Retrospectiva del barrio abajo

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BARRIO ABAJO 0dimar Varela B. Poeta

Barrio Abajo, barrio de obreros... mundo de sedientos ¡universo de casas con sutiles remiendos! Esquinas con conciencia de pueblo andenes con legales pensamientos tu barrio, que no es tuyo, es de héroes que se van gastando, titanes que no parecen muertos. que no pierden méritos.




En la Retrospectiva del Histórico Barrio Abajo apreciaran una presentación selecta de fotografías de los VIII Rallys Fotográficos organizado por la Fundación Artística Casa de Hierro.



La Fundaci贸n Casa de Hierro, es la responsable de la organizaci贸n de la actividad de los Rallys Fotogr谩ficos.



El Rally Fotogrรกfico: Es una convocatoria de fotรณgrafos que durante un domingo visitan las calles del Barrio Abajo para captar imรกgenes referentes a su arquitectura, a su gente, y a su vida cotidiana.






LA CIUDAD BAJO LA MIRADA DEL BARRIO ABAJO Por Fadir Delgado Acosta

Cuando una ciudad borra su tiempo se convierte en un cuerpo hueco sin sombra y sin carne. A Barranquilla le están anulando su rostro. Muchas de sus calles se retuercen de dolor al ver su sangre caer entre el humo de los escombros. El Barrio Abajo es uno de esos lugares que se queja, que se encrespa de tristeza y aúlla por dentro cada vez que su piel le es arrancada. Pero el arte, se ha abierto como una posibilidad de retener su rostro; de evidenciar lo que perdemos y lo que destruimos. Así lo entendió la Fundación Casa de Hierro cuando decidió contarlo y visibilizarlo a partir del lenguaje visual (fotografía, video y pintura).


Con cada casa que se hace polvo en el Barrio Abajo, se destruyen cotidianidades y formas de estar que configuran y representan el espíritu de la ciudad. No son sólo casas viejas, para quienes se han dejado tocar por el espíritu de este espacio urbano, y ven cómo las madrugadas cae junto con todos sus mitos sobre él, saben que esas casas son más que paredes; arcos republicanos; puertas angostas y altas. Son dioses dormidos que se agrietan en silencio, que van perdiendo su Olimpo, que ya no se alimentan de ambrosía sino de tierra y de olvido. Esos dioses cansados se resisten a no cerrar sus ojos, pero de súbito viene alguien y los arranca para dejarlos poco a poco ciegos entre los escombros que caen y se levantan en una tempestad de pájaros muertos que borran a su paso toda la gente y sus rastros.


Los rally fotográficos realizados por Casa de Hierro, reúnen parte del espíritu de la ciudad que el arte ha querido salvar del ostracismo. Son una posibilidad de escuchar a Barranquilla; de escuchar lo que sobrevive de ella y lo que ha muerto. Verán a partir del Barrio Abajo, las grietas del pasado de una ciudad que insiste en arrancarse su propio tiempo. Verán sus casas, sus calles y gente, abriéndose en medio del día como un llanto o un gran templo de contrastes de luz, formas y movimientos.

En este caso, la fotografía nos permite ver a los ojos la finitud de nuestra memoria urbana. Porque quizás, parafraseando a Octavio Paz, el arte no nos salva de la muerte pero nos las hace verla a la cara.











EL ARTE EN SU AFÁN DE INMORTALIZAR LOS DETALLES Por: John William Archbold

El pintor ruso Wasily Kandisky, defendía la importancia del arte abstracto ante los teóricos de la época resaltando la labor del detalle; por eso afirmó en una ocasión que el objetivo del arte es dignificar los pormenores de las formas, lograr que los ojos de los espectadores se claven en una superficie que antes no hubieran acariciado, y que la abstracción por su parte, busca filosofar sobre esos detalles, trascenderlos, liberarlos de la objetividad. En ese sentido, el arte sólo consigue ser tal cuando se despoja de su principio imitador, y parte de la naturaleza para mimetizarla, para darle su propia forma, bajo reglas que le pertenezcan. En ese orden de ideas, no sería descabellado pensar que la fotografía es un tipo de abstracción que captura los detalles que considera interesantes, para configurarlos bajo un juego de luz y sombras poderosas, que son capaces de luchar con sus propios contornos, con relojes y almanaques que se desojan mientras aquel segmento de la realidad permanece inamovible.



Nunca estuve presente en alguno de los rallys fotográficos en los que hoy nos fijamos, y a decir verdad, podría contar con una mano las veces que he estado en el Barrio Abajo; me gusta que así sea, de ese modo puedo recordar cada ocasión y cada detalle sin que intervenga el hálito de la costumbre, sin que se pierda esa inexplicable sensación de novedad, y maravillarme por tener tan cerca, algo tan lejano de todo lo que dice rodearle. Tampoco tuve que participar directamente en los ellos para ser víctima de sus efectos, para ser capaz de poner a prueba la distancia, y legitimar mediante ella la experiencia interior que debe conjugarnos la belleza, la sorpresa, o el desconcierto. Tal vez sea esa distancia la mejor forma de relacionarnos con el arte, teniendo en cuenta nuestra módica capacidad de disfrute, de interpretar bajo nuestro arbitrario sentido de la percepción. Sabemos que el tiempo pasa, y que en su estampida sólo deja las huellas de su prisa; sin embargo, Daguerre y sus discípulos nos brindaron una opción. No de conservar aquello que admiramos en algún momento, lo cual es imposible, sino de reconfigurar las formas, encerrando el espíritu de la materia dentro de materia misma.


Y de eso debe tratarse la magia, y esa debe ser una treta del poder. Invocar un trozo de espíritu en una efímera pieza, conferir solemnidad a lo que nació en medio de la insignificancia. Demostrarnos con hechos que todo puede mejorar con una ligera dosis de la esencia de nuestra cultura, con un vestigio que nos remita a la historia, incluso con aquello que sobra de nosotros mismos. Eso hicieron los rallys en el barrio consentido de algunos, en el olvidado por tantos, en el trascendental para todos los que caímos en esta ciudad, experta en darle la espalda a su historia, en repudiar el río que la concibió, en derrumbar las paredes que la cobijaron, y crecer en direcciones que nunca se ha propuesto, y que probablemente algún día también llegue a repudiar.


El arte es la única forma de validar la vida, porque es un desafío al tiempo, y la fotografía consigue esa afrenta valiéndose de sus alcances inciertos, secuestrando detalles para alinearlos bajo la voluntad caprichosa del artista, que se atreve a recortar una escena para darle la vida que se le antoje, una vida que se encuentra sujeta a la realidad, pero que no tiene la obligación de obedecerle, que no está subyugada a los factores que la contaminan. Si aceptamos ese pensamiento, este proyecto cumplió su objetivo, regalándole a este preciado escenario el más inocuo, y a la vez peligroso de los obsequios: garantizó su inmortalidad, sus efectos eternos. Una fotografía tiene el poder de deleitarnos con el pasado, o atormentarnos con aquello que ya no existe, una fotografía es la garantía de un gran recuerdo, o un reclamo mudo que nos pregunta por aquello que no supimos conservar.
























































































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