PATRIMONIO CULTURAL E IDENTIDAD EN CASTILLA LA MANCHA. SIMBOLOS VISUALES EN MOTA DEL CUERVO

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MOTA DEL CUERVO Y SU HISTORIA ACTAS DE LAS I JORNADAS DE HISTORIA LOCAL

Óscar Bascuñán Añover


© Edita: Diputación Provincial de Cuenca. C/Sargal, n º4 - 16002 Cuenca. Dirección Técnica: Sección de Publicaciones - Departamento de Cultura. Diseño portada y maquetación: Elena Sopeña López. ISBN: 978-84-92711-42-0 Depósito Legal:CU-304-2009 Imprime:Imprenta Provincial de la Diputación Provincial de Cuenca. C/ Sargal nº 4, 16002 Cuenca


“Que este pueblo se llama la villa de La Mota elCuervo, y este nombre es muy antiguo, y no saben por razón de qué se llama ansí, ni hay escritura que lo declare; e que no saben que hay tenido otro nombre”. Julián Zarco-Bacas, Relaciones de pueblos del obispado de Cuenca. Hechas por orden de Felipe II, Cuenca, Diputación de Cuenca, 1983, p. 367.

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PATRIMONIO CULTURAL E IDENTIDAD EN CASTILLA-LA MANCHA. SÍMBOLOS VISUALES EN MOTA DEL CUERVO

Javier García Bresó Universidad de Castilla-La Mancha



I Jornadas de historia de Mota del Cuervo

Perspectivas para un análisis de la identidad regional Uno de los fenómenos culturales y sociales de la España actual se centra en las identidades regionales. La preocupación fundamental no es sólo distinguirse de los demás, de los “otros”, sino hacer de la distinción la base de las diferencias regionales. Esto no es malo. Y humanamente es inevitable. Las personas comprendemos y entendemos mejor el mundo que nos rodea, clasificándolo y concentrando o resumiendo el conocimiento en símbolos. Nos resulta más fácil percibir los símbolos que aprender los procesos que están implícitos en ellos. Por ejemplo si vemos un símbolo como la corona real, todos asumimos que es la representación del rey o la monarquía, pero si nos piden que expliquemos -¿Qué es una monarquía?- deberemos esforzarnos más. Así, nos resulta más fácil entender el mundo conociendo sólo los símbolos. Claro está que las personas sabemos también muchas otras cosas de la vida y que no son simbólicas; pero una gran parte de nuestro conocimiento reside en conocer y reconocer los símbolos, que las culturas del mundo han establecido como referentes importantes. A estas alturas de la historia de España no deberíamos hablar de la “cultura española” sino de las “culturas españolas”; hay que reconocer que en España cada región, incluso cada provincia y cada pueblo, ha desarrollado formas y maneras peculiares de entender la vida, de hacer las cosas. En estas “formas o maneras” que son peculiares y singulares se incluyen los elementos de distinción entre las personas, entre los pueblos, entre las provincias, entre las regiones e incluso entre los países. La diferencia es inevitable. El problema surge cuando hacemos de la diferencia un factor de rechazo a los “otros”. Cuando vemos en la diferencia aspectos negativos, a eso se le ha llamado “etnocentrismo” y en grados más radicales “xenofobia” y “racismo”. Si asumimos que todas las personas no somos iguales, que tenemos distinta personalidad, también debemos asumir que todas las culturas tampoco son iguales

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y que tienen distinta personalidad. Y desde luego en España existen grandes diferencias interregionales y todas las regiones pueden ser identificadas a partir de ciertos símbolos que se han establecido como elementos peculiares y característicos de su cultura, de sus maneras distintivas de entender el mundo y de hacer las cosas, elaboradas en el curso de su propia historia, de su propio vivir cotidiano. Sin embargo, por los procesos de la vida hay pueblos, también regiones, que han podido o han difundido sus símbolos de identidad con mayor amplitud, es decir, que son conocidos por más personas. En realidad Castilla-La Mancha ha tenido un embajador excelente en la figura de D. Miguel de Cervantes Saavedra. Desde su libro El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615) expresó y dibujó los fundamentales símbolos que hoy son parte de una región de España. Es cierto que La Mancha es sólo una zona territorial muy amplia de la región, pero sus símbolos son tan fuertes, tan históricos, tan conocidos, que se han constituido por la inercia de los procesos como los más relevantes y significativos de toda Castilla-La Mancha. Por Cervantes La Mancha es conocida en el mundo entero, una zona popular e internacionalmente llamada como la “tierra de Don Quijote”. Y sin embargo no deja de ser paradójico que un personaje “-supuestamente inventado-” sea hoy un símbolo regional, que incluso posee cierto énfasis identificador de carácter nacional. Podríamos alegar el caso de E. Hemingway, el novelista estadounidense de Illinois y de fama internacional que residió en muchos países, entre ellos Cuba por algo más de una década, y al que los cubanos de La Habana consideran no sólo como uno más de ellos sino como un emblema por haber descrito con tanta fuerza en sus novelas “-supuestamente inventadas-” a personajes, la vida y las costumbres de los cubanos de los años 40 y 50. Aunque sea así, con “personajes inventados”, el entorno donde se desarrollan, es decir, los paisajes y las costumbres son reales en ambos novelistas. Desde luego, sin lugar a dudas, en Don Quijote hay mucha más realidad que ficción, incluso en la paranoica personalidad con que Cervantes describe al protagonista, existe una fuerte dosis de conciencia de la realidad: -A fe, Sancho -dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estás tú más cuerdo que yo1.

1. Cervantes, M., El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, capítulo XXV.

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Debemos tener en cuenta que los símbolos se elaboran en el interior de las culturas y que incluso, a veces, también desaparecen dentro de ellas. En Castilla-La Mancha, Don Quijote se ha constituido, y no por capricho, en el símbolo de los símbolos, es un fenómeno histórico y antropológico que nos identifica y en el que deberíamos profundizar más. Don Quijote en la novela de Cervantes nos dibuja un paisaje de símbolos visuales que aún persisten. Los molinos de viento en lo alto de las pequeñas elevaciones que se cruzan ante la visión de los viajeros les permiten tomar conciencia de que se encuentran en una tierra peculiar, en una tierra diferente dentro de España, es una seña visual de la identidad de un pueblo. Y dentro de los grandes pueblos castellanomanchegos no es que todas las casas sean iguales, precisamente ante la desigualdad arquitectónica, alguna que otra vez se encuentran casas pintadas de blanca cal y de azul índigo, el fuerte tinte procedente de la India, colores con los que identificamos las fachadas de las casas tradicionales e históricas. Y es que los símbolos visuales de identidad no tienen porqué ser siempre numerosos y abundantes, a veces sólo con que persistan algunos elementos resulta suficiente para legitimar su función. Si hay muchos se clasifican. Pero desde el punto de vista histórico no es necesario que la región esté llena de recintos arquitectónicos como las llamadas “ventas”, con sólo la existencia de una venta conservada con su perfil histórico y documental puede y es un símbolo visual suficiente como exponente identificador. Muchos y variados elementos como los relacionados con la comida, la bebida y las fiestas populares podrían seguir siendo analizados como catalizadores de la identidad castellano-manchega. De cualquier manera los símbolos visuales siempre son más fáciles de detectar que los símbolos intelectuales, aquellas configuraciones mentales que sólo se conservan en la memoria de las gentes que integran el grupo. A veces podemos reconocer la procedencia de las personas “por la cara”, o cuando menos reconocemos a los que pertenecen a nuestro grupo. Hay ciertas facciones de los rostros que siempre nos resultan familiares. Estas identificaciones no son del todo intelectuales, también pertenecen al ámbito visual. Sin embargo características de la conducta como la “austeridad castellana” tienen más incidencia en la actitud de las personas que en los aspectos visuales. Las actitudes no son fáciles de analizar y quizás menos de presentarlas como identificadoras de una cultura, porque, además, las podemos encontrar repetidas en otras personas. Pero, quizás, una característica bastante regional sea el apego a la localidad. La identidad local, el haber nacido en un pueblo o ciudad 27


