Orientaciones Universitarias 50

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I PARTE ESCRITOS DEL PADRE FÉLIX



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LA EDUCACIÓN DEL PATRIOTISMO Félix Restrepo, S.J.*

Imperdonable sería mi audacia si me atreviera a dirigiros a vosotros la palabra en tan solemne ocasión y desde este encumbrado lugar, que tan dignamente han ocupado siempre conocidos oradores. Por eso me perdonaréis que después de daros la bienvenida a esta aula de la gloria, donde va a coronarse el mérito de las reñidas batallas que cuesta su educación al joven; después de desear para vuestros allegados medallas y triunfos, honor y gloria que en vosotros redunde; después de agradeceros en nombre del colegio y sus alumnos el que hayáis querido venir a dar con vuestra presencia mayor realce a este triunfo de la virtud y del saber, dirija mi discurso, *

Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

no a vosotros, sino a los jóvenes que se hallan presentes, y sobre todo a nuestros queridos discípulos. Ellos no me exigirán divisiones filosóficas ni disertaciones profundas; ellos oirán con paciencia mi voz, porque esto, a fuerza de práctica, se les ha hecho fácil, y vosotros no os cansaréis de esperarme, porque en la despedida detendré muy poco a vuestros hijos, apresurándome a dejarlos pasar de los brazos de la gloria a vuestros brazos paternales. Vais a abandonar, queridos jóvenes, muchos de vosotros para siempre, otros por más o menos tiempo, estos claustros testigos de vuestras ilusiones y de vuestros primeros desengaños, de vuestras luchas y victorias, y no se habrá apagado aún en estos venerandos muros el eco de vuestras voces juveniles, no se habrán impreso junto a los vues-


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tros otros nombres en el corazón de vuestros directores, cuando ya os hallaréis, arma al brazo, en la ruda contienda de la vida. Entonces os acordaréis, quizá con cariño, de los que os enseñaron prudencia para evitar peligros, y fortaleza para superar dificultades. Entonces repercutirá talvez en el fondo de vuestro corazón la voz amiga que os gritó un ¡alerta! muy anticipado, o exclamó, previendo ya lo sangriento de la lucha: ¡firmes! Porque si siempre fue difícil para el hombre despejar el camino y clavar en la cumbre del deber la bandera de la gloria, a vosotros, jóvenes colombianos, a quienes ha tocado por campo de batalla el siglo XX, os esperan amargos días, sangrientas luchas, heroicos sacrificios. Y es que sin contar los peligros que cercan a todo hombre en su peregrinación sobre la tierra, tenéis vosotros que hacer frente a otros enemigos que, ora en campo abierto, ora en artera emboscada, amenazan nuestra patria, esta patria que, coronada de gloria en alto pedestal fraguado con sangre de sus venas, nos legaron nuestros padres, y que nosotros hemos de defender en estos supremos momentos, sacrificándole bienestar, reposo, fortuna, nombre y vida. Queridos jóvenes: hay una virtud con la cual armados saldréis airosos de la empresa: el patriotismo. Por eso nuestro empeño de educar en vosotros esa virtud con esmero especialísimo; por eso mi resolución de recoger hoy en breves frases todo

lo que a este fin en una u otra forma os hemos inculcado. Es el patriotismo un afecto de amor a ese tierno conjunto de seres que se llama patria. Para educar un afecto es menester acrecentarlo, purificarlo, encauzarlo. Cuanto más vehemente, cuanto más puro, cuanto más recto sea el patriotismo, está mejor educado. Para acrecentar en vosotros este fuego sagrado, me contentaré con desarrollar ante vuestros ojos el concepto de la patria. Porque si solo vista esta tierra colombiana cautiva el afecto, considerada despacio inflama hasta el delirio el entusiasmo. Para purificar vuestro amor a la patria os haré notar algunas escorias que suelen afear este afecto nobilísimo, para que, consumidas ellas, sea vuestro patriotismo acrisolado. Y en fin, para encauzar la vehemencia del amor patrio, os indicaré su recto cauce y las desviaciones que le harían perder la meta deseada.

*** Es bella nuestra patria, aquí tendida voluptuosa y gentil entre dos mares, por las brisas del trópico mecida, cubierta por sus selvas seculares.

Es su clima la eterna primavera; la sonrisa del cielo está en su lumbre, y el resplandor del cosmos reverbera de sus volcanes en la nívea cumbre.

Cuaja en sus venas oro y esmeraldas; lanzan sus ondas perlas


LA EDUCACIÓN DEL PATRIOTISMO

y corales; de sus montes gigantes en las faldas la savia corre en mágicos raudales. Así pintó el poeta la apacible hermosura de la tierra que nos dio el Señor a los colombianos en herencia. Pero la patria no es solo el suelo que nos vio nacer: es un conjunto armonioso de elementos que, dispersos en el tiempo y el espacio, si bien estrechamente ligados con un vínculo moral, vienen a retratarse todos juntos en la mente, formando la grandiosa imagen que despierta el nombre de Colombia. En ella entran el pasado y el porvenir, la historia y los destinos de nuestra nación. ¡Gran corazón se necesita para abarcar todo este inmenso conjunto! Por eso, quien tiene corazón pequeño no puede ser patriota. Nuestra historia, señores, es una de las más gloriosas: por medio de nombres como Mutis, Borja, Robledo, Quesada, Balboa, entronca en la más brillante, desde el punto de vista histórico, de las naciones: en España. Así recibe aún savia nuestra nacionalidad de los héroes de Numancia, de los Viriatos y Teodosios, de los Quintilianos y Sénecas, de Osio y de san Isidoro, de Pelayo y el Cid Campeador, de Cervantes y Lope, de los Reyes Católicos y Carlos V, de los Domingos, las Teresas, los Ignacios y tantos sabios, héroes, estadistas y santos como forman la brillante constelación que en el cielo de la historia se denomina España. La separación de nuestra madre patria, que hubiera debido llevarse

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a cabo natural y pacíficamente, se obró, por justos juicios de Dios —quizá para castigar crímenes de reyes impíos, quizá para dar a las nacientes repúblicas su bautismo de sangre—, de una manera violenta y espantosa. La patria necesitó guerreros, y surgieron Girardot y Nariño, Córdoba y Ricaurte, y aquel segundo genio de la guerra, Bolívar. Necesitó mártires, y subieron al cadalso Caldas, Torres, y aquella flor tronchada en la mañana de su vida, Policarpa. Necesitó estadistas, y aparecieron Caicedo, Zea, Lozano y Santander. Necesitó más tarde polemistas, y salieron al campo Groot, Mariano Ospina y José Eusebio Caro. Después de los primeros vacilantes pasos de su vida independiente, necesitó un regenerador inteligente, y nació Núñez. Necesitó una constitución sólida, religiosa, acomodada a su carácter, y se la dio Miguel Antonio Caro. Del fecundo seno de nuestra amada patria salieron los mejores poetas que cuenta el parnaso americano: Gutiérrez González, Arboleda, Ortiz, los Caros, Fallon, Pombo; nacieron polígrafos como José María Samper, historiadores como José Manuel Restrepo, lingüistas como Cuervo, literatos como Vergara, Caicedo Rojas, y toda la gloriosa pléyade del Repertorio Colombiano. No enumero más porque no quiero hacerme interminable. Recojo, eso sí, como un timbre de gloria, el epíteto de intelectual que nos dan algunas de nuestras hermanas repúblicas.


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Y no que no sirvamos para la industria o no debamos atender a ella. Colombia entra más lentamente en el vasto océano de las industrias modernas, precisamente porque es mayor la riqueza que tiene que movilizar; pero esperad unos años y veréis cómo deja atrás a sus hermanas. No de otra suerte el pesado trasatlántico levanta con trabajo entre resoplidos de vapor sus anclas, y sale al mar pausada, lenta, majestuosamente, mientras la lancha ligera se aleja rápidamente de la playa. Esperad un momento, dejad que se abran las válvulas y venza el barco la inercia de su mole, y veréis cómo atraviesa las encrespadas olas como rápida flecha, dejando la lancha perdida en lontananza, a merced del oleaje. Señores, sin sentirlo me iba pasando a la consideración del porvenir, que es la que completa el concepto de la patria. ¡Sí! Colombia tiene una gran misión que cumplir en la tierra. Única nación del mundo que reconoce todos sus derechos a la iglesia católica, es decir, a Jesucristo, es imposible que no atraiga sobre sí las miradas del rey de las naciones. Y ya sabéis que en filosofía de la historia tanto vale una nación cuánto valen los planes que Dios forma sobre ella. A igual distancia de la Argentina y los Estados Unidos, entre el Asia al occidente y Europa y África al oriente, Colombia ocupa el punto céntrico del sistema mundial del porvenir.

Admirablemente provista por la naturaleza, no necesita de nada, y en cambio puede repartir a los cuatro ángulos del mundo los productos de todos los climas, el oro, el hierro, las esmeraldas y diamantes que guardan sus entrañas; las maderas de sus bosques seculares y los artefactos que le aseguran sus incalculables minas de hulla y los mil torrentes que de sus cumbres se despeñan. Intelectual y laboriosa a un mismo tiempo, Colombia dominará, como ya domina hoy, por sus ideas, y dominará también por su comercio. Esta es, pues, colombianos, nuestra patria. Ante su esplendorosa imagen repitamos llenos de entusiasmo aquel solemne juramento: ¡Colombianos, herencia tan querida con sangre de mil héroes conquistada, juremos defender con sangre y vida, juremos conservarla inmaculada! *** Señores, en lo que resta de mi discurso seré mucho más breve, pues no quiero abusar de vuestra benevolencia. Hemos dicho, queridos jóvenes, que no basta que el amor patrio sea vehemente: es menester que sea puro, es decir, sin mezcla de odios. Para entusiasmarse con las grandezas de la patria, no hay para qué desconocer las grandezas de las otras naciones; mucho menos exagerar sus defectos, mucho menos odiarlas.


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El patriotismo forma parte de un sistema de ondas concéntricas, semejantes a las que forma una piedra sobre la superficie de un tranquilo lago. El amor del hombre empieza en sí mismo, y se extiende primero a los seres más próximos suyos: a los padres, a los hermanos, en una palabra, a la familia. Se extiende más y abarca sucesivamente el pueblo natal, la religión a que este pertenece y, finalmente, la patria. Desemejante en esto al ejemplo aducido, la energía del amor se acentúa en este círculo, donde es más vehemente que el amor a la propia vida y el amor a la familia. En seguida decrece rápidamente la onda, pero no se extingue: aún es muy vehemente el amor de la raza, y tras esto se sigue finalmente el amor a la humanidad entera.

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clama rebozando de gozo: ¿volveré por fin a verme en sociedad? Ahora bien: propio es del amor, señores, reconocer el bien dondequiera y alegrarse de él. Solo es propio de Dios encerrar todo lo bueno que es posible concebir. La criatura tiene que escoger entre los extremos: o no existir, o poseer un limitado número de perfecciones. El que quiere apagar las perfecciones de los otros se parece a una luciérnaga que quisiera apagar todos los astros para ser ella sola la única que luciera en el espacio.

¿Queréis daros cuenta del amor a la raza española?

Hermoso es el espectáculo del cielo donde cada astro brilla con luz propia, sin ofenderse porque también brillan los demás, y hermoso es a los ojos de Dios el espectáculo del mundo, donde cada pueblo tiene sus glorias peculiares sin que estorbe el esplendor de las unas al brillo de las otras.

Id a pasar un año en un país donde no se hable la sonora lengua de Cervantes.

Ni siquiera debemos despreciar las naciones enemigas. Vencer al débil ¿qué gracia tiene? señores.

¿Queréis daros cuenta del amor a la raza grande, a la raza latina?

Ni siquiera debemos odiar al coloso del norte que tan vilmente destrozó nuestra patria. Imitemos también en esto a Dios que odia el mal, pero está dispuesto siempre a perdonar al que lo hace. Probemos a la faz del mundo que al menos en nobleza de corazón superamos al yanqui. Conservemos nuestra digna actitud de protesta, mostrémonos resueltos a sucumbir antes que besar la mano del usurpador, exijamos constante y serenamente una digna satisfacción, cuadrémonos ante el potente adversario con el orgullo

Pasad la frontera entre Francia y Alemania. ¿Queréis daros cuenta del amor a la humanidad? Pensad en Robinson, que en su desierta isla escudriña desde una alta peña el horizonte, y cuando cree distinguir la silueta de una vela, siente que late su corazón con violencia, se le nublan los ojos y ex-


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nacional en la frente, pero sin odio en el pecho, y no nos rebajemos nunca hasta el terreno del insulto*. No puedo sino indicar, señores, otras dos impurezas que suelen afear el patriotismo. Si el desprecio del extranjero desvirtúa este tesoro del corazón humano ¿qué hará el desprecio de los hijos de una misma patria? Si nos hemos de alegrar con las glorias de las naciones ¿cuánto más con las glorias de las otras regiones de la república, que son todas ellas glorias nuestras, si las hay? Os dije que para ser patriota se necesita corazón muy grande, grande para que se extienda no solo a una ciudad, a una provincia, a un departamento, sino a toda la extensión del territorio patrio. Que si aparece una lumbrera en el último confín de la patria, no caiga fuera, sino dentro de nuestro corazón, y lo bañe en tibios rayos de gloria y regocijo. También hasta esta simpática región de Colombia se extiende el corazón de todo buen colombiano. Yo de mí sé deciros que mucho antes de que me cupiera la dicha de vivir entre vosotros conocía la ciudad, estaba presente a ella, me arrancaron aplausos sus progresos, me arrancaron lágrimas las hondas

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Estas desentonadas frases se escribieron antes de que por el tratado del 6 de abril de 1914 se reanudara la amistad entre Colombia y loa Estados Unidos.

heridas que recibió en nuestras mil veces maldecida guerra. Señores, esta fusión de corazones que tiene por límites los contornos de nuestro territorio, es lo que más ampliamente se denomina patria. Por eso todos sentimos un rompimiento allá dentro del pecho, cuando del extremo noroeste de nuestro corazón arrancó mano aleve un trozo ensangrentado. Por eso pensar en separarse de la patria es un crimen muy grande; porque dondequiera que la cuchilla separatista pase, no puede menos de cortar cruelmente millones de corazones colombianos. *** Arde ya en vuestro pecho, queridos jóvenes, el más puro patriotismo. Ya queréis trabajar, limpio el corazón de odios y rencores, de envidias y celos, por el engrandecimiento de la patria. Encauzar esos bríos era el tercer objeto que me proponía, y para no faltar a mi promesa voy a hacerlo, pero solo en dos palabras. Palabras de gran eficacia, porque no son mías, sino del Espíritu Santo. Una de ellas os indica el recto cauce, la otra resume toda otra dirección descaminada: Justitia elevat gentes, miseros autem facit populos peccatum. La justicia lleva a las naciones a la gloria; el pecado a la miseria y a la ignominia. La justicia, señores, es el recto cauce. Toda dirección que empiece


LA EDUCACIÓN DEL PATRIOTISMO

en el pecado, tarde o temprano no puede llevar sino a la ruina. Queridos jóvenes: si queréis hacer algo en bien de vuestra patria, si queréis escribir vuestros nombres al lado de los de Bolívar, Caldas, Arboleda y Caro, amad la justicia. Como particulares, como empresarios, como magistrados, como gobernantes, amad la justicia.

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Acometed con tesón empresas grandes, que mientras no salgan de lo justo vuestras aspiraciones, ellas impulsarán la patria por la senda del progreso verdadero. Y dondequiera que os salga al camino ese monstruo que se conoce con el nombre de pecado, pensad que él es, no solo vuestro mayor enemigo, sino también el mayor enemigo de la patria.



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ELOGIO DEL HOMBRE CULTO Félix Restrepo, S.J.* Una vez más ha llegado el alegre día de la recolección, en que la juventud estudiosa cosecha, en los premios de sus maestros, en los abrazos de sus padres y en la satisfacción de su conciencia, el fruto de su aplicación y su trabajo. Una vez más nos reunimos para proclamar solemnemente, entre los alegres conciertos de la música y los efusivos aplausos de esta culta sociedad, la excelencia del talento, el triunfo de la aplicación y el mérito de la virtud.

destacado con firme paso de entre la muchedumbre de sus compañeros reciben en este día la corona del vencedor. Pero no por eso es menor el mérito ni ha de ser menor la satisfacción de los que formáis el grueso del ejército en esta expedición en que vais, no ya tras el vellocino de oro, ni tras el dorado fabuloso, sino tras el tesoro inmortal de la cultura.

Todos habéis adelantado en este año, jóvenes alumnos, unos más que otros, en el arduo camino de vuestro perfeccionamiento intelectual y moral. Sólo aquellos que se han

Ni creáis que esta hora tan esperada por vosotros, en que cesa el monótono tañido de la campana del colegio para dar lugar a esa infinita variedad de luces y colores, de íntimos goces y dulces afectos que llenan las horas todas de las alegres vacaciones, señala también una pausa en vuestra expedición conquistadora.

Juventud Bartolina, número 53, Bogotá, noviembre de 1926.

No! Vuestro perfeccionamiento ha de ser empresa de todos los días, y precisamente cuando descansan los

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libros y se abre un dulce paréntesis en el estudio, hay más ocasión de buscar el perfeccionamiento de la voluntad y la formación del carácter, en que principalmente se cifra la cultura humana. Hagamos un análisis de la cultura verdadera, y veréis cómo ella abarca todo el hombre, y no se queda en el exterior como brillante fachada, ni para en el entendimiento llenándolo de luz, sino que penetra en lo más interior del espíritu aumentando los quilates de sus más recónditas y valiosas perfecciones. No voy a hablar de la cultura social, fenómeno incomparablemente más complejo, sino de la cultura individual, que es la que se relaciona más directamente con la acción educadora. Ojalá que estas palabras, con que ponemos fin a este año de fatigas escolares, descubran a todos vosotros, y especialmente a los jóvenes, el ideal que no debe dejarse apagar por fríos vientos de materialismo, sino que debe conservarse encendido siempre como brillante faro que señale el rumbo de toda vuestra vida. La palabra «cultura» forma parte, según su etimología, del grupo de palabras al que pertenecen también las voces «cultivo» y «cultivado». El espíritu culto ha quedado así analógicamente unido por el genio de la lengua a un campo cultivado, que no sólo presenta hermoso aspecto, sino que tiene en plena actividad sus fuerzas naturales y rinde al labrador copioso fruto. He aquí dos aspectos de la cultura verdadera: Exterior fino y agradable,

en contra de las asperezas del ánimo montaraz y bravío; interior lleno de actividad, vida bien aprovechada, de la cual la sociedad entera reporta abundante fruto, en contra del desierto espiritual que forman los espíritus baldíos, y de la inutilidad casi absoluta de aquellos desgraciados que se han quedado al margen de toda cultura. El primero de estos dos aspectos es el único que tienen en cuenta los que identifican la cultura con la delicadeza en las maneras, con la correcta urbanidad y el buen trato de gentes. Todo esto es propiedad del hombre cultivado, pero no es más que su aspecto exterior que puede muy bien ocultar espíritus totalmente desprovistos de los más excelsos bienes culturales; así como también no pocas veces hombres de gran cultura se ocultan bajo la tosca capa de un exterior huraño, de unos modales bruscos y de una conversación poco atrayente. Puede haber ciertamente cultura sin buenos modales; pero siempre llevará la palma el que, a los dones interiores que constituyen la esencia de la cultura, junte la presentación agradable, que es al hombre culto lo que la pulimentación y el dorado a una hermosa obra de talla. Pero no demos al barniz exterior más importancia de la que realmente tiene. Hablemos ya de las perfecciones internas que son las que hacen verdaderamente culto al hombre. El ser racional se diferencia de los demás de la creación y se levanta sobre ellos por su entendimiento y voluntad.


ELOGIO DEL HOMBRE CULTO

El hombre culto es aquel que no deja baldías estas dos potencias espirituales, sino que saca de ellas todo el partido posible. Los bienes culturales pueden resumirse en dos palabras: La verdad y el bien. Tanto más culto es un espíritu, cuanto más participe de la verdad su entendimiento y más se identifique con el bien su voluntad. Pero como la verdad y el bien son en cierto modo infinitos, ya que la verdad abarca toda la extensión del Universo, penetra hasta el fondo de los abismos misteriosos en que se esconden la constitución de la materia, el origen de la vida y las propiedades del espíritu, y desborda por todos lados del mundo visible, para engolfarse, siguiendo el faro de la fe, en el océano sin límites de la sabiduría de Dios, mientras el bien presenta al corazón humano campos cada vez más dilatados, y elevando al hombre al orden sobrenatural le abre los infinitos horizontes de la perfección divina; como la verdad y el bien, repito, son inagotables, de aquí que por mucho que nuestro espíritu progrese siempre tiene que aspirar al más allá; de aquí que por grande que sea nuestra cultura siempre puede ser mayor; de aquí que las distancias a que se hallan los espíritus son mayores que las que separan a las estrellas entre sí, ya que mientras unos hacen alto muy pronto en el camino de la propia perfección, otros avanzan siempre, con creciente velocidad, por los espacios sin límites de lo verdadero y de lo bueno. Por lo que hace al entendimiento, las características ideales del hom-

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bre culto son una sed insaciable de verdad, amor al estudio, amplitud de conocimientos, interés por todo adelanto de la ciencia en cualquiera de los campos del saber humano, comprensión para los grandes intereses del espíritu y los grandes problemas de la humanidad, afición universal a las ciencias y artes, a la filosofía y a la historia, a la erudición y a la literatura. El hombre culto tiene un terreno limitado que él cultiva con cariño y en que su saber domina, pero no pierde de vista los campos donde trabajan los demás, y repite con Terencio: Homo sum, humanum nihil a me alienum puto. Hombre soy, nada de lo que hace el hombre puede serme extraño. El hombre culto no desprecia los adelantos de la técnica, pero no deja encerrar su horizonte por las paralelas que fijan el rumbo a los ferrocarriles, ni por extensos muelles, ni por audaces puentes y viaductos, ni por humeantes chimeneas, ni por las tenebrosas bocas de las minas, ni por las risueñas vegas donde el sol se convierte en doradas mieses y espléndidos racimos. El mundo entero está al servicio del hombre, pero cuando el hombre ha logrado poner a trabajar todas las fuerzas del mundo, ha de levantar la frente y desplegar las alas de su espíritu por los espacios de la idea. El hombre culto ha transformado la tierra: ha hecho sanas y habitables las más inhospitalarias regiones; ha acortado las distancias arrebatando a los peces el imperio


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del mar y a las aves el dominio de los aires; ha arrancado a la tierra los más variados y preciosos frutos; ha descubierto en las entrañas del planeta tesoros incontables; dispone a su placer de las ocultas fuerzas que constituyen y unen entre sí a los átomos, arrancándoles sus pequeñas pero activísimas moles eléctricas, para emplearlas en grandes masas donde quiera que necesita producir luz, calor, movimiento o cualquier otra clase de trabajo; multiplica su voz, difundiéndola como se difunde el éter por el mundo entero, y recoge a su vez en solitaria antena, los misteriosos signos que cruzan el espacio. Y al mismo tiempo el espíritu, superior por todas partes a la materia en que se aloja, busca en los sistemas filosóficos las últimas causas de todo lo que existe, descubre las mil relaciones que unen entre sí todos los seres, estudia la marcha del pensamiento humano; o quizás entona épicos cánticos a los guerreros de las pasadas edades y pulsa la lira para dar expresión a sus más delicados sentimientos; o bien rinde culto a la belleza, ya grabada en mármol por el cincel de Fidias, ora expresada en el lienzo por los pinceles del de Urbino, o difundida en la inmensa gama del sonido por los genios de Wagner y Beethoven. Así el hombre culto tiene en plena actividad las fuerzas de su inteligencia, y rinde con ellas al Creador el tributo más noble que puede rendirle la creatura, cual es conocer su obra y admirar su sabiduría, bondad y omnipotencia.

Pero veamos ya cómo explota el hombre cultivado las inagotables energías de su voluntad. Más aún que por el cultivo del entendimiento se distinguen el hijo de la cultura y el hijo de la barbarie por el uso de la voluntad. Puede decirse que salvaje es aquel que no conoce los recursos de su espíritu, ni se ha levantado a llevar una vida en que la libre voluntad domine. El salvaje es juguete del instinto y hechura de las preocupaciones de su tribu. La vida de los salvajes suele estar reglamentada por tradiciones antiquísimas hasta en sus más mínimos detalles, y no entra en su mente ni siquiera la duda de que tal vez los ritos y supersticiones que por todas partes limitan su actividad no tienen razón de ser; no asoma en su espíritu la idea de que cada hombre es hijo de sus obras, libre, responsable ante el Creador de la manera como emplee el don de la existencia. Un gran teólogo moderno es de parecer que la mayor parte de los salvajes ni se salvan ni se condenan por falta de verdadera voluntad. Viven como niños, dejándose llevar de sus instintos y contenidos solamente por el temor de las sanciones que la tribu ejecuta en el que se aparta de sus tradiciones. No sé si el infantilismo que todos los etnólogos reconocen en los hijos de las selvas alcanzará a librarles de toda responsabilidad ante el Crea-


ELOGIO DEL HOMBRE CULTO

dor; pero lo que sí es verdad es que la línea divisoria entre el salvaje y el civilizado está en la diversa forma como uno y otro usa de su voluntad. El salvaje no reacciona ni contra sus instintos, ni contra los usos de la tribu; y por eso es en él imposible el progreso, que necesariamente supone la resolución de mejorar las condiciones de la vida, y el dominio de ideas muy superiores a la mera satisfacción de los instintos. En el hombre culto el instinto está sujeto bajo el dominio de la voluntad. Ideas sublimes como la del honor, la gloria, el patriotismo, la amistad, el bien común, el progreso, la virtud, determinan y rigen la actividad, e imprimen a la vida ese sello de decoro, de grandeza, de majestad, con que pasa a la posteridad la memoria de los hombres superiores. El hombre culto procede siempre con reflexión. Siempre se propone en sus actos un fin noble, y escoge para llegar a él los medios más adecuados, aunque muchas veces vayan ellos contra su bienestar o contra sus materiales intereses. El hombre culto no se deja arrastrar por la corriente del vulgo, sino que sigue la voz interior de la conciencia procurando hacer el bien y dejar huella benéfica de su paso por la tierra. El hombre culto es el hombre de los grandes ideales y de las inagotables energías. Es el artista que lucha por la realización de las ideas que bullen en su mente. Es el estudioso que se engolfa en los más arduos problemas y no descansa hasta

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gritar con Arquímedes un triunfador Eureka. Es el navegante que rompe con la proa de sus naves los límites del mundo, y esperando contra toda esperanza y más poderoso que los elementos todos, merece al fin oír con ánimo vibrante de emoción el grito salvador de ¡¡tierra!! Es el genio de la guerra que enfermo vencido y sólo contesta a la pregunta del amigo: —¿Qué vas a hacer ahora? Con una sola palabra: —Vencer! Es el vigoroso montañés que hacha en mano entra en la selva y convierte en pocos años los silenciosos dominios del tigre y la serpiente en ricos campos y bulliciosas ciudades. Es el héroe del trabajo que saca de la nada fábricas que den al pueblo alimento y vestido, o altos hornos donde el hierro en líquido filón salga transformado y obediente, y se pliegue dócil a la voluntad de una nueva raza de cíclopes. Es el apóstol, de caridad más fuerte que la muerte, que desafía las tempestades, sufre hambres y fatigas, lucha en climas mortíferos, y con la poderosa palanca de su voluntad de acero logra vencer la inercia en que duermen los pueblos y encender la luz de la verdad en las más apartadas regiones. Poder de entendimiento y poder de voluntad, ese es el hombre culto, ese es el genio del progreso. Señores: hay quien diga que la gran necesidad de nuestra patria son ferrocarriles, carreteras, puertos, fábricas. Permitid que yo os diga que la gran necesidad de Colombia son los hombres. Hombres cultos, únicos que merecen este nombre.


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Que entre la cultura a raudales por nuestros montes y valles, y todo lo demás vendrá por añadidura. Que cada colombiano sea, no un hombre que explota a los demás en beneficio propio, sino un hombre que explota sus talentos y las energías de su voluntad en beneficio de la Patria, y yo os digo que en pocos años se transformará Colombia y ocupará un puesto eminente entre los pueblos cultos de la tierra. Y vosotros, jóvenes bachilleres, que coronáis la etapa más ardua de vuestra educación, acordaos siempre que sois hijos de un plantel glorioso en los anales de nuestra cultura. Aquí brillaron por primera vez en los días de la colonia los estudios humanistas, esos estudios por medio de los cuales el hombre sale del estrecho círculo de las necesidades del momento, para ponerse en comunicación con los espíritus de la antigüedad, y extender la mirada por el inmenso campo del pensamiento humano, de la literatura y de las artes, de la historia y de la filosofía. Esos muros que ceden hoy al empuje renovador del progreso, pero que al caer dejan en pie el espíritu que los ha vivificado, esos muros abrigaron la primera universidad del Nuevo Reino, la Universidad Javeriana, una de las más antiguas de nuestro continente, gloria que nos envidian las más poderosas ciudades del Norte de América. Del seminario fundado por la generosidad de Bartolomé Lobo Guerrero, único Seminario que existió

en el Nuevo Reino de Granada, salió esa legión de ilustrados y celosos sacerdotes que difundieron por todos los ámbitos de nuestra tierra la civilización cristiana; y esa otra legión de hombres de estudio que ha dado a Colombia hijos ilustres en todos los campos de la ciencia. Cuando una triste pragmática arrancó a los Jesuitas de las aulas donde habían difundido la luz y la cultura por espacio de casi dos siglos, los mismos hijos del Colegio de San Bartolomé se encargaron de continuar la obra de sus maestros desterrados. Ya se acercaban los tiempos en que esta hija de España había de desprenderse, no sin dolor y derramamiento de sangre, del tronco que le había dado savia y vida, para empezar su vida independiente. Y en las aulas de San Bartolomé se escondían muchos de los que habían de ser después mártires y padres de la Patria, de los que con voluntad indomable y férreo brazo habían de levantar nuestra tierra a la dignidad de las naciones libres: los Arrublas, Cayzedos, Morales y Llorentes; los Restrepos, José Manuel y José Félix; Francisco Antonio Zea, José María Cabal, Liborio Mejía, José Miguel Pey, Francisco de Paula Santander, García Hevia, García Rovira y Antonio Ricaurte. Estrellas de primera magnitud capaces de enriquecer con su brillo un hemisferio. Pasó el fragor de los combates, renacieron las artes de la paz, y florecieron otras generaciones no


ELOGIO DEL HOMBRE CULTO

menos ilustres de hombres de letras y gobierno, hijos del Colegio de San Bartolomé: Pedro Alcántara Herrán, Manuel María Mallarino, Mariano Ospina, Francisco Javier Zaldúa, Francisco Margallo, Juan de la Cruz Gómez Plata, Elías Puyana, José Joaquín Ortiz, José Eusebio y Miguel Antonio Caro, Crisanto Valenzuela y Rufino Cuervo, para no citar sino las altas cumbres, enriquecieron su entendimiento y templaron su voluntad en esta forja de grandes caracteres que han sido siempre los claustros de San Bartolomé (1). ¿Y para qué hablar de los vivos? En toda la extensión de la República los hallaréis sirviendo a la Patria,

1 Dos jóvenes alumnos de este Colegio y ya distinguidos investigadores en el campo de nuestra historia patria, Alfonso y Guillermo. Hernández de Alba, tienen en preparación una extensa obra titulada «Hijos ilustres del Colegio de San Bartolomé» en donde podrá verse la multitud y la calidad de hombres cultos y apóstoles de la cultura que ha dado a nuestra Patria el Instituto de Bartolomé Lobo Guerrero.

