El camino de la muerte Lo último que vi fue su cuerpo muy delgado, tirado en una cama del hospital, sin poder abrir sus ojos, solo respiraba lentamente, dejando atrás todo lo pasado. Ya nada tenía sentido, en menos de una semana la vida había dado su mayor vuelco, y lo había llevado a su último encuentro, con la muerte. Atrás quedaban todo lo dicho y lo no dicho, los que amo y los que odio, sus sueños y pasiones, todo en un momento fue borrado violentamente de su existencia, ¿Qué quedaba? ¿Quedaba aun algo en él? Después de que todo lo que él confió le fue arrebatado, sin tener derecho a protestar, sin poder llevar argumento alguno, todo fue barrido de su vida en cuestión de horas. El sonido lejano de voces familiares llegaba a sus sentidos. ¿Dónde están? Pero ahora solo pensaba en él, en lo que él era, buscaba desesperado intentando encontrarse en algún argumento, en algún acto de bondad que lo identificara, algo a que agarrarse, antes de llegar al inevitable abismo que veía venia hacia él cada vez más rápido. Buscó entre palabras, entre momentos de valor, acciones de bondad, palabras de sabiduría aprendida, busco aun entre sus hijos, en su esposa, en sus amigos, busco y busco, cada vez más desesperado, pero nada le daba el soporte, la tranquilidad de enfrentarse a la muerte y verla cara a cara. Una terrible oscuridad se empezó a apoderar de él, y el frio de la muerte lo abrazo. Nada tengo, nada hice que tuviera valor. Todo ha quedado en nada y se ha esfumado, como el humo se desvanece ante el aire, y se va para nunca más ser encontrado, así ha quedado todo lo que hice. Mi vida pasó, como pasa un pensamiento sin valor, como una sombra que después nadie sabe que existió. Donde quedaron mis risas, esos momentos de alegría donde creía alcanzar la felicidad, donde creí ser libre y feliz, y llegue a ver en menos a otros. ¿Dónde estabas alegría, donde te escondiste, cual era tu disfraz? Creí tocarte, creí tenerte, cuando en las tertulias nos reíamos de la vida, y entre amigos cantábamos coros de victoria.
¿Dónde quedó el amor, el amor que creí sentir en tantos momentos de pasión? Lleve mi pasión a muchas mujeres, y nos amamos hasta el amanecer. ¿Dónde está esa pasión que creí dar a mi mujer, a la que ame, llegando aun al dolor? ¿O es que acaso nunca conocí el amor? Y si nunca ame, mejor hubiera sido pasar sin meditar, y nunca saber que solo fui una falacia, un engaño de su propia imaginación, engañado por mis pasiones. Deje mi vida en momentos de la carne, sensaciones del momento, que se van y engañan a su poseedor.
Y este dolor, que inunda mi alma, que me hace temblar ante la eternidad. Mejor nunca haber sido, mejor hubiera sido nunca haber visto lo que ahora veo. Que será de mí, desnudo y tembloroso, soló, y perdido en el mar de la oscuridad. Si pudiera hablar, a mi esposa a mis hijos, a mis amigos, mostrarles lo que ahora veo, si mi cuerpo respondiera una vez más, pero ya la puerta esta por cerrarse, y ellos ya no ven con ellos. Pero algo llega a mí, cada vez con más fuerza. Recuerdo que mi hija me hablo de un Salvador, de alguien llamado Jesús, que era el hijo de Dios. Si… “Todo el que en él crea tiene vida eterna”, si eso me dijo esa vez. Pero yo, aquí, al borde de la muerte, ¿acaso podría ahora recibir a ese Salvador? ¿Me recibiría él a mí, si me acerco a él más para escaparme de la gran oscuridad que veo viene? ¿Será que aquel Jesús, aun podría recibirme a mí? Que he dejado mi vida entre mentiras y engaños. ¿Será que aquel hombre llamado Jesús podría recibirme a mí, que estoy a las puertas del infierno, y en el último de los instantes entiendo mi locura? ¿Cómo hablarle, donde encontrar a ese Señor, a Jesús, del que me hablo mi hija? Quizás ya es tarde, y aun esta última oportunidad la perdí. Mientras su respiración se hacía cada vez más pesada, todos a su alrededor sabían que estaba en sus últimos momentos, y del interior de la hija brotó un cantico de alabanza a Dios.
Este canto se empezó a escuchar en sus labios y salía con júbilo y agradecimiento, mientras tocaba la cabeza de su padre, que sabía estaba en sus últimos instantes. Mientras el desesperado, en la oscuridad casi absoluta, empezó a escuchar un canto que parecía venir de todas partes, una suave voz que le hacia recordar a su hija: “A todo el que en él cree les dio poder de ser hijos de Dios, todo el que invoque su nombre será salvo.” Y sin pensarlo empezó el mismo a cantar el canto. Hasta que de su interior un poderoso grito rompió el firmamento de su muerte. “Sálvame Jesús, sálvame…” “sálvame y perdóname, sí aun al borde de la muerte puedo recibir tu misericordia, escúchame y sálvame.” Lo último que vio fue la luz que lo envolvió, mientras todo su ser era envuelto en un mar de amor que llevo su ser a un estado de éxtasis y felicidad como nunca jamás lo había sentido. Y en la habitación del hospital, una sonrisa se dibujó en su rostro, justo antes de dar su último suspiro. Gracias, gracias decía la hija, envuelta en llanto de agradecimiento, porque sabía que ahora su papá Estaba con Dios. Henry Padilla Londoño