nos remite a una pertenencia de grupo muy fuerte para los castellano-manchegos, con mayor consistencia, tal vez, que la pertenencia a una región. Y es que en casi todos los pueblos y ciudades de Castilla-La Mancha hay mucha historia recordada, y mucha historia escrita y mucha tradición conservada. Entidades con demasiada fuerza y que saturan o satisfacen el sentimiento de adscripción de las personas. De todos modos, es posible hoy y a partir de la existencia de nuestra región, empezar a conocernos mejor, quizás nos sorprendamos. Para entender mejor esta idea se puede encontrar apoyo en la teoría de la percepción de Rudolf Arnheim2, que en esencia sostiene que en la cognición, es decir, para conocer las cosas del mundo no se puede separar la percepción y el pensamiento. Quiero entender desde esta teoría que si la percepción visual es pensamiento visual y ello produce conocimiento, contemplar el mundo que nos rodea bajo un énfasis selectivo ha de producir un conocimiento específico en las personas. Y además si pedimos que se nos señalen aquellas representaciones locales, expresamente, visuales que motivan el orgullo para los que son del pueblo, se indicará un conocimiento separado del resto y que al mismo tiempo nos dará la base fundamental desde la que las personas se identifican, en la perspectiva de su identidad local. Y este tipo de conocimiento puede refortalecer el sentimiento de pertenencia al lugar. Y por esta razón esas representaciones se constituyen o pueden constituirse en símbolos de esa identidad en un ejercicio de reciprocidades. En este sentido entiendo que un símbolo es una síntesis de conocimiento para las personas que lo utilizan, un concentrado que no necesita demasiadas explicaciones. Y que han surgido del discurso consensuado y particular de cada cultura. Pienso que utilizar el orgullo como variable principal para investigar la identidad de los pueblos no sólo nos permite profundizar en la conciencia compleja de las personas sino también empirizar una parte invisible de nuestra cultura desde esas representaciones visuales que funcionan como indicadores cuantificables y medibles. Introducción Este estudio realizado no es meramente histórico, aunque no rechaza la historia, ni geográfico, aunque tiene muy en cuenta el medio ambiente, ni económico,

2. Arnheim, R., El pensamiento visual, Buenos Aires, EUDEBA, 1986.

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ni artístico, ni turístico, ni arquitectónico, pero no se rechazan ninguno de estos enfoques en virtud del carácter holístico de la Antropología. ¿Debe considerarse que este proyecto y el estudio realizado no es del todo completo? No lo pienso así. Es más bien y en sentido metafórico una puerta que se ha abierto para entender y profundizar en la lógica de los comportamientos humanos de nuestra región bajo el enfoque antropológico. La búsqueda de los denominadores comunes entre nuestros pueblos es una pista para iniciar estudios más profundos, que nos ayuden a conocer las cadenas de correlaciones entre la conducta y el pensamiento de los castellano-manchegos. Uno de los motivos por los que comencé esta investigación es precisamente porque al viajar de una provincia a otra siempre observaba en algún y otro sitio, algún que otro molino o alguna que otra escultura de Don Quijote, generalmente siluetas de hierro en negro. Me llamó la atención precisamente no por vivir en la región, ya que al estar familiarizado con esos símbolos pueden pasar desapercibidos, sino por situarme en la posición de un turista que viaja por España, simplemente observando. El inicio u origen de la idea partió del interrogante: ¿Existen elementos, objetos o paisajes en España que puedan establecer o indicar al viajero que ha pasado de un lugar a otro, o que le indiquen en la región o territorio donde se encuentra? (y no me refiero a las placas o señales de tráfico)- Inapelablemente en Castilla-La Mancha esta pregunta estaba contestada de antemano. Precisamente y en este caso fue la respuesta quien había provocado la pregunta, luego la hipótesis estaba ya demostrada. Esta región puede ser atravesada por muchas carreteras de norte a sur, de este a oeste o viceversa y será muy difícil que no encontremos indicadores o referentes simbólicos que nos clarifiquen el lugar donde estamos. Sobre todo por las grandes llanuras de La Mancha cubiertas de interminables viñas. Cuando se supone que en la época estival todo el campo estará seco, aparecen las verdes parras de alineamientos perfectos, a veces combinadas con los olivos. Todo un impacto para el viajero que verá los apretados y gruesos racimos de uvas desde la carretera. Los que hemos vendimiado sabemos que en las parras próximas a las carreteras pocas veces quedan uvas. Pero la parra es un producto que se extiende por casi toda España, no es exclusiva de una zona concreta. Sin embargo ese “mar verde” que podemos ver en algunas partes de nuestra región no es frecuente en otros lugares 29


y sí puede ser una característica del paisaje castellano-manchego. Pienso que mucha gente de “afuera” es capaz de identificar el lugar donde se encuentra al contemplar las grandes extensiones de parras.

Viña, término de Tomelloso, Ciuadad Real. Foto Javier García Bresó, 1999.

Entonces, desde una posición más concreta, en el proyecto se planteó un interrogante fundamental, en referencia al problema ya establecido: ¿Cómo se da cuenta o percibe un viajero, un turista o una persona que va de un territorio geográfico a otro, que ha cambiado de lugar? Sin duda alguna, debían existir algunos referentes visuales, incluso no sólo artificiales sino también naturales, que hiciesen a las personas tener consciencia del lugar donde están o por dónde pasan. Y esos referentes en las sociedades complejas son y han sido difundidos a lo largo de la historia, se conocen o pueden conocerse por quienes estén interesados en ello, y a veces se conocen sin tener ningún interés. No resulta muy difícil conocer esos referentes simbólicos de pueblos que están en contacto permanente. Con este interrogante se tuvo en cuenta que la identidad no sólo depende de “unos” sino también de los “otros”, es decir, de los referentes con que “otros” nos identifican. Pero también era necesario buscar los referentes singulares. Quizás esos referentes a los que no tiene acceso directo el viajero. Esos referentes que hacen que 30


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las personas nos sintamos orgullosos de ser de nuestros pueblos. Este tipo de referentes son variadísimos por lo que se eligieron los visuales permanentes, haciendo hincapié sobre todo en las esculturas-homenajes. Como ejemplo de estas esculturashomenajes llama la atención la de Camuñas sobre Francisco Sánchez Fernández “Francisquete”, héroe de la Guerra de la Independencia y causante de la frase tradicional y conocidísima: “¡Que viene el tío Camuñas!”. En Castilla-La Mancha destacan por encima de todos los símbolos El Molino de Viento, que precisamente no es exclusivo de La Mancha, y también las siluetas en negro de Don Quijote y a veces también de Sancho Panza. Pero además, la ubicación de estos referentes sincronizan y se integran en una organización espacial que enriquece la dimensión estética de los pueblos y paisajes. Las agrupaciones de molinos en Consuegra, Campo de Criptana y Mota del Cuervo otorgan espectacularidad al paisaje y a la estética de estos pueblos, porque sin los molinos todo sería “corriente”.

Molinos de Consuegra, Toledo.Foto: Javier García Bresó. 1999.

Molinos de Mota del Cuervo, Cuenca. Foto: Javier García Bresó.1999.

Molinos de Campo de Criptana, Ciudad Real. Foto: Javier García Bresó. 1999.

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Esta geografía que nos facilita el conocimiento a partir de la percepción de imágenes contiene otros elementos identificadores de la región. El molino es todo un descubrimiento tecnológico para las épocas de la humanidad en las que no se conocía el uso de los combustibles fósiles ni el de la energía eléctrica. Una tecnología que se difundió por toda Europa, readaptando sus formas externas a los países y culturas de esos países que los utilizaron. En toda España hubo muchísimos molinos de viento3, pero en tan solo una zona han llegado a sobrevivir ante el paso del tiempo ¿Porqué? Contestar a este interrogante significa clarificar y justificar la existencia de los molinos de viento en la región. Pero para entender mejor la respuesta quizás nos debamos plantear también ¿Porqué no han sobrevivido en las otras zonas de España? Es posible que exista alguno aún, pero son poco conocidos o no son tan famosos como lo de nuestra región. Tengamos en cuenta que el molino es un producto tecnológico y que ha perdido vigencia como tal, después de algunos siglos de uso y aprovechamiento. Esto es debido a que han aparecido nuevos productos que le superan en eficacia funcional. Por ello han ido desapareciendo del paisaje, de esas lomas o pequeñas elevaciones donde normalmente se instalaban para aprovechar mejor los “doce” vientos. Todos sabemos que la permanencia de estos molinos en la región se debe a la genialidad de Cervantes, por haber escrito una magnífica novela de “anticaballerías”. Si esta novela hubiera sido un fracaso literario ¿Existirían aún los molinos de viento? Un supuesto que sólo intenta realzar más la causa de que todavía haya molinos. El éxito de Cervantes y el que en su novela el molino de La Mancha sea tratado como un personaje más, le ha dado la fuerza y el significado a uno de los más fuertes símbolos de la región. Al paso de la región, el viajero ha de ver algún molino que le indicará en qué zona de España se encuentra; es decir, identificará el lugar. Estos molinos constituyen un exponente importante para la vida de estos pueblos.A partir de ellos se ha generado una serie de actividades que afectan a las personas como la “Molienda de la Paz” en Consuegra o la sociedad de “Amigos de los Molinos” de Mota del Cuervo, aparte del movimiento turístico que provocan y que se debería atender mejor o cuando menos pensar en las expectativas del visitante, no sólo por objetivos económicos sino para ilustrar más sobre los objetos que se ven. 3. Sánchez Molledo, José María, “Molinos de viento en España. Evolución histórica y localización actual”, Actas: IV Jornadas de Etnología de Castilla-La Mancha, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1987, pp. 199-212.

