No importa si Brasil se desempeña mejor en la cancha, no importa si arrasan con los demás equipos de fútbol, no importa ni siquiera si se ganan la copa del mundo, Brasil ya perdió el mundial. Incluso Fuleco, la mascota oficial, coincidencialmente o no, es una confirmación más de que Brasil ya lo perdió todo en este juego. Hay un aire de incertidumbre en la atmósfera brasilera, el país entero huele a discordia, son muchas las manifestaciones que ha habido desde que Brasil anunció ser la sede de este mundial, y dado que la respuesta general del estado, ha estado siempre lejos de cualquier conciliación, y en cambio ha ofrecido la total represión, la indignación provocada ha causado que cada vez se multipliquen la cantidad de manifestantes en cada protesta y se unifiquen bajo la máxima “Não vai ter copa”(No van a tener Copa). A menos de una semana de comenzar la copa del mundo, el gigante suramericano vive un momento de tensión política y malestar social que sugiere, desde mucho ángulos, que va a ser uno de los mundiales más recordados de la historia, no por lo que pase dentro de los estadios, sino por lo que sucederá simultáneamente, fuera de ellos. Tal vez la copa no sea lo que los turistas esperen y esto puede ser un gran revés en la imagen de marca país en la que ha invertido tanto Brasil en los últimos años. El 2013 fue un año agitado para Brasil, las protestas no se hicieron esperar y fueron noticia en todos los rincones del globo. De las razones por las cuales las personas se manifestaban, poco se habló, pero esto no me sorprende, ya que en mi país, cada vez que hay un movimiento social de protesta, no se hablan de las razones ni de las causas, sino apenas de las meras consecuencias y los vanos resultados que esto deja, los carros quemados, los vidrios rotos y los “terroristas” detenidos. Imagino que esta es la tendencia internacional, y que de hecho, ha sido poco lo que se ha mostrado afuera acerca de las manifestaciones de las últimas semanas aquí en las principales ciudades del país, tanto en Brasilia, como en São Paulo, y Rio de Janeiro, ya que todos los medios de comunicación funcionan básicamente igual, y esta gran nación no es la excepción. El cubrimiento mediático tradicional aquí fue el mismo, los medios alternativos son pocos, aunque contundentes, y se impulsan a través de las redes sociales; aún así, los gigantes de los medios como la Red Globo, aún tienen más impacto social que los medios independientes. A pesar de todo, la desazón general es algo que ni los medios más grandes pueden ocultar, el estado trató de ignorar lo inevitable, hasta que se le salió casi completamente de las manos, aunque por poco logró encadenar por fin a la bestia, amarrándola con los finos hilos de una débil
negociación temporaria, apaciguando levemente la atmósfera de inconformismo pero siguiendo el mismo camino, fingiendo que nada de lo ocurrido realmente sucedió. Dando largadas a lo impostergable y sin querer, atizando el fuego de una fuerza incontenible. La verdad es que la gente aquí tiene muchos motivos por los cuales estar inconforme, la excesiva inflación, la descarada corrupción, la falta de educación, el excesivo peso del brazo armado del gobierno sobre los marginados, el deplorable servicio de salud, la deficiencia de doctores e implementos de salud en los hospitales, el desmesurado abismo que hay entre los ricos y los pobres, la expropiación de las casas de las poblaciones vulnerables que tuvieron la mala suerte de vivir cerca a cualquier estadio o zona turística, la falta de atención por parte del gobierno hacia quienes más lo necesitan, y ahora, con la preparación del mundial, la evidente preferencia que tienen los gobernantes de crear la imagen un país con una cara muy linda, para quien vive afuera y viene de visita. Una máscara de perfección que puede funcionar relativamente bien por algún tiempo, pero que es totalmente ficticia e inútil para quien realmente vive y convive dentro, para quien sabe