TOM HENNLEY
BESADA EN UNA HISTORIA REAL
Tom Hennley (Bilbao, 1991) Es un joven emprendedor especializado en el diseño, con trabajos muy diversos dentro y fuera de dicho ámbito, manteniendo un estilo marcado por el buen diseño y el arte. De esta manera cabe destacar su mayor logro hasta la fecha; la fundación y creación de su propia empresa Hennley ® Disfruta escribiendo novelas y transportándose a historias acaecidas, sintiéndose un espectador más de los acontecimientos que en ellos se relatan. “Besada en una historia real” es el segundo libro publicado www.hennley.com
besada en una historia real by
TOM HENNLEY
“Agradezco a todas aquellas personas que me han ayudado y me han animado a publicar este libro” Tom Hennley
“No hay amor más sincero que el de un niño” Tom Hennley
“los amores/sentimientos de infancia son los que te marcan y perduran dentro de ti durante el tiempo” Tom Hennley
I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV
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I La lluvia rompe el silencio, rememoro entonces tiempos mejores, y creo que, a pesar de mi corta existencia, llevo muchas vidas en esta. Ayer cuando lo vi sentí algo que me pareció ya olvidado, un tiempo en el que mis problemas podían resumirse en uno solo…, el entorno, yo misma y mi entorno maldito, ese que me agobiaba más que la propia muerte, que el propio colegio. Ahora, mientras toco con mis dedos una chapa de refresco algo oxidada por el paso del tiempo, puedo sentir la ‘H’ grabada en ella, y miro por la ventana a una pareja discutiendo en la acera… pienso de nuevo en él. ¿Cuánto hace…? ¿Trece años?, ¿catorce?, ¿tal vez más? “Héctor era el hijo de los vecinos, un chico de 8 años, tímido al principio, pero que resultaba embriagador en las distancias cortas, ¿o sería mejor decir pesado? No sé, el caso es que fue un día lluvioso cuando perdí el equilibrio por estar el suelo mojado y me quedé sentada en él. Del dolor, pero más aún por vergüenza, me quedé sentada sin moverme durante algunos segundos. De repente salió esa mano de no sé qué lugar, y sin más me ayudé de ella para incorporarme. –Hola –dijo él sonriendo–, me llamo Héctor, y soy nuevo aquí. –Ya lo sé –dije algo seca. 9
Mi cara debió parecerle de estúpida pues su sonrisa también desapareció de pronto. No era esa mi intención, tan sólo era vergüenza. Era el chico de los nuevos vecinos, ese chico que solía armar tanto jaleo en la escalera. –¿Qué hacías en el suelo, te has caído? –No –me apresuré a contestar–. Me había sentado a esperar. Volvió a sonreír. Cómo lo odiaba… ¿Por qué me hacía sentir tan estúpida y patosa? Detestaba esa sensación. –¿En el barro? A mi madre le daría algo si te viera. Siempre me grita cuando ve mis pantalones mucho mejor que ese vestido que llevas. –Bueno…, me tengo que ir. –¿Vas al colegio de San Ignacio? –preguntó tras algunas dudas, y sin dejar de caminar a mi lado. –No, digo sí. –Vale… Ya nos veremos por allí. Adiós. Se alejó y me dejó esa sensación de que quizá había sido demasiado estúpida, de que podía haberme mostrado un poquitín más habladora. Yo no era así, podía comunicar más de tres palabras seguidas, incluso en aquellos tiempos con tan solo 7 años. La siguiente vez que lo vi yo iba con mis padres, y él con su madre, fue tres semanas más tarde en un cumpleaños de una amiga en común, otra vecina del portón de al lado, que casualmente iba a su clase y era mi mejor amiga, Vanesa. Sin querer estábamos hablando de él, y me agradó esa afición suya de dibujarlo todo, era como decir que su parte más sensible aún no se había marchitado del todo. –El año pasado se mató su hermano en un accidente de coche –me decía Vanesa–, fue muy sonado, y sus padres quedaron rotos. Imáginate el panorama. –Pobre –dije sin querer pronunciarlo. 10