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ora en los más altos puestos del Gobierno, ora en las más arduas empresas del trabajo. ¡Jóvenes bachilleres! Que el recuerdo de estas glorias os anime toda vuestra vida, para que continuéis siempre la tradición de cultura tan dignamente sostenida por vuestros antepasados. Que la Patria se regocije hoy al recibiros en sus brazos, coronados de los más nobles laureles; y que vosotros, por vuestra parte, sepáis poner al servicio de la Patria todos los tesoros de virtud y ciencia con que hoy se halla enriquecido vuestro espíritu.



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LA ARISTOCRACIA DEL TRABAJO

Félix Restrepo, S.J.* El año escolar con sus fatigas y sus frutos, con sus combates y con sus victorias ha llegado a su término. Las hojas de laurel ciñen las frentes de los vencedores. Las merecidas condecoraciones adornan los pechos de los valientes. La música marcial funde por un momento todos nuestros corazones en una sola explosión de entusiasmo. Se oyen los últimos consejos de los que, con cariño de padres, han guiado la inexperta juventud. Estallan los últimos aplausos... después, solo se oye un aletear como de alegres pajarillos que se dispersan en todas direcciones. Son los niños que se van. Son los jóvenes que vuelan. Vuelan a buscar el alegre sol, el campo perfumado, el recogido hogar; y en él, el calor de la familia.

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Juventud Bartolina, número 82, Bogotá, noviembre de 1929.

Pero en esta expansión de los más risueños afectos del alma no falta una nota seria y melancólica. Ya se fue, para no volver, uno de los años más preciosos de la existencia. Y aquellos de vosotros que hoy día llegan a la primera cumbre de la vida y se encuentran ya consagrados bachilleres; oirán en el fondo de su alma, junto a esa voz melancólica: «ya se fueron, y no volverán, los mejores años de nuestra juventud», oirán digo otra voz austera y grave que dice: «Ya entramos en la vida. Ya se abre delante de nosotros la senda de nuestro porvenir». Hoy el porvenir está en vuestra mano. Tenéis para entrar en él la mejor preparación posible: Sólidos principios, ideas claras, sentimientos religiosos, erudición nada vulgar,


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carácter templado en seis años de rudo laborar para conseguir los frutos primeros del árbol de la ciencia. El porvenir está en vuestra mano. Dueños sois de labraros un futuro dichoso o de caer en la inacción y en la oscuridad. ¿Queréis que os diga de qué manera aseguráis el triunfo? Tomando puesto desde ahora en las escogidas falanges de la aristocracia del trabajo. A vosotros por consiguiente, de un modo especial, se dirigen estas breves consideraciones sobre tan fecundo tema. El trabajo no es castigo Suele decirse que el trabajo es un castigo del Creador por el pecado de nuestro primer padre, y esto no es del todo exacto. Basta ver en el Génesis la relación de la creación, para convencerse de que el trabajo entraba de lleno en los planes del Señor aun antes del pecado. «Cogió Dios a Adán y lo colocó en el Paraíso, para que trabajara y lo guardara». Ut operaretur et custodiret illum. La tierra rebelde Si se lee con cuidado la sentencia que el justo juez pronunció contra el hombre pecador, también se ve que no es precisamente el trabajo lo que le impone en pena de su prevaricación, sino algunas especiales dificultades del trabajo. La tierra es maldecida para que se resista al trabajo del hombre: Maledicta terra in opere tuo. «Con muchos trabajos,

añade, sacarás de ella tu alimento, como quiera que ella te dará espinas y abrojos; y te verás reducido a comer la hierba de la tierra. El pan te costará el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de que saliste, porque polvo eres y en polvo te has de convertir». De modo que la tierra, y en general los elementos, que en el estado de la justicia eran dóciles para que los explotara el hombre con facilidad, por justo castigo de la rebelión de éste se hicieron a su vez rebeldes, y no se sujetan sino vencidos por el esfuerzo y la constancia. La inteligencia redentora Pero no privó Dios al hombre del dominio que le había conferido sobre las criaturas, ni de las facultades superiores, entendimiento y voluntad, en virtud de las cuales es él infinitamente superior a cuanto le rodea. Le dejó la fuerza de su mente, y con ella la facultad de redimirse poco a poco, aunque no del todo, de aquel duro castigo, consiguiendo a fuerza de ingenio dominar los elementos con menos trabajo. Cuán costoso era para los primeros pobladores de la tierra escarbar el duro suelo con instrumentos primitivos, movidos con la fuerza de sus propios músculos. Mucho tiempo pasó antes de que el hombre domesticara y redujera a nueva servidumbre el buey primero, el asno y el caballo después, para que el esfuerzo de estos animales le permitiera ahorrar las propias fuerzas. Y muchos siglos tuvieron


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que pasar antes de que el ingenio humano descubriera otra energía distinta de la animal, para conseguir mucho más fruto con esfuerzo incomparablemente menor. El vapor primero, los gases inflamables y la electricidad después han multiplicado la potencia del hombre, de modo que hoy podemos decir que la tierra es humilde esclava que con poco esfuerzo del rey de la creación rinde su fruto en abundancia. El trabajo más noble Pero al hablar del trabajo no quisiera yo que entendierais tan solo el trabajo servil, aquel que consiste principalmente en la aplicación de la fuerza muscular. Trabajo es toda aplicación de las potencias del hombre a un fin determinado. Y tanto más noble es el trabajo, cuanto más nobles son las facultades que están a su servicio. Por encima del esfuerzo muscular está el trabajo del entendimiento. Por encima del esfuerzo de la mente está el trabajo de la voluntad. La fuerza del entendimiento es la que ha producido las más útiles conquistas. La fuerza de la voluntad es la que ha coronado las más arduas empresas. Y ved aquí la línea divisoria que en los reinos del trabajo separa la aristocracia de la plebe. Aquella maneja facultades de mayor alcance: potencia intelectiva, palanca volitiva; y con estos instrumentos realiza trabajos de orden superior, hasta lograr muchas veces redimir a la plebe de su rudo esfuerzo, entregándole las fuerzas naturales vencidas y sumisas.

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Sabios y obreros Pero no solo pertenecen a la aristocracia del trabajo los sabios que se emplean exclusivamente en la investigación científica. También, y con no menor derecho, deben contarse en ella aquellos que, teniendo que aplicarse al duro trabajo material, saben adoptar todos los recursos de la técnica para facilitarlo, intensificarlo y hacerlo más perfecto. El agricultor que deja los métodos rutinarios y aplica al cultivo de la tierra los prodigios de las máquinas y a la mejora de los frutos los prodigios de la química y de la biología. El industrial que busca la manera de producir más y mejor con menos costo, abaratando los objetos más necesarios a la vida humana. El comerciante que, suprimiendo rodajes inútiles en la maquinaria de Mercurio y huyendo de exageradas ganancias, presenta los mejores géneros al menor costo posible. El navegante que se vale de todos los adelantos de la técnica para acelerar las marchas, para prevenir las tempestades, para hacer en fin segura y breve, cuanto en lo humano cabe, la travesía del océano, que para nuestros antepasados era tan larga, tan incierta y peligrosa. Dónde está la aristocracia En una palabra, pertenecen a la aristocracia del trabajo todos aquellos que, cultivando sus facultades superiores, enriquecen su memoria, aguzan su ingenio y templan su voluntad de tal manera, que lejos de ser rutinariamente dominados por los elementos, los dominan ellos a su vez, y aplican sus esfuerzos de


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manera consciente y reflexiva, no tanto al fin egoísta de medrar con la ganancia, cuanto al fin humano y cristiano de elevar el nivel de los pueblos, de difundir el bienestar y de hacer asequible, aun a los más humildes, la cultura. Si queréis pertenecer a esta aristocracia del trabajo, jóvenes alumnos, no debéis perder momento en vuestra vida. En esta alegre alborada de la juventud aplicad vuestros esfuerzos al estudio, aprovechando la oportunidad, única en vuestra existencia, de salir de la ignorancia y la inacción para entrar en el gremio de los hombres de estudio, de los más selectos espíritus de la humanidad. En el medio día de la edad viril sed constantes, tesoneros, fuertes, procurando desempeñar con la mayor perfección posible y sin ahorrar esfuerzo el cargo que os corresponda en la división providencial del trabajo. La transformación del mundo El trabajo ha transformado el mundo. Labor omnia vincit improbus. El que compare la vida semisalvaje que llevaban los hombres prehistóricos en sus cavernas, en lucha con los osos y con los bisontes, vestidos de pieles, alimentándose de la carne de las fieras que cazaban en los montes y expuestos a todas las inclemencias del frío; con la vida refinada de nuestros campos y de nuestras ciudades, donde todos los elementos están al servicio del hombre, donde encuentra toda clase de facilidades aquel que quiere elevar el nivel de su cultura, donde las distancias parece que se han suprimido, donde por tenues hilos y aun por las vas-

tas ondas del espacio es tan fácil la comunicación con los ausentes, no podrá menos de conocer cuán grande ha sido la obra del trabajo a través de las edades. Cierto que no fue siempre uniforme el movimiento de la humanidad en el camino del progreso. Épocas ha habido de grande agitación, seguidas de otras que forman verdaderos remansos en que la humanidad se detiene largos siglos. Lo que en la historia se conoce con el nombre de la edad de piedra, la edad del hierro, la edad del bronce, no son más que algunos de estos remansos mejor conocidos, en que por siglos enteros predominó una forma de trabajo correspondiente a un nuevo recurso sacado de las entrañas de la tierra. La agitación de nuestra época Pero entre todas las épocas de la historia ninguna más agitada que la nuestra. Ninguna en que los descubrimientos trascendentales se sucedan con mayor rapidez, ninguna en que la faz del mundo haya cambiado tan súbitamente, ninguna en que las formas de trabajo se hayan atropellado tanto unas a otras sin dejar tiempo apenas para explotar una fuerza nueva, cuando ya está ventajosamente suplida por otra superior. A los barcos de vela los desalojan los motores de vapor, los de vapor se ven desalojados por los de combustión interna, y éstos tienen que ceder la palma a los veloces aeroplanos y a los majestuosos dirigibles, que se libertan de la pegajosa ruta de los mares para volar sin trabas por los limpios y azules senos del espacio.


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Lo que falta en nuestra patria Mas si en todo el mundo reina en estos momentos una incontenible corriente de actividad, ¿cuánto más en nuestra patria, donde todo puede decirse que está por hacer? Al viajar por los centros europeos y comparar con ellos nuestra tierra, se impone al ánimo esta consideración: nuestro país es inmensamente rico. Cien veces más rico que los países europeos. Pero es un país que no ha sido todavía dominado por el hombre. Se ven en Europa los campos perfectamente cultivados con métodos racionales y cruzados de canales de riego; los bosques bien cuidados; encauzados los ríos; amplios los puertos; tersas las carreteras; limpias las ciudades y llenas de suntuosos edificios y de grandes parques. Espesa red de vías férreas pone en comunicación todos los pueblos. Y sobre esa base material se encuentra una organización social llevada en algunas partes a la más alta perfección. Por donde quiera surgen fábricas que dan ocupación a miles de obreros. Por todas partes se hallan laboratorios donde se investigan con paciente constancia y acuciosidad admirable las leyes naturales para ver de sacarles el rendimiento máximo. Por todas partes se encuentran universidades donde la organización del trabajo científico y de su trasmisión a las nuevas generaciones ha llegado a lo sumo de la perfección. Al lado de este espectáculo, nuestra patria, en todos los órdenes de la actividad humana, se encuentra incipiente. Qué enorme campo de

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acción para la juventud colombiana. No el lamento estéril de nuestro atraso; que no es atraso, sino el estado propio de una República que es de ayer, comparada a los adultos y robustos pueblos del viejo mundo. No el pesimismo agobiador que quisiera quitarnos la fe en el porvenir; sino el optimismo franco y sincero, la clara conciencia de que somos dueños de un gran patrimonio, y que estamos llamados a ocupar un puesto muy aventajado en el concierto de las naciones, si por nuestro propio esfuerzo nos hacemos dignos de él. El trabajo organizado Mas hemos da tener presente que poco vale ya el trabajo aislado ante las formidables organizaciones que dominan el mundo. Hoy día no tiene esperanza de triunfar sino el trabajo organizado. En todas partes dominan uniones, sindicatos, carteles y trusts. Los factores económicos lejos de moverse libremente, dependen por completo de esas poderosas organizaciones, y sobre todo de la principal organización de todas, la de las naciones modernas. Las naciones tratan de formar su economía nacional en círculo cerrado, o si algo necesitan del extranjero, procuran que el extranjero necesite más todavía de sus productos naturales o industriales para tener siempre favorable la balanza comercial. De aquí la reacción que en todo el mundo se nota en el sentido de aumentar la producción nacional por todos los medios posibles. ¿Qué será de nosotros si nos cruzamos de brazos ante este poderoso avance de todos los pueblos?


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Los nuevos ejércitos Antiguamente las armas defendían la independencia del territorio patrio. Hoy día no hay mejor defensa que el trabajo organizado. Antiguamente un puñado de valientes bastaba para contener al extranjero en las fronteras. Hoy día se necesitan no un puñado, una legión de trabajadores tenaces: agricultores, industriales, juristas y hombres de gobierno, higienistas y médicos, financistas e ingenieros, que, rindiendo cada uno en su esfera el trabajo máximo posible, puedan contrarrestar la invasión de productos extraños y de hombres de acción extraños, y defender eficazmente la independencia y la integridad de la patria. Si hubiéramos tenido hombres capaces de abrir el canal de Panamá no hubiéramos perdido el Istmo. Y si el día de mañana no tenemos un ejército de hombres de trabajo capaces de tomar posesión de nuestros grandes ríos en oriente y occidente, nos exponemos a perderlos. Ya veis que no es tiempo de dormir en los lares colombianos, sino tiempo de una acción enérgica, rápida y constante. De la manera como vosotros correspondáis a este llamamiento que la Patria en peligro os hace a las filas del trabajo, depende talvez la honra, la dignidad, la integridad de nuestra cara tierra. Juventud y frivolidad Si nunca ha tenido disculpa la juventud para estar ociosa, ahora menos que nunca. Si jamás ha sido disculpable el joven que en los mejores años de su vida se entrega

al placer y a la frivolidad, ahora la frivolidad y el placer pueden ser crímenes de lesa patria. Es un espectáculo desolador y repugnante ver que, mientras la juventud en países más ricos y fuertes vive con sobriedad y sencillez; en nuestra pobre tierra, tan necesitada del esfuerzo de sus hijos, crece y pulula la repugnante planta del petimetre inútil para todo lo que no sea murmurar del prójimo y faltar al respeto a las damas; que ni piensa ni entiende de otra cosa que de cortes de vestidos, modas de cuellos y corbatas, extravagancias en el modo de andar, bailes exóticos, mujeriles afeites, melindrosas maneras, polvos y perfumes de que un rostro viril debiera avergonzarse. Al lado de la aristocracia del trabajo, estos que nuestro pueblo llaman despectivamente glaxos, son los parias de la ociosidad. Parásitos de la cultura. Rémoras del progreso. Vergüenza de la sociedad y calamidad de la república. Juventud y trabajo Reaccionad, jóvenes bien nacidos, contra ese espíritu de frivolidad que amenaza consumir nuestra juventud, única esperanza de la patria. Sed en vuestra vida vigorosos, fuertes, sencillos y austeros. Que al salir el sol os encuentre ya sobre los libros; que al ponerse os deje la satisfacción de un día bien aprovechado. Estudio serio, trabajo asiduo, deporte cuanto baste para reparar las fuerzas, sea vuestro método de vida. Nada de bailes enervantes. Nada de embriagueces que conducen


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irremisiblemente a la degeneración. Nada de afeminamientos ni molicies. Trabajad asiduamente, pero no os disipéis en el trabajo. El recogimiento es propicio para las grandes ideas y para los grandes propósitos. No hay vida más intensa que la de aquel que sabe vivir vida interior, templar su ánimo en la meditación y perfeccionar su espíritu por medio de la continua reflexión sobre sus propios actos. Ser varonil, ser fuerte, ser constante, ser modesto, no tener demasiada confianza en sí mismo, no trabajar aislado, antes buscar la organización porque la unión hace la fuerza, he aquí una norma de vida que os conducirá infaliblemente a la victoria. La única aristocracia La aristocracia de la sangre, en otro tiempo tan preciada, hoy día, si no

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se injerta en la aristocracia del trabajo, palidece y degenera y vuelve a la tierra de donde salió. No hablemos de la aristocracia del dinero, que sería positivismo craso, ya que el dinero no da ningún valor intrínseco al que lo posee. Concluyamos más bien que en la sociedad moderna la verdadera aristocracia, la única que supone mérito personal inalienable, la única que viene acompañada de nimbo de gloria, la única que da al que la posee influjo profundo y duradero sobre sus conciudadanos, la única que da derecho a regir los destinos de la comunidad, es la aristocracia del trabajo.



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LA UNIVERSIDAD MODERNA Félix Restrepo, S.J.*

Hace algún tiempo tuve ocasión de hacer un viaje de estudio, para ver de cerca el funcionamiento de las Universidades en los más prósperos países. Mis estudios durante tres años en diversas Universidades alemanas y mi estancia de varios meses en algunas de las más célebres Universidades inglesas y norteamericanas me han permitido comparar entre sí los diversos sistemas de Universidad moderna para notar sus ventajas y sus inconvenientes. Tal vez puedan servir de algo mis observaciones a los que hoy día tanto empeño muestran por el mejoramiento de la Universidad.

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Revista Javeriana, No. 33-45, mayo de 1933 - Universitas Humanística No. 13, diciembre de 1980.

I. Gobierno de la Universidad Cuatro son los tipos que pueden señalarse de Universidades modernas: el alemán, el francés, el inglés y el anglo-americano. Este último es el que se ha desarrollado con más libertad, adaptándose prontamente a las exigencias de los nuevos tiempos. Tratemos en primer lugar de su gobierno. No quiero perderme en consideraciones generales o vagas. Haré más bien labor de disección, si vale la palabra, poniendo al descubierto los órganos donde se producen las funciones cuyos maravillosos resultados todos admiramos. Universidades oficiales y libres. —De una vez advierto que esta diferencia es, sobre todo en los Estados Unidos muy extrínseca, y no afecta casi nada al funcionamiento interior


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de estas instituciones. La diferencia principal consiste en que la Universidad oficial tiene una dotación del Estado respectivo, y que la junta directiva es nombrada por el gobierno del mismo Estado o elegida por el pueblo. Pero una vez nombrada, procede prácticamente con tanta autonomía como las juntas de gobierno de las Universidades libres. Las libres son las que tienen más recursos y más prestigio, y sirven de modelo que se esfuerzan por imitar las oficiales. División de poderes. —La sabia división de poderes es el secreto del éxito de la Universidad moderna. Entran a la parte en las Universidades de los Estados Unidos el Consejo de revisión, la Junta de gobierno, el Rector y las Facultades. El centro del sistema es la Junta de gobierno (Trustees), de donde reciben sus atribuciones el Rector y las facultades, pero que a su vez es responsable, ante el Consejo de revisión. En las Universidades oficiales el cuerpo legislativo hace las veces de Consejo de revisión. En Universidades libres, cuya Junta de gobierno es muy numerosa (veinte o cuarenta vocales), hace este oficio el pleno de la Junta, mientras que la marcha de toda la institución se encomienda a un reducido comité de miembros activos e inteligentes. La Junta de gobierno. —Los síndicos que forman la Junta de gobierno se buscan entre las personas que han mostrado mayor talento organizador, y suelen, por tanto, hallarse en la industria, en la banca, en las organizaciones sociales, rara vez en las asociaciones políticas. Condición indispensable es que el elegido tenga verdadero aprecio y estima de la cul-

tura en todas sus manifestaciones, aunque no suele ser especialista en ningún ramo intelectual. A él no se le pide que difunda la ciencia, sino que procure las condiciones dentro de las cuales la difundirán los que para ello han sido dotados por las musas. Siete síndicos forman la Junta de gobierno de Harvard, tomados de los más diversos sectores de la actividad nacional. Así la Universidad está en contacto con la realidad, y en todos los círculos sociales se despierta vivo interés por la misma. Como la Universidad no puede prosperar sino merced a donativos siempre repetidos, ya se ve la importancia de esta íntima soldadura con la vida real. La Junta de gobierno posee y administra los bienes de la comunidad; dicta los estatutos de la misma; hace el presupuesto anual, y se esfuerza por conservar y aumentar la vida de la institución. En las Universidades libres el cargo de síndico es vitalicio; pero para evitar que al poco tiempo la Junta se componga de viejos, se aplica la sabia regla de llenar las vacantes con hombres de una generación posterior. Colocación del capital. —Los síndicos atienden ante todo a colocar bien el caudal de la Universidad. Hay toda una ciencia de economía universitaria, cuyos principales resultados son las reglas siguientes: 1) Invertir el capital en diversos negocios, muy sanos todos ellos. 2) Preferir las hipotecas, las acciones de empresas industriales, las de


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tranvías, teléfonos, energía eléctrica y, sobre todo, las de ferrocarriles. 3) Huir de las empresas agrícolas que tan funestas fueron en el siglo pasado para Oxford y Cambridge. 4) Parte de la colocación debe hacerse en la localidad, por ser más fácil de vigilar. 5) Otra parte se ha de dispersar suficientemente para que una calamidad local no perjudique notablemente al conjunto. 6) Ni deben acumularse las ganancias ni debe formarse fondo ninguno de reserva con parte de la renta. Esta y aquéllas se han de emplear íntegramente en el progreso diario de la Universidad. El público debe estar persuadido que no se harán nuevas fundaciones sin nuevas donaciones, y que el producto de éstas se invierte íntegramente en cumplir la voluntad de los donantes. 7) Las nuevas donaciones deben difundirse, a ser posible, con el capital general, destinando la porción correspondiente de la renta a los fines de la fundación. 8) Todos los años se han de publicar las cuentas y el estado de la propiedad de la Universidad para conservar la confianza del público.

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ciones en las cuales puedan ellos entregarse al estudio libremente. Fomenta la higiene y los deportes; procura consulta médica gratuita para reducir a un mínimo, no sólo los casos de muerte, sino también el tiempo perdido por enfermedad; establece restaurantes escolares y residencias de estudiantes; vigila los alojamientos para impedir la inmoralidad y la explotación; funda cooperativas de todos los objetos que necesita un escolar: vestidos, libros, etc., o se pone de acuerdo con los comerciantes para fijar precios equitativos. Como estas medidas son odiosas para el pueblo de la villa, se le han de ofrecer en compensación toda clase de facilidades para su instrucción; becas, cursillos públicos, etc. Los museos deben ser fácilmente accesibles; los campos de juego con vista abierta al público, dando en todo sensación de la mayor armonía.

Relaciones con el Municipio y con los profesores y estudiantes. —Todos los profesores son nombrados por la Junta, aunque en algunas Universidades las Facultades tienen derecho de presentación. Uno de los más importantes cargos de la Junta es formar y revisar de cuando en cuando una escala racional de sueldos y ascensos y un buen sistema de retiros y pensiones. Es el mejor medio de que el personal docente haga honra a la Universidad.

Edificios. —Cuidado especialmente merece a los síndicos todo lo relativo a los edificios y campos de la Universidad y a la adquisición de terrenos para su futuro ensanche. Con razón dice Eliot, el gran Rector de la Universidad de Harvard: “La hermosura de una Universidad bien situada, sombreada de árboles, con sus campos bien cuidados entre los diversos grupos de edificios, es una buena parte de su enseñanza, Universidades empotradas en estrechas calles nunca pueden tener sobre sus alumnos el influjo que ejercen las Universidades que se extienden libremente en los pintorescos alrededores de la villa”.

La Junta mira por el bienestar de los estudiantes, creando condi-

Estatutos. —De la Junta depende la constitución y atribuciones de las


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Facultades; los deberes y derechos del rector, los decanos y demás oficiales; la distribución del año en meses de curso y meses de vacación. A ella corresponde mirar por la utilización, conservación y aumento de bibliotecas y colecciones científicas; y se ha visto que entre conservar y utilizar el material científico hay un término medio muy práctico, que consiste en dividir las colecciones en dos partes: una para el gasto de los actuales alumnos, otra para que sirva a las generaciones futuras. El Rector. —El Rector no suele ser profesor de la Universidad. Aunque tiene vivo interés por la ciencia, no se ha especializado en la labor docente, sino en la de organización y administración. Es el presidente de la Junta de gobierno. Preside todas las Facultades y nombra sus decanos; en una palabra, como dice el estatuto de Harvard, ejerce una superintendencia general sobre todos los asuntos de la Universidad. Su cargo es vitalicio. Es un poder ejecutivo estable y fuerte, cual lo requiere el cultivo de la ciencia, tan ajena a intrigas y maquinaciones. Es responsable ante el público, ante la Junta y ante el Consejo de revisión. Las Facultades. —Sus atribuciones generales son: determinar las condiciones de admisión; los requisitos para los grados; nivel y método de los estudios; distribución diaria del tiempo para profesores y estudiantes y velar por la guarda de la disciplina. Pero lo esencial en una Facultad es que esté formada por hombres de influjo, de actividad, de competencia. Algunos se toman entre los profesores jóvenes que han

dado buena cuenta de sí. Otros se traen de fuera en plena actividad científica. “La experiencia general en diversas naciones parece indicar, dice Eliot, que el período más vigoroso y productivo en la vida de un profesor corre entre veinticinco y cuarenta y cinco años. Una facultad que llama a su servicio a un hombre que ha pasado de esta edad, se expone a incorporarse una personalidad en decadencia”. El Consejo de revisión. —Es rasgo característico de Harvard, que se esfuerzan por imitar otras Universidades. Desde 1866 forman este Consejo (Board of Overseers) 30 superintendentes, elegidos por los antiguos alumnos. Su acción en la Universidad se ha comparado a la del volante en una máquina, pues regula el movimiento, sirviendo de freno cuando la Junta se lanza a rápidas innovaciones, y de estímulo y empuje cuando los síndicos y Facultades tratan de caer en la rutina y en la inercia. El Consejo se reúne pocas veces, pero nombra muchas comisiones (hasta 50 ha llegado a nombrar en un año) para informar sobre todo punto particular que requiera enmienda o necesite estudio. Especialmente interviene el Consejo en los exámenes, para cerciorarse de que son equitativos. Esta institución es el órgano de los hijos de la Universidad. Gracias a ella, la Universidad de Harvard forma una gran familia, en la que se mantienen siempre vivos el interés por los progresos de la alma mater. La Universidad antigua y la moderna. —Hemos visto que la Junta


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de gobierno es el elemento principal de una Universidad moderna. De ella viene el dinero, de ella vienen las leyes. Concluiremos haciendo notar que, en virtud de este elemento extraño a la labor docente, la Universidad moderna se diferencia profundamente de la antigua. La Universidad medioeval era una asociación de maestros y escolares (Universitas magistrorum et scholarium); era un alma sin cuerpo. ¿Ni para qué necesitaba cuerpo una Universidad de antaño? Los alumnos se sentaban en el suelo, sobre paja, y muchas veces no comían más que la sopa de un convento; los profesores tenían la vida asegurada gracias a alguna prebenda generosamente cedida por la Iglesia. Hoy es otra cosa. En el torbellino de la vida moderna la Universidad ha de sentar pie firme, ha de tener robusto cuerpo y firme contextura. La división del trabajo se impone. Los profesores han de poder dedicarse a la ciencia tranquilamente. La solicitud de la administración y gobierno ha de pesar sobre otros hombros. Así conserva el profesor más inmaculado su prestigio. Así vivirá y progresará la Universidad, pues ¿quién no sabe que los sabios viven en una región superior, y no son los más a propósito para las luchas de la vida práctica y para la atinada gerencia de complicados intereses? El cuerpo de la Universidad moderna es su Junta de gobierno. El alma son los profesores y estudiantes. Todo el compuesto pudiera definirse diciendo que es Universitas magistrorum, scholarium et procuratorum.

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II. La vida intelectual en la Universidad Angloamericana Bajo el nombre de Universidad se cobijan instituciones de muy diverso mérito en los Estados Unidos. Algunas no pasan de ser escuelas humanistas con alguna sección de enseñanza profesional. Pero a nosotros nos basta fijarnos en media docena de las mejores instituciones de cultura superior, para conocer la vida intelectual de la verdadera Universidad angloamericana. Difusión y aumento de la ciencia. —Doble es el fin con que se cultiva la ciencia en una Universidad moderna: primero, para difundirla, segundo, para aumentarla. A lo primero se atiende más en la Universidad inglesa; a lo segundo se da más importancia en la alemana. En la angloamericana los dos elementos están bastante equilibrados y claramente divididos. La Universidad yanqui consta de tres partes: primero, de una escuela de cultura general, que corresponde a las últimas clases del Gimnasio alemán, y al acabar la cual se da el grado de bachiller en artes (Undergraduate School o College); segundo, de escuelas profesionales para enseñar las profesiones de abogado, médico, ingeniero, etc., y tercero, de una sección superior (Graduate School) para los que quieren iniciarse en los métodos de investigación y colaborar en el progreso de las ciencias. Al fin de esta sección superior se da el grado de Doctor en Filosofía. El método de “seminarios”, que ha puesto a la juventud alemana en primera fila en el progreso científico,


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se aplica con no menor provecho en Norteamérica. Gracias a él los más selectos de esta sección superior, en pequeño número, trabajan intensamente en laboratorios o bibliotecas excelentes, bajo la inmediata dirección del profesor, que de este modo transfunde a la nueva generación sus ideales más altos y le comunica sus recursos técnicos. Nova et vetera. —El verdadero sabio repite con Terencio: Nihil humanum a me elienum puto, y la Universidad verdadera abarca en su seno todas las antiguas y todas las nuevas disciplinas. Es un error creer que los yanquis estiman mucho la técnica y desprecian la ciencia pura, o que cultivan las ciencias productivas y desdeñan la contemplación reposada del arte, de la literatura, de la filosofía. Como una muestra del entusiasmo de la juventud por los estudios clásicos, baste saber que la Universidad de California posee un teatro griego, donde se dan representaciones en la lengua de Sófocles. Las Universidades angloamericanas mantienen en común una afamada escuela de estudios clásicos en Atenas. Los estudios clásicos se exigen como condición para ser admitido en los cursos de la sección superior. Pero al lado de estos estudios, que junto con la filosofía constituyen la flor más exquisita de los conocimientos humanos, se hallan en departamentos propios todas las ramas de los conocimientos prácticos, sin los cuales no puede vivir ni prosperar una nación.