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El molino, querámoslo o no, es un símbolo de identificación en la región. A partir de él se genera un fenómeno social que es el reclamo de lo genuino, de lo típico, de lo propio de la tierra. Bajo esa referencia resulta muy frecuente encontrarse por las carreteras ese reclamo para el viajero. Sobre todo en forma de restaurantes u hoteles. Es una manera de vender identidad y al mismo tiempo de participar en esa identidad. En estos casos son las formas las que nos contextualizan la realidad. Para los efectos daría igual comer en un sitio o en otro. Pero no, las personas buscamos también esos reclamos. Es algo así como en el sentido metafórico de la frase “no es lo mismo ver bailar que bailar”, ser espectador o participar en la acción. Y la acción es también una manera de obtener conocimiento, siempre se ha dicho lo importante que es “aprender experimentando”. Pues bien, la identidad se puede experimentar y para ello el contexto juega un papel importantísimo, es la manera a través de la cual las personas podemos asumir o tener consciencia de dónde estamos. Hay que considerar que la asunción, o sea para asumir la realidad que vivimos, la vía más accesible son esas formas contextualizadoras, las que hacen creíble ser conscientes del lugar donde nos encontramos. Por tanto comer en un restaurante en forma de molino nos hace asumir que estamos experimentando esa identidad. Y desde luego ha de ser rentable para las iniciativas privadas porque proliferan esos lugares por casi todas las carreteras de la región. Por tanto esa sería una manera de “vivir la región” a través de sus símbolos y no digo “vivir en la región”. La diferenciación que quiero establecer puede asociarse a la idea de ser protagonista o ser espectador. Por tanto “vivir la región” sería algo así como una integración de sentimientos y sintiéndose así dentro del grupo como protagonista con todos, mientras que “vivir en la región” se refiera más a la ocupación de un espacio físico. La diferenciación no pretende llevar a un discurso filosófico sino sencillamente a poder considerar el proceso de la asimiliación de una identidad regional.

La Mancha: Inicio de la investigación La región cuenta con unos 911 municipios4 distribuidos en cinco provincias. Pero las provincias constituyen demarcaciones administrativas. Otro tipo de clasificación son las comarcas, que están más vinculadas a un modelo geográfico concreto 4. González, C., “Castilla-La Mancha”, en Fernández Montes, M. (coord.), Etnología de las Comunidades Autónomas, Madrid, Ediciones Doce Calles-Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1996, p. 230

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y sobre todo a una mayor comunicación entre los pueblos que las integran. El Valle del Tiétar, La Jara, La Sagra, “Los Montes” de Toledo, La Mesa de Ocaña, La Alcarria, Tierra de Ayllón, Alto Tajo, “La Sierra” de Cuenca, La Manchuela, Campo de San Juan -“La Mancha”-, Campo de Calatrava, Campo de Montiel, Valle de Alcudia, Sierra de Alcaraz, Sierra del Segura y otras zonas de menor extensión son las comarcas que comprenden las cinco provincias. El problema es que las comarcas trascienden a los límites administrativos provinciales y algunas también a los límites regionales. La mayor de todas es La Mancha, cuyo núcleo correspondería al Campo de San Juan, una denominación más administrativa que geográfica, por ser el territorio que dominó la Orden de San Juan. La gran llanura de la Submeseta Sur de España, un gran espacio de terreno, ha favorecido que muchos pueblos separados administrativamente y adjudicados por los procesos históricos a cuatro provincias mantengan muchas semejanzas. La fácil comunicación entre ellos ha favorecido ciertas expresiones de lo que podríamos llamar una regularidad o familiaridad de rasgos culturales. Así sucede con otras comarcas donde los límites geográficos no se corresponden con los administrativos. Y por tanto pueden existir familiaridades culturales entre pueblos de distintas provincias y entre pueblos de distintas regiones. La diversidad cultural se acentúa cuando puede haber pueblos que no se sientan manchegos, y otros ni castellanos y otros... ni se sabe. La idea inicial del proyecto era abarcar a las cinco provincias. En la medida de lo posible se visitarían todos los pueblos de la región. La cantidad económica final que se adjudicó al proyecto hizo inviable tal alcance. Por lo que la muestra tuvo que reducirse exclusivamente a La Mancha. Así el proyecto tomó una línea más específica al añadírsele “en la Ruta del Quijote”, es decir, el proyecto fue aprobado con el título “Símbolos de identidad y pertenencia regional en la ruta del Quijote”. Se llegaron a visitar unos 90 pueblos, pero también se prestó atención en el recorrido a las carreteras o mejor dicho a los referentes próximos a las carreteras que en ocasiones estaban bastante alejados de los pueblos, por ello se ha viajado por todo tipo de carreteras regionales de primer, segundo y tercer orden, e incluso por caminos vecinales y en ocasiones por senderos de tierra aplastada. Dentro de cada pueblo se recorrieron casi todas las calles. Esto en cierto modo puede crear un grado relativo de error, ya que se han descubierto referentes que a veces ni los mismos habitantes del pueblo conocían como el caso de la escultura de 34


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Don Quijote en Villarrobledo, en la calle Castelar (que dicho sea de paso ha sido quitada de ese lugar). Pero este y otros casos deben considerarse producto de la espontaneidad popular y a veces comercial en el uso de sus símbolos. Pero no de todos los pueblos visitados pudieron obtenerse datos interesantes, aunque fueron, desde luego, muy pocos. De los 90 pueblos visitados, unos 84 han sido incluidos en la memoria con algún tipo de referente. Todos éstos se incluyen en la lista siguiente:

ALBACETE (10)

CIUDAD REAL(23)

CUENCA(28)

TOLEDO(23)

Albacete

Alcázar de San Juan

Almonacid del

Camuñas

Barrax

Alcubillas

Marquesado

Consuegra

Almagro

Arcas del Villar

Dosbarrios

Arenas de San Juan

Belmonte

El Romeral

Argamasilla de Alba

Casas de Fernando

El Toboso

El Bonillo La Roda Lezuza Minaya

Campo de Criptana

Munera

Carrizosa

Ossa de Montiel

Ciudad Real

Tarazona de la Mancha

Daimiel

Villarrobledo

Herencia

Alonso Casas de los Pinos Casas de Roldán Castillo de Garcimuñoz El Cañavate El Pedernoso

La Solana

El Provencio

Huerta de Valdecárabanos La Guardia Los Yébenes Madridejos Miguel Esteban

Malagón

Honrubia

Mora

Manzanares

La Alberca de Záncara

Ocaña

Moral de Calatrava

Las Mesas

Orgaz

Pedro Muñoz

Las Pedroñeras

Puebla de Almoradiel

Peralbillo

Los Hinojosos

Quero

Puerto Lápice

Mota del Cuervo

Quintanar de la Orden

San Carlos del Valle

Osa de la Vega

Tembleque

Socuéllamos

Pinarejo

Turleque

Tomelloso

Puebla de Almenara

Villafranca de los

Quintanar del Rey

Valdepeñas Villanueva de los Infantes Villarta de San Juan

San Clemente Santa María del Campo Rus Tarancón Tresjuncos Villaescusa de Haro Villamayor de Santiago Villanueva de Alcardete

