. No es que hubiera habido muchas gotas de sangre que quedaran. Y allí estaba el primer misterio. Ahí era cuando la intuición entraba. La intuición de las tripas de un oficial de policía. Había habido docenas de personas entre los trabajadores de la tumba, visitantes. Las huellas en el polvo y las huellas digitales podían significar todo y nada. Javet odiaba a Dubois, pero odiar a un hombre no lo hacía culpable de homicidio. Tamborileó sobre el escritorio, entonces dejó escapar un largo suspiro. Dos cosas: Dubois necesitaba ser interrogado más minuciosamente. Y podía ser tiempo de arrestar al compañero de trabajo de Jean—Luc. —¡Inspector! Levantó la mirada de su escritorio. Millette, uno de los sus mejores oficiales, estaba de pie en la puerta, asomándose. —¿Qué pasa? —Hay un informe llegando de Edouards, señor. Hemos encontrado un cuerpo junto al arroyo Eau Gallie. La apariencia tensa de Millette le dijo que había más en eso que esto. —¿Y? —dijo Javet— ¿Hombre, mujer, niño? ¿Hay una causa evidente de muerte? —Mujer. El médico forense acaba de ser notificado. Pero... ―¿Sí? —La víctima estaba decapitada. *** Ella no iba a morir, decidió Tara. Al menos no en ese momento. Y con la horquilla arrojada a un lado, se encontró repentinamente moviéndose hacia adelante, atraída inexorablemente hacia su enemigo, prácticamente lanzándose contra él. Todavía estaba temblando, lista para gritar o llorar y negar nuevamente cada fragmento de disparate que ese hombre le había dicho. Pero le alegró también sentir la seguridad y el calor duro de sus brazos mientras la rodeaban. Una voz de advertencia todavía gritaba dentro de ella, pero fue oscurecida por el instinto y el deseo. Desde la primera vez que lo había visto, era ahí donde había querido estar. Era como una polilla que había volado directamente a la llama ardiente, pero luego de un momento de estar allí ‒sintiéndose envuelta, ridículamente segura, y más que dispuesta a simplemente fundirse en el fuego‒ se alejó, clavando los ojos en él otra vez. —Me utilizaste para llegar a mi abuelo —dijo. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—No. Habría llegado a tu abuelo sin importar nada luego de aquella noche en la cripta. —Hablaste con él antes de esa noche en la cripta, eres el que lo convenció de que hay vampiros acechando alrededor de París. Él inclinó su cabeza ligeramente, observándola. —No hablé con él antes de la noche en la cripta. —¡Él te conocía! —Nos conocimos… antes. —¿Cuándo? —Hace mucho tiempo. No tiene nada que ver con la actual situación. —¿Y cuál es la parte de mi abuelo en esta parodia? —Forma parte de la vieja Alianza. —¿Y esa Alianza? —Es una organización que es muy, muy antigua. —Oh, ya veo. Los integrantes de esta Alianza son como francomasones... que creen en vampiros. —Son guardianes. —¿Guardianes de...? —La humanidad, el derecho sagrado a la vida. El bien sobre el mal. De cualquier forma que desees expresar la terminología, ese es el papel de la Alianza. —¿Y cuándo se formó esta Alianza? —Ha habido menciones de la Alianza ‒por momentos poco conocida‒ en escrituras que se remontan a la Edad Oscura. —Está bien —dijo, oyendo sus palabras, negándolas todavía en su corazón, y forzando a su tono para que fuera tan rígido y mordaz como el que cualquier oficial de la ley podría utilizar— ¿Y tú eres parte de esta Alianza? —No exactamente. —¿Entonces cuál es tu papel aquí? —Estoy por fuera —dijo suavemente, entonces se encogió de hombros—. Había oído rumores acerca de la excavación en la iglesia, y a través de diversas leyendas e historias, conocía los rumores acerca de Louisa de Montcrasset. He estudiado bastante historia francesa. Tomé el trabajo con Dubois para asegurarme de estar ahí cuando el ataúd fuera abierto. —Pero te encontraste conmigo en lugar de eso. —Sí. Ella comenzó a caminar junto a él. —No tienes que sentirse compelido a acosarme y protegerme porque acerté a estar ahí en ese momento o por mi abuelo. Él atrapó su brazo. ―Me veo forzado a protegerte. —Me puedo arreglar por mí misma.
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—Bueno pues, no puedes, todavía no, de cualquier manera. Pero por el hecho de que sientes que te acoso... bueno, eso no tiene nada que ver con tu abuelo. Ella estaba muy quieta, desgarrada entre su deseo de alejarse de él, escapar, y lanzarse contra él otra vez. —Mientes —dijo. —Sabes que no lo hago. Otra vez, ella hizo una pausa. Entonces ya no pudo detenerse. Afuera, el día se había ido. Dentro de los establos, las sombras eran profundas y espesas, pero no ofrecían indicio de amenaza. Lentamente dio un paso en dirección a él, y aún más lentamente, extendió la mano para tocarlo. Los dedos y las palmas recorrieron la forma y estructura de su rostro. Se acercó lentamente otra vez más a él. Él se mantuvo quieto, permitiéndole la exploración. Entonces ella se encontró atraída en un abrazo tan apretado que desafiaba la delgada barrera de tela en medio, descubrió que estaba siendo besada con una pasión que la dejo boquiabierta instantáneamente tambaleándose, la sangre corriendo caliente hacia cada extremidad, el hambre repentinamente la estremecía y retumbaba con cada latido palpitante de su pulso. Lo besó a su vez, labios y lengua agresivos, casi desesperada. Su boca atrajo el foco total de su atención, su beso en las sombras, en medio de los establos, en la niebla creciente de la noche. No era consciente de sus movimientos temerarios, acercándose más aun, los dedos en su camisa, buscando botones, los hombros retorciéndose contra las restricciones de su blusa de seda. Entonces hubo un momento de total y abrumadora conciencia cuando la mano de él cayó primero sobre su carne desnuda, en su cintura, las puntas de sus dedos viajando a lo largo de su caja torácica, palma y roce amoldándose sobre pecho. Ella hizo pequeños sonidos, pequeños sonidos desesperados. No estaba segura de cuando había perdido todo ‒zapatos, pantalones vaqueros, ropa interior‒ sólo sabía que había un rastro a lo largo del piso del establo, conduciendo a las suaves pacas de heno. Las sombras y la niebla... ambas, las cuales habían sido teñidas con sombras de peligro la noche anterior, ahora tenían la apariencia de una manta irreal en la privacidad más dulce. Él echó mantas para caballos sobre la cama de heno, y mientras ella caía sobre ellas, se sintió como si nunca hubiera conocido un colchón más suave, nunca hubiera estado en una superficie más acogedora. Él era todo lo que había sentido desde el principio, suave, liso, ágil, tan duramente dibujado y tallado, la carne ardiendo, cada movimiento vibrante, cada roce de su cuerpo contra cada parte de él eran como un despertar de fuego, necesidad y más, una unión destinada por la eternidad. Algo que había esperado durante toda su vida. Era un amante experimentado. Su boca se movió sobre la longitud de ella. Sutil, seductora, agresiva. Ella anduvo a la deriva en olas de sensaciones, inhalando el rico perfume del heno, y de ese hombre. Hubo momentos tan intensos y agudos que perdió todo pensamiento excepto ese del placer carnal, y hubo esos breves segundos cuando pensó que había perdido el juicio, porque nada alguna vez sería igual, nunca podría ser acariciada así otra vez, tan completamente que la líquida espiral de calor subiendo vertiginosamente podía entrar y tocar tanto lo que era etéreo como también lo carnal y real, y estaba desesperada por la unión cataclísmica con un hombre loco, y nadie alguna vez podría hacerla desear o estar hambrienta así otra vez. Y aún así, en esos momentos breves de cordura, hubo algo más profundo también. El nacimiento de su propia locura, porque ella también supo que, en alguna parte de su corazón, en las profundidades de su alma, estaba tan, tan asustada que ella creía...
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Entonces todo pensamiento desapareció nuevamente. Ella ardió desde centro de su ser hasta cada extremidad, sintió esa llama roja de hambre enroscándose ferozmente, íntimamente, labios, pechos, muslos, sexo, despojada, desnuda, esperando. Entonces se unieron al fin, entre sombras, entre sombras de niebla. Ella estaba entrelazada, apretada, agitada, estremeciéndose, temblando, sintiendo. Él pareció llenarla, una parte de ella, duro y fuerte, y deseó entonces nunca dejarlo ir, hambrienta y desesperada, pero lamentando la mera explosión que buscaba tan fervientemente con cada torsión y oleada. Al fin, la noche misma pareció concluir con ellos, las sombras estallaron en luz, la oscuridad implosionó, la niebla se fragmentando en motas cristalinas. Otra vez, el rico aroma del heno llegó a ella, junto con la humedad de su carne, y al fin, las punzaduras del heno atravesando las mantas aquí y allá. La realidad. Los establos, la noche, su desnudez, sus brazos enlazados alrededor del desnudo torso musculoso de un casi desconocido. Pero no importó. No había vuelta atrás. No supo qué decir entonces. Eso no importó tampoco. Él fue el que habló. —Está completamente oscuro —dijo, y besando su frente, se levantó— Tengo que irme.
Ann se detuvo de vuelta en la oficina sólo un momento. Henriette se había ido, y la mayor parte de los empleados salían. No le importó que pudiese afrontar una severa reprimenda del editor publicista por perder la reunión. Se pasaba horas extras en la oficina cada semana. Se llevaba trabajo a casa cada noche de su vida. Era hábil en su trabajo, y lo sabía, y desafiaría a cualquiera que dijera lo contrario. El director de arte asomó la cabeza en su despacho. —Se perdió la reunión —dijo. —Lo sé. Lo siento. —No se preocupe por eso... nos decidimos por el diseño simple y la coloración para la nueva novela americana que había sido su sugerencia. No fue gran cosa. —¡Gracias! —dijo Ann—. Eso suena grandioso. Lo siento. Él se encogió de hombros. —Creo que es la primera reunión que se ha perdido alguna vez. —Sí, gracias. —Nos vemos mañana. Él se marchó. Ann se movió alrededor de su escritorio y abrió la gaveta superior, buscando una liga para sujetar un manuscrito para llevarlo a casa con ella. —¿Dónde diablos estabas? Levantó la mirada. Willem estaba allí. —Fuera —dijo. —¿Dónde? ¿Con quién?
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—No es asunto tuyo —dijo irritadamente. ¿Cuál era su problema? Willem no había sido parte de la reunión de hoy de ninguna manera... a menos que hubiera decidido entrar sin invitación simplemente para hacerla miserable. —Es asunto mío —dijo él. —¿Y por qué es eso? —Porque... porque te amo. Y porque hay un asesino enloquecido en las calles de París. Ella rompió la liga elástica alrededor del manuscrito. —Tú no me amas. Seguramente no tanto como te amas a ti mismo. Solamente estas exasperado porque no eres tan maravilloso como para que esté dispuesta a recibirte nuevamente después de que me hubieras puesto en ridículo. Y porque pueda tener otros intereses en la vida. Y hay un asesino ambicioso allí afuera que quería robarle las riquezas a un cadáver ―dijo rotundamente—. Discúlpame. Me voy a casa. —Espera, tienes que esperar. Ella suspiró. —¿Por qué, Willem? ¿Por qué debo esperar? —No puedes desviarte del buen camino justo ahora, Ann. Éste es un momento peligroso en París. —Willem, es peligroso que me preocupe por ti. Y lo asombroso es que así como te amé, ya he terminado contigo. —Ann, te ruego que me perdones la insensatez de un momento que no significó nada, eso no fue nada. La chica pidió ayuda. —Hum —dijo secamente— ¡Bueno, verás, me temo que pueda haber más mujeres allí afuera quienes podrían necesitar tu ayuda en el futuro! Ahora, estoy cansada. Quiero ir a casa. Disculpa. Por un momento, sintió el miedo real de que no fuera a permitir que ella pasara a través de su puerta. Entonces él se movió a un lado ligeramente. Tuvo la intención de pasar junto a él, la cabeza alta, indiferente. Temió, sin embargo, que fuera a ser como un puente... cerrándose sobre ella justo mientras lo cruzaba. Él "no se cerró" en ella exactamente, pero la detuvo, sus dedos cerrándose en la parte superior del brazo. —Willem... —Ann, eres una pequeña tonta. Y no te das cuenta de que eres mía, y te lo demostraré, muy pronto. Distraídamente, ella llevó sus dedos sobre su cuello, pensando que un mechón de cabello había irritado su carne. —Déjame pasar. Él inclinó su cabeza sobre la de ella. —No, mi amor, ya lo verás. Eres mía. —Buenas noches, Willem —dijo firmemente. Mientras salía caminando de la oficina, tuvo miedo. Supo que él estaba de pié ahí, observándola, hasta que dejó el área de recepción, y cerró la puerta detrás de ella.
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Rápidamente apretó el botón del elevador, mirando por encima de su hombro, más asustada de él de lo que quería dar reconocer. La puerta del elevador se abrió. Entró en el pequeño cubículo, apoyándose contra la pared de atrás. La puerta no se cerraba. Dio un paso adelante para golpear el botón del vestíbulo otra vez. Pero mientras lo hacía, Willem entró en el elevador. Ella retrocedió. La puerta cerrada. ―Entonces, Ann —respiró suavemente—. Aquí estamos. Solos. Había cosas que él podía tocar en el periodo crepuscular entre el sueño y la vigilia, cuando el día dejaba paso al anochecer, y el anochecer a la noche completa. Cosas que podía ver. Imágenes. Esa noche, él la vio, caminando por la calle, despierta, y todavía buscando a esos que la habían llamado. Hambrienta. La vio... vio a los dos hombres y a la mujer en la calle, y la sonrisa de ella mientras se les unía, tomando la botella de vino, y luego tomando la delantera. Incluso podía ver las señales de la calle mientras ella conducía a sus compañeros a través de la ciudad. Vio la vieja casa, la vio trabajar su voluntad mientras la preparaba, y la vio practicar su arte de seducción, divertida, y aún así... Sedienta. Él vio su burla y su juego... Y entonces la vio mientras se preparaba para matar. Y matar otra vez. Las imágenes se desvanecieron mientras él sentía algo más. Una llamada, una advertencia. Las palabras llegaron a él a través de los canales de su mente. La han tocado, la han alcanzado. ¿Quién? Ann. Ann DeVant. Pero seguiré. Seguiré.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1133 Katia servía la cena a su abuelo en la biblioteca cuándo Tara regresó a la casa. El ama de llaves se ocupó de traer otro puesto para Tara, trajinando mientras lo hacía. Tara estaba de pie calladamente esperando a que Katia hubiera terminado, mirando a su abuelo, sin hablar. Entonces frunció el ceño repentinamente, recordando la hora. —¿Dónde está Ann? Debería haber regresado del trabajo para esta hora. Jacques negó con la cabeza. —Me llamó y me dijo que no me preocupe. Tomó un largo descanso para almorzar hoy y tenía que arreglar algunas cosas en la oficina antes de regresar a casa. Katia le sonrió a Tara, viéndola fruncir el ceño. —Mais oui, Tara. Ella solo está retrasada. Quería asegurarse de que Jacques cenara sin ella. Él debe comer. ¡Debe conservar su fuerza! −Katia la tocó en el hombro—. No te preocupes, Tara. Roland y yo tenemos la casa y los terrenos cerrados. Estamos a salvo. Katia salió del cuarto. Tara mantuvo los ojos en su abuelo mientras tomaba asiento en su lado del escritorio, donde su plato había sido colocado. Comenzó a hablar, pero Katia golpeó en la puerta, trayendo una botella de vino blanco para acompañar el pescado. Cuándo Katia salió otra vez, Tara al fin habló. —Todavía creo que todo esto es completamente demente. —Demente, quizá, pero cierto—dijo Jacques firmemente. Él mordió su pecado y pareció saborear el gusto—. Katia es una cocinera excelente. —Jacques, discúlpame, pero tengo que decirte. Hay un vampiro suelto en el área de París. —No —dijo él, haciendo una pausa por un sorbo de vino. —¿No hay un vampiro suelto en París? —No, no. Hay vampiros sueltos en París —contestó. —Pensé que Louisa de Montcrasset era el vampiro. —Ella es ciertamente un vampiro. Pero ahora estamos realmente seguros de que no fue casual que fuera desenterrada luego de todos estos años. —Nosotros... ¿que serían tú y Brent Malone? —Sí. Y por supuesto, hay otros. A favor del bien. —Naturalmente —murmuró, todavía observándole—. Tus amigos, por supuesto, están a favor del bien. Jacques asintió con la cabeza solemnemente, como si estuviera aliviado de que al fin comprendiera la situación. Ella sacudió la cabeza. —Creo que hay muchas cosas extrañas ocurriendo. Y tu amigo, Brent, tiene alguna cualidad en él que es muy... que induce a la confianza. Pero realmente todavía no comprendo la conexión. ¿No lo viste aquí, o en París, antes de que te preocuparas tanto acerca de la excavación? —No.
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—Pero lo conoces. Quiero decir... que lo conociste... antes. —Sí. Ella se sintió como si estuviera tratando de sacarle los dientes. —Está bien, ¿así que cuándo lo conociste? —¿Él no te dijo? —No. Jacques frunció el ceño. —Él te siguió hasta afuera para hablar contigo, intentar hacerte entender. —Él... él tuvo que irse. Más bien rápidamente —dijo. —Ah… —¿Y bien? —Nos conocimos años atrás, aquí en Francia. —Pero... tú vivías en los Estados Unidos años atrás. Jacques se encogió de hombros, dándole su atención al pescado. —Francia siempre ha sido mi hogar, siempre he ido y venido —dijo, sus ojos sin encontrar los de ella. —¿Pero años atrás? —Puede que él sea un poco mayor de lo que aparenta. —¿Cómo lo conociste? Jacques agitó su tenedor en el aire. —No tiene importancia ahora. Pero ya ves, lo conocí antes. Como así también supe que los vampiros existían. Pero la última vez había problemas reales... en los cuáles yo estuve involucrado, fue hace mucho tiempo. En la época de la guerra. Y en aquel entonces... había muchos en Europa que creían, que sabían, y había muchos que estaban de parte de la Alianza. Pero la guerra terminó, el mundo siguió. Guerras nuevas llegaron con armas nuevas y el mundo se volvió tan sofisticado y tecnológico que las personas olvidaron. Yo olvidé. Y esos que conocí... esos que conocí bien, se han ido ahora. Pero habrá una nueva generación, y los tiempos cambian, las cosas cambian, las personas cambian. Aun los no muertos cambian —murmuró pensativamente. —Pero Jacques... —Debo ayudarlos con el terreno, ves. Hay una guarida, en alguna parte. Y tienen sentidos agudos, por supuesto. Pero hay tantas ruinas en esta área. ¡Tanto abandonado y dejado para ser vuelto a la naturaleza! La alianza siempre ha estado allí para saber, ves. En algún tiempo, no había poderes en el lado más oscuro que realmente pudieran ser confiables. Pero como dije, el mundo sigue adelante. Y la santidad de la vida, de toda vida, o toda existencia, sea la que fuere, ha salido a la superficie, por raro que parezca, aun entre el sinsentido técnico del mundo de hoy. Aun por encima de los fanáticos y la locura de algunas personas que son humanas... y solamente malvadas. Tenías razón el otro día, sabes. Hay seres humanos más malvados que cualquier demonio imaginable. Pero eso no quiere decir que los poderes oscuros no estén allí afuera, y que no sean crueles, descuidados, y brutales también. —Jacques, todavía no está teniendo nada de sentido para mí.
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—Lo que importa es que crees que estamos corriendo peligro. Que a nadie le es permitido entrar a esta casa. Katia sabe en su corazón que allí está el mal. Ella no hace preguntas. Asegura esta casa donde vivimos. Seguiremos adelante con nuestra propia investigación, y tendremos cuidado mientras estemos aquí. —Jacques, lo que dije antes es cierto. La policía sospecha de ti. —Son bienvenidos a interrogarme. Soy un hombre bueno e inocente. —Frunció el ceño. —Lo que necesitan hacer es encarcelar a Dubois. Estoy dispuesto a apostar a que tiene más culpabilidad en esto... oh, él no es el asesino. Pero trabaja para los vampiros. Sobornado, les servirá, creyendo en las ricas recompensas que le darán. El hombre es un tonto, y siempre ha sido un tonto. Su recompensa será la muerte. —Jacques... Tara se interrumpió cuando se oyó un toquecito en la puerta, y Ann entró. Su prima parecía más cenicienta y delgada que nunca, pero sonreía y parecía alegre. —Estoy en casa... sólo quería avisarles. Me voy directamente a la cama. Estoy exhausta. El trabajo me está afectando. Pero tuve un gran día. Aun así ¡Señor! Necesito algo de sueño. —¿No vas a cenar? —preguntó Tara. Ann la miró, preocupada, pero todavía sonriendo y alegre. —No, no. Tuve realmente ‒¡sí, realmente!‒ un almuerzo. No tengo hambre, sólo cansancio. ¡Qué día! Te contaré todo eso mañana. ―Frunció el ceño repentinamente— ¿Estuviste fuera con Daniel, Tara? Tienes heno en tu cabello. Tara se tocó instintivamente el cabello buscando el heno, sintió las mejillas arder. —Yo, eh, sí, estuve afuera en los establos. Ann estaba demasiado distraída para hacer más que inclinar la cabeza. —Ahí... lo tienes. El heno se ha ido. Oh, bueno, los quiero a ambos, me voy a la cama. Ella les sopló besos, entonces se marchó dando media vuelta. Oyeron un gruñido. —¡Eleanora! perro malo. ¡Soy yo, Ann! —Oyó a su prima decir. Se volteó a su abuelo, frunciendo el ceño. Jacques había bajado su tenedor. Su mano, adormecida sobre el mantel, temblaba. —¿Abuelo? ―dijo Tara ansiosamente. —Estoy bien, estoy bien. Pero creo que debo irme a la cama. —Por supuesto. —Llama a Roland por mí, por favor. —De inmediato. Tara salió y encontró a Katia, que inmediatamente llamó a Roland que vino, sonrió y suavemente le aseguró a Tara que Jacques estaba bien, sólo agotado por lo que había sido un día larguísimo para él. Ella le prometió a su abuelo que iría para darle las buenas noches. Ayudó a Katia a recoger los platos de la biblioteca, entonces subió las escaleras, pensando que controlaría a Ann antes de desearle buenas noches a su abuelo.
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Tocó en la puerta de su prima, y cuando no hubo respuesta, abrió, asomando la cabeza adentro. El cuarto de Ann estaba obscuro. Su prima estaba ya en cama. Tara silenciosamente entró en el cuarto. Las puertas del balcón estaban abiertas. Las cabezas de ajo habían sido impacientemente lanzadas en un montón en la esquina del cuarto. Tara vaciló, intentando discernir las facciones de su prima en la oscuridad. Ann estaba definitiva y profundamente dormida. Tara decidió que no podría hacer daño cerrar las puertas del balcón y volver a colocar el ajo. Hizo eso, entonces camino de puntillas afuera. Entró en el cuarto de su abuelo. Él estaba en cama, y como Ann, parecía estar durmiendo. Sus ojos estaban cerrados. Tara pensó en su edad avanzada, su tenacidad y su pasión por la vida… y la determinación de que él era parte de la Alianza, una Resistencia para siempre contra la maldad. Besó su frente, revisó las puertas de su balcón y el ajo colgado por encima de ellas, entonces salió furtivamente. Ella misma estaba cansada, pero inquieta, y su mente se movía a velocidad increíble. Consciente de su tarde, deseando revivir otra vez cada momento, aún sin querer pensar y analizar esa noche, sacó su caballete y su bloc, y se sentó con lápices a bosquejar. Imágenes perturbadoras volaron de sus dedos a la página. Imágenes... Un cementerio de iglesia, piedras de lado, tumbas entreabiertas. Se detuvo. Otro bosquejo. Un lobo. Dientes enormes, gruñendo, brillando, enorme, duro. Un murciélago... volando como una sombra en lo alto. Las sombras entonces cubrían una calle de París, la ruta por la que habían caminado en la noche que ella y Ann habían ido a La Guerre. Hizo una pausa, entonces comenzó a esbozar otra vez. La cara de un hombre... Frunció el ceño. Había dibujado a alguien que había conocido. Realmente no podía situar la imagen que había creado con su mente subconsciente. Miró su reloj pulsera. Tarde. Hora de darse una ducha y dormir un poco. La tensión que se apretaba dentro de ella parecía advertir que el día siguiente sería largo y duro. Se metió a darse una ducha. Fragmentos de heno todavía se aferraban a su ropa. Había algunos fragmentos más en su pelo. El aroma de él parecía permanecer alrededor de ella. Se fue a la cama pensando que aún era cierto que apenas conocía al hombre. Y sin embargo, si se alejara de su vida tan repentinamente como había aparecido en ella, estaría desconsolada. Él no se iba a alejar de su vida tan rápidamente. Creía en vampiros. Creía que esos vampiros estaban asesinando en París... Se acostó y se dio vuelta, y al fin cayó en un sueño caprichoso. ***
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Lucian detuvo el auto. —Cerca de aquí —dijo. Brent salió del lado del pasajero. —Parece que todo hubiera sido abandonado en este área. —Allí. ―Lucian señaló una señal de la calle—. Vi esa señal. Claramente. —Dime por donde. Lucian lo hizo. Llegaron a una casa ubicada atrás de la calle. Una tabla caída decía una palabra en francés para embrujado: CONDAMNE. Brent siguió mientras Lucian avanzaba sobre la señal. —Llegamos tarde, por supuesto. Demasiado tarde. Estaban de pie en un vestíbulo. Antes de que el tiempo hubiera convertido a la estructura en peligrosa, el lugar había sido hermoso. Había paneles delicadamente tallados de la pared. Los techos ahora estaban cubiertos con frescos descascarándose y desvaneciéndose. Ambos permanecieron quietos por un momento, escuchando, esperando. Brent asintió con la cabeza hacia Lucian, y se movió a la izquierda. Él fue a un cuarto donde un fuego reciente se había reducido a ceniza fría. Se paró en el centro del cuarto por un momento, entonces se movió hacia el sofá una vez adornado. Se agachó. Gotitas... Posiblemente vino. Pero no. Extendió la mano y tocó una de las manchas diminutas. Sangre seca. Una sensación de peligro pareció agarrarlo. Se levantó rápidamente, caminando a grandes pasos de regreso a través del elegante vestíbulo al otro lado de la casa. Lucian estaba allí, de abrigo negro regresando en dirección a él mientras inspeccionaba el contenido de un escritorio. Brent no supo lo que él había estado sintiendo. Comenzó a caminar hacia uno de los cortinados. Un grito repentino de furia se desgarró a través del silencio oscuro de la casa. La criatura, desnuda, de pelo salvaje, mirada furiosa, labios gruñendo y colmillos trabados, llegó disparada desde las cortinas como un remolino del infierno. Brent estaba todavía lejos. La criatura volaba hacia Lucian. Brent dio un paso al frente, jalando la estaca afilada de debajo de su abrigo. La figura sucia, grotesca que una vez había sido humana podía moverse como un relámpago. Pero él podía moverse más rápido. Su velocidad era natural, aguzada a través de los años. Lucian se dio vuelta. El vampiro estaba a sólo centímetros de distancia, intentando atacar y morder, cuando Brent lo empaló desde atrás. La cosa no estaba muerta. Atrapada en la estaca de madera, se movió agitadamente y gritó con frenesí. Brent la aprisionó contra el suelo, y se inclinó, evitando los dientes. Agarró el pelo. Y desgarró. La cabeza se desprendió. No hubo sangre. Lucian se puso en cuclillas, estudiando el cuerpo. Contempló a Brent. —Eso fue realmente limpio e impecable. Estuvo realmente bien, pero ya lo sabes.
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—No se supone que tú destruyas a tu propia especie. —Esas eran las viejas reglas —dijo Lucian mordazmente―. El mundo, y las reglas, han cambiado. —No creo que haya más aquí —dijo Brent. Lucian se quedo quieto, entonces negó con la cabeza. —Querían que nosotros estuviéramos aquí... pretendían que esto fuera un sacrificio. Brent se sentó en cuclillas al lado de Lucian, estudiando el rostro de la cabeza desmembrada. —¿Qué pasa? —dijo Lucian. —No estoy seguro, las facciones se distorsionaron tanto... pero hay algo familiar en este hombre. —Esperemos que no haya sido un amigo —murmuró Lucian. —No, no es un viejo amigo. Pero sin embargo... hay algo familiar en el rostro. O lo habría si... no lo sé. Con suerte, llegará a mí. Lucian miró alrededor del cuarto. —Éste no fue exactamente una trampa, pero tengo una sensación de que a este tipo lo dejaron aquí a propósito. Saben que les seguiremos la pista eventualmente. Tal vez esperan al menos distraernos, tomarnos con la guardia baja. Bastante insultante, sin embargo, que pensaran que podríamos ser abatidos por tan burdo y tambaleante recluta... —Tal vez no tienen mucho más —propuso Brent. —Tiene que haber alguien detrás de esto que haya conocido y saboreado el poder. —Piensa en tus enemigos. Debe haber unos cuantos. —¿Unos cuantos? Centenares, supongo —dijo Lucian. Estudió a Brent—. ¿Qué hay de ti? —Sólo puedo pensar en uno, y fue hace muchísimo tiempo y está muerto. Pero tienes razón. No hay nada más aquí. Necesitamos empezar a movernos. —Vamos —dijo Brent.
Ann tenía calor. Arrojó fuera las cobijas. El cuarto repentinamente pareció deprimente y llenó con un olor pestilente y horrible. Se enderezo y miró alrededor. El maldito ajo estaba nuevamente en las ventanas. Y las puertas del balcón estaban cerradas. Impacientemente, se levantó de la cama y caminó hacia las puertas, abriéndolas. Jaló el ajo de lo alto, respingando como si pareciera que los ajos tuvieran espinas, como si fueran rosas, y la lastimaran. Los arrojó tan lejos de las puertas abiertas como pudo y salió un momento al porche. Ann. Ella oyó su nombre. O no lo oyó. Lo sintió. Ann... Fue como una caricia. ¡La brisa, oh, era la brisa! Tan buena contra su piel. Sintió como si estuviera siendo abrazada otra vez, acariciada, besada y excitada, por toda su carne. Ann... ¡Sí!
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Había dedos en el viento. Dedos que se movieron por encima de ella. La sedujeron y llamaron. Y cada vez que la brisa susurraba su nombre, lo sintía nuevamente. Ann... Sí, sí. ¡Ven! Ven a mí. Sí, sí, por supuesto...