Universidad y bien público. — Siempre que una Universidad deja de encauzar sus corrientes por los canales del bien público corre peligro de estancarse por completo. La Universidad norteamericana está en íntima relación con los problemas de que depende el bienestar del pueblo en que radica. De ella nace todo progreso en la educación; en ella se forman los ideales sociales y políticos; en ella se estudian por todos sus aspectos las industrias más propias del país; ella forma la juventud para el comercio y fomenta en los campos la agricultura. Es elocuente el caso de la Universidad de California, que se formó por la fusión de un colegio humanista con una escuela de minas, agricultura y artes mecánicas. Esta Universidad fomenta la agricultura con cursillos ambulantes que dan los profesores por los campos, con un secretariado para resolver consultas de los campesinos y con una copiosa serie de publicaciones. En un año salieron de sus prensas 70 millones de páginas de asuntos agrícolas, y de su secretariado 15.000 respuestas a otras tantas preguntas de los agricultores. Extensión universitaria. —Esta labor de penetración en las anchas capas populares se realiza además por medio de cursillos de diversas materias que se tienen en las villas cercanas a la Universidad y por medio de los cursos breves de verano, de que se aprovecha gran cantidad de obreros y de empleados. Al mismo fin sirven las conferencias nocturnas, a veces con proyecciones, y los museos y colecciones científicas. La extensión universitaria está más


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desarrollada en las Universidades oficiales que en las libres. Sin embargo, también las libres fomentan tanto la cultura popular y la riqueza pública, que los gobiernos las consideran como instituciones altamente benéficas, y no pocas veces las subvencionan generosamente. Sistema electivo. —Para los que propiamente son estudiantes de la Universidad se formaba antes para cada carrera un plan de estudios que el alumno tenía que ir recorriendo por sus grados. Este sistema está hoy abandonado, y en su lugar se ha establecido el sistema electivo propio de Alemania, según el cual la Universidad proporciona abundantes profesores de diversas materias, y al alumno le corresponde elegir lo que más al caso le haga. Universidades hay que tienen 400 y hasta 600 profesores. En algunas partes, para que el estudiante no se desoriente entre tanta abundancia, se acude en su ayuda con la institución de los consejeros que en Princeton se llaman preceptores, y tienen a su cargo, como los tutores ingleses, un corto número de alumnos para guiarlos en los primeros años en la selección y prosecución de sus estudios. Métodos. —Ni una sola de las mil materias que se enseñan en una universidad se explica hoy por los mismos métodos que hace cincuenta años. El libro de texto dejó su puesto a la conferencia, de la cual debían tomar nota los alumnos, y ésta, sin haber perdido del todo el campo, ha tenido que abrir ancho lugar a otros métodos más efectivos.

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Hoy día se tiende a disminuir las clases y aumentar el trabajo particular del alumno, lo cual aumenta también considerablemente el trabajo del profesor. Un profesor no suele dar más de tres horas de clase por semana, y aun de éstas emplea una cada ocho o cada quince días en ejercicios dirigidos por sus auxiliares, para ver si los alumnos han asimilado la materia explicada. En muchas partes se usan también exámenes escritos trimestrales. En esto las Universidades inglesas y yanquis llevan ventaja a la alemana, donde nadie se preocupa por saber si el alumno aprovecha o no aprovecha. Pero el adelanto del alumno no tanto depende de lo que oye en las clases cuanto de sus lecturas particulares, y la selección de estas lecturas es uno de los principales trabajos de los profesores. La lectura es abundante, y por los medios indicados deben mostrar los jóvenes que han sacado el debido provecho. Todas las materias susceptibles de experimentación se estudian en el laboratorio; la medicina, como es natural, en las clínicas. La prensa. —No podían olvidar esta gran palanca de cultura las Universidades modernas. Numerosas son las publicaciones semanales, mensuales y anuales de cada Universidad, y algunas tienen establecido un departamento especial de ediciones. Chicago, por ejemplo, gasta anualmente en publicaciones medio millón de dólares y pone en circulación 14 revistas científicas.


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Así realiza la Universidad moderna la función social de conservar, difundir y aumentar el precioso caudal de recónditos conocimientos que nos han legado las generaciones pasadas. En la carrera de antorchas del antiguo estadio cada corredor se esforzaba por entregar su hacha encendida al que había de sucederle. En la vertiginosa marcha de la vida moderna cada generación ha de esforzarse por entregar a la siguiente una luz mayor y más brillante que la que recibió ella misma al emprender su marcha por el mundo. III. La vida social en la Universidad Angloamericana La mejor enseñanza que da la Universidad a sus alumnos es enseñarles a vivir en sociedad y para la sociedad. Hoy día la sociedad se ha diferenciado tanto, que muchos se sienten dentro de ella como un cuerpo extraño, sin llegar jamás a comprender a los demás. Si esto es siempre un mal, lo es mucho mayor en una democracia; y de mil maneras tiende a remediarlo la Universidad en la federación americana. Política social universitaria. —La política social de una Universidad es buena, si favorece por todos los medios posibles la mezcla y la buena armonía de los distintos elementos que forman el cuerpo estudiantil. Uno de los más poderosos medios que para este fin emplea la Universidad en los Estados Unidos son los juegos y deportes, de cuyo desarrollo, a veces excesivo, no diré nada por ser cosa tan conocida. Sólo advierto que en una Universidad

moderna el campo de juegos es tan esencial como las aulas. Si ha de ser eficaz y ha de dar buen resultado el trato y conocimiento de los alumnos entre sí, no ha de ser éste forzado, sino libre. He aquí algunas de las instituciones que favorecen este espontáneo acercamiento. Residencias y comedores. —Ricos y pobres alternan en las residencias de estudiantes, que tienen alojamientos de diversos precios, Además de los restaurantes escolares administrados por la Universidad, hay en algunas partes otros debidos a la iniciativa de los estudiantes, y organizados en forma de cooperativas. Están equipados espléndidamente. La comida en mesa redonda es muy buena y muy barata, y además se sirven platos especiales, a quien los solicite. Hay comedores de esta clase a que acuden diariamente más de mil estudiantes. Estas instituciones influyen no poco, por otra parte, en mantener a bajo nivel el precio de las pensiones y de los hospedajes, con lo cual se fomenta también la afluencia de estudiantes a la Universidad. Clubs y sociedades. —Cada estudiante pertenece a cierto número de clubs, y tiene ocasión de tratar en ellos con compañeros de diversas clases y categorías. Además de los clubs deportivos, los hay para el cultivo de la música, del arte escénico, de la oratoria, de lenguas vivas y así mismo asociaciones científicas variadas: de filosofía, historia, economía política, etc.


LA UNIVERSIDAD MODERNA

En los clubs de debates y oratoria se cultiva este arte con mucho empeño. Hay concertaciones de colegio a colegio, se tienen verdaderos debates de selección y grandes debates entre los campeones de los diversos Estados. Casi todos los hombres públicos de la Federación se han adiestrado para las luchas parlamentarias en estos simulacros estudiantiles. En Harvard gran número de clubs tienen sus reuniones en el hermoso edificio, propiedad de los estudiantes, Club Harvard Union, donde es muy intensa la vida social estudiantil. Mutuo apoyo. —Es uno de los principales elementos de la educación social, y los estudiantes se acostumbran a prestárselo, ya en las cooperativas que sostienen para la compra de todo cuanto pueden necesitar en su vida de estudios, ya también en las agencias de colocación. Muchos estudiantes en los Estados Unidos tienen que dividir el tiempo entre el estudio y el trabajo. Las agencias de que hablamos, sostenidas y manejadas a veces por la Junta de gobierno, pero otras veces por los estudiantes mismos, les proporcionan para una parte del día trabajo adecuado y remunerativo. Acción social. —Las asociaciones confesionales, como la Y.M.C.A. (Young Men Christian Association) y las asociaciones de estudiantes católicos, emprenden obras de gran aliento para la mejora de las clases proletarias. En Chicago y Pensylvania, por ejemplo, los estudiantes han fundado en los barrios obreros más

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abandonados verdaderas misiones permanentes de educación y religiosidad (Settlements). La Universidad de Yale, siguiendo el ejemplo de las inglesas de Oxford y Cambridge, sostiene una misión en China. Uniones fraternales. —No es oro todo lo que reluce en las asociaciones estudiantiles de los Estados Unidos. En muchas Universidades buena parte de los clubs tienen la forma de uniones fraternales (Fraternities, y para las mujeres Sororities), que no es ciertamente la más a propósito para el perfeccionamiento de la educación social. Son sociedades secretas (puerilmente secretas), con ritual especial para la recepción y que se distinguen por letras tomadas del alfabeto griego. Hay gran número de uniones. Sólo en la Universidad de Columbia, por ejemplo, hay 24 capítulos diferentes. Cada capítulo consta de unos 25 miembros, que viven muy unidos entre sí y poseen a veces magníficas casas de residencia. No suelen distinguirse mucho en los estudios los afiliados a las uniones fraternales; pero, en cambio, celebran pomposas fiestas y hasta bailes, con la correspondiente pérdida de dinero y tiempo, y aumento de afición a los placeres. En contraposición con estos estrechos grupos, que más bien aíslan a sus miembros de la sociedad general, existen también en Universidades donde hay gran concurso de extranjeros clubs cosmopolitas, a que pertenecen todos los extranjeros y un número igual de nacionales.


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Todas estas diversas asociaciones dan a los jóvenes de talento organizador y de dotes de gobierno ocasión de darse a conocer y de prepararse para la alta tarea de conductores del Pueblo. Asociaciones de exalumnos. —Las principales son: Primero. —La «clase», asociación formada por los que se han graduado en un mismo año y que se proponen ayudarse mutuamente por toda la vida y favorecer su Universidad. Segundo. —El «club local» en que se encuentran los antiguos alumnos que viven en una misma localidad. Son útiles especialmente a los nuevos graduados que van a la misma localidad a establecerse. Tercero. —La «asociación de exalumnos» reúne a todos los que han gozado de la educación de una Universidad, y es excelente medio para difundir en el público el interés por las mejoras de la misma. En algunas Universidades los exalumnos graduados eligen cierto

número de vocales para la Junta de gobierno. Una vez al año con motivo de la inauguración del curso, se reúnen en la alma mater todos sus antiguos hijos. Nunca faltan hombres de prestigio; pero lo que predomina es la alegría de toda la gran familia que se congrega una vez en el hogar espiritual. Hay discursos entusiastas, hay partidos animados, y hay desfiles pintorescos, pues en ocasiones las «clases» se disfrazan y aparecen los de un año vestidos de clowns, los de otro de chinos, etc., etc. Es una verdadera fiesta de familia. De este modo la Universidad es para el estudiante norteamericano algo más que las aulas donde se instruye. Es la escuela de la vida en su más amplia expresión. Y de este modo la Universidad moderna no deja dispersar sus hijos, sino que los mantiene congregados en torno suyo, haciendo que la generación que ha llegado ya a la cumbre dé la mano firme y sincera a la generación que avanza.


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LA FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y JURÍDICAS Félix Restrepo S.J.* Al despertar a nueva vida la Universidad Javeriana después de casi dos siglos de profundo sueño, encontró sus aulas pobladas de alegres turbas de estudiantes, muy distintos de aquellos que en 1767 puso fuera de ellas la pragmática sanción de Carlos III. Aquellos eran hombres de Iglesia, estos de mundo; aquellos estudiaban cánones y sagrada teología, estos, leyes civiles y ciencias económicas; aquellos eran pacíficos habitantes de una tranquila colonia, estos, inquietos ciudadanos de una república libre, que se asoma al porvenir ávida de cultura y de progreso; aquellos eran un puñado no más, pues en la incipiente colonia todo era pequeño, estos ya son una multitud, pues en esta nuestra patria nueva ya empieza a ser todo grande.

Pero en una cosa están de acuerdo los criollos estudiantes de la antigua Javeriana y los estudiantes modernos de la Javeriana renacida. Unos y otros llevan en sus almas un mismo ideal y buscan una misma meta. Unos y otros son espíritus de selección, mal avenidos con el dulce dejar pasar las horas en ociosa holganza y con los estrechos horizontes del egoísmo raquítico. Unos y otros piensan en el porvenir de la patria, piensan en el bienestar del pueblo, piensan en poner todo su influjo y todo su talento y sus futuras riquezas, —porque ¿qué estudiante hay en su pobre camastro de proletario crónico que no sueñe sueños dorados de futura —grandeza?— en poner, digo, toda su personalidad al servicio de una causa noble, al servicio de los ignorantes, de los oprimidos, de los pequeños, de los desgraciados.

Revista Javeriana No. 9, febrero-junio 1938 - Universitas Humanística No. 13, diciembre de 1980.

La antigua Universidad Javeriana fue la culminación, fue el corona-

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miento, fue la flor del colegio de San Bartolomé, en cuyas aulas, émulas de las del Rosario, se incubaron las generaciones de los próceres que nos dieron patria libre e hicieron respetar el nombre de Colombia y el de Nueva Granada en el concierto de las naciones cultas. La nueva Javeriana ha sido también floración del mismo Colegio de San Bartolomé, el cual, a través de los siglos y de tantas vicisitudes por que ha pasado nuestra patria, ha conservado siempre encendida la antorcha del saber y siempre enhiesta la columna del carácter y siempre airosa la bandera del patriotismo. También en el actual colegio de San Bartolomé y también en la nueva Universidad Javeriana se está incubando en gran parte la generación que nuestra patria necesita para no perder su puesto de honor entre las naciones libres de esta América, para no dejarse invadir por el comunismo materialista, allanador de todo ideal y de toda cultura, para realizar la nueva sociedad cristiana, para llegar a las cumbres del progreso social a través de la maraña de torpes pasiones y de intereses creados que parecen cerrarle el camino, bien así como los caballeros castellanos, precisamente hace en este año cuatro siglos, vencieron con fe, con energía y tenacidad sobrehumanas la red de tremendos obstáculos que la hostil naturaleza puso en su camino, y vinieron a respirar a estas alturas a pulmón lleno y con corazón regocijado auras puras, cargadas de aromas y llenas de promesas. Cuando el Santo Padre se ha dignado dar el título de Universidad Católica y de Universidad Pontificia

a estas aulas javerianas, es porque tiene la certeza de que la Facultad que ha sido hasta hoy la única de la Javeriana renacida, la doble facultad de ciencias económicas y jurídicas, ha llenado cabalmente su objeto de conservar la tradición católica en los altos estudios civiles, y porque espera que cada día cumplirá mejor con este honroso cometido. En el mundo entero se está librando actualmente una feroz batalla entre el ideal cristiano de la sociedad, que es el alma misma de la cultura occidental, y un nuevo concepto materialista de la vida, simbolizado por la hoz y el martillo. La hoz, que bañada en sudor en manos del labriego honrado es símbolo del trabajo fecundo, pero que en manos del sectario ateo significa, manchada de sangre, la destructora siega de todo lo que hay de espiritual en la cultura y la trágica mies de vidas humanas que llena de cadáveres las ciudades y los campos. El martillo, que en manos del obrero cristiano simboliza la fuerza y la alegría, que repica en el yunque y resuena vigoroso en los talleres, repitiendo el eco de aquel himno del trabajo que nos enseñó el carpintero de Nazaret, Dios hecho hombre para hacernos a todos hermanos; pero que empuñado por el discípulo de Marx y de Lenin solo significa odio y destrucción y ruina y lucha de clases y aplastamiento de toda vida espiritual y de toda la civilización cristiana. Noble profesión la vuestra, futuros juristas si la miráis no como un recurso para salir airosos en la lucha por la vida, sino como lo que ella es en realidad, como un magis-


LA FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y JURÍDICAS

terio, como un sacerdocio, como un apostolado. Magistrado y magisterio son palabras emparentadas en su origen, y en el ánimo de todo magistrado debe estar siempre viva la idea de que él no solo está puesto por la sociedad para impartir justicia, sino para enseñar con su vida entera a sus conciudadanos cómo se ha de vivir conforme a la conciencia que es la ley de Dios, y conforme a las leyes de la Patria. Mucha analogía tiene la profesión del abogado con la dignidad del sacerdote. El sacerdote da culto a Dios y a la verdad. El abogado debe dar culto a la verdad y al derecho. Nunca el abogado que se estima debe encargarse de enturbiar la verdad para que a río revuelto saquen ganancia algunos pescadores, sino al contrario debe hacer que la verdad resplandezca aunque sea con detrimento de cualquiera, pues nada más bello y más honroso que sentirse uno perpetuamente adalid de la verdad. Y sacerdote del derecho. Dar a cada uno lo que es suyo. Restablecer el orden, inocente o maliciosamente perturbado. Volver la paz y la abundancia a los hogares que han sido víctimas de arteras maniobras o de audaces asaltos. Hacer brillar la inocencia del hombre recto injustamente acusado, y hacer caer el peso de la ley sobre el delincuente que se ufanaba de su impunidad. Volver a la sociedad la tranquilidad que le habían robado los hijos del crimen y servir de protección y escudo a la inocencia de los niños, a la honra de las mujeres, al patrimonio del honrado padre de

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familia, a los derechos del generoso ciudadano o de la religiosa humilde que dedican sus pensamientos y sus energías a trabajar por el bien de los demás. Apóstoles del bien de la sociedad entera deben ser los abogados que se forman en estas aulas bajo el patrocinio del gran apóstol de los tiempos modernos, San Francisco Javier. Apóstoles que antes piensen en el bien ajeno que en el provecho propio. Apóstoles que trabajen infatigablemente y con generoso desprendimiento por el bien de los pobres y de los humildes. Apóstoles de los ideales cristianos, únicos que pueden labrar la felicidad de los pueblos. Apóstoles de los cuales, al rendir su jornada, se puedan escribir como epitafio aquellas dos palabras que dijo San Pedro del divino Maestro: Pertransiit benefaciendo, pasó haciendo el bien a todos. Eterna es la verdad y eternas e inconmovibles son las bases de la justicia, pero la humanidad está aún muy lejos de haber asimilado la verdad evangélica y de haber realizado plenamente la justicia que nos enseñó el Salvador del mundo. No quiso él que la humanidad se transformara como por milagro, de la noche a la mañana, sino que dejó en su Iglesia el principio de la renovación, como un fermento, para que poco a poco la masa se fuera levantando, hasta que toda ella estuviera renovada. Por eso es grande la tarea que os incumbe a vosotros intelectuales católicos, hombres de influjo, hombres de carrera, que representáis el fermento para las masas desvalidas de nuestra patria.


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Si nuestra sociedad ha mejorado desde los tiempos coloniales, y más todavía desde los tiempos de la edad media y del viejo paganismo, no hay duda que está aún muy lejos de la perfección. Los pueblos buscan con inquietud nuevas formas de vida que realicen mejor la justicia social. Vuestro deber es no oponeros jamás a esta hambre y sed de justicia de las masas, sino encauzarla hacia un perfeccionamiento general de los humildes, perfeccionamiento que llene los nobles anhelos del espíritu en el campo religioso y cultural, y que colme también las justas aspiraciones de bienestar económico que imperiosamente se han despertado en nuestras masas obreras, y que son el desbordamiento pujante de la justicia social que se impone con nosotros o contra nosotros, por fas o por nefas, por generosa iniciativa de los poderosos o para estéril lamentación de los reacios. En este sentido está llamada a hacer una gran labor nacional la facultad de ciencias económicas, primera y única que hasta hoy se ha abierto en nuestra patria. En el campo económico va a hacerse o se está haciendo ya la nueva gran trasformación de la sociedad moderna. Es de suma importancia para un pueblo arraigado en la ci-

vilización cristiana que sus teorías económicas no sean las de Marx el judío o las de Lenin el ruso, sino las que se derivan del evangelio, poderoso faro para guiar a la humanidad en todos los mares y en todos los tiempos. Tal vez en estas aulas de la Universidad Javeriana se está formando la generación que, libre de prejuicios y llena de nobles ideales, acierte a dar a nuestra patria la estructura económica que venga a mostrar al mundo cómo un pueblo joven, sin renegar de su fe, puede realizar los más avanzados ideales de mejoramiento de las masas y de equitativo reparto de las riquezas con que plugo al Creador dotar a nuestro suelo, no para beneficio exclusivo de una casta, sino para que la gran masa del pueblo pudiera llevar una vida digna de seres humanos. Al conceder nuestro Santo Padre el Papa a la Universidad Javeriana el honroso título de católica y de pontificia le augura sin duda que ella ha de contribuir eficazmente a la realización de aquel ideal con que empezó y con que va a culminar su pontificado: la paz de Cristo en el reino de Cristo, reino del bien y la verdad, reino de la caridad y la justicia, reino en que no habrá avaricia ni odios ni lucha de clases, porque todos seremos hermanos.


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Félix Restrepo, S.J.* Si la gloria, según la definición de santo Tomás de Aquino, es clara cum laude notitia, tenemos que convenir en que ninguno de los hijos de esta nuestra patria brilla con más extensa gloria que Francisco de Paula Santander. Todo el continente americano acaba de rendirle férvido homenaje; sus mayores ciudades, Buenos Aires, Río de Janeiro, Méjico, le erigen estatuas; y prensa y radio proclaman su nombre y lo proponen a la admiración de los pueblos. En el suntuoso edificio que en Washington ocupa la Unión Panamericana hay un vestíbulo, llamada Sala de los Héroes, y en él están los bustos de las grandes figuras na-

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Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

cionales de América. Cada nación está representada por uno de sus hijos. Colombia está presente en la austera figura de Francisco de Paula Santander. Es cierto que Colombia ama y venera a Bolívar como padre de la patria, pero la inmensa alma del Libertador se sale de las fronteras nacionales. Es una visión luminosa que se cierne sobre todo el continente americano. Fue un genio. Fue uno de esos hombres providenciales que de vez en cuando manda Dios a la tierra para torcer el curso de la historia. Si en otra sala semejante a aquella de la Unión Panamericana hubiera de glorificarse la figura más ilustre de cada continente, tal vez sería difícil escoger al representante de los otros; el de Sur América sería, sin lugar a duda, Bolívar. Pero bajo ese sol de la libertad de un continente brillan también con


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luz propia los astros nacionales: San Martín, O’Higgins, Hidalgo, Artigas, Santander; y si se tratara de elegir presidente en ese brillante areópago de América, tal vez conseguiría la mayoría de votos el ilustre colombiano. Tendría ciertamente el voto de O’Higgins, quien en julio de 1820 le escribía desde Valparaíso1: “Séame permitido felicitar a V. E. por la gloriosa parte que ha tenido en la libertad de su patria. La posteridad, que tiene palmas para todas las virtudes y lugar para todas las reputaciones, haciendo justicia al vencedor de Pore, le colocará al lado del inmortal Bolívar”. Pero yo no trato ahora de exaltar a nuestro héroe nacional. Las voces más poderosas y más autorizadas de la elocuencia colombiana no han dejado nada por decir, en este centenario, de lo que constituye la brillante carrera pública de este hijo de la fama. Yo solo quiero hacer resaltar el detalle más interesante para vosotros, queridos alumnos, y es que este hombre, que fue el abanderado de las primeras milicias nacionales, el que en los ardientes llanos de Casanare organizó el ejército que pasó el páramo de Pisva, el que con Anzoátegui acompañó a Bolívar en la jornada inmortal de Boyacá, el que hizo posibles por su genio organizador las victoriosas campañas de Bolívar que llenaron de gloria al ejército colombiano en Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho, el que fue lugarteniente del Libertador en la presidencia de la Gran Colombia, el primer presidente de la Nueva 1

Archivo Santander, tomo V, página 53.

Granada, el infatigable propulsor de la enseñanza, el patriota vigilante, el sereno estadista, el humilde cristiano que, confesando sus yerros y proclamando su fe en el Redentor y supremo Libertador de las almas, murió hace justamente un siglo en el seno de la Iglesia, el general Francisco de Paula Santander, fue un hijo de esta casa y merece ser llamado el primero y más ilustre de los estudiantes bartolinos. Al colocar su efigie en este mismo patio por donde él tantas veces se pasearía estudiando sus lecciones o comentando con sus compañeros las noticias de las guerras napoleónicas, vamos a recordar algo de nuestra historia íntima, algo que os mostrará hasta qué punto estos claustros bartolinos deben tener por propios los honores del primero de sus hijos. No fue Santander de aquellos alumnos ingratos que salen de las aulas y no vuelven a pensar en ellas. Toda su vida se glorió de haber llevado la beca bartolina. Se hizo retratar con ella. Con interés de amigo verdadero asistía a los actos públicos de su colegio. Se acordó de él en su testamento. Fue esta capilla el último vivac en la campaña de su vida, ya al otro lado de la muerte, y la beca de Lobo Guerrero, roja como un hilo de sangre, se fue en el ataúd con él, al lado de la espada y del bastón de mando, en hombros de los bartolinos, por las calles enlutadas de la consternada ciudad, hasta la tumba. Conocida es la exclamación del Libertador cuando llamó a Santander el hombre de las leyes, a Sucre


SANTANDER, BARTOLINO

el de la guerra y a sí mismo el de las dificultades. Menos conocida es la noble respuesta que dio Santander a Bolívar2: “Usted es el hombre de lo heroico y lo extraordinario, Sucre el hombre de la fortuna en la guerra y yo el hombre de la gratitud”. Justo es pues que este colegio recuerde siempre al más ilustre y al más agradecido de sus hijos. Y oportuno que en esta ocasión recordemos la íntima unión que reinó siempre, en próspera y en adversa fortuna, en nobles y en equivocadas y a veces funestas empresas, entre el ilustre prócer y las aulas de San Bartolomé.

En 17 de agosto de mil ochocientos y cinco vistió la beca de este Colegio Real Mayor y Seminario de San Bartolomé don Francisco de Paula Santander y Omaña... entrando en el goce de una beca seminaria, y yo, el rector, como provisor Vicario general y gobernador del Arzobispado, le concedí, expidiéndole el correspondiente título, habiendo precedido las informaciones de constitución y siendo su padrino el doctor don José Custodio García, consiliario y catedrático de filosofía de este colegio. José Domingo Duquesne, Juan Nepomuceno Parra, Secretario.

Así figura el nombre de Santander en el libro de matrículas de este colegio, y al fin hay una nota, escrita en 1826, poco después de ser reelegido vicepresidente constitucional. Esa

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Archivo Santander, tomo XI, página 319.

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nota indica brevemente su carrera pública y termina con este elogio, que no podrá ya borrarse de nuestros anales: “Debe llamarse con justicia el segundo padre de Colombia”. Entraba Francisco en San Bartolomé como en casa propia, pues tenía en ella, no solo como padrino a Custodio García Rovira, sino también como protector a su tío el profesor Omaña, personaje tan vinculado entonces y después a estos claustros, como lo prueba la leyenda del retrato perteneciente a la galería de San Bartolomé, en la cual, después de una larga serie de honoríficos cargos por él desempeñados, se lee lo siguiente: “pasante, catedrático de latinidad, de sagrada escritura, de derecho canónico y civil, secretario, vice-rector, consiliario nato y rector regente de estudios de dicho colegio”. A continuación, con letra más pequeña, se leen estas palabras: “En la subyugación de la Nueva Granada fue expatriado por el jefe de las tropas reales Morillo. Conducido preso y encerrado en una bóveda de las de La Guaira, murió el año de 1817 al rigor de las crueldades de los españoles, siempre firme en su opinión de que la América debía ser independiente”. Los estudios se hacían entonces más rápidamente que ahora. A los dos años y medio de colegio, en febrero de 1808, Santander era ya bachiller en filosofía. En el libro de propinas de la Universidad de Santo Tomás he podido comprobarlo. Allí se lee: “Febrero: el día primero entraron en caja tres pesos de las tremendas de bachilleres en Filosofía de don Lino María Ramírez, don


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Francisco Santander y don Nicolás Guerra”. La tremenda se llamaba a un examen que en la Universidad Tomística debía ser semejante al que llevó el mismo nombre en la Universidad Javeriana, y que encontramos descrito con todo detalle en el libro de grados de esta última. El estudiante sacaba sus puntos a la suerte, y a las seis de la tarde se dirigía a la capilla. Allí, en un banquillo entre dos velas, se sentaba frente a sus examinadores, y debía sudar frío, exponiendo y respondiendo por espacio de dos horas, cuando aquella ceremonia recibió el nombre de tremenda. Este mismo año sostuvo en acto público de teología natural y sicología, todo en latín; en 1809 se lució en público certamen sobre las Instituciones de Justiniano, y en 1810, el 11 de julio, presentó otro acto de derecho procesal penal y civil, bajo los auspicios de su profesor y futuro mártir, Emigdio Benítez. Los programas de estos actos públicos, todos en latín, se conservan bellamente escritos a mano en los archivos del colegio. Sus contemporáneos afirman que se graduó en jurisprudencia; no se han hallado los libros respectivos de la universidad, para poder comprobarlo. En el primoroso cuadro de costumbres de Luis Segundo de Silvestre, titulado Un par de pichones, hallamos el mejor retrato del estudiante bartolino Francisco Santander. La escena tiene lugar en la casa de don Pedro, gracioso andaluz, ya entrado en años y empleado en la casa de la moneda. Figuran también su esposa, doña Catarina, y varias hijas solteras y no solteras.

A las seis y media o siete de la noche, dice, llegaban las hijas casadas, con sus maridos y dos o tres amigos de la casa. Entre ellos era muy asiduo en sus visitas un joven colegial de San Bartolomé, de los que llamaban capistas, que es como si dijéramos externo, quien, prendado de Chepita, rara vez faltaba a la tertulia de don Pedro, aunque no pudiese, por la vigilancia de doña Catarina, decir al oído de la garrida muchacha la menor palabra confidencial. Era el estudiante gallardo, galante y decidor, y su continente tenía atractivo a pesar de que el pobrísimo vestido que gastaba no era parte a realzar su gallardía. Componíase éste de una esclavina o capa corta de color de panza de burro, pantalones de marsella tan amarilla como la yema de un huevo, y tan cortos, que dejaban ver los tobillos cubiertos con calcetines de hilo de Ramiriquí, que como saben los que alcanzaron a conocerlos, tenían la propiedad de no permanecer sujetos a la pierna sino descender en forma de rosca sobre el zapato, dándole al pie la apariencia de las patas de las palomas que los niños llaman calcetas por tenerlas cubiertas de plumas. Finalmente, calzaba zapatos de cordobán con orejillas, sujetos con una estropeada cinta negra, y gastaba, en vez de sombrero, cachucha de paño azul. Dábale este vestido la apariencia de una sota de baraja española; pero así y todo era gallardo, y como tenía muy buenos modales y conversación fácil y agradable, hacía olvidar lo


SANTANDER, BARTOLINO

pobre, extravagante y raído de su vestimenta. Llamábanlo en casa de don Pedro, el cucuteño, por ser oriundo de Cúcuta…

Tratábanlo con tal intimidad, que lo convidaban a rezar el rosario las noches que iba de visita; y después se completaba la velada con juegos de prenda que ponía el cucuteño, o con la charla de don Pedro, que acostumbraba a decir cuánto le saltaba en la mollera con toda la gracia y desenfado de los andaluces.

