Su y el portal inexistente / 7 Prólogo / 7 Mi pequeña prisión / 17 Huesos enterrados / 29 La desaparición / 51 Pasadizos / 69 De camino / 91 El aniversario / 119 El avismo de Vero / 135 El barco de las mil lenguas / 159 Ergon el negro / 189 Viejas alianzas / 223 Redescubriendo a Su / 253 El infierno a dos pasos / 285 Historias de la luna azul / 311 El regreso de la Luz / 339 El avance de la nada / 375 Pequeños dioses / 399 Glosario / 409
PRÓLOGO
Muchas tardes he intentado escribir estas palabras, esta historia a caballo entre mis memorias y la épica. Este mensaje de optimismo, pero también oscuro, siniestro. Un juego de fantasía llevado al límite en un momento determinante de mi vida. Un relato sin final, una historia por contar. ¿Qué análisis hago ahora? ¿Qué ha sido de aquella niña llena de vida y de sueños…? El retrato perfecto de una adolescente pidiendo a gritos un lugar en el mundo. Una historia que va más allá de quien la escribe. Unos años llenos de duda, de la ignorancia de quien conoce la respuesta y no se atreve a escucharla. El don de los perdidos, de miles de chicos ignorantes de sus raíces que se buscan fuera de sí mismos, para no encontrar sino más preguntas sin respuesta. ¿Qué hay de esa primera opción?, ¿quién es el culpable de los malentendidos? No hablo sino a través de palabras y dibujos. Ellos me salvaron cuando más lo necesitaba, y creí que la amistad no era un regalo sino un añadido. ¡Cuán equivocada estaba! ¿Qué ocurrió un día con la huérfana de cabellos rojizos, la frente altiva, la mirada intensa?, ¿qué de aquellos cuentos que me entristecían, y que nunca he sabido recordar? Pensar en el pasado es quizá ahora más necesario que doloroso. Saber que ya nada te puede dañar, que nada puede cambiar, eso me reconforta, pero aún tengo dudas. Sí, aún tengo cosas que decir y necesito a ese oyente fantasma que sólo está en mi cabeza. Por ti daría mi vida, sin saber que ya la he perdido. Ahora soy más sabia, y sin duda he perdido la inocencia de mi juventud, pero quizá también la osadía. Ya no dirijo imperios, ni domo bestias. Ya no controlo mi entorno, ni finjo ser cazador. Soy una humana, una mujer que escribe para no olvidar lo que un día aprendió. Soy la bandera de los justos, la insignia arrancada del pecho de los valientes. Soy soñadora, soy… Soy Su, y ésta es mi historia.
MI PEQUEÑA PRISIÓN Una hoja rojiza, quebradiza, liviana,… Es todo cuanto queda de mi sueño. Avanzo sin rumbo, fijándome que los rayos me iluminan el rostro hasta que no recuerdo el por qué empecé a caminar. Me encanta cuando lo hago descalza, imaginándome así que la energía del bosque fluye a través de mí. Lejos queda la mañana, fuera el impulso de salir corriendo hacia el horizonte. ¿Y después qué? –¿Qué haces? En las nubes como siempre, ¿no? –Puede –le contesto. –¿Me das un beso? –Olvídame. –Claro, llego tarde al instituto, pero creo que me debes uno. Por favor. –Depende de lo que me hayas traído. Él sonríe y se acerca con su bici a la verja. En esos momentos me alegro que nos separe. –Un trozo de tarta. Del cumpleaños de mi hermano. Vamos, el beso –dijo mientras alargaba aquel brazo. Intento cogerlo, pero entonces lo retira sonriendo de forma maliciosa. –No, no. El beso, ¿recuerdas? Me acerco a la verja, lo miro de cerca y le ofrezco mi mejilla. 9
Se acerca despacio, pero en el último momento sus labios rozan los míos, en un acto que no esperaba. Después me da el trozo de tarta mientras se le escapa la risa. –Te pillé –dice. –Vale –me imaginé entonces dándole un mamporro en esa cara de niño pijo estúpido que se le ponía, pero entonces pensé en la verja–. Mañana tráeme un lápiz y una borra goma, porfa. Ah y si puedes, tráeme un bloc nuevo, se me está acabando –dije de un modo que sonó mucho más pragmático de lo que pretendía. –De acuerdo. En fin, lo haré si puedo. Adiós, mi pequeña leona. Te quiero. –Adiós… capullo—esto último sólo