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Caballeros Villatobas Yepes


Metodología Desde su concepción original el proyecto estuvo concebido bajo la referencia de la Antropología Simbólica, que pretende estudiar las culturas como sistemas de símbolos y significados compartidos; es decir, pretende demostrar que, detrás de lo que un ojo puede apreciar a simple vista, yace un significado más profundo, donde pueden encontrarse las respuestas que nos ayuden a entender la situación y la posición de las cosas en el mundo, así como la lógica de las conductas y las formas de vida de los distintos pueblos. Por ello se han considerado los símbolos como referentes muy importantes cuyo significado fundamenta una gran parte de la identidad regional. La variable independiente, por tanto, que se ha considerado son los Símbolos visuales o elementos a partir de los cuales las personas asumimos lo característico y particular que pertenece a una colectividad y con los cuales, además, se nos identifica fuera de nuestras fronteras. Esta variable configura la hipótesis que se pretende demostrar en este estudio; así se puede plantear que en la construcción de la identidad de los grupos humanos o colectividades los símbolos visuales juegan un papel relevante, porque la fortalecen y la refuerzan si no son causalidad de la propia identidad, ya que además éstos se instalan en un entorno próximo, y actúan o pueden actuar como elementos de retroalimentación para las personas, a partir de los cuales se generan cadenas de correlaciones y sentimientos sólidos de pertenencia grupal. Uno de los ejemplos más claros y activos se puede situar en Mota del Cuervo (Cuenca) con la “Asociación de Amigos de los Molinos”. Bajo esta idea los Símbolos se clasificaron en Compartidos y Diferenciados o Específicos, con el fin de establecer no sólo la confluencia identificadora entre los pueblos, es decir el denominador común, sino también la peculiaridad, la variación del resto o singularización de cada pueblo. La hipótesis fue establecida como guía para la acción en el Trabajo de Campo. Y hay que manifestar que desde las primeras salidas a los pueblos empezó a confirmarse. En muchos pueblos existen símbolos compartidos y símbolos diferenciados, también sólo compartidos y desde luego sólo diferenciados. En la mayoría de los pueblos se han constatado las iniciativas para conservar, restaurar e inaugurar símbolos o referentes que refuerzan la pertenencia a la comunidad. Pero hay que puntualizar que unos pueblos expresan su pertenencia con más símbolos que otros, o haciendo 36


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de esos símbolos el principal fundamento causal de su identidad. De ahí que incluso se pueda hablar de centros difusores. En definitiva hay que considerar que todo grupo humano es dinámico y que el asunto de la identidad no escapa a esa dinamicidad.

Resultados El trabajo de campo se desarrolló a lo largo de todo el Verano de 1999 fundamentalmente entre los meses de julio y septiembre. Precisamente una época en la que La Mancha está más verde debido al desarrollo de la parra, como cultivo mayoritario. Un primer elemento que ha de considerarse como característico de la región, aunque sin duda, es en La Mancha donde alcanza las mayores dimensiones en su extensión. Metafóricamente, se puede decir, que La Mancha en verano es un inmenso mar verde. Desde un punto de vista global la hipótesis queda confirmada no sólo por la existencia de símbolos visuales característicos y peculiares de la región, sino por la antigüedad de muchos de esos símbolos y por la proliferación de las variantes o nuevos diseños y por la abundancia de los mismos y por el uso comercial que se hace de ellos. Como testimonio comprobatorio empírico se realizaron 695 fichas con todos los datos necesarios para ubicar cada elemento y con una fotografía adherida, que en ocasiones presenta distintos ángulos y distancias de los contenidos. Las fichas se encuentran clasificadas por orden numérico. El índice que se adjunta en el primer tomo facilita la búsqueda por provincias y pueblos clasificados por orden alfabético y con su número correspondiente. Los temas fundamentales se han clasificado globalmente como: MOLINO, MOLINOPROPAGANDA, ESCULTURA, PINTURA, CASA, IGLESIA, TINAJA, PLAZA, ERMITA, VIÑA y otros específicos y de poca repetición en distintos lugares. En orden a una clasificación según lo más visible, es decir, teniendo en cuenta los referentes que son más fácilmente visibles a los ojos del viajero, hay que poner en primer lugar a los Molinos de Viento. El molino destaca porque casi siempre son colocados en pequeños y a veces grandes cerros por lo que se pueden divisar desde largas distancias, a ello se suma el gran volumen de estas construcciones y aún más 37


cuando forman agrupaciones. Y el molino es el referente más utilizado como propaganda por bares y restaurantes próximos a las carreteras. Pero también diseños o variantes del molino de pequeño tamaño han pasado a los pueblos y casi siempre forman parte de la fachada del comercio, bar u hotel. Además se ha detectado un cierto interés por parte de los Ayuntamientos en restaurar los molinos en ruinas, en pueblos donde no han sido ya restaurados. También se han observado molinos construidos en fincas particulares para darles un uso de casa de campo, en estos casos se ha producido una modificación de las proporciones tradicionales (caso del molino en Lezuza, Albacete). En ocasiones se ha utilizado el volumen cilíndrico como insinuación formal de un molino en la construcción de casas (caso de Las Mesas). Como Esculturas se clasificaron un conjunto heterogéneo de representaciones. En primer lugar las referidas a Don Quijote y Sancho Panza. Y en segundo todas aquellas como Diferenciadas o Específicas que expresan el homenaje que suelen hacer los pueblos a sus personajes históricos, a sus trabajos tradicionales y a sus símbolos particulares. En las primeras destacan sobre todas las siluetas en negro de Don Quijote y Sancho Panza; la más espectacular por su tamaño es la que hay en la Autovía A-IV viajando desde Villarta de San Juan a Puerto Lápice (Ciudad Real), visible a más de un kilómetro de distancia. Y las más frecuentes son unas siluetas de Don Quijote pegadas a un pequeño muro situadas a la entrada de bastantes pueblos. Hay varios artistas que se dedican a realizar estas esculturas, pero algunos como Eloy Teno (Campo de Criptana, Ciudad Real), los hermanos Peño (Villafranca de los Caballeros, Toledo), forjas El Francés (Belmonte, Cuenca) y los alfareros de la Roda (Albacete) hacen del Quijote su diseño más importante y repetido. Las Tinajas también pueden considerarse que funcionan como esculturas, pero pienso que constituyen un símbolo con significado propio, muy diferente al resto de las esculturas. Tienen una vinculación muy específica a un producto importantísimo en la región como es el vino, que además es un identificador interregional. La renovación de algunas bodegas en la provincia de Ciudad Real, sobre todo, ha facilitado que desde las cuevas suban a la superficie. Consecuencia de ello son las grandes Avenidas de Tinajas en Valdepeñas (Ciudad Real), Villarrobledo (Albacete) y Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). En este último pueblo las tinajas se han alternado con herramientas de uso antiguo para los distintos trabajos; se podría decir que es un “museo de la tecnología al aire libre”.

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Las fichas clasificadas como Pinturas también incluyen alguna heterogeneidad. Se incluyeron como pinturas los cuadros de azulejos que representan escenas del Quijote. Entre los que destacan por su tamaño las de la Cooperativa Nuestra Señora de la Piedad en Quintanar de la Orden (Toledo); pero las más abundantes y antiguas, y con más de un siglo de existencia, son las que decoran la cafetería y la sala de espera de la estación de ferrocarril de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). También se han incluido otro tipo de pinturas sobre muros o carteles propagandísticos. Entre éstas cabe destacar por su originalidad la que podríamos llamar como El Quijote “heavy” a las puertas de una discoteca en El Provencio (Cuenca). Otro conjunto bastante abundante de fichas se clasificaron como Casa y Calle. Con ello se pretendía buscar la existencia de un modelo de fachada, que sintetizara por su repetición, en los distintos pueblos, un canon de uso algo más frecuente. El modelo que se podría establecer como más general es la fachada pintada de blanco y con un zócalo de colores cambiantes, el de mayor frecuencia es el gris. En casi todos los pueblos siempre hay varias casas con zócalos grises; pero el que más destaca por su colorido de impacto es el azul añil o índigo. También se ha detectado que en algunos pueblos se singularizan nuevos colores como el verde, marrón, etc. que de ninguna manera son norma general y quizás sólo sean circunstanciales. Por otra parte se puntualizan las antiguas casas señoriales, que en muchos pueblos son abundantes y de elegantes fachadas renacentistas como en Mota del Cuervo. En referencia a las construcciones hay que señalar con más fuerte énfasis las fichas clasificadas como Plaza. Las plazas en los pueblos estudiados condensan con mayor expresión formal el orden arquitectónico “tradicional”, por lo que conservan un “sabor” especial que centraliza el orgullo de lo “mejor del pueblo”. En realidad hay plazas magníficas, no podría poner un ejemplo concreto sino varios. En estos bloques de fichas se encuentran representados los principales símbolos visuales, que sirven como referentes para apoyar y reforzar la identidad de nuestros pueblos y en definitiva de nuestra región. Pero desde un punto de vista cualitativo uno de los resultados más relevantes fue descubrir que el sentido de pertenencia a un pueblo centraliza o alcanza un alto porcentaje en la identidad de los castellano-manchegos. Haber nacido en un pueblo concreto, o quizás ahora tengamos que hablar de haberse criado en el pueblo de los 39