Los oficiales Surrat y Martine se dirigian calle abajo, maldiciendo la falta de luz, cuándo vieron al par. —¡Georges! —dijo Martine a su compañero—. Allí... dos hombres. —Los veo —contestó Michel Martine, y presionó el acelerador aun más, luego detuvo el coche patrulla sobre la cuneta, interceptando a los dos hombres en la calle. —¿Es él? ―preguntó Georges Surrat a su compañero. Martine era un hombre mayor que había trabajado en París durante años antes de ser transferido al pueblo una década atrás. Surrat era joven, y apenas estaba aprendiendo el oficio. —Sí, es él. Brent Malone. El excavador americano. Javet lo quiere. Cuidado, podría ser peligroso. ¿Recuerdas el cadáver en la cripta? Georges asintió con la cabeza desagradablemente, acercando el arma a su lado mientras los dos salían del coche patrulla al mismo tiempo. —¡Brent Malone! —habló Michel Martine, su voz firme y determinada. Él había lidiado con el infierno en las calles de París. Y ni siquiera todo eso lo había preparado para el cadáver en la cripta de la iglesia, el torso sin cabeza que había descubierto ese día. —¡Brent Malone! Está bajo arresto. Los dos hombres se habían detenido. Se miraron el uno al otro, y luego a los oficiales. —¿Cuál es el cargo? —preguntó Malone. Martine se sintió extrañamente perturbado. Ninguno de los hombres parecía estar armado... pero llevaban puestos abrigos largos hasta los tobillos. Ambos hombres eran grandes, de gran estatura. —Asesinato ―dijo Georges. Su voz sonó temblorosa. Nada bueno, pensó. Eran la policía. Aunque eran dos hombres de impresionantes dimensiones acercándose, no aparentaron maniobras que sugirieran peligro o resistencia. —Javet sabe que no soy culpable de asesinato —dijo Malone, frunciendo el ceño. —Hay una orden de arresto, Malone, y eso es todo. Los cuerpos se acumulan, así que si usted es inocente, quizá pueda probarlo en prisión. Malone dio un paso adelante. —Caballeros —dijo suavemente—. Lo siento mucho. No puedo permitir que me arresten esta noche. Martine sacó su arma, deseando el corazón de Malone.
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—Monsieur, está bajo arresto por el asesinato de... Repentinamente se encontró con que él había dejado de hablar. Se encontró mirando más allá de Malone hacia el otro hombre. Entonces bajó su arma de fuego, mareado. ¡Iba a desmayarse! Tropezó hacia atrás, cayendo contra el coche patrulla. Sacudió la cabeza, aclarándose los ojos. —¡Michel! —gritó Georges frenéticamente—. Qué, ¿qué pasa? —¡No puedo ver! —¡Estate quieto, cierra los ojos, toma aire! Michel ya había hecho eso. Pestañeó, y estaba en gran medida aliviado al comprender que tenía vista otra vez. Vista... Sin nada que ver. La calle estaba vacía. Todo a su alrededor, no vio nada sino sombras. De alguna parte, sin embargo, llego un sonido escalofriante. Un grito profundo, alargado a través de la noche. Un aullido... El frío de la noche repentinamente lo rodeó. Las sombras parecían estar aproximándose, como algo vivo. —¡Entra al coche! —ordenó a Georges—. ¡Metete al coche maldito seas! Más tarde, junto a la luz y la actividad febril de la plaza central, se sintió avergonzado. Miró a su compañero. —Nunca vimos nada esta noche, ¿me oyes? Georges clavó directamente los ojos en la calle. —Ni una cosa, señor. Ni una condenada cosa.
La cosa más extraña sobre el sueño era que ella sabía que estaba durmiendo, que se había introducido a un área de pesadillas, y que nada aquí podría ser real. Pero se sentía real. Ella se estaba moviendo de la oscuridad a la luz, pero la luz nunca se volvía realmente brillante. La oscuridad, creyó, era el área segura de sueño, dónde, si ella soñaba, era sobre momentos pasados... cosas simples, paseándose por un camino rural, caminando por las calles de Nueva York, haciendo algo tan mundano como tratar de captar el estado de ánimo exacto y la sensación que quería un bastidor, con la pintura quizá desapareciendo cada vez que parecía haber tocado el papel con el tono perfecto. La oscuridad era sueño profundo, sueño reparador, un lugar seguro. Era extraño que un área de sombras debiera prometer tal tierra de paz, mientras que la luz... Pero no era luz del sol, ni luz de día, o siquiera la luz amigable de una calle en la noche, inundada de neón. Era diferente. La luz muda, escalofriante, amarilla teñida con algo que convertía todo en algo retorcido. Y había brisa. No una gentil brisa suave, que se envolvía alrededor de la carne y acariciaba con un aire de frescura, ni una brisa que alzaba el pelo tan tiernamente como un toque. La brisa tenía un elemento escalofriante, no como el viento, ni como el frío de invierno. Era un frío Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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que parecía estirarse con dedos duros y huesudos, y cerrarse alrededor del corazón, y quizá del alma. Estaba caminando, caminando hacia adelante desde la seguridad de la oscuridad dentro del temor desconocido que sería fácilmente visiblemente en la extraña y malvada luz. Ella no quería ir, y ciertamente, intentó regresar. Y no era tanto que la maldad se estirara adentro y la sacara, sino más bien que sabía que debía seguir adelante. Era imperativo que ella viera, sin importar qué horrores fuera a descubrir en el área de lo macabro. Sólo sabía que debía moverse hacia adelante. Por mucho tiempo simplemente se movió, consciente del frío, consciente de la maldad. Se movió con precaución, pero preguntadose por qué. Podía ver sus pies desnudos dar paso tras paso, pero parecía no haber nada debajo de ellos. Podía sentir la seda de su camisón envolviéndose alrededor de ella con la brisa, la tela misma se hizo fría por el roce del extraño viento. Su pelo se jalo detrás de ella, soplado alrededor, se enredaba y azotaba, y podía sentir cada hebra mientras tocaba su rostro. Sus dedos estaban fríos, sus manos anudándose y desanudándose con tensión, y podía tomar nota todas y cada una de las sensaciones alrededor de ella. El color... el color de su camisón era azul claro, casi etéreo en el resplandor amarillo. Las uñas de sus pies estaban pintadas de ocre. Y la casa... Al fin, estaba de pie en el bosque, y el resplandor venía de una casa. Allí estaba el terreno debajo de sus pies ahora, tierra, hierba, piedras... una vereda. Un pequeño sendero, profundamente crecido, que conducía a la puerta. Sus pies dolían mientras se movía hacia adelante. Podía oír su propia exclamación mientras pisaba piedras y gritaba suavemente de dolor. Entonces, pareció como si primero se parara a alguna distancia de la casa, clavando los ojos en la gruesa, vieja y pesada puerta. Antes de que se percatara de que había dado un paso, repentinamente la vio amenazadoramente delante de ella. Estaba allí. No estaba segura de que ella se hubiera acercado voluntariamente, pero estaba allí. La manija estaba fría en su mano mientras tomo el pasador. Lo giró. Más que frío. Estaba helado. La puerta pareció moverse, para estremecerse hacia dentro, luego hacia afuera, como si la casa misma dejara pasar el aire. Susurrando... Entra, entra, por favor... Te hemos estado esperando. La voz de la cordura en su mente habló en voz alta con valiente y determinante esfuerzo. ¡No, no, no! Es lo que quieren que hagas! No entres, no entres... Ella acalló la voz, porque había otra. Tengo que entrar. Tengo que entrar, y encontrarme con que lo que esté detrás de la puerta. Tengo que entrar por Jacques. Tengo que entrar, porque... la verdad está dentro de la casa... En alguna parte. Y está bien. Está bien si entro, porque es sólo un sueño. Sus dedos se cerraron apretadamente sobre la manija. La giró, empujó la puerta, y el chirriante sonido que hizo fue como el sonido de uñas raspando a través de una pizarra. Pudo oirlo tan claramente. Y luego...
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¡Velas... oh, Señor! Las velas ardían en todas partes. Eran diminutos acentos para el fuego en la hoguera de la chimenea que parecía rugir tan fuerte como había rechinado la puerta. El calor era intenso, e incluso, por raro que pareciera, parecía que la brisa la había seguido dentro, y se sentía fría y caliente, todo a la vez. Las llamas en la hoguera de la chimenea parpadeaban amarillas, azules, verdes, oro, e intensamente rojas. Las largas llamas brincaban y bailaban con frenesí, como si reverenciaran la brisa. Y por todo alrededor de ella, las velas ardían en frenéticos saltos, y arcos, como si también bailaran al mismo susurrado latido. Gárgolas y obras grotescas delineaban la hoguera de la chimenea, estaban sobre los postes de la escalera al final de cuarto, y agraciaban el arco sobre el largo corredor que salía hacia el costado, donde la luz amarilla parecía perder intensidad en la sombra. No era una sombra acogedora, ni la oscuridad cálida del sueño seguro, sino una sombra que se mecía y se reproducía en formas extrañas. Se encontró caminando hacia allí. Hizo una pausa, mirando el pasadizo abovedado. Una obra grotesca con cuernos parecía escapar de los límites inertes de piedra y cobrar vida, siseando y escupiendo mientras la rodeaba. Ella la contempló, y supo que eso no podía bajar por ella, pero tampoco se atrevía a llegar demasiado cerca. Desde la chimenea, ella parecía oír algo más... escupiendo, graznando, una risa estridente que repentinamente fue sólo un susurro, un sonido que podría haber sido la brisa, o el baile del fuego... pero no lo fue. Pero no lo fue. Ella miró hacia abajo. Los pisos de madera tenían tapetes esparcidos en tonos de negro, carmín, y gris. Escenas de batallas estaban bosquejadas. Ejércitos tártaros derrotando a sus enemigos, cortándolos en un frenesí de muerte. Mientras caminaba, los personajes debajo de sus pies parecían cobrar vida. Las víctimas gritaban y gemían. La sangre se arremolinó bajo sus dedos. Miró directo hacia arriba. El tapete jugaba con ella, creando miedo. Tenía que mirar adelante, directamente hacia adelante. La noche era ilusión, pensó. La casa era una casa. Las gárgolas estaban talladas en piedra, y no se movían. Pero aún así... Estaba esa risa. Más profunda que cualquier susurro. Se convirtió en un pulso, una pulsación... como un latido de corazón. Un corazón que palpitaba demasiado fuerte... El corredor la llamaba. Ella caminó. Los portales crujieron abriéndose mientras pisaba a través del vestíbulo. Oyó el escalofriante rechinar mientras se abrían, como si rayos pequeños de luz malvada escaparan de cada uno. Llego a la primera que estaba apenas entreabierta. No quería asomarse, pero sabía que debía hacerlo. Si no miraba, habría tenido poco sentido haber venido. Tenía que hacerlo. Tenía que saber. Había verdad ahí, en alguna parte. Empujó la puerta. Y miró... Había cuerpos... partes de cuerpos... torsos... cabezas... extremidades. Esparcidas por ahí. Mientras ella estaba ahí, parecían formar conjuntos, como atraídos por ligamentos o tendones nunca vistos. Furiosas discusiones comenzaron a llevarse a cabo en susurros coléricos. ¡Déjame ir, tienes mi pie! ¡Esa es mi mano! Y luego, una de las cabezas rodó para conectarse a un cuello, y los Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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labios se movieron entre la cara moteada, huesuda, gris, asexuada. ¡Dame lo que es mío! ¡Dame lo que es mío! Los ojos de la criatura repentinamente se trabaron en Tara. Los labios comenzaron a moverse. La lengua estaba hinchada y negra, y mientras se movía, la sangre comenzó a gotear por la barbilla colgante. ¿Por qué? ¡Tara, has venido! ¿No crees que tenga razón? Él debe dame mis propias piernas. Nunca antes fui gordo, y no tomaré sus pequeñas rodillas carnosas cuando las mías están justo allí... ¿dónde están mis brazos? Debo tener mis brazos. Para abrazartemejor, querida, lo mejor para traerte a mí. Debo tener mis manos, lo mejor para tocarte. Para acariciar tu cuello. Qué cuello tan precioso, tan precioso, tan... La cosa estaba casi armada. Las extremidades bailaban y se inclinaban torpemente a través del cuarto, intentando armar un cuerpo completo. Y los ojos... los ojos estaban todavía en ella, los labios aún moviéndose, susurrando su nombre. Ya Casi, Tara, casi... Oh, Tara, Tara, estoy cerca, tan cerca, casi puedes sentir mi aliento contra tu carne, tu larga garganta preciosa... Dio un paso atrás en el vestíbulo. La cosa estaba rápidamente, rápidamente, armándose. Se volteo para regresar por el corredor, regresar al cuarto grande con la chimenea, encontrar la puerta y escapar, pero había algo allí. Algo enorme y oscuro, alado, con garras, zarpas, y más maldad que cualquier cosa de la que hasta ahora hubiera sido testigo. Ella sabía que podía escapar en esa sombra, y era la sombra, no la luz, lo que la había llamado. Llamándola, para atraparla. La enorme sombra alada comenzó a susurrar. Oh, sí, querida, has sido atrapada. Esa mente tradicional ha caído víctima de la autoconfianza, y tú has venido. Has venido, cuándo no deberías haberlo hecho. Has dejado ese lugar donde deberías haber sido, un guardián, un centinela. Y ahora, tú también perderás, ¿no lo ves? Tendré a esos que amas, no, en realidad, ya los tengo, y al final, tú vendrás también... Ella comenzó a gritar, tan fuerte como pudo, histéricamente, de alguna manera consciente de que tenía que ser fuerte, más fuerte que el fuego y el viento, más alto que toda la risa estridente, y los susurros como toques de tambor. Tuvo que cerrar los ojos apretados contra la oscuridad, obligándose a saber que era un sueño, sólo un sueño, y que podía despertarse. Tenía que despertarse, tenía que despertarse... —¡Tara! Despertó con una sacudida, repentinamente consciente del dolor, dolor muy real, en la parte superior de sus brazos. Sus ojos se abrieron. No había casa. Estaba en su cuarto. Pestañeó. Había pensado que estaba en su casa, pero estaba mirando hacia los ojos color avellana dorados de Brent Malone, a los ojos que ardían con intensidad como las llama en la casa de la maldad. Sus dedos estaban envueltos tan apretadamente alrededor de su carne que estaría amoratada en la mañana. Y estaba gritando, había estado gritando, todavía estaba gritando, y salvajemente intentando pelear contra él, librarse de su agarre, sacudírselo otra vez y golpearlo, azotar algo contra él. —¡Tara, alto! No fue la orden en su tono, sino la mera suavidad de su voz lo que la trajo a una temblorosa racionalidad. El sonido se desvaneció. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Ella había dejado de gritar. Una pesadilla. Todo eso había sido una pesadilla, porque todo lo que ellos hablaban era sobre vampiros, y la Alianza. —Tara...—Movió una mano tiernamente contra su cabello para tranquilizarla. Ella se puso rígida, desconfiada, incluso mientras volvía a sentir el deseo de arrojarse contra él. —Fue un sueño —dijo—. Sólo un sueño. —Pero todavía estaba temblando ferozmente. Y él estaba allí. Cerró los ojos, y se apoyó contra él, y sintió el consuelo y calor de sus brazos alrededor de ella. Entonces se puso rígida otra vez, echándose para atrás. —¿Cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que estás en mi dormitorio? —Regresé —dijo simplemente. —Y cómo entraste. —Eso no tiene importancia. Tienes que contarme sobre el sueño. —¡No! —insistió coléricamente—. ¿Cómo entraste? Él dejó escapar un suspiro impaciente. —Llamé a la puerta. Katia me dejó entrar. —¡No te creo! —Lo atacó ella, pero entonces, mirando tras de él, vio que Roland, Katia, y su abuelo estaban de pie en la puerta, cenicientos, mirándola. —Oh...—respiró—. Lo siento. Lo siento tanto. Los he despertado a todos ustedes... y era solamente un sueño. Jacques, se veía frágil en su pijama, sus pies desnudos, pasó más allá de los otros dos y fue a junto a su cama. —Cuéntanos sobre el sueño, Tara. Ella sacudió la cabeza. Se desvanecía, pero estaba todavía demasiado vívido. —Yo estaba en una casa. En el bosque, creo. Yo no quería entrar, pero sentí que tenía que hacerlo. Había un enorme fuego, había gárgolas que cobraban vida. Y había un corredor, y supe que tenía que caminar a lo largo del corredor. Entonces había una puerta, y había partes de un cuerpo en el cuarto, pero no eran partes, porque comenzaron a juntarse, y los labios en una cabeza se movían. La cosa estaba hablando conmigo, y me dio miedo lo que ocurriría cuando todas las partes se juntaran. Así que regresé al vestíbulo, pero la sombra estaba allí, y comenzó a reírse y a decirme que estaba atrapada, y la sombra estaba diciendo que... Ella se interrumpió, quedándose mirando de Brent Malone a su abuelo, y entonces hacia la puerta donde Katia y Roland estaban de pie. —¿Dónde está Ann? —exhaló. Brent la miró fijamente. Entonces brincó, corriendo velozmente hacia el corredor. Tara, también, se puso de pie. Voló detrás de Brent. Él ya había alcanzado la puerta de Ann. Chocando violentamente contra su espalda, Tara miró más allá de él. Ann no estaba en su cama. Las puertas del balcón estaban abiertas. La brisa estaba soplando dentro... Tan escalofriante como la que había teñido de miedo su sueño.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1144 Henri Javet se miró pesarosamente en el espejo. La sombra de barba de las cinco podía ser solucionada fácilmente. Mantenía una hoja de afeitar en el trabajo. Se había hospedado antes en la estación muchas veces, en el catre de una de las celdas de la prisión. Pero las oscuras sombras y bolsas debajo de sus ojos... la, la. No eran tan fáciles de ocultar. Años de trabajo arduo lo habían llevado a su posición allí, pero en un corto período, se había topado con algo que parecía casi eclipsar los crímenes más atroces que había enfrentado anteriormente. Lo que debería haber sido un caso de avaricia y asesinato se estaba convirtiendo en mucho más. El cuerpo encontrado en el agua no iba a ser el último. Javet se afeitó, se lavó bien la cara, reparando otra vez en que las sombras y bolsas no podían ser borradas con agua, y caminó de regreso a su oficina. Miró su reloj pulsera, frunciendo el ceño. El inspector de París había salido a traer a Dubois. Él y los hombres que había enviado no habían regresado. Miró las notas que había tomado durante la reunión con la fuerza de trabajo, llamó al sargento del escritorio para que le avisara en el momento en que el inspector regresara. Mientras hacía esto, la puerta exterior se abrió. Un joven delgado, su ropa estrujada y su pelo salvaje, entró de pronto y sin invitación. —¡Debo ver al inspector! —insistió. —Usted debe explicar su asunto primero —dijo el sargento severamente, pero con amabilidad. —Ella se fue, se perdió. Esperé toda la noche junto a su casa, tenía que hacerle saber que sería su amigo, sin importar nada. Pero nunca volvió a casa. Esta pérdida. —Vamos, vamos, monsieur, cálmese —dijo el sargento. Pero Javet dio un paso hacia adelante. —Está bien, Clavet —aseguró al sargento, y se volteó hacia el joven—. Soy el inspector Henri Javet, al mando aquí. Y estoy dispuesto a oír su historia. Pero en orden. ¿Su nombre, joven? —Soy Paul Beauvois. De este pueblo, de las afueras, de las tierras de labranza. Y yo... yo, durante años, he sido un muy buen amigo de Yvette Miret. —¿La chica del café? ―dijo, reconociendo el nombre. Una sensación de temor se deslizó hacia el fondo de su estómago. Había visto a la chica muchas veces. Así como lo hacían la mayoría de las personas en el área. Desafortunadamente, a menudo había temido que ella acabara mal. Demasiado a menudo había usado su puesto en el café como punto de partida para otro tipo de negocios. Nunca había sido arrestada, porque tenía un trabajo rentable, y porque, cada vez que había sido interrogada sobre de su negocio con los visitantes y turistas, entusiastamente había hablado de la "amistad" que había formado. Lo que hacía no podía ser considerado ilegal, siendo especialmente que nadie había presentado una queja contra ella.
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—Entonces —dijo Javet. Podía ser la cosa más natural del mundo que la chica hubiera dormido en algún otro sitio. Aunque tuviera un aire de pureza, era todo menos inocente. Ese sentimiento fastidioso en el hueco de su estómago permaneció allí—. Ella no volvió a casa anoche, y usted vigiló y esperó a que llegara, así que está muy preocupado. Paul asintió con la cabeza. —Tuvimos una pelea, un terrible pleito. Estaba enojado, así que fui a París sin ella, pero entonces... tuve un mal presentimiento. Me preocupé, así que dejé el concierto al que habíamos pensado asistir juntos, y fui a su casa. Sus padres se fueron. Está viviendo con la vieja arpía de su tía que se preocupa poco por ella, pero la mujer no es una mentirosa. Estaba impaciente, diciéndome que Yvette no había llegado, y... —vaciló, mirando a Javet, entonces continuó— dijo que Yvette podía buscar hombres, hombres verdaderos, y no necesitaba depender de un niño como yo, que no le ofrecía nada, cuándo había tanto más en el mundo. —¿Y bien? —dijo Javet. —Me senté afuera de su casa toda la noche. Ella no regresó. —Quizá es un poco pronto para considerar a la señorita como perdida —dijo Javet. Y lo era. Lo más probable era que la chica hubiera encontrado a alguien más intrigante con quien pasar el tiempo. Pero dadas las circunstancias, con tantos desaparecidos... Y un cuerpo sin cabeza para ser identificado... —Pero, Monsieur —protestó el joven, cerca de las lágrimas—. Temo que... Mientras él hablaba, la puerta para la estación se abrió de golpe. Grande, brusco, de cabello rizado Francois Vaille entró como un ciclón. Clavó los ojos en Paul, y Javet pensó, frunciendo el ceño, que el hombre lo había seguido ahí. —Mi chica no se ha presentado al trabajo. Ella había tomado el turno temprano, y nunca ha prometido abrir el café, y luego no ha aparecido. ¡Y este... tipo! —escupió desdeñosamente—. Este tipo vino ayer, jurando, despotricando, y... y prometiendo que ella lo lamentaría. —¡Ahora, Francois! —dijo Javet—. Cálmese, y tomaremos las cosas una por una. La chica no se ha presentado al trabajo, pero el joven Paul aquí dice que no regresó a su casa anoche. Él ha venido a denunciarla como desaparecida. El dueño del café, que se había vuelto obeso con los años pero todavía era un hombre formidable, se abalanzó sobren Paul. Javet rápidamente intercedió, dando un paso detrás del muchacho. —¡Francois! ―advirtió. Francois meneó un dedo alrededor de Paul. —Él ha entrado a denunciarla como perdida, porque sabe que ella ha tenido una mala jugada. Debería ser arrestado en el acto. —Francois, todos sabemos que Yvette tiene muchos amigos. —A Yvette le gusta su trabajo conmigo también. Siempre ha tenido muchos amigos, pero nunca cae en el error de perder el trabajo. —Empezaremos una búsqueda de inmediato —dijo Javet—. Aunque no sea usual, dadas las circunstancias, la buscaremos de inmediato ―vaciló—. Hemos descubierto un cuerpo junto al arroyo —admitió—. Haré que algunos oficiales lleven a ambos a la morgue, a ver si ustedes pueden identificar a la chica.
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—¡Oh, Dios Mío! —exclamó Paul, enterrando su cara en sus manos. —¡Un cuerpo! ¿Y además debo ir también? ―demandó Francois Vaille— ¿pero qué hay de mi café? Perderé dinero tal como están las cosas, siendo que no tengo a Yvette trabajando las mesas de la acera. —Su preocupación por su empleada es admirable —dijo Javet secamente—. Esto debe ser primero. Sargento Clavet, llame a un escolta para que lleve a estos hombres a la morgue. Tan rápido como sea posible. Yo mismo conozco a Yvette, y veré que se envíe un boletín. De regreso a su oficina, hizo una pausa, el instinto advirtiéndole que Francois estaba a punto de atacar a Paul otra vez. Se giro nuevamente, su voz bramando: —¡Un movimiento más, Francois, y te haré que te encierren todo el día, lo cual no le hará ningún bien a tu negocio en lo absoluto! Eso detendría a Francois, lo sabía. Con disgusto, entró en su oficina otra vez. Apenas había extendido el papeleo correcto antes de que su puerta se volviera a abrir. El inspector Trusseau, el hombre de París, estaba allí. Naturalmente, Trusseau se consideraba por encima de golpear puertas. Se consideraba superior a cualquiera de sus compañeros de trabajo en el pueblo, aunque sus instrucciones habían sido trabajar con Javet —¿Qué pasa? —preguntó Javet algo irritado—. ¿Tiene a Dubois? —No, no lo tengo —dijo Trusseau—. A pesar de la hora de nuestra llegada, el profesor Dubois no estaba en su residencia. Una vecina, bastante temperamental después de que la despertáramos en lo que ella consideraba la mitad de la noche, nos informó que no le ha visto por lo menos en un día, tal vez dos. —Qué hay del estadounidense, el excavador ¿Brent Malone? —Una coincidencia extraña. El Sr. Malone no ha sido visto en su apartamento en mucho tiempo, tampoco. Javet asintió con la cabeza. —Bien. Volvió a mirar hacia su escritorio, lamentando el hecho que las cosas parecieran tan fuera de control. Él encontraría a los hombres, por supuesto. Había esperado demasiado tiempo para traerlos. —¿Entonces, Javet? —dijo el inspector Trusseau, una cierta mofa evidente en sus palabras, y en su falta de cortesía al esquivar el título de Javet. —Entonces, usted debería regresar a las calles, en busca de los hombres —dijo Javet. Él clavó con mordacidad los ojos en el hombre enviado de París—. Ahora. —Hay otras cosas que deberían hacerse... —Y las haré. Gracias, Inspector. Su puerta se cerró. Javet recogió su pluma y comenzó a escribir sobre las formas que se situaban ante él. Recogió el teléfono mientras escribía, informándole a la morgue que estaba enviando dos hombres que pudieran identificar el cadáver sin cabeza.
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—¡Ann! —Tara se abrió camino a través del cuarto, corriendo hacia la cama de su prima, y luego adelante hacia el balcón. Se paró repentinamente, respirando fuerte, el corazón retumbando, mientras veía que su prima estaba allí, clavando los ojos en ella como si hubiera perdido el juicio. Un ruido detrás de ellas les advirtió del hecho de que los otros habían entrado detrás de Tara. Las cejas delicadas de Ann se arquearon a gran altura. —Dios mío, qué es esto, ¿una fiesta en medio de la noche? Sr. Malone... Dios mío...! ―Sus ojos viajaron de Tara a Brent, y una leve sonrisa tocó la esquina de su boca— ¿Se unió a nosotros para la noche, señor Malone? Me voy al trabajo un día, vuelvo a casa un poco agotada... y parece que me he perdido de mucho —Estaba bromeando, pero todavía había una mirada desconcertada en sus ojos mientras añadía— ¡Abuelo! ―dijo severamente—. ¿Qué estás haciendo fuera de la cama? ¡Y sin zapatillas, ni bata! ¡Te resfriarás gravemente, acabarás con neumonía otra vez, y no debes. ¡Roland! ¿Qué está haciendo Jacques levantado así? —Regresa a la cama —dijo Jacques cansadamente. Su tono fue de alivio, pero todavía unido con algo de preocupación. —No sé si necesito molestarme en intentar dormir un rato más o no —dijo Ann, bostezando—. Es casi la hora de que la alarma toque, y yo realmente no debería llegar tarde. ―Entró, yendo hacia Jacques. Besó su mejilla—. Te amo, abuelo —dijo. Él la besó de regreso, sujetando su cara entre sus manos. —¡Niña! ¡Estás tan fría como el hielo! Te resfriarás seriamente. ¡Debes regresar a la cama! —Iré, tan pronto como vea que Katia y Roland te manden de regreso a la cama —le aseguró. Jacques asintió con la cabeza. Tara vio que sus ojos se encontraron con los de Brent, sobre la cabeza de Ann. Vio la seguridad rozar la expresión de su abuelo. Él pareció relajarse lo suficiente como para poder irse a dormir. Quedaban los tres, y Ann dio un paso hacia adelante, cerrando la puerta, recargándose contra ella, y clavando los ojos en Tara y Brent. —¿Qué diablos estás haciendo? —demandó coléricamente a Tara—. ¡Yo nunca, nunca traje a nadie a dormir aquí aquí! ¡Es la cosa más irrespetuosa que puedas hacer! ¡No hay motivo, por supuesto, de que ustedes dos no puedan tener su pequeño romance, ¡pero no debajo de la nariz del abuelo! —Él no estaba durmiendo aquí —informó Tara a Ann. —¿Oh? —Ann seguía enojada. Y escéptica. —Bueno pues, ahora sé por qué Tara tenía heno en el cabello ayer. —Acerté a llegar muy temprano —dijo Brent inexpresivamente, clavando los ojos en ella. Tara estuvo sorprendida cuando Ann bajó la mirada. —Así que dime, Ann —dijo Brent—. ¿Qué estabas haciendo afuera en el balcón a tales horas? Ella arqueó una ceja. —Es mi balcón. —No deberías tener las puertas abiertas así. —He mantenido abiertas mis puertas un buen número de noches durante años —le informó. Ella inhaló por la nariz y agitó una mano en el aire— ¡Tenía que deshacerme de ese ajo ridículo... el
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calor y el olor creado entre las puertas cerradas y el ajo era insoportable! ¿Qué está pasando aquí? el abuelo ha perdido el juicio. Si esto continúa... temo que él realmente pueda necesitar cuidado. —Jacques está bien —dijo Tara. —Oh, sí. Nuestra casa está invadida de ajo, y nuestro abuelo está bien —dijo Ann. Bostezó otra vez, cayendo contra la puerta— ¡Estoy tan cansada! Duermo y duermo, y aún así...—Clavó los ojos en la pareja—. Bueno pues, esto ha sido entretenido, pero... puedo tomarme una media hora más para dormir. Ya te ibas, ¿no es así, Brent? —Él se va a quedar a desayunar —dijo Tara. —Correcto, el desayuno —masculló—. Bien, hagan lo que gusten. Tengo que estar en el trabajo por la mañana, tanto que tengo que hacer. —¿Qué tienes que hacer que sea tan importante? —preguntó Tara. Ann frunció el ceño, como haciendo memoria. —Oh, sí, es la novela americana. Debo decidir si la vamos a comprar, y si es así, qué clase de oferta vamos a hacer. Y no he leído la maldita cosa ni una vez aún, mucho menos he pensado en ella seriamente. —¿La tienes aquí? La puedo leer por ti. —Yo... tú no eres una editora o una crítica, Tara. Eres una artista... —¡Todavía puedo leer! —Puede ser... no, no, tengo que ir al trabajo. —Avisa que llegarás tarde —sugirió Brent. Las pestañas de Ann ocultaron sus ojos. —No debería realmente.... No debería después de... —¿Después? —Tomé un largo almuerzo ayer —murmuró. —Sin embargo, deberías ir más tarde —le dijo Brent. —No, no, no estaría bien —murmuró. Tara estuvo sorprendida cuando Brent atravesó el cuarto y tomó el rostro de su prima suavemente en las manos, encontrando sus ojos. Ann no se apartó de su toque. Ella escuchó cuando él le decía: —Te aprecian mucho donde trabajas. Puedes reportarte enferma. Tara puede examinar rápidamente el libro, y puede decir si es bueno o no. Si puedes dormir un poco, debes hacerlo... Para el asombro de Tara, Ann estuvo de acuerdo. —Sí, dormiré, si puedo —dijo. Bostezó otra vez, y pasó junto a Brent, luego fue hacia Tara, sonriéndole—. Estoy tan cansada. ―Tocó a su prima ligeramente en el hombro con afecto— Buenas noches. Con los dos todavía en el cuarto, se arrastró de vuelta a la cama, jaló las cobijas hasta su hombro, y cerró los ojos. Parecía que instantáneamente estaba dormida. Brent caminó hacia la cama y miró a Ann. Tocó su pelo, quitándolo de su rostro, y pareció estudiarla muy seriamente. Un sonido, como un suspiro cansado, apenas perceptible, pareció escapar de él. Caminó hacia las puertas del balcón, cerrándolas, trabándolas. Y volvió a colocar las cabezas de ajo que Ann había descartado. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Con todo arreglado, regresó a Tara, los ojos duros en ella, extraños, desafiantes y dominantes. —Dejémosla dormir ahora. Tara clavó los ojos en Brent mientras él abría la puerta de Ann, indicando que debían salir. Tara lo precedió en el corredor. Cerró la puerta quedamente detrás de él. —¿Qué diablos fue todo eso? —preguntó. —Ella realmente necesita dormir. Ella continúo observándolo. —No puedo creer que ella te prestara semejante atención. —No crees nada aún, sin importar cuántas señales tengas en tu propia cara —dijo él suavemente. —¡Señales! —murmuró, y comenzó a caminar delante de él. Él la agarró por el hombro, jalándola hacia atrás. Desearía no sentir su toque más leve tan agudamente. Clavó los ojos en los dedos sobre sus hombros vestidos de seda, luego en sus ojos, pero si él notó cualquier clase de retraimiento en ella, no dio señal. —Está llegando el momento en que será muy peligroso para ti no creer —dijo—. Con tu lógica... y tu miedo a cualquier cosa que no puedas probar, sentir, o tocar es alocado y demente, fantástico. Y, por supuesto, debierías aceptar el hecho de que hay cosas más allá de tu área de conocimiento, entonces, te entregarías a la locura. Hay tales cosas. ¿Qué piensas que era el sueño, Tara? —Una pesadilla. —¿Una pesadilla? ¿O una advertencia? Ella arqueó una ceja tan imperiosamente como su prima. —¿Una advertencia... acerca de Ann? Ann estaba bien, sólo enfriándose afuera en el balcón. —¿Enfriándose? Su piel estaba helada. —¡Cuando tú tienes mucho calor —dijo agraviada— se siente bien tener frío! —¡Tú la trajiste, Tara! Tú la llamaste, justo a tiempo. —¿A tiempo de qué? Él soltó su hombro y pasó junto a ella, dirigiéndose hacia las escaleras con disgusto. Katia apenas acababa de salir del cuarto de Jacques, y se detuvo, hablándole en las escaleras, su francés era tan rápido que Tara no estaba segura de lo que decía. Pero Brent le respondió y Katia sonrió agradablemente. Bajaron juntos la escalera. Todo el mundo confiaba en él. Ella había confiado en él. Tanto que había caído en sus brazos, y más. Si no se preocupara tanto por él, si no sintiera tanta necesidad de conocerlo mejor, más profundamente, mantenerlo cerca de ella... Si a ella no le importara tanto, podría no ser tan desconfiada. Y sin embargo... Algo en él no estaba bien. Le había dicho que había vampiros, y que la Alianza era verdadera y real. Había negado que él mismo fuera un vampiro cuando lo había acusado de ser uno. Su abuelo parecía conocerlo muy bien, y no había mostrado la menor sorpresa o alarma cuando lo había encontrado no sólo dentro de su casa por la noche ‒o la mañana‒ sino en el dormitorio de su nieta. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Ella observó las escaleras por un momento, pensando, entonces se dio la vuelta y quedamente entró en el cuarto de su abuelo. Caminó hacia la cama. Sus ojos estaban cerrados, pero la sintió allí, y sus ojos se abrieron. —Ella está en peligro —dijo él suavemente—. Pero entonces, estamos todos en peligro. — Liberó su mano de las cobijas, buscando la de ella. La encontró y envolvió sus dedos apretadamente juntos—. Tara... eres tú, sabes. Eres tú, y debes ser fuerte, porque no soy el hombre que una vez fui, y no importa de qué forma que estemos protegidos, estamos corriendo peligro. Es mi culpa, por supuesto, por lo que soy, lo que una vez me trajo tanto orgullo, y ahora tanto miedo. —Jacques, no sé de lo que hablas. —¡Tienes que confiar en tus sentidos, tus premoniciones! Ella asintió con la cabeza, alisando hacia atrás sus canas, preocupadándose. —Abuelo, por favor, si yo realmente comprendiera solo un poco más. ¿Cuándo... cuándo exactamente conociste a Brent Malone? Jacques cerró los ojos. —Hace mucho tiempo —dijo. —¡Abuelo! ¿Cuándo? —dijo. Pero sus ojos no parpadearon. O se había quedado dormido otra vez, o estaba decidido a pretender que lo había hecho. Tara lo dejó. Empezó a bajar la escalera, segura de que Brent estaba todavía en la casa. Tenía la intención de acosarlo ella misma. Él estaba allí. Lo encontró tan pronto como llegó al descanso. Estaba parado en la puerta de entrada, clavando los ojos en el periódico, el que acaba de llegar junto con las primeras vetas rosadas del amanecer. —Otro cuerpo ha sido encontrado —dijo. Con gran enfado, arrojó el periódico al piso, y dio un paso afuera de la puerta, cerrándola de un golpe detrás de él.