que esa sonrisa forzada esconde un estómago vacío. Como ya lo venía diciendo, la inversión de Brasil en la construcción de marca país, que es evidente tanto en recientes películas para niños, como en las campañas que se veían en los mupis y demás anuncios de publicidad en espacios exteriores a lo largo y ancho de mi ciudad, con el cristo abierto de brazos, invitando a conocer esta colosal nación, además de obviamente ofrecerse como sede, no sólo del mundial de fútbol, sino de los juegos olímpicos de 2016, hace saber que Brasil está apostándolo todo por la inversión extranjera y por posicionarse (como yo creo que bien lo merece) como la primera potencia mundial que saltó del tercer al primer mundo para ser pionero y guía de los demás países suramericanos en el siglo XXI. La apuesta es grande y Brasil se metió con todo lo que tiene, mostró todas sus cartas, y el mundial de fútbol era su comodín, con él esperaba ganarlo todo, pero desde mi punto de vista, Brasil ha perdido en su propio juego de manera
abrumadora. Por un lado ha organizado el mundial más caro en la historia de todos los mundiales, lo cual ha generado un ambiente de inconformidad entre el pueblo brasilero, que es fácilmente perceptible tanto en las redes sociales como en las calles. Este descontento ha sido cultivado poco a poco, desde hace más de una década, por un gobierno que se ha destacado en corrupción y malversación de fondos públicos. Por otro lado, Brasil está siendo catalogado internacionalmente, según estudios recientes, como uno de los países con la peor calidad de educación de nivel básico, incluso debajo de Colombia, lo cual ya es mucho decir. Además de diversos artículos de talla internacional, que resaltan precisamente aquellas falencias, no solo en la organización del magno evento, sino también en la organización (o la falta de ella) de sus millonarios proyectos, algunos de ellos inconclusos y pausados, y otros concluidos a la fuerza, es decir, inaugurados sin siquiera haber sido terminados realmente, lo cual no tiene el menor sentido. El pueblo carioca es mundialmente reconocido por su ánimo festivo y carisma jocoso, además de ser considerado un país con una devoción casi religiosa por el fútbol, sin embargo, hablando con los locales, tanto cariocas como extranjeros que han vivido acá más de una década, se puede reconocer en esta ocasión, que la celebración puede esperar, o incluso puede no tener lugar en absoluto. Quien ha vivido acá lo suficiente para ser testigo de más de un mundial, asegura que en ocasiones anteriores, aunque el mundial haya sido disputado en Asia o Europa, aquí en Brasil, o más específicamente Rio de Janeiro, que es donde estoy escribiendo estas líneas, la fiesta del fútbol comenzaba casi desde que terminaba el carnaval, o se yuxtaponían en un festejo mezclado, las calles se vestían por completo de los colores del país, desde las favelas más pobres hasta los barrios más ricos se unían bajo el lenguaje del fútbol, la expectativa era extática, en cada bar de la ciudad sólo se escuchaba hablar de los jugadores, de las estrategias y de las posibilidades de traer la victoria a casa; y si ganaban la copa, se podía extender la gloria hasta comenzar un nuevo carnaval, en donde los carros alegóricos festejaban al ritmo de la samba, el triunfo mundialista. Este año la situación realmente no tiene precedentes. El mundial ya está encima, en las calles ya no se habla sólo portugués, sino que también se escucha inglés y español por doquier. Los turistas están llegando aquí, la que se supone va a ser la ciudad más visitada de todo el evento, y como buenos turistas,