padres, dado que los nacimientos se producen en los hospitales situados en la capital de la provincia, nos otorga una de las identidades más sólidas en la acción simbólica de nuestra pertenencia a un grupo. Después podrán añadirse otras pertenencias como a la provincia, a la región, al país, al continente, etc. pero la primera y más fuerte es pertenecer a “nuestro pueblo”. Ser del mismo pueblo es un denominador común a partir del cual las personas podemos modificar conductas y actitudes. Desde adolescente siempre me llamó la atención el hablar familiarmente con gente de mi pueblo cuando nos veíamos en la capital, y en el pueblo raramente nos saludábamos o incluso ni siquiera habíamos cruzado palabra alguna, pero nos reconocíamos aunque “sólo de vista”, sabíamos que éramos del mismo pueblo, era suficiente para preguntar por la familia. Entonces es cuando uno se da cuenta que en el pueblo todos “estamos fichados”. La forma de vida de los pueblos contrasta con la forma de vida de la capital. Se han formado convencionalismos culturales que facilitan la diferenciación. Por regla general y tradicionalmente los de la capital han asumido su avance, su desarrollo más adelantado que el de los pueblos, que sin exageraciones y sin ningún otro tipo de reflexión han configurado la imagen del “paleto” en las personas que llegan del pueblo o que evidencian con claridad que “son de pueblo”, tradicionalmente simbolizados por un elemento como la boina y a veces el traje de pana. Y por supuesto que esta consideración incluye a su vez un cierto sentido de “no saber comportarse”. Una pequeña dosis de estigmatización social. Pero un tipo de clasificación inevitable porque sin duda los contrastes culturales existen. Y digo inevitable porque las personas tenemos una tendencia etnocentrista, que nos lleva a considerar que lo “mío” es lo adecuado, lo mejor. Es muy difícil, casi imposible, que las personas prescindamos del sentido de valoración que nuestra cultura ha introducido en nuestra conciencia. No somos del todo conscientes sobre los significados de las diferencias intergrupales y los patrones culturales que hemos asumido desde nuestra infancia. Ellos nos indican el camino de las consideraciones sobre el mundo que nos rodea. Quizás no seamos tan libres como creemos y estemos más condicionados por nuestros patrones de conducta, es decir, por nuestra cultura. Si se pudiera traducir la imagen configurada sobre el “paleto” y compararla con otros lugares casi me atrevería a decir que posee connotaciones tribales sólo por enfatizar la idea de una cultura propia y no tanto de clase social. Y es que en el pueblo existe una vida peculiar y característica que puede llegar a definirse, muy delicada40


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mente, como una subcultura autosuficiente con unos contrastes culturales, a veces, muy empíricos. Hay que desterrar de una vez por todas, la idea extendida del “grupo puro”, una comunidad sin contactos, aislada, con una exclusiva y diferenciadora manera de enfrentar su propia vida, “los salvajes”, el tesoro para el antropólogo. Eso no existe y dado el carácter dinámico del ser humano, quizás, no haya existido nunca. La idea que ya expresó Lévi-Strauss5 de “llegar hasta el extremo límite del salvajismo” en su viaje por las selvas brasileñas se vio recompensada con la nada, no sabía la lengua de los mundé y no pudo conocer sus costumbres ni sus creencias y tampoco quiso funcionar como un medio aculturador. Pero mucho me temo que de haber sabido la lengua también se hubiera descubierto alguna influencia de los vecinos más próximos. La idea evolucionista de Lewis H. Morgan6 que llevaba a la humanidad desde el salvajismo a la civilización fue interesante para su época, en el siglo XIX. Hoy ese proceso debería verse como el paso de lo simple a lo complejo para no ser demasiado etnocentristas. Y es en la complejidad cultural que presente cada grupo o cada comunidad donde se encuentran algunas claves de la diferenciación. Complejidad es un concepto que expresa mejor la idea de proceso. Y además incluye a las variadas formas, lo más evidente y visible de las culturas. Así resulta más comprensible entender las diferencias entre las personas que viven en el pueblo y las que viven en la ciudad. El problema de nuestra sociedad, complejísima si se ha de clasificar, son los procesos retroalimentadores. Para entenderlo se puede expresar con el aforismo formulado como acertijo de -“¿Qué es antes el huevo o la gallina?”. Es muy difícil saber por dónde empezar el análisis del proceso cultural. Pero en el ejemplo puesto del paleto como una fuerte expresión simbólica de las diferencias entre el pueblo y la ciudad no resulta demasiado complicado. Para comenzar hemos de tomar como variable principal el que todas las personas estamos o somos instruidas para una o varias acciones concretas. Esto no es un determinismo sino la expresión de un funcionamiento cultural. Por tanto nuestra instrucción facilita la resolución de los problemas para los que hemos sido preparados o educados. Cuando salimos de nuestro contexto, de nuestro lugar, de nuestra comunidad, de nuestro pueblo es muy posible que nos en5. Levi-Strauss, C., Tristes trópicos, Buenos Aires, EUDEBA, 1976, p. 332. 6. Morgan, Lewis H., La sociedad primitiva, Madrid, Ayuso, 1975.

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contremos con costumbres desconocidas, con un sistema de vida al que no estamos acostumbrados. Y es importante que entendamos que “quitarse la boina” al entrar en una oficina es un gesto simbólico que expresa respeto y no sumisión, ni inferioridad. Es fácil caer en el “yo soy más” y “él es menos”. Ideas como ésta restan capacidad de comprensión sobre los “otros” y no ayudan en nada al entendimiento entre las personas. Además la diferencia no sólo reside en las formas sino en la complejidad de ellas y de su realización. Utilizar el concepto complejidad me parece más interculturalista ya que no implica ningún juicio de valor. Así se puede asumir que es más descriptivo establecer la diferencia entre lo simple y lo complejo al comparar la vida del pueblo y la de la ciudad. Aunque de ninguna manera se debe concluir que lo complejo es mejor que lo simple o viceversa. Pero sí podemos deducir que nuestros comportamientos obedecen en gran medida al aprendizaje y especialización que hemos obtenido dentro de un grupo, de una comunidad. Y podemos considerar que el pueblo, nuestro pueblo forma una comunidad cultural. Como ya expresara Adelina García Muñoz7 en una de las magníficas y escasísimas monografías de perfil antropológico que se han escrito sobre algún lugar de nuestra región, sobre un lugar denominado Balalaita, un pseudónimo de un pueblo real: “El grupo que me interesa no puede entenderse como tal –y mucho menos como una comunidad- si fijamos nuestra atención sólo en algunos de los elementos que se utilizan habitualmente para definir a una clase social o a una comunidad, como puede ser la relación con los medios de producción o la conciencia de ser diferentes a otros grupos respecto a los cuales tienen intereses contrapuestos. No basta tampoco con que tengan un territorio compartido o que se identifiquen con unas formas culturales concretas; que posean una memoria colectiva y un sistema simbólico común. Para entender como tal a un grupo social han de tenerse en cuenta estos elementos y otros, que puedan surgir al observarles, los aspectos que sus miembros puedan considerar importantes, o los que nuestras concepciones teóricas nos hagan percibir como significativos”.

La autora mencionada centraliza su tesis no sólo en la vida del pueblo, su historia, su realidad, sino en un factor cualitativo que por muy paradójico que parezca

7. García Muñoz, A., Los que no pueden vivir de lo suyo. Trabajo y cultura en el Campo de Calatrava, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, serie Estudios nº 104, 1995, p. 281.

