Mimos y aspirinas

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17/05/2013 Helsinki Wint

Introducci贸n

Mimos y aspirinas


Había salido sin que nadie la viese, tirando las zapatillas de andar por casa a una esquina y se había reído cuando sintió las frías baldosas de la terraza. Se puso a correr dejando que su vestido blanco volara y se riera con ella cuando el viento le hacia cosquillas en la barriga. Había sonreído, había gritado y también había tarareado aquella vieja canción de su infancia. Sólo por un segundo miró a su alrededor y la alegría se fue como si se la hubiesen quitado a golpes. Un sólo segundo sin respiración. Intentó correr a dentro pero ya era demasiado tarde, estaba desfallecida. Se cayó al suelo muerta de miedo y sólo el reflejo del cristal vio los arañazos en la rodilla que se acababa de hacer al caer. Solamente vio a aquel que la miraba con enfado en la cara, la cogía en brazos y la volvía a meter dentro de casa. -Pensé que te había dicho que no salieras -susurró el de la cara de enfado. -Quería volver a sentir. -¿Y por eso arriesgas tu vida saliendo así? ¡Sola! Sabes perfectamente la situación en la que estás -destilaba frustración, enfado, agonía, dolor; aunque quizás también un poco de cariño. Y le curó las heridas de la rodilla con mimo, aunque estuviese más roto y más dolido que la chica. De todas formas, ella nunca debería saberlo. -Prométeme que me llevarás al parque, dos minutos -él simplemente no contestó. Le dio un beso en la herida de la rodilla y salió de la habitación.


-Te he preparado un baño. -Ya te dije que lo que quería era ir al parque -le contestó ella aún sentada en el sillón. -He supuesto que te gustaría estar un poco arreglada antes de salir a la calle -intentó camuflar todos sus nervios con una sonrisa, pero al final la sonrisa no fue sonrisa. Ella lo miró con incredulidad. Nunca había bromeado con nada similar, pero era demasiado bonito como para ser cierto, como se suele decir. Se puso de pie no sin un poco de dificultad y acudió hasta el marco de la puerta bajo el que estaba el chico. -No quiero el baño, tan solo vayámonos ahora. Por favor, por favor, por favor... -fue susurrando cada vez más bajo mientras descansaba su cabeza contra el hombro del chico. -Sólo si me prometes una cosa -susurró él-. Nada de escaparse, nada de correr, nada de gritar, nada de caerse, nada de asustarme, nada de dejarme -le enumeró mirándola fijamente, sabiendo ella lo que significaban aquellas palabras. Le hizo la promesa sin cruzar los dedos detrás de la espalda y cuando puso un pie en la calle quiso morir de placer. Volver a sentir el aire revolviendo su pelo, el Sol quemando su piel, los gritos de los niños mientras jugaban, el ladrido de un perro, el arrancar de un coche. Simplemente era magnífico. El parque estaba justamente frente a la casa, pero aquello no iba a hacer que disfrutara menos de su sensación de libertad. La llevaba cogida de la mano, caminando lentamente hasta que llegaron al césped que llenaba aquel pulmón de la ciudad. Se sentaron allí unos minutos en los que ella se dedicó plenamente a sentir el césped jugando entre sus dedos, degustar la humedad de la tierra que subía por las palmas de sus manos y la hacía sonreír; como nunca. Él simplemente disfrutaba con la sonrisa y la alegría que había nacido dentro de ella, pero aún así seguí al borde del ataque de nervios. Estar tan fuera de casa, con ella tan indefensa era algo que no podía soportar. La chica se levantó con una enorme sonrisa dirigida hacia su acompañante que decía claramente: tranquilo, no voy a hacer nada malo ni voy a escaparme con el primer chico guapo que aparezca, porque chico bonito sólo lo eres tú para mí. Y en verdad la sonrisa significaba justamente eso, con esas mismas palabras. Avanzó hasta el pequeño campo de margaritas que estaba a unos cinco metros. Él no podía dejar de mirarla, analizando milimétricamente cada movimiento de su cuerpo, cada inspiración seguida de cada espiración. Todo parecía ir a la perfección hasta que ella levantó la cabeza, de imprevisto y le miró con pánico a los ojos. Luego se cayó sobre el campo de margaritas con un golpe seco, de esos que no presagian nada bueno.


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