Paul se paró junto a un imponente y enojado Monsieur Francois, , y clavó los ojos en la pantalla de video. Se les dijo que no debían ver un cuerpo. Iban a mostrarles la ropa y la joyería que había sido encontrada en la mujer. Él esperó, tenso. Un carrito rodó delante de una cámara en alguna otra parte en la morgue. Él clavó los ojos en la pantalla, pestañeó y se quedó con la mirada fija otra vez. Sus rodillas se tambalearon, las sintió débiles, como jalea. Se resbaló hacia el piso, sollozando. Fue consciente de que, junto a él, Monsieur Francois maldecía. En las profundidades de una región inferior, imágenes del pasado giraron en un campo de niebla. Ese día... hacía tanto tiempo. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Él estaba débil, increíblemente débil. Había habido tan poca comida por tanto tiempo. Sin ninguna nutrición, los habían hecho hacer un trabajo agobiante. Ahora, estaban todos juntos en el campamento. Los prisioneros religiosos y étnicos, los disidentes, los prisioneros políticos, y cualquiera por el que el régimen tuviera una razón cualquiera para que le desagradara. Al comienzo, no había sido de esa manera. Pero entonces él había visto a Andreson. Y Andreson lo había visto. Fue como si hubieran sabido desde el comienzo mismo que se reconocerían el uno al otro. Pero Andreson había retenido el poder desde ese primer momento, debido a las circunstancias. Él había tenido la certeza de que Andreson se ocuparía de su ejecución inmediata, pero asombrosamente, no había sido de esa manera. En lugar de eso, Andreson se había dispuesto a quebrantarlo. Eventualmente, por supuesto, lo mataría. Desaparecería una noche, como tantos otros lo habían hecho. A Andreson le gustaba la forma más sutil de tortura, tanto como disfrutaba de su propio acoso más físico. A él le gustaba la sensación de que el hombre que tanto odiaba se fuera a la cama cada noche, preguntándose, teniendo miedo, temiendo lo que podría venir cuando el sol cayera. Había habido veces, al comienzo, cuando el prisionero había encontrado la fuerza, cuando había intentado explicarle a los demás que abrigaban a un monstruo más malvado de lo que suponían, pero sus palabras caían en saco roto, y eran seguramente llevadas a Andreson, quien disfrutaba del poder tan completo y total que era sólo una forma más de diversión. Había estado ahí la mañana en que logró escaparse de la ruta de trabajo brutal de la carretera, el momento cuando había estado cerca de caer sobre Andreson, casi había hecho lo que debía hacerse. Excepto que Andreson estaba a cargo de una forma diferente de monstruo, un cuerpo de hombres que habían sido específicamente escogidos por su inhumanidad. Y él había sido detenido. Entonces habían venido los días de soledad. Las noches en que yacía despierto... Esperando. Pero hacia el final, Andreson, quizá, había comenzado a temer por su propio futuro. No es que temiera la muerte en sí misma, sino que estaba a punto de perder todo lo que había ganado, perder su fuerza de poder absoluto. Lo pudo sentir adentro cuando Andreson perdió su aguda diversión en su tortura sutil. Y sabía, por supuesto, que el fin iba a llegar. La única pregunta era si los americanos o los rusos vendrían primero. Era posible que hubiera otros lugares donde la promesa de la condena hacía ceder a los hombres, y no querer nada más que desertar y correr, dejando a prisioneros como estaban. Pero no ahí. No en este lugar. Multitudes fueron atraídas a los campos de tiro. Los hombres trabajaban día y noche para abrir zanjas. Los crematorios nunca dejaban de arder... Su tiempo estaba próximo a llegar. Sabía que estaba en el lote para ir al día siguiente. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Pero entonces, surgió un rumor en el campamento. Había habido un escape de los edificios médicos, donde se hacían los experimentos. Los números para el siguiente día estaban aumentando. Los guardias, nerviosos por alguna razón, eran más brutales que nunca, asegurándose de que los prisioneros supieran cual sería su destino. Pronto. Muy pronto. Pero otros susurros abundaban también. Rumores. Hubo un rumor de que los guardias ‒los bien entrenados, los tiradores de primera‒ estaban muertos. Y el rumor de que Andreson había sido herido. Y esa noche... Habían formado un grupo apretado, muy unido. Incluía a los hombres que habían sido encarcelados por su nacimiento y sus creencias, los de la Resistencia, e incluso unos cuantos de los llamados "los locos". Estuvieron cerca aquella noche, determinando cualquier oportunidad de intentar dominar a los guardias, y, si sacrificaban sus propias vidas, quizá, los otros podrían escapar. Estaban acurrucados en la oscuridad, discutiendo lo que sabían de posiciones y armas, cuándo los primeros disparos se oyeron. Todos ellos saltaron sobre sus pies, escuchando. Entonces lo oyeron. Más fuego rápido. Los guardias gritando, discutiendo... Algunos gritos, como si la tierra misma hubiera cobrado vida para engullirlos, poco a poco, la sangre, la carne, el hueso... La puerta se abrió de golpe. Estaba oscuro adentro, mientras había chorros de luz afuera, luz cegadora. Y todo lo que pudo ver fue una silueta en la puerta. Una silueta increíble. Él gritó. Pero un momento más tarde, había un hombre adentro, y los grilletes y las cadenas estaban siendo abiertos y soltados. Alguien gritó que tenían armas, tomadas de los guardias caídos. Él se tambaleó afuera en la noche. El lugar se había vuelto un desquicio. Guardias... ensangrentados, quebrados, tirados en el patio. Los que aparecían ahora, moviéndose a gran velocidad en la noche, impactados por la conmoción, fueron rápidamente abatidos por los prisioneros que habían tomado las armas... y a quienes les quedaba la fuerza para usarlas. Él encontró un nuevo brote de poder dentro de sí. Rápidamente, se gritaban el uno para el otro... algunos hombres en la tarea de liberar a otros, de ir por las mujeres y niños. Otros habían sumado a la lucha para rematar a sus brutales captores. Él corrió de edificio en edificio, recordando todo lo que había aprendido en las calles, en lo que parecía como otro mundo y otro lugar. Usó los edificios como escudo, descubriendo que podía escuchar, y percibir las pisadas de los guardias. Descubriendo que todavía podía usar su arma. Edificio por edificio, pulgada a pulgada, un puñado de hombres de la chusma que eran poco más que esqueletos caminantes, comenzaron a descubrir la victoria. Fue cuando llego a los edificios médicos que fue tomado por sorpresa. Echado para atrás contra la entrada, agachado, fue sorprendido cuando una mano ‒una mano que parecía un puño de hierro‒ cayó sobre su hombro. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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Él casi gritó. Casi perdió el control, y dejo que su arma automática se descargara en la noche. Pero entonces... él supo. Paul estaba tan aliviado que estaba sentado sobre el piso, sollozando. La ropa no le pertenecía a Yvette. Ella no era el cadáver que estaba tan horrorosamente desfigurado que no podía ser mostrado. Se alegró tanto que abrazó la pierna de Monsieur Francois. Monsieur Francois estaba embargado de alivio, pero estaba impaciente. Estaba enojado. Había perdido el tiempo en el café. La policía fue más amable. Ayudaron a Paul a ponerse de pie. Él fue vagamente consciente de que la policía decía algo sobre huellas digitales y quizá el ADN, pero debido a que Yvette había trabajado en el café, lo podían hacer, y lo harían, lo harían seguros de que el cuerpo no era de ella. Paul ya lo sabía. Esas no eran sus cosas. No, no lo eran. La policía los condujo de regreso a la estación del pueblo. Monsieur Francois bufó y jadeó y fue ofensivo con todo el mundo. Él volvió rápidamente a su trabajo, jurando que había perdido mucho dinero. Dejó la estación jurando que Paul mismo debería ser interrogado implacablemente... la policía no podía comenzar a imaginarse exactamente qué tan mala había sido la riña con Yvette. Monsieur Francois se aseguró de que los oficiales supieran que Paul había amenazado a Yvette. Excepto quizá que la policía sentía lástima por un tipo tan patético, las lágrimas fluyendo por su rostro. No arrestaron a Paul. Salió de la comisaría de policía y caminó calle abajo. Se sentía débil. Muy débil. Se deslizó a la cuneta, incapaz de mantenerse de pie. Mientras se sentó por allí, temblando, se dio cuenta de que alguien estaba frente a él. Alguien alto. Él sombreó sus ojos contra el sol, y miró hacia arriba, bien arriba. El hombre parado sobre él se sentó en cuclillas a su nivel y dijo: —¿Paul? Soy un amigo. Tengo la intención de ayudarte. Y necesito tu ayuda también. Ambos queremos encontrar a Yvette, ¿verdad? Él asintió con la cabeza, clavando los ojos en el desconocido. —Ven conmigo, Paul —dijo el hombre. Y Paul se levantó, asombrado de que encontrara nuevas fuerzas para hacerlo. Él había visto al hombre antes. Él estaba desesperado por encontrar a Yvette. No había ningún otro lugar más para buscar, y... Había algo en el hombre. Él tenía un poder. Y Paul creyó.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1155 Tara había asumido que Brent todavía estaría allí, que acababa de salir afuera para tener algunos minutos a solas, que no había abandonado la casa. Pero lo había hecho. Algo más era increíblemente perturbador. Cuando al principio había decidido que él probablemente necesitaba esos momentos a solas, había decidido que ducharse y estar preparada para el día y vestirse eran cosas importantes para hacer, y había hecho un descubrimiento verdaderamente extraño. Sus pies estaban sucios. Las plantas se veían como si hubiera estado caminando con los pies desnudos en medio de la tierra. Había una hojita de hierba pegada entre el tercero y cuarto dedo de su pie izquierdo. Una inquietud reptó sobre ella, que sintió como el baldazo de una ola gigantesca. La combatió, asegurándose que había una explicación lógica en alguna parte. Quizá había habido polvo en el balcón, hojas de hierba y tierra lanzada alto por la brisa de la noche. Sabía de hecho que en verdad no había salido de la casa, así que esa era la única explicación posible. Todavía estaba tratando de lidiar con la lógica, intentando tan intensamente que se negó a aceptar el hecho de que el sueño había sido una continuación. La pesadilla había comenzado antes de que ella llegara ahí. Igual de real. Pero no había sabido entonces lo que había estado buscando, o lo que había temido. Todavía no estaba segura de lo que había estado buscando en el bosque. Sabía por qué había tenido miedo. Sabía por la ayuda de quién había estado llamando... Y él no había estado allí, como no estaba ahí ahora. Se mordió los labios. Eso en cuanto a sus sentimientos. Por enamorarse de un desconocido que había conocido en una cripta. Por creer, incluso ahora, que ella había estado esperando. Por ese punto en su vida, y... Por Brent. Bajó las escaleras, fue a la cocina esperando encontrarle allí. Bebió el café que Katia había preparado, pero Katia no había visto a Brent desde que había hablado con él en las escaleras; asumía que se había ido. Tara decidió buscarlo afuera. Eleanora se encontraba parada en la puerta principal del chateau. Tara no estaba segura de que todavía confiara en el perro, pero Eleanora fue cariñosa y dulce, aunque vigilante, lamiendo las manos de Tara, lloriqueando por la atención. No siguió a Tara hacia afuera, sino que se quedó donde estaba, de centinela en la puerta. Tara buscó a Brent afuera, pero no pudo encontrarlo. No había autos adicionales en el camino. El periódico estaba donde él lo había arrojado en la entrada. Lo recogió y comenzó a leer acerca del descubrimiento de la policía del cuerpo sin cabeza. Hojeó hasta el borde inferior de la página, y se sorprendió al ver que la policía estaba “buscando” a Brent Malone para interrogarlo con respecto al asesinato en las ruinas, y sobre su último descubrimiento. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Brent, ¿dónde diablos estás? ―masculló en voz alta. Decidida, caminó para los establos, ansiosa de ver si había ido hacia allá. Pero no había rastro de él. El viejo Daniel estaba afuera en el repasto. Lo llamó y él trotó lentamente hacia ella. Nuevamente, pensó que el caballo parecía agitado, ansioso por palabras suaves, arrulladas, de seguridad que ella le daba. —Lo siento, también, viejo muchacho —dijo al caballo. Y repentinamente estaba enojada. Ahora que le había dado su confianza… confianza precavida a Brent Malone ‒pero confianza al fin‒ se había ido. Se sintió asombrosamente vulnerable, aun a la luz del día. Dando a Daniel una última palmada, regresó a la casa y se asomó primero para ver a Jacques, y luego a Ann. Ambos dormían profunda y pacíficamente. Regresó escaleras abajo por más café, preguntándose lo que debería hacer, decidiendo que debía hacer algo, y luego tomando una firme decisión. No estaba segura en lo absoluto acerca de "las reglas de los vampiros," y todavía no podía obligar a su mente bastante lógica a creer que algo de eso fuera cierto. Si los mitos e historias eran todas verdaderas, los vampiros tenían que dormir durante el día, o eran al menos mucho más débiles entonces. No podrían entrar en una casa a menos que fueran invitados a entrar. El ajo, el agua bendita, y las cruces eran disuasivos. Katia parecía dispuesta a tener cuidado contra los huéspedes no invitados sobrenaturales, tanto como se aseguraba de que su sistema de alarma de alta tecnología funcionara. Tara podía salir de la casa sin ningún daño. Era importante que encontrara a Brent. La Policía decía que lo quería interrogar. Ella no lo creía. Lo querían para poder arrestarlo. Tara se dispuso a salir para encontrar a Brent Malone. Dándole las instrucciones de último minuto a Katia para asegurarse de que no dejara que nadie ‒nadie en absoluto- entrara, abrió la puerta principal. Para su asombro, encontró al Inspector Javet parado en la entrada de la casa. —Señorita Adair, bonjour —dijo Javet. Su corazón se hundió. —Buenos días, monsieur. ―Estaba firmemente de pie en la entrada, aunque sentía que era poco lo que podía hacer. Él era el Jefe de Policía— ¿Lo puedo ayudar? —Sí, temo que usted puede. Me gustaría ver a su abuelo. —No lo puede ver ahora, está durmiendo, y tuvo una noche muy dura. —Siento mucho oír eso. ¿Por qué pasó tan mala noche? ―inquirió. —Porque es viejo, y ha estado enfermo, y a veces pasa un mal rato, Inspector. Eso debería ser medianamente simple de entender. Javet asintió con la cabeza lentamente, y le dijo muy suavemente. —Usted sabe, señorita Adair, es ridículo que esté allí tan defensivamente. Sólo deseo interrogar a Jacques. —Debería interrogar al profesor Dubois.
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—Sí, me gustaría haber visto más del hombre. Sin embargo, parece haber desaparecido. —¿Dubois ha desaparecido? —Sí, señorita Adair, eso es lo que acabo de decir. —Lo siento. —¿Cree que encontraremos al buen profesor... menos su cabeza, señorita Adair? —No tengo idea, Inspector. —Bien, señorita Adair. Quizá sí usted entrara, me podría ofrecer algo de café, y en unos momentos, su abuelo podría estar despierto. Tara estaba allí clavando los ojos en Javet, sintiéndose recelosa. Demasiado recelosa para dejar entrar a nadie, no cuando podía evitarlo. —Lo siento. Estaba lista para salir. —Hay medidas legales que puedo tomar para hablar con Jacques, usted sabe —le recordó él. —Entonces temo que vaya a tener que tomarlas. Tengo que salir, y no dejaré a nadie ver a mi abuelo mientras no estoy. —Está bien, señorita Adair ―dijo Javet, y dando la vuelta, empezó a caminar a su coche. Pero entonces se volvió—. Usted debería confiar en mí. No tengo la intención de lastimar a Jacques. —No confío en nadie, inspector. —Espero que eso sea cierto. Espero que no salga de la casa esperando encontrar a su nuevo amigo, el señor Malone. —Inspector Javet, estoy saliendo porque tengo asuntos que atender. —Sabe, señorita Adair, yo también querría confiar en Brent Malone. Un hombre tan inteligente, instruido, rostro tan agradable... y hasta su francés es excelente —vaciló sobre eso, como considerando el hecho de que un hombre que había sido educado con el inglés como lengua materna lograra hablar francés tan excelente—. Pero sin importar qué técnicas hayamos usado, de cualquier forma que lo hayamos intentado, no podemos encontrar pruebas de que cualquier otro estuviera en esa tumba en el momento de la muerte de Jean—Luc. Y ahora... tantos jóvenes desapareciendo, y otro cadáver hallado ‒nuevamente sin cabeza ‒ temo que sea difícil exonerar al señor Malone. —Apenas conozco al señor Malone —dijo inexpresivamente, encontrando sus ojos sin pestañear. —Debería ponerme al corriente sobre todo lo que está pasando aquí, y debería confiar en mí, señorita Adair —dijo Javet suavemente. La miró un largo momento, entonces se encogió de hombros—. Regresaré, usted sabe, con los papeles legales necesarios. Todo eso puede ser mucho más difícil para Jacques entonces. —Usted no tiene nada contra mi abuelo, inspector Javet —dijo firmemente—. Él no ha hecho nada, nada. Todavía la estaba observando. Ella se dio la vuelta y le echó llave a la puerta de la casa, enfrente de él. —Realmente no lo dejaré entrar a ver a mi abuelo —dijo firmemente, pero se dio cuenta de que había una nota en su voz que le rogaba que la comprendiera. —Todo lo que quiero hacer es ayudarla —dijo Javet.
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—Encuentre al verdadero asesino. —No puedo encontrar al asesino si no puedo acercarme más. —Lo siento —Mirando más allá de Javet, mientras hablaba, Tara tuvo la certeza de que había visto cambiar el área alrededor de la casa. Si no fuera por las teorías fantásticas que la asediaban, habría pensado que el sol se acababa de ir detrás de una nube, que la luz se había desvanecido solo un poco. Pero mientras insistía en los escalones con Javet, se encontró comenzando a creer todo eso que le habían dicho, que había fuerzas sobrenaturales en el mundo, y estaban próximas a llegar al Chateau DeVant, como una bandada de cuervos de alas negras. —Discúlpeme, ¿sí? ―murmuró. Dio un paso más allá de Javet, caminando hacia los establos. Entró, y miró alrededor y vio que nada era inusual. Ella se percató de que Javet la había seguido. —¿Qué pasa? ―preguntó él. Ella negó con la cabeza. —Nada. Sólo sombras en el sol. Todavía se sentía inquieta. Pero mirando cómo podía, no había nada en los establos. Se volvió caminando afuera en la apagada luz del sol, otra vez seguida por Javet. —Estoy aquí para ayudarla —repitió otra vez. Ella alargó una mano hacia él, sonrió, y dijo: —Gracias, realmente. Pero no hay nada que le pueda decir, nada con lo que le pueda ayudar ahora mismo. Y tengo asuntos que atender. —Encontraré a Malone —dijo. —Usted es un representante de la ley. Debe hacer lo que sienta que debe... —Y hablaré con su abuelo. —Entonces debe conseguir los documentos apropiados, porque como le dije, está viejo y enfermo, y voluntariamente no lo dejaré entrar. Javet suspiró, negando con la cabeza. Al fin, empezó a caminar hacia su coche. Tara hizo lo mismo. Esperó a que Javet encendiera el motor y empezara a bajar por el camino antes de arrancar su propio auto y seguirlo hasta la carretera. Mientras conducía, intentó decirse que Brent debía haber leído el artículo entero. Él sabría que la policía lo estaba buscando, que iban tras él. No estaría paseando alrededor del pueblo o sentado casualmente en el café. Mientras conducía, sintió la misma sensación de temor profundo que la había embargado antes. Era real. Lo que decían era real. Su sueño... Fue de alguna forma real. Ella realmente nunca había dejado el castillo... Y sin embargo, estaba segura de que el lugar al que había ido estaba allí afuera, en alguna parte. En alguna parte cerca.
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*** Dormir... el sueño profundo era tan maravilloso. Ann sintió la comodidad de su cama, y la dulzura del descanso verdadero... Pero incluso mientras estaba acostada, segura de que ese sueño sin sueños era maravilloso y curativo, sintió la incursión en su reino de flotantes nubes suaves y de la seguridad. El movimiento de sus ojos era rápido, y aunque no podía despertarse, fue consciente de que se quedó en una región más profunda. Y fue igualmente consciente de que había sido invadida. Ann... Ella oyó su nombre, y él la estaba llamando. Ann... Sabes que eres mía. Su mente combatió las palabras susurradas tan suavemente dentro de ella Eres mía, y me dejarás entrar. Abrirás las puertas para mí, y estaré contigo. Sabes que eso es lo que quieres, lo que anhelas, lo que necesitas. No... Las sombras colmaron su sueño. Grandes alas rasantes, como las de un mirlo gigante, volando sobre ella, doblándose alrededor de ella. Encerrándola... Había un calor asombroso dentro de la caricia de sombras. Ella se retorció y se dio vuelta, y supo que estaba rodeada. No... A Paul se le ocurrió que estaba cometiendo una seria equivocación, confiando en un desconocido. Bien podría seguir la misma ruta que Yvette había tomado, y todavía, era todo lo que podía hacer. Amaba a Yvette. La amaba más de lo que lo hacía a sí mismo, más que a su propia vida, sin importar la forma insensiblemente con la que ella había jugado con sus sentimientos. Así que fue con el hombre, y se encontró respondiendo preguntas, hablando de esos hombres que Yvette conoció en el café. —Ella no es una mala chica —dijo, a la defensiva de que alguien pensara que ella merecería un triste triste debido a su promiscuidad—. Usted tiene que entender, hay muchos que viven aquí y viajan a París para trabajar, hay familias aquí, que tienen que venir desde la ciudad que es tan grande, y el lugar es tan apreciado. Pero están los que han nacido aquí también, y que tienen el deseo de escapar, y tal vez ellos no tengan la educación para un buen trabajo en París, y han conocido tan poco aparte del campo, los sembradíos y el ganado, y ellos... simplemente quieren más. Esa es Yvette, quiere volar de nuestro pequeño pueblo, y no tiene las alas para hacerlo, y bueno... y bueno... El hombre lo estaba mirando, observándolo, y no podía decir si una pequeña sonrisa curvaba los labios del tipo, si se divertía, o si él solamente comprendía lo qué Paul estaba tratando de decirle. —Yvette ha tratado de volar agarrada de los faldones de otros... de otros hombres ―dijo, terminando débilmente. Una mano cayó suavemente sobre su brazo.
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—Encontraremos a Yvette —le dijo suavemente. Continuaron conduciendo. Muy lejos. Paul había crecido ahí, había corrido en los campos cuando era niño, buscando cada pequeño lugar misterioso, pero estaba poco familiarizado con los senderos por los que atravesaban ahora. El coche anduvo sobre hierba y raíces, y a través de árboles y más. Al fin se pararon. Entraron en lo qué una vez debió haber sido un lugar de riquezas y gran encanto. Todavía quedaba cierto ambiente atrayente. La oscuridad y la sombra, sin embargo, parecían abundar, como si los habitantes rehuyeran luz del día y el sol. —Vamos, Paul, necesitamos conocer lo que sabes. Todo lo que haya que saber acerca de tu Yvette, y sus... amigos. En la entrada, sintió una extraña vacilación. Entonces caminó dentro. Y se encontró con esos que esperaban saludarlo.
Tara condujo hacia el pueblo. Aunque no esperaba ver a Brent, estacionó cerca del café, encontró una mesa y ordenó café con leche. Recogió otro periódico, y lo extendió delante de ella. Realmente no estaba leyendo; estaba tratando de aparentar que no estaba observando todo lo que estaba ocurriendo alrededor de ella. Pero no estaba sucediendo mucho. El café estaba tranquilo. Los meseros susurraban entre ellos, y cuando ordenó su segunda taza, el hombre que le sirvió derramó parte del líquido caliente. Él se disculpó, y ella rápidamente le aseguró que no era nada. Cuando sonrió con pesar, ella se preguntó si no podría obligarlo a hablar. —He notado... que todos ustedes parecen un poco distraídos hoy —dijo, alentándolo a hablar. Tenía alrededor de veinticinco, delgado, con un corte a rape que era muy apropiado para él, porque tenía una cara fina y profundos ojos oscuros. Él vaciló, entonces indicó a su periódico. —Tales cosas simplemente no ocurren aquí. ―Se inclinó más cerca, limpiando el café derramado. —Ahora ha desaparecido una de nuestras chicas. Monsieur Francois, el dueño, entró a la morgue de la ciudad para identificar el cadáver, pero no es Yvette. Al menos, no es el cuerpo que han descubierto. Pero... somos un pueblo pequeño. Es inquietante tener a las personas desapareciendo, encontrar cuerpos. Una cosa era cuando fue el hombre de la excavación. Todos nosotros podíamos creer que fue asesinado porque alguien quería las riquezas del cadáver. Pero ahora... hay otros que están perdidos... y además está el cadáver que han descubierto. ¡No hemos tenido esta clase de problemas aquí en... en cientos de años! Así que naturalmente, tenemos miedo. Pero —agregó rápidamente—, usted no necesita tener miedo aquí. Estamos en el café, en la calle, a plena luz del día, y la estación de policía está justo calle abajo. Estaba tratando de reconfortarla después de decir más de lo que cualquiera que dependiera de los francos turísticos debería haber dicho. Pero no había asustado a Tara, seguramente no más que lo que estaba ya. Sin embargo, había dicho algo que ella estaba ansiosa continuar. —¿No han tenido esta clase de problemas... en cientos de años?