El cucuteño sabía rasguear la guitarra y cantar, y aunque pocas veces se prestaba a este ejercicio musical, porque tenía bastante talento para no volverse vulgar, cuando lo hacía era a maravilla.

Cuando entró Santander en el colegio de San Bartolomé, apenas hacía treinta y ocho años que habían sido expulsados inicuamente los jesuitas por Carlos III. Fresca estaba su memoria, y lo mismo en la casa de don Pedro que en todos los hogares santafereños se hablaba frecuentemente de ellos con admiración y cariño. Hay quien cree que de no haber sido expulsados los jesuitas, no hubiera salido de estas aulas la generación que libertó a Colombia. Olvida el que así piensa que Antonio Galán hizo todos sus estudios bajo la dirección de los jesuitas, y fue sin embargo el primero que tomó las armas contra los abusos de España, el primero que organizó los pueblos para la resistencia y el primer mártir de la libertad de Colombia. Los jesuitas han inculcado e inculcan siempre en sus colegios el respeto a la autoridad, pero también

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el respeto a la libertad humana. Si hay algún antídoto eficaz contra el servilismo, es esa doctrina espiritualista que nos inculca san Ignacio, según la cual cada hombre tiene un reino interior en su conciencia en el cual se halla cara a cara con Dios y ante el cual no valen nada los poderosos de la tierra. Cumplir con el deber aun a costa de la vida, no temer a los tiranos, derramar la sangre por una causa noble, sacrificarse por el bienestar de los pueblos, esto enseñaron con su palabra y con su ejemplo miles de jesuitas en todo el mundo. Esta libertad espiritual, inflexible ante los poderosos, fue la que les atrajo el odio de los gobiernos absolutistas, los totalitarios del siglo XVIII, que querían esclavizar la Iglesia misma, y por eso empezaron por aniquilar el escuadrón más vigoroso en que ella se apoyaba para su defensa, la Compañía de Jesús. Francisco de Borja, ante el túmulo abierto de la reina, viendo en qué podredumbre había venido a parar la mujer más hermosa de España, resolvió firmemente “no servir más a señor que se me pueda morir”. Nunca sirvió al despotismo la Compañía de Jesús. Servía una idea inmortal y más alta, la gloria de Dios, la salvación de las almas, la justicia eterna, la causa de los oprimidos. Santander, Ricaurte, Zea, García Rovira, Liborio Mejía, y tantos otros próceres y mártires, no fueron discípulos de los jesuitas, pero fueron hijos de este colegio fundado y acrecentado y sostenido durante ciento setenta años por los jesuitas. No podían dar en él un paso sin hallar sus huellas. En los altares veían diariamente y con religioso respeto


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los santos de la Compañía de Jesús, modelos de heroísmo, que inmóviles han visto pasar por estos claustros tantas generaciones; y quién sabe si no verían flotar más de una vez, en los oscuros tránsitos del antiguo colegio, la austera figura del protector de los indios, José Dadey, o la sombra de los mártires del Orinoco, o el luminoso espíritu de Claver, el amigo y redentor de los esclavos.

las últimas jornadas de Santander y de Bolívar para caer sobre el poderío español en Boyacá.

Pero hay otro aspecto por el cual no se ha considerado nunca la contribución de los jesuitas a nuestra independencia. Si los inmensos llanos de Casanare, en vez de ser una provincia civilizada, rica y próspera, hubiera sido una tierra salvaje, no habría podido rehacerse en ella el ejército libertador, y la Nueva Granada no habría sacudido el yugo de Morillo. Pues bien, los jesuitas fueron los que llevaron a Casanare civilización, prosperidad y riqueza, y a Santander, el bartolino, le tocó justamente esta misión providencial de organizar en Casanare el ejército que había de invadir a la Nueva Granada por los páramos de la cordillera.

La provincia de Casanare, en contacto con los llanos de Apure, donde los españoles habían experimentado varios desastres, y provista de caballos y de ganado, ofrecía muchos medios de prolongar la guerra. Fue por esta razón por la que los restos del ejército de Bogotá, acaudillados por el francés Serviez, su Comandante, se dirigieron hacia Casanare, y Santander, como Mayor General, los siguió sin vacilar3.

El ánimo se estremece con un movimiento que raya en lo sublime cuando, después de leer la historia de las misiones de los jesuitas en nuestras llanuras orientales, oye la relación de aquella campaña de centauros, y se encuentra con que estos no hicieron más que desandar hacia el interior el camino de penetración que trazaron y trajinaron los misioneros jesuitas; Bonza, Pisva y Paya; Pore, Tame, Betoyes, Macaguane, estos fueron los primeros pasos de los jesuitas en la conquista de los llanos, y, en sentido inverso,

Santander conocía muy bien los recursos de toda clase que la obra civilizadora de los jesuitas había dejado en los llanos. En las memorias que sobre sus relaciones con Bolívar escribió en 1829 se expresa de esta manera:

El 25 de agosto de 1818 fue nombrado Santander, por el Libertador, en Angostura, comandante en jefe de la vanguardia de un ejército que debía formarse en Casanare. Salió de Angostura con cuatro buques en que conducía mil fusiles, treinta quintales de pólvora y otros efectos militares. Le acompañaban tres oficiales sin soldado alguno. Existe un fragmento del diario que el jefe de estado mayor de ese ejército sin tropa, Vicente González, llevó del viaje del general Santander, desde su salida de Guayana el 25 de agosto de 1818. Oíd algunos apartes4.

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Archivo Santander, tomo XXIV, página 197.

4

Archivo Santander, tomo III, páginas 37 y siguientes.


SANTANDER, BARTOLINO

Septiembre 17 —Al remo. Se cortó un nuevo palo para la vela del buque general, con lo que se puso de más andar. Viento en la noche y concluido nos quedamos arriba de la Chorrera de San Ignacio. — Octubre 2. Viento. La chorrera de la Laja de Guamachito la pasamos a la espía. Aquí se recibieron cuatro bogas de Caicara y carne. El General fue acometido de calenturas intermitentes. —Octubre 14. Llegamos a La Urbana a las 9 del día. Se repusieron los bogas y continuamos a las 12 del día. Nos quedamos abajo de la boca de San Regis por haber venido chubasco. —Octubre 19. Al remo hasta las 12 que hubo viento. En la tarde muy fuerte chubasco por babor. Nos quedamos arriba de Castillito, lugar en donde se dice que hubo un fuerte establecido por los jesuitas contra los indios salvajes. —Octubre 23. Al entrar en el río Meta, dejando el Orinoco a la izquierda, vino un chubasco; y corriéndolo rompió la carlinga y cayó el palo. Pasamos los terribles raudales de Caribena con mucho peligro y dificultad. El río Meta siendo muy ancho y dividiéndose frecuentemente en varios brazos proporciona muchos varaderos: así nos hemos varado más de veinte veces. —Noviembre 6. Sin viento. Desde aquí es necesario tener una excesiva vigilancia para evitar las sorpresas de los indios Guagibos y Chiricoas, de que están llenas las costas del Meta: estos indios hacen guerra a muerte a todo ser viviente.

Fiebres, continuas varadas, chorreras y chubascos y ataques de los

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indios; San Ignacio, Castillito, San Regis, huellas de los jesuitas que venía deshaciendo el hijo de San Bartolomé para dar libertad a su patria. Sin la labor de los jesuitas, los habitantes de Casanare serían todos como esos indios del Meta que “hacen guerra a muerte a todo ser viviente”. No hubieran existido los llaneros colombianos; no pudiera formarse en aquel rincón libre de la patria el ejército que, dominando la cordillera en una marcha tan admirable como la de Aníbal a través de los Alpes, vino entre las dianas de Boyacá a levantar la libertad con prodigio estupendo, de su ensangrentado sepulcro. Por esta misma vía de los jesuitas conducía al año siguiente Antonio José de Sucre las armas que había logrado comprar en las islas de Barlovento y que sirvieron para poner en pie de guerra aquel invencible ejército colombiano que se cubrió de gloria a través de todo el continente5. No había pasado un año después de la victoria de Boyacá, y otra vez encontramos a Santander en los claustros de su colegio, no ya como estudiante remendado, sino con las galas de general de división y con la autoridad de primer magistrado de la naciente patria. Oigamos a Juan Francisco Ortiz, hermano del autor de la oda a la bandera colombiana (Reminiscencias):

5

El General Francisco de Paula Santander tuvo la bondad de ser Archivo Santander, tomo IV, páginas 186 y 235.


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mi padrino en el acto de ponerme sobre los hombros la beca encarnada. Ochenta alumnos internos, vestidos de la hopalanda y con el bonete en la mano, esperaban en la sala rectoral. El General entró acompañado del Rector, don Ramón Amaya, y algunos profesores del establecimiento. El vestido ordinario de Su Excelencia consistía en un gran sobretodo de paño verde botella, forrado en pieles, pantalón de grana con galón fino, botas con espolín de oro, sombrero militar con un desmesurado plumaje blanco, y el bastón de la Vicepresidencia con puño de oro y esmeraldas.

Luego que hubo puesto sombrero y bastón sobre la mesa, cubierta con una carpeta de damasco amarillo, sentóse debajo del dosel, adornado con el retrato del Ilmo. Arzobispo Lobo Guerrero, fundador del Colegio; hizo señal con la mano para que tomaran asiento los circunstantes, y me dirigió un discursejo, exhortándome a que aprovechara el tiempo, y repitiendo que en los hijos de los próceres de la independencia americana se fincaba en parte el glorioso porvenir de la República. Al terminar me dio un abrazo y me mandó que abrazara al Rector, catedráticos y colegiales (los cuales me dieron sendos pellizcos). Tal era la costumbre.

Dos años más tarde, en 1822, dictaba en San Bartolomé su célebre curso de física José Félix de Restrepo, y el colegio podía mostrar que de un salto se había puesto a la altura de los colegios europeos.

Sigamos oyendo al bartolino que acabamos de dejar tan orondo con su flamante beca:

El doctor Estévez (era entonces el Rector y fue el mismo que siendo Obispo de Santa Marta auxilió al Libertador en sus últimos momentos) había hecho en Europa el pedido de un gran número de máquinas e instrumentos de física y de matemáticas, pagadero, se entiende, con las rentas del Colegio. El día del examen se pusieron de manifiesto, en largas hileras, en la iglesia de San Carlos: réplicas y convidados se sentaron a un lado; Rector, catedráticos y alumnos, al otro; a la espalda habían tomado asiento muchísimas señoras; y después ceñía aquel recinto un inmenso concurso asombrado de ver, por vez primera en la capital, tantas máquinas e instrumentos, suponiendo cándidamente que sería mucha la ciencia de los jóvenes que hacían jugar aquéllas y manejaban éstos con tanta facilidad. Rompió la orquesta con un buen trozo de música al entrar su Excelencia el Vicepresidente, y todos nos pusimos en pie. Tomó asiento y nos sentamos. No recuerdo qué joven fue el encargado del discurso expositivo, llamado resunta. El General Santander contestó con la gracia que le era peculiar, y empezó el examen. Muy bien lo hicieron los alumnos, es decir, no se pifiaron en sus respuestas. Mi padre salió contentísimo, y me dio en el altozano un apretado abrazo. Ese fue mi premio.

Otro ilustre bartolino, Mariano Ospina Rodríguez, asistió ese mismo


SANTANDER, BARTOLINO

año al curso del doctor José Félix de Restrepo, y nos cuenta así sus impresiones6:

El anuncio de un curso de filosofía dictado por tal profesor atrajo un número de cursantes tan crecido como nunca se había visto. Abriose este curso a principios de 1823, con gran pompa, y de él salieron muchos ciudadanos instruidos, que han figurado en los primeros puestos de la República... El señor Restrepo trataba en la clase a todos sus discípulos con afectuosa y delicada cortesía, como si fueran hombres ya formados y cultos, y de esta manera los inducía a portarse como tales sin que ellos cayeran en la cuenta.

Sazonaba sus lecciones con oportunidad y gracia, con pasajes históricos y anécdotas curiosas que le daban ocasión para inculcar las mejores doctrinas morales.

Todo esto hacía que las horas de clase fueran deliciosas y apetecidas, que el profesor fuera cordialmente querido y respetado, y que la aplicación de los estudiantes fuera espontánea y general, sin necesidad de exigirla.

Terminada la filosofía, vaciló don Mariano entre estudiar medicina o jurisprudencia.

6

Di la preferencia a ésta, particularmente por la simpatía que me inspiraba el catedrático doctor Don Mariano Ospina y su época, tomo I, página 19.

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Azuero por su talento florido y su carácter, que era culto, insinuante y benévolo, y si por su vehemencia se dejaba arrastrar a veces de la pasión política, con todo me parecía menos propenso que el doctor Soto a dejarse dominar de los sentimientos rencorosos. (página 25). Ya tenemos en escena a los corifeos del partido antiboliviano, que tan funestos fueron a nuestro general Santander. Pero sigamos oyendo al estudiante que nos pinta a su profesor de derecho romano, tan distinto del que hoy honra las aulas de esta Universidad Javeriana:

...La clase menos atractiva para mí era la de derecho romano, sobre todo por la escasa competencia del profesor, que era el doctor Pablo Francisco Plata, un sacerdote socorrano, un poco al molde de los de misa y olla. Yo iba a la clase únicamente cuando me ocurría alguna objeción seria referente al tema de la lección. No pudiendo resolverla el doctor Plata, se dirigía en la generalidad de los casos a mi condiscípulo Rafael María Baralt o a Rafael María Vásquez, y hablaba en estos términos: “Contéstele, hombre, Rafaelito”, y como el recomendado se limitaba a desarrollar el argumento confirmando la objeción, el doctor Plata contestaba muy ufano: “Para que lo veas, Ospina, si es que tú no estudias la lección” (página 25).

Los intermedios de las clases los pasaban, entonces como hoy, los bartolinos en la barra del congreso,


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y aquel año de 1823 pudieron asistir al emocionante espectáculo de la defensa de Nariño ante el senado. Oigamos otra vez a don Mariano (página 21):

...Competidor del General Santander en la elección de Vicepresidente de Colombia que hizo el Congreso de Cúcuta, apareció Nariño desde luego como el rival de aquel hombre tan poderoso entonces.

Cuando aquel Gobierno, a pesar de haber una Constitución escrita, era todavía la simple dictadura militar, fue Nariño el primero que se atrevió a censurar sus extravíos y excesos; acaso era el único que entonces podía hacerlo. Pero esta justa y moderada oposición, que parecía un escándalo imperdonable a los que ejercían la dictadura, le atrajo los mayores insultos y las más irritantes calumnias.

Para impedir que Nariño concurriese al Senado de Colombia, en 1823, se le hicieron éste y otros cargos igualmente infundados. Todos los granadinos conocen seguramente, aunque mutilado, el elocuente discurso con que el venerable Senador deshizo y pulverizó todos aquellos cargos. Nosotros éramos adolescentes todavía y no se nos alcanzaba nada de los odios e intrigas que la política desarrolla y pone en ejercicio. No se ha borrado todavía, después de tantos años, la profunda impresión que en nuestro ánimo produjo la poderosa voz del

decano de los próceres de nuestra independencia. Mal cerradas las cicatrices que las cadenas de los tiranos habían dejado en las piernas del valiente soldado, apenas podía andar, y cada paso que daba era una elocuente desmentida a las calumnias de sus enemigos. Cuando, levantando altiva su noble frente, recordando los primeros esfuerzos hechos por la independencia y por la libertad, y las inmensas pérdidas y crueles sufrimientos que ellos le acarrearon, preguntaba: “¿En dónde estaban entonces esos hombres que hoy me calumnian? ¿Qué era de ellos cuando yo perdía hacienda, salud y libertad por dar prosperidad, independencia y libertad a la Patria?” Cuando poniendo a la vista documentos irrecusables, hacía que sus propios émulos, hasta sus mismos enemigos, proclamasen los claros hechos de su patriotismo, las felices combinaciones de su genio, sus heroicas hazañas, su ilimitada y leal consagración, las lágrimas que su pérdida arrancara a los valientes defensores de la libertad, el sentimiento profundo de pesar que su cautividad derramara en los pueblos; el Senado entero, conmovido, inclinaba delante de él sus respetables canas en señal de asentimiento y de respeto. Nosotros, enternecidos, entusiasmados derramábamos lágrimas y batíamos las manos desalados. No todo era para los bartolinos en aquellos años serias clases y emociones patrióticas. También se conocía la fiesta de los estudiantes,


SANTANDER, BARTOLINO

muy diversa, eso sí, del degradante carnaval que con ese nombre conocimos hace algunos años. Dejemos que con colorido insuperable nos lo pinte un testigo presencial7.

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Era llegado el mes de diciembre, siempre alegre y festivo para la capital. Ya hemos visto en otra parte cómo se ponía en movimiento la gente: paseos, bailes, pesebres, misas de aguinaldo, todo era alegría y buen humor. Los colegios celebraban los aguinaldos con varias funciones. El de San Bartolomé, como en otros años, desde el día 16, se erigió en República, con el nombre de Bartolina. Se hizo Congreso y se dio Constitución. Se eligió para Presidente de ella al señor José María Chaves, empleado de la Casa de Moneda, y por Arzobispo al presbítero doctor Moyano. Las cualidades que la Constitución exigía para ser Presidente de la República, eran tener plata y no ser miserable. El tren de poderes y empleados era completo: había Tribunales de Justicia, Secretarios de Estado, Intendente, Gobernador, etc.; Generales, Jefes y Oficiales del ejército y marina, que se presentaban con sus uniformes e insignias. Había papeles públicos, entre ellos la Gaceta Oficial, en que se publicaban noticias y comunicaciones de las autoridades y los partes del Almirante de marina, Pioquinto Rojas, en que daba cuenta de las operaciones de la armada, desigJosé Manuel Groot, Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada. Tomo V, página 65.

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nando los navíos, bergantines, fragatas, goletas y pailebotes, con los nombres de ciertas personas de fuera, a quienes, sin ofender su honor, se les atribuían, en lenguaje y términos náuticos, las propiedades y acciones de los buques, ya batiéndose, ya dando caza, ya a la capa, ya varándose, ya abordando al enemigo, etc. Estos partes eran para hacer reír al más serio, porque el Almirante tenía genio para ello. Los Secretarios del Despacho trabajaban asiduamente, cada uno en su ramo. El de Hacienda no tenía más funciones que pedir plata al Presidente de la República para los gastos nacionales; porque la República Bartolina no costeaba al Presidente sino que el Presidente costeaba de su bolsillo la República: ¡admirable institución, que se había de adoptar en todas ellas! El señor Chaves desempeñó con mucho patriotismo su período presidencial, a satisfacción de los bartolinos, porque cubrió cumplidamente el Presupuesto de gastos que le pasó el Congreso.

El Arzobispo no tenía más funciones episcopales que las de asistir a las comedias y entremeses que se representaban por la noche, y echar bendiciones. Es preciso hacer aquí un bosquejo del doctor Moyano, para comprender cuánta fue la sabiduría del Congreso en esta elección, que hizo en virtud de la ley de patronato.

El doctor Moyano, natural de la Provincia de Antioquia, de familia distinguida, era lo que se llama un alma de Dios. Hizo sus estudios


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en el Colegio de San Bartolomé, y dicen que fue aprovechado; y sí sería, porque era graduado en cánones. Su fisonomía era simpática. Alto de cuerpo, algo trigueño, seco y amojamado, de edad como de unos sesenta años o algo más; un poco alocado; siempre de buen humor; amigo de conversar con todos; cándido en extremo; continuamente andaba aprisa, con los brazos extendidos y el manteo arrastrándole.

Empezáronse las funciones de la República, en las que se representaban por las noches varias piezas para los colegiales. El concurso era grande, aunque sólo de gente convidada por esquelas. Asistía el Vicepresidente Santander, pero como particular, lo mismo que otros altos empleados. El señor Chaves, Presidente de la República, con bastón y banda nacional, y el Ilustrísimo señor Moyano, Arzobispo de la Arquidiócesis, con vestiduras episcopales, ocupaban los dos primeros puestos. El doctor Moyano se moría de gusto oyéndose llamar Ilustrísimo señor, y le echaba bendiciones a todo el mundo. Estaba tan poseído de su papel, que, estando sentado junto al General Santander, le hablaba con tanto fundamento como si efectivamente fuera Arzobispo; y Santander, que tenía algo del humor del ventero que armaba caballeros andantes, le daba el tratamiento de Ilustrísima, y él lo recibía con mucha seriedad. Los familiares le tenían el sombrero, de pie, detrás de la silla, vestidos de monigotes. Estos eran los que

hoy son doctor Vicente Lombana y doctor Severo García, Provisor del Arzobispado.

Así se pasaron los colegiales alegremente los días de aguinaldos y pascuas, y no se sabe quién sentiría más el fin de la República Bartolina, si los colegiales o el doctor Moyano. En la última noche de función, después de concluida la pieza y echado el telón, empezaron los del teatro a tocar una campana. Todos preguntaron qué era aquello; a lo que contestó un colegial, sacando la cabeza fuera del telón: “Es tocando a sede vacante, porque se murió el Arzobispo”; a lo cual todos largaron la risa, y el doctor Moyano, levantándose furioso del asiento, dijo que él no se había muerto para que le tocaran a sede vacante; y que él no estaba allí para que lo burlaran, y se salió por en medio de todos, prometiendo que no volvería a ser Arzobispo en toda su vida.

En el año de 1826 dio Santander una nueva muestra de su cariño al colegio de San Bartolomé enviándole dos de las medallas con el busto del Libertador, que hizo acuñar el gobierno del Perú para perpetuar la memoria de nuestro ejército y la gratitud peruana. El secretario de relaciones exteriores, José Revenga, en comunicación que se conserva original en nuestro archivo, dice:

El Vicepresidente cree que tienen preferente derecho a poseer tan inapreciable prenda los colegios en donde se forma el ciudadano, y de donde el pueblo colombiano


SANTANDER, BARTOLINO

siempre esperará ver salir hombres ejemplares cuya conducta haga menos prodigiosos los grandes hechos de que es testigo la historia de nuestra revolución. Santander no era impecable ni era infalible. El gran error de su vida, que tan caro le ha costado a la república, fue haberse dejado seducir intelectualmente por el utilitarismo político de Jeremías Bentham. El 8 de noviembre de 1825 se publicó el decreto que ordenaba explicarlo en todos los colegios. Y el 3 de octubre del año siguiente, el célebre plan de estudios vino a hacer el daño más general y más grave, pues aun para las clases de derecho público eclesiástico e instituciones canónicas señalaba autores en su mayor parte prohibidos por la Iglesia. Por supuesto que las doctrinas utilitarias venían enseñándose ya desde años atrás en el colegio de San Bartolomé. Y en este mismo año de 1826, los alumnos de la clase de legislación universal, entre los cuales estaban Ospina, Baralt y Pedro Celestino Azuero, defendían bajo la dirección de su catedrático Vicente Azuero, cuarenta proposiciones, entre las cuales se hallan las siguientes: “El bien es el placer o la causa del placer; el mal es el dolor o la causa del dolor. La naturaleza ha puesto al hombre bajo el doble imperio del placer y del dolor; para procurar, pues, la felicidad pública, el legislador no debe perder de vista estos dos móviles, procurando el placer y evitando el dolor...”. Estaba Santander tan prendado de Bentham que siempre lo tenía abierto sobre su mesa de trabajo, y

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nos cuenta uno de sus amanuenses8 que “sólo lo hacía a un lado cuando tenía que escribir o cuando los Oficiales de la Secretaría le llevaban a la firma resoluciones o despachos”. Pero del mismo colegio de San Bartolomé salió el más vigoroso impugnador de Bentham. Francisco Margallo y Duquesne es una de las figuras más gloriosas de la galería bartolina, y no será raro que lo veneremos alguna vez en los altares. Fue el sacerdote más popular de su tiempo. Profesor de teología durante treinta años en San Bartolomé; gran orador de voz modulada, fuerte y sonora; de vida santa, que renovó en Santafé las asperezas de los padres del yermo; y por otra parte festivo y ameno, a él se debió principalmente que la juventud no se envenenara por completo con las máximas de Bentham. Nadie en Bogotá se quedó sin leer sus chispeantes y sólidos folletos El gallo de San Pedro, contra la masonería (a la cual desgraciadamente apoyaba también, aunque con poco entusiasmo, el general Santander); La ballena, contra la propaganda protestante; La serpiente de Moisés, contra la tolerancia de cultos; El perro de Santo Domingo, contra los malos libros, y, finalmente, El arca de Noé, contra la indiferencia religiosa. Poco después de la fracasada convención de Ocaña, Bolívar, que se había hecho cargo del poder, prohibió, cediendo al clamor de los padres de familia, que se continuaran enseñando los principios de legislación 8

Groot, tomo V, página 63. Ospina, página 23.


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de Bentham. “Esta medida, dice Posada Gutiérrez (tomo 1°, página 112), suplicada, exigida, se volvió cuestión de estado, y los enemigos del Libertador la explotaron para sacar partido de la juventud que, por su inexperiencia, es tan fácil de extraviar. Los colegios armaron alboroto, y los muchachos muy orondos, con grave prosopopeya y tono enfático, la declararon rancia, retrógrada, ultramontana”. Y henos aquí en plena efervescencia estudiantil contra el Libertador. Llegamos a la página más triste de la historia del Colegio, pero a fuer de amantes de la verdad histórica, junto a tantas luces tenemos que poner también las sombras. Entre los proyectos de Bolívar y las ideas de Santander se había abierto un abismo. A propósito de algunos pequeños desacuerdos que hubo entre ellos después del triunfo de Boyacá y en los que cedió generosamente Bolívar, escribe más tarde nuestro general9:

Bolívar debió convencerse desde entonces que si Santander, como militar, jamás vacilaba en obedecer puntualmente sus órdenes, como magistrado sujeto a deberes imprescindibles, y con libertad de pensar y de obrar en determinados casos, tenía entereza para sostener la independencia de su puesto, y resolución para reclamarla al través de los dulces y sagrados vínculos de la amistad y del reconocimiento.

9

Archivo Santander, tomo XXIV, página 206.

Esta actitud honra a Santander y muestra que tenía conciencia de sí mismo; pero, caso frecuente en las alturas, el que sostenía sus ideas con tanta independencia frente a los fulgores del genio de Bolívar, se dejaba influir por personajes muy inferiores a él en talento y en carácter; y, lo que es más grave, se dejó arrastrar a procedimientos ajenos a su alta dignidad y a su propio decoro. José Manuel Restrepo era en 1825 uno de los secretarios del vicepresidente, y nos cuenta (tomo III, página 470) que con motivo de las elecciones los enemigos de Santander lo atacaban violentamente:

Este (continúa Restrepo) contestó con dureza por medio de la Gaceta Oficial del gobierno, sin escuchar las insinuaciones que en contrario le hacían sus secretarios y consejeros legales, imprudencia que le suscitó muchos enemigos que jamás perdieron ocasión de vengarse. Por otra parte, añade el secretario historiador, el amigo de Santander, Vicente Azuero, dirigía la campaña más despiadada y cruel contra Bolívar desde las columnas del periódico El Conductor. Bolívar era el Presidente de Colombia; y el Vicepresidente en ejercicio sostenía el periódico oposicionista pagando del Tesoro Nacional 250 suscripciones que se repartían en las Provincias. Y aún era voz pública que muchos de los artículos de El Conductor eran de la pluma del Vicepresidente. Por eso, recordando Bolívar en Barranquilla en vísperas de su muerte estos hechos, decía a José Vallarino, destilando amar-


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gura por las recientes heridas10: “Mi enojo con Santander proviene de la perfidia que usó conmigo cuando yo estaba en Venezuela, pues en vez de cooperar al restablecimiento del orden, se empleó en atizar la discordia, prodigándome mil y mil injurias en ese maldito papel que se titulaba El Conductor, que escribían entre él, Azuero y Soto, y sin embargo de esa conducta tan vil, me continuaba escribiendo en sentido de mi mayor amigo, hasta que me incomodé, y le puse una carta diciéndole que no me molestara más con su correspondencia, pues no quería tener por amigo a un hombre tan pérfido; y luego que regresé a Bogotá suprimí el tal papel, que se pagaba de los fondos públicos para que Azuero tuviera una renta, y que no hacía más que propender a la anarquía y zaherirme sin misericordia”. Los que por tanto tiempo habían sido íntimos amigos trabajando ahincadamente por el bien de la patria, llegaron a odiarse con saña y desgarraron el manto de la Gran Colombia. Noblemente lo reconoció el Libertador, cuando escribió en los últimos días de su vida: “El no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos”11. Triste condición de la naturaleza humana, que los hombres aun en las alturas de la gloria conservan el lodo de su origen y no se desprenden de 10 Archivo Santander, tomo XVIII, página 310. 11 Archivo Santander, tomo XXIV, página 270.

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sus flaquezas y pasiones. Solo la santidad acerca el alma a la perfección divina. Bolívar y Santander fueron héroes, pero no fueron santos. Los consejeros políticos del general Santander eran Azuero y Soto; uno y otro eran profesores en San Bartolomé y de gran influjo entre los estudiantes. Nada extraño, pues, que los bartolinos formaran el núcleo principal del partido que tan duramente combatía al Libertador. Y no se andaban en pequeñas.

Había entonces, cuenta Posada Gutiérrez (tomo 1, página 164) una sociedad llamada Filológica, que bajo el disfraz de sociedad literaria, era un club político conspirador. Sus miembros, todos jóvenes, estudiantes los más en el Colegio de San Bartolomé, aprendiendo la historia en las novelas y en catecismos diminutos, calificaban a Julio César de tirano abominable, y al Libertador de otro César, y más tirano que César.

No se hablaba sino del paso del Rubicón, de la batalla de Farsalia; los más filólogos citaban a Harmodio y a Aristogitón; el joven Vargas Tejada escribió un monólogo en verso sobre el suicidio de Cayo Porcio Catón en Utica, monólogo que tuvo gran boga; lo aprendían los colegiales de memoria, y lo representaban, aplaudidos por los muchachos a los gritos de “¡viva la libertad, muera el tirano!” Subía, pues, la marea bramando, y Bolívar la oía y nada hacía, y sin embargo lo llamaban tirano.