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sirve para integrar al grupo. Está relacionado con uno de los controles sociales no institucionalizados: el chismorreo. Una variante familiar del también conocido -“el qué dirán”-, o de -“el mentiero”, o quizás más sinónimo de –“el cotilleo”. Como dije antes en el pueblo “estamos fichados”, es decir, cada persona tiene bastante información sobre los demás, “en los pueblos todo el mundo anda pendiente de lo que hace todo el mundo”8. Sin embargo en la capital, tal vez por tener más habitantes, no estamos tan sujetos al chismorreo; existe un espaciomayor donde se puede actuar con la sensación del anonimato. No creo que sea necesario entrar en valoraciones de lo que es mejor sino en asumir que en cada lugar existen diferencias. Sin embargo he de señalar que conocerse entre las personas, para lo bueno y para lo malo, puede ser mucho más ventajoso que no conocerse, pues creo que esto último nos puede llevar a la enajenación o a la indiferencia, y quizás no esto no sea bueno. De no haberme detenido, aunque fuese brevemente, a hablar con el grupo de personas que vemos en la Plaza de la Cruz Verde en Mota del Cuervo, no hubiera pasado uno de los mejores momentos de mi investigación. En un momento de la conversación uno de los presentes comentó que tomara una foto porque, señalando a uno, dijo que se iba a morir pronto; a lo que el indicado respondió, que el que se iba a morir pronto era él, del garrotazo que le iba a dar. Diez años después esta anécdota queda aún en mi memoria.

Bajo la sombra de un árbol en la Plaza de la Cruz Verde, Mota del Cuervo, Cuenca. Foto: Javier García Bresó, 1999. 8. Ibid., p. 131.

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No es mi intención entrar en el análisis del pueblo y la ciudad sino de presentar la relevancia del pueblo como comunidad cultural. Y desde luego como la base del primer peldaño en la identificación de la persona dentro de un colectivo. Es cierto que esta actitud identificadora no es exclusiva de los castellano-manchegos, también sucede en muchos otros lugares. La repetición de conductas no es exclusiva de un ser humano sino de “los seres humanos”. No debe extrañarnos que otras personas utilicemos los mismos argumentos para desarrollar nuestra identidad. Lo que importa, lo que realmente importa es si sentimos orgullo con nuestra identidad local. Porque la identidad si no se vive con orgullo se deshace, se pierde. Y la dinámica o el juego de la expresión se hace más complejo porque unos pueblos se sienten más orgullosos de su grupo que otros, o al menos lo manifiestan más o han creado evidencias más claras y más difundidas. Así podemos medir empíricamente ese sentimiento por medio de indicadores materiales concretos. Indicadores que tienen mucho que ver con expresiones de participación colectiva tales como una fiesta, un monumento, un paisaje y también -¿porqué no?- de un personaje ficticio, de una leyenda; todos aquellos en los que se ponga un especial énfasis o se les haya concedido una relevancia predominante sobre otros elementos de menos consideración grupal. Puede haber muchos ejemplos de estos indicadores que expresen en síntesis nuestros sentimientos de pertenencia. Todos los que cada pueblo o colectivo considere con valor y representatividad suficiente. Lo que naturalmente puede conducir a una heterogeneidad abundante, ya que en sí, esto significa presentar la particularidad de cada lugar. Y al contrario de lo que pueda pensarse no creo que esta heterogeneidad nos aleje de una participación colectiva más amplia como es el sentimiento de pertenencia a una región o a un país; las personas podemos asumir varias identidades de diferente nivel o rol. Y, tal vez, en la medida que la identificación incluya a más personas, los símbolos sean más reducidos o menos diversos y más homogéneos.

Los símbolos visuales en Mota del Cuervo En la mayoría de los casos cada investigador finaliza su investigación redactando un informe sobre el objeto de su estudio. A mi me pareció oportuno ampliar el conocimiento de la región incluyendo el criterio de los propios habitantes de nuestro pueblos. Una acción que en antropología suele denominarse “perspectiva emic”, 44


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refiriéndose a la visión del nativo. Por contraste con la visión del investigador o “perspectiva etic”. Se entiende que con ambas versiones el conocimiento del objeto de estudio tendrá que ser mayor. No fue difícil para mi contar con la colaboración de mis alumnos de la Escuela Universitaria de Trabajo Social en el campus de Cuenca de la UCLM. Durante algunos cursos instruí a los alumnos participantes sobre la forma de realizar las fichas, al mismo tiempo que completaba su educación intentando orientarles sobre la manera de organizar el trabajo de investigación.A la entrega de los trabajos en formato de fichas y según su volumen, empecé a observar que los propios alumnos me estaban indicando el nivel de autoestima por sus pueblos respectivos. Creo que es posible la deducción de que los alumnos que incluían más fichas sobre su pueblo mostraban con ello el nivel de orgullo sobre el mismo. La pregunta que les abrió el camino para saber qué fichar era que fotografiasen y ficharan aquellos lugares, tradiciones u objetos de su pueblo para mostrar a un turista o a personas de otros lugares que no supieran nada del lugar. Así ellos mismos tenían toda la libertad del mundo para construir el objeto o los objetos motivo del orgullo a la localidad. Y vuelvo a enfatizar que una de las principales fuentes de identificación para los españoles es el apego a la localidad de nacimiento o a la localidad de los padres. Por tanto era posible confiar en que casi todos los alumnos/as podrían encontrar algún que otro aspecto o lugar de su pueblo donde centrar el motivo de su orgullo. Las alumnas que trabajaron Mota del Cuervo (Cuenca), y que considero necesario mencionar, Ana María Mellado Morata y Silvia Fernández Moreno, encontraron variados elementos para presentar lugares, tradiciones, historias y leyendas desde las que medir su orgullo local. En resumen, un magnífico y amplio trabajo que reflejaba el elevado nivel de identificación local. No es difícil para cualquier viajero, que pase por Mota del Cuervo, quedar impresionado sobre todo por el agrupamiento de sus molinos, como ya he destacado en otras localidades de Consuegra (Toledo) y Campo de Criptana (Ciudad Real). Y para mi mismo como viajero, en el proceso de mi investigación, Mota del Cuervo destacó pronto como uno de los ejes más expresivos de la identidad regional, desde el punto de vista de la simbolización visual. 45


Agrupación de molinos en Mota del Cuervo (Cuenca). Foto: Javier García Bresó, 1999.

Estoy convencido que cualquier viajero también quedará impresionado al observar los “siete gigantes” que se elevan sobre el propio pueblo. Al considerar esa versión que llamamos “emic”, Ana María y Silvia, aportaron una información que no se ve al contemplar los molinos. Se refiere a la Asociación de Amigos de los Molinos. En la historia de cada pueblo pueden encontrarse esos hechos a partir de los cuales también se construye la identidad.

Logotipo de la Asociación de Amigos de los Molinos de Mota del Cuervo. Foto: Ana María Mellado Morata y Silvia Fernández Moreno, 2000.

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Al parecer, la Asociación fue creada el 6 de abril del 1955, siendo su primer Presidente Don Joaquín Piqueras Mujeriego. Desde esta asociación se promovieron actividades para reconstruir los siete molinos que hoy se pueden ver. Las obras de reconstrucción se iniciaron en los años 60. Cuando también comenzó a publicarse la revista Aspas Manchegas. Sin embargo, a veces las agrupaciones también pueden tener un símil al tristemente famoso rio Guadiana. Pues de igual manera la asociación reapareció en 1990 a partir del propio empeño de los vecinos de Mota que quisieron continuar con lo ya iniciado. Así comenzaron varias actividades como: Restaurar los molinos, por cuya acción recibieron el premio “Europa Nostra”, se instaló una magnífica iluminación que intensifica la visión de los molinos en algunas horas de la noche. Además se habilitó el molino, denominado, “El Piqueras”, para poder ser visitado y exponer en su primera planta los productos típicos que se realizan en el pueblo. Toda una serie de acciones para intensificar lo que los propios vecinos de Mota consideran uno de los fundamentos de su orgullo local. Además de todo esto, también se inician investigaciones sobre la incorporación de lo molinos como elemento tecnológico para facilitar el proceso de transformación del trigo y otros cereales. Así Ana María y Silvia incluyen en una de sus fichas el siguiente texto: El abandono de estas construcciones se debe a la aparición de nuevas técnicas molineras, que llevaban a su desuso, quedando reducidos a evocaciones literarias. En las Relaciones topográficas de Felipe II (1575) se cita la existencia de molinos de viento. En el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) se constata la existencia de quince molinos de viento, aunque se sabe con certeza que hubo más (23 molinos y una molineta). Madoz, en su Diccionario Geográfico Histórico (1848) afirma que existían 18 molinos. El primer documento registrado sobre los molinos de viento data de 1503, se trata de un manuscrito de la biblioteca del Monasterio de El Escorial. En 1900 existían once molinos, dejando de moler el último en 1929, llamado “El Zurdo”, porque sus aspas giran al revés que las demás, es decir, hacia la izquierda. Esto se debe al rayado de las piedras que tienen las estrías al revés, por lo que los molineros tuvieron que adaptar el velaje para su funcionamiento. El nombre de los demás molinos eran: “El Nano”, “El Tortas”, “El Varillero”, “El Pitón”, “La Molineta”, “El Rebollo”, “El Coleta”, “El Pasiquillo”, “El Veterano” y “El Viejo”. Estos nombres de deben a los apodos de sus dueños. En 1960 se llevó a cabo la reconstrucción de siete molinos, impulsada por la asociación de “Amigos de los Molinos” y el Ayunta-

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miento. Los nombres de estos siete molinos son: “El Zurdo”, propiedad privada (Ramón Serrano Suñer). “Joaquín Piqueras”, en recuerdo del primer presidente de la asociación. “Cervantes”, ambos propiedad de la mencionada asociación. “Fran Grillparzero”, levantado por Austria. “Goethe”, construido por Alemania. “Francia”, construido por dicho país. “Irak”.