vienen a disfrutar, están gozando de la playa, la brisa, el mar, están preparados para llegar al estadio y disfrutar del fútbol de primer nivel. Sin embargo, sólo se ve una tímida decoración y algunas banderas, principalmente en hoteles y locales turísticos, además de obviamente la demarcación y señalización oficial del gobierno en la que da la bienvenida a los espectadores. El ambiente festivo es un poco confuso, la gente no sabe si celebrar o llorar, porque es un mundial que sin haber iniciado, ya ha dejado un muy mal sabor de boca en la mayoría de los brasileros. Yo no estoy sacando estas ideas de la nada, pues afortunadamente, parte de la magia de este país, es que la gente habla sin tapujos hasta haciendo la fila del supermercado, los brasileros tienen un corazón tan grande como su país y si cristo tiene los brazos abiertos, es porque recibe con un cálido abrazo a todos los que se aventuren a venir. Siempre que conozco a alguien, ya sea en un taxi, haciendo alguna fila, en la calle o a través de amigos le pregunto, primero que si le gusta el fútbol, cosa que ninguno niega en absoluto (yo nunca había sido testigo de tantas mujeres en las calles vistiendo camisetas de fútbol de sus equipos en un día cualquiera) y justo después pregunto a cada quien, que qué piensa de la copa, a lo cual ninguno, sin excepción, me ha contestado con entusiasmo que espera que la copa comience pronto, o que esperan ganársela indiscutiblemente, de hecho, para mi sorpresa, hay algunos de ellos que me han respondido que a pesar de gustar del fútbol, esperan que Brasil pierda, lo cual me impresionó la primera vez que lo escuché. Hace poco tiempo, aquí en el país salió una noticia, que es un dato curioso pero muy relevante, ya que solo tiene sentido en portugués, en la que se destacaba que la mascota oficial de este evento deportivo, aquel armadillo amarillo que hace referencia al animal en vía de extinción, recibió un nombre muy particular. Fuleco es un nombre muy interesante en el sentido de que, al querer unir dos palabras simples como fútbol y ecología, pasaron a acuñar un término que ya existía, y cuyo significado es tan preciso, que parece haber sido escogido a propósito. Este verbo es exclusivo del portugués Brasilero, idioma oficial de esta copa.
Según el diccionario de la lengua portuguesa, fulecar, es un verbo que gira en torno al mundo de las apuestas. Este verbo se define como: perder en el juego, todo el dinero que se llevaba. Esto fue tan impactante para mis ojos, como fue de inconcebible para mis oídos escuchar a un brasilero querer perder la copa, pero en medio de todo, y desde mi perspectiva, ¡tiene sentido! ya que, así Brasil gane la copa, ya perdió mucho más en materia social durante todo el caos que se ha formado en la preparación de este evento. De hecho, perdería tanto que hasta perdería el fuego de justicia que está ardiendo dentro de los corazones de los brasileros, ya que si se llevan el título de hexacampeones, el gobierno ya tendría una excusa para justificar aquella frase de Joana Havelange, nieta del expresidente de la FIFA y directora del Comité Organizador del Mundial quién descaradamente declaró que “lo que había que robar ya fue robado”. Si Brasil gana el título, se habrán robado hasta las ganas de recuperar todo lo que Brasil ha perdido hasta ahora en este zafarrancho de corrupción y despotismo. De hecho, para mí, la única opción que Brasil tiene de recuperar algo, a pesar de que ya perdió el mundial, y a pesar de que no suene lindo, como suele gustarnos que suene todo, es perder el mundial en una fase bien avanzada, ser eliminado en casa, aún mejor si fuese en Rio de Janeiro, un segundo maracanazo que indigne de sobremanera al país entero de manera tan determinante que resuene en todo el continente, un caos total que reforme esta nación de manera tan profunda, que le dé el temple necesario para sobreponerse de manera definitiva por sobre la corrupción y el abuso que tiene consumido al país, y finalmente pueda conseguir su sueño de ser el líder que llevó a Latinoamérica a crear un nuevo mundo. Tal vez estoy soñando, tal vez sólo perdí mí tiempo escribiendo este texto, tal vez sólo estoy delirando y tal vez, cómo dice Galeano, eso es lo único que nos quede a los latinoamericanos, el derecho al delirio.
Hernán Castellanos Rio de Janeiro Junio de 2014