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—Bueno pues, hay muchas leyendas aquí, usted sabe. Allá por los días del Rey Sol, pasaban toda clase de cosas. No soy un gran estudiante de historia, así que no estoy completamente al corriente de los peculiares acontecimientos que ocurrieron. Pero por supuesto, usted sabe, el cuerpo que fue robado de la excavación era el de Louisa de Montcrasset. Ella fue una amante de Luis. Tenía al rey envuelto alrededor de su dedo meñique, así lo dicen, y pudo practicar grandes atrocidades porque el rey estaba tan enamorado que se rehusó a creer en su maldad. Dicen, sin embargo, que secuestró jóvenes pobres, hombres y mujeres, ella no escogía y los usó en ritos extraños. Se bañaba en sangre, bebía sangre, vivía en sangre, así es lo que dicen, en la creencia de que eso ayudaría a mantenerla joven y deseable para siempre, y aumentar así su asombroso encantamiento sobre los demás. Pero en una oportunidad, el rey ya no pudo engañarse, porque no iba a permitir que lo humillara delante de la gente. Era la hija de un gran caballero que había peleado duro por mucho tiempo por Francia, y también, sin importar lo que había hecho, el rey no podía deshacerse completamente de su amor por ella. Se rehusó a verla, sin embargo, después de que las pruebas fueran formuladas presentadas en su contra. Las pruebas de sus crímenes, así como también las pruebas de que le había estado poniendo los cuernos al rey con otro hombre. Él no fue tan protector con su amante... se dice que le ordenó a sus hombres reventar al tipo, matarlo a puñaladas en su cama, y hacer picadillo el cuerpo y arrojarlo en el Sena. El rey fue ayudado en todos esos descubrimientos, en ser forzado a ver la maldad y la muerte perpetrada en la gente, por una secta extraña compuesta de un grupo de hombres religiosos que se habían reunido con el propósito exclusivo de derribar a Louisa y su compañero malvado. Pero ni en el final, el rey estaba de acuerdo en que Louisa fuera llevada ante el público, o que su belleza fuera destruída. Por orden suya, fue sepultada y sellada en su ataúd, y entonces el terror que había enfurecido a París y al pueblo se acabó. —He oído la leyenda de Louisa de Montcrasset —dijo Tara—, pero no había oído que hubiera tenido a un amante aparte del rey, o que este hubiera sido asesinado cuando ella fue sepultada. —Usted no encontrará nada de eso en los "libros de historia" —dijo el joven—. Todo es leyenda local... pero por supuesto, se sabe que es básicamente cierto, siendo que su ataúd fue descubierto. O, debería decir, al menos es cierto que ella existió. Si realmente era el cadáver en la tumba. Difícil estar seguros, ahora que ha desaparecido. —Ah, bueno —murmuró Tara. —¿Le gustaría otro café? ―preguntó el joven. —No, no, gracias —dijo—. Solamente la cuenta, por favor. Trajo la cuenta, y ella puso el número apropiado de francos en la bandeja. Mientras hacía eso, sintió una presencia cerca de ella, y levantó la mirada. —Señorita Adair, ¿cómo está? El inspector Trusseau estaba allí. Definitivamente no quería entablar una conversación con él. No había conseguido nada en el café, y repentinamente se le ocurrió que había algo que ella debería hacer... algo práctico. Debería poner a Jacques fuera de la casa. —Inspector, hola, ¿cómo está? ―dijo, poniéndose de pie rápidamente. —Bien, gracias. ¿Y usted? —Bastante bien. Se paró allí por un momento, sintiéndose torpe mientras clavaba los ojos en él. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Creo que iremos a visitarla muy pronto —dijo Trusseau. Era un hombre refinado, alto, y atractivo. No calzaba en el molde de un experto forense, pero de todas formas, quizá fuera excelente en su trabajo. Tenía una apariencia atractiva y, aparentemente, las gracias sociales que le podían conseguir lo que quería cuando la abierta autoridad fracasaba. —Sí, entiendo que Inspector Javet quiere hablar con mi abuelo. Trusseau asintió con la cabeza. —Temo que Javet está convencido de que su abuelo sabe algo acerca del asesinato en la cripta. —Hum... ¿y usted piensa que mi muy anciano abuelo también puede ser culpable de decapitar un cuerpo y dejarlo en el río para que lo descubran? —Señorita Adair, he leído acerca de su abuelo durante años. No creo que sea culpable de cualquier cosa en absoluto. Pero entonces... no soy Javet por supuesto, tengo la intención de ver que Monsieur DeVant no sea interrogado demasiado rigurosamente. Estoy consciente de que es un hombre viejo y desfalleciente. —Bien, entonces, me alegra oír que usted hará la sesión tan amable como sea posible — murmuró, ansiosa sólo por partir, encontrar un cuarto de hotel, y sacar a su abuelo de la casa. —Sí, claro está, ¿se alegrará de que acompañe a Javet? —Naturalmente. Trusseau sonrió. —La veré pronto, entonces, Miss Adair, en el castillo. —Ciertamente —murmuró—. Temo que tengo algunas cosas que hacer. —Discúlpeme, no tenía la intención de retrasarla. Es un placer verla. —Y a usted, por supuesto. Au revoir. Tara corrió a su coche. Escarbó en su bolso por su teléfono celular mientras conducía, maldijo mientras el teléfono timbraba y timbraba.
Louisa dormía inquietamente, despertándose por momentos cuando debería haber estado tranquila y en un estado profundo de relajación, ganando fuerza. Necesitaba ese tiempo. —¿Qué pasa, mi amor? —preguntó él. Nunca la dejaba por mucho tiempo. Estaba contra esos cuyas mentes no podía tocar, y no confiaba en nadie. Había cosas, por supuesto, que debía hacer durante el día, pero regresaba a ella, siempre. Ella se volvió hacia él, suspirando mientras encontraba algo de tranquilidad en su abrazo. —Es... este lugar. —Este lugar es seguro —dijo firmemente. —¡Ah, pero hay tanto en el mundo, en París, quiero vivir! —Con el tiempo. —Con el tiempo... a ti se te olvida quién soy. —Y a ti se te olvida de que el mundo es grande, y peligroso. —Tengo el poder para hacerme cargo del mundo a mi alrededor—dijo, su tono a la vez imperioso y petulante
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—Con el tiempo —repitió—. Cuando esos que nos combatirían sean eliminados. Ella se echó para atrás. —Tú los deberías haber destruido hace mucho tiempo. —Louisa, no podía. No me atreví a crear un disturbio antes de que te hubieras despertado. Hay muchas fuerzas allí afuera hoy que no entiendes. —¿Más poderosos que un rey? —dijo, dejando entrever que él era débil. Él suspiró. —La población es mucho más vasta hoy de lo que recuerdas. —Vasta... y estúpida. —Muchos son ignorantes, pero no estúpidos. —Tengo hambre. —Muy pronto, te deleitarás con nuestros enemigos, y entonces tendrás la fuerza que buscas, y la libertad que tanto deseas. —Tengo hambre —repitió. —Te conseguiré una presa. —Ya antes me dijiste que me traería una. —El momento no fue el indicado. —No, no fuiste lo suficiente fuerte como para atraerla aquí. O eso, o... tienes un mayor interés en la chica del que pretendes. —No hay, ni alguna vez lo ha habido, alguien sino tú. Hubo años en los que me sentí nostálgico, que odié lo que hiciste, quién fuiste. Ella se rió suavemente. —Tú nunca te sentiste nostálgico, mon cher. Siempre has tomado tus diversiones donde has podido. —Mientras esperaba —dijo suavemente. Ella se estiró hacia él. Elegante perfección, pura carnalidad. No había ninguna razón para no acceder. Y al final, cuando lo había llevado a la distracción, susurró contra su oído: —Esta noche. La quiero aquí esta noche. Y lo quiero terminado. Y si no la traes, o no puedes traerla, entonces me ocuparé yo misma. —¡La traeré! —rugió a su vez, y entonces ella se rindió a él, y muy por encima de ellos, el fuego rugió a la vida en la vieja chimenea, y en su abrazo enloquecido, fueron consumidos.
—Tienes que decirnos todo, todo lo que puedas —informó a Paul el hombre alto. Lo habían llevado a un elegante apartamento en la ciudad y le habían dado vino para beber, le habían ofrecido comida, la cual, por supuesto, estaba demasiado nervioso para comer. —Hay tantos hombres en el café. Y no paso mis días allí, observándola. Ojalá pudiera, pero la vida de un granjero no es fácil —dijo Paul. Miró con anhelo la puerta, deseando no haber ido tan fácilmente. —Piensa, cuéntanos sobre ellos.
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—Bien, están los oficiales de la estación de policía por supuesto —dijo Paul—. Ha habido estudiantes, pero rara vez acuerda encontrarse con ellos... prefiere ver a los hombres con... con... —¿Dinero? —sugirió suavemente el segundo hombre. Paul agachó la cabeza. —Sí, por supuesto. Esos que pueden comprarle regalos. —¿Entonces, has visto a alguien en el café que parezca ser adinerado? Paul clavó los ojos en el hombre que le hablaba, entonces agregó nerviosamente. —Usted ha estado en el café. Usted... se supone que es un obrero. Pero se ve como si tuviera dinero. —Ella no fue conmigo. Paul frunció el ceño. —Ha... ha habido alguien más. Lo he visto frecuentemente. Es alto, rubio, bien formado... no estoy seguro de lo que hace. Quizá lo he visto en la comisaría de policía. Pero todo el mundo ha estado en la estación, asustado, preguntando a la policía lo que están haciendo... usted sabe. —¿Un rubio alto? —El hombre de pelo oscuro miró al de cabello más claro— ¿Lo conoces? —Quizá —dijo el segundo hombre—. Quizá... —Paul, ¿podemos ofrecerte agua, más vino, más café? —preguntó la mujer. —Creo que debería irme. —No, no, debes quedarse —le informó ella suavemente. Él tenía miedo.
Tara llegó el castillo tan rápido como pudo. Entró corriendo a través de la puerta principal, llamando a Katia. Katia sólo clavo los ojos en ella cuando dijo que debían empacar algunas cosas, e ir a un hotel. —¡Están por venir con la orden para insistir en entrar e interrogar a Jacques! — dijo a Katia. Pero entonces, Jacques salió de la biblioteca. —¡Así que... vendrán y me interrogarán! —dijo. —No me has escuchado en lo absoluto, abuelo —dijo Tara—. Piensan que tú tuviste algo que ver con los asesinatos. Y si le dices a la policía que hay vampiros allí afuera... bueno, harán... pueden hacer... —¿Intentarán encerrarme con los locos? —dijo. —¡Sí! —No, no, no debes preocuparte, Tara. Vendrán, y hablarán conmigo, y no mencionaré a la Alianza, o los vampiros, y los haré entender que no he contratado a ningún asesino. Y dado que no lo hice, no tendrán pruebas en mi contra y no podrán hacer nada. —Pero, Jacques, escúchame. Sé racional. Simplemente iremos y pasaremos algunos días en un hotel, y estaremos a salvo. Él negó con la cabeza, y estuvo tentada a gritarle que era un anciano terco. —Tara, mis libros están en esta casa. Estamos seguros aquí. Katia se ha encargado de eso. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Abuelo... —Tara, no iré —dijo con una insistencia suave que fue absolutamente terminante—. Katia, nos ocupamos de que las ventanas y puertas estén de verdad selladas, ¿n'est—ce pas? —Mais oui —aseguró Katia. —Abuelo, la policía no le teme al ajo —dijo. Él se encogió de hombros. —Y algunos vampiros en verdad disfrutan de él, pero son usualmente los italianos —dijo, sonriente—. Tara, estoy bromeando, por favor sonríe para mí, ríete un poco. —¿Reírme? —¡Tengo tal arsenal aquí! ¡Estacas, cruces, tantas cruces! Agua bendita. —Correcto. ¡Y los vampiros italianos no le pondrán atención al ajo, y quizá, si fueran hindúes, musulmanes, o judíos, no le prestarán atención al agua bendita en lo más mínimo! —¡Ah, allí, al fin, sentido del humor! —dijo Jacques. —Te estás saliendo del tema , Jacques. ¡La policía vendrá! —Entonces déjalos venir. Y tú, señorita, deberías descansar un poco. ¡Mírate! Estás demacrada, ojerosa, hay enormes sombras debajo de tus ojos. ¡Muy francamente, mi querida niña, te ves como el demonio! Tara frunció el ceño. —No hay nada malo conmigo. —Estás exhausta, y lo sabes. Ann está durmiendo todavía. —¿Ann está todavía durmiendo? —Sí, y yo estoy bien, y tú deberías descansar. —Revisaré a Ann —dijo, entonces se quedó con la mirada fija de Jacques a Katia—. Ustedes dos, me pondrán atención ahora, porque si no lo hacen... si no lo hacen, los estrangularé a ambos. Si la policía viene, deben llamarme antes de siquiera abrir la puerta. ¿Entienden? Jacques suspiró, desalentado de que se comportara como si él fuera un niño. Pero dijo: —Naturalmente, Tara, te prometo que te buscaremos antes de abrir la puerta. Ahora, estoy trabajando. No te puedo obligar a descansar, Tara, pero es importante que repongas el sueño, y estés alerta y consciente. —Revisaré a Ann —Era el único compromiso que haría. Él se encogió de hombros, y se dirigió nuevamente a la biblioteca. Katia la miró, hizo una mueca, y pregunto: —¿Le gustaría algo de leche caliente? —¡No! —dijo abruptamente, entonces rápidamente agregó—. No, no, gracias. Katia se dirigió hacia la cocina. Tara empezó a caminar hacia las escaleras, ansiosa por ver a Ann. Su prima todavía dormía profundamente. Parecía estar algo cenicienta, pero su respiración era profunda, y descansada. Las puertas del balcón estaban cerradas, y el ajo permanecía alrededor de ellas. Tara cerró su puerta, frustrada, y se fue a su propio cuarto.
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Su caballete la atrajo. Miró los bosquejos que había estado haciendo, y empezó otro, no muy segura de lo que estaba dibujando, luego dándose entonces cuenta de estaba sombreando la cara de un hombre. Lo había esbozado antes, y ahora, con un poco de luz y la sombra añadida, él comenzaba a parecer muy real. Supo por qué lo estaba dibujando. Estaba llegando a conocerle demasiado bien. Bostezo, repentinamente bajó su lápiz. Estaba cansada. Decidió que Jacques estaba en lo correcto, y quizá tenía algo de tiempo antes de que Javet y Trusseau realmente vinieran. Se extendió en la cama. Sus ojos se cerraron, y antes de que lo supiera, iba a la deriva. Estaba allí otra vez... El lugar en el bosque. Profundos, profundos bosques. Esta vez, mientras caminaba, sus pisadas estaban siendo seguidas. Podía oír el movimiento contra el suelo, una fracción de segundo detrás del sonido de sus pies contra de la tierra. Se detenía y se volteaba, continuamente, y no había nada sino sombras, sombras quietas que barrían como alas, que parecían contener un susurro en ellas. Sombras que constantemente se ennegrecían y cambiaban. Miró hacia delante, sabiendo que la vieja casa que estaba allí. Continuó caminando. Nuevamente, oyó ese indicio de sonido, un susurro de movimiento. Se detuvo, pero no se dio la vuelta. El peligro estaba ahí. Lo podía sentir como un aliento caliente contra su cuello. Una advertencia. Estaba cerca, tan cerca, tan cerca como las sombras que parecían estar detrás de ella. Corrió hacia la puerta. Casi la alcanzó cuando oyó el susurro tomar forma. Casi aquí, estás casi aquí, te lo he dicho, la tengo, y la tendré, ven, sí, ven hacia la puerta, ven a mí, estoy esperando... La sombra se alargaba, ensanchándose. En segundos, sería completamente envolvente; sería absorbida... ¡Despiértate, despiértate, despiértate! se dijo a sí misma en medio de su sueño. No había gritado; no se había movido. Sus ojos estaban abiertos, desenfocados. Pestañeó, y se irguió de golpe. Ann. Tara se lanzó de la cama, y fue corriendo al cuarto de Ann. Estaba loca, se dijo a sí misma, su corazón retumbando. Estaba simplemente loca. Ann estaba durmiendo. Las puertas del balcón estaban cerradas, y cubiertas con el ajo, ella las había revisado. Abrió la puerta con en una revancha. Casi voló de regreso a ella. Había una brisa fuerte, fría atravesando a toda velocidad las puertas abiertas del balcón. El ajo había sido lanzado a una esquina del cuarto. Tara forzó la puerta otra vez y entró, ansiosamente mirando donde Ann debería haber estado durmiendo en la cama. Su prima estaba allí. Y ahí también había un hombre. Alto, rubio. Inclinándose sobre su prima, tocándola...
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Él estaba tan próximo a ella, los dedos alisando el enredo de cabello oscuro alrededor del rostro de Ann. Acariciando su garganta. Los labios casi contra la carne de su prima. —¡No! —gritó Tara. Él se enderezó, mirándola. Ella lo conocía. Lo había visto antes. —¡No! —gritó otra vez, y fue volando a través del cuarto, tirando de la gran cruz ornamentada que Jacques había insistido que usara, sin arrancarla de su cuello, pero torciéndola para usarla como un arma. —¡No! ¡No! ¡No! Ella se lanzó contra la forma de él. Fue como golpear acero. No importó. Curvó los dedos alrededor de la cruz. Los dedos se cerraron alrededor de los de ella con una fuerza brutal, y el hombre comenzó a jurar. —¡Te mataré! —prometió ella desesperadamente. Descubrió que ella misma estaba enseñando los dientes; lo decía en serio. Sin importar su fuerza o poder, ella no le permitiría dañar a Ann. Sintió una elevación increíble de poder y fuerza, y creyó que podría matarlo... porque tenía que hacerlo. Había escuchado que enfrentados con situaciones imposibles, los padres podían salvar niños, los hermanos podrían rescatarse el uno al otro, levantar autos, abatir puertas macizas, y hacer toda clase de acciones asombrosas, por la adrenalina provocada por la pura desesperación. Estaba desesperada por salvar a su prima. Se estaba liberando. Logró sacudir con fuerza una mano de su agarre y alzar la cruz alto, lista para llevarla hacia abajo contra su cara, a sus ojos. Si no tuviera el poder real de abatirlo, esperaba, por lo menos, herirlo, cegarlo, lastimarlo lo suficientemente mal como para poder empezar una nueva ofensiva con él en desventaja. —¡Tara! Al principio, no se dio apenas cuenta de su nombre había sido pronunciado. —¡Tara! Podría haber venido de algún otro sitio, una voz en su mente, desde lejos, pero una voz la llamaba a gritos, más fuerte mientras luchaba. —¡Auxilio! —La palabra se escapo de sus labios. —¡Tara! Era Brent. Era como si él hubiera estado distante, lejos. Como si, quizá, la hubiera oído desde lejos, hubiera sentido que estaba en problemas. Él no estaba lejos. Estaba allí ahora, en la puerta. —¡Brent! ¡Gracias a Dios, ayúdame! Estaba temblando, atrapada en un mortal juego de forcejeo, en el cual, todavía, asombrosamente, estaba logrando mantenerse firme, con todo y eso... Debilitándose. —¡Brent, ayúdame! Llegó caminando a zancadas en el cuarto, pasos largos, seguros y decididos. Le dio gracias a Dios. Había venido en su ayuda, no tendría que intentar derribar a ese mortífero monstruo gigante sola.
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—¡Tara! —La palabra, su nombre, fue ruda. Pareció arañar abajo de la longitud de su carne. Entonces... Él la sujetaba. Él la arrancó del hombre rubio alto, la sujetó en un agarre de hierro. Un agarre que no podía romper. —¡No! —gritó ella. Sus brazos parecieron apretarse más. No podía ver, las sombras parecieron explotar delante de sus ojos. No podía respirar, sólo podía oír el trueno de su corazón, desacelerando... −Tara... Era como si oyera su voz, un susurro mortal en su nuca. Y ella supo... No había venido para ayudarla. Para salvarle la vida. Él había venido a matarla.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1166 Habían llevado a Paul a un maravilloso cuarto de hotel. El mobiliario era viejo, pero grandioso. Lo habían dejado con todo lo que podía desear... café, vino, fruta, queso, pan, galletas saladas. Los hombres habían salido. La mujer se quedó. Estaba en el otro cuarto, su atención pegada en una computadora. Lo que estaba haciendo, no lo sabía, pero parecía de suma importancia para ella descubrir cualquier cosa que fuera. Era hermosa, y muy amable con él, controlándolo de vez en cuando. Al principio, la novedad de la suite del hotel lo mantuvo fascinado. Había caminado a un lado y otro, poniendo sus manos sobre los muebles de madera pulida, sentándose sobre el voluminoso sofá, levantándose, sentándose otra vez. Ajustó almohadas, picó un poco de fruta, disfrutó de una copa de vino. Le gustó jugar con el control remoto y la televisión, pero mientras el tiempo transcurría, se volvió intranquilo. Caminó hacia el balcón, abriendo las ventanas, y mirando afuera, a las calles debajo. Era una vista maravillosa. Realmente nunca había visto el paisaje de esta forma. Él lo veía trabajando la tierra la mayoría de las veces. Pero aquí, donde el hotel estaba asentado sobre una pequeña colina, la vista abarcaba mucho del campo, en muchos tonos y colores. Esos colores cambiaban mientras la tarde languidecía, y estaba fascinado por cada variación sutil del tono. Era todo muy hermoso. La mujer fue brevemente para sonreír, saludar, y asegurarse de que estuviera bien. O quizá se estaba asegurando de que estuviera todavía ahí. Él sonrió a cambio, y le dijo que el vino era muy bueno. Al fin, se cansó de vagar y observar la vista. Incluso se cansó de jugar con la televisión y el control remoto. No había ningún programa que pudiera retener su atención. No podía evitar pensar en Yvette. Se preguntó por qué la amaba. Pero lo hacía, y lo había hecho, desde siempre, así parecía. Él era el que había estado allí para ella, tantas veces. A través de los años, había momentos en los que había estado enojado e indignado, pero ella le había dicho repetidas veces que era un espíritu libre, y que no se ataría, y si él iba a intentar aferrarse a ella, como un ladrillo gigante alrededor de su cuello, simplemente no hablaría con él en absoluto. Y no serían amigos. Y no habría esas veces cuando no tenía otro gran interés en la vida, y pasaba horas con él, haciendo cosas que casi lo hacían dejar de respirar, que elevaban la vida a niveles tan salvajes de placer que hacían la agonía de sus constantes traiciones aun más completas. Pero sin embargo, con todo, al fin, creía que ella se cansaría de su cacería por la aventura y las riquezas. Recordaría las veces en que había estado allí para ella, una roca dura y estable, siempre esperando. Siempre. Sin importar cuánto se apartara de él. Siempre había pensado que estaría allí para ella bajo cualquier circunstancia. Había fantaseado con ocasiones en que ella estaba en problemas, y él llegaba, dándole un puñetazo experimentado directo a algún tipo ofensivo, y se convertía en su héroe. Y ahora... Ella no era el cadáver sin cabeza de la morgue, se recordó a sí mismo. Había esperanza.
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Yacía en el sofá, las piernas tumbadas desgarbadamente sobre el extremo elegantemente tallado, y dejó al control remoto caer al piso. Escuchó con la mitad de su atención el canal deportivo, pero se encontró divagando completamente mientras tanto. Soñaba con Yvette. Debería haber estado mucho más que enojado con ella. Ciertamente lo había castrado suficientes veces, frecuentemente, no con sus palabras, sino con una mirada. ¿Por qué, por qué, tenía que salir a menudo con otros hombres? El dinero no significaba tanto en la vida. La manera en la que lo miraba con sus ojos hermosos, tan compasivamente... Nadie jamás la amaría de la manera en que él lo hacía. Mientras él divagaba, ella se metió en sus sueños. Yvette. Tan bonita. Estaba en uno de sus estados de ánimo juguetones, un sensual estado de ánimo, paseándose en dirección a él lentamente, las caderas balanceándose, los hombros algo atrás. Tenía esa mirada en sus ojos que no había visto muy a menudo... no en los últimos meses, al menos. Una mirada dedicada a él, que decía que lo quería. Paul, niño tonto, allí estás. Una pelea tan tonta la que tuvimos. Te necesito ahora, sabes. Sé que he sido mala, pero me has perdonado tantas veces. Eres el que yo realmente quiero, el que siempre quise al fin. Y sabes, Paul, te quiero ahora... Te quiero ahora... Era un sueño tan increíble. Estaba ceñida en algún tipo de tela sutil que parecía elevarse y girar alrededor de ella mientras caminaba. Él sabía que debajo de eso, estaba desnuda. Había indicios de carne a la vista, indicios de color en sus pechos, sombras en la unión de sus muslos. Su boca se quedó seca mientras la recorría a través del sueño, una tonta sonrisa abierta en su cara, estaba seguro. No debería sonreír así. Debería ser como tantos de sus otros amantes. Amable. Sofisticado. Recargándose, esperando, meditando, evaluándola, haciéndole hacer a ella el gran despliegue el juego completo, estimulando y tentando como si ella estuviera desesperada por una vez... Por él. Era un sueño, por supuesto, lo que le facilitó mucho más no moverse. Y era extraño. Mientras más cerca estaba de él, más seguro se sentía de que era Yvette. De verdad Yvette. Ella estaba en problemas en alguna parte, y estaba estableciendo contacto con él. Las palabras se formaban en su mente. Sí, Yvette, te amo, te salvaré, iré... Mientras ella se movía, cada vez más cerca, esa tela de telaraña llameando a su alrededor como atrapada en un túnel de viento extraño dentro del cuarto de hotel, sintió la incertidumbre más extraña. Era Yvette, sí... Yvette, pero era diferente. Por momentos, había destellos de algo diferente, y pensaba, ese no es en realidad su rostro. No es en realidad el rostro de Yvette, y sin embargo... Paul, te necesito. ¿Dónde estás? Muchacho tonto, acércate, más cerca. Te necesito, abre los brazos a mí, Paul, ayúdame, Paul, sálvame, Paul, déjame amarte, pídeme que te ame. Estoy cerca, y asustada. ¿Puedes realmente perdonarme, Paul, puedes darme la bienvenida? No estaba seguro si había una repentina corriente de aire en las ventanas, o si las había dejado abiertas, y se había imaginado la fría ráfaga de aire. Quizá no.
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Tengo frío, Paul, tanto frío... Entonces, sí, mi amor, ven y te calentaré. Recíbeme aquí, no puedo ir más allá. Ven, Paul, por favor, necesito tus brazos a mí alrededor ahora, necesito tu calor. Ella estaba tan cerca. Él estaba durmiendo, pensó, y era un sueño divino. Veía que alguna parte etérea de sí mismo se elevaba para encontrarla. Estaba allí, enmarcada en el crepúsculo que caía, esa tela trémula todavía por todo alrededor de ella. Ven, Paul. La brisa barrió los hilos delgados de tela. Yvette, su Yvette, sí, estaba ahí, había venido a él, porque había estado perdida, asustada y sola, y ahora sabía lo que era encontrarse en sus brazos. Él vaciló repentinamente, yendo hacia adelante. Porque tuvo esa extraña sensación otra vez. Yvette, y no Yvette. Un destello de algo de vez en cuando que era tan confuso. El rostro, en ciertas secciones fracturadas de tiempo, parecía ser el de alguien... Ella era real. En carne y sangre y real. Podía ver el pulso golpeando contra su garganta. Incluso podía ver la humedad mientras mojaba sus labios. Tenía frío, lo necesitaba, sus pechos estaban hinchados, los pezones duros. Él comenzó a estirarse hacia ella. Pestañeó, preguntándose cómo ella podía ser tan real en un sueño. Cómo podía estar él mismo parado donde estaba, y sentir el piso debajo de sus pies, cuando dormía en el sofá. Por supuesto, era un sueño. El balcón era alto. Pero ella estaba ahí. Y real, real, real... Él alargó su mano. Tocó su carne... Tembló porque la podía sentir. Podía tirar de ella hacia él, podía hundirse en ella, podía olerla, saborearla, ahogarse en la mujer que amaba, tan experta, tanto más experimentada que él, y aunque lo resintiera a veces, era tal amante que él sentía una y otra vez, que podría morir en sus brazos. Yvette, oh, Señor, Yvette... Paul... Las cortinas comenzaron a soplar con la brisa, rodeándola, envolviéndose alrededor de ellos dos. Sus dedos temblorosos trataron de alcanzarla, a través de la línea de las puertas del balcón. Sus manos llegaron alrededor de su cintura. Él comenzó a jalarla hacia él. —¡Paul! Era la mujer. Su grito fue fuerte, ansioso, de advertencia. Él se dio la vuelta, una cólera repentina lo llenó. Ahí estaba Yvette, desnuda, queriéndolo y deseándolo, y ella estaba interrumpiendo. Su sueño se desvanecería, su hermoso amor dejaría de existir. —¡Paul, regresa! ¡Rápido! —ordenó. —¡Demasiado tarde! —le dijo Yvette a ella. Él se volvió hacia Yvette. Sí, por supuesto, esa intrusa no importaba. Sólo tenía que abrazar más fuerte a Yvette. —¡Entra, entra, ven a mí, Yvette! —gritó. Oyó una risa gutural.
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Y entonces vio su rostro. Realmente vio su rostro. Y comenzó a gritar. —Uno de esos... uno de esos... aquí mismo, en esta área —explicaba Jacques a Lucian. Estaban enfrascados en la lectura del mapa del área que estaba en el escritorio. Jacques tenía una X marcada en lugares diversos—. Es tan difícil recordar ahora donde estaba todo... era una ocupación, por supuesto, y mucho de la ciudad sobrevivió, pero aquí, en el campo, tantos lugares fueron abandonados después de la guerra... para deteriorarse y arruinarse. Y tantos hombres no regresaron. Familias partieron, para nunca más regresar. El chateau sobrevivió, por supuesto, y aquí está la casa Dupre, la cual permanece todavía como estaba... hay un nuevo desarrollo ahí, pero a medida que ustedes avanzaban en el país cada vez más lejos en las afueras... hubo algunos combates duros, y mucho se perdió, y hasta el día de hoy, permanecen las ruinas. Y muchos de los lugares tenían cientos de años. Si tan sólo hubiera seguido más de cerca el final... pero ves, yo estaba enfermo entonces. Para el tiempo en que todo había terminado, realmente terminado, estaba en un estado tan febril que terminé en el hospital, estaba en coma, conocí a mi mujer... y me mudé a América. Hubo años en los que no pude regresar, y con la enfermedad, hubieron años en los que creí que todo en mi vida, la guerra, el campamento, y cualquier otra cosa más que hubiera ocurrido, había sido una pesadilla. Así que ahora... Lucian colocó una mano sobre su hombro. —Usted ha recordado todo cuando ha sido importante que lo hiciera —dijo a Jacques. —No, no —dijo Jacques infelizmente—. Hay muchos más muertos ahora... muchos más muertos. No estaba listo cuando debería haberlo estado. La vieja Alianza... —La vieja Alianza se desvaneció antes de su tiempo, Jacques —dijo Lucian—. Usted lo ha hecho bien. Mire, hemos estado aquí, aquí, y aquí. Y usted tiene razón, está en algún lado aquí. Cuando hay una perturbación, lo sé. Y hay momentos en los que no necesito nada más que concentración, y puedo extender la mano y saber exactamente dónde está alguien‒ puedo meterme en sus pensamientos, traerlos directo a mí. Pero Louisa no está sola… incluso ella no es el verdadero peligro. Está con alguien que sabe que aún estoy vivo, y muy alerta. Muy viejo, y poderoso, y son capaces de bloquear mucho. He podido seguir a Louisa, pero parezco comprender dónde ha estado una vez que se ha ido. Ella se levantó sola, insegura, y primero siguió el rastro de sus viejos caminos. Aunque ella entrara en un nuevo mundo, se dirigió primero a lo que había conocido en el pasado. Creo que viajó primero al Louvre, y desde allí, salió a Versalles. Actuó por su cuenta, pero no por mucho tiempo. Regreso aquí... —Señaló el mapa—, y aquí. Y ahora sé que su guarida está en éste área, donde usted me ha mostrado los lugares que pueden encontrar en las áreas demasiado crecidas del bosque. Lo hemos repasado mucho, y aún así, tiene que haber algo que no hemos descubierto. Ha hecho más de lo que puede suponer, pero ahora debemos encontrarlos rápidamente, antes de que se vuelva más poderosa, como su mentor, porque entonces, entre ellos, tendrán una fuerza tremenda. Jacques clavó los ojos en Lucian y dejó escapar un suspiro, sus hombros cayendo. —Estaba pensando justamente en los viejos días. Hubo un tiempo... —Un tiempo cuando no nos habríamos mantenido tan unidos —dijo Lucian rotundamente—. Pero eso fue antes. Cuando el mundo era diferente. Y hubo un tiempo, por supuesto, cuando fueron las disputas entre los míos las que fueron traídas a mí, y cuando mi especie era manejada sólo por las viejas reglas, cuando estaban tan enamorados de su poder que nos pusieron a todos Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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nosotros en peligro. Pero ese era el viejo mundo, y este es el nuevo, y la supervivencia se ha convertido en una guerra todavía más difícil, y los bandos se han trazado. Y bien, Monsieur DeVant, estamos juntos en esto, como estábamos cuando nos conocimos... —Somos todos compañeros de cama extraños —dijo Jacques. —Viva lo suficiente, y el mundo sera extraño ciertamente —estuvo de acuerdo. —La luna llena estará llegando pronto —dijo Jacques sombríamente. —Sí, pero por supuesto... eso nos da claras ventajas también. —Es casi de noche ―dijo Jacques. —Es de noche —dijo Lucian—. De noche otra vez. Él frunció el ceño, poniéndose rígido. —¿Qué pasa? —preguntó Jacques ansiosamente. —Algo está mal. —¿Aquí? Lucian negó con la cabeza. —No, hay algo muy malo... con mi mujer —Se volteó, largas zancadas llevándolo a la puerta—. Dígale a Brent... no importa. Brent lo sabrá. Manténgase alerta, quédese en casa, no deje entrar a nadie... —Sé eso, por supuesto —dijo algo impacientemente. Pero no importó. Lucian se había ido. Él había estado allí, y entonces se había ido. Jacques no estaba seguro de cómo había salido. Había pestañeado, y el hombre se había ido. Suspiró suavemente. Y fue entonces que los gritos comenzaron a desgarrar el castillo.