para mí. Me volví entonces a mi refugio favorito, bajo aquel árbol que me hacía soñar desde que llegué a aquel sitio. Y entonces, como ocurre en la selva cuando la leona lleva una pieza consigo, se acercaron los carroñeros de costumbre. –Hola Su. ¿Qué tal estás? Miré con desgana aquel grupo de cuatro alimañas que habían olido la caza. Después seguí con lo mío. –Olvídalo Teresa, no te voy a dar nada. Tras unos segundos de vacilación se dieron la vuelta entre murmullos. Después vi que se acercaba Lilly, y se sentaba junto a mí. –¿Qué te ha traído ese payaso? –Un pastel. Un trozo de tarta de cumpleaños, ¿te lo puedes creer? –y las dos nos reímos sin saber muy bien por qué–. Toma. –No sé qué haría yo sin ti. –Morirte de hambre –y aquello nos provocó más risas. A lo lejos escuchamos la sirena que precedía al recuento. 10
La señorita Railly era buena persona, pero muy estricta y el sentido del humor no era una de sus cualidades. Me encantaba el otoño, era mi estación favorita. Los colores de la naturaleza, la pasión que precede, el aroma… También ocurrieron en otoño los mejores recuerdos que tengo. ¿Aunque cuándo fue…? Para mí hace milenios. Aquella es nuestra prisión, mi prisión particular. Un orfanato en un paraje mágico dentro del bosque y con un lago que nos impregnaba cada mañana con su aliento gélido y sobrenatural. Situado al sur de la Bretaña francesa, aunque mi origen sea inglés, al menos mi madre lo era. No me gusta la gente, causa principal de mis problemas y de mi pésimo estado de ánimo. A veces estoy convencida de que si no fuera por la actitud alegre y campechana de Lilly, mi mejor amiga, yo no estaría viva. ¡Once años! Once largos años de mis dieciséis llevaba allí. Mi madre murió cuando contaba con 5 y apenas me acuerdo, y de mi padre no sé nada. El señor Hendrich, mi asistente social, me dijo un día, hace ya muchos años, que nos había abandonado a mi madre y a mí. Sinceramente me importa un bledo. Si vive como si está muerto me es indiferente. Se me acerca el perro de Kate, es feo, pero simpático. Me quedo un rato mirándole y saco el bloc, otra de mis pasiones, quizá la mayor. El dibujo. Me encanta dibujar sobre cualquier cosa, y a veces me hace sentir en otro lugar. –¡Feo!, feo –y me rio yo sola. –¿Qué haces? –es Kate, mi otra compañera de habitación, quien entra en la pequeña parcela de patio en el que conviven las pocas mascotas que existen en el orfanato. –No puedo resistirme a esos ojos que me miran suplicantes. –¡Qué guay tía!, quisiera ponerle un marco y ponerlo en la habitación. Dibujas de puta madre. –¿Venías por algún motivo? 11
–No –dijo rascándose la cabeza, –bueno, sabes que tengo problemas con las mates. Y a ti se te dan bien. Sonreí. –¿Lo dices por el examen de mañana? –Principalmente. Sí. –Esta tarde tengo libre después de las 5. Antes estamos con los niños de 4 y 5 años. –Sí, el voluntariado. En mis tiempos no había esas cosas. No le dije nada, me limité a encogerme de hombros. En sus tiempos, en sus tiempos… De las 4 chicas que compartimos habitación, Kate es claramente la que peor me cae. Odio cuando se hace la víctima. Aquí el que más y el que menos ha sufrido lo suyo, y no suele pregonarlo a los cuatro vientos. Kate es egoísta, una niña mimada a quien le llegó la tragedia cuando tenía 6 años. A mí no me gusta hablar de lo mío, cuanto menos se sepa mejor, pero ella…, ella no deja escapar oportunidad. Cuando hay visitas, o sesiones de fotos,…, ella siempre tiene que destacar. Como si fuera una reina injustamente destronada. Aparte de Lilly y Kate, también está April, de 15 años, y quizá la menos comunicativa de todas. Ella y Kate no se pueden ver, y es gracias a Lilly que aún seguimos juntas y en paz. Por eso adoro a Lilly. Una chica morena de ojos color miel muy vivos, su cara ovalada, y esos bucles que le caen graciosamente por la mejilla, que suele levantarse con el sol de cara cada día, a pesar de que tampoco la vida le haya dado motivos. Por lo demás la vida en Les Paul es aburrida, muy monótona, y si tuviera que vincularla a un color, diría que el gris. Muros grises, torres y fachada que recuerdan su pasado monástico…, y unos cielos, que salvo unos pocos días al año, también vienen tiznados de gris. Aún recuerdo mi primer año, esas pesadillas que no 12