Me resulta curiosa la referencia a la denominación de los molinos por el apodo de sus propietarios. Creo que es una manera de incluir la acción humana sobre un objeto no orgánico. Algo parecido a como si se quisiera humanizar el objeto. Sin duda alguna, un paso importante en la arbitrariedad del proceso de la simbolización.

Panorámica desde la parte más alta de los molinos. Al fondo se pueden divisar las casas de El Toboso (Toledo). Foto: Javier García Bresó, 1999.

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Popularmente la zona de los molinos también es conocida como “El balcón de La Mancha”. Desde esa altura puede observarse no sólo el pueblo de Mota sino también El Toboso, que está a unos trece kilómetros por carretera. La característica de la llanura facilita que la vista alcance en los días más claros un lejano horizonte que embellece la panorámica. En un brevísimo artículo de Valentín Noblejas9 en donde resalta la expresión plástica en la estructura y el aprovechamiento de las cualidades decorativas naturales de cada material. Con brevedad describe algunas construcciones como la ermita de Tembleque, un molino de los Yébenes, la escalera de la posada de Manzanares, el porche de una posada en Puerto Lápice y un patio en Madridejos. Ejemplos de representaciones muy manchegas. Pero sobre todo enfatiza el color blanco que da la cal. Como en otras partes de España, la cal proporciona una estética familiar en La Mancha y esto ya desde hace muchos siglos. Lo que comenzó como una medida de higiene se ha transformado en la expresión estética para muchos pueblos, y también para La Mancha, en donde como expresa Valentín Noblejas puede considerarse como el denominador común de la arquitectura rural. En los pueblos de Castilla-La Mancha, además de los distintos tipos de construcciones y construcciones parecidas, algo que llama la atención en las fachadas de las casas es el predominio del blanco sobre zócalos de diversos colores10. En la zona de La Mancha el color del zócalo más impactante es el añil o azul índigo, pero tampoco es exclusivo ni el más abundante. En muchas calles de casi todos los pueblos, los edificios varían en el diseño, pero sobre todo varían el color de los zócalos. Aún variando los colores de los zócalos, se puede observar bastante uniformidad en las fachadas. El color blanco de la cal destaca sobre las fachadas de muchísimos pueblos, y aventuradamente quizás de la mayoría. A la blanca fachada se le añade el zócalo que varía en colorido, el más frecuente, aunque no sea considerado como el más típico, es el gris.

9. Valentín Noblejas, G., “El funcionalismo de la arquitectura popular manchega”, Ingar, vol. 1, 1932, pp. 19-20. 10. García Bresó, J., Cultura y pertenencia en Castilla-La Mancha. Notas antropológicas, Madrid, Celeste Ediciones, 2000.

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¿Porqué el zócalo varía su color? Puede haber diversas razones, pero el resultado es un juego estético, embellece la fachada de la casa y también cada vecino expresa su preferencia, su singularidad. Este juego de coloridos, en ocasiones, pasa del zócalo a los bordes de las ventanas, que así quedan más enfatizadas y remarcadas.

Alcubillas, Ciudad Real. © Javier García Bresó. 1999

Quero, Toledo. © Javier García Bresó. 1999.

Mota del Cuervo, Cuenca. © Javier García Bresó. 1999.

La fachada se convierte en un soporte donde cada vecino desarrolla su propio sentido de la composición. Pero también alude a una estética que procede de unos patrones culturales bastante concretos y difundidos. Podemos ver algunos ejemplos en casas de distintos pueblos como Alcubillas, donde el color marrón oscuro se ha incluido en los bordes de las ventanas; en el caso de Quero el color ocre del zócalo no sólo remarca las ventanas, sino que además se ha expresado una clara intención estética al pintarse una especie de silueta de dintel. Caso distinto es el de Mota del Cuervo, donde el zócalo y los remarcos de ventanas y balcones no están pintados sino que son de piedra, un elemento muy utilizado en las renacentistas casas señoriales, y que en este caso tiene un colorido ocre, que produce una sensación de pintura. Por tanto se podría decir que en Mota se ha incluido un elemento particular producto de su propia consideración de creatividad. Es cierto que en Mota se observan una serie de fachadas de casas con el uso frecuente de la piedra. Y en estos pueblos se sabe que quienes utilizan la piedra vista en otros tiempos en las fachadas de sus casas es porque indicaban su vinculación con la nobleza. Como así se conoce y nos comunican Ana María y Silvia con respecto a la casa de los Condes de Campillos, descendientes, al parecer, del histórico héroe castellano Guzmán el Bueno11. 11. Escudero Muñoz, J., Mota del Cuervo. Historia de nuestras calles, desde 1870 hasta la actualidad, Mota del Cuervo, Ayuntamiento de Mota del Cuervo, 2009, p. 87.

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Casa señorial de los Condes de Campillos, situada en la calle Mayor Baja, 8. © Javier García Bresó. 1999. Edificio de planta rectangular de esquina y dos plantas. Puerta adintelada con jambas asemejando pilastras dóricas y dintel de piedra con decoraciones, sobre ella y en el piso segundo, se abre un balcón enmarcado en piedra con decoraciones rococó. Sobre el eje de simetría, un escudo de señorío interrumpiendo en el alero. Sistematización vertical de huecos, en la planta baja cuatro huecos de ventana con rejas y una puerta de carruajes. En la primera planta hay cinco balcones además del principal, todos ellos de rejería barroca. El edificio está muy renovado. Observaciones: En el interior se conserva una biblioteca muy interesante.

Como ya se ha mencionado anteriormente cada pueblo expresa particularmente su orgullo local y son variados los indicadores que suelen presentar en cualquier parte de su espacio municipal. Así en Mota nos encontramos con una escultura que expresa con claridad extrema la identificación de los moteños como manchegos. Me refiero al busto situado frente a la ermita de Santa Rita, detrás del conocido Mesón Don Quijote, dedicado al manchego. Esta escultura presenta a un hombre en el que destaca parte del traje de faena manchego con la chambra y el pañuelo de hierbas. Elementos que en otro tiempo indicaba la baja condición social, son tomados hoy como motivo de orgullo. Elementos que pertenecen al pueblo y que le identifican 51


no sólo por el uso histórico de esas prendas de vestido sino porque unifican un modo de ser y de vestir en La Mancha, toda vez que ya no se usa tampoco en otras partes de España.

Escultura dedicada Al Manchego, frente a la ermita de Santa Rita, Mota del Cuervo. Foto: Javier García Bresó, 1999.

Además de este monumento en Mota destaca otra escultura, que como nos señalan Ana María y Silvia: “En el NE del casco urbano de Mota del Cuervo se encuentra el barrio de las Cantarerías, llamado así porque desde tiempo inmemorial, sus pobladores se han dedicado a la elaboración de cántaros y demás enseres cerámicos. Existen peculiaridades en la alfarería moteña que hacen especialmente atractivo un acercamiento a esta tradición: el que sean mujeres las que preparan el barro y elaboran las piezas (lo que únicamente

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ocurre además de en Mota, en las localidades zamoranas de Moveros y Pereruela, dentro del estado español), y unos originalísimos procesos de elaboración, cocción y venta”.

Escultura dedicada a la mujer en su especialidad de ceramista, Mota del Cuervo. Foto: Javier García Bresó, 1999.