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No conocemos el monólogo de Vargas Tejada, pero sí sus fábulas políticas. Entre ellas hay una, cuya escena es este mismo patio del entonces colegio seminario, la cual nos dará idea de la virulencia de los bartolinos capitaneados por Azuero. Dice así (y notemos de paso qué bello talento el que malograron aquellas propagandas demagógicas): EL BUEY DE CARGA Aunque es ya costumbre añeja que sólo cosas fingidas hayan de ser admitidas para fábula o conseja, Fabio, de esta maña vieja voy a separarme aquí, contándote lo que vi; y porque mejor lo creas, añadiré como Eneas: Et quorum pars magna fui. Sobre poco más o menos hará como cuarenta años, que un viernes por la mañana estábamos retozando en el patio del colegio una turba de muchachos. Casualmente por la calle pasaba un buey del mercado con su enjalma y nariguera, y por mal de sus pecados le vino el fatal antojo de colarse a nuestro patio. Al momento, o quien al postre, viendo al animal tan manso, toda la horda muchachuna arremete a hostilizarlo; unos a silbos lo aturden, otros le dan hurgonazos, otros le pegan palmadas con los libros y las manos; yo que entre aquella caterva

era de los menos malos, no dejaba de tirarle pedradas de cuando en cuando. Como él todo lo sufría, por fin otros más osados se trepan y se le montan desde la cruz hasta el rabo, queriendo hacer que galope a fuerza de bulla y palos. Hasta que el pobre animal molido ya y sofocado, brama, brinca y patalea; furioso, del primer salto sacude los jinetillos, que con bonetes y mantos, Masústeguis y Nebrijas, por el aire van volando. Desparpaja y acornea todo cuanto encuentra al paso, y cual toro jarameño en una plaza encerrado, corre tumbando estudiantes por el patio y por los claustros. Unos quedan aturdidos, los otros descalabrados, y otros escalera arriba corren a ponerse en salvo. Tan ciego estaba de rabia, que vino a llevarlo su amo, y también ¡quién lo creyera! le metió su buen porrazo. John Bull, es decir, Juan Toro, llaman al pueblo britano. Al colombiano, más zonzo, Juan Buey podemos llamarlo. La caterva boliviana a mal traer lo está llevando, a él la broma les aguanta sin chistar; mas sin embargo, tánto lo han de sofocar que al fin se les vuelva bravo, y se acuerde que es más fuerte


SANTANDER, BARTOLINO

que los que lleva montados, y entonces... después que haya   hecho lo que el buey con los muchachos, no le arriendo las ganancias al que intente sujetarlo. Se habían acumulado terribles explosivos en el ánimo de los jóvenes. La audacia, la irreflexión, el espíritu de aventuras, el mal entendido compañerismo, hicieron lo demás. Bastaba una chispa para provocar la explosión... Doblemos esta hoja, la más triste de la historia de Colombia, la más dolorosa en los fastos de San Bartolomé. Bolívar, salvado providencialmente, era ya incapaz de contener la disolución de aquella Gran Colombia de sus ensueños y de sus amores. La oposición volvió a levantar cabeza en Bogotá y volvió a propagarse entre el gremio estudiantil, propenso siempre a la novedad y al bochinche. Sus mismos amigos aconsejan al Libertador apartarse del mando, y el congreso admirable hace el 4 de mayo de 1830 elección de presidente y vicepresidente. Inmediatamente toma posesión el vicepresidente Caicedo ante el congreso, y la ínfima plebe y la turba estudiantil, viendo ya al gigante caído, se desborda para celebrar su presunta victoria en manifestaciones que hacen pensar en los liliputienses.

Con música, cohetes, canciones y arengas, nos cuenta un cronista12, pasaban y repasaban bajo las ventanas del Libertador, y

12 Posada Gutiérrez, tomo III, página 66.

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encarándose a cuantos militares o ciudadanos encontraban y que se consideraban amigos del gigante abatido, prorrumpían en las aclamaciones más provocativas vitoreando al General Santander, al doctor Vicente Azuero, al doctor Francisco Soto, a los desterrados por la conjuración del 25 de septiembre, con sus correspondientes mueras a la tiranía, a los tiranos, a los serviles, a los pretorianos. El Libertador había señalado el día 8 de mayo para su salida de la capital. La víspera se rebeló la guarnición, exigió su paga y resolvió marchar hacia Venezuela. Un bando convocó a las armas al pueblo y a los ciudadanos, y se reunieron en la plaza mayor como 400 artesanos y 200 cachacos, estudiantes en su mayoría. Los cachacos, dice Posada Gutiérrez (tomo III, página 76), ocuparon el edificio de la Corte Suprema de Justicia, y hablaban nada menos que de atacar a las tropas veteranas, empezando por el parque para proveerse de municiones, disputando con los jefes, que resistían semejante imprudencia, principalmente con el General Herrán, que les manifestaba todas las consecuencias de la intentona. En su despacho acribillaron a estocadas y a bayonetazos el retrato del Libertador que adornaba la sala del Tribunal, a los gritos de “¡viva la libertad! ¡muera el tirano! ¡mueran los serviles!” Algunas botellitas de mistela que por vía de desayuno circularon


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de mano en mano, aumentaron el entusiasmo patriótico de la cohorte juvenil, y multiplicaron los vivas y los mueras; las arengas se atropellaban en los balcones, en los corredores, en la plaza. La prudencia del vicepresidente y de los jefes evitó mayores males. A las dos de la tarde las tropas rebeldes salieron para Venezuela, y la ciudad quedó entregada a los chismes de los exaltados. Toda aquella noche la pasó en vela el Libertador, acompañado por el vicepresidente Caicedo y por otros amigos, y al amanecer tomó el camino de donde no había de regresar. Es falso que en su salida le faltara la plebe al acatamiento debido.

Por el contrario, dice el historiador Restrepo (tomo IV, página 317), se le presentó una manifestación de respeto y consideración firmada por los principales habitantes de Bogotá. Salieron en su compañía los Ministros del Gobierno, los miembros del Cuerpo Diplomático, muchos militares y ciudadanos, con algunos extranjeros. En todos los pueblos del tránsito fue recibido y tratado con las atenciones debidas al que por tantos años había gobernado a Colombia, y al primer campeón de la Independencia.

Bolívar llevaba en el pecho la garra de la enfermedad que a los pocos meses le dio la muerte, y en el alma toda la amarga hiel del desengaño. Al pasar por Honda, su amigo el coronel Posada lo invitó a un paseo. Aceptó Bolívar. Era el día

caluroso, y los paseantes, después de cabalgar algunas horas por los llanos de Mariquita, se apearon para descansar a orillas de la quebrada de Padilla. Y oigamos al coronel (tomo III, página 91):

Después de más de media hora que descansábamos en una especie de somnolencia, levantó Bolívar la cabeza, se sentó impaciente, y dirigiéndose a mí que estaba a su lado, me preguntó: “¿Por qué piensa usted, mi querido Coronel, que estoy yo aquí?” Tan extraña pregunta me sorprendió. Tímidamente, por no ofenderle, le contesté: “La fatalidad, mi General”. “¡Qué fatalidad! ¡No!”, me replicó con vehemencia; “yo estoy aquí porque no quise entregar la República al Colegio de San Bartolomé”; y calló inclinando meditabundo la cabeza sobre el pecho.

Acompañemos también nosotros al padre de la patria en su dolor y en señal de desagravio con un instante de silencio. Yo hubiera querido asistir a ese encuentro de Bolívar y Santander en las mansiones de la luz eterna. Ambos murieron despojados de odios. Ambos murieron repitiendo la súplica cristiana: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Ambos murieron estrechando en sus manos la imagen del Crucificado y oyendo la palabra de esperanza: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Y así, purificados de la escoria humana por inauditos sufrimientos, se unieron en fraternal abrazo sus


SANTANDER, BARTOLINO

almas luminosas en los umbrales de la eternidad. Y desde allí, queridos bartolinos, uno y otro nos exhortan a la unión y a la armonía. Bolívar nos dice estas palabras de su última proclama: “Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión”. Santander, estas otras, que se leen en una carta suya13 y parecen escritas para el momento presente: “Seamos moderados y no queramos volver a sumergir a este país en los males que le causó el entusiasmo .por las ideas avanzadas”. Apenas extinguida la preciosa existencia del general Santander, el colegio de San Bartolomé, “deseando dar una prueba más del afecto y de la deferencia que siempre ha tenido por la persona de aquel ilustre alumno suyo”, como dice textualmente la comunicación del rector, pidió a los albaceas que el cadáver fuera trasladado a esta capilla bartolina para velarlo en ella religiosamente. Esta fue, pues, la última mansión del prócer, como había sido su cuna intelectual. De aquí salió para la morada del silencio y del reposo, ostentando aún en su cadáver la gloriosa beca bartolina. Y no sé si os habéis fijado en este detalle: el

13 Archivo Santander, tomo VIII, página 129.

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escudo de la beca bartolina, tal como podéis verlo en ese retrato de Santander, mandado pintar en su tiempo para la galería del colegio y que hoy se conserva en el museo nacional, no es otro que el escudo de la Compañía de Jesús. Es ese monograma del divino nombre que significa por antonomasia libertador, y del cual dijo san Pedro que no hay otro nombre que haya sido dado a los hombres debajo del cielo para que podamos salvarnos. Si levantara hoy de la tumba la cabeza nuestro gran general bartolino, se extrañaría tal vez de ver que en su colegio está haciendo su elogio un hijo de aquella Compañía de Jesús, fundadora de San Bartolomé, que parecía muerta en los años de la independencia americana. Pero no, mi ilustre general. La Compañía de Jesús está escudada con ese nombre salvador que tú ostentas también en la beca sobre el pecho con más orgullo que la medalla de los libertadores. Ese nombre de Jesús te asegura también a ti el cariño indeficiente de las generaciones cristianas y la gloria inmortal que traspasando los límites del tiempo se perpetúa en luminosa eternidad.



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MISIÓN DE ESPAÑA EN LA CONQUISTA DE AMÉRICA Félix Restrepo, S.J.*

Desde el punto de vista de la filosofía cristiana de la historia, la marcha de la humanidad sobre la tierra se divide en dos grandes períodos: uno de dispersión, otro de concentración. Volviendo las espaldas al Creador, la familia primitiva empezó a andar errante por la tierra; crecieron las tribus, se multiplicaron los pueblos y ocuparon los grandes continentes y las islas del océano. Separados por inmensos mares, por áridos desiertos y por inaccesibles montes, se replegaron sobre sí mismos, y en largos siglos de callada evolución dieron origen a la multiplicidad de las razas humanas. Distintos usos y costumbres, lenguas diferentes, multitud *

Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

de dioses falsos, diversidad en todo, aislamiento absoluto, recelo y enemistad de unos a otros, completaron el cuadro de la dispersión que llegó a mostrar la tierra poblada de razas antagónicas y de pueblos enemigos, tan lejos del ideal de una sola gran familia con amor de hermanos y un padre común. El período de la dispersión había terminado. Si en tan compleja evolución pudiera señalarse un punto que separe estos dos grandes períodos de la historia humana, éste sería el descubrimiento de América, cuya fecha hoy conmemoramos como fiesta capital de nuestra raza. En ese instante la humanidad cayó en la cuenta de que el proceso de dispersión había ido mucho más lejos de lo que nadie imaginaba. La tierra en toda su amplitud se abrió a la exploración de los navegantes y se halló poblada de innumerables


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pueblos y tribus y familias, cultivados unos y bien organizados, salvajes los más y errantes por los inmensos ríos y los empinados montes que forman el nuevo continente. Y en ese instante también empezó para acelerarse vertiginosamente el proceso del acercamiento, de asimilación, de compenetración entre el mundo antiguo y el que acaba de surgir, como un milagro, del fondo del océano. Diez y seis siglos antes había tenido lugar en la tierra otro suceso de menos brillo exterior, pero definitivo en su inmenso influjo sobre la marcha de la historia. Como la humilde mujer que pone en la masa un puñado de fermento y se va a dormir segura de que, al clarear el día, la masa entera estará suave y dispuesta para convertirse en regalado pan, así la mano de la providencia había puesto calladamente en un rincón de Palestina el puñado de energía sobrenatural que había de transformar el mundo.

vina, aquí empezó la nueva historia de la humanidad. Al ponerse en contacto el viejo mundo con esta nueva porción de la tierra se volcaron sobre ella todos los elementos de vida que tan activamente bullían en el continente europeo. Ideales y pasiones, vicios y virtudes, lealtad y rebeldía, crueldad y misericordia, egoísmo y caridad, fuerza bruta y ciencia del derecho, materialismo práctico y espiritualismo heroico desembocaron en América y siguieron aquí la lucha secular que en Europa, Asia y África habían librado desde la aparición del cristianismo. Pero notadlo bien, no eran fuerzas desencadenadas las que entraban en conflicto en este nuevo campo de batalla. Por el contrario, las fuerzas del bien llegaban victoriosas. Las fuerzas del mal, acosadas en el viejo mundo, venían a buscar en estos inmensos territorios campo más propicio para reaccionar contra el avance de las banderas de la cruz.

Si la humanidad se había olvidado de Dios, Dios no se había olvidado de la humanidad. Y llegada la hora de la providencia, el mismo hijo de Dios hecho hombre vino a congregar en torno suyo a todos los pueblos de la tierra.

La providencia confió la empresa de incorporar el nuevo mundo en la civilización cristiana, principalmente a la nación que más había luchado en Europa por unificar sus pueblos en la ley de Cristo y por conservar intacto el tesoro de la fe.

Encendió el Redentor calladamente la luz de su doctrina, y la confió a unos pobres pescadores diciéndoles: “Id y enseñad a todas las gentes”.

Y esa nación, justo es reconocerlo, recibió el encargo providencial con clara conciencia de su responsabilidad histórica y con firme resolución de llenar su altísimo destino.

Si Jesús hubiera sido un iluso, aquí terminaría su historia; pero porque su palabra tenía eficacia di-

En el castillo de la Mota se extinguía poco a poco la vida de la gran reina que había completado la uni-


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dad de España: Isabel la Católica. Y al despedirse de su pueblo deja trazada en su testamento la ruta misionera que el pueblo español había de seguir en cumplimiento de su destino histórico:

Ítem: Por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las yslas y tierra firme del mar océano descubiertas e por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicábamos al Papa Alexandro VI, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar de ynducir e traer los pueblos dellas e los convertir a nuestra sancta fe cathólica, y embiar a las dichas yslas e tierra firme prelados y religiosos e clérigos y otras personas doctas e temerosas de Dios para instruír los vecinos e moradores dellas en la fe Católica, e los enseñar a doctar de buenas costumbres: por ende suplico al rey mi señor muy afectuosamente, y encargo e mando a la dicha princesa mi hija e al dicho principe su marido, que así lo hagan e cumplan, e que este sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e no consientan ni den lugar que los yndios, vecinos e moradores de las dichas yndias e tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes.

Un moderno historiador alemán nos muestra de qué manera el imperio español cumplió este testamento de su soberana:

Todos los escritores, eclesiásticos y seglares, antiguos y modernos,

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convienen en que la evangelización misionera fue en la colonización de España, no algo accesorio, sino factor principal y esencial. Hasta uno de los más encarnizados enemigos de las misiones católicas ha tenido que confesar que el celo por la conversión de los infieles no fue ni el más débil ni el último de los motivos que impulsaron a aquellos hombres a la conquista del mundo nuevo1. Este espíritu se descubre fácilmente en los más ilustres conquistadores. A Hernán Cortés le hace decir con razón el gran Lope de Vega: Cortés soy, el que venciera por tierra y por mar profundo con esta espada otro mundo si otro mundo entonces viera. Di a España triunfos y palmas con felicísimas guerras, al Rey infinitas tierras y a Dios infinitas almas. Balboa, al divisar después de tantos trabajos las apacibles aguas del mar del sur, “volviose incontinenti —lo narra Fernández de Oviedo— la cara hacia la gente, muy alegre, alzando las manos y los ojos al cielo alabando a Jesu-Chripsto, y a su gloriosa Madre Virgen Nuestra Señora; e luego hincó ambas rodillas en tierra… y mandó a todos los que con él yban que assimesmo se hincassen de rodillas y diessen las mesmas gracias a Dios e le suplicassen con mucha devoción que les 1

Freytag, Spanische Missionspolitik.


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dexasse ver y descubrir los grandes secretos e riquezas que en aquella mar y costas avía y se esperaban, para ensalce mayor e aumento de la fee chrispstiana y de la conversión de los naturales indios de aquellas partes australes”.

La crítica serena debe tomar altura y ver en sus rasgos generales ese movimiento humano que dio por resultado, en solos tres o cuatro siglos, la incorporación definitiva de un inmenso continente en la cultura cristiana.

Pizarro funda la ciudad española del Cuzco “en acrecentamiento de nuestra santísima fe católica, bien y conversión de los naturales habitadores en estas tierras remotas y apartadas de su conocimiento y santísima fe”; y la de Lima espera ha de bendecirla Dios en venturas y grandezas, “pues es hecho esto y edificado y acabado para su santo servicio, y para que su santa fe sea ensalzada y aumentada entre estas gentes bárbaras, que hasta ahora han estado desviadas de su conocimiento y verdadera doctrina y servicio”.

¡Quién pudiera presentar, en luminosa síntesis, el trabajoso avance y la feliz culminación de ese gran proceso histórico!

Juan de Garay da por escudo a Buenos Aires la cruz de Calatrava; y “la razón de lo qual y del dicho blazón es el auer venydo a este puerto con el fin y propósito firme de ensalsar la santa fee católica entre todos los yndios naturales que ay en estas provincias”. No hay en la historia de la humanidad ejemplo semejante en esta obra de concentración que hemos señalado como el segundo de los grandes movimientos en la marcha de la humanidad. Hay quien tacha de cruel la conquista española. Quien así juzga cierra los ojos para no ver más que episodios aislados, siempre lamentables, y pierde la vista del conjunto.

Tendríamos que estudiar los factores principales que en él intervinieron para fomentar o para entorpecer la marcha del ideal cristiano. Entre los últimos está en primer lugar la degradación y los vicios de los pobres indios. Ignorancia, embriaguez, poligamia, brujería, superstición, inconstancia, relajamiento del sentido moral en algunas tribus, a veces tan horrible que llegaban a comer carne humana, a sacrificar niños y doncellas a sus dioses falsos, a practicar descaradamente el infanticidio y los vicios más abominables. Pero no estuvieron tal vez de parte de los indios los obstáculos mayores para la evangelización de América, sino de parte de los mismos europeos, de los mismos católicos. La codicia, la crueldad, el desenfreno, la rebeldía, la soberbia de tantos aventureros que, alejados de la metrópoli, pensaban poder dar rienda suelta a sus pasiones, fueron constante rémora y a veces abierta hostilidad para la obra misionera. Y más aún de los herejes. Calvinistas y luteranos infestaban los mares y recorrían las ciudades de la costa. Juntando un fin político y de granjería con el odio religioso, mataban al misionero que caía en sus manos y armaban


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con armas de fuego a los bárbaros para que las volvieran contra los españoles. Pero en medio de tantos obstáculos eran más poderosos los factores que impulsaban el movimiento de asimilación cristiana. En primer lugar, el ánimo siempre elevado de los monarcas españoles, la prudentísima labor del consejo de Indias, las leyes del código indiano que aún hoy son admiración del mundo, la profunda fe y la sencilla piedad de casi todos los pobladores de América, la generosidad de esos luchadores, que al fin de su vida dedicaban todos sus bienes a las obras de educación, de beneficencia y de conquista espiritual. He ahí la parte menor del gran ejército de Cristo. Porque la parte mayor está en la Iglesia. Sabios y santos prelados, abnegados clérigos y heroicos religiosos tomaron por su cuenta realizar la palabra de Cristo, enseñando el evangelio a tantos pueblos poderosos y a tantas tribus bárbaras como se descubrían año tras año en todos los valles de los ardientes ríos y en todos los repliegues de las heladas cordilleras. Imposible seguir ni siquiera con una mirada de conjunto la obra misionera de los obispos de Indias, la de los clérigos, la de los religiosos. Franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, competían desde los primeros años del descubrimiento en abnegación y celo por conservar a los españoles en una vida digna de cristianos y por atraer a los indios a la luz del evangelio. De toda esa inmensa y heroica labor voy a destacar brevemente

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una sola pequeña porción, y es la que cupo a la Compañía de Jesús en la América española. Juzgo que el haberme escogido vosotros, ilustres académicos, para llevar la palabra en esta fiesta, sin merecimientos de mi parte, se debe a que de este modo os habéis querido asociar al cuarto centenario de la Compañía de Jesús que en estos mismos días estamos celebrando, y no llevaréis a mal por consiguiente que trate yo de resumir en breves palabras una parte de la obra evangelizadora y cultural de los jesuitas en este continente. La primera diócesis de la América hispana que quiso llamar para compartir el trabajo apostólico a los hijos de Ignacio fue la de Popayán. Con fecha 8 de abril de 1565, recién llegado a España fray Agustín de Coruña, relata a san Francisco de Borja cómo ha sido treinta y tres años misionero y provincial de los agustinos en Méjico, y nombrado ahora obispo de Popayán; y continúa con encantadora sencillez: Aceté yr a morir por Jhu Xpo., y desde entonzes propuse en mi corazón de travajar quanto fuesen mis fuerzas de llevar de la Compañía de Nuestro Jhu., porque de oydas allá fui aficionado, y de vista, después que vine estoy enamorado. Y siendo novicio yo en Salamanca en Sancto Agustín, estavan el Sancto Iñiguez y sus compañeros en nuestra casa; de lexos en mi amor. Llegadas mis bulas, si el Señor fue servido, me consagré en Madrid el octubre pasado de 1564, y desde entonzes asta principio de abril


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e dado muchas peticiones sobre ello y allado tanta contrariedad en estos Señores, que siempre me an remitido a que lleve de mi Orden, y que no querían vbiese allá más de estas tres Ordenes, y que vastauan. Mi Provincial respondió al Rey que no podía azer nueba Provincia. No e querido poner calor en que me los diesen, por tener gran confianza en el Señor que se avían de cumplir mis deseos. Importuné estos Señores tanto y diles otra petición en que pedía el fauor de la santa Compañía de Jhu.; y que, no dándomela, que yo descargaua mi conciencia y cargaua la real. Fuéme respondido a mi petición que llevase todos los que V. P. me diese. Muy lejos estaba aún el día en que la Compañía de Jesús pudiera entrar en Popayán. La primera expedición de la Compañía a tierras de América española resultó trágica, o más bien, señalada con la gloria del martirio. Queriendo Pedro Menendes de Avilés reconquistar la Florida, que había caído en poder de franceses calvinistas, pidió Felipe II a san Francisco de Borja le diera para esta expedición algunos jesuitas. Solo pudo enviar el santo general dos padres y un hermano. Llegaron después de larga navegación a divisar la costa de la Florida. Manda el capitán algunos hombres a reconocer la región, y con ellos va a tierra uno de los misioneros, el padre Martínez. Desátase entretanto una recia tempestad y arrastra la nave principal mar adelante, hasta llevarla, después de varios días de lucha

con las olas, a La Habana. Nuestros abandonados marineros echaron a andar por la costa sin hallar señales de vida, alimentándose de yerbas y raíces. Hallaron por fin unos indios y consiguieron alimentos a cambio de algunas prendas de vestir. Continuando su exploración en el esquife, llegaron a una playa donde había buen número de indígenas. Vinieron estos al bote como a examinarlo, y de repente acometen al padre, lo levantan en peso, saltan al agua y lo arrastran a la orilla. Empiezan a darle golpes atropelladamente; y cuando el padre haciendo esfuerzos se puso de rodillas, uno de los indios le aplastó la cabeza con su macana. Los otros dos misioneros, el padre Rogel y el hermano Villarreal, llegados a La Habana, ejercitaron allí su celo y caridad, y al año siguiente lograron entrar a la Florida. Estos fueron los primeros campos apostólicos de los jesuitas en el imperio americano de la corona de Castilla. Siete misioneros de la Compañía llegaron a Lima en 1568, y fue tanto lo que conmovieron la ciudad y tanto el fervor que despertaron en la juventud española, que al año siguiente eran treinta, y un año después cuarenta y cuatro. En 1572 llegó a las costas de Méjico la primera expedición de 15 jesuitas. Abrieron colegio en la capital, aprendieron varias lenguas indígenas, recorrieron pueblos y minas predicando a indios y a españoles, y fue tan fructuoso su trabajo, que diez años después, pidiendo la audiencia


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al arzobispo de Méjico un informe sobre los nuevos misioneros, pudo escribir entre otros grandes elogios el ilustre prelado:

Sabe asimismo este testigo que así de noche como de día, a cualquier hora acuden a todos estados de gentes con mucho cuidado, a administrarles el Sacramento de la confesión, y en las cárceles a predicar y consolar los presos, y los domingos y fiestas predican por las plazas y enseñan la doctrina a los españoles naturales, yendo muchas veces en procesión, mostrándoles a los niños y negros la dicha doctrina de que se hace mucho servicio a Nuestro Señor; y en conclusión los dichos religiosos han hecho y hacen tan notable fruto, que le parece que es esta ciudad otra nueva cosa y muy diferente antes que viniese la Compañía y como agora está después que vino, en todo estado de gente, en la frecuentación de los Sacramentos, vida y modo de proceder, y le parece a este testigo conforme a lo que dicho tiene y ha visto, que si los dichos religiosos faltasen, que sería la mayor ruina que en lo espiritual pudiese suceder.

De Méjico y de Lima se extendió por toda la América española la fama primero y después la acción de la Compañía de Jesús. En Nueva España pronto había fundado colegios en las principales ciudades, y sus cátedras de artes y de teología en la capital reunían a todos los que querían seguir estudios superiores. Tuvo la Compañía eminentes maestros que hubieran

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podido figurar con honor en Alcalá o Salamanca. Fundó tres seminarios de lenguas indígenas y un colegio para hijos de caciques. Y cuando la peste de 1575 invadió todo el reino, los jesuitas se convirtieron en hermanos hospitalarios atendiendo día y noche a los enfermos hasta morir en el trabajo los rectores de Méjico y de Pázcuaro. A fines del siglo xvI apenas había llegado la conquista española al norte hasta la ciudad de Durango. Allí fundaron los jesuitas un colegio en 1594, y empezaron a penetrar por los territorios de los indios. De todos los medios, aun los más humanos, se valían para atraerlos. Su primera misión fue en el país llamado de Parras, por lo bien que se produjo en él la vid. Entabló esta misión el padre Francisco de Arista, y oíd lo que él mismo nos refiere:

Han venido hasta ahora, de cien en cien los indios con sus familias, y con ellos muchos otros exploradores, para hacer cata de la nueva fruta, y según la prueben, darles nuevas en su tierra y tratar de congregarse... Parece se le va ya cumpliendo a esta gente el tiempo de la salud, según los plazos de la divina providencia. Acúdese al presente a lo espiritual y temporal de esta buena gente, siempre con respeto de ganarles las voluntades, convidando de cuando en cuando a los caciques con comidas en nuestra casa y las fiestas principales a todo el pueblo...

Toda la inmensa región septentrional de la sierra madre y la sierra Taraumara, incluyendo el Estado


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actual de Arizona en los Estados Unidos, fue ganada para la civilización por los misioneros jesuitas. El célebre padre Kino, matemático insigne, descubrió en audaces excursiones el golfo de California y el río Colorado, y entabló las misiones desde Sonora al río Fila, el que nace en la región de los feroces apaches en los Estados Unidos. Uno tras otro fueron quedando aquellos ríos incorporados en la vida civil. El Sinaloa, el Carapoa, el Mayo, el Hiaqui, y lo mismo las fragosas sierras de los tepehuanes y de los taraumaras. En el siglo XVIII los jesuitas habían llegado a 700 leguas al norte de Méjico y tenían establecidas 120 misiones. Más de 20 misioneros habían recogido en tan difícil empresa la palma del martirio, y otros habían gastado, en medio de los mayores sufrimientos, una larga vida. El padre Juan Ugarte, apóstol de California, vivió en las misiones treinta años; el padre Glandorff, de Osnabrück (porque alemanes, italianos y flamencos compartían con los españoles las fatigas apostólicas), cuarenta años en la Taraumara, y el padre Antonio de Urquiza sesenta y un años en las misiones septentrionales, tal vez el más largo apostolado que se registra en toda la historia de la Compañía de Jesús. Un jesuita inglés, Miguel Godínez, conocido autor de la Práctica de la teología mística, vivió también entre estos misioneros, y nos pinta así la durísima vida que llevaban: Muchos años me ocupó la obediencia en este ministerio de la conversión de los gentiles en una Provincia llamada Sinaloa,

a 300 leguas de Méjico hacia el norte... Siendo la tierra sumamente caliente, caminaban los misioneros a todas horas del día y de la noche, acompañados de bárbaros desnudos, rodeados de fieras, durmiendo en despoblados. La tierra las más veces sirve de cama; la sombra de un árbol, de casa; la comida, un poco de maíz tostado o cocido; la bebida, el agua del arroyo que se topa; los vestidos eran rotos, pobres, bastos, y remendados. Pan, carnero, frutas y conservas jamás se veían sino en los libros escritos. La vida estaba siempre vendida entre hechiceros que, con pacto que tenían con el demonio, nos hacían cruda guerra. A dos religiosos, compañeros míos, flecharon e hirieron, y yo escapé dos veces por los montes, aunque mataron a un mozo mío. Andaban aquellos primeros padres rotos, despedazados, hambrientos, tristes, cansados, perseguidos, pasando a nado los ríos más crecidos, a pie montes bien ásperos y encumbrados, por los bosques, valles, brezas, riscos y quebradas, faltando muchas veces lo necesario para la vida humana, cargados de achaques, sin médicos, medicinas, regalos ni amigos; y con todos estos trabajos se servía muy bien a Dios y se convertían muchos gentiles. Solo el santo mártir padre Santarén aprendió once lenguas y edificó cincuenta iglesias. Si pasamos ahora a Suramérica hallamos un cuadro mucho más admirable.