terminaban, y las canciones de la señorita Megan para sofocarlas en lo posible. Veo entonces que es cierto eso que dicen de que ‘lo que no te mata, te hace más fuerte’. Aprendí pronto a refugiarme en mis dibujos, en mi diario. Me ayuda contar lo que cada día me iba ocurriendo, y a pintar, tanto con palabras como a grafito, a personajes que me rodean. Creí en que un día sería diferente, en que yo lo era, y que si estaba allí…, quizá era porque no había otro lugar en el mundo para mí. Detesto que me observen, que valoren lo que hago o digo, que me digan para lo que valgo o para lo que no, que me den lecciones personas que no considero justas. He crecido aquí, pero también sé que al cumplir los 18 todo será diferente. He tenido dos intentos de fuga, hace años, un atisbo de adopción, y una adopción como tal que no fraguó más allá de los 6 meses. Fue un excéntrico matrimonio inglés de Norwich, los Sutton. No sé qué demonios querían de mí, pero no les di razones para devolverme. ¿Sería por tener personalidad propia? ¿Acaso nos ven como unas mascotas que sólo sabemos mover la colita y dar la pata cuando nos lo piden? Son… ¡Vale Su, olvídalo! Comí ese día con Ibai, un chico que cree estar enamorado de mí. No es exactamente como el payaso de Gio, a él le saco al menos cosas que sería difícil conseguir aquí dentro. Ibai es más inmaduro, 16 años, pero los chicos con esa edad aún son niños. Sólo espero que Lilly no me deje mucho tiempo con él a solas. Aunque en un comedor con 76 niños, decir a solas suele huir bastante de la verdad. –En una semana vienen mis tíos –dice mientras mira el plato que tiene delante–. Creen que conseguirán mi custodia, y si es así espero poder estar ante el último invierno. –No te hagas ilusiones –le digo–, esas cosas van despacio. Recuerda lo que le ocurrió a Bodo, al final cumplió antes los 18, y cuando salió…, bueno, no había nadie.
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Ibai se queda un rato en silencio, y yo me siento en parte culpable. A veces soy única para chafar ilusiones. –Me vas a matar Su, pero te acabo de apuntar conmigo al coro –dijo Lilly nada más llegar, sentándose entre Ibai y yo. –¿Qué? Lilly no pudo evitar reír, y yo lo hubiera hecho de no ser porque odiaba actuar delante de nadie. La mato, antes de que acabara el día, la iba a matar. –Perdona chica, pero si te lo preguntaba sé que dirías que no. –Cómo me conoces. –Por eso lo he hecho sin pensar. Ya sabes que no me gusta hacerlo mucho. –En eso estoy de acuerdo. Pero tía, ¿te has vuelto loca? ¿A cuento de qué? –Bueno, para empezar tendremos dos excursiones fuera de aquí, y vestidos. Unos vestidos como esas chicas famosas de las revistas. –Yo no quiero ser como ellas, y lo sabes. –Además mejorará tus notas a final de curso. ¿A que eso sí te gusta? –No. Dejaré claro en cuanto pueda que no cuenten conmigo. –Será divertido, ya lo verás. Vamos… –me miró con esa mirada de cordero degollado que es imposible resistirse. Además sé que estaba conteniendo la risa. –¿Y qué tendríamos que cantar exactamente? –dije casi dándome por vencida. –Sí, lo sabía –dijo lanzando su puño al aire–. Verás… La tarde se hizo soporífera ante la presencia de Kate. Lilly había continuado con los niños de Mephir, unos mellizos con un retraso evidente, y que los profesores no podían contener por sí mismos. Era miércoles, y faltaban sólo 5 días para una visita importante, tal vez de algún ministro, o simples funcionarios lameculos en busca de su 14
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