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uando Jorge Pérez Flores era congresista y buscó apoyo para la aprobación de su proyecto de ley para tratar el cáncer en menores, en aquella reunión descentralizada en Trujillo, que tuvo un ‘singular respaldo’ de padres de familia que no eran otros que los trabajadores del despacho congresal del parlamentario. Ese hecho fue, en realidad, una clarinada de alerta para definir el perfil de Pérez Flores, que luego se confir- maría con el show que montó en el ‘hospital temporal’ de La victoria, llevando a un paciente con 83% de saturación, exigiendo que sea atendido, cuando todos, absolutamente todos, sabían que esa sede era una estancia de rehabilitación y no de tratamiento. El paciente murió.

Tras su salida del Congreso y su acomodo como funcionario de EsSalud, fue uno de los visitantes a la tristemente célebre ‘casa de Sarratea’, desde donde se orquestó un sinnúmero de irregularidades y actos ilegales a costa del Estado, lo que se viene investigando y que, en algún momento, llegará a tocar la puerta del hoy gobernador regional de Lambayeque.

Pérez Flores tiene un alto sentido histriónico en su comportamiento. No ha sabido hacer el ‘tránsito político’ entre su situación de candidato y su condición de autoridad electa. Todas sus acciones tienen un componente teatral en la expresión y en la exposición,