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Lima fue el centro desde el cual hizo sentir España su influjo en toda la América del Sur; fue también el foco de donde partieron en todas direcciones las expediciones misioneras de los jesuitas, si prescindimos de los jesuitas portugueses, que de años atrás evangelizaban el Brasil, siguiendo las huellas del célebre taumaturgo padre Anchieta. Para aquellos españoles de los siglos de oro no había empresa difícil. Hoy mismo nos sentimos oprimidos ante la inmensidad de nuestro continente, y no tenemos casi comunicación ninguna. Entonces, el padre Ferrer, valenciano, y más tarde mártir de la fe, viene del sur a dar una misión en la ciudad de Pasto, vuelve hacia el oriente, predica a los cofanes, y vuelto a Quito escribe a su provincial Diego de Torres: Yo para mí no quiero otras islas de Salomón, ni otro Méjico, ni otros Japones ni Chinas, sino este nuevo mundo que hay desde los cofanes hasta el mar del Norte y atravesando hasta el Brasil y subiendo arriba hasta el Tucumán. Desde el mar de las Antillas hasta el Tucumán. Generosa aspiración de un espíritu vaciado en el molde de Javier. Pero lo que un hombre solo no podía sino soñar apenas, lo llevó a cabo la Compañía de Jesús escribiendo una de las páginas más gloriosas de la historia de las misiones. Tres grandes hoyas dividen entre sí los inmensos territorios de esta nuestra América. La del Orinoco, la del Amazonas y la del río de La Plata. Para dominarlas era menes-

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ter primero tomar posiciones en la cordillera, y pronto vemos una cadena no interrumpida de colegios de la Compañía escalonados desde Pamplona y Mérida hasta Mendoza y Concepción de Chile, en todos los puntos ocupados por los españoles. Cinco de ellos alcanzaron la categoría de universidad. Los de Santafé, Panamá, el Cuzco, Chuquisaca y Córdoba. Para su buen gobierno la Compañía se dividió en varias provincias. Nuevo Reino, Quito, Perú, Chile y Paraguay. Esta última comprendía territorios que hoy son el sur del Brasil, parte de Bolivia, el Chaco, Paraguay, Uruguay y la República Argentina. Y empezó el avance por los inexplorados valles de los grandes ríos. Nuestros jesuitas de la Nueva Granada partieron de Chita, Támara, Pauto y Morcote; misionaron los llanos de Casanare y entraron al Orinoco. Los de Quito bajaron por Cuenca a Borja sobre el Marañón, y desde allí se extendieron por el Amazonas y sus gigantescos afluentes. Los del Perú invadieron por Santa Cruz de la Sierra el río Maporé y establecieron la famosa misión de los mojos. Los del Paraguay fundaron las célebres reducciones de fama mundial en los inmensos valles del río de La Plata. Y los de Chile extendieron sus conquistas, después de pacificar a los belicosos araucanos, por ese laberinto de islas en que parece desmoronarse el extremo sur del continente hasta la legendaria tierra de los césares y el estrecho de Magallanes. En una de esas islas, abandonado en la playa, bajo un toldo, con muerte muy semejante a la del


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gran apóstol del oriente, murió el padre Juan del Pozo, de Santiago de Chile, a los setenta y seis años de edad, después de haber recorrido todo aquel archipiélago por espacio de cuarenta y seis años predicando el evangelio. He ahí un ejército de hombres que no buscan oro ni ganancia ninguna temporal, que antes dejan cuanto poseen y sacrifican sus vidas para buscar las almas de los pobres indios. Muchos murieron en la demanda. A manos de los bárbaros los unos, como nuestro compatriota Francisco de Figueroa, protomártir del Marañón; otros ahogados en los grandes ríos como el padre Santa Cruz, explorador del Napo, o lentamente consumidos por la fiebre, el hambre y las plagas que pululaban en esas selvas caldeadas por el sol tropical e inundadas periódicamente por los inmensos ríos. Pero cada hueco que se abría en las filas se llenaba sin demora, y aun sobraban fuerzas para nuevas conquistas. Legiones de misioneros venían cada año de Europa a reforzar las provincias americanas, y centenares de jóvenes, aventureros a lo divino, se acogían aquí mismo a la bandera de Ignacio para seguir la gloriosa cruzada. Aquellos heroicos misioneros realizaron hazañas que dejan atrás las de las novelas de aventuras. He aquí un ejemplo entre ciento: el andaluz padre Lucas de la Cueva. Con el padre Gaspar Cugía se dirige a Borja, tres meses de camino desde Quito, para establecer la misión del Marañón; y dejando en

el presidio español a su compañero, se adelanta solo en busca de los geveros. Adelante de Borja se precipita el Marañón entre dos escarpadas montañas, formando el peligroso Pongo de Manseriche. La canoa queda por varias horas a merced de la corriente, expuesta cada momento a hundirse o a estrellarse contra las rocas de la orilla o contra los escollos del tormentoso río. Más adelante indios enemigos los asechan, y disparan sobre la canoa una lluvia de flechas. Llega por fin después de largos días de peligroso viaje el padre a los geveros, acompañado de una escolta de españoles, los cuales recomiendan a los indios que traten bien al misionero, y se vuelven a Borja, dejándolo solo. Lo atendieron los indios, pero no quisieron reducirse a población. Preferían vagar libres por los montes. Seis meses gastó el misionero visitándolos de choza en choza por aquellas soledades. Todo inútil. Gastado, por fin, y enfermo, no pudo salir más de su choza; el hambre empezó a fatigarlo. Solo dos niños de los geveros, que le habían tomado cariño, lo acompañaban. Los demás indios no quisieron saber más de él. Cubierto de llagas, hinchado todo el cuerpo, sin medicinas, sin alimentos siquiera, vio el padre llegada su última hora, y escribió un papel dando noticia de las causas de su muerte. Ocho meses habían pasado, y el gobernador de Borja resolvió enviar una escolta para tener noticia del misionero. Lo hallaron en las últimas, pero a fuerza de cuidados lograron reponerlo un tanto. No siendo posible trasladarlo a Borja le dejaron las provisiones, y después de reprender a los indios por su


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indolencia fueron a llevar al padre Cugía noticia del extremo en que estaba su compañero. Arrepentidos los indios y repuesto el padre Cueva logró, gracias a su paciencia, lo que no había conseguido en ocho meses de apostolado, y fundó el pueblo de la Limpia Concepción. Diez y ocho años más tarde, cuando la misión de Mainas estaba floreciente, se le ocurrió al capitán Martín de la Riva Agüero, de Cajamarca, entrar a conquistar por el Marañón abajo. Casi acaba con las misiones la desenfrenada soldadesca. “Destruyó, dice el padre Cueva escribiendo al virrey, en un año lo que con tanto trabajo habíamos hecho en veinte los misioneros”. Para ver de poner remedio a tanto mal se dirigió hacia Lima, y de vuelta a su misión tuvo no menores peripecias. Le acompañaban unos pocos indios y un clérigo joven. En el remanso de un río, mientras bogaba apaciblemente la canoa, un caimán saltó sobre la superficie y se llevó el cacique sin poderlo remediar. En unos raudales peligrosos se vuelca la canoa y se ahoga el joven clérigo, mientras el padre se salva a duras penas gracias a la habilidad con que nadan los indios. Llega por fin a su misión, pero tan estropeado por las caídas y por los insectos venenosos, que se cuentan en su cuerpo veintisiete llagas. Este heroico misionero perseveró hasta la última vejez en su puesto de avanzada. De setenta y dos años fue trasladado a Quito y murió allí a los pocos meses, habiendo empleado treinta y cuatro años en la misión del Marañón. Y como este ¡cuántos y cuántos soldados de Cristo!

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Pero los grandes ríos que servían de ruta de penetración para los misioneros eran también puerta para sus enemigos. Por el Orinoco entraban los herejes holandeses que habían desembarcado en la Guayana, y azuzaban y armaban a los caribes lanzándolos contra las florecientes reducciones de los misioneros de España. A manos de esos bárbaros perecieron y ganaron la corona del martirio los padres de nuestra provincia del Nuevo Reino, Fiol, Teobast, Beck y Vicente Loberzo. En el Amazonas eran los portugueses, aunque católicos, los que por motivos políticos atacaban las reducciones españolas y se llevaban cautivos a los pobres indios. Nada pudo contra esta iniquidad el celo del padre Fritz, bohemio de nacimiento pero español de corazón. De nada sirvió que hiciera un viaje hasta Pará a quejarse ante las autoridades portuguesas, y otro a Lima para interesar al virrey en favor de los claros derechos de Castilla. De nada que, poniendo al servicio del imperio español su ciencia de gran matemático, levantara el mapa del Amazonas y mostrara en él que, según la partición de Alejandro VI, España tenía derecho indiscutible a ocupar todo el río hasta el canal de Tocantins. Los portugueses no hacían caso de las órdenes de Lisboa. Los españoles no sospechaban el porvenir de las regiones que perdían. El misionero se encontró sin auxilio, y sus cristiandades quedaron arruinadas. Había fundado entre el Napo y el río Negro treinta y ocho pueblos; solo cinco de ellos se salvaron.


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Este gran misionero, diestro en artes mecánicas, escultura, pintura, ebanistería y arquitectura, talento universal y corazón de apóstol, vivió cuarenta años consagrado a la evangelización del Amazonas. También las reducciones del Paraguay fueron más de una vez invadidas por aquellos terribles aventureros a quienes se llamaba entonces mamelucos. No hubo más remedio que armar a los indios con licencia real, y hacer de los pacíficos labriegos valientes soldados. Ellos supieron entonces, con singular arrojo, defender sus lares, y persiguieron a Ios mamelucos hasta sus mismas fortalezas. Señores: Este bosquejo superficial de la obra evangelizadora de los jesuitas en América es forzosamente incompleto, pero no quiero abusar de vuestra atención. Sería necesario decir algo de esas famosas reducciones del Paraguay, descritas con mano maestra por el gran Muratori en su famosa obra El cristianismo feliz, y que inspiraron a Chateaubriand algunas de las mejores páginas del Genio del cristianismo. Habría que citar nombres ilustres en los fastos de la santidad y en los anales de la cultura humana: Diego Ignacio Fernández, Pedro Rado, Mascardi, Juan Lorenzo Lucero y Francisco del Castillo; Cipriano Barace y Alfonso de Neira; José Dadey, Diego de Torres y Luis de Valdivia; Gumilla y Rivero; José de Aguilar; José de Acosta; Ripalda y Álvarez de Paz. Tendríamos que pasar revista a la legión de mártires que con su sangre fecundaron la tierra americana, a cuyo frente marchan los padres Roque González y Juan del Castillo,

fundadores de las reducciones del Paraguay, a quienes hoy venera la Iglesia en los altares. Y habríamos de mencionar siquiera el apostolado entre los negros. Vicios del tiempo hicieron que fueran violentamente trasportados de su tierra nativa a las playas de América miles de esclavos negros para los más duros trabajos. Pero lo que fue humanamente una desgracia se convirtió para ellos en feliz suceso, porque aquí los esperaba el misionero para incorporarlos también a ellos en la gran familia cristiana. Entre los muchos jesuitas que sacrificaron su vida en favor de los pobres africanos, ninguno como nuestro heroico hermano Pedro Claver, lumbre de nuestra patria, gloria de la raza hispana y orgullo de la humanidad. Si el soberbio conquistador se creía con derecho a explotar en su favor la raza desgraciada, Claver se creyó llamado a servirla. Esclavo de los esclavos, esa era su rúbrica. Cuarenta años pasó en el clima agotador de Cartagena, trabajando día y noche con amor de madre por sus pobres negros, curando sus llagas, defendiéndolos de sus agresores, desvelándose por su bienestar, enseñándoles con invicta paciencia y regenerándolos con el agua del bautismo. ¡Bendita raza española, capaz de dar al mundo tales ejemplos de abnegación, de constancia, de generosidad y de heroísmo! Con razón celebramos pues la fiesta de la raza. Nuestro concepto de raza no es de sentido biológico, es


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un valor espiritual. No creemos en las razas puras. Mucho menos nos convence el mito de la sangre de esos pueblos neopaganos que se creen de naturaleza superior y llamados a dominar el universo. Nuestra raza es un valor espiritual y eterno. En este gran crisol del continente americano, en esta inmensa forja tropical que respira fuego por los gigantescos volcanes de los Andes, se juntan y se mezclan todos los pueblos de la tierra. Pasarán los siglos, se transformarán las nuevas generaciones, y tras un lento proceso de unificación saldrá por fin de él un pueblo nuevo en el cual culminará este gran movimiento de concentración de la familia humana. Diversos son los elementos biológicos de esta humanidad en formación, pero uno solo es el espíritu que los anima, y ese espíritu es inmortal. Cuando allá en oscura lontananza nuestros pueblos vigorosos y prósperos vuelvan la vista hacia el pasado, hallarán que ese espíritu inmortal es el espíritu de España, y te bendecirán, gloriosa madre, como te bendecimos hoy nosotros, porque nos has legado esta raza histórica que es una lengua, una tradición civil, un respeto a la libertad humana,

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un culto del derecho, un idealismo generoso, una energía indomable y un espíritu cristiano. No podemos renegar de ti, querida madre España, cualquiera que sea la suerte que te reserve el oscuro porvenir. Postrada estás hoy por las heridas que te hicieron hijos engañados y extranjeros impíos que quisieron quemar tus templos, matar tus sacerdotes y arrancarte el nombre de cristiana. Pero no morirás. Vivirás largos siglos para ver con orgullo al otro lado del Atlántico este racimo de pueblos hijos tuyos, cuya creación es suficiente para cimentar tu gloria. Y nosotros alzamos también con altivez la vista por encima de las fronteras de veinte repúblicas hermanas, para proclamar una vez más que en medio de los peligros que nos cercan, en medio del cataclismo que sacude el mundo, estas repúblicas de América se unirán cada vez más fuertemente para proclamar y defender su raza, su lengua, su amor a la libertad, su culto del derecho, su idealismo generoso y su tradición cristiana y española.



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LA TRAGEDIA DEL 9 DE ABRIL EN BOGOTÁ Y LA UNIVERSIDAD JAVERIANA Félix Restrepo, S.J.*

En un ambiente de dolor y de tragedia; en una ciudad medio destruida por enloquecidas muchedumbres; embargado el ánimo por encontrados sentimientos de sorpresa y de indignación, de espanto y de ira, de angustiosa zozobra y de generoso patriotismo, nos toca celebrar este año la clásica semana de nuestra universidad. No podemos hablar de fiestas ante el espectáculo de la patria enlutada, porque ha perdido muchos de sus queridos hijos; avergonzada ante propios y extraños, porque su bien merecida fama de cultura, nobleza e hidalguía se ha trocado de la noche a

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Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

la mañana en ignominioso recuerdo de saqueo, incendio, devastación y asesinato. Pero tampoco podemos encogernos de hombros con un sentimiento fatalista y dejar que siga cundiendo el desconcierto o que sigan preparándose en las más hondas capas de nuestra sociedad erupciones semejantes. Todos los colombianos tenemos que hacer acto de presencia ante el dolor maternal de nuestra patria y ponernos resueltamente a su servicio. No será la primera vez que un pueblo halla fuerza en sus mismas desgracias para emprender un camino mejor, superar los mayores obstáculos y llegar a la anhelada meta de una tranquila y próspera organización social: En surcos de dolores, el bien germina ya.


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La Universidad Javeriana, una de las más puras fuentes de nuestra cultura, después de más de un siglo de forzado silencio ha despertado vigorosa y ha recibido de la providencia, por medio del pontífice romano, un destino de inmensas posibilidades. En momentos en que en el mundo entero se libra una lucha gigantesca entre el cristianismo y el materialismo ateo, la Universidad Javeriana, ungida con las más honrosas distinciones del vicario de Cristo, y bajo la protección de las leyes de Colombia, ocupa su puesto entre las demás instituciones educativas de nuestra patria, abre sus puertas a la juventud estudiosa, multiplica sus facultades y escuelas, extiende sus publicaciones y quiere difundir por todo el territorio nacional la paz de Cristo, la luz de Cristo y el amor de Cristo. No hay en estos claustros, a pesar de haber recibido la sección femenina de la universidad tan rudo golpe que la dejó reducida a cenizas y arrasada hasta sus cimientos, no hay, digo, en estos claustros lugar para el resentimiento y para el odio; ni ambiente para la diatriba envenenada, ni campo para propagandas disolventes de todo sentimiento espiritual y patriótico. Esta juventud es toda ella juventud cristiana, juventud que no cree en Marx ni en Lenin, ni en los profetas del ateísmo, porque ha recibido como un torrente de luz la revelación de Cristo y sabe que tiene el deber de conservarla intacta para trasmitirla a las generaciones futuras. La única fuerza que puede salvar a nuestra patria adolorida y al

mundo amenazado de destrucción y muerte es la fuerza incontrastable de la verdad cristiana, que un día salvó a Europa tras la invasión de los bárbaros, y otra vez sepultó en Lepanto el poder amenazante de la media luna. Veinte siglos de cristiana civilización se entregan a esta juventud para que ella los defienda y los haga fructificar para el bien de los pueblos. Son las ideas del evangelio las únicas capaces de trasformar las sociedades y de conducir la humanidad por entre los más peligrosos escollos. Hay que conocer, jóvenes estudiantes y estimadas alumnas, en todo su esplendor la doctrina evangélica; hay que vivirla; hay que practicarla y defenderla y enseñarla, y, entonces sí, la Universidad Javeriana habrá cumplido su misión providencial y los pueblos de Colombia recibirán de lleno su benéfica influencia. Levantad los corazones, mirad a lo lejos, apartad la vista de las pequeñeces que nos rodean, pensad en la patria del porvenir que estará en vuestras manos. Estudiad; haceos hombres o mujeres eminentes, cada cual en su profesión, no con ánimo egoísta de escalar fáciles posiciones, sino con un sentido generoso de prestar a la sociedad, especialmente a la clase desvalida, el mejor servicio que podáis. Pensad hacia lo alto; pensad en la humanidad enferma que está esperando los esfuerzos de generaciones llenas de nobles ideales y consagradas a los altos intereses de la prosperidad y la cultura. Pero no todo ha sido destrucción y espanto en Bogotá durante las últimas semanas. Mientras humeaban


LA TRAGEDIA DEL 9 DE ABRIL EN BOGOTÁ Y LA UNIVERSIDAD JAVERIANA

las ruinas de la capital, los estadistas del continente, dando muestras de una ejemplar serenidad, echaban las bases de una mejor convivencia entre todas las naciones americanas. Al frente de ese ímprobo trabajo estaba nuestro canciller, quien se ha dignado aceptar la invitación para exponer a los discípulos y amigos de la Universidad Javeriana, en esta solemne ocasión, los resultados de esta magna conferencia que tal vez entre el fragor del espantoso siniestro han pasado inadvertidos. Hora es ya de que volvamos a la realidad y nos enteremos del nuevo rumbo que han tomado las mutuas relaciones de los pueblos de América. Antes de dar la palabra a tan distinguido orador, vamos a oír

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las proposiciones con que la Universidad ha querido mostrar su adhesión al excelentísimo señor presidente de la república, lamentar los hechos criminales que han motivado este desastre sin ejemplo, y protestar de una manera especial por los atropellos y despojos de que fueron víctimas el dignísimo representante de su santidad el papa, nuestro venerado patrono el arzobispo primado de Colombia y los beneméritos hermanos de las escuelas cristianas. Quiera Dios que el reino de Cristo, que es reino de paz, de justicia, de verdad y de amor, sea pronto, y gracias a los esfuerzos de esta juventud vigorosa y leal, una realidad entre nosotros.



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Félix Restrepo, S.J.* Una universidad no es solamente un instituto donde se da a la juventud ciencia y entrenamiento para practicar acertadamente una elevada profesión; es mucho más: es casa de la sabiduría, laboratorio donde se p onen a prueba las fuerzas naturales que día por día va dominando el inquieto espíritu investigador del hombre, archivo donde se guardan y confrontan las experiencias de la humanidad, torre de control desde la cual se observa el vuelo de los exploradores en las altas regiones *

Discurso pronunciado en el acto solemne en el cual la Universidad Javeriana confirió el título de doctor honoris causa al excelentísimo señor Mariano Ospina Pérez, en el Teatro Colón de Bogotá, el 31 de julio de 1950.

Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

del espíritu, atalaya para seguir los movimientos de la humanidad. Miles de años vivieron los hombres en las más diversas latitudes y en las más varias organizaciones sociales sin mirar atrás, sin preocuparse lo más mínimo por descubrir la trayectoria de sus antepasados, pensando ingenuamente que lo que ellos hacían era lo mismo que por siglos y siglos habían hecho sus abuelos más remotos. La prodigiosa invención de la escritura, los gigantescos monumentos levantados por poderosos reyes como recuerdo de sus hazañas y conquistas, y el arte admirable de los primeros trovadores, que a falta de hechos comprobados entregaban a la admiración de los oyentes, en bella forma rítmica, las leyendas y tradiciones de su estirpe, despertaron en los pueblos, en tiempos


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relativamente cercanos, la afición a pensar en lo pasado, a distinguir la leyenda de la realidad, a investigar los hechos recientes y a penetrar en la oscuridad de las épocas remotas. Con qué facilidad un estudiante en nuestros días, con unos cuantos tomos de historia universal sobre su mesa, escudriña, como a la luz de potentes reflectores, el pasado de todos los pueblos de la tierra. Es este uno de los más admirables espectáculos de que puede disfrutar nuestro espíritu, y así no es extraño que la juventud se aficione cada día más al estudio de la historia. Pero la mente humana, acostumbrada a sistematizar sus conocimientos, no puede contentarse con la grandiosa visión de los pueblos que van saliendo en lontananza de las brumas prehistóricas y desfilan a lo largo de los siglos, tomando unas veces posesión de limitados territorios, peregrinando otras por regiones diversas, ya en paz con sus vecinos, ya armados en son de conquista o de defensa, ahora disfrutando de una alta organización, ahora dispersos en pequeñas tribus sedentarias, o desenfrenados como hordas de bestias salvajes. La razón humana busca, en medio de tan variados acontecimientos, el hilo conductor que le indique de dónde viene y a dónde va la humanidad. Aunque muy poderoso nuestro entendimiento, está necesariamente ligado a los datos que puede allegar por medio de los sentidos, y hay problemas que salen del ámbito en que ellos dominan y que dejan por tanto al entendimiento en densa

oscuridad. Y precisamente son de esta clase los problemas más fundamentales para la felicidad de los pueblos: el origen y el fin del hombre, la naturaleza del Creador y su voluntad sobre los destinos de la familia humana. Sin una revelación especial, no hubiera podido nunca el hombre resolver con certidumbre y claridad estos interrogantes. Por eso, y porque Dios en su providencia no quiso que el hombre se encontrara en la tierra sin rumbo cierto como viajero errante y perdido, añadió al beneficio de la creación el de la revelación divina. “De muchas maneras y en ocasiones muy diversas habló Dios por los profetas a nuestro pueblo en los antiguos tiempos; y por último en estos mismos días, así escribía hace casi dos mil años el apóstol de las gentes, nos ha hablado por medio de su hijo, a quien ha hecho heredero de todas las cosas, por el cual los siglos recibieron existencia”. He aquí, pues, la clave de la historia de la humanidad: Jesucristo. Jesus Christus heri et hodie, ipse et in saecula. Jesucristo ayer y hoy y para siempre. Y aquí veis también la gran ventaja que en la investigación histórica lleva el creyente al pagano. Este se pierde en los detalles, sin que pueda llegar jamás a una síntesis que satisfaga el ansia de unidad y claridad de nuestro espíritu. El creyente, por el contrario, sin descuidar el acopio del mayor número posible de hechos y de datos, puede organizarlos en forma arquitectónica, con unidad, con solidez, con elegancia, con esa


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evidencia que solo la verdad puede crear en nuestras almas. Solo por la revelación conocemos la unidad de origen de la especie humana; solo por ella sabemos la culpa original que cambió completamente desde el primer momento los destinos de los pueblos. Pudo haber entrado en la tierra el hombre como rey; entró como reo, bajo el peso de un remordimiento, privado de los auxilios extraordinarios que el Creador le había concedido, y dejado a sus puras fuerzas naturales. Llevaba consigo la esperanza de un redentor, pero cuanto al tiempo de su venida estaba tan a oscuras como nosotros por lo que hace al fin del mundo. Volvió el hombre las espaldas a su Dios en la primera culpa, y él lo dejó marchar a su arbitrio, para que por propia y larga experiencia supiera lo que puede el hombre sin Dios. Y queda la historia de la humanidad dividida en dos vertientes. El hombre sin Dios; el hombre redimido. *** No es que en aquellos primeros tiempos negara Dios su asistencia a los hombres de buena voluntad que seguían el dictado de sus conciencias, cumpliendo la ley natural impresa por él mismo en el fondo de nuestra naturaleza. Hubo también hombres justos en aquella época de orfandad; pero esos pocos justos no tenían a su favor sino el vacilante testimonio de su buena conciencia. No se veía en la oscuridad la luz de Dios; no se oía en la noche la palabra del Creador. Las grandes masas humanas iban creciendo, se

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iban multiplicando siguiendo la línea de menor resistencia, entregadas a sus instintos, movidas por el egoísmo, atraídas cada vez más por los bienes sensibles que llenaban sus sentidos, y cada vez más olvidadas de la primitiva tradición de un Dios creador y de la promesa redentora. Los reflectores de la ciencia humana nos muestran, aunque en forma muy incompleta y fragmentaria, a qué estado de miseria había llegado, al correr de algunos milenios, gran parte de los hombres primitivos. Luchando unos contra otros, sin ninguna organización social que los amparara eficazmente, en medio de una naturaleza hostil, vivían en chozas o en cuevas inaccesibles, usaban armas de sílice, disputaban su alimento a las fieras de los bosques y se vestían con pieles de animales. De grandes ciudades no se encuentran rastros en esos remotos tiempos, y nada nos descubre tampoco la vida moral de aquellos hombres; pero a donde no alcanza la investigación humana, llega la antorcha de la revelación. Hablando a nuestra manera dice el Génesis que era tal la corrupción del mundo entero, que le pesó a Dios en lo más íntimo del corazón haber creado al hombre, porque toda carne había corrompido su camino; y resolvió exterminarlo con la tierra misma. Así se cerró la primera época de la historia del mundo. Solo se salvaron del universal diluvio Noé y su mujer, y sus tres hijos Sem, Cam y Jafet con sus mujeres, nueva semilla de un nuevo linaje humano.


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El saldo de la primera parte de este experimento de lo que puede hacer el hombre sin Dios se reduce a una palabra: corrupción. No alcanza la luz de la revelación, y mucho menos la luz de la ciencia, a descubrirnos cuánto tiempo duró esta primera experiencia. Probablemente muchos miles de años, pues restos y rastros humanos se encuentran en terrenos que lindan con la época terciaria, y por otra parte el diluvio no está muy apartado de nosotros, pues casi todos los pueblos guardan memoria de él en sus leyendas y en sus tradiciones. Para empezar una segunda etapa dio el Señor una nueva luz a los hombres. En primer lugar les prometió no volver a enviar un castigo universal como el diluvio, “porque el sentido y el pensamiento del corazón humano, añade el Génesis, están inclinados al mal desde su adolescencia”. Después renovó y modificó en cierto modo la bendición primitiva: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra, y todos los animales terrestres, aves y reptiles y peces, os teman y os respeten. Todos los entrego en vuestras manos. Todo lo que vive y se mueve será vuestro alimento”. Y por último añadió el único precepto positivo de esta segunda revelación, que es el respeto de la vida humana, reforzado con una alusión al alimento de todos los días, para que todos los días se renovara en los hombres el horror al homicidio. “Solo que no comeréis carne con su sangre (es decir, animales sofocados). Yo reclamaré de las garras de las bestias

la sangre que es vuestra vida, y de las manos de los hombres, deudos o extraños, reclamaré la vida de todo hombre. Cualquiera que derrame sangre humana será su sangre también derramada, porque el hombre fue hecho a semejanza de Dios”. E hizo Dios un pacto con Noé y sus hijos. Puso en eI cielo el arco iris, el arco de la paz, para que tuvieran presente que no volvería a haber un castigo general de Dios en la tierra, pero también para que se acordaran de vivir en paz y de no derramar la sangre de sus semejantes. Pronto llenaron aquellos horizontes los descendientes de Noé. El recuerdo del diluvio les había hecho más timoratos; pero con el correr de los siglos volvieron a olvidarse del Creador. Era un pueblo fuerte y su riqueza principal estaba en los ganados que pastoreaban en los inmensos valles. Conservaban entre sí las diversas tribus relaciones amistosas, facilitadas por la unidad inicial de su lenguaje. Pero cuando vieron que la comarca era incapaz de contenerlos, resolvieron emigrar en todas direcciones, y antes, quisieron edificar una ciudad y una torre “que llegara al cielo”, que fuera como el símbolo de su unidad y fortaleza. No está claro en la escritura que haya habido aquí una intervención milagrosa de la divinidad. Tampoco se registra una palabra que Dios haya hablado en esta ocasión a los hombres. Causas naturales pueden explicar la transformación de una lengua primitiva en muchos dialectos, y es fenómeno que se ha repetido en la historia. En todo caso, la vanidad de los hombres


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quedó frustrada. Creían dominar los elementos; manejaban el fuego, habían descubierto los metales, construían ciudades de piedra y de ladrillo. Pero cuando quisieron ponerse de acuerdo para la gran ciudad que proyectaron, no pudieron entenderse. El don de la palabra, lo que el hombre creía tener más en su poder, resultó no estar dócilmente a disposición de ellos; los que se habían separado hablando una sola lengua, al volver a encontrarse no se pudieron entender. No era ya un gran pueblo; era un conglomerado de pueblos diversos, y se separaron para siempre. Y tal vez no fue la del habla la única diferencia que notaron. Quizá los emisarios que venían del sur, de tierras de Egipto, eran de oscura tez; y los que venían de oriente mostraban en formación una raza amarilla, porque el clima y los alimentos y las condiciones de la vida influyen en la conformación de los seres vivientes. Y henos aquí en los umbrales de la historia. Ya los reflectores de la ciencia humana alcanzan a iluminar estas lejanías. Ya tenemos testimonios escritos o grabados de diversos pueblos que abarcan miles de años y que a grandes rasgos nos pintan las vicisitudes de la humanidad en regiones muy diversas. No temáis que vaya yo a entrar en detalles sobre los imperios de la antigüedad. Me haría interminable. Solo quiero hacer notar algunas ideas fundamentales. La humanidad, dejada a sus propias fuerzas, no puede crear una cultura verdadera, en que todos los

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hombres gocen de la felicidad a que tienen derecho como seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. Sin la luz de la revelación, las costumbres de los hombres tienden necesariamente a la corrupción que hace infelices a los pueblos. Dios quería que los hombres nos persuadiéramos hasta la saciedad de estas verdades, pero previó que la experiencia podría ser tan dolorosa, que al cabo de algunos milenarios no hubiera ya en la humanidad parte sana por dónde empezar la reacción en la nueva era de la humanidad redimida. Por eso, en la época adonde hemos llegado en nuestra rapidísima ojeada, tuvo lugar la más visible y profunda intervención de la divinidad en los destinos humanos antes de la redención. Dios determinó en su paternal providencia escoger un pueblo, entre los muchos que iban poblando la tierra, y llevarlo adelante con especialísima atención, hasta que con la plenitud de los tiempos saliera de él el Mesías y por él se diera a conocer al mundo. Entra, pues, en escena el pueblo escogido; y vemos con todos sus detalles, porque su vida se desarrolla en plena luz de la historia, las figuras proceras de Abraham, Isaac y Jacob, las doce tribus, Moisés el legislador, los profetas y los reyes, desde Samuel y David hasta Daniel y Malaquías y los macabeos. Y tenemos en nuestras manos los libros escritos en una lengua que puede llamarse viva al correr de los siglos, donde se siente la inspiración de Dios, que por primera vez se comunica en forma amplia y constante con los hombres.