—¡Tara, cálmate, detente! La severa sacudida que recibió, y el hecho que no podía respirar, hizo que Tara hiciera un alto en su lucha, jadeara desesperadamente, y encontrara los ojos de Brent, los de ella trabados en odio y determinación. —Es Rick, Rick Beaudreaux —dijo él. ¡Como si eso debiera significar algo para ella! —Mi prima.... —¡Él es uno de nosotros, uno de nosotros, Tara! Ella miró de Brent, quien todavía la sujetaba en un agarre de hierro, al otro hombre. Él todavía estaba respirando pesadamente, mirándola, limpiando las heridas que ella había infligido sobre su rostro. Él le ofreció una sonrisa sombría. —Lamento que no nos hayamos conocido. Realmente lo siento —Le lanzó a Brent una mirada reprobadora—. Pero tú fuiste suspicaz. No querías creer. Y alguien necesitaba vigilar a tu prima. Y fue más bien sorprendente cuándo la conocí... te juro, la protegería con mi vida... mi vida en su estado actual. La he estado protegiendo.
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Tara clavó los ojos en él, todavía muda, sintiéndose como si su mente estuviera completamente entumecida, atrapada en hielo, congelada hasta la médula. —¿Por qué no se despierta entonces? —demandó—. Ella está ahí, durmiendo todavía, está ahí... casi como si estuviera... muerta. No se había dado cuenta hasta ese momento que Brent la había soltado. Dio un paso atrás, frotándose la parte inferior del brazo donde todavía le dolía por la fuerza de su agarre. Miró de Ann, todavía una forma inerte en la cama, al gigante rubio presentado como Rick, y hacia Brent. —Alguien más ha llegado a ella —dijo Brent. —¿De qué estás hablando, alguien más? —preguntó coléricamente. Rick empezó a caminar hacia la cama. Tara voló hacia ella, parándose en medio de él y su prima. —¡No la toques! ¡No te atrevas a tocarla! Rick hizo una pausa, ignorando el agarre feroz de Tara en su brazo. Movió hacia atrás las cobijas y movió el pelo de Ann. —Las marcas, mira las marcas, Tara. Creo que debió haber comenzado hace algún tiempo. Fue empezando lenta y cuidadosamente. Pero alguien más ha llegado a Ann. Tara vio las marcas en el cuello de su prima. Tan diminutas... y aún ahí. Se sintió como si se desmoronara interiormente. Como si estuviera en una pesadilla, y fuera real, y no hubiera despertar, y ninguna escapatoria. —¿Entonces Ann está... muerta? —susurró—. Muerta, ida... ¿perdida? —No, no necesariamente —dijo Brent. —Tenemos que ver que no lleguen a ella otra vez —dijo Rick Beaudreaux. Miró a Brent —Vamos —dijo Brent, observando a Tara—. Ella ha visto mucho, sospechado mucho... y todavía no quiere creer ninguna cosa que le diga. Tara respondió a eso yendo hacia las puertas del balcón y cerrándolas. Arregló el ajo alrededor de ellas otra vez. Fue al lado de la cama de Ann, combatiendo las lágrimas, asegurándose de que su prima respirara, que su corazón continuara palpitando... —Ella está enferma, ¿verdad? —preguntó. —Si ella no recobra el conocimiento pronto, necesitará un hospital, una transfusión — dijo Brent—. Y tenemos que mantenerla a salvo y... aquí. Lejos de la fuerza que la ha tomado, y que ciertamente tiene algún control sobre ella ahora. —Hay diferentes formas en que los vampiros matan ―dijo Rick—. Se alimentan... y usualmente destruyen los restos. —¿Decapitan a sus víctimas? —preguntó Tara. —Sí —dijo Brent. —¿Qué hay de la vieja estaca en el corazón? —demandó ásperamente. —Funciona, pero la decapitación es mejor. Es la única forma de estar seguros. —No comprendo esto. ¿Cómo has venido? —preguntó a Rick. —Ann me dejó entrar. —Ann ha estado durmiendo. —Ella me dejó entrar... mientras dormía. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—No entiendo.... —Obviamente, Rick es un vampiro —dijo Brent. Tara sintió otra vez como si una nubes negras la rodearan, como si el mundo se hubiera vuelto irreal, como si fuera todo un sueño otra vez, pero no pudiera despertarse. —Entonces necesitamos destruirlo, ¿verdad? —preguntó ásperamente. —Mundo Real 101 —dijo Brent impacientemente—. Hay fuerzas ahí afuera, siempre las ha habido, siempre las habrá. Están esos que luchan por un reino de normalidad, por la vida ante todo, en pro de la paz si quieres, por todas las cosas buenas. Y hay fuerzas ahí afuera donde algunos buscan el poder, donde las necesidades y ganancias egoístas pesan más que todo lo demás. Una vez, y de hecho todavía siempre, en alguna parte, por alguna razón, se libran batallas. Hace mucho tiempo, las tribus luchaban por el espacio. En la Edad Oscura, las tribus estaban todo el tiempo cambiando y en movimiento. La muerte y la destrucción eran el estilo de vida en general. Y más tarde, cuándo el mundo civilizado se estableció, la guerra, generalmente dominaba. Las batallas siempre han existido por tierra, y por poder. Y en medio de esa clase de muerte y destrucción, más muerte y más destrucción no llamaban mucho la atención. Aun en el siglo pasado, los hombres iban a la guerra alrededor del mundo. Y en este siglo nuevo, los hombres todavía pelean sus batallas de diferentes formas, con muerte y destrucción todavía como resultado. Así que en todo este tiempo, ha sido fácil para muchos sobrevivir en los despojos de la guerra. Pero si tú quieres, no es exactamente cierto que un vampiro sea una concha de maldad, una entidad sin espíritu. El vampirismo es como una enfermedad, una enfermedad antigua. Una que no puede ser curada, pero puede controlarse. Y para algunos, el alma verdadera permanece, junto con un hambre por algo diferente ‒eternidad, si tu quieres‒ junto con el resto de humanidad, una creencia en un bien superior, algo más allá... el respeto por la vida. A lo largo de los siglos, las cosas cambian. Y ahora... los que vienen, quienes han “muerto”, que no murieron sino que “se convirtieron” si quieres, pueden ser como fueron en esta vida. Los que fueron propensos al derramamiento de sangre están hambrientos por más derramamiento de sangre… y poder. Cada uno “cambia” las caras el hambre. Tal como nacemos con libre albedrío para buscar paz o venganza, así también es el cambio. Tara clavó los ojos en él inexpresivamente. —Yo era policía —dijo Rick con pesar. —¿Un policía? —Un policía en Nueva Orleans. —¿Cuándo? —demandó. Rick se encogió de hombros. —No hace mucho tiempo —dijo suavemente. —¿Tú no has salido de alguna tumba mohosa? Él negó con la cabeza. —Soy un vampiro muy joven —explicó—. A diferencia de Lucian. Los ojos de Tara se movieron hacia Brent. —Así que tu amigo Lucian... ¿es un vampiro viejo? —Muy viejo, sí. —¿Cuándo lo sacaron de su tumba?
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Brent sonrió. —Nunca. —Ya veo. Nació vampiro. —No, pero fue convertido cuando el mundo estaba en un estado constante de asaltos y guerra, y ha estado como ha sido... desde entonces. —¿Y su mujer, Jade? —preguntó. —No —dijo Rick suavemente. —Pero... —Ella nunca fue... “convertida”—explico Rick, como si eso debiera darle sentido. —¡Esto no puede ser real! —dijo Tara, en una exhalación susurrada. —Pero es real, Tara —dijo Brent, y agitó una mano impacientemente en el aire—. Sólo mira la historia, las cosas que han pasado, las leyendas que han estado circulando desde siempre. —¿Así que tú eres un vampiro también? —demandó, clavando los ojos en él—. ¡Me mentiste, dijiste que no lo eres, pero estás entre ellos, y eres uno de ellos! Él clavó los ojos en ella un largo momento. —No soy un vampiro —dijo—. Soy... Ella alzó una mano. —¡No lo hagas! No me digas cómo eres parte de la gran... alianza de mi abuelo. No creo que... que... oh, ¡Dios mío! ¡Esto es... demente! Esa mujer, esa mujer, salió de una tumba. Porque no fue destruida por completo, el rey la amaba, así que no cortó su cabeza. Y ahora ha sido desenterrada... y está corriendo por el campo, y la policía realmente no sabe lo que está enfrentando ‒excepto Rick aquí, quien solía ser un policía en Nueva Orleans‒ así como algunos otros vampiros que están aquí para detenerla.... —Tú no entiendes —dijo Brent—. Ella no está sola. Fue sumamente poderosa en su última vida, porque tenía al rey. Lo tenía bajo su poder, pero no lo mató, porque lo necesitaba para la vida que vivía. Pero la Alianza de tu abuelo estaba viva y bien en aquel entonces, y el rey fue forzado al fin a hacer algo con ella. Y la Alianza se ocupó de que por lo menos, ella fuera contenida, con los materiales apropiados, plomo, bronce, plata, cobre, y oro. Y la sujetaron con fuerza con esos materiales formados en la cruz sobre el ataúd, y sellada con los metales derretidos. Pero fue traída de regreso a propósito, por alguien que decidió que debía tenerla. Hay otra fuerza trabajando, una que es antigua y muy poderosa, y lo que no hemos logrado descubrir es exactamente quién es, y donde ha creado su guarida. Estaban locos. Todo era demente. El pensamiento golpeó a Tara otra vez, junto con una necesidad de estar alejada de ellos por un momento, estar sola. Se dio la vuelta y caminó ciegamente por el corredor y luego se dirigió hacia su cuarto. Cerró la puerta. Se abrió inmediatamente. Los dos hombres la habían seguido.
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—Tara, no puedes escapar de esto —dijo Brent—. Tienes que escucharme, estoy intentando explicar, completamente, por qué tienes que hacer todo lo que digo, y exactamente quién soy... y por qué... Él repentinamente se interrumpió, quedándose con la mirada fija al otro lado del cuarto. Tara miró también, y no podía ver nada, sólo su cuarto, su cama, sus sillas, su escritorio, las puertas de su balcón ‒cerradas, el ajo alrededor de ellas‒ sus maletas en la esquina, su caballete, colocado donde ella había estado esbozando. Ella miró a Rick, quien parecía estar tan perplejo como ella misma. —¿Qué pasa? —preguntó. —El dibujo ―dijo Brent ásperamente. Ella caminó encima hacia el caballete. —¿Qué? ¿Las sombras en el edificio? ¿El lobo? El... ¿bosquejo del hombre? —El hombre —dijo entre dientes. —Ese es sólo el Inspector Trusseau, el especialista forense de París. —¡Tara! —se sorprendió cuando su nombre fue dicho desde la entrada por una voz suave, femenina. La de Ann. A ella le asombró ver que su prima estaba levantada; era de una belleza clásica, mítica, pálida y delgada, arropada en un fluido camisón, agarrándose del marco de la puerta. —¡Ann! —comenzó a apresurarse hacia su prima, temiendo que se cayera, parecía estar tan cenicienta y frágil. Ann la alejó a señas. —Ese no es inspector Trusseau ―dijo impacientemente—. Tara, ¿nunca prestas atención? ¿No lo recuerdas? ¡Te lo señalé en el café! Ese es Willem. —¿Willem? —dijo. —Sí, ese es Willem. —No —dijo Brent, y ella nunca había oído su voz más ruda, o lo había visto tan tenso, pues estaba ahí, los puños apretados junto a él, los ojos trasfigurados en el papel—. No es Trusseau, y no es Willem. Es Andreson —dijo, y escupió la palabra de sus labios como si el hombre fuera la máxima abominación que caminara alguna vez por la tierra. La maldad encarnada. No explicó más. Repentinamente se puso rígido como si un rayo lo hubiera atravesado, dejó escapar una maldición, y se dio vuelta, dirigiéndose hacia la puerta. Tara lo persiguió, agarrando su brazo. —¡Brent, espera! ¿De qué estás hablando? Él se la sacudió completamente como si fuera una molesta gota de lluvia, pero sus ojos cayeron sobre los de ella. —No lo soporto, lo explicaré más tarde. Tu abuelo... algo está ocurriendo. ¡Ahora!
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1177 Enfermo de preocupación, Lucian entró apresuradamente en el apartamento. El instinto le dijo que cualquier cosa que hubiera ocurrido, cualquier maldad que hubiera estado allí, se había ido. —¿Jade? —Llamó su nombre, oraciones silenciosas llenando su corazón y su mente y miró alrededor. La encontró, caída en el suelo, junto a las puertas del balcón. Las puertas abiertas del balcón. Él se agachó, las manos temblando mientras se estiraba para mover el pelo de la cara de su mujer, para encontrar su garganta, sentir un pulso. Ella gimió suavemente mientras él hacía eso, rodando sobre su hombro y su espalda, mirando arriba en sus ojos, pestañeando, medio levantándose. —¡Oh, Dios Mío, Lucian! Fallé. —¡Chis, chis! —dijo, atrayéndola cuidadosamente a sus brazos, sus ojos yendo sobre ella en busca de cualquier señal de lesión. —Primero lo más importante es que estás bien. —Había un nudo de preocupación en su voz, mientras levantaba su cabello, corriendo los dedos suavemente sobre su clavícula. —Estoy bien, Lucian. Tengo experiencia... y estaba tan segura, tan segura de mí misma. Yo sabía que podría proteger a Paul, y no pude. —Jade, está bien. Vamos a hacer que esté bien —enmendó—. ¿Qué pasó? Supe... Supe que estabas en problemas. No pude moverme lo suficientemente rápido. No puedo entrar en las mentes de estas abominaciones. Saben que estoy aquí afuera, y están usando una tremenda fuerza para bloquearme. —Estuve revisándolo, estuve controlando a Paul cada pocos minutos. Él parecía estar bien. Estaba inquieto, pero pareció entender que no tenía que moverse. Fue tan triste, de algún modo, Lucian. ¡Él ama tanto a esa chica! —¿Entonces...? —Él estaba viendo televisión. Yo estaba en la computadora, subiendo todo lo que podía encontrar en el área inmediata que rodea a Le Petit Chateau DeVant. Cualquier cosa alrededor de la iglesia y el pueblo. Había tanta destrucción allí cuando comenzó la ocupación. La resistencia había estado escondiéndose allá... y el enemigo fue tras ellos. Estaba tratando de encontrar los sitios exactos de las ruinas... pero seguía viniendo a controlar. Paul se quedó dormido. Algunos minutos más tarde... me sentí inquieta. Regresé y... Lucian, nunca he visto nada como eso. Allí había alguien... algo... ahí. Pero el rostro continuaba cambiando. No conocí a la chica del café, no estoy segura incluso de haberla visto el día que encontramos a Brent allí. Pero, por supuesto, era ella, porque Paul estaba yendo hacia ella, y yo le grite para que se detuviera, y bueno, parecía que no era la chica... entonces lo era otra vez... y no sé quién estaba ahí afuera. Fui corriendo hacia la ventana con el agua bendita, y tropecé en mi prisa y temor... pero rocié a la criatura, quienquiera o cualquier cosa que fuera... logré enfurecerla, ¡pero no detenerla! Repentinamente no hubo nada sino negrura, una enorme sombra negra, o un ala de sombra, y me barrió y echó a volar... estaba aturdida... la sentí entrando otra vez... pero hizo una pausa sobre mí, y no podía acercarse. Tengo
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mi cruz, por supuesto, y creo que derramé la mitad del agua bendita en mí misma, pero... oí a Paul gritar. Intenté levantarme, y fui golpeada por el ala de la sombra... y supe que Paul se había ido... y entonces tú estabas aquí. Lucian estaba sentado sobre el piso, arrastrándola hacia de él. La abrazó fuerte, su barbilla descansando ligeramente sobre la parte superior de su cabeza. —Son "cambia forma" —dijo suavemente—. No era Yvette, la chica del café. Era, ya sea Louisa... o quienquiera que la haya traído de regreso, quien la esté guiando, cuidando de ella. Él tiene que ser alguien antiguo, alguien que he conocido, y alguien que sabe que fuerzas usar en mi contra, y contra otros que podrían detenerlo. —Tiene que ser el amante —dijo Jade. —¿La criatura que ella veía cuando el rey finalmente se dio cuenta de que estaba siendo hipnotizado por un monstruo? ―dijo Lucian. —Sí. Lucian guardó silencio un minuto. —¿Sabes quién es? —Supuestamente él fue destruido por la Alianza, con la bendición del Rey Sol. —Pero quizá no lo fue —dijo Jade—. Tú lo conociste, y sabes sobre él, ¿verdad? —Lo conocí... y en ese momento... el mundo era diferente —dijo. En aquel entonces, las antiguas reglas eran cumplidas, ella lo sabía. Y rara vez, si es que alguna vez, destruían a uno de su propia especie. A menudo, quizá, dirigían a los mortales a las fortalezas de sus enemigos, pero la destrucción de su propia especie estaba completamente prohibida. —Él podría haber sobrevivido —repitió Jade. Sí, podría haber sobrevivido. Él debió haber sido asesinado, desmembrado, decapitado, y arrojado al río. La orden del rey. Pero... Lucian se paro, poniéndola de pie, encontrando sus ojos. Él levantó su cabello otra vez, preocupado. —No fui mordida —Le aseguró suavemente. —Pero lo fuiste antes —Le recordó—. Y no me dijiste. —Porque, si me introducía en tu mundo, estaba bien para mí. Temo a la vida, a los años que pasarán, tal como son —dijo. Lucian vaciló, entonces la besó en la frente. El mundo era un lugar extraño. La vida y la muerte eran más extrañas todavía. Él había llegado a un punto en medio de los siglos en el que supo exactamente cuál sería su papel. Y sin embargo... Él no sabía si el fin le traería la condenación eterna. Y no arriesgaría a semejante destino a alguien a quien amaba con cada fibra de su ser. Ella se había convertido en más que su amante y su mujer, era su alma misma. —Necesitamos llegar al Chateau DeVant —dijo. —Espera, tengo toda clase de impresiones para Jacques —dijo Jade.
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Lucian esperó mientras ella recogía los papeles. Trajo su abrigo, se lo colocó tiernamente alrededor de los hombros, entonces la condujo hacia la puerta, pero allí, cuando la estaba mirando nuevamente con preocupación, ella habló con una confianza determinada. —Él tiene las respuestas, sé que Jacques tiene las respuestas, tan pronto como pueda pasar a través del enredo de posibilidades —dijo Jade. Él asintió con la cabeza, pero ambos sabían lo qué había entre ellos pero que no deían. Temor. Lucian temía por ella. Él no había dudado de que su presencia en el área sería reconocida. Eso no importaba. Él tenía la intención de darse a conocer. Pero ahora... Además de la urgencia de mantener segura toda la casa DeVant, había otra preocupación. Jade. Ella puso una mano en su brazo. —Ya he superado esto. No tengo miedo. —Sé que no lo tienes —dijo él, y admitió—. Yo sí. Tenemos que terminar esto. Rápidamente — dijo. —Lo haremos. ―Extraño —murmuró Lucian. —¿Qué? —Creo que es la nieta del anciano quien realmente tiene las respuestas —dijo—. Y ella ni siquiera se ha dado cuenta de que las tiene, que están allí, en su mente... o en sus sueños. Él le echó llave la puerta mientras salían del cuarto. Y se preguntó por qué. Era como cerrar la puerta del establo después de que el caballo había sido robado. *** Louisa estaba de pie junto a la gran chimenea, apoyada contra la piedra, observando cómo las llamas ascendían y bailaban. Cuando entró en el cuarto, ella se volteó hacia él, una sonrisa en su rostro, los brazos cruzados sobre su pecho. —Todo está bien —aseguró ella. —¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado? —Oh... recogí la cena de esta tarde, eso es todo —Le aseguró. —¿De… Dónde? —Ah... bueno, recogí a un joven. De debajo de la misma nariz de nuestros enemigos. —¿Cuál enemigo? ¿De dónde? —Recogí a un joven, de la esposa de Lucian DeVeau. Por un momento, su corazón brincó. ―¿Y la esposa de Lucian? Las pestañas de Louisa parpadearon sobre sus ojos y una mirada de irritación cruzó sus bellas facciones.
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—¿Qué hay de ella? —¿No la trajiste aquí? Ella lo miró fríamente. —No. —Si la tuviéramos… —¿Qué hay de ti? —inquirió Louisa—. ¿Hiciste lo que dijiste que harías? ¿Dónde está la chica DeVant? —Ella está por llegar —dijo. Entonces le recordó—. Es el anciano el que debe morir. Y es a la otra nieta a la que quiero. —Bueno pues... por lo que veo, no tienes al anciano, ni tampoco a la nieta. —Si hubieras logrado ser un poco sutil al levantarte, me habría encargado de todo. Louisa sonrió, y agitó una mano para señalar la casa que él había escogido tan cuidadosamente. —Mira alrededor de ti. Desde que he llegado... bueno... estamos bien resguardados. Estamos a salvo. Y cada día, nuestra fuerza aumenta. ¡No los puedes traer aquí… mientras ellos pasan sus días y sus noches buscándonos! No te preocupes, mi amor. He conseguido tal poder aquí, que ni lo puedes imaginar. Lo he hecho. Entonces... no debes darme más órdenes. Yo te las daré a tí. —¡Tú pequeña tonta! ¡No recuerdas nada! —No necesito recordar —dijo ella. —Fuiste sellada —Le recordó lacónicamente—. Mientras que yo... el sufrimiento, la curación... fue agónico. Ella alzó su barbilla. —¿Y qué hay de los años que pasaron, mi amor? Te tomaste tu tiempo para venir por mí. —Era casi imposible, lo sabes —Su irritación murió repentinamente—. Los años de por medio... no fueron nada. Me entrené para el cambio de los tiempos. —Caminó hacia ella, tomándola en sus brazos—. Aprendí cómo y cuándo usar el poder —dijo suavemente—. Siempre... esperándote. Ella sonrió, estirándose como un gato en sus brazos. —Me siento tan bien... nuestro pequeño ejército me sirve cuándo, dónde y cómo yo lo ordeno. Y ahora, es de noche otra vez, horas por delante, más para hacer... pero más tiempo juntos. Él se inclinó para besarla. Sus palabras lo detuvieron. —Tú eras su amante —dijo ella suavemente. Él estaba impaciente. —Necesitaba conocerla. —Ella te importaba, pasaste un buen rato. —Pasé un buen rato. No me importó. Te estaba esperando. —Ella se muere, en el segundo que llegue a nosotros. —Ella no muere; es el cebo para la otra. —Conseguiré a la segunda chica —dijo Louisa fríamente—. Yo sola. ¿Crees que nunca he viajado a luz del día? ¿Que soy tan débil que no podría seguirte los pasos ocasionalmente? ¿Pensaste que no podría verte en absoluto, mientras fingías ser quién no eras, mientras hablabas, tan razonablemente... observándola tan... hambriento?
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—Ella es la única —dijo simplemente—. La que debe ser detenida. —Entonces la detendré. —Yo he sido el que tendió la trampa. La detendré. —No, mi amor. —Los celos no tienen cabida aquí —dijo él firmemente. —Ni tampoco tu lujuria —contestó ella. Él dejó escapar un suspiro de impaciencia. —¡Louisa! Conspiré, planeé, me arrastré bajo y cuidadosamente por los alrededores, buscando liberarte, deseando estar contigo, dominar y reinar contigo otra vez, en nuestro mundo secreto. Un mundo peligroso, que debe ser resuelto ahora... antes de seguir adelante. Terminémoslos. Y luego... siempre he amado el Caribe durante el invierno. —¿El Caribe? —Islas, mi amor. Con brisas suaves. Y calor. Y... sin ninguna Alianza —dijo—. Llegó la hora —dijo con indiferencia—. Esos tontos, incluso la policía del pueblo, se darán cuenta muy pronto de que no soy un inspector de París. Por supuesto que... —Le dirigió una amplia sonrisa—, podrían tardar un poco, porque les tomará algún tiempo encontrar al verdadero Trusseau. Ella rió, el sonido ronco en su garganta. —No piensas que es tiempo, pues, también, ¿para tomar la ofensiva? Él acarició la carne en su garganta. —Quizá... —¿Quizá? —Sí, entonces, si tu quieres. Si tú quieres... cuando las sombras de la noche hayan caído, caído muy profundamente. Ella sonrió. Le permitió besarla. Los fuegos ardían, la pasión entre ellos rugió a la vida junto con ellos. —¿Qué hay del otro? —inquirió—. El... extraño. Él guardó silencio. Ella oyó su mandíbula trabajando. —Él es parte de esto, ¿entiendes? Siguiendo cada paso, arruinando tu reingreso a este mundo. Él es el enemigo y eso es parte de por qué los DeVants no deben morir demasiado rápidamente. —Lo conociste antes, ¿verdad? Lo has conocido, y enredado, antes de ahora. Él estuvo amargamente silencioso durante un largo momento, mirando fijamente las llamas. —Oh, sí, lo conocí. Y él debería haber muerto entonces. Tal como el anciano debería haber muerto. Pero morirán ahora. Me aseguraré de eso. Morirán ahora. —No sé nada sobre este hombre —dijo ella—. Aparte del hecho de que él... me hirió, cuando me empeñé en entrar a la casa DeVant. —Tendrá una muerte horrible, por lo que ha hecho. —Él no morirá fácilmente —dijo, reflexionando sobre su encuentro con el hombre en cuestión. —Te olvidas de que yo sé lo que es. Y sé cómo matar lo que es... en realidad, cuando yo lo decida, sí, morirá con facilidad. Esta vez. Estoy preparado.
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Ambos fueron sobresaltados por un sonido descomunal. Se miraron el uno al otro, y entonces Louisa rió. —La cena se está inquietando, me temo —dijo ella. Ella estaba de pie en toda su belleza ante el fuego, y extendió su mano hacia él. —Ven amor. ¿Nos cambiaremos para cenar? ¿O estarás informal esta noche? —Informal, creo —dijo él. Por un momento se trabaron juntos en un abrazo. Ella se alejó. —Informal será entonces —Estuvo de acuerdo ella—. Confieso, aunque pueda ser inmaduro, que me gusta jugar con mi comida.
Aunque ella corrió tras él, Brent bajó las escaleras mucho antes que Tara. Y cuando ella llegó al gran vestíbulo y a la entrada, no se lo veía por ninguna parte. Jacques, sin embargo, estaba ahí, parado en la puerta abierta. Javet había llegado. Tara se apresuró detrás de Jacques, rodeando su hombro con el brazo, clavando indignadamente los ojos en el oficial de policía. —Qué... —Tengo todas los papeles necesarias, señorita Adair. Y no estoy aquí solo. Tengo a seis oficiales conmigo. Ahora, usted me dejará entrar. Ella mantuvo su posición. —Usted no va a entrar. ¡Usted ha sido engañado, Inspector, y no es aquí donde debería estar buscando! Su hombre de París no es quién dice ser en absoluto. Si quiere respuestas, vaya a interrogarlo a él. —¿De qué está hablando? —demandó Javet. —El inspector Trusseau no es quién dice ser. Él... él trabaja en la editorial de mi prima. No es ni siquiera un vendedor. Tomó ese trabajo sólo para estar cerca, vigilando lo que estaba pasando. Es una especie de monstruo. —Un monstruo —repitió Javet, negando con la cabeza. Miró a Jacques otra vez—. Usted va a tener que empezar a hablar, Monsieur DeVant. —Javet, si le dijera lo que sé, no me creería —dijo Jacques cansadamente—. No sabía nada acerca de ese inspector Trusseau, pero si mi nieta dice que él no es quién dice ser, entonces no lo es. —Esto es una tontería. Él vino con todos los documento apropiados. Si él hubiera estado acechando en el pueblo, lo habría visto. —Él no ha estado en el pueblo la mayor parte del tiempo... la editorial está en París —dijo Tara con irritación—. Él es un impostor... —¿Un monstruo? —dijo otra vez Javet. —Usted esta enfrentándose a monstruos —dijo Jacques, y vacilo—. Los monstruos... asesinos. —¡Usted sabía de esta, esta... esta plaga sobre nosotros! Sabía del asesinato en la cripta antes de que tuviera lugar —dijo coléricamente Javet. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—No exactamente —dijo Jacques—. No hay nada que le pueda decir que usted fuera a creer. —Lo siento, Jacques. Pero tengo las órdenes y la autoridad para arrestarlo. A menos que, por supuesto, usted sepa dónde está el estadounidense. Quizá, si usted me lo entregara… —¿Qué? —dijo Tara con incredulidad. —Su abuelo está bajo arresto, porque voy a llegar a alguna parte con esta investigación. ¡Demasiada gente está muriendo o desapareciendo! Ahora, no más excusas o cuentos de hadas. Usted vendrá a la estación conmigo, Jacques. —¡No! Él no irá con usted... —protestó Tara. —Utilizaré la fuerza, si tengo que hacerlo —dijo Javet—. Malditos sean todos ustedes, ha sido descubierto otro cuerpo sin cabeza, y la investigación en la ciudad ha reportado también a más personas perdidas. Usted sabe de esto, y cualquier cosa que esté ocurriendo aquí, debe ser detenida. ¡Jacques, está bajo arresto! ¡En la estación, podremos llegar hasta el final de esto! —¡No! Tara no supo dónde había estado Brent, pero ahora estaba atravesando la puerta. Él clavó los ojos en Javet. —Lléveme. ¿Usted me quería a mí, Javet? Aquí estoy. Lléveme. Déjelo en paz. —¡Caramba, sí! Lo llevaré. Sospechaba que usted estaba acechando por aquí —dijo Javet—. Sí, sí... Jacques puede tener un respiro temporal. Lo llevaré. —Bueno. Confesaré el asesinato... cualquier asesinato. Solamente deje tranquilo a Jacques. —¡Él no es culpable de ningún asesinato! —dijo Jacques indignadamente. —Puedo arrestarlos a ambos —dijo Javet. —Deje a Monsieur DeVant —dijo Brent—. Lléveme. Hablaré con usted hasta que esté cansado de escuchar. Javet, Jacques está enfermo. Si él muere bajo su custodia... —Está bien —dijo Javet—. Usted viene conmigo. —Clavó los ojos en Tara y en Jacques—. Pero si Monsieur Malone no me puede convencer de que él ,y sólo él, es un asesino, regresaré. Y entonces, no habrá nada que me detenga hasta que llegue a la pura verdad. —Brent no puede ir —dijo Jacques—. Es mejor si usted me lleva. —¡No estamos haciendo intercambios aquí, o escogiendo pajas! —explotó Javet. —Jacques —dijo Brent, colocando una mano en su hombro—. Todo está bien. Tara tenía miedo. ¿Qué pasaría cuando él se fuera? Estaría sola entonces, con estas terribles cosas pasando, con un desconocido que había sido presentado como un vampiro, quien había estado inclinándose sobre su prima, quien estaba ahora cenicienta y desfalleciente. Pero mientras estaba ahí temblando, desesperada por algo que decir o hacer, él volvió sus ojos en ella. Y fue sorprendida por el fuego dorado en ellos, llenos de la emoción, fuerza, y de la seguridad que ella necesitaba. —Honestamente todo estará bien —dijo él firmemente. Ella humedeció sus labios, intentando asentir con la cabeza. Javet tomó por el brazo a Brent, conduciéndolo afuera, llamando a uno de sus hombres para esposarlo. Cuando estaban casi en el coche de Javet, ella corrió tras él. Ignoró a los otros oficiales, se paró frente a él, colocando las manos en sus hombros, alzada sobre la punta de los pies.