Detrás de la escultura se observa una pequeña pared de piedra caliza. Es el único horno que queda en el pueblo como lo expresan Ana María y Silvia: “Forma paralelepípeda de aproximadamente 4 m. por 3 m. y 3 m. de altura, con una puerta lateral por donde se introducen las piezas y un respiradero situado en el techo. En la parte inferior de una de las paredes laterales se encuentra la boca de la caldera, que es subterránea. Está hecho de ladrillo refractario recubierto de piedra y cemento. Observaciones: En la actualidad hay sólo un horno, propiedad del 53


Ayuntamiento y de uso comunitario. Antes, cuando el número de alfareras era mayor, había varios hornos, propiedad de particulares, y de siempre su uso fue comunitario. Este uso común del horno es importante en la alfarería de Mota del Cuervo, ya que condicionó la aparición de todo un sistema de medidas y numeración y señales particulares para el reconocimiento de las piezas.

Amasando el barro y modelando en el torno. Mota del Cuervo. Foto: Ana María Mellado Morata y Silvia Fernández Moreno.

Asumir con orgullo los trabajos tradicionales, es algo que muchos pueblos suelen considerar. Máxime cuando como el caso de la alfarería se practica cada vez menos, ya que este arte está siendo desplazado por el gran contaminador de nuestra era, el desgraciadamente irrompible plástico. Creo que es interesante seguir a nuestras investigadoras locales en el proceso de la elaboración de los cacharros de arcilla, que nos indican Ana María y Silvia, quien sabe, quizás dentro de pocos años ya no tengamos artesanos que practiquen una de las artes más tradicionales de la historia de la humanidad: 54


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Desde que la arcilla llega del barrero hasta que se encuentra apta para su modelado, deben realizarse varias operaciones: secado al sol, triturado, remojado durante un día, pisado. Cuando se termina la “pisá” se van tomando “pellas” (porciones de barro que se “esgorullan” (desmenuzan) con el objeto de quitarles las impurezas indeseables: gránulos arenosos y porciones de caliche principalmente, que en la etapa de cocción plantearían problemas de agrietamiento por su diferente dilatación. Observaciones: En la fotografía puede apreciarse al cantarero esgorullando el barro después de la pisá. Modelado y cocción: Una vez que la arcilla se encuentra lista ya pueden prepararse los rollos cilíndricos que serán el material fundamental para elaborar las piezas. Se moja la base o se pone una capa de ceniza, para que no se peque al rodillo, y se comienza a “urdir” (levantar el cuerpo de la vasija), cuidando que las paredes tanto interiores como exteriores queden “aluciadas” (alisadas). Después se continua con un primer secado de 24 horas, un raído (quitando arcilla de la propia pieza para las asas y decoración) y después se “lustra” (repasa) todo el conjunto con trapo mojado. Se procede a un segundo secado, en un lugar seco, sin corrientes, para evitar separaciones de asas y boca. Cuando la pieza comienza a clarearse (por pérdida de agua) se invierte para que el secado sea uniforme y tras unos días así, se pone a secar al sol. Ya están los objetos dispuestos para la última y definitiva operación: la cocción.

Los diferentes cacharros que aún siguen fabricándose por las alfareras de Mota del Cuervo. Foto: Ana María Mellado Morata y Silvia Fernández Moreno

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Ánfora: es un vaso de forma ovoide, con una o dos asas, que termina en un pie estrecho. Su cuello es largo y estrecho, su boca ancha. Si bien inicialmente su uso fue como jarro de agua, actualmente se utiliza como elemento decorativo. Bebedero: Nos encontramos distintas variedades de esta pieza. Podemos encontrar bebederos de forma cilíndrica cuya base superior es semiesférica y apuntada y la inferior plana. Esta tiene un orificio en su centro y cerca de ella, en las paredes del cilindro otros de menor tamaño. Este cilindro descansa sobre un platillo independiente. La otra variedad de bebedero es de una sola pieza, con una forma vertical cilíndrica que descansa sobre una pileta, y que vierte el agua por un pequeño orificio en su base. La utilidad de estas piezas, como su propio nombre indica, es la de recipiente para dar de beber a los animales (gallinas, palomas, conejos…) Su producción y uso se mantiene, aunque de menor medida que en otras épocas. Belén: Es una pieza con forma de jarro con o sin asas, pero abierta de un costado para colocar las figuras navideñas. Copa: Maceta grande en forma de copa colocada sobre un pedestal de unos sesenta centímetros. Copa y pedestal están adornados con flores, espigas, racimos, etc., en relieve o con incisiones. Lámpara: Pieza decorativa. Adorna la bombilla colgada del techo permitiendo el paso de la luz a través de orificios laterales y del hueco inferior. Alcabuz: Pieza de cuerpo ovalado con un ligero estrechamiento en el nacimiento del cuello, el cual es tan largo como el cuerpo y casi totalmente cilíndrico. Se usaban como recipientes para coger agua en las norias. Se sujetaban a la rueda atándolos por el estrechamiento entre el cuerpo y el cuello. Anafre: Tiene forma troncocónica invertida. Es hueca por el interior, con una parrilla en el centro sobre la que se pone el carbón y encima el puchero o la sartén, cayendo la ceniza a la parte inferior a través de la parrilla. Se usaba para cocinar en verano, cuando no se encendía el fuego. Búcaro: Vasija de unos cuatro a nueve litros de capacidad, sin cuello ni boca. Se usa para guardar alimentos como legumbres, frutos secos, aceitunas arregladas, etc. En las casas donde aún se conservan, se usan como contenedores de agua de lluvia.

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Cacharros fabricados por las alfareras en Mota del Cuervo. Foto: Ana María Mellado Morata y Silvia Fernández Moreno

Cántaro: Vasija de dieciséis litros de capacidad. Tiene un asa, la boca estrecha y la panza ancha y la base estrecha. Se usaba para llevar agua desde los pozos a las casas. Las mujeres lo llevaban al “ijar”, bajo los brazos. Había también carretillas preparadas para llevar dos, aguarones para que una caballería llevara cuatro, y en los carros se llevaban en las aguaderas. Es l apieza más singular de la alfarería de Mota del Cuervo. Cantarilla: Cántaro de menor tamaño que el anterior. Recibe un nombre específico según su capacidad: de medio cántaro, de a tres (1/3), etc. Esta pieza se entrega en las fiestas patronales como obsequio a las damas de honor. En las fiestas de San Agustín y la Virgen del Valle, son llamadas Cantareras de Honor, por tratarse de las fiestas del barrio. Cantarilla de Vino: Se diferencia de las anteriores por tener un cuello corto y estrecho, y la boca bastante cerrada, en lugar de recta. Se usaba para llevar al campo el vino de la comida. Colaor: Vasija que varía de capacidad, de dos a veinte cántaros. Es de base estrecha que rápidamente se ensancha y sube casi recto; se estrecha un poco en la parte superior, y termina con un remate, sin cuello ni boca. Se adorna rayándolo con un peine. Se utilizaba para guardar agua de beber y el pan que se cocía cada ocho o diez días. Los de mayor ta-

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maño en los patios para recoger el agua de lluvia de los tejados, que después se utilizaba para lavar. Jarro de ordeño: Vasija de base muy ancha (para que no se vuelque fácilmente), que se va estrechando ligeramente hasta una altura de cuarenta o cincuenta centímetros. Tiene dos asas y un pico en el borde para verte la leche. Su capacidad es de un cántaro, aproximadamente. Usado en el ordeño de ovejas y cabras.

Los variados y característicos objetos de cerámica se han constituido para los moteños como un referente muy importante para expresar su particularidad identificadora. El sentimiento de orgullo no siempre ha de estar vinculado a grandiosas y vistosas obras como los molinos o edificios sino también a pequeñas cosas o a cosas tan abstractas como la idea implícita de que los trabajos tradicionales están unidos a su historia, a su larga historia. El mantener un trabajo tradicional constituye para los pueblos, que lo conservan, la evidencia de su legitimidad, que viene siempre asociada a la longevidad en el tiempo. Es un fenómeno cultural interesante, el énfasis que se le da en todas las culturas a la antigüedad de los objetos o de las tradiciones practicadas. Quizás esté implícito en ello la idea de que lo que dura es bueno y por tanto hay que conservarlo. Creo que esta idea nos remite al concepto de Patrimonio. Indudablemente los seres humanos hemos perdido gran parte del patrimonio cultural. La mayor parte porque técnicas y objetos son superados y caen en desuso, en virtud de las nuevas. También es inevitable. Pero lo que si se puede evitar es que se siga perdiendo y por ello apelamos a que se amplíe la investigación de nuestros pueblos para, al menos, dejar estudiadas y registradas la mayor parte de nuestro patrimonio cultural que conocemos hasta hoy y que también pertenece a los que han de venir.

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I Jornadas de historia de Mota del Cuervo

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