Mi amiga se me quedó mirando, pero después volvió a la fiesta de pitos, globos, muñecas,… El asunto de Hector se nos olvidó por completo hasta que sólo quedábamos 4 chicos en la fiesta, la anfitriona, yo, y dos chicos más; Hector y nuestro amigo Raúl, un compañero de clase que iba conmigo desde parvularios. Fue entonces cuando Héctor empezó a hacer el payaso. Habíamos puesto música y hacía un baile más parecido al del mono que al de un chico normal. Me reí, cómo evitarlo. Entonces me di cuenta de que era un animal de las fiestas, pero que cuando había mucha gente se apagaba. Era una timidez selectiva, tan pronto se escondía en un rincón y parecía pensar en sus cosas, como se hacía dueño y señor de la situación. Yo he sido siempre más estable en ese sentido. Mi madre decía siempre de mí que era la que más personalidad tenía de sus tres hijos, dos niños y yo, Alia, la niña de sus ojos, o mejor dicho, la niña de los ojos de mi padre. –¿No bailas? –me preguntó Héctor. –No me apetece, ni tampoco me gusta esta música. –Pues es lo que más se baila ahora. Era cierto, en aquel año de 1999 sonaron con fuerza grupos como los Pet Shop Boys, Britney Spears, Ricky Martin,… Todo eso era lo que estaba escuchando de fondo, y no, no era lo que solía escuchar, aunque tampoco me desagradaba. Siempre he sido un bicho raro en cuanto a gustos musicales, con 9 años me gustaba la música de autor, pero sobre todo me encantaba la música española, me gustaba entender qué decían, qué transmitía la letra. Bailar no estaba entre mis prioridades, al menos entonces. Héctor quería ridiculizar a Raúl en base a chistes sobre bajos, pues Raúl no alcanzaba el metro treinta, pero jamás me ha gustado que se rian de nadie o que lo humillasen. Si tenía gracia o no, dejó de tener importancia. Me fui apartando y dando a mi amiga claros síntomas de que yo allí sobraba. Ella fue la que acabó la fiesta, y yo se lo agradecí con la mirada. 11
–Te he hecho un dibujo –me dijo Héctor cuando ya me iba–, es como el que le he regalado a Vanesa. Me quedé mirándole esperando algún tipo de broma o algo así, pero no, volvía a ser un chico atento, serio,…, incluso mono. Cuando vi el dibujo… Creo que mi corazón se quedó parado durante un milisegundo. Era increíble, hermoso, grácil y mágico. Tenía algo de mí, pero con mucho más encanto del que yo hubiera tenido jamás. Me gustó mucho, pero sólo le di las gracias y me di la vuelta para marchar. No quería que se lo creyera, bastante crecido estaba ya.” No me di cuenta si iba con alguien o no, sólo que había cambiado, y bastante. Pero claro…, ¿quién no cambia entre los 12 y los 26? ¡Podía incluso estar casado y con hijos! ¿Qué sabía? Tan sólo que me había mirado, y esa sonrisa… El corazón volvió a palpitar como hacía tiempo que no hacía. No supe qué hacer, de modo que no hice nada. Sonreí, sí, eso fue lo único que acerté a hacer. Eso y un leve saludo con la mano. Pensé que era improbable que fuera a volver a verlo, puesto que no había motivo alguno para ello. No sabía nada sobre su vida, y tan sólo alguna vez me pareció verlo en algún centro comercial, o en otros lugares públicos. “Tras el cumpleaños de Vanesa cada vez lo veía más, era imposible no hacerlo, éramos vecinos. Por aquel entonces nos reuníamos todos los niños en el parque que hay al otro lado de mi calle, que también era la suya. Allí volvía por momentos a parecer tímido, pero conforme podía se acercaba a nosotras y nos sacaba su colección de cromos sobre esos dibujos que tanto nos gustaban. Fue allí donde me aficioné a coleccionarlos yo también. Parecía saber muchas cosas sobre la tele, sus series favoritas de dibujos eran las mías también, y los temas no faltaban. Cuando a Nacho unos chicos mayores le pusieron la zancadilla tirándolo al suelo de grava, ahí estaba Héctor, que corrió a socorrerlo, y que fue valiente para decir a los 12