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—Creo en ti —susurró suavemente—. No te comprendo... no sé por qué nos dejaste... te amo... es más bien estúpido, desde que te alejaste esta mañana... haré algo... te sacaré, rápidamente, de alguna manera. Se sorprendió por la sonrisa que curvó los labios de él. —No estuviste nunca sola. Rick siempre estuvo vigilando. Y tú realmente eres más importante que yo. Y te amo, también. No te preocupes por mí. Lucian vendrá... y yo saldré por mí mismo. Lo prometo. —¿Qué pasa? —preguntó Javet con irritación—. Señorita Adair, estoy a punto de arrestarla, también. ¡Y no estará en la misma celda, se lo puedo asegurar! Ella dio un paso atrás. Observó cómo se metían en el carro de policía. Entonces se dio cuenta de que su abuelo estaba sólo en la entrada vacía, y volvió de prisa. Él estaba temblando. —Vamos, abuelo, vamos, déjame meterte en una silla, ponerte con los pies en alto, conseguirte algo de brandy. —¿Ann? —inquirió él. —Ella… está bien. Un amigo está aquí. —Ah, el nuevo... —murmuró Jacques—. Rick. Otro americano. Ella frunció el ceño. Incluso Jacques había sabido del hombre. Hizo una pausa, cerrando y echándole llave a la puerta, colocando el ajo alrededor de ella. Caminó lentamente con él de regreso a la biblioteca, preguntándose por qué Javet había escogido un tiempo de oscuridad para venir y hacer un arresto en el chateau. Tenía que admitir que tenía mucho miedo. No podría dejar que Jacques se diera cuenta. Katia entro corriendo entonces de la cocina, consciente de que se le había escapado algo, y pérdida por no saber qué. —Ayúdame a llevar a mi abuelo a la biblioteca, por favor —dijo Tara. —Traeré brandy para él —Le aseguró a Tara, una vez que Jacques estuvo sentado. Cuando Katia regresó con el brandy, Tara se encontró inquieta por los dos de arriba. Le pidió a Katia que se quedara con Jacques por un momento, jurando que volvería en seguida. Corrió velozmente subiendo las escaleras, yendo primero a su cuarto, pero el hombre no estaba allí. Fue corriendo de regreso al cuarto de Ann. Su prima estaba de regreso en la cama. El americano alto, rubio, musculoso, estaba sentado en una silla junto a ella, sus manos unidas a modo de plegaria mientras la miraba. Contempló a Tara mientras entraba, le dirigió una sonrisa sombría. —Ella está bien —dijo suavemente—. Pero no debe quedarse sola. Ni por un minuto. —Se han llevado a Brent... la policía se lo ha llevado —dijo ella. Rick asintió con la cabeza. —Lo sé... vi algo de lo que sucedió, pero no podía... no me atrevía a dejar a Ann. Él estará bien, sabes. —Pero... él no es un vampiro. Rick pareció saltarse una pulsación antes de contestarle. —No, él no es un vampiro. —¿Qué puedo hacer? Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Nada. Él estará bien. Se las arreglará solo, o Lucian intervendrá. —Lucian no está aquí —dijo. —Pero regresará. —Pero... —Él es antiguo. Muy, muy antiguo. Y puede presentir los problemas. Puede entrar en las mentes... él sabrá, confíe en mí. Clavó los ojos en él. Aun no lo conocía realmente... y se suponía que tenía que confiar en él. Pero estas cosas tan extrañas se estaban volviendo más fáciles. Porque, se había pasado, por supuesto, completamente hacia el lado contrario de la cordura. Ella creía. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó. —Esperaremos. Cuida a tu abuelo. Yo cuidaré a Ann. Mientras Tara empezaba a regresar escalera abajo, hubo un golpe en la puerta principal. Katia salió precipitadamente de la biblioteca. Tara negó con la cabeza ante ella. Se dirigió hacia la puerta ella misma y miró a través de la mirilla. Suspiró, peleando con los demonios de la lógica y la cordura que todavía acechaban dentro de su mente, y abrió la puerta. Lucian y Jade entraron. Tara abrió la boca para hablar, para explicar la situación actual, pero no necesitó hacerlo. Lucian habló. —¿Se fueron hace solo minutos? —Sí. —Jade se quedará aquí. Yo iré. Oye es imperativo que todos ustedes sean increíblemente precavidos. Cada ventana, cada puerta, debe permanecer sellada. No salgas. ¿Entiendes? Ella asintió con la cabeza. —Rick está aquí, por supuesto —le recordó Jade a Lucian. Lucian miró a su mujer. —Rick necesita quedarse dentro, también. Él tiene un espíritu y coraje increíbles, pero todavía es tan joven, tan... inexperto —agregó, mirando a Tara. Sonrió—. Todo estará bien. Regresaré con Brent. Y mientras voy, sólo no se muevan. Entra ahí con Jacques, y... Tara, creo que tú quizás puedas encontrar lo que estamos buscando. —¿Qué? —Jade te lo explicará. Regresaré —dijo. Él se dio la vuelta, y se fue. Jade cerró la puerta detrás de él. Miró extrañamente a Tara, se encogió de hombros y sonrió. —Bueno pues... lo que necesitamos hacer es descubrir su guarida. —¿Su guarida? —Lucian puede... siente dónde están los otros. Pero, naturalmente, lo bloquean. Probablemente colocando toda clase de trampas, pero realmente no importa. Tenemos que encontrarlos. Hemos pasado una gran cantidad de nuestro tiempo mirando aquí. Siguiendo su
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rastro. Pero... no hemos encontrado aún el lugar correcto. Debe ser algo que parezca una vieja ruina, pero en realidad está en uso. Y escondida, lejos de todo camino… escondida por la naturaleza, por arboles, enredaderas, follaje. ¿Conoces algún lugar así? −Creo que conozco varios. Cuando éramos niñas, nos turnábamos a veces para cabalgar, Daniel, en el bosque. Nos hemos encontrado con todo tipo de lugares. −Vayamos con tu abuelo. Y empecemos a estudiar los mapas nuevamente. —Está bien —dijo Tara suavemente. Encabezó el camino hacia la puerta de la biblioteca, y entraron juntas. Jacques se veía delgado, pero decidido. Ya tenía mapas extendidos en el escritorio. Saludó a Jade con una pregunta en sus ojos. —Lucian ha ido por Brent ―dijo ella, sonriente—. Estoy segura de que él habría estado bien por su cuenta, pero... es importante que estemos todos juntos. Lucian lo traerá de vuelta rápidamente. Jacques alargó un brazo delgado, cerrando los dedos alrededor de la mano de Jade. —¿Y usted está bien? Ella asintió con la cabeza. —Humillada, pero ilesa —le aseguró—. Yo... perdí a uno de nuestros testigos —dijo atormentada. —Lo recuperaremos. —No sé de lo que están hablando —les dijo Tara a ambos. Jade le explicó lo sucedido en el hotel, que ella lo había estado protegiendo, y por qué. Y cómo le había fallado. —Quizá lo podamos salvar aún —dijo Jacques. —Quizás —dijo Jade. Jacques levantó la mirada. —Ahora que mi nieta se ha unido a nosotros, sé que encontraremos la verdad. —Abuelo, ¿cómo puedes estar tan seguro de que puedo ayudar? —Porque eres tú —dijo él. —¿Qué soy yo? —Eres tú... estoy viejo y decadente ahora. Y hay siempre uno en la familia que se supone que continúe... la nueva fuerza en la Alianza. Eres tú, Tara. Ella negó con la cabeza. —¡Yo... no creo eso en absoluto, abuelo! ¡Apenas creo nada de esto todavía! Él sonrió y se encogió de hombros para Jade. —Tara, mira el mapa. ¿Qué piensas? Dime lo que sabes, lo que recuerdas, del tiempo en el que eras niña. Ella llego alrededor de su hombro y señaló. —Está lo qué todos llamamos la roca gigante. Realmente no es gigante en absoluto, es simplemente como la llamábamos de niñas. Aquí, aquí hay ruinas —dijo—. Pero están verdaderamente derruidas. —Hemos estado allí —dijo Jade—. Y el sótano está colapsado.
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Tara la miró. —Busqué todo eso en Internet, localizando a los dueños, la fecha en la que fue condenada, y los planos originales. —Oh —dijo Tara—. Qué lógico. —Volvió la mirada de nuevo en el mapa—. Aquí... esto... si mal no recuerdo, es la vieja casa Dupre. Ni siquiera podíamos llegar propiamente a la casa a caballo, el área del frente está demasiado crecida. —Se quedó callada, cerrando los ojos, mientras una corriente de hielo pareció envolverla. ¡La Casa Dupre! Repentinamente, los recuerdos infantiles se combinaron con las imágenes obsesivas de sus sueños. Las alas de sombra que la habían tirado... sólo una vez había ido hacia allá a la luz del día cuando era niña. Nunca habían tenido permiso de permanecer fuera, con el caballo en el campo, cuando el crepúsculo estaba próximo. Ella comenzó a abrir la boca, a explicar el pasado, y su sueño, pero nunca tuvo la oportunidad. Desde afuera, con la precipitación de un bombazo, los ruidos comenzaron a sacudir la noche, Eleanora comenzó a aullar como si ella misma fuera una manada de lobos, aullando, ladrando, lanzando aullidos a la luna otra vez. Y sonó como si los establos hubieran implosionado; el viejo Daniel le estaba dando patadas a su cubículo de madera. —¿Qué, en el nombre de Dios...? —susurró Tara. Katia entro violentamente en la biblioteca, retorciéndose las manos. —¡Le he dicho que no! ¡Le he dicho que no, pero él me ignoró! Roland tomó el rifle y salió corriendo afuera. ¡Y está allí afuera, sé que está allí afuera... lo vi! ¿Qué haremos, Jacques, qué haremos? Roland ha salido. Tara corrió hacia Katia. —Katia, cálmate, por favor... ¿Qué viste? Aun mientras hablaba, Tara vio algo... Algo que no podría describir. Fue como si el cuarto se oscureciera. La luz de la lámpara parpadeó, y se volvió más oscuro. Como si grandes alas de sombra pasaran rápidamente sobre la casa... —Katia, por favor, ¿qué viste? Katia se apartó de ella. —¡La maldad! ¡Vi maldad! ―Entonces el ama de llaves agarró firmemente sus hombros. — ¡La maldad, Tara, y tu lo debes sentir... puedo sentirlo... es como si hubiera entrado en la casa! Mientras hablaba, la luz de lámpara parpadeó. En la hoguera de la chimenea, las llamas repentinamente ascendieron a gran altura... Y entonces murieron. Al mismo tiempo, la electricidad oscilante dio un último débil resplandor... y luego murió también. Quedaron en la oscuridad. Justo mientras la noche del Estigia caía sobre ellos, un grito que destrozaba el oído sonó desde el patio más allá de la puerta.
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Y el perro comenzó a aullar y aullar otra vez... Hasta que ese sonido fue repentinamente silenciado también.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1188 Brent se sentó en silencio en la parte trasera del carro de policía, guardando la calma, sin oponer resistencia. Cuando llegaron a la estación del pueblo, él los siguió como se le había ordenado. No fue conducido a la silla frente al escritorio de Javet como había hecho la vez anterior. Lo levaron a un cuarto con una mesa y sillas, sin ventana, y solo una puerta. Era consciente de que el lado con el vidrio de una sola vista conducía a otra recámara, donde otros oficiales podían observar sus movimientos y oír sus palabras. Se quedó allí a solas por un momento. Entonces entró Javet y se sentó enfrente de él. —¿Café, cigarrillos? ―preguntó. —Seguro —dijo Brent. Javet empujó un paquete de su propia marca a través de la mesa. Le hizo una seña a uno de sus oficiales para que saliera. El hombre regresó con café. Javet todavía clavaba los ojos en él. Finalmente habló. —Bueno. Dígame qué pasó. Comience con la noche en la cripta. O antes, si lo desea. Pero, quizá será más fácil si comienza con el asesinato de Jean—Luc. Usted tuvo que haber tenido un cómplice. Esa es la única manera en la que pudo haberse deshecho del contenido del ataúd desenterrado. —El contenido del ataúd se excavó a sí mismo... y mato a Jean Luc —dijo. Javet hizo una pausa para encender su cigarrillo, mirándolo. —El contenido del ataúd... el cadáver, luego de cientos de años, ¿se levantó y mato a su compañero de trabajo? —dijo con disgusto. —Sí. —Usted admitió el asesinato. Está aquí para confesar. —Le digo lo que sé. Javet se levantó, jurando, derribando su silla mientras lo hacía. —¡Eso es basura! —El hombre estaba furioso. Cada vena en su cuello sobresalió, y Brent estaba bien consciente de que el oficial de policía hacía todo lo posible para no saltar sobre la mesa y arrojar sus puños contra él. Pero era un buen oficial de policía; se contuvo. Las manos formaron puños, se alejó. Al fin habló. —Por esta noche, dejaremos al Señor Malone en su celda, y le daremos tiempo de pensar sus respuestas. Si no puede encontrar más información para darme que esas ridículas mentiras, tendré que traer al anciano. Con la espalda recta, salió caminando del cuarto de interrogación. Un minuto más tarde, uno de los oficiales tomó el cigarrillo de Brent y el café, y le indicó que debía levantarse. Esa noche, era el único prisionero en la pequeña estación. Su celda era provisoria, pero limpia e impecable. Una vez que estuvo dentro, la puerta fue cerrada bajo llave. Los oficiales lo dejaron. Estuvo sentado sobre la litera por un minuto, esperó, recostó su cabeza atrás, y esperó a que Javet hubiera salido por esa noche.
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No podía quedarse. No tenía los poderes de Lucian, pero repentinamente temió que se les acabara el tiempo. Encendió uno de sus propios cigarrillos, lo fumó, lo aplastó. Entonces cerró los ojos. Un momento más tarde, un terrible sonido brotó de la celda. En la antecámara, dos miembros del mínimo personal de noche de la estación, que estaban en el escritorio, se miraron el uno al otro. Los oficiales Deauville y d'Artoine eran jóvenes, nuevos en la fuerza, cubrían las horas de la noche. Sacaron sus armas, y entraron precipitadamente en el vestíbulo donde se situaban las cuatro celdas pequeñas. —¡Se fue! ―dijo Deauville. —No... No, hay algo ahí dentro ―dijo d'Artoine. —¿Dónde? —En el extremo del catre. Deauville abrió la puerta de la celda. Ambos hombres entraron cautelosamente, sus armas apuntadas. Deauville se quedó mirando donde d'Artoine había señalado. No vio nada sino... Ojos. Dorados. Brillantes. Letales. Como los ojos de un... demonio. Él tragó saliva, mojando sus labios. —¿Qué pasa? —susurró. —¿Un... perro? —dijo d'Artoine con vacilación. —Ese no es perro. —Es un animal. —¿Dónde está el prisionero? —¿Escapó? —¿Qué hacemos? —¿Dispararle? Mientras debatían, la criatura en cuestión repentinamente saltó a la vida. Todo lo que d'Artoine supo antes de que la cosa aterrizara sobre él, golpeando su arma en el piso, fue que era enorme y poderoso. Gritó, seguro de que estaba a punto de morir. El peso se elevó de él. Fue consciente del ruido. Era Deauville, junto a él, todavía gritando. Le pegó a Deauville. —¡Está afuera! Ambos se pusieron de pie, corriendo hacia el frente de la estación. Otros oficiales estaban circulando allí, mirando ansiosamente alrededor. —¿Qué pasa? —gritó alguien. —¡Una bestia! —dijo D'Artoine, y se dio cuenta de lo ridículo que sonó—. No sé, una especie de animal. La puerta de la calle repentinamente se abrió. Los hombres se enderezaron completamente mientras el hombre de París entraba.
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Trusseau. Él se volvió a mirarlos, el desprecio en sus ojos. Pero, él siempre parecía tener desprecio en sus ojos. Él era de París. Ellos eran simplemente aldeanos. Ineptos. —¿Que está pasando aquí? —preguntó. Deauville había acompañado a Javet y su orden de arresto al castillo DeVant. Y entrecerró los ojos repentinamente, recordando que la nieta americana había estado diciendo que Trusseau era un impostor. Y ahora, se preguntó. No era imposible, incluso si la chica había estado diciendo cualquier cosa para salvar a su abuelo y a su amante. Por supuesto, fue el excavador americano, el amante de la mujer, quien se había ido ahora, y quien de alguna forma, dejó alguna clase de bestia en su lugar. Sin embargo... —Estamos buscando una criatura, una especie de bestia, la cual se ha soltado en la estación — dijo a Trusseau. —Ah —dijo Trusseau—. Una bestia. —Sí. Está aquí, en alguna parte. Debe tener cuidado. —Oh, lo haré —dijo Trusseau. —¿Necesita un arma, inspector Trusseau... ¿ese es su nombre, señor, cierto? —¿Es ese mi nombre? —El hombre pareció divertido, pero no contestó la pregunta. En lugar de eso, dijo—, llevo mi propia arma. ¿Dónde está esa bestia? —Aquí... en alguna parte. Impostor o no, Trusseau parecía dispuesto a buscar a la bestia. Sacó su arma, una pistola de plata destellante de una marca con la cual Deauville no estaba familiarizado, y retrocedió contra la pared. Había silencio mientras apenas respiraban, y esperaban. Hubo un chirriante sonido en la pared lejana. Todos ellos se dieron vuelta. Dos hombres dispararon. Trozos de concreto y piedra brotaron de la pared. Entonces hubo una repentina ráfaga de... algo. Algo enorme, moviéndose a la velocidad de luz que saltó hacia ellos y más allá, cargando directamente a la puerta de la estación. Todos ellos fueron tomados por tal sorpresa que en lugar de disparar demasiado rápido como hicieron antes, dispararon demasiado tarde. Todos excepto por Trusseau. Su arma de fuego disparó. La puerta, sin embargo, se había cerrado. La criatura estaba afuera, en la calle... Dejando un rastro de sangre. Trusseau les sonrió. —No se preocupen. Cazaré a su bestia... Deauville decidió encargarse el mismo de descubrir la verdad. Continuaba viendo a la chica americana. Alta y delgada, tan bella, y tan indignada y bien hablada, incluso mientras discutía tan apasionadamente en favor de su abuelo. Algo no estaba bien.
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—Creo que no, señor. Creo que podemos atrapar a la bestia por nuestra cuenta. Se le acusó a usted de ser un impostor, señor. Me gustaría que se quedara aquí mientras hacemos una llamada a la oficina de París. Trusseau alzó una ceja. Él sonrió. Entonces alzó su arma, y apuntó contra Deauville. —Señor, ¿qué diablos…? —comenzó d'Artoine. La bala de Trusseau estalló en la noche. Tara anduvo a tientas hasta la chimenea, encontrando los largos fósforos que encendían los leños. Mientras hacía eso, Jade DeVeau sacó una lámpara de mano. —¡Roland! —dijo Katia en un gemido. —No te preocupe; voy por él —dijo Tara. —Tengo más experiencia —dijo Jade—. Yo salgo. Eres de inestimable valor aquí mismo ahora, Tara. Encontraré a Roland. —Y a Eleanora —dijo Tara suavemente—. Pero no puedes ir allí afuera sola. Todas ellas saltaron mientras una rica voz masculina con un acento profundamente sureño repentinamente las interrumpió. Rick Beaudreaux hizo su entrada en el cuarto. —No sean ridículas, yo saldré. Pero Tara, sube con Ann de inmediato. Y Jade, tú permanece aquí con Jacques y Katia. Tara y Jade estaban listas para discutir. —¡Saben que soy el mejor para la tarea! —dijo Rick. —Voy a ir arriba con Ann ahora mismo —le dijo Tara a su abuelo. Le dirigió a Rick una mirada, entonces fue corriendo escaleras arriba. Tropezó, intentando ir demasiado rápido en la oscuridad. Tuvo que agarrarse de las escaleras. Se detuvo en el armario del vestíbulo, andando a tientas para abrirlo, y encontró la linterna alimentada con baterías que mantenían allí para las emergencias. Sus manos se curvaron alrededor. Rápidamente encendió la luz y se dirigió hacia el cuarto de Ann. La puerta al corredor estaba cerrada. Trató de alcanzarla, entonces sintió que la llenaba una sensación de temor. Hizo una pausa, y luego la abrió. No necesitó la linterna en el cuarto de Ann. Las puertas del balcón y las cortinas estaban abiertas. La luz de la luna llegaba a raudales. Las cortinas estaban flotando en un fantasmal campo de luz de luna. El aire que corría adentro era frío. La cama donde Ann había yacido estaba vacía. Caminó hacia ella incrédula. —¡Ann! —gritó suavemente, mirando hacia el balcón. Pero su prima se había ido. Acababa de irse. Había una nota en la cama. Junto a varias gotas de sangre. Decía:
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Ella tiene quizá diez minutos para vivir. A menos que se salve, por supuesto. Por la nueva Alianza. Tan dulce sangre. Quizá no pueda esperar tanto tiempo.
Él cojeó, maldiciéndose a sí mismo, apretando los dientes, rezando por las fuerzas que necesitaba... solo esa noche. Bueno, al fin lo había visto otra vez. Y aunque él no había sabido que Andreson estaba detrás de la maldad en el pueblo, Andreson definitivamente había sabido que él estaba allí. Él había venido preparado con el arma correcta. La única arma... Se escabulló en una calle lateral. Después de escapar, parecía que todo el infierno se había desatado en la comisaría. Los oficiales corrían por toda la calle. La única cosa que podía hacer era descubrir el callejón más oscuro, y rezar por que pudiera restañar su propia herida. Pero mientras estaba contra la pared, escuchando los gritos y el martillante ruido de pisadas alrededor, cayó en la cuenta de las sombras alcanzando la oscuridad. Por un momento, se tensó. Si Andreson lo encontraba ahora... —¿Qué diablos te ha ocurrido? Lucian estaba allí, arrodillándose junto a él. —Andreson está aquí, y condenadamente audaz —dijo secamente—. Entró directamente en la comisaría... y me disparó. —Pensé que te habías hecho algo tu mismo para irritarlos —dijo Lucian—. Estás sangrando como un cerdo atascado... —Bueno, diablos, él me disparo con una bala de plata. —Estás volviéndote lento, mi amigo. —Sólo saca la condenada cosa —dijo Brent. Lucian sacó una navaja del bolsillo de su chaqueta, la abrió, y excavó. Brent apretó los dientes, casi gritando de dolor. —La tengo —dijo Lucian. —Nunca muy gentil. ―La querías fuera, ¿verdad? —Así es. Lucian se sentó en cuclillas. —Él ya no está cerca de aquí —dijo suavemente. Brent se levantó con dificultad. —Tenemos que regresar al castillo. —Vas a ser de poca utilidad. —Sí... Pero de cualquier manera, de poca utilidad no es totalmente inútil. —Aun así...
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—Dijiste que él ya no está cerca de aquí. El castillo... bueno, Rick está allí, lo sé, pero Andreson sabe muchísimos más trucos que un joven muchacho como tu amigo sureño. Tenemos que regresar. —Sí, toma mi mano. Brent se levantó con dificultad. Tragó saliva. —Adelántate. Te alcanzaré. No los quiero allí solos. Lucian no discutió con él. —¿Qué diablos es esto? Sabes que hay algo mal allí, ¿verdad? —Tengo una repentina sensación de oscuridad. No conozco otro hombre como Andreson, pero si él estaba aquí... —Entonces ella podría haber estado en la casa —dijo Brent— ¡Ve! Lucian ya estaba en camino. Brent hizo una pausa, fieramente resintiendo cada instante que le tomaba reunir su fuerza. Al fin, cerró los ojos, y encontró el poder para moverse. Pasó silenciosamente a través de las calles del pueblo, evitando a los oficiales de ronda. Finalmente, llegó a las afueras más allá de la plaza, comenzó a ir lo largo de la calle, y sintió la luz de la luna sobre él. Comenzó a correr. Tara se disparo de regreso escalera abajo, sin detenerse a buscar a los demás en la biblioteca, sino surgiendo afuera de la puerta principal, gritando el nombre de su prima. No hubo respuesta. El camino de acceso estaba encerrado en sombras; las nubes cubrían la luna. Llamó y gritó. No había señales de Rick, Roland, el perro, o alguien. Corrió velozmente de vuelta a la casa, entrando violentamente en la biblioteca. Jade estaba en guardia, literalmente, erguida y alta, plantada detrás de la silla del escritorio de su abuelo. Hizo una pausa para respirar profundo, mojar sus labios, y le dijo a Jacques: —Tienen a Ann. Ella lo sintió tanto. Su cara entera se volvió gris, y pareció hundirse interiormente. Él podría haber sido un esqueleto con restos de carne, mirándola. —Lucian regresará; Brent regresará. Ella negó con la cabeza. —No podemos esperar. Voy a ir. —¡Tara, no! —Van a matarla si no voy. —No vas a ir sola —dijo Jacques. —¡Abuelo! No puedes venir conmigo. Entonces tendría que preocuparme tanto por tu vida como por la mía. Jade estaba negando con la cabeza. —No sabes nada aún, Tara. No sabes nada en absoluto. No tienes la experiencia.... —Entonces mejor dame una lección rápida.
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—Voy contigo... —No puedes. Dios sabe dónde está Rick, o lo que sucedió con Roland, y tenemos todavía la certeza de que Jacques está en grave peligro. Y ahora... ahora que hemos llegado a esto, no tengo miedo. Era la mentira más absurda que alguna vez había dicho en su vida, pero veía ninguna otra forma de recuperar a su prima. —Mira, supuestamente estoy genéticamente preparada para hacer esto, ir detrás de esas personas. Así que si quieres ayudarme, dime rápidamente lo que necesito saber. Jacques ‒dibujé un retrato arriba. Resultó ser un hombre con quien Ann había estado saliendo, así como también el hombre que decía ser uno de los policías de París, así como también alguien que Brent parece conocer de alguna otra parte‒ Si puedes… Ella había pensado que su abuelo se veía medio muerto antes. Ahora, era del color de la ceniza pura. —¡Andreson! —exhaló. —Andreson... ¿quién es Andreson? —preguntó. —Un verdadero monstruo. Él fue la cabeza de los experimentos médicos cuando estaba en el campamento de prisioneros durante la guerra. Él dirigió el lugar. Naturalmente, por supuesto, lo supe más tarde. ¡Él estaba todo el tiempo abastecido, había oportunidad para tal carnicería durante la guerra! Ni el comandante más cruel alguna vez existió, nadie, ni siquiera entre un campo de monstruos, fue tan atroz. Pero al final... su crueldad causó su muerte. O eso es lo que había pensado. —La guerra... Jacques, cómo sabe Brent de este hombre, ¿entonces? Su abuelo la miró. —Brent Malone fue el experimento favorito de Andreson, y no hubo nada que él gozara más que tratar de resolver el acertijo de su supervivencia, y en lo que él se había convertido. Ella se sintió enferma. Brent le había mentido. Era imposible. Si él no fuera un... vampiro, uno entre ellos, cómo podría haber vivido durante la guerra? —¿Que quieres decir? Dímelo rápidamente. Brent no pudo haber estado en la guerra. Él sería viejo ahora, realmente viejo ahora. Dijo que no era un vampiro, me dijo dos veces que no era un vampiro.... —Él no lo es —dijo Jacques. —Entonces... —Él es un hombre lobo. —¡Oh, Dios mío! *** Ann DeVant yacía en el sofá, los ojos abiertos pero desenfocados. Louisa se quedó mirando hacia la mujer, odiándola. Deseó dar el golpe allí y ahora. Deslizar sus dientes profundamente en la garganta de la mujer... tan blanca contra ese cabello oscuro desparramado... desgarrarla, hacerla a trizas, drenar cada gota que quedara de sangre en su cuerpo.
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Se obligó a alejarse de la chica. Gerard había dicho que debía vivir, y era cierto... ella era el cebo para conseguir a la otra, y ahora, Tara DeVant tendría que venir, por supuesto. Tenía la certeza de que Gerard había matado al lobo para esa hora. Y Lucian estaría ocupado buscando el cuerpo del lobo... Todo eso había estado tan bien planeado. La única tortura ahora... era esperar. Y odiar a la chica, por supuesto. Se paró por sobre ella otra vez. Los celos la carcomían, consumiéndola. En verdad, cuando el tiempo llegara, quería matar a la chica delante de Gerard. Deseaba ver que ella no significaba nada para él, que podría ser drenada, usada... y descartada como basura. Sintió su llegada. Barrido de sombras negras que ella reconoció mucho antes de que la tocaran. —¿Lo mataste? —Sí —dijo, pero hubo una vacilación. —¿Lo mataste? ―dijo Louisa coléricamente —Sí, por supuesto, le disparé con una bala de plata. —¿Y viste su cuerpo? —No, no lo hice. —Entonces... —¡Él está muerto! ¿Entiendes? Le di con una bala de plata... —Entiendo —dijo—, que fue él quien arruinó las cosas cuando tú debías haber estado allí para darme la bienvenida del ataúd. Que logró conseguir un trabajo con el profesor Dubois, y estuvo observando, esperando, todo el tiempo. Él fue el que llamo a Lucian, y el único decidido a encontrar a Jacques nuevamente y salir a buscar esa información que tenía... y es el que ha creado tantos problema todo el tiempo. ¡Y no viste su cuerpo! —No tiene importancia, te digo. Le di con una bala de plata... Ella lo estudió por un momento. —Pensé que te empeñarías más en tener la certeza de que estaba muerto. Después de lo que me dijiste que te hizo… —Pasaron diez años antes de que mis lesiones comenzaran a curarse —dijo Gerard ferozmente—. Él me hizo trizas. Regresó por los prisioneros. Cuando fueron puestos en libertad, ellos me apuñalaron y me dispararon, me colgaron como un buey sacrificado. DeVant sabía que debía haber sido decapitado, y se habría ocupado de la acción por sí mismo, pero ahí fue cuando los disparos comenzaron, y se vio forzado a correr. Para llevarse a ese traidor, Weiss, y salir del infierno. ¡Weiss! Nunca encontré a ese pequeño lloroso cobarde, tampoco. ¡Él nunca fue enjuiciado... los prisioneros lo defendieron! Se fue a América y vivió en paz y bastante y murió a la edad de noventa y nueve. ¡Sí, odio y desprecio a Brent Malone! Debería haberlo rematado cuando lo trajeron, pero fue el único que resistió el ataque de los lobos. Había muchos más entonces. Atacaron a ambos bandos de soldados, los aliados y los del eje, sin distinguir entre sus uniformes. Dejaron un campo de devastación peor que el de cualquier bomba o carnicería. Pero él estaba vivo. Y supe que sería uno de ellos. Y quise saber lo qué lo causó... lo que lo fortalecía, lo que lo debilitaba. ¡Lo que le causaba más dolor... él está muerto! Sé que le di. Y...
