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Análisis con gafas violeta

Rakel Hoyos Guzmán rakel.hoyos rakel.hoyos @Rakel_Ginebra

Mientras veo la cinta de Sakuran, de Mika Ninagawa, los colores envuelven mis sentidos. La belleza de la vestimenta, del entorno, de las mujeres y, en general, de la cultura japonesa es innegable. Sin embargo, la percepción visual no cubre mi sentido crítico. De un tiempo para acá, es inevitable ver una cinta sin las gafas violeta de las que me ha provisto el feminismo. Ver a una mujer en pantalla es analizar su papel, su relación con los otros, su voz, y cómo todo eso se traslada a la “realidad”; o sea, al contexto en el que vivimos o a la historia de lo que ocurrió, ocurre o puede ocurrir.

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La historia transcurre alrededor de la vida de Kiyoha, una niña que es vendida a una casa de cortesanas, diferentes a las geishas, llamadas oiran. Desde el inicio se nos muestra cómo para la cultura patriarcal japonesa el cuerpo de las mujeres es un producto, no les pertenece a ellas; se le puede comercializar, explotar y disponer de él para el disfrute de los hombres.

En su libro “La guerra contra las mujeres”, Rita Segato dice “[…] En condiciones sociopolíticas ‘normales’ del orden de estatus, nosotras, las mujeres, somos las dadoras del tributo; ellos, los receptores y beneficiarios. Y la estructura que los relaciona establece un orden simbólico marcado por la desigualdad que se encuentra presente y organiza todas las otras escenas de la vida social regidas por la asimetría de una ley de estatus”.

El fragmento anterior es muy adecuado para señalar varios puntos de la historia de la película. Para empezar, Kiyoha quiere huir poco después de ser vendida a la casa de cortesanas. Eso nos habla de un anhelo de libertad; aunque se romantice la vida de una oiran por la admiración 15

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