padres de éste quién había sido. Héctor no sabía nada de primeros auxilios ni iba de héroe por la vida, pero sabía cómo debía portarse en determinadas situaciones. Eso para la Alia de entonces…, era lo más importante de ver en un chico. Mis notas eran inversamente proporcionales a las suyas, mis notables, mis sobresalientes,… Y Héctor con sus suficientes y algún que otro bien, amén de dos o tres cateados. Era un chico activo y muy inteligente, al menos entonces, pero no enfocaba en los estudios esa tan lograda creatividad. Casi teníamos la misma edad, sólo nos llevábamos 17 meses, él mayor que yo. Por eso me extrañó que mi madre lo mencionara aquel año para hacer la comunión. El mismo que yo la haría. –Tiene una hermana –me dijo mi madre–, sus padres han preferido que la hicieran juntos. Digamos que es más económico. Yo no supe a mis 9 años qué quería decir, pero me dio igual, de alguna manera aquello nos igualaba a ambos. Y junto a mi insaparable Vanesa los tres hicimos la comunión.” Parece haber remitido la lluvia, esa lluvia que me llena siempre de melancolía. Ahora cojo mis cosas y me vuelvo a la oficina, ya son las 3 y 20. Llevo sólo 15 días y aún sigo a prueba, no me conviene retrasarme ni un minuto. Por el camino me tomo un café casi hirviendo y llego como con un piloto automático en mi cabeza. Mi voluntad está a años luz de mí; sigo en mi niñez, en algo que pareció haberse borrado de mi disco duro pero que retorna como con un click que alguien o algo ha activado. Estoy tan… No sé, la palabra sería una mezcla de aborregada y expectante. Sí, lo sé, algo complicado. “No sé si le dije a alguna amiga que Héctor me gustaba, y en ese acaso… ¿cómo se lo dije? Lo cierto es que tuve sentimientos encontrados en aquella época. Es como 13
cuando sabes que necesitas de alguien pero no terminas de verlo a tu lado. Cuando eres pequeña piensas que el amor es otra cosa, es algo inventado por los adultos para ocultar otro tipo de sentimientos más complejos. Pero lo cierto es que entre Héctor y yo había algo, y ese algo es lo que aún hoy no he sabido definir. –¿Sales a la calle? –me dijo un día Héctor con signos evidentes de haber llorado no mucho antes. –Sí… Supongo. Íbamos como casi siempre al parque del final de la calle, pero ese día estaba desierto, y sólo eran las 9 menos 10 de la noche de un julio cualquiera. Ya habíamos hecho la comunión, y quizá nos creíamos que habíamos roto algún cerco que había rodeado esa etapa que te separa de la niñez. No lo sé, lo cierto es que cambiábamos tan deprisa que una no podía asimilarlo. Es como sorprenderte a ti misma a cada semana. –Mis padres… –me dijo con la cabeza gacha y casi en un susurro–, mis padres se separan. –¿¡Qué!? –Me lo ha dicho mi madre y no le ha dado tanta importancia, pero sé que ha estado llorando toda la noche. A mí no me puede engañar. –Lo siento... –no sabía qué decir en ese momento, de modo que dije lo que se suponía debía decir, ¿acaso no me lo había contado para eso? –Gracias. No puedo… –entonces pareció derrumbarse. Sé que se había aguantado lo máximo, que luchaba duramente en su interior, pero finalmente cayó. Se deshizo ese nudo que le ahogaba liberándolo en un llanto pomposo e infantil–. ¡Mi padre es un cabrón! –gritaba entre lloros, pero también tenía mucha rabia que debía salir. Reconozco que me contagió–. Me prometió cosas, muchas cosas que ahora no puede… ¡Lo odio! si él no me quiere ahora, yo nunca lo querré.