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Su voz se desvaneció. Vio a Ann tendida en el sofá. Caminó hacia ella. Louisa tuvo la certeza de que se quedó mirando a la chica con el más grande afecto. Louisa estaba sentada sobre el sofá, deslizando los dedos sobre la longitud desnuda del brazo de Ann mientras contemplaba a Gerard. —Déjame matarla... ahora. Obsérvame matarla... ahora. La podemos compartir, pero debo confesar. Probé su sangre cuando cambie de forma a la tuya, atrayéndola para el balcón. Deliciosa. Y tengo todavía tanta hambre. Pero si deseas... Él la puso de pie. —¡Ahora no! —dijo—. Ésta es nuestra oportunidad para tomarlos, uno por uno. Tara DeVant vendrá. Tendrá que venir sola... los demás estarán demasiado lejos. Dejaste la nota... como te dije. —Por supuesto. Así que no hay razón para mantenerla viva. —Hay cada razón. Ella puede tener verdadero talento. Un instinto más profundo aun que el del anciano. Ella es joven.... —No tiene la más mínima idea de sus poderes. No sabe qué hacer. —Ella puede saber que su prima está muerta, y entonces puede no venir. —Creo que ella viene ya —dijo Louisa, lamiéndose los labios, mirando a Ann. —Tenemos a toda clase de criaturas de las que puedes obtener mayor nutrición... o puedes entretenerte. Déjala. Por ahora. Louisa regresó al fuego. —Bien. Pero cuando Tara llegue, me encargaré de ella. Tú esperarás por la llegada de Lucian... y él vendrá. —¿Qué pasa si ella no es tan fácil como tú pareces pensar? —Mi amor, tenemos a un pequeño ejército listo para recibirla cuando llegue. Estará medio muerta para cuando terminen. Yo solamente daré los golpes mortales. *** Jacques había hablado rápidamente, casi sin matices, tratando de explicar cómo había llegado a conocer a Brent Malone. Cómo Brent Malone, bajo el cuidado del doctor Weiss, había sobrevivido, cómo había regresado al campamento para desgarrarlo antes de que cualquier otro prisionero pudiera ser ejecutado, y cómo él y Weiss, a su vez, habían cuidado de él. Enseñándole las costumbres de la Alianza. Ella había escuchado por varios minutos, había escuchado como oyendo un imposible cuento de hadas. Entonces había mirado su reloj y había dicho: —Nada de esto importa. Van a matar a Ann. —Sé que Lucian estará aquí. De un momento a otro. —Entonces cuando llegue, debes enviarlo detrás de mí. Ahora sabes exactamente dónde enviarlo. Pero debo llegar primero. La discusión ya había sido ganada, lo sabía. Katia había sido inútil... había tomado un asiento en una sobrecargada silla donde se sentaba y gemía y se mecía hacia adelante y hacia atrás, casi como si estuviera catatónica. Pero Jade había adquirido todo lo que su abuelo había dicho que necesitaba, y estaba lista. ―Tu fe siempre será tu máxima protección ―le dijo Jacques―. Tu fe, y tu cruz de oro.
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A menos que ella tuviera cubos de agua bendita, sólo podría quemar y escaldarlos con eso, pero no podría derribarlos completamente. Fue armada con una estaca que Jacques había tenido desde que su padre se la había dado cuando era niño, y un arma más nueva para respaldo. Estaba también armada con su espada militar, afilada a la perfección, que aparentemente él había conservado, siempre. Ella había entendido que las cabezas debían ser cortadas, o que los cadáveres debían ser quemados más allá del reconocimiento. Asustada, se propuso llegar tan lejos como pudiera. Entonces se puso en camino a través del bosque. Y fue su sueño otra vez... Oscuridad, oscuridad increíble. Las sombras quebradas sólo por la luz de la luna, y eso desvaneciéndose con demasiada frecuencia, como si las nubes estuvieran conspirando junto con los vampiros. Sintió el pasto mojado contra sus tobillos. Sintió el frescor del aire, el cual no era el frescor natural de la brisa. Algo más. Alguna parte de las sombras disparándose, cambiando, moviéndose. Con cada paso, sentía más temor. Sabía que la casa estaba justo frente a sí. Que estaba caminando hacia ella, aunque deseara escapar. Una plegaria silenciosa se escapó de ella. Ayúdame, por favor, ven, ayúdame... Ella sabía ahora, sabía demasiado. Sabía que había en las sombras, estirándose ante ella. Sabía a quién llamaba por ayuda. Pero él estaba preso. Había ido a la cárcel para impedir que encarcelaran a su abuelo. Había comprendido, demasiado tarde, que ellos no acababan de conocerse. Habían formado una unión. Se habían salvado la vida el uno al otro. Se habían enseñado el uno al otro, habían aprendido a vivir el uno con el otro. Él había dejado que la policía se lo llevara, para que no lastimen a Jacques. Él había dicho que estaría bien, que él estaría bien... ¡Pero no estaba ahí! Y ella estaba caminando... Caminando sola... El canto de pájaro extraño sonó en la noche. No un canto de pájaro, para nada. Era la brisa cobrando velocidad. Volviéndose más fuerte, más fría, más fuerte. Su nombre llegó a ella en la brisa. Tara... Tara... Tara... La oscuridad se hizo más profunda... más profunda... más profunda... Había pisadas detrás de ella. Furtivas, sigilosas. Caminó, se detuvo, se dio la vuelta. Y no había nada, nadie, simplemente sombras fugaces. Frío, ella tembló. Agarró la estaca que llevaba ferozmente en ambas manos, tan ferozmente que sus dedos estaban anudándose y acalambrándose. Se hizo más y más difícil caminar, obligarse
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a seguir adelante. Delante había oscuridad, y luego luz, y luego la sombra de alas cayendo sobre la luz, y risas, y su nombre... Cerca, estaba tan cerca de la casa. Oyó sonidos que le dieron escalofríos, pues sintió como si las sombras fueran reales, reales y frías, y pasaran junto a ella y la tocaran, una malvada, amenazante caricia, llamándola, burlándose, mofándose. Su sueño, su pesadilla, oh, Dios mío, ella la estaba viviendo... Casi se detuvo, lista para caeren la tierra, echar sus manos sobre su cabeza, y no hacer nada más que gritar y rezar por luz. Pero Ann estaba allí. Así que siguió las pisadas... De su sueño. Alcanzó la casa. La hiedra colgaba alrededor de ella, casi oscureciendo la fachada. Pero un fuego ardía dentro. Un fuego que ascendía en la chimenea, rasgándose y desgarrándose contra las paredes, y creando un reino nuevo de figuras, formas y sombras. Mientras ella se acercaba... La puerta se abrió. La brisa susurró su nombre otra vez. Tara, Tara, Tara... Entra... Hemos estado esperando. Esperándote.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1199 La casa era como ella la había visto. Exquisitos muebles antiguos. Cuadros en las paredes. Las pinturas de escenas y actos depravados, ejecuciones, derramamiento de sangre, orgías... pinturas en colores vívidos, pinturas con fuegos que parecían tan reales como ese que ardía en la chimenea. Miró alrededor cuidadosamente, porque extraños ruidos y roces de aire parecían pasar rápidamente junto a ella y tocarla con una frecuencia cada vez mayor. Sabía que tenía que ir a lo largo del corredor. Lo vio. Vio la oscuridad, y vio la luz. Y la primera puerta, que sabía debía abrir. Su mano tembló en la manija de la puerta. La sensación de su carne contra el frío metal era real. Pero todo en el sueño siempre había sido real también. Y sin embargo sabía que esto era diferente, y por un momento, estuvo parada temblando, aprisionada por el pánico absoluto. No había creído nada de eso... y aquí estaba, sola, enfrentando miedos más allá de la comprensión, y era ridículo que estuviera ahí. Ridículo que tales criaturas pudieran existir, que pudiera haber vampiros... y hombres lobos, y que ella estuviera suplicando desesperadamente que uno de los dos llegara rápidamente, porque parecía que todo era real, y temía horrendamente no estar a la altura de las circunstancias. Jacques parecía tener fe. Ella era la que heredaba la fuerza de la Alianza. ¿Y qué le daba eso? ¿La determinación de morir tontamente? Si corriera ahora, sólo la perseguirían. Incluso si escapaba, fallaría, y su prima moriría. O peor. Forzó a sus dedos a girar la manija. El chirrido de la puerta abriéndose fue odiosamente fuerte, desgarrando y rasgando sus nervios. Dio un paso atrás rápidamente, segura de que algo se abalanzaría sobre ella, que partes de cuerpos esperarían para juntarse, para perseguirla. Pero al principio cuando abrió la puerta, no vio nada. Entonces, una mujer se levantó de la cama. Joven. No era Louisa. Tara nunca la había visto antes. Estaba desnuda. Miraba a Tara como si fuera la cosa más natural del mundo que alguien estuviera caminando hacia ella. Se desperezó, levantó su largo cabello para dejarlo caer hacia atrás otra vez en sus hombros. Entonces miró a Tara, sonriendo juguetonamente. —Hola... ¿jugaremos? Me gusta jugar, me gusta jugar... Un paso sensual tras otro, llegó hasta Tara. Tara clavó los ojos en ella, tensa, asustada, preguntándose si era una prisionera, pobre, patética, necesitando un escape, o si... Cuándo estaba casi sobre Tara, la chica abrió la boca. Un silbido escalofriante se escapó de ella. Tenía colmillos... del tamaño de los de un tigre, o eso es lo que le pareció. Tara rezó desesperadamente por no vacilar.
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Metió la estaca de un golpe en el pecho de la chica, se mordió el labio, casi doblándose hacia adelante. Se obligó a llevar la espada a sus manos. Tuvo que apartar la mirada para dar el primer golpe. No cortó la cabeza. Tuvo que dar otro golpe fuerte, y mientras lo hacía, se oyó protestar a sí misma. —¡No, no, no! —salía de sus labios. Un lamento lento. Y luego… la cabeza se alejó rodando. Clavó la mirada en lo que había hecho, sacudiéndose una vez. Había muy poca sangre. No había sabido qué esperar. ¿Que el cuerpo se convirtiera en una pila de ceniza, y desapareciera en una brisa repentina? No lo hizo. Yacía sobre el suelo en mutilados pedazos. Y mientras estaba ahí, mirando, sintió la tensión, el calambre en sus dedos, pues todavía sujetaba la espada de guerra de Jacques. Tragó saliva, se inclinó, y arrancó la estaca del torso de la chica. Tuvo que tirar fuertemente de ella. Se liberó con un sonido repugnante. Tara, Tara, Tara... Oyó su nombre siendo llamado de nuevo. El tono era suave, sensual, divertido. Supo entonces que había logrado muy poco. La chica era simplemente una pieza del escudo. Un soldado de infantería, de ningún modo valorado por el verdadero enemigo; completamente prescindible. Dio cuidadosamente un paso de regreso al vestíbulo, intentando ver en cada dirección. No podía permitir que el pánico hiciera presa de ella. Miró a lo largo del vestíbulo, deseando atreverse a gritar el nombre de su prima. No podía, necesitaba moverse silenciosamente, aunque estuviera segura de que Louisa y su compañero ‒cualquiera que fuera su nombre real‒ estaban bien conscientes de que ella estaba ahí. Mientras avanzaba por el corredor, mirando adelante, cayó en la cuenta de una sigilosa sensación en la nuca. Hizo una pausa, volviéndose. Al principio no vio nada. Siguió sintiendo ese escalofrío. Un temor profundo pareció congelarla en el lugar. Lentamente, levantó la mirada. Aplanado contra el techo había un hombre. Tenía pelo oscuro rizado, parecía joven, y le sonreía traviesamente. —Hola, tú. Aún mientras lo miraba, él bajó del techo arqueado, como una araña dejándose caer sobre su presa. Buscó nerviosamente la estaca con los dedos congelados. Logró alzar la punta justo cuando él caía encima de ella. El impulso los llevó a ambos al suelo. Atrapada sobre la madera, el rostro de él estaba a sólo pulgadas de su garganta cuando repentinamente comenzó a gruñir y morder. Luchó por forzar la punta más profundamente en su cuerpo, para arrojar su peso fuera de ella. La saliva goteó de los colmillos que casi tocaron su garganta jadeante, su corazón tronando, sus brazos temblando, al fin logró lanzarlo a un lado. Se puso de pie, todavía temblando. Él yacía en el suelo como una figura animada con una batería defectuosa, brazos y piernas moviéndose agitadamente. Deslizó la espada de debajo de su abrigo y la levantó a gran altura otra vez, llevándola hacia abajo contra su garganta. Los sollozos escapaban de ella. No era fácil de cortar una cabeza. Otra vez, tuvo que golpear varias veces. Al final, la cabeza se alejó rodando. Y esta vez, mientras observaba, la carne pareció arrugarse, y luego marchitarse, emblanquecer... lentamente convirtiéndose en ceniza y hueso.
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Cayó contra la pared, clavando los ojos en él, combatiendo la histeria que amenazaba con abrumarla y las lágrimas que inundaban sus ojos. Mientras estaba ahí, fue consciente del susurro nuevamente. Un silbido parecía como mil voces siseando en sus oídos. Se obligó a levantarse rápidamente, para mirar alrededor, y rescatar la estaca de donde había caído entre los huesos y las cenizas en el piso. Estaba otra vez siendo atraída al vestíbulo por un invisible encantamiento. Había puertas todo a lo largo camino, pero no hizo ninguna pausa. La puerta al final del vestíbulo, con la extraña luz emanando en un campo de sombras danzantes, estaba donde debía estar. Resueltamente, caminó adelante. Llegó a la puerta. Sus dedos se tensaron nuevamente y se congelaron en el picaporte. Se obligó a girarla. La luz llegaba de un enorme fuego que ardía en la chimenea. Y allí había una mujer de pie. La mujer que había ido a su casa. Estaba elegante con un ajustado vestido color negro con mangas largas de gasa. Sus facciones eran clásicamente bellas, enmarcadas por gran cantidad de pelo oscuro y lacio. Su piel era pálida, sus labios muy rojos. Parecía complacida por la apariencia de Tara, los labios mostrando una sonrisa lenta, secreta. —¡Bienvenida, ma chere! —dijo suavemente—. Bienvenida... ves, increíblemente eres la más bienvenida aquí, aunque me hayas alejado de tu casa. Ah, bueno, la Alianza nunca ha sido conocida por su tacto diplomático. Pero... ¿eso qué importa? Estás aquí ahora. ¡Y una chica tan lista, tan astuta! Conocías el camino a través vestíbulo, y sabías que cada puerta era sólo un camino sin salida, antes de llegar a mí. Por supuesto, sin embargo, te estaba llamando, pero... eso es porque eres muy bienvenida. ¿No es así, mes amis? Tara se sobresaltó. Su atención había estado tan enfocada en la criatura de la chimenea que no había mirado alrededor del cuarto. Personas... o criaturas... estaban por todo alrededor. Una joven pareja acurrucada contra una pared, pálida, con aspecto anémico. Un tipo barbado en traje victoriano estaba sentado en un sillón de orejas, justo a la izquierda del fuego. Dos mujeres, una descansando en el regazo de la otra, estaban en la cama, mientras otro hombre acariciaba lascivamente el largo cabello rubio de una chica adolescente. ―¡Niños, mis queridos niños, miren quien ha venido! El miembro más reciente de la Alianza ―Louisa se alejo de la chimenea a medida que hablaba, paseando casualmente en dirección a ella. Con las manos en las caderas, estudió a Tara― No lo aparenta, ¿verdad? Alta, delgada, rubia… no parece haber mucho musculo en ella. Ah, y que rostro, un rostro encantadora, rasgos finos, excelente estructura ósea en realidad. ¿Y qué hace para ganarse la vida? Es una artista. Una artista. ¿Se imaginan? No es un oficial de policía… una joven de servicio. Ah, bueno, tu abuelo te defraudó. Podría haberse ocupado de que recibieras lecciones de esgrima, o alguno de los nuevos métodos asiáticos de defensa. Incluso algo de kick boxing podría haberte venido bien. Pero una artista... ¿qué vas a hacer, querida? ¿Pintarnos a todos hasta la muerte? Tara ignoró sus palabras. —¿Dónde está mi prima, Ann? Le asombró ver una mirada de enojo cruzar brevemente las facciones de la mujer. —La verás lo suficientemente pronto. Pero primero...
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Louisa tenía el propósito de distraer su atención. En el último momento, Tara se dio cuenta de que la pareja de la cama se había levantado de su letargo. Ambas mujeres estaban detrás de ella. La estaca no la ayudaría cuando eran dos contra una. Agarró la vieja espada de guerra de su abuelo con ambas manos y dio media vuelta en un arco. El acero afilado como una navaja cortó por el diafragma a la primera y la cintura de la segunda. Ni una ni otra estaban muertas, pero ambas cayeron hacia atrás. El hombre de la barba se había levantado; él también iba hacia ella. Sujetó la espada lista para usarla mientras él se acercaba, su corazón hundiéndose. Se las había arreglado contra ellos uno por uno. Había sido metódica. Estacar a las criaturas, cortar sus cabezas. Pero no podría hacerlo cuando se abalanzaran sobre ella desde todos lados. Y ahora, sus brazos estaban ardiendo. Estaba cansándose. Sin estar acostumbrados a semejantes movimientos, los músculos comenzaban a gritar y gemir. Tenía que ignorarlos, o no sobreviviría. Mientras el hombre se acercaba, se decidió por la ofensiva, abalanzándose hacia adelante para clavarlo en el estómago con la espada. Falló, y la espada golpeó contra el hueso, trayendo una sonrisa a la cara del hombre. Una de las mujeres detrás de ella, herida pero viva, y completamente furiosa por la herida, estaba llegando desde atrás. Tara se dio la vuelta otra vez, intentando infligir todo el daño que pudiera con la espada. Repentinamente, brazos se resbalaron alrededor de ella. El hombre que había estado acariciando el pelo de la rubia se había levantado, y ella no había estado preparada. Sus dedos se fueron acercando a su muñeca, mordiendo su carne como hierro candente. Estaba desesperada por agarrar la espada, pero no podía hacerlo. La dejó caer, pero mientras lo hacía, agarró rápidamente de debajo de su abrigo la estaca, golpeándola duramente hacia atrás con toda su fuerza. Lo oyó sisear con furia y dolor; él cayó hacia atrás. Pero enfrente de ella, uno de los otros ya estaba tratando de alcanzar la espada. —¡Sí, sí, desármala! Guillermo, no lloriquees así, sobrevivirás, trae la estaca ahora, ven, ven... ella no debe llevar esas armas cuando vayamos a encontrarnos con su prima. La habitación repentinamente pareció convertirse en una furia de sombras. Un sonido fuerte, creciente, ondeante comenzó a llenar el aire, como si un montón de aladas criaturas gigantes estuvieran descendiendo. Estaban por todos lados, por todo alrededor de ella. Su cabello estaba siendo jalado, arrancado. Brisas salvajes parecían rasgar a su alrededor. Estaba rodeada, y la tocaban por todas partes. Vio sombras, rostros, alas, manos, estirándose, agarrando. Tomó la estaca de madera como si fuera un cable de vida, pero los dedos estaban arrancándola de los de ella, forzándolos uno por uno a soltar su agarre en la madera. Al fin, la estaca traqueteó al suelo. Sus dos armas principales se habían ido. El ondeo se apaciguó. Ella estaba sola, el abrigo roto y harapiento, las manos vacías. Louisa se acercó otra vez. —Ah... bueno, creo que sólo daré una probada de tu sangre por el momento. Entonces, traeré a tu prima. Y puedes observar... mientras yo observo también, como ella es acabada. Consumida, por supuesto. Una cosa joven tan deliciosa. Pero bueno, supongo, que tú serás incluso mejor. A pesar de sí misma, Tara sintió los ojos trabándose en los de Louisa. La mujer estaba sonriendo, tan consciente de su poder. Acercándose más, y más.
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Tara obligó a su mente a trabajar. Y mientras Louisa se paraba justo ante ella, las manos descansando sobre sus hombros para jalarle y dejar al descubierto su garganta, Tara alcanzó rápidamente una de sus últimas armas. Una pequeña pistola de pintura, cargada con agua bendita. La subió a la cara de Louisa. Y disparó. Louisa gritó y aulló, el sonido de mil banshees aullando en la noche. Las manos volaron a su rostro, y gritó de furia: —¡Mátenla, mátenla! El sonido de revoloteo se oyó nuevamente. Levantándose en una cacofonía. Rodeada, Tara comenzó a dar vueltas salvajemente, apuntando el agua a dondequiera que podía. En el mejor de los casos era una medida dilatoria. Perdería... las sombras la estaban rodeando más y más. Gritos subiendo y bajando. Las manos y los brazos estaban sobre ella, desgarrando en ella... Entonces, el primero de ellos fue arrancado de encima de ella. Oyó un ruido atronador como un cuerpo que fuera azotado contra una pared lejana. Hubo un segundo sonido... La cabeza del cuerpo aterrizó al borde del cadáver. Ella se dio vuelta, sus dedos todavía en la pistola de pintura. —¡No me apuntes! —Llego la orden, y se dio la vuelta rápidamente otra vez, temblando. Ya no estaba sola. Lucian estaba allí. Él la había liberado del agarre del barbudo, quien ahora yacía en pedazos contra la pared. Tuvo un momento breve para recuperar su espada mientras Lucian se estiraba por el siguiente enemigo; no observó, no quería ver, mientras él despachaba a la mujer. En lugar de eso, se hizo a un lado y agarró la espada del piso, y gateó hacia adelante, desesperada para procurarse también la estaca. Mientras hacía eso, una de las mujeres voló por encima de su cabeza. Se dio vuelta, había alguien más, acechándola como un zombi. Alzó su espada. Una mano atrapó su brazo. Se dio la vuelta otra vez con consternación y terror. Pero era Lucian. —No —dijo él suavemente—. Él todavía está vivo. Dio un paso adelante y envió un puño contra la cara del joven, provocando que se derrumbara para el piso en un silencioso montón. La habitación había quedado abandonada, excepto por una figura gimiendo en el piso. Lucian tomó la espada de la mano de Tara. Miró hacia abajo. Con un solo barrido, poderoso, cercenó la cabeza del hombre. Temblando, Tara permaneció inmóvil. Lucian miró alrededor. —Ella se fue. Se las arregló para salir —dijo cansadamente. Empezó a caminar hacia la puerta. —¿Vienes?
Jacques no se veía bien. Katia permanecía en su estado lamentable. Jade DeVeau sintió sus músculos tensarse y doler, pero se quedó en su puesto. Estaba lista. Los frascos de agua bendita Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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acumuladas en el escritorio enfrente de ella. Tenía listas las antorchas, podría necesitar la defensa del fuego. Había formado más estacas con pedazos de sillas rotas. Sillas antiguas, lamentablemente, sin embargo, sus vidas estaban en peligro. No paso nada durante mucho tiempo... Y luego... Oyó un sonido de lamento, viniendo del frente. Jacques, blanco, tenso, y agarrando los brazos de su silla, suspiró suavemente. —Es Eleanora. La perra. Está muy herida. Él comenzó a levantarse. —Siéntese, por favor, Jacques —dijo suavemente. Agarró una de las estacas, y lentamente se abrió paso a través de la biblioteca al gran vestíbulo, y hacia la puerta. Vaciló. Entonces oyó el lloriqueo suave otra vez. Abrió la puerta. Ciertamente, era el pastor. Ensangrentado, cojeando, pero meneando la cola. Jade sonrió—. Buena chica, valiente chica, entra, te vendaré. Se inclinó para mimar al perro. Entonces gritó, pues una enorme forma llego repentinamente moviéndose pesadamente en dirección a ella. Comenzó a dar un portazo. —¡Jade! ¡Soy Rick, por el amor de Dios! Abrió la puerta. Rick estaba más golpeado que el perro. Y cargaba el cuerpo de un hombre sobre su hombro. ―¡Déjeme entrar, rápido! ―dijo Rick. Jade lo hizo, vacilando, vigilando afuera en la noche. —¡Jade! —dijo Rick. Sintió la brisa extraña que tocando su rostro. Rápidamente, cerró y le echó llave a la puerta, y se dio vuelta. Jacques dejó escapar un grito ronco. Jade fue volando de regreso a la biblioteca.
Lucian DeVeau pasó a través de la puerta, dirigiéndose hacia el corredor. Tara, entumecida, miró alrededor de ella. Clavó los ojos en la entrada vacía, entonces volvió a la vida, moviéndose sobre los caído para seguir a Lucian. Lo vio moverse, el balanceo de su abrigo de cuero, adelante de ella en el vestíbulo. Apretó su paso, intentando alcanzarlo. Una de las puertas se abrió de golpe y pareció que desde ella salía volando una arpía, una vieja bruja desaseada y canosa, aterrizo sobre ella como un chimpancé gigante. Luchó contra la fuerza de la criatura, desesperadamente otra vez procurando evitar la cuchillada de los colmillos chasqueando. Un segundo más tarde, la criatura fue arrancada de encima de ella. Lucian estiró una mano hasta ella, jalándola para ponerla de pie. —Tienes que esperar cosas como estas —le dijo, y comenzó a andar otra vez. Siguió sus pasos. Mientras avanzaban, una segunda puerta se abrió. Ella se dio media vuelta, nuevamente con su
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estaca en un agarre mortal. Un hombre gigante dio un paso desde el cuarto, alto en extremo, con largo y brillante cabello rubio. Ella jadeó, preparándose para atacar. Lucian colocó una mano en su brazo y negó con la cabeza. —Éste es Ragnor, Tara. Él está con nosotros. ¿Qué encontraste? —La pregunta era dirigida al rubio. —Tres, novicios, desenterrados y liberados presumo. Criaturas sin inteligencia, sin discernimiento; gamberros de otro siglo... no mucho más. ―Soldados de infantería, más que prescindibles —dijo suavemente Lucian, haciendo eco de los anteriores pensamientos de Tara. Empezó a recorrer el vestíbulo otra vez, el hombre alto junto a él. Tara lo siguió, apresurándose para mantenerse al ritmo de sus zancadas. —Ellos han llegado a ser... ¿como un centro neurálgico? —preguntó, jadeando por cada aliento suyo—. Y estas... personas... o cosas... ¿son como las defensas exteriores? —Sí. —Y hay un cuarto, otro cuarto con una chimenea y un sofá y... ―se interrumpió, deteniéndose donde estaba— ¿Es donde tienen Ann, y donde quieren que vayamos? Lucian miró hacia ella, una sonrisa sardónica pero sombría comenzando a curvar los labios. Asintió con la cabeza. —Sí. Mira, no querías creer, pero eres tú, y tú eres... la Alianza. ―él se detuvo también, clavando los ojos en ella—. Recuerda, tienes una fuerza que ni siquiera conoces. Ella asintió, y mojó sus labios. —¿Dónde está Brent? —Herido, pero en camino. —¿Herido? —Él estará bien. Habían comenzado a andar nuevamente. Se apresuró detrás de ellos. —No comprendo todo esto. Todos ustedes pueden ser asesinados, por supuesto... ¿y Brent? —Él estará bien. —¿Cómo lo hirieron? —persistió, siguiéndolo de cerca. —Bala de plata —dijo Lucian. —¿Y él todavía la tiene? ¿Sólo está herido? No puede venir... ¿quien tenía la bala? —Gerard —explicó brevemente Lucian—. Willem... o el inspector Trusseau, como tú lo conociste. —Así que él sabe... quién... qué...es Brent. —Oh, sí, lo sabe. Lo sabe bien —dijo Lucian—. Tan bien como nosotros nos conocemos unos a otros. Ella tragó saliva, siguiéndolos. Regresaron al gran vestíbulo, y allí, el fuego en la chimenea estaba ardiendo con una intensidad cada vez mayor. Algo en la habitación había cambiado, pensó Tara. Las sombras creadas por la luz y el fuego habían cambiado de posición, habían aumentado de alguna manera. Y entonces supo por qué.
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Ahora fueron creadas para ser vistas. Un chisporroteo trajo el fuego ardiendo cada vez más alto, y vio a Trusseau o Gerard, como Lucian le había llamado. Él estaba junto a la chimenea. Tenía un rifle junto a él. Sonrió mientras ellos tres entraban, sacudiendo la cabeza. —Bien, Lucian, aquí estás al fin. Debo decir, para eres el gran “rey” de nuestra especie, te tomó bastante llegar. ¡Y considerando también, que tienes a esta fresca, joven cazadora de vampiros a tu lado... y a Ragnor! Por supuesto. ¡El vikingo de antaño! ¿Y qué es esto? ¿No convocaste a una hueste desde todas partes del mundo? Ah, bueno, siempre me han subestimado. Pero entonces, pensaste que tendrías a tu amigo, el señor Malone aquí con, quizá, unos pocos de los suyos. Ah, pero tristemente tal vez, su especie está casi al borde de la extinción. Los agricultores odian cuando los lobos devastan a sus manadas... y ese viejo cuento de hadas ciertamente ha hecho bastante por mantener baja la población de esos depredadores. En verdad, es tan fácil de matar un hombre lobo. Todo lo que necesitas es una bala de plata. Ahora en cuanto a los vampiros... bueno, Lucian. Tu mandato es una broma. No se supone que asesines ahora a tu propia especie, ¿verdad? ¿Qué sucedió con las reglas? —Tú las rompiste, Gerard. Liberándome para hacer lo mismo. Éste es un nuevo mundo. Reglas nuevas. —No tan nuevo, no realmente. Los nombres, las caras, y los centros de poder cambian. Afortunadamente, los seres humanos continúan siendo criaturas ambiciosas, hambrientas de poder, así que siempre hay bolsillos en el mundo a través de los que mi especie puede prosperar. —¿Prosperar? Después de la guerra, Gerard, estabas en pedazos. Un destello de cólera cruzó la cara del vampiro. —Ah, sí, y tú verás, no se me ha olvidado. Incluso espero que el miserable de Malone esté cojeando en alguna parte ‒no quería una muerte rápida para él‒ no después de todo lo que sufrí en sus manos. —Recorrió con la mirada a Tara, los ojos barriéndola de arriba abajo— ¡Y aquí la tenemos! La heredera del anciano. Fue un hueso más difícil de roer de lo que había imaginado, aunque, tenía algo más en mente para él que un simple golpe de gracia. El viejo miserable. Una vez que él y Malone se unieron en la debacle cuando los ejércitos acecharon... bien, sólo vamos a decir que no quería que ninguno de ellos muriera fácilmente. —Creo que a ambos les dará gusto complacerte en una violenta pelea, Gerard —dijo Lucian—. Y considera que este extraordinario poder que Malone tiene es todo gracias a ti. Todos esos esteroides y cosas de ese tipo que le bombeaste cuando estaba en tu poder. Él ya sufrió las torturas del infierno en tus manos. Creo que realmente deberías desear terminar tu patética existencia antes de que él llegue. —Piensas que tú lo harás, ¿verdad? Una figura repentinamente ascendió de las profundidades del sofá, de la parte trasera que estaba frente a ellos, y la había estado ocultando. Era la elegante Louisa, con un mechón de su largo pelo ahora cubriendo su rostro. Ella lo corrió para mostrar las horribles ampollas y quemaduras causadas por el agua bendita que Tara le había arrojado. —Todos ustedes morirán aquí esta noche... morirán para siempre. Y para ser sinceros entre nosotros, creo que yo encajo mucho mejor en el papel. ¡Tú has creado una parodia de lo que somos, Lucian! Nos convertirías en una manada de corderos cuando somos, realmente, las más grandes aves de rapiña.