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Ya existe en la tierra la religión del verdadero Dios en medio de los cultos monstruosos en que había degenerado la revelación primitiva, y ese culto está reglamentado hasta en sus menores detalles por el mismo Señor. Ya hay una regla de conducta clara y precisa promulgada por el mismo Señor entre rayos y tormentas en el monte Sinaí. Ya hay formas de oración, como los salmos, que hasta hoy superan a todas las oraciones de invención humana. Ya hay una larga serie de profecías que anuncian cómo será la venida y la predicación y la pasión y el triunfo del Mesías. Ya hay un faro poderoso que ilumina los caminos de los hombres de buena voluntad. Y a cada paso, en la marcha del pueblo escogido, se hace sentir la mano poderosa de su Dios, para librarlo milagrosamente de sus enemigos, o para castigarlo con rigor cuando, a pesar de tantas señales de predilección, el pueblo se cansa de la ley de Dios y se rebela contra él. Y ahora busquemos la línea divisoria entre la era antigua, que hemos llamado de la orfandad, y la nueva, que hemos llamado de la redención. Situémonos en la colina del Calvario, tres días después de la crucifixión de Jesús, en aquel domingo en que se difundió por Jerusalén la noticia de su resurrección, y tratemos de penetrar, mirando al mundo antiguo, la filosofía de su historia. En un gran sector de idolatría y un estrecho sector monoteísta se divide el mundo antiguo. Los pueblos paganos cubren toda la tierra conocida. El pueblo escogido es un hilo que empieza en Ur de Caldea, rueda hacia Egipto y vuelve ya

como arroyo caudaloso a la tierra de promisión. En ella se establece, frecuentemente hostilizado por sus vecinos. Se divide internamente en dos reinos: el de Judá, fiel en general a la ley y a los profetas, y el de Israel, que cae en la idolatría. Uno y otro, vencidos por pueblos conquistadores, son llevados a la cautividad. Desaparece el reino de Israel, y sus pocos hijos, dispersos, se unen a los desterrados de Judá. Ciro, instrumento de Dios, restablece la independencia de los judíos y les permite construir el segundo templo. Defienden heroicamente los macabeos su independencia y su culto y comienza el reinado de los asmoneos, a un tiempo reyes y sumos sacerdotes; pero sucumben arrollados por la marea de los ejércitos romanos, que conquistan toda el Asia menor, y queda Palestina gobernada por un procurador, que es hoy Poncio Pilato, y Galilea por un reyezuelo advenedizo. El pueblo de Abraham estaba llamado a mucho más altos destinos, si hubiera sido fiel al Señor que lo eligió entre todos como cosa suya; pero la larga serie de los beneficios divinos no tiene igual sino en otra larga serie de prevaricaciones de Israel. Y ahora lo tenemos aquí como ejemplo de pueblo desgraciado, repudiado por Dios y condenado a la suerte más triste en lo futuro, porque habiendo recibido al Mesías, al enviado del cielo, al hijo de Dios, no solamente no lo quiso reconocer con el debido acatamiento, sino que lo calumnió, lo persiguió y le dio muerte en un patíbulo. Era hasta ayer el pueblo escogido; es desde hoy el pueblo deicida, el pueblo proscrito y condenado al más ejemplar castigo de


DIOS EN LA HISTORIA

la historia. Es cierto que en la larga vida de los hebreos encontramos épocas de florecimiento de la religión, como la de David, la primera época de Salomón, las de Josafat y de Ezequías; es cierto que encontramos grandiosas figuras de santidad, como ninguna otra nación puede presentarlas; es cierto que un pequeño residuo fiel de este pueblo escogido fue el que propagó por el mundo la religión cristiana; es cierto que, según profecía de san Pablo, el pueblo judío en masa reconocerá al redentor y dejará atrás a los demás pueblos en lealtad y generosidad para con él; pero, al cerrarse este primer ciclo de su existencia, el balance general no puede ser más desastroso: infidelidad, rebeldía, soberbia y deicidio. Y si en esto para la historia del pueblo escogido ¿qué podremos esperar del resto de la humanidad? Abandonados de Dios, los pueblos paganos son testimonio convincente de todo lo que puede y de lo que no puede el hombre por sí mismo. El hombre sujetó la tierra y construyó inmensas y ricas ciudades; dominó en gran parte los caminos del mar; venció las fieras de los bosques y puso a su servicio muchas especies de animales; cultivó los campos, extrajo preciosos metales de las minas; encontró las relaciones de los números y las medidas del espacio; descubrió la marcha de los astros y ordenó cronológicamente su vida civil y religiosa; cultivó la música y llevó las artes plásticas a una perfección que nadie ha podido superar; perfeccionó el lenguaje y halló diversos sistemas de escritura, y encontró la más alta expresión para

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el entusiasmo de sus oradores y para la inspiración de sus poetas. Genios superiores llegaron a vislumbrar la existencia y las perfecciones del ser supremo; pero... cuanto mayor eran las conquistas de su entendimiento, tanto más lamentables fueron las defecciones de su voluntad. En el orden moral no progresó el hombre nada; antes, cada vez iba siendo más esclavo de sus instintos primarios. Algunos espíritus selectos comprendían la dignidad humana y daban reglas para una vida honesta, pero las grandes masas y los hombres de la fuerza y de la autoridad seguían la línea de menor resistencia y formaban la corriente general. Para no tener que avergonzarse de sus vicios, les dieron nombres de virtudes, y poblaron sus olimpos de dioses que daban ejemplo a los hombres de toda clase de desórdenes. El homicidio, el hurto, el engaño, la más desenfrenada lascivia, no podían ser tenidos por mal, cuando los hallaban los hombres en los dioses que veneraban en sus templos. Especialmente la corrupción de la carne llegó a extremos increíbles. Hubo templos cuyo culto era el ejercicio de la prostitución. En muchos pueblos se veneraban símbolos obscenos. La mujer, en los pueblos más civilizados, no era sino instrumento de placer. El vicio que causó el castigo de Sodoma estaba en Grecia generalizado como la cosa más natural, y ni los grandes escritores se avergüenzan de recomendarlo. Había bajado pues el hombre, en lo moral, a un nivel muy inferior al de los irracionales. Y en lo social no pudo ninguno de los más grandes imperios, ninguna


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de las más orgullosas repúblicas, realizar el ideal de la felicidad de los hombres. En todas partes vemos castas privilegiadas explotando sin misericordia el trabajo de los esclavos y de las castas inferiores; en todas partes, pequeños grupos dominantes que unían el poder a la riqueza, disfrutaban de todo como el rico Epulón, sin acordarse del pobre Lázaro que se moría de hambre arrojado en la calle. La esclavitud era institución general, defendida aun por los grandes filósofos; la mujer no tenía amparo en las leyes, y los niños indefensos eran muchas veces arrojados a un abismo como carga inútil a la sociedad. Para divertir al pueblo romano, lanzaban los emperadores hombres indefensos a las fieras, o hacían combatir entre sí a los gladiadores, hasta que los vencidos morían retorciéndose en la arena, entre los gritos y aplausos de los espectadores. También en el terreno de la crueldad habían llegado los hombres a nivel más bajo que las fieras. Y todo esto sin contar los horrores de las guerras. Todo pueblo que se sentía numeroso y fuerte salía, sin más, a conquistar territorios vecinos, a robar sus riquezas, a raptar sus mujeres, a reducir a esclavitud a sus hijos. Y así se formaron los grandes imperios, amasados con lágrimas y sangre. ¿Qué sentido podían tener en aquellos tiempos las palabras justicia, misericordia, libertad, generosidad, amor del prójimo y culto al Dios verdadero? Ahí tenéis, pues, el profundo sentido de la historia antigua. Quedó demostrada plenamente la

incapacidad del hombre dejado a sus propias fuerzas para labrarse el bienestar común, para conseguir paz y justicia y bienestar en esta tierra, y mucho más para encontrar el secreto de una felicidad más allá de la muerte. *** La era de la redención empezó en el mundo sin sentirse. Los pensamientos de Dios son mucho más altos que los pensamientos de los hombres. La transformación que iba a sufrir eI mundo la hizo Dios en una forma gradual y silenciosa. Es cierto que el nacimiento de Jesús fue acompañado de señales en el cielo, celebrado por coros de ángeles y reconocido por los magos de oriente, pero también lo es que después de estas primeras manifestaciones el redentor se ocultó por treinta años. Es verdad que durante su vida pública hizo tales prodigios como nunca se habían visto en la tierra: curó toda clase de enfermos, multiplicó los panes, calmó la tempestad, anduvo sobre las olas y resucitó los muertos. Pero también lo es que todos estos prodigios los obró en un rincón ignorado de la tierra. En Roma o en Atenas hubieran conmovido la opinión del mundo; en Judea y Galilea pasaron totalmente inadvertidos. Queda el hecho de su resurrección, anunciado por él para el tercero día, y queda el milagro de la venida del Espíritu Santo, a quien prometió enviar para la transformación


DIOS EN LA HISTORIA

del mundo. Pero los testigos de la resurrección son doce ignorantes pescadores, y ellos mismos van a ser los que reciban el Espíritu Santo y la misión de ir y enseñar a todas las gentes y bautizarlas y perdonar sus pecados y ganar todo el mundo para Jesucristo. ¿Son estos medios conformes con la sabiduría humana? ¿Qué hubieran pensado de tales proyectos el sutil filósofo de Atenas, el severo magistrado de Roma o el letrado soberbio de Jerusalén? Pero ¿qué tal que desde aquel observatorio del Calvario un ángel hubiera descubierto a los apóstoles atónitos la transformación de los pueblos en menos de veinte siglos? Ved, les dice, a Atenas, madre de la sabiduría; ved a Roma, dominadora del mundo; a Alejandría, emporio de las ciencias; a Antioquía, metrópoli del Asia; ved en los confines del imperio los pueblos bárbaros contenidos apenas por la pericia militar de los romanos, y ved más allá al norte y al este otros pueblos que se preparan a moverse para ocupar regiones de clima más benigno. ¿No teníais idea del continente negro? Vedlo en toda su extensión, hundido en la miseria y entregado a la idolatría. Apenas habréis oído vagas noticias del interior del Asia. Mirad a la India, dividida en castas y pereciendo de hambre; ved la China, pueblo pacífico, pueblo labrador pero encerrado en su orgullo, cultivando amorosamente errores ancestrales; y más allá las islas del sol naciente, sumidas aún en la barbarie.

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Y por el lado opuesto, más allá de las columnas de Hércules, ved ese gran continente, extendido entre dos océanos de polo a polo y casi partido cerca del ecuador, formando un estrecho istmo. Aquí y allá vagan tribus salvajes por sus inmensidades. Ningún mortal de estas regiones tiene idea de su existencia. Y ahora mirad la transformación en diez y nueve siglos. Ese gran continente desconocido es ya la mayor realización y la mayor defensa de la cultura cristiana. Veintidós naciones adoran en él a Cristo, y veinte de ellas, herederas de España, no solo se precian de la fe, sino también de la piedad cristiana, del culto a la eucaristía, del amor a la madre de Dios, de la obediencia al papa. En el continente africano, en la India y en la China ¿veis esa muchedumbre de focos luminosos? Son las misiones católicas, que no cesan de dilatarse y de atraer con su benéfica luz a los paganos. Y mirad al Japón. Qué gloriosa la historia de sus misiones, qué valiente la legión de sus mártires. Si la sangre de los mártires es semilla de cristianos, comprenderéis por qué los cristianos se han multiplicado en las islas del sol naciente y se preparan bajo la bandera de Francisco Javier a ser los apóstoles del continente asiático. Y ¿qué fue de Grecia? ¿Qué fue del imperio romano, qué de los pueblos bárbaros? Se cerraron las escuelas de la Hélade; sus ciudades desaparecieron; restos de su arte inmortal engalanan los museos de pueblos


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extraños. Alejandría es un puerto comercial sin ninguna influencia en las artes ni en las ciencias; Antioquía una aldea de beduinos. El imperio romano sucumbió ante la invasión de los bárbaros; pero esos mismos bárbaros, convertidos al evangelio, formaron un haz de prósperos reinos, fuente y núcleo principal de la cultura cristiana. Qué gloria la de los pontífices romanos, árbitros de la cristiandad; qué empresa la de las Cruzadas; qué realización de libertad y de justicia social en los gremios de la edad media; qué hermosas catedrales en toda la extensión de Europa; qué florecimiento de las bellas artes, de las ciencias y las letras a lo largo de más de diez siglos; qué cosecha de virtudes y de santidad en tantos monasterios. La misma Roma, caída un momento con todos sus dioses, resurge más poderosa, más bella, más pujante, no con poder de riquezas ni de armas, sino con el dominio espiritual del mundo. Roma, que recibe la predicación de Pedro y Pablo; Roma, que desatará contra la Iglesia las más crueles persecuciones en más de tres siglos; Roma, “que creía tener mucha religión porque no rechazaba ninguna falsedad”, Roma se vuelve a Cristo, eleva la cruz hasta ponerla en los estandartes de sus ejércitos y en la corona de los emperadores, recoge con reverencia los huesos de los mártires, convierte en templos cristianos sus basílicas, y antes de perecer como ciudad terrena, tiene aún fuerza para llevar el evangelio por todas las vías del imperio hasta sus últimos confines. Y resurgiendo

como ciudad espiritual, abre sus brazos, levanta la cúpula del Vaticano para que la vean todos los pueblos de la tierra, y los convoca a todos en rededor del sepulcro del primer papa y del trono del que es sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra. Ved en la vía ostiense aquella otra inmensa basílica. Es la de san Pablo, el apóstol de las gentes, compañero de Pedro en la predicación, en el martirio y en la gloria. Y ved qué friso el que recorre su interior en doble vuelta. Son los retratos, en serie no interrumpida, de los sucesores de Pedro. Doscientos sesenta y dos papas, bajo cuya dirección la Iglesia ha crecido, se ha fortificado, se ha defendido de herejías, ha reaccionado contra la corrupción humana, ha llevado luz al mundo, paz a las almas, esperanza a los humildes y amor a todos los corazones corroídos antes por el egoísmo y por el odio. Mirad cómo confluyen cada veinticinco años de los cuatro ámbitos del mundo pueblos de todas las razas, de todo color, de toda lengua, de toda cultura, a testificar su fe y la unidad de su credo en el centro de la cristiandad. Y buscad si a todo lo largo de la historia ha habido jamás espectáculo parecido al de esas muchedumbres que vienen para dar a gritos testimonio de que la fe de Cristo ha sido predicada en todo lo ancho de la tierra, ha sido escuchada por todos los pueblos del mundo y crece y fructifica en todo el inmenso campo de la humanidad. ¿En todo?... Volvamos ya de nuestro sueño o visión a la presente


DIOS EN LA HISTORIA

realidad. Es mucho ciertamente lo que falta por conquistar a la cultura cristiana. Fuera de los primitivos enemigos de Cristo, que no cesan de amenazar la fe y de corromper las costumbres, otros nuevos le salen al camino. El islamismo, que en muchos siglos de expansión ha ocupado en gran parte los pueblos orientales, contenido milagrosamente en la católica España y en las aguas de Lepanto; y en los últimos días el comunismo ateo, que amenaza con furia a todos los pueblos cristianos. Mucho sufrirá la Iglesia todavía; pero ¿quién duda de la victoria final? Si la cruz de Cristo se levanta hacia la mitad de los tiempos, que por algo la historia quedó dividida en dos vertientes, antes y después de Cristo, apenas está empezando la nueva era, la era de la redención. Y si en dos mil años se ha realizado lo que ven nuestros ojos ¿qué será el mundo dentro de veinte mil años? Espíritus inquietos hay en este siglo xx que piensan que la idea cristiana dio ya de sí cuanto podía dar, y que la humanidad tiene que hallar otra fuerza, otra doctrina, para no detenerse en el camino del progreso. Así hablan pensadores agnósticos que no creen en la divinidad de Jesucristo. Sin embargo, esta divinidad está ampliamente probada en la historia y confirmada diariamente por la vida y santidad de la iglesia católica. Yo creo, por el contrario, que la doctrina del Redentor apenas empieza a realizarse en el mundo; creo que los pueblos cristianos, como lo está haciendo por obra de egregios gobernantes nuestra patria, tienen

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que reflejar en su legislación y en sus costumbres el verdadero espíritu del evangelio; creo que los fieles tienen que llevar una vida religiosa más intensa; creo que la época moderna es propicia a grandes empresas, y que la juventud se sentirá llamada al idealismo, a no dejar caer la bandera de la lucha contra el mal, a continuar la heroica tarea de los apóstoles y de los misioneros; creo que hay actualmente en la Iglesia millares de grupos de apóstoles, en quienes diariamente se renueva el fervor de Pentecostés, y que van a acelerar en proporciones imprevistas el triunfo de Cristo. Creo que en la Iglesia serán todavía sacrificados muchos mártires; pero sigo creyendo que la sangre de los mártires es semilla de cristianos; creo que la doctrina de Cristo, así como pudo acabar con la esclavitud, es capaz de dar a todos los pueblos libertad, paz, honra, bienestar económico y progreso moral; creo que, siguiendo las enseñanzas evangélicas, acabarán la ambición que promueven las guerras, los odios de clase que impiden la paz social, y la tremenda desigualdad en la posesión y uso de los bienes de la tierra que hace a los ricos soberbios y amarga la vida de los pobres. Y por encima de todas las dificultades y de todos los peligros, es para mí una gloria poder unir mi débil voz al poderoso clamor del apóstol san Pablo, que hace veinte siglos lanzó ante la faz del mundo con la más firme convicción su inspirada palabra: Jesus Christus heri et hodie, ipse et in saecula. Jesucristo ayer y hoy y para siempre.



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LA EDUCACION SOCIAL

Félix Restrepo, S.J.* Por mucho tiempo se consideró la educación desde el punto de vista individual como el arte de llevar al ser humano, que nace débil e indigente, al perfecto desenvolvimiento de sus facultades, para que pueda llenar cumplidamente su destino. Pero en la edad moderna los fenómenos sociales han ido atrayendo más y más cada día la atención de los filósofos, y se han ido imponiendo, cada vez con más fuerza, en los proyectos de los estadistas. Por eso los educadores tienen que cambiar también de actitud, y sin dejar de trabajar por hacer de cada uno de

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Discurso en la sesión solemne del Colegio de San José, de Barranquilla, el 22 de noviembre de 1950.

Astros y Rumbos —Discursos académicos, P. Félix Restrepo, S.J., de la Academia Colombiana, Bogotá, D.E., Empresa Nacional de Publicaciones, 1957.

los alumnos un modelo de corrección y de cultura, tienen que poner el empeño mayor en procurar que la gran masa de la población, y la sociedad entera, realicen el ideal de la pacífica y armoniosa convivencia humana. Mas si la educación de un joven es una de las más complicadas empresas, como que se trata de una obra de arte que debe ejecutarse, no en el duro mármol que pasivamente recibe y conserva la forma que le da el artista, sino en un ser vivo, en una alma libre, en una inteligencia personal que reacciona activamente al toque del cincel, y puede, en un momento dado, borrar y deshacer lo que el artista había logrado en largos años de paciente esfuerzo; si la educación individual, repito, es la más difícil de las obras de arte, la educación social, que tiene por objeto la vida de todo un pueblo con


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millares y millones de inteligencias inquietas, millares y millones de seres voluntariosos y libres, tradiciones familiares varias, razas diversas con diversas aficiones y costumbres, y muy distintos niveles culturales, es empresa sobrehumana y que no puede realizarse sino por la intervención directa de Dios entre los hombres. Jesucristo, hijo de Dios hecho hombre, es el gran educador del mundo. Su programa educativo está en el evangelio. Su equipo para ponerlo en práctica fueron doce humildes pescadores, que recibieron milagrosamente el día de pentecostés una profusión de luz, de fortaleza, de prudencia, de constancia, que hizo de ellos los maestros de la humanidad. Y en el día de hoy son los miles de obispos, de sacerdotes, de religiosos y seglares ilustrados, que, bajo la suprema dirección del romano pontífice, muestran en sus vidas prácticamente lo que Cristo enseña, y se dedican a procurar extender cada día más y más, en todos los sectores de la sociedad y en todos los ámbitos del mundo, las enseñanzas evangélicas. Poco sería el provecho de una institución educativa, así sea ella tan importante como este benemérito colegio, si se limitara a elevar el nivel cultural de sus alumnos y no los preparara para que ellos, a su vez, al salir a la vida, contribuyan también activamente a la realización y difusión del orden social cristiano. Tanto trabajo y tanto empeño como pone la sociedad entera, y de un modo especial la Compañía de Jesús, en la educación de este pequeño grupo

de jóvenes, no se justifica sino con el pensamiento de que ellos son los que en gran parte han de llevar mañana el fuego sagrado que hoy reciben en estos claustros, a las grandes masas y a los más apartados extremos de nuestra sociedad. En un caso particular quiero haceros ver, queridos alumnos y estimados amigos, de qué manera lenta pero segura se va transformando la sociedad por obra de quienes trabajan en ella empapados en cristianas convicciones. Tenemos, por ejemplo, las condiciones de vida de las clases humildes, de los que por medio del trabajo manual contribuyen al progreso de los pueblos. Mucho deja que desear todavía la vida de nuestros obreros y de nuestros campesinos; pero consultemos la historia, y veremos cómo fue mucho peor en la antigüedad su suerte, y cómo, siglo tras siglo, aunque no sin altibajos, ha ido mejorando bajo el influjo de las ideas cristianas. Los trabajos manuales, los oficios domésticos y las labores agrícolas fueron desempeñados en el mundo antiguo, casi en su totalidad, por los esclavos, y de ahí que se hubiera tenido el trabajo como deshonroso e indigno de personas libres. En todos los imperios y en todas las repúblicas, con la única excepción del pueblo de Israel, una pequeña casta dominante explotaba en su favor el trabajo de los humildes y los tenía reducidos a la esclavitud. Tan miserable era la condición del esclavo que ni siquiera podía tener un nombre ni transmitirlo a sus hijos. Se le conocía por un apodo;


LA EDUCACIÓN SOCIAL

no se le permitía el matrimonio. Sus hijos, fruto de efímeras uniones, no le pertenecían a él sino a su dueño. Cuando los dorios conquistaron a Lacedemonia, los laconios, vencidos, es decir, todos los habitantes de los campos, quedaron reducidos a la esclavitud. Se llamaron ilotas. Privados de toda educación y vinculados a la tierra, la cultivaban a beneficio de sus amos, sin poderse mover del campo que se les señalaba. Cuando entre ellos algún joven se distinguía por su buen ingenio o su arrogante figura, le quitaban la vida para que no llegara a hacerse jefe de los oprimidos. No reconocían los espartanos en los ilotas ni sombra de derecho ni rastro de la dignidad humana. Los hacían embriagar para que, ante tan repugnante espectáculo, los jóvenes libres aborrecieran el vicio. Y lo que no creeríamos si no lo halláramos en los más serios historiadores de la época, en ciertos tiempos los jóvenes espartanos organizaban batidas de caza, salían de la ciudad entre las tinieblas de la noche y se regaban por los campos a matar sin compasión a estos infelices inocentes. Ni eran estos desmanes de algunos pocos más crueles; era una práctica reconocida por las leyes, que, con ella, perseguían dos fines: ejercitar a la juventud en el uso de las armas, acostumbrándola a los horrores de la guerra, y diezmar la población esclava para que nunca pudiera levantarse contra sus opresores. Los llevaban a veces a las guerras y los ponían en los sitios de mayor peligro. Cuenta Tucídides que en una ocasión, después de una victoria,

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el general espartano convocó a los ilotas combatientes y les dijo que ofrecía la libertad a los que creyeran haberse señalado por su valor en la batalla. Dos mil infelices pensaron merecer el premio. Coronados de guirnaldas, los hicieron desfilar ante los templos de los falsos dioses, y después los sacrificaron a todos. En Atenas no se podía torturar a un hombre libre; pero cuando se entablaba proceso contra un rico se torturaba a sus esclavos, y si alguno moría en el tormento, su precio se añadía sencillamente a las costas del juicio que tenía que pagar el que perdiera. Cuando el escultor Parrasio estaba esculpiendo su Prometeo encadenado, tomó como modelo un esclavo fornido y lo hizo atormentar largo tiempo para inspirarse en los gestos de dolor que hacía el pobre retorciéndose. Y si de Grecia pasamos a Roma, hallaremos que la suerte del esclavo no era en ella menos desgraciada. En el derecho romano los esclavos no se contaban como personas, sino como cosas, o máquinas o animales. La ley aquilia, por ejemplo, disponía: “El que mate una res o un esclavo ajeno debe pagar el precio máximo que ellos hayan tenido en el último mercado”. En una tarifa de aduanas hallamos que un esclavo, un mulo y un caballo pagan cada uno denario y medio de derechos. Tratando de los atentados contra el pudor y la moralidad excluye Ulpiano a las esclavas, porque no son


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personas, dice, capaces de recibir una ofensa. El señor tenía dominio absoluto sobre sus siervos. Sin tener que dar cuenta a nadie, podía maltratarlos, mutilarlos, quitarles la vida. Vedio Polión los mataba para echarlos como alimento en sus estanques a los peces. Cleopatra ensayaba en ellos el efecto de los venenos que inventaba. Domiciano hizo arrojar a un esclavo a un horno encendido porque le había preparado el baño muy caliente. Un senadoconsulto ordenaba quitar la vida a todos los esclavos cuyo dueño fuera asesinado. Y Tácito nos cuenta que, cuando fue muerto violentamente el prefecto Pedanio Secundo, 400 esclavos sufrieron la pena capital, a pesar de que la plebe trató de amotinarse en su defensa. Para entretener al pueblo los emperadores hacían morir miles de esclavos, echándolos a las fieras o haciéndolos combatir unos con otros en el circo. Cuenta Dion que Trajano, el “pío, felice, triunfador Trajano”, celebró su victoria contra los dacios con 123 días de fiesta, en los que lucharon en el anfiteatro 10.000 gladiadores. Esta era, pues, la suerte de una gran parte de la población en la antigüedad. Un censo de Atenas en el siglo III antes de Cristo dio, según Demetrio Faléreo, 21.000 ciudadanos; 10.000 extranjeros libres y 400.000 esclavos. En Roma no eran menos numerosos. Cecilio Claudio, después de haber perdido en la guerra civil gran parte de sus bienes, todavía dejó en su testamento 4.116 esclavos. Cuando el senado tuvo el proyecto de

ordenar para los esclavos un vestido especial, prescindió de él, porque cayó en la cuenta de que, viéndose los siervos mucho más numerosos que los libres, no dejarían de pensar que sublevándose conseguirían la libertad y el dominio de la ciudad. Y estaba tan arraigada en el mundo antiguo la práctica de la esclavitud, que los mayores filósofos, como Platón y Aristóteles, la juzgaban natural y necesaria. Ahora pensad vosotros qué hombre hubiera sido capaz de dar el vuelco a esa sociedad y restablecer en los ricos y en los potentados el respeto a la persona humana, y devolver a los oprimidos su libertad esencial y el goce de sus derechos más sagrados. Lo que no podía intentar siquiera ningún hombre lo realizó Jesucristo por medio de su Iglesia. Y no de manera revolucionaria y violenta, porque todo lo que nace de la violencia es inestable y efímero, sino en una forma que solo la divina sabiduría podía concebir y ejecutar. Como la pequeña semilla que una ráfaga de viento arroja en un campo desolado, ayudada por las lluvias, arraiga en él y prospera, y produce un árbol fuerte que a su vez riega en todas direcciones millares de nuevas semillas hasta que la región se encuentra convertida en una hermosa selva, así la semilla de la palabra de Cristo, llevada por los apóstoles y sus discípulos a todos los ámbitos del mundo, lo convirtió lentamente en una numerosa sociedad de hombres libres que se miran como hermanos y que trabajan cada uno en su propia


LA EDUCACIÓN SOCIAL

esfera, pero con mutuo respeto por el bienestar común. Sembró Jesucristo en los corazones de sus fieles una nueva concepción de la vida, que ha sido la fuente de la cultura cristiana, de que hoy se ufanan las naciones de occidente y que se preparan a defender contra las embestidas del ateísmo comunista. Esta concepción no es una nueva invención humana; es la verdad, revelada por Dios a los hombres, y único camino para organizar las sociedades y para llevarlas a la meta de su felicidad. Veritas liberabit vos: la verdad os hará libres. Se funda en el conocimiento de Dios, como padre universal de todos los hombres, y del hijo de Dios, enviado al mundo para su salvación. Si todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos, y en el mundo no hay castas que justifiquen una explotación del hombre por el hombre, ni hay razas que puedan arrogarse la pretensión de sojuzgar a los pueblos inferiores. Todos somos iguales por naturaleza; todos tenemos unos mismos derechos esenciales: derecho a la vida, a la honra, a las mismas oportunidades para saber y prosperar, que los demás ciudadanos, a la justa posesión de los bienes de la tierra. Tiene que haber, por fuerza, desigualdades en la sociedad humana, porque dada la limitación de nuestras capacidades y lo complicado de la vida social, se impone cada vez más la división del trabajo. Aunque los hombres son iguales por naturaleza, tienen múltiples diferencias accidentales que les señalan puestos diversos en la sociedad. Diferencias de talento, de

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habilidad, de energía, de prudencia, de resistencia, de salud, de bienes de fortuna. Si en un momento dado se repartiera la riqueza nacional entre todos los colombianos en lotes iguales, al cabo de unas semanas ya estaría de nuevo desigualmente repartida, y pronto se formarían otra vez nuevas capas sociales. Porque hay unos, amigos del ahorro, y hábiles se hallan en su profesión; otros gastan cuanto tienen y no saben ni conservar ni aumentar su patrimonio; hay unos, sabios y diligentes en el trabajo; otros, viciosos, perezosos e incapaces de ningún esfuerzo. Estas diferencias sociales tan profundas que en nuestra sociedad se observan, son en parte, pues, inevitables; pero debemos luchar denodadamente para que sean menores, y no hay para ello otro camino que el de la educación social. Esa educación social cristiana, que transformó primero el imperio romano y después los pueblos bárbaros hasta hacer desaparecer la esclavitud y elevar a la dignidad de hombres libres al obrero, al labrador, al artesano, podrá también, en lo futuro, hacer que, además de la libertad, disfruten nuestros trabajadores de educación suficiente, de buen trato humano, de jornal adecuado, de vivienda higiénica, de alimentación sana, de ocasiones de distracción y esparcimiento, de consideración social; y hará también que las ciases directoras o favorecidas con bienes de fortuna, lejos de engreírse por ello, piensen que tienen contraída una gran responsabilidad ante Dios y ante la patria, que tienen que emplear sus riquezas, no en satisfacer vanos caprichos, sino


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en provecho de la sociedad entera, y que deben tratar con cariño fraternal a todos sus subordinados. Solo entonces terminarán los conflictos sociales, y en nuestra patria se realizará plenamente el ideal cristiano, ocupando cada uno el puesto alto o bajo que la providencia le señale, pero trabajando todos en perfecta armonía por el bienestar general. Esta gran empresa educadora no es de unas pocas personas ni de determinado gremio: es obra en que hemos de intervenir todos los que nos preciamos de cristianos. Cada uno de vosotros, jóvenes alumnos, en todas las circunstancias de la vida, debéis tener presente que sois portadores de la buena nueva del evangelio y que tenéis que contribuir con el ejemplo de vuestras vidas y con vuestro influjo en las empresas privadas y en la vida pública a que se realice plenamente este ideal de la fraternidad humana. Ya nuestros obreros y nuestros campesinos se hallan, por virtud de la doctrina de Cristo, libres de la antigua esclavitud; pero todavía sus condiciones económicas están lejos de ser lo que exige la dignidad de la persona humana. Colombia no será grande y digna mientras no sea digno y grande el pueblo colombiano, y con una vida de estrechez y miseria no es posible realizar en la sociedad entera un ideal de grandeza y dignidad. No necesitamos doctrinas exóticas como las del comunismo ateo

para redimir de su pobreza a nuestro pueblo; nos bastan, si se aplican consecuentemente, las doctrinas evangélicas, sabiamente expuestas en las luminosas encíclicas sociales de los sumos pontífices. Por eso sería imperdonable si, al tiempo que adquirís los conocimientos de religión y de cultura general que os han de dar mañana en la sociedad un sitio distinguido, no os asimilarais también la doctrina social de las encíclicas, para que en toda ocasión procedáis conforme a ella y ayudéis, cada uno dentro de vuestras capacidades, a difundir, a defender, a inculcar en nuestro pueblo esa doctrina salvadora. Y vosotros, afortunados jóvenes que coronáis los esfuerzos de largos años de diligente estudio y de dominio propio, recibid, en primer lugar, por mi conducto, la más sincera felicitación de estos claustros que son vuestro hogar espiritual, y al recibir este diploma, con el cual en el palenque de las ciencias sois armados caballeros, pensad en el solemne compromiso que contraéis ante las autoridades, ante vuestros padres y maestros, y ante la sociedad entera, y transmitid incólume a la posteridad este precioso legado de doctrinas y virtudes que viene de generación en generación desde los apóstoles, y que es la única fórmula que puede hacer felices a los pueblos, o sea la verdad evangélica, la cultura cristiana, fuente y razón de la civilización occidental.


