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El turismo como mecanismo de conservación y desarrollo económico

Una visión territorial

El turismo es una de las actividades económicas más importantes de México. Contribuye con aproximadamente 10% del PIB, mantiene uno de cada 10 empleos y será responsable de uno de cada cuatro empleos nuevos en los próximos 10 años, de acuerdo con el Consejo Mundial de Viajes y Turismo. También se espera que el turismo crezca al doble del ritmo que la economía global en este mismo periodo. México es considerado potencia turística mundial y ocupa siempre una buena posición entre los 10 países de mayor visitación.

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El modelo turístico de México tiene retos importantes. Primero, existe una dependencia poco sana de un solo producto turístico, el de sol y playa, y particularmente del modelo “todo incluido”. El 85% de toda la visitación se concentra en cuatro polos turísticos: Cancún y Riviera Maya, Puerto Vallarta y Riviera Nayarit, Los Cabos y Ciudad de México. Adicionalmente, una de las ventajas competitivas de México es que somos un destino comparativamente barato. A esto se debe agregar un reto más: la altísima dependencia que tenemos de un solo mercado: el de Estados Unidos. En otras palabras, México es especialista en atraer a sus playas a mucha gente del país vecino que gasta muy poco. Esto no le significa a nuestro país un buen posicionamiento estratégico. Tampoco es un modelo óptimo de gestión territorial y sustentabilidad, ya que el enfoque de la propuesta de valor para el turista es retenerlo en hoteles todo incluido, con muy poco interés en lo que suceda fuera de los muros del complejo turístico. Esto genera consecuencias negativas para las comunidades locales y el medio ambiente.

Un nuevo y necesario modelo de turismo

El modelo mexicano, exitoso en su momento, basado en los centros integralmente planeados (CIP) del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) de la década de 1970, tenía una visión más de corte inmobiliario que un enfoque en el territorio y sus habitantes. Mucho ha pasado desde entonces. Como sociedad hemos madurado, y hoy le damos mucha mayor relevancia a otros aspectos que entonces pasaban casi desapercibidos. El consumidor también ha evolucionado. Hoy le da mayor importancia a la experiencia del viaje que no está centrada solamente en los hoteles. Busca oportunidades de inmersión cultural y un profundo contacto con la naturaleza, algo que difícilmente se encontrará de manera genuina en los destinos de mayor visitación. El nuevo lujo son las experiencias profundas en el destino; las experiencias son toda una colección de vivencias que pueden ser de corte gastronómico, de inmersión cultural, de contacto con la naturaleza, de crecimiento y superación personal, de conexión con la familia o simplemente de conexión con uno mismo. Los destinos que facilitan experiencias pueden recibir turistas de todas partes del mundo que están dispuestos incluso a sacrificar comodidad por tener el privilegio de experimentar algo a lo que poca gente tiene acceso. El turista quiere regresar transformado de su viaje.

Por lo anterior, el turismo de aventura, de naturaleza y el turismo rural han mostrado un crecimiento sostenido de doble dígito durante la última década, y este fenómeno solo se vio fortalecido durante los años de pandemia. La gente buscaba salir a la naturaleza en grupos pequeños. Esta tendencia está aquí para quedarse.

México tiene un enorme potencial en este rubro. Paradójicamente, con base en un estudio realizado para la Secretaría de Turismo en 2009, en el que se encomendó la responsabilidad de identificar los estados con mayor potencial para convertirse en jugadores clave del segmento de turismo de aventura y naturaleza, los estados que tienen mayor potencial son los mismos que exhiben mayores índices de marginación y pobreza. Con este panorama, debería quedar claro que hay que apostar al turismo en esas regiones del país, no solamente por ser el tipo de turismo que busca el consumidor actual, sino por ser quizá una de las herramientas más potentes para combatir la pobreza, la degradación del medio ambiente e incluso la migración. Es necesario explorar nuevos modelos de gestión turística basados en la riqueza territorial.

Un caso ejemplar

Namibia es un caso de éxito que resulta interesante analizar. Este país, independizado recientemente de Sudáfrica (en 1990) y con una superficie de poco más de tres veces el tamaño de Chihuahua, hoy basa su economía en la pesca, la agricultura, la minería y el turismo.

Namibia es uno de los pocos países que han incluido en su Constitución un artículo orientado a la conservación del medio ambiente y la biodiversidad buscando incorporar las mejores prácticas internacionales para aprovechar sustentablemente el medio ambiente en beneficio de sus habitantes. Al amparo de su carta magna, se ha creado un modelo llamado Conservancy. Los conservancies son espacios de territorio que normalmente son propiedad comunal en los que se ha fomentado una especie de asociación público-privada-comunitaria. Han reconocido que las poblaciones originarias a menudo no cuentan con el capital o el conocimiento para poder desarrollar propuestas turísticas de calidad mundial, por lo que estas alianzas resuelven las debilidades locales y dan forma a una propuesta de valor potente. Normalmente existe un árbitro, muchas veces una ONG internacional, que supervisa y acompaña la operación y cumplimiento de acuerdos entre las partes. Estas asociaciones, bajo el modelo del conservancy, hoy dan vida a 42 lodges o campamentos turísticos de alta gama que cobran en promedio 600 dólares estadounidenses por persona por noche, y son un generador importante de ingresos para las comunidades. Adicionalmente, estos conservancies han tenido un impacto positivo importante en las poblaciones de diversas especies animales que antes estaban amenazadas y en franco decrecimiento. Los conservancies tienen otros elementos interesantes. Primero, la tierra se mantiene como propiedad de las comunidades. Los privados (en su mayoría extranjeros) traen el capital y el know-how para la construcción, operación y comercialización de los campamentos, y, como parte del contrato celebrado con las comunidades, se deberá privilegiar la mano de obra y los insumos locales para la operación del hotel, fortaleciendo así a toda la cadena de valor local. Los contratos normalmente tienen una vigencia de 10 años, tiempo suficiente para que el privado recupere su inversión con la rentabilidad deseada, y el elemento más interesante es que, una vez que concluye el periodo de concesión, el campamento con todo su equipamiento pasa a ser propiedad de la comunidad, una comunidad que se ha capacitado y profesionalizado a lo largo de 10 años, con una cadena de valor y proveeduría local bien establecida, y con una infraestructura turística desarrollada para satisfacer las

El turismo como mecanismo de conservación y desarrollo económico necesidades de los conservancies, que además beneficia la conectividad y economía del país.