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—Yo haría que sobreviviéramos, y viviéramos dentro de nuestro mundo —dijo Lucian—. Tus excesos, Gerard, trajeron siglos de muerte para ti y para Louisa años atrás, y provocaron que cientos de inocentes ‒e indefensos‒ enfrentaran también la ejecución. —Se supone que predominemos sobre los débiles, y saciemos nuestra sed en la sangre de inocentes —dijo Gerard fríamente. —¡Ah, sí, los débiles! —dijo Louisa. Y se estiró abajo, arrastrando a Ann de pie desde donde había estado escondida en el viejo sofá victoriano. Tara se quedó sin aliento. Los ojos de Ann estaban abiertos; ella podía verlos. Pero no registró su presencia. Simplemente permaneció en el agarre de Louisa, cenicienta, aparentemente ciega, apática, y lista para obedecer cada orden emitida por sus nuevos amos. Mientras ella clavaba los ojos en ellos, Louisa alisó el pelo de Ann, y le sonrió a Tara. —Una presa tan fácil... ella se enamoró de Gerard ‒o Willem‒ en el momento en que llegó a ella. ¡Ella! La nieta del proverbial Jacques. Creo que ella podría morir ahora, sin importar que más hagamos... está tan cansada y, por supuesto... drenada. Tara estaba sorprendida de oírse hablar, retomando el sutil indicio que Louisa le había dado antes. —¿Ann fue débil? —inquirió, dando un paso al frente— Qué extraño que la llames débil. Me parece que Willem mismo cayó más fuerte, y es más, sin importar su poder, Ann no invitaría a un monstruo a su casa, y pudo resistirse cuando simplemente descubrió que no él era el hombre que quería en su casa o su vida. Había dado en el blanco. Louisa le dirigió una mirada a Gerard, que estaba junto a la repisa de la chimenea. Su agarre en Ann era débil. Tara dio un salto hacia adelante, determinada a sujetar a su prima. Pero mientras que se aproximaba, Louisa se dio vuelta, clavando los ojos en ella con una fuerza que la echó para atrás, cayendo para el piso. Su agarre en Ann se apretó. —¡Ahora, éste es el momento en el que acabo con esta criatura miserable! —exclamó. Tara grito, surgiendo contra la fuerza que como un viento la mantenía alejada. Lucian y Ragnor se movieron entonces también, saltando al ataque, inmunes a la fuerza. Lucian alcanzó a Louisa una fracción de segundo antes de que pudiera desgarrar la carne de Ann. Mientras Lucian comenzaba a enfrentarse con Louisa, Ann comenzó a derrumbarse al piso. Tara alcanzó a su prima, atrapándola, intentando sostenerla en pie. —¡Ann, Ann, por favor, anímate, tienes que luchar contra lo que te está pasando! Sintió una mano en su hombro, tirándola hacia arriba. Lucian. —¡Tienes que sacarla de este infierno, ahora! —dijo. Ella lo miró, y más allá de él, y jadeó. El cuarto se estaba llenando. Gerard y Louisa habían comenzado a llamar a todos sus refuerzos. Incluso mientras Lucian le hablaba, dos hombres que una vez debieron haber sido ciclistas, caminaban rápidamente a grandes pasos hacia su espalda. —¡Ten cuidado! —dijo ella, intentando sujetar a Ann y buscar a tientas su pistola de pintura al mismo tiempo. La levantó, cegando a las criaturas sobre el hombro de Lucian, causando que se tambalearan hacia atrás.
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Pero Louisa se estaba levantando en toda su furia, y el cuarto se había convertido en pura confusión general. En medio de eso, Tara oyó la explosión de un disparo. Y la burlona voz de Gerard. —Asombroso, ¿verdad? Los hombres mortales ‒y las mujeres‒ pueden ser asesinados con balas de plata también. —¡Sácala! —repitió Lucian, mientras iba hacia Gerard. La pistola estalló otra vez, desgarrando la tela del sofá, a sólo centímetros de Ann y Tara. Tara ya no era gentil. Tomó a su prima del brazo. —¡Levántate y muévete! —ordenó. Arrastrando a Ann, corrió a la puerta, permaneciendo tan abajo como podía. Un anciano repentinamente se paro en su camino. Parecía un vago sacado de las calles de la ciudad. Pero sonreía, y exhibió sus dientes, y se movía hacia ellas, los brazos extendidos. Tara encontró una reserva de fuerza que no sabía que tenía, sujetando la empuñadura de la espada con su mano derecha mientras mantenía a Ann con su izquierda. Reunió toda su fuerza y apuntó directamente a su garganta. No cortó la cabeza completamente, pero él cayó lejos, las manos agarradas a su cuello. Consiguió salir por la puerta. Sacudió a Ann firmemente. —¡Tenemos que correr, correr! Entiendes. Tenemos que correr. Ann no pareció entender, pero tampoco combatió el agarre de Tara. Pero, la huída no fue fácil. Estaban tratando de escapar a través de un laberinto de árboles y maleza. El suelo debajo de los pies de Tara estaba cubierto con piedras, ladrillos y viejos materiales de construcción. Ramas y brazos de árboles parecían estar vivos, tirando de su cabello, de su ropa andrajosa. Gritó, pensando que uno de ellos la estaba aferrando, cuando una rama deshojada particularmente espinosa, como un dedo huesudo, se enredó en su cabello. Se liberó, empujando a Ann hacia adelante, y al fin irrumpieron en campo abierto. Mientras corría hacia el lugar donde había dejado el coche, sintió la sensación escalofriante de que las había alcanzado el peligro. Con la presencia de sus enemigos. Una gran sombra pareció caer sobre la noche, y el sonido de viento silbando llegó a ellas nuevamente. La sombra estaba detrás de ella... barriendo sobre ella. Sintió la oscuridad, sintió el miedo. Y luego... la sombra surgió amenazadoramente frente a ella. Alas enormes, gigantes, levantándose... y luego cayendo. Pareció que las alas se plegaron, y luego Gerard estuvo delante de ella otra vez. Tara se detuvo, los brazos apretados alrededor de Ann, mirándolo fijamente. Él sonrió. —Así que... aquí estamos. Tengo a las dos preciosas nietas del instruído e informado Jacques DeVant de pie frente a mí. Ah... un bocado sofisticado. —Lo mataré si se acerca una pulgada más —dijo Tara. Él rió, tremendamente divertido. —No estoy muy seguro de querer destruirla en absoluto, señorita Adair. ¡Tanto arrojo y fuego! Puede unirse a nosotros, sabe. —No creo que a Louisa le guste eso. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Ay de mí, no estoy seguro de que Louisa vaya a sobrevivir la pelea en la cual está comprometida actualmente. —Adorable. La dejó para combatir a Lucian y Ragnor, y usted persiguió a dos mujeres mortales. —Hay muchas formas de ganar —dijo suavemente—. Amé a Louisa, verdaderamente. Pero, en todos estos años, se me había olvidado lo exigente que puede llegar a ser. Y bueno, por supuesto, en medio de todo, me veo forzado a recordarme que fue , cuando intentaba salvarse, la que dio mi nombre a la Alianza, en el tribunal de Rey Sol. Sufrí desastrosamente. Y aun así... —Sus ojos se estrecharon—, no tanto como lo hice por culpa de su abuelo... y de Brent Malone. Los brazos de Tara le estaban doliendo. Ann se apoyó contra ella así que estaba de pie con la forma de su prima oprimiéndola, y causando dolores nuevos en sus músculos. Manteniendo sus ojos trabados con los de Gerard, acomodó a Ann en el pasto alto. Sacó la estaca de su abrigo ―Acérquese a mí, y está muerto. —No lo creo. Él dio un paso en su dirección. Ella sintió una agonía repentina en su brazo. —¡Sí, una criatura de espíritu, coraje, y belleza! Pero tan novicia. Oh, sí, por supuesto, estuviste bien con jóvenes criaturas tontas y bandidos estúpidos que creé y excavé de las tumbas para probar su fuerza y habilidad. Pero a ti te falta enfrentarte a algo como yo. Dio otro paso en dirección a ella. —¡Debería hacer uso de una mayor delicadeza! —dijo él—. Pero... el tiempo... vamos a tener que terminar tu resistencia aquí y ahora, me temo. Veremos a dónde nos conducirá el futuro una vez que haya probado tu... sabrosura —dijo suavemente—. Cuando estamos verdaderamente hambrientos, por supuesto, cenamos casi cualquier cosa. Pero una joven como tú... se me está haciendo agua la boca ya. Toda ella se estremeció. Apenas podía sujetar la estaca. Quiso alcanzar lo último de su agua bendita, pero no podía forzar a sus brazos a moverse. Tenía que arrancar sus ojos de los de él. No podía, y él se estaba acercando; más cerca, más cerca... Rezó en desesperado silencio y se permitió destrabar su agarre. Al fin, apartó la vista de la suya, manteniendo la estaca en su mano izquierda, y alcanzando el agua con su derecha. Pero era muy tarde. Mientras intentaba apuntarle, él la alcanzó, y sus huesos casi se rompieron cuando él torció la mano. Aún así, luchó con la estaca, pero él se la arrancó como si fuera una niña agitando una varita de fantasía. Entonces se quedó con la mirada clavada en ella, sujetando sus hombros. Sonrió repentinamente, y alzó la cascada de su pelo. Ella encontró una última pulgada de fuerza, y subió su rodilla con saña, preguntándose si podría moverlo en lo más mínimo. Él cayó hacia atrás, lanzando un grito gutural de dolor y furia. Pero instantáneamente estuvo arriba, instantáneamente de pie, listo para perseguirla otra vez. Pero entonces... Ambos lo oyeron. Un sonido de aullido. Un sonido que se elevó y se elevó en una cacofonía de lamentos por el cielo, un chillante aullido transmitido en el viento. Debajo de ellos, parecía que la tierra comenzó a temblar.
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Gerard dejó escapar una exclamación, tratando de alcanzar a Tara y su rifle al mismo tiempo. Y entonces, del enredo de bosque y árboles, aparecieron. Parecía haber un centenar de ellos ‒plateados, enormes, lobos, y no lobos‒ pues por cómo se movían, verdaderamente no podían distinguirse, eran como una rueda de película fuera de foco, un trueno de ilusión que se derramó a través del paisaje. Tara luchó salvajemente por librarse del agarre acerado de Gerard. Comenzó a gritar, advirtiéndoles. —¡Él tiene balas de plata, tiene balas de plata! Gerard comenzó a disparar, salvajemente. Parecía que los lobos eran una ola. Una oleada de aullidos, ladridos, gruñidos de muerte. Corrieron a gran velocidad hacia ellos. Gerard apuntó al blanco. Tara usó toda su fuerza, forzando la pistola hacia arriba, la bala explotando en el aire. Y mientras lo hacía, el primero de los lobos estaba sobre ellos. Mucho más grande que la vida, siendo en pie más alto que Gerard, lo derribo en una visión fugaz y momentánea de tiempo. Podía oír a Gerard. —¡Maldito seas, maldito seas, maldito seas, muere! Tara, liberada, jadeante, se tambaleo lejos, tratando de alcanzar Ann, cubrirla de la inmensa manada de lobos resollando de furia sobre ellas. Pero aunque oía los aullidos, gruñidos, chasquidos... desgarramientos, dientes rechinando y garras rasgando, nada se acercó a ellas. Se mantuvo oyendo las maldiciones de Gerard, y entonces un sonido de gorgoteo. Cerró los ojos, se agachó sobre Ann, rezando, y luego... Se dio cuenta de que no oía nada. Nada. Excepto el susurro suave de la brisa, y un crujido de árboles. Alzó la cabeza, y se levantó lentamente. No había lobos en el campo. Sólo un hombre. La luna había ascendido a gran altura en el cielo nocturno. Las nubes se habían disipado. Y contra la sombra natural de la luz de luna y la noche, lo vio parado allí, su alta silueta, haciendo sombra sobre algo que yacía en la hierba. El cuerpo de su enemigo. Ella tragó saliva, necesitaba hablar. Estaba temblando. El sonido no llego a sus labios. Y al fin. —¿Brent? Él se volteó hacia ella, y comenzó a andar a través de la hierba. Estaba cojeando. Tara encontró su propia fuerza nuevamente, el calor para hacer que sus extremidades congeladas estallaran en movimiento. Corrió velozmente a través del pasto y a sus brazos. Él la abarcó en la fuerza de su agarre, se echó para atrás, alisó hacia atrás salvajes mechones de su pelo, buscó su rostro con su mirada dorada ansiosa, y tembloroso, besó sus labios. Ella se apoyó contra él. Por un momento, se abrazaron, sintiendo la dulzura del aire de la noche, la caricia de la brisa, y de la luna. Repentinamente, la noche fue destrozada por el sonido de una explosión. Vetas de fuego se remontaron en el cielo.
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El agarre de Brent se volvió tenso alrededor de ella. —Es la casa del bosque —dijo él suavemente—. Ha terminado. Ella se echó para atrás. —Lucian —murmuró con inquietud—. Y su... su amigo. ¡Ragnor! —Está bien; están fuera. —Pero ¿cómo...? —Lo sabría si no lo estuvieran —dijo simplemente. Entonces su brazo se deslizó alrededor de su hombro y alzó su barbilla—. Necesitamos sacar a Ann, y llevarla a casa ahora —dijo. Y ella asintió con la cabeza, porque aunque el fuego llenaba el cielo, el mundo parecía extrañamente bien otra vez.
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EEPPÍÍLLO OG GO O Se sentaron en una mesa en el mismo café en los Champs Elysees, donde habían estado esa primera mañana cuando Tara llegó a París. Sin embargo, esta mañana eran tres, Ann, Tara, y Jade DeVeau. Jade había estado intentando darle sentido a todo para Tara, aunque había escuchado la mayor parte de la historia de Brent y de su abuelo. Brent había sido atacado durante la guerra, pero descubierto por el único general enemigo que había sabido y había reconocido su condición exacta en el momento en el que lo había visto. Llamándose a sí mismo Andreson en ese momento, Gerard estaba demasiado impresionado con su propio poder y superioridad para temer al hombre mutilado que tenía a su merced. Él se había fascinado con la medicina durante esa fase de su existencia ‒y la capacidad humana para soportar el dolor. Nunca se había dado cuenta de que estaba creando a la criatura que podría destruirlo, introduciéndolo en años de dolor y curación. El Dr. Weiss había sido un hombre verdaderamente bueno y gentil, y fue a través de él ‒y el rescatado prisionero político, Jacques DeVant‒ que Brent, primero había sido traído a una mujer en París, Maggie Montgomery, una amiga de Lucian, y alguien con conocimiento y capacidad para curar. Brent había descubierto lo que él era, pero Maggie lo había salvado de la desesperación. Él sería diferente, por las cosas que le hicieron en el laboratorio experimental de la prisión. Tendría los más grandes poderes. Y quizá, a veces, la mayor agonía, aprendiendo a controlar la violencia y las necesidades que desgarraban su ser físico. Pero ese había sido el caso, y como tal, él, a su manera, había pasado a formar parte de la Alianza. Había diferencias en el mundo por debajo de la sociedad que se conocía, descubrió Tara. Brent no podía convertirse en sombra, como podían hacer los vampiros. Pero su fuerza iba más allá de ellos, incluso los más antiguos, experimentados y conocedores vampiros. Ni era presa del agua salada, lo cual significaba muerte segura para los vampiros. Él no podía leer la mente, o enfocar, de la manera en la que Lucian podía, pero estaba aprendiendo. La noche había terminado con una victoria que fue más allá de las expectativas. Incluso la policía había quedado satisfecha. Javet no había ignorado completamente las palabras de Tara. Había estado averiguando sobre el hombre de París. Se había dado cuenta de que el especialista no había sido quién dijo que era, y lo hizo estar más dispuesto a creer que el falso inspector había sido el ladrón y el malvado asesino que había llevado a sus víctimas a las ruinas en el bosque, satisfaciendo sus necesidades enfermizas, torturando y matándolos allí. Él creyó que "Trusseau" había muerto en el incendio, y que él había sido el que mató a Jean—Luc y robó el cadáver ‒pues en una pila de huesos entre los escombros‒ fueron descubiertas increíbles riquezas en joyas. Las joyas que le habían pertenecido a la amante de Rey Sol, Louisa de Montcrasset. Una nota aun mejor había sido que no todos habían perecido. La chica del café, Yvette, no había sido asesinada. Debió resistir cosas terribles a manos de los dos, pero no la habían matado. Ni habían matado a Paul, quien había retenido algo de su cordura,
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su voluntad para protegerla y su amor por ella más fuerte que el poder de sus captores. Los dos, como Ann, habían emergido de todo eso muy enfermos, pero mejoraban día a día. Y Paul les había dicho con completo orgullo, que Yvette le había pedido que se casara con ella. Rick Beaudreaux había estado en peor forma que Ann, devastado en su pelea con cinco de los "jóvenes soldados" que Louisa y Gerard habían creado para que fueran la primera línea de batalla. Había salvado a Roland, sin embargo, de una muerte segura, con la ayuda de Eleanora, aún después de que ella había sido atacada por las criaturas. Incluso el viejo Daniel aun le había echado una mano, dijo Rick, pateando la "mierda sagrada" de dos de los atacantes. Ann, aunque ella misma estaba en proceso de curación, no había dejado que nadie más atendiera a Rick. Ambos eran realmente adorables, sin parecer tener una sola discusión entre ellos, jamás. Jacques, también, estaba bien, ganando fuerza con cada nuevo día. El hecho de que ahora tenía a su familia alrededor, creyendo en él, parecía ser la mayor medicina en el mundo. Sanar había sido la primera orden del día. Y ahora... Tara se inclinó hacia adelante en un intento de obligar Jade a explicarse más completamente. —Estoy intentando duramente asegurarme de que he aclarado todo. La Alianza es tan antigua como... —La civilización organizada, supongo —dijo Jade—. No estoy realmente segura de eso yo misma. Es, por supuesto, una sociedad secreta. Si no lo fuera, la mayoría de sus integrantes serían encerrados por su propio bien. Años atrás, la sociedad era más aceptada. Las personas tenían una mayor creencia de que podía haber algo que iba más allá del reino de los sentidos cotidianos. Y por supuesto, en tiempos pasados, tales creencias también han causado horror absoluto... mira la Inquisición, las brujas en la hoguera, y más. —Y Lucian es muy antiguo, casi tan antiguo como la sociedad. —No tan antiguo como la sociedad. Simplemente muy antiguo. —¿Pero tú no lo eres? ―dijo Ann con curiosidad, tomando parte en la conversación. Jade negó con la cabeza con pesar. —Soy tan mayor como me ves. Conocí a Lucian hace unos cuantos años. Él salvó mi vida. ―Se sonrojó ligeramente—. Él cree que salvé la suya también. —Pero... —murmuró Ann—. Tú envejecerás, y él no lo hará. —Realmente no nos hemos preocupado por eso aún. Él estaba profundamente preocupado al principio, sabiendo que yo quería una familia. Pero por las circunstancias... hemos adoptado a un niño. Y él es magnífico. —No entiendo —dijo Tara—. Cada vez que pienso que lo hago, se me hace confuso nuevamente. Lucian es un vampiro ‒un vampiro bueno‒ parte de la Alianza ahora. —No realmente una parte. Él ha estado al tanto de ella, y en tiempos actuales, son una coalición natural. —Las cruces no los molestan porque en el fondo todavía tienen una creencia profunda en una vida después de la muerte y la santidad de Dios y el hombre. Si tengo esto en claro, es como una especie de hipnotismo ‒si no eres una mala persona, ¿no pueden convencerte de hacer el mal bajo el poder del hipnotista? Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Más o menos —dijo Jade—, pero la cuestión del libre albedrío aparece a menudo. Un vampiro puede dejarse llevar por los instintos naturales, tal como el hombre puede ser controlado. Es una cuestión de lo que está bien, y lo que está mal, y aprender a existir con un código que respeta a los demás. El mundo siempre cambia ‒nuestro mundo es siempre cambiante, miedos nuevos, amigos nuevos, enemigos nuevos‒ Es lo mismo en el mundo que no podemos tocar realmente. Las reglas han cambiado en el nuevo orden. Pero sí, supongo que se resume la clásica lucha del hombre siempre peleando consigo mismo, una batalla entre las posibilidades de hacer bien y hacer el mal. —¿Por qué no te cambia Lucian entonces? —preguntó Ann. —Porque él no sabe lo que trae el final —dijo Jade—. Estoy dispuesta a tomar cualquier riesgo. Lucian no lo está. Fui mordida una vez, pero como tu... me curé. Y él aún no sabe realmente sobre el alma inmortal, y entonces... Tara se lanzó entonces, preguntando francamente: —¿Qué hay de los hombres lobos? —¿Qué hay de ellos? —¿Viven para siempre? Tara sorbió su café. —No. Pero envejecen mucho más lentamente que un hombre promedio. Tienen sus debilidades, y sus fuerzas. Y como alguna otra criatura, aprenden con la edad. Al comienzo, por lo que sé, Brent tenía poco control. Él estaba sujeto a la atracción de la luna, perdiendo todo poder sobre sí mismo cuando estaba llena, teniendo poca habilidad ‒a menos que estuviera bajo coacción extrema‒ para cambiar cuando no había luna. Pero fue instruido a lo largo de las décadas. Tiene tremendas habilidades. Y en su deseo de infligir tortura, Gerard lo invistió con fuerzas increíbles —Se inclinó hacia adelante, una sonrisa leve curvando los labios mientras le decía a Tara—. Todos nosotros tenemos que tomar decisiones, y elecciones, tu sabes. Pero entonces, no estoy realmente segura de que tengas tantas elecciones como alguien más. Debes comprender ahora que has nacido para la Alianza. Hay muchos más que son la Alianza en todo el mundo. Ellos pueden no saberlo aún... y normalmente, en momentos de apuro, de alguna forma se encuentran el uno al otro —miró a Ann—. Tú tienes una opción. Quizás ya la has hecho. Ann se encogió de hombros y le preguntó a Jade. —Hay... ¿alguna vez ha habido una cura para el vampirismo? —No... bueno, sí, pero sólo sé de un caso donde un vampiro regresó a la vida mortal. Y ese fue más bien un caso diferente. Allá en casa, en Charlestón, donde Lucian y yo y nuestro... grupo estamos concentrados, hay una mujer. Maggie. Brent la conoce bien. Ella estuvo aquí, en Francia, después de la guerra, y fue una gran fuente de ayuda para él en aquel entonces. Y ahora... bueno, la historia es larga, pero ella está casada con un policía en Nueva Orleans, y tenemos la seguridad de que Brent les contará todo sobre ella, pero, por supuesto, todos ustedes deben venir y hacer una visita. Hay realmente demasiadas historias para tratar de explicarlas en una simple conversación. Tara clavó los ojos en ella, sonriendo repentinamente. Nueva Orleans. Le encantaba la ciudad. Sería maravilloso hacer una visita... y comprender. —Extraño —le dijo a Ann—, pensar que la última vez que nos sentamos aquí... —¡Me estaba lamentando por la pérdida de un monstruo! —dijo Ann con un estremecimiento. Traducido por NORMA – Corregido por Vanesa, Silvia y Sonia
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—Sí, pero saliste adelante. —Y ahora estoy debatiendo la vida con un vampiro diferente —dijo Ann. Tara rió. —Al menos sabes un poco más... Jade, dijiste que los vampiros no pueden tener hijos. ¿Qué hay acerca de... los hombres lobos? —Brent Malone es en realidad un hombre como cualquier otro ‒con algunas habilidades especiales‒ ¡Oh, hay tantos razonamientos! ¿Son todas estas cosas una ilusión, cambios químicos? ¿Cuáles son las propiedades verdaderas de la materia? A todo lo largo del tiempo, me temo, nadie ha tenido la verdadera respuesta. —Si mi prima se casa con Brent —dijo Ann prácticamente con severidad— ¿tiene ella posibilidades de tener una camada? —¡Ann! —dijo Tara. —Bueno pues, es lo que estás preguntando, ¿verdad? ―dijo Ann indignantemente. —Tendría más probabilidad de tener niños preciosos —dijo Jade. Tara no dijo más. Podía ver que los hombres, quienes habían estado en la oficina de la aerolínea a media manzana, estaban regresando. —Estamos completamente listos —dijo Lucian—. Pero temo que nos vamos ahora. Rick miró a Ann. —¿Estás segura de que vendrás? —preguntó. —Definitivamente —dijo ella. —Hora de despedirnos entonces —murmuró Lucian. Y así lo hicieron. En una forma muy natural, abrazos y besos por todas partes, al estilo americano, al estilo francés. Y fue extraño, por supuesto, porque Tara se quedaría en Francia por algunas semanas mientras Ann iba a los Estados Unidos de vacaciones con Rick. Al final, la promesa fue que tods ellos se verían pronto. Entonces los demás se fueron, y Tara quedó en la mesa con Brent. Él ordenó un café, y le sonrió con pesar al otro lado de la mesa. —Entonces... —Un hombre lobo, ¿eh? —Me temo que sí. Ella guardó silencio, observándolo. —Puedo irme —dijo él suavemente—. Alejarme de ti y de tu vida, y dejarte en paz. Ella se inclinó cerca de él. —Ni siquiera pienses en intentarlo. Soy de la Alianza, ya sabes. Te seguiría la pista hasta el fin del mundo. Él agachó la cabeza, pero no antes de que ella viera la luz que tocó sus ojos. Trémula. Dorada. Ella adoró eso. Él levantó la mirada. —¿Así que qué haremos?
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—Hum —meditó—. Veamos... realmente no vuelas, ¿verdad? Tenía este tipo de fantasía acerca de ser arrastrada a las torres más altas de la ciudad, y violada allí, por supuesto. —Muy incómodo —dijo, sacudiendo la cabeza—. Podría probar algún tipo de vuelo contigo en los bosques más profundos, arriba de las montañas más altas... pero te estás enfrentando a los mismos problemas allí. Tú sabes, piedras, rocas, ramitas, cosas rasposas. No exactamente lo que tenía en mente —Estaba bromeando, hablando ligeramente, pero tomó sus manos, las miró y luego sus ojos—. En verdad, no me importa donde esté, si estoy contigo. Pero has tenido una tremenda cantidad de cosas para asimilar y comprender últimamente, y por mí... bien, estoy pidiendo bastante de ti. Eres una mujer increíblemente bella, talentosa. Dejaste una vida completa detrás de ti... que está esperandote, si deseas regresar. Ella sonrió lentamente, escogiendo sus palabras. —Mi vieja vida está esperando... pero antes de eso, estaba esperando. Sabía que había algo allí afuera, aguardando por mí. La Alianza, lo que sucedió aquí, sí. Pero algo diferente. Nunca te dije, pero el sueño comenzó mucho antes de que viniera aquí. El sueño, la pesadilla, la premonición, sea lo que fuera que me llamó. Y desde el principio, dentro de todo eso, yo estaba llamando a alguien. Brent, eres lo que he estado esperando durante toda mi vida. Y si fueras a alejarte de mí, pasaría el resto de mi vida esperándo a que regresaras nuevamente. —¿En realidad comprendes todo acerca de mí? —inquirió—. He estado por ahí por mucho tiempo, sabes. No querría fingir. Ha habido otras a todo lo largo del camino, pero nunca... nunca como esto. Nunca sentí... está bien, con toda sinceridad, al principio tenía tanto miedo por ti. Tenía una terrible necesidad de estar contigo. Y entonces supe que era más que miedo, era la necesidad de proteger. Era, quizá, lo mismo. Como si no pudiera haber nada... hasta que te vi ese día en la cripta, y desde entonces, cada movimiento que hacía me llevaba más y más profundo en desear... —Me gusta eso. Me gusta oír que yo era realmente deseable. —Bueno pues, eso, sí. Pero anhelaba bastante más. Era igual... Como si hubiera estado esperando. —Pero temo que mi aparición nos dio serios problemas. Podrías haber detenido a Louisa desde el mismo momento en que se levantó. Él negó con la cabeza. —Si ella no hubiera escapado esa noche, podríamos no haber sabido que Gerard estaba aquí. No soy ni de cerca tan viejo como Lucian, así que realmente no comprendí lo que sucedió durante la época del Rey Sol. Ni hubiera tenido la visión de que su amante de siempre podría haber sido el hombre... el hombre que me causó tal agonía durante la guerra. Él ha sido tan precavido aquí, secuestrando o seduciendo a sus víctimas, escondiendo los cuerpos... hasta que se volvió descuidado. Pudo haber durado meses, años, sin ser descubierto. No sé... creo en el libre albedrío del hombre... un libre albedrío aun cuando el curso normal de la vida de un hombre es desordenado. Y sin embargo... es difícil no pensar que fue el destino, que hizo que aparecieras ese día en la cripta Ella arrastró un dedo sobre la parte superior de su mano. ―Bueno, entonces, si es el destino, deberíamos aceptar el hecho de que se supone que estemos juntos.
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—Bueno, entonces... —murmuró, repitiendo sus palabras. Y encontró sus ojos nuevamente, con una sonrisa apesadumbrada—. La roca más alta, elegante cuarto de hotel. Hum. Mi voto es para el Ritz. —El Ritz... suena encantador. —Una estadía breve, ¿o extendida? —Extendida, por supuesto. Katia y Roland están con Jacques... él está realmente bien. Y tú pareces pensar que necesito tiempo... y lo necesito. Días interminables, y noches, por supuesto. —La vida nunca será realmente normal otra vez, sabes —dijo suavemente. —¿Qué es la normalidad? Nadie nunca sabe lo que cada nuevo día traerá —dijo ella— ¿Y quién quiere normalidad? ¿Quién en la tierra querría entregar lo extraordinario por la normalidad? Él se paro tan rápidamente que casi tumbó la silla. Extendió una mano. —¿El Ritz? —Definitivamente.
Horas más tarde, ordenaron champaña. Yacían sobre una cama tamaño gigante repleta de almohadas y sábanas de suave satén. —¿Así que... realmente piensas que soy extraordinario? Y ella rió. —Más allá de toda duda. Oh, Dios mío, sí, más allá de cualquier duda. La noche cayó, y una luna llena se levantó sobre París. En lo alto del elegante hotel histórico Parisian, las puertas del balcón estaban abiertas para la brisa de la noche. Dentro de la chimenea, ardía un "fuego" eléctrico. Bien podría haber sido real, pues parecía que las llamas se levantaban y caían, se levantaban y caían, y ardían con la fiebre de la noche. Ardían... Y ardían. Después de todo, ambos habían decidido... Que habían estado esperando toda su vida.
FFIIN N
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