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Belleza y mujeres
La habitación de Woolf
Confesión
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Laura Lizbeth Hernández Hernández
Naturalmente entre estándares no cabía, mas eso no parecía ser lo correcto. Por aquí y por allá encontraba imágenes, fotografías y representaciones en las cuales mi reflejo no parecía estar.
Cuestionaba qué tan necesario era encajar. Yo no veía nada malo en mí pero, si los otros lo hacían, es porque debía existir. “Unos cambios — pensaba — no me vendrían mal.”
Un poco de esto y un poco de aquello, desde mi ropa hasta mi actitud, pero cómoda no era el adjetivo que me describía: me faltaban y sobraban cosas, me faltaba yo y me sobraba la opinión de los otros.
No era alta, no era delgada, no tenía curvas, ni era rubia... asumí entonces que no era bonita pero, ¿para quién tenía que ser bonita? La respuesta era más sencilla de lo que creía: lo hacía para los que me imponían todo, menos el amarme y el aceptarme.
Mi cuerpo, territorio aún desconocido... aún no nos habían presentado como debía, tan solo lo habían hecho ante la silenciosa privacidad. Entre ciclos naturales y lunares los años llegaron: pocos o muchos, rápidos o lentos y con ellos nuevas sensaciones. El cambio fue inevitable pero el conocimiento sobre aquello parecía no llegar.
Entonces escuché que había más de lo que me habían hablado y decidí emprender esa aventura. Descubrí zonas en mí que ni imaginaba, sensaciones que podía experimentar. Algo más en mí había y lo podía tener. Me encontré descubriendo maravillas sobre mí.