Hacia una economía regenerativa Existe otro movimiento, no solo en el turismo, sino en todas las actividades económicas, llamado “economía regenerativa”. A diferencia del concepto de sustentabilidad, que busca un equilibrio entre tres pilares principales –conservación, economía y comunidades–, la economía regenerativa busca una visión más integral, más sistémica. Esto representa una complejidad mucho mayor, pero obliga a adoptar una visión territorial y a dejar de planear y operar en silos independientes, como si los proyectos no tuvieran consecuencias en otras esferas. La visión regenerativa implica reconocer las consecuencias que una acción tiene en todo el territorio, en todas sus interacciones con el ecosistema, las comunidades que ahí habitan y la infraestructura que se construye (o no se construye) en una región. El objetivo es que cada interacción que se tenga con el territorio contemple el mayor número de variables posibles, y que en conjunto se logre dejar el territorio mejor que como fue encontrado, y no solamente tratar de contener los efectos negativos de las intervenciones. En el caso específico de una carretera, el proyecto puede tener implicaciones profundas en la erosión y calidad de la tierra, los mantos freáticos y flujos de agua superficiales, el clima, la flora y la fauna, el paisaje, la interacción de las comunidades, acceso o no a sistemas de salud, educación, desarrollo económico, gobernanza territorial y una lista interminable de efectos directos e indirectos relacionados con un proyecto carretero. La intervención en el territorio no debe enfocarse solamente en proteger o no afectar lo que existe, sino en crear las condiciones para que el territorio florezca y se regenere a raíz del proyecto de infraestructura. Se busca armonizar las actividades humanas con los procesos naturales. Esto, para los ingenieros, puede ser un reto importante, pues fuimos formados para resolver problemas puntuales, no para administrar la teoría del caos. Se nos ha enseñado que una carretera, por ejemplo, debe comunicar el punto A con el punto B de la manera más rápida, económica y segura posible, y con frecuencia se delegan a terceros, con una prioridad menor, los mecanismos de mitigación de impacto ambiental y social para la obra de infraestructura. ¿Qué pasaría si adoptamos una visión más integral, reconociendo al proyecto de infraestructura como un mecanismo de regeneración territorial? Esto implica un entendimiento profundo del lugar, de la manera en que, a través de una carretera, se puede elevar la calidad de vida de sus usuarios y de quienes habitan los puntos que conecta, además del impacto positivo en todas las dinámicas sociales y bioculturales de la región. Es aquí donde los ingenieros tenemos no solamente la oportunidad, sino la responsabilidad de convertirnos en agentes de cambio con un potente compromiso y responsabilidad social y medioambiental.

Namibia es uno de los pocos países que han incluido en su Constitución un artículo orientado a la conservación del medio ambiente y la biodiversidad

Adoptar esta visión, de manera muy pragmática, debería representar un valor importante para un posible concesionario carretero, ya que, por un lado, se reducirían significativamente los riesgos sociales que derivan en cierres, y por otro se podrían mejorar los aforos, en particular de turistas y de los que dan servicio a esta actividad.

Es precisamente en este punto –entendiendo las dinámicas del turismo y los retos de los proyectos de infraestructura, particularmente las carreteras– donde podemos y debemos desarrollar un modelo con una visión más amplia, simbiótica y sistémica, basada en las realidades locales, donde cohabiten y se retroalimenten positivamente el turismo, las dinámicas en el territorio y los proyectos de infraestructura. Esta visión puede partir de un proyecto carretero, un puerto o un aeropuerto, pero entendiendo que el desarrollo de polos turísticos también requiere infraestructura adecuada para recibir a un número mayor de visitantes temporales o permanentes. Esta visión debe integrar igualmente el desarrollo de vivienda digna, agua potable y alcantarillado, manejo de residuos, suministro de energía, conectividad, etcétera.

Conclusión

Las carreteras son los vasos conductores que habilitan la visitación, y potencialmente el turismo, hacia los territorios más remotos del país. El desarrollo de infraestructura debe entonces planearse en el contexto de un nuevo modelo de gestión territorial que otorgue un beneficio directo a las comunidades locales y a través del cual se fomente la conservación, el desarrollo económico y social, y que ayude a fortalecer la identidad de cada región

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GERARDO SUÁREZ REYNOSO

Ingeniero geofísico con doctorado. Desde 1985 es investigador en el Instituto de Geofísica de la UNAM; fue su director y después coordinador de la Investigación Científica de la UNAM. Fue director fundador del Sistema Internacional de Vigilancia del Tratado de la Prohibición Completa de Pruebas Nucleares de Naciones Unidas.

MIGUEL A. JAIMES

Ingeniero civil con doctorado.

Investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM. Sus líneas de investigación son el comportamiento y diseño de contenidos y elementos no estructurales por sismo y viento, el riesgo sísmico y eólico y resiliencia de sistemas estructurales interdependientes y redes. Secretario del Comité de Resiliencia de Infraestructura del CICM.

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