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Sin ser plenamente consciente yo también estaba llorando, me parecía el niño más triste del mundo, la injusticia más grande. Si me ponía en su pellejo, si mis padres se separasen…, creo que no lo soportaría. Es como cuando creas un mundo mágico en tu hogar y crees que es para siempre, que nada puede destruirlo. Para un niño de 10 años aquello no tenía sentido, sólo era el mal, un fin del mundo catastrófico. Esa noche nos unió más que todas las risas anteriores, todas las bromas, todos los chismes del barrio, o todos aquellos hobbys que podíamos compartir. No había nadie más, no tenía a nadie con quien compartir su dolor, salvo con migo. A partir de aquella noche Héctor no se metió más con mi pelo, ni hizo bromas con las que me sacaba una sonrisa, ni me robó mis cintas del pelo para después hacerme correr tras ellas. Esa noche me pareció el niño más vulnerable del mundo, y sentí que yo no podía verlo de la misma forma. Efectivamente sus padres se separaron. No se escucharon gritos, ni más lloros en su casa, pero el silencio a veces puede ser más denso y pesado que cualquier grito. Una familia tiene un cupo limitado de sufrimiento, y creo que la suya ya lo había superado; un hermano de 19 años que se mataba en un accidente, y dos años después sus padres se separaban tras 25 años juntos. Difícil de asimilar. Me pareció que, sin dejar de ser el mismo Héctor que siempre he conocido y reconocido, sí es cierto que pareció hacerse mayor un pelín más rápido que cualquier otro chico de su edad. Lo podías ver dibujando un paisaje, un comic de superhéroes que ridiculizaba para reírse él solo de cosas que nadie podía entender, o hacer retratos. A mí me hizo varios, y muy buenos, pero aunque me regalara algunos yo sólo guardé ese primero como oro en paño, no porque fuera el mejor, de hecho no lo era, sino porque me pareció el más puro, el más natural.
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–Gracias –me dijo un día. –¿Por qué? –Por no decirle a nadie lo de aquella noche. Todos pensarían que soy un marica. –Héctor, no seas tonto, nadie pensaría eso. –Sí, sí que lo harían, tú no conoces a Nacho, o a Sergio. Ellos no lo entenderían. Tampoco Vanesa, no le habrás dicho nada, ¿verdad? Yo quise que me tragara la tierra en ese preciso momento. ¿Por qué siempre tenía que llegar un segundo tarde? Se lo había dicho esa misma mañana, cuando ya pensaba que poco importaría, y quizá para mantener algún tipo de conversación cuando ya se agotan las ideas. Por supuesto el silencio me delató. –¡Joder, tía! –Vanesa es mi mejor amiga, y sabes que ella no… –También es Sergio mi mejor amigo y no le he dicho nada. No se te puede contar nada. Pensé que…, que eras especial. Después se retiró de mí y me dejó con la palabra en la boca. Si me hubiera pegado un puntapié, o me hubiese cogido del pelo, no me hubiese hecho tanto daño. No era justo, no, pero al mismo tiempo yo tampoco había cumplido mi palabra. ¿O acaso me pensaba que Vanesa no entraba en esa promesa? Nadie es nadie, a ver cuando me voy a dar cuenta. El enfado le duró una semana, una semana que se me hizo eterna, después nuestras miradas se volvieron a encontrar en la feria, en esos autos de choque. Él me invitó a subir con él, pensé que no lo haría, y creo que también miró por si había otra alternativa, y sí…, la había. Aun así me eligió a mí. Durante los dos minutos que dura el paseo no abrió la boca, y después al bajar me ayudó a salir. Algún chico me empujó antes de llegar a la zona segura, y él le insultó. Nada más, ¡y nada menos! 16
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TOM HENNLEY Julio, 2016 Su y el portal inexistente Primera parte de la trilogĂa de Su
La historia de un amor interrumpido, un amor encontrado, y un amor imposible. Alia y HĂŠctor, tan hechos el uno para el otro, como irreconciliables Una novela que no dejarĂĄ indiferente a nadie por su originalidad y frescura
ISBN: 978-84-945872-1-4
EDITORIAL HENNLEY 20