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«EXPLICACION NECESARIA» Félix Restrepo, S.J.*

Me han sorprendido mis apreciados amigos del Instituto Caro y Cuervo con esta Bibliografía, en la que han recogido la mayor parte de mis escritos, aun algunos insignificantes. Para mí es este un gran obsequio, el inventario de mi producción, en el que encuentro hasta ensayos de que ya me había olvidado.

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En 1950 el Instituto Caro y Cuervo editó un volumen de Homenaje al P. Félix con el título de Estudios de filología e historia literaria, en el cual aparece una completa Bibliografía de los escritos del sabio jesuita. Al conocerla en pruebas, el P. Restrepo escribió algunos comentarios referentes a ella, bajo el título de explicación necesaria. Este es el trabajo que publicamos aquí, por considerar que tiene especial interés, pues en él su autor hace algunas reminiscencias autobiográficas, especialmente sobre sus estudios filológicos y su vinculación al Instituto Caro y Cuervo.

Noticias Culturales No. 61, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1° de febrero de 1966.

Para el público en general, y especialmente para los distinguidos escritores que con tanta generosidad se han dignado colaborar en este homenaje, la presente bibliografía será más bien desconcertante. Por ella verán en seguida que el favorecido no es propiamente un especialista en lingüística o filología sino un dilettante que, en su ya larga vida, ha escrito de omni re scibili et de nonnullis aliis. Y más vale así; más vale que queden las cosas en su punto. La verdad es la que nos ha de señalar el puesto en este gran banquete en que a través del tiempo y la distancia nos encontramos con tantos hombres ilustres que cultivan las bellas letras y los estudios desinteresados. El exlibris que para su uso había escogido nuestro gran Don Rufino y que se halla estampado en todos sus libros dice: Veritas liberabit vos. La verdad os hará libres.


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Y siguiendo a la verdad, no hay tampoco peligro de vanagloria. Santa Teresa decía: “La humildad es la verdad”. Lo bueno que tenemos, de Dios lo tenemos; lo malo que hacemos es lo que debemos atribuirnos a nosotros mismos. Por muchos y grandes dones que de Dios hayamos recibido, hay otros que los han recibido mayores, en cuya comparación queda uno reducido a la nada. No hablemos de los grandes genios de la humanidad; recordemos sólo a los que cerca de nosotros han cultivado la pequeña parcela de las humanidades: Menéndez y Pelayo, Caro, Cuervo, Marco Fidel Suárez, Antonio Gómez Restrepo y tantos otros. Partiendo de esas cumbres, hay que pasar por muchos nombres conocidos antes de llegar al valle humilde en que se encuentra mi heredad. Contento con lo poco, y en el fondo de mi oscuridad, me alegro de ver a otros que tienen más, y brillan regocijando e iluminando al mundo con resplandores inmortales. Empero, ya que el gobierno de mi patria, por iniciativa de nobles amigos, me ha concedido honores como el que representa este volumen, no puedo tampoco hacerlo quedar mal y dejar decepcionados a los letrados ilustres que me honran con sus firmas colaborando a este homenaje. A guisa de confesión sincera y de explicación necesaria van estas líneas, que espero recibirán benévolamente mis amigos de la patria y de lejanas tierras. No fui estudioso en los años de mi niñez, la cual pasé correteando por los potreros de la sabana en Bogotá.

Trece años contaba ya cuando entré interno en el Colegio de San Ignacio de Medellín, donde estudié los tres primeros años de bachillerato, y donde empezó a despertarse en mí el sentido de responsabilidad ante la vida. Todas las materias que estudié me fueron fáciles; pero mi espíritu se inclinaba más a la acción que a la especulación. El ejemplo de mis maestros influyó en mis resoluciones, mostrándome cómo puede emplearse la vida en una noble empresa apostólica; y a los diez y seis años entré en la Compañía de Jesús. Tres carreras consecutivas tiene que hacer el jesuita: humanidades, filosofía y teología. Estudié las humanidades en Burgos y me inicié en el oficio de escritor traduciendo la pequeña Antología de Maunoury, texto francés que me pareció útil para la enseñanza del griego. Mas, al empezar en el célebre Colegio de Oña mis estudios filosóficos, me encontré como condiscípulo a Eusebio Hernández, joven de talento poderoso, quien mc inició en la lingüística indoeuropea y me propuso que, adoptando el texto griego de la Antología de Maunoury, desecháramos el resto de su obra, como anticuada, y compusiéramos una obra original. Él se encargó de la segunda y mejor parte de ella, Etimología y Sintaxis; yo torné por mi cuenta el léxico, y reuní en mi Comentario, valiéndome sobre todo de los romanistas alemanes Diez, Walde y Körting, más de tres mil palabras castellanas derivadas del griego, cuyo sorprendente hallazgo


«EXPLICACIÓN NECESARIA»

cautiva a los alumnos y les facilita extraordinariamente el dominio de esta bella lengua. Acabé mis estudios filosóficos en el Colegio que en Valkenburg (Holanda) tenían los jesuitas alemanes desterrados de su patria desde la época del Kulturkampf, y aprendí los métodos científicos de aquel gran pueblo alemán, que se habían ya impuesto en la república de los sabios. Aplicación de ellos fue la obra: El alma de las palabras: Diseño de semántica general, que acabé en 1911 aunque no se publicó sino en 1917. Conocieron esa obra manuscrita Marco Fidel Suárez y Antonio Gómez Restrepo, y seguramente en atención a ella me sorprendieron en 1915, cuando hacía yo en Bucaramanga las prácticas de magisterio que se usan en la Compañía, con el nombramiento de Académico correspondiente de la Academia Colombiana. De entonces, y sin más fundamento que las dos obras de que he hablado, data mi fama de filólogo, pues en este terreno sólo he vuelto a escribir modestos libros de texto. Durante los cinco años que practiqué el magisterio en el Colegio de San Pedro Claver de Bucaramanga no tuve ocasión de ejercitar ni de aprovechar los estudios filológicos. En un Colegio, no pequeño, pero sí pobre, como era entonces el de Bucaramanga, tienen que hacer de todo los que lo manejan. De 1912 a 1916 fui, pues, sucesivamente, profesor de castellano, francés, aritmética, geografía, historia patria, latín, física y hasta de agricultura; fui prefecto de internos y director de deportes.

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Yo fui el primero que enseñó a jugar fútbol en Bucaramanga y tracé el primer campo para este deporte en el Llano de Don Andrés. Pero mc sobró tiempo para fundar, en compañía de los PP. Joaquín Emilio Gómez y Enrique Torres, la revista Horizontes, y así salió a flote mi vocación de periodista, que no me ha abandonado en toda mi vida. Durante mis estudios de teología, que hice de 1916 a 1920 en el ya conocido Colegio de Oña, pensé seriamente en la orientación que debía dar en adelante a mis actividades, y siguiendo el primitivo impulso que me había traído a la Compañía de Loyola, resolví, de acuerdo con mis superiores, dedicar mis energías a la educación de la juventud. No me atraía tanto la pedagogía que podemos llamar individual o arte para educar y perfeccionar a los individuos, sino más bien su aspecto social, como ciencia para transformar las sociedades. De aquí mis frecuentes incursiones en el campo de la sociología y mis varios escritos en diversas épocas sobre organización de la instrucción pública. En ese plano es más eficaz la labor del escritor que la del maestro. Por eso me destinaron mis superiores a la redacción de la revista Razón y Fe, de Madrid; pero quisieron que antes sacara el doctorado en Ciencias educativas en una Universidad alemana. Acababa de pasar la primera guerra mundial cuando volví a Alemania. Estudié en Colonia y en Munich; visité las principales Universidades de Alemania, Francia e Inglaterra, para estudiar su organización, y saqué el doctorado en Munich, con una tesis


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escrita en alemán que mereció un segundo premio en concurso abierto por dicha Universidad. Me tocó en Munich el Putsch de Hitler de 1923 con que empezó la revolución nazista. Desde la revista Razón y Fe y desde las columnas del diario de Don Ángel Herrera, hoy Obispo de Málaga, El Debate, hice varias campañas por la reforma de la organización escolar española, que adolecía en grado máximo del terrible mal del monopolio del Estado. No fue del todo inútil mi actuación, y en 1926 me nombró el entonces jefe del gobierno, general Primo de Rivera, Consejero Real de Instrucción Pública. Pero precisamente ese año contrató el gobierno de Colombia una misión alemana para la reforma de la enseñanza en nuestra patria, y con esa ocasión fui llamado de nuevo a Colombia, aunque, según parecía, por poco tiempo. Escribí entonces la serie de artículos Glosas al proyecto de reforma instruccionista y contribuí de varias maneras a que el proyecto se amoldara a nuestras tradiciones y costumbres. Desgraciadamente, la esterilidad, que ha sido la característica de nuestros Congresos en los últimos lustros, se mostró también en esta ocasión. El Congreso no fue capaz de estudiar tan importante proyecto y él quedó definitivamente enterrado. Me preparaba a volver a Madrid, cuando el Nuncio de Su Santidad, Mons. Giobbe, intervino ante nuestro Padre General para que me quedara en Colombia con la misión de organizar la juventud católica. Así lo hice, y la dirigí en Bogotá por varios años; fundé la Casa del Estudiante Católi-

co, y con eso se acabó el monopolio de la organización estudiantil que ejerció por mucho tiempo la Federación de Estudiantes controlada por jefes izquierdistas. Y con esto me acercó la Providencia a la máxima realización de mi vida, la Universidad Javeriana. Corno secretario del entonces Provincial, P. Jesús María Fernández, le ayudé en los trabajos necesarios para restablecer nuestra antigua Universidad, y desde el segundo año de su nueva vida quedé, como Decano, vinculado a la única Facultad que entonces existía, la de Ciencias Económicas y Jurídicas. Diez y ocho años —nueve como Decano y nueve como Rector— he estado consagrado por entero a la organización de esa Universidad, que hoy, adornada con el título de Pontificia y con sus 1400 alumnos en 11 Facultades, Eclesiásticas, Civiles y Femeninas, es uno de los más completos y eficaces institutos de educación superior en nuestra América. Mis primeros ideales de dedicarme a la educación de la juventud quedaron pues realizados en una forma mucho más alta de lo que yo hubiera podido sospechar. En 1934 fundé y dirigí por ocho años la Revista Javeriana, volviendo así a incurrir en el oficio de periodista, que lo obliga a uno a leer de todo y a escribir de todo con más profusión que perfección y profundidad. Y en esos mismos años mi remota fama de filólogo me dio ocasión de prestar un nuevo servicio a mi patria y a la república de las letras.


«EXPLICACIÓN NECESARIA»

Cuando en 1940 el entonces Ministro de Educación Nacional, Dr. Jorge Eliécer Gaitán, fundó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, me encargó a mí la sección de Filología, que debía tomar a su cargo, entre otras tareas, la continuación del Diccionario de construcción y régimen de Don Rufino J. Cuervo. Aunque el Ateneo, en general, no pasó del período de incubación, nuestra sección emprendió trabajos y, gracias a la decisión del gobierno, vino a organizarse, primero como Instituto Rufino J. Cuervo, y más tarde corno Instituto Caro y Cuervo, famoso ya en las dos Américas y en la sabia Europa. Ordenando los papeles que dejó Cuervo a nuestra Biblioteca Nacional, tuve la buena suerte de encontrar su obra, que se creía pérdida, Castellano popular y Castellano literario, y la satisfacción de publicarla con otros trabajos inéditos de nuestro gran filólogo. Cuando ya el Instituto estaba arraigado en la opinión culta y organizado en su funcionamiento, me fue forzoso abandonarlo por el exceso de

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mis ocupaciones y mi salud precaria; pero lo dejé en las mejores manos. José Manuel Rivas Sacconi, por su inteligencia, por su consagración al trabajo, por su formación humanista, por su vida ejemplar, por su don de organización y de gobierno, era la cabeza que necesitaba el Instituto para crecer y prosperar; bajo su dirección, y en pocos años, ha llegado a una altura que lo convierte en honor de Colombia y en envidia fraternal de nuestras repúblicas hermanas. Así, pues, ilustres amigos que os habéis dado cita en este volumen para ofrecerme un homenaje: ya veis que os puedo decir, sin falsa modestia, que él es, por lo que hace a mi persona, inmerecido; pero que recae íntegro sobre el Instituto Caro y Cuervo, el cual no dudo que, estimulado por vosotros, contribuirá por muchos años al cultivo y progreso de los estudios humanistas en este Continente. Por eso precisamente es mayor mi gratitud, y vuestros nombres no se borrarán jamás del libro de oro de mis mejores recuerdos.



II PARTE ESCRITOS SOBRE EL PADRE FÉLIX



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EL R. P. FÉLIX RESTREPO, S.J. Jesús Emilio Ramírez, S.J.*

El 16 de Diciembre de 1965, a las 3 de la tarde, descansó en la paz del Señor, en Bogotá, el R.P. Félix Restrepo, S.J., grande entre los hombres de Colombia, grande entre los jesuitas de su patria, y grande entre los Rectores de la Pontificia Universidad Javeriana. La Universidad prepara un acto especial de homenaje a tan ilustre Rector. Por de pronto, queremos reproducir aquí la Resolución # 115, emanada de la Rectoría y fechada el 16 de Diciembre de 1965. “El Rector de la Pontificia Universidad Javeriana, de acuerdo con el Consejo de la misma, y CONSIDERANDO: 1) Que hoy ha dejado de existir en esta ciudad el R.P. Félix Restrepo, *

Hoy en La Javeriana, año 6 No. 2 febrero 22, 1966

S.J., ex-rector de esta Universidad, jesuita ejemplar y colombiano ilustre. 2) Que la Pontificia Universidad Javeriana debe a la grandeza de su espíritu religioso y sacerdotal, al brillo de su inteligencia incomparable y a su dinamismo extraordinario, gran parte de lo que ella es hoy. 3) Que la Universidad cumple con un deber como muestra de agradecimiento al exteriorizar su sentimiento de dolor ante la pérdida de un ex-rector. 4) Que ella, como fragua de la vida nacional y de la cultura, debe compartir el dolor ante las pérdidas de la nación y de las letras, RESUELVE: Artículo primero.- Manifestar públicamente el duelo que a la Universidad ha embargado por la desaparición de tan ilustre colombiano.


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Artículo segundo.- Proponer su memoria como ejemplo a la juventud estudiosa y en particular a la que cursa en los claustros javerianos. Artículo tercero.- En su memoria uno de los edificios de la Universidad llevará el nombre “Edificio Félix Restrepo, S.J.”. Artículo cuarto.- Invitar a los amigos y concurrir la Universidad en pleno a los solemnes funerales que por el eterno descanso de su alma se celebrarán el día 17 de di-

ciembre, a las 12 m., en la Iglesia de San Ignacio de esta ciudad. Artículo quinto.- Copia de esta Resolución, en nota de estilo, será puesta en manos de la Rda. Hna. Ana Gertrudis de la Comunidad de la Presentación y hermana del P. Félix Restrepo, S.J., vinculada meritoriamente a la Pontificia Universidad Javeriana por más de 25 años, y de los demás familiares del extinto. Dada en Bogotá, D.E., a los diez y seis días del mes de Diciembre de mil novecientos sesenta y cinco.


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EL PADRE FÉLIX - HUMANISTA DINÁMICO

Ángel Valtierra, S. J.*

Sobre mi escritorio tengo unas cuartillas inéditas del Padre Félix Restrepo, S. J. Las escribió poco antes de morir por petición expresa de su gran amigo y compañero el Padre Carlos Ortiz Restrepo, S. J. Es una pequeña autobiografía. Esas páginas reflejan un aspecto nuevo del gran humanista desaparecido. Podríamos decir que esas 20 cuartillas son como la visión plácida de un niño grande que siente ya el oleaje del más allá y se ve invadido por una alegría fontal, primaveral. He aquí el comienzo: “Yo nací en 1887. Fueron mis hermanos, Ana María, José Salvador, María Dolores, Bernardo, María Rosa, Margarita y los sutes fuimos yo y Margarita; va *

Revista Javeriana, No. 321, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, enerofebrero de 1966.

el burro adelante para respetar el orden cronológico. Yo tenía menos de un año, cuando mi padre que vivía en Bogotá, porque el Presidente Miguel Antonio Caro, lo había nombrado Consejero de Estado, resolvió pasar su familia a esta capital; de manera que resulté más bogotano que antioqueño. RECUERDOS Al año de estar nosotros en Bogotá, nació Merceditas, que esa sí es pura bogotana y medio año después murió mi madre; murió de lo que no muere hoy nadie. Murió de un tifo, así como mi padre murió de una pulmonía. Ella era muy joven, creo que no tenía sino 32 o 33 años y de los ocho hijos que quedamos, cuatro éramos menores de 8 años. De manera que era un verdadero problema para mi padre. Pero la Providencia


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fue para nosotros la Comunidad de las Hermanas de la Presentación...”. Y con esa frescura del lenguaje agradable y transparente nos dice en otra parte. “Cuando yo tenía unos 4 ó 5 años vinieron a visitarnos aquí a Bogotá, Enrique Mejía y mi abuelito Fortis Mejía; es curioso el nombre Fortis y no sé por qué se lo pusieron a este buen señor Mejía, pero conocido en toda Antioquia como don Fortis Mejía, y don Fortis era un personaje popular. Él era tío de Epifanio Mejía, el gran poeta. Epifanio perdió su padre cuando era muy joven y se fue a vivir a la casa de mi abuelo, a la casa de don Fortis. Allá estaba él cuando empezaron a nacer los hijos de don Fortis; por cierto que la primera poesía que se conserva de Epifanio, es una escrita con motivo del nacimiento de mi madre que fue la primogénita de mis abuelos. Vino pues don Fortis a Bogotá, y él tenía cierto parecido con don Víctor Mallarino. Ambos eran rubios, sanos, sonrosados. El hecho que cuando don Fortis se volvió para Medellín, pasaron unas semanas, y cuando vi yo de pronto en el Colegio de las Hermanas a don Víctor Mallarino, creí que era don Fortis o como le decíamos nosotros papá Fortis y así sin más ni más lo fui abrazándolo y saludándolo como papá Fortis. Esto le hizo muchísima gracia a don Víctor y desde entonces cada vez que nos encontrábamos él me regalaba un peso que en aquel tiempo era mucho dinero para un pobre niño como era yo”.

Estas simpáticas memorias se publicarán en el número extraordinario que estamos preparando de la “Revista Javeriana”. El Padre Félix Restrepo murió con la serenidad con que había vivido. Pocas horas antes de morir decía a una de sus hermanas: “aquí estoy en el aeropuerto esperando que me llamen por mi nombre para pasar a bordo”. EL OCASO Esta llamada llegó y el Padre pasó a la eternidad. Él había tenido ya sus presentimientos y había recibido la muerte como se recibe a una hermana. He aquí algunas de sus palabras: “Ya el sol se pone en occidente. Atrás queda la tierra, delante se abre el mar de la eternidad. Mi vida ha sido fecunda. Me encuentro rico en los momentos de emprender el viaje sin regreso. No estoy solo en la playa. Sólo conmigo en mí. "Muchos maestros, muchos amigos, he tenido en la vida. Muchos, demasiados libros he leído, que me han revelado las vacilaciones o las efusiones. De todo ello quiero prescindir en esta hora suprema… "Me encuentro ya en el ocaso, las sombras de la tarde empiezan a cubrirme de melancolía, pero en el fondo del alma me siento feliz porque me fue dado conocer el Salvador y sé que en pos de Él resucitaré en el último día.


ÁNGEL VALTIERRA, S.J.

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“Entre tanto mi mayor consuelo es haber dedicado mis fuerzas y mis años a cooperar en la difusión del reino de Cristo, en la obra de la redención”. (Entre el tiempo y la eternidad, pág. 169).

donde empezó a despertarse en mí el sentido de responsabilidad de la vida. Todas las materias que estudié me fueron fáciles; pero mi espíritu se inclinaba más a la acción que a la especulación”.

Este libro fue su testamento espiritual.

Es interesante esta observación del Padre Félix y ella nos introduce en lo que podríamos llamar la nota de dispersión de su vida.

Bellas palabras de un hombre que le tocó actuar en primeros planos nacionales e internacionales y que tuvo en sus manos decisiones que harían historia patria e internacional. En la introducción al ensayo “Bibliografía del Padre Félix Restrepo” publicada por el Instituto Caro y Cuervo, el Padre Félix nos da humildemente algunas frases de confesión que son una bella biografía. Ante los 707 títulos recogidos, el Padre Félix parece asustarse y escribe: “por esta bibliografía se verá enseguida que el favorecido no es propiamente un especialista en lingüística o filología sino un dilettante que en su ya larga vida ha escrito de omni re scibili et de nonnullis aliis”. ¿ACCIÓN O INVESTIGACIÓN? Ante la pregunta que se hace uno ante esta vida fecunda de cuál fue la característica fundamental del Padre Félix, si la acción o la investigación, nos da la respuesta él mismo: “No fui estudioso en los años de mi niñez, la cual pasé correteando por los potreros de la sabana en Bogotá. Trece años contaba ya cuando entré interno en el Colegio de San Ignacio en Medellín, donde estudié los tres primeros años de bachillerato y

La rica y multiforme personalidad del Padre Félix contribuyó a cierta dispersión en su obra literaria. Como al mismo Menéndez y Pelayo, y Antonio Gómez Restrepo la literaria sociológica o religiosa pudo haber escrito una obra cumbre literaria en su vida: lo pudieron hacer dada su preparación y capacidades si hubieran podido concentrar sus esfuerzos en una producción absorbente y genial. Pero la misma abundancia de sus vidas, derramada a torrentes en sus cauces grandes y pequeños les impidió canalizar de una manera inflexible su esfuerzo hacia una obra única y total. La multitud de prólogos, artículos periodísticos, reseñas, discursos de ocasión, compromisos, como fronda inmensa absorbieron la savia de esas personalidades geniales. Nos dejaron esperando la obra síntesis de sus vidas. ¿DISPERSIÓN? El Padre Félix en la línea lingüística, en la de educación, en la literatura, sociológica o religiosa pudo haber escrito una obra de garra inmortal.


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Tenía todos los elementos para ello. Pero de nuevo aquí la vida mata lo que más ama: al prodigarse en extensión sufre la profundidad. Las grandes obras suelen construirse a base de terribles soledades intelectuales y este repliegue no les es permitido a ciertos espíritus dinámicos. Esta es su tragedia: sentir la tremenda fuerza del ideal creador en lo íntimo de sus vidas y al mismo tiempo experimentar el desgarramiento dispersador de la vida diaria o social que les impide entregarse a este llamamiento íntimo. El Padre Félix tenía toda la madera del intelectual, del pensador, del humanista, que ha asimilado las culturas y sin embargo debió sufrir los zarpazos de la acción dinámica que le lanzó al campo de la organización en donde era también genial. Sintió el llamamiento angustioso del lenguaje vivo, de las disquisiciones educacionales y sociológicas, de la crítica literaria, de las profundas ideas religiosas. Todo esto estaba pidiendo vía libre para la creación: La llave del griego, El alma de las palabras. La reforma de la segunda enseñanza, Entre el tiempo y la eternidad son ejemplos que muestran un posible derrotero especializado. La fecunda vida de este humanista le lanzó a la dinámica activa y su huella quedó firme en instituciones que resistirán el tiempo: Instituto Caro y Cuervo, Universidad Javeriana, Academia de la Lengua, Casa de escritores y Revista Javeriana, etc. Obras a las que entregó su grande alma y que tienen su impronta realista y dinámica. La obediencia lo colocó en posiciones que le permitie-

ron dejar instituciones creadoras de futuros investigadores. Es tal vez el sacrificio del genio como sembrador de futuros genios. Al que quisiera escribir una biografía completa del Padre Félix no tendría más remedio que dividirla en tres partes: El hombre; El intelectual; El organizador. De tal manera se entremezclan estas tres cosas que es muy difícil separarlas en la vida real. El hombre: su simpatía humana. —Era una nota característica suya. Donde quiera que se encontrara el Padre Félix, como familiarmente se le llamaba en todas partes, había ambiente de euforia, de optimismo, de proximidad a la carcajada franca y esto ya se tratara de altos medios intelectuales o de simple conversación familiar. El Padre Félix fue un catador finísimo del buen chiste, le brillaban los ojos retozones tras sus espesas cejas y la alegría integral se apoderaba de su ser; reía con soltura fresca, comunicativa y contagiosa. Oía cuentos y sabía contarlos. No pertenecía a la categoría de aquellos que se quedan serios y en esto está su fuerza cómica, el Padre Félix acompañaba al chiste con la risa franca y la carcajada comunicativa. El Padre Félix pertenecía a la categoría de los que no han matado la curiosidad con una especie de monolítico aislamiento psíquico. Nada humano le era ajeno, desde la palabra mal usada que le hacía enarcar las cejas con severidad hasta la última noticia internacional de posibles repercusiones mundiales.


ÁNGEL VALTIERRA, S.J.

EL INTELECTUAL Tal vez haya habido pocas personas que en menos tiempo hayan captado mejor y estrujado por decirlo así el contenido de un periódico, una revista o un libro. Su memoria fue prodigiosa y su fuerza de síntesis asombrosa. Nada se le escapaba y se le podía someter a las pruebas más exigentes. Su síntesis de las noticias diarias, de las actualidades y problemas de las revistas, del tema básico de los libros, fue su especialidad. Era un gran crítico precisamente por esto. Leía con lápiz en mano e iba dejando en lo leído la huella de sus signos: interrogaciones, admiraciones, subrayados, en una especie de sismógrafo espiritual. El Padre Félix fue literalmente un devorador de lecturas y en sus últimos años un apasionado del cine y la televisión. No le tenía terror a las obras de mil páginas y consideraba digna de lectura la hojita voladora. Todo iba cayendo en su inteligencia crítica trituradora y convertido en sugerencia o en torrente informativo que alimentaria su conversación chispeante y amena. Fue un gran catador intelectual de ideas y de personas y nunca confundió el grano con la paja. Es digna de notar una característica. Fue hasta el último momento de su vida un seguidor apasionado de la cultura nacional; amaba a Colombia y creía en su destino.

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A sus 78 años adquiría y leía todas las producciones de poetas, novelistas y ensayistas colombianos fueran de la vieja o de la nueva ola. Apreciaba sus valores reales y siempre tenía una palabra de estímulo; era un optimista del porvenir nacional y hasta el último momento creyó en Colombia, en su destino fundamental, culto y cristiano. No conoció la palabra derrotismo y su alma grande se nublaba con las actuaciones de aquellos que no quieren dejar vivir en paz a la mayoría de los colombianos, esos ciudadanos que están forjando en el silencio y el dolor la verdadera patria. El Padre Félix tenía una simpatía humana profunda y se fue a la eternidad con el alma abierta a todo lo que fuera en la vida. El cumplimiento de su deber — murió en plena brecha rumbo a su labor diaria en la Academia— no fue óbice para hallar en la vida ese fondo de alegrías y cosas bellas que Dios ha puesto sobre la tierra. Hay una anécdota curiosa, creíble sólo porque el Padre nos la cuenta. En sus memorias tiene esta frase: “Yo fui el primero que enseñó a jugar fútbol en Bucaramanga y tracé el primer campo para este deporte en el Llano de don Andrés”. Este título de deportista no le conocíamos en el Presidente de la Academia de la Lengua! Ya en el orden de las actividades del Padre Félix podríamos decir, que fueron tres: periodista, educador y crítico-lingüista.


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Era un estudiante, cuando en Bucaramanga fue nombrado correspondiente de la Academia de la Lengua. Él mismo nos dice: “me sobró tiempo en el magisterio para fundar en compañía de los Padres Joaquín Emilio Gómez y Enrique Torres la revista Horizontes y así salió a flote mi vocación de periodista que no me ha abandonado en toda mi vida”. El Padre Félix en realidad tuvo todas las notas de ese personaje moderno, versátil, curioso, humano, entregado a la noticia, el periodista. Conservamos más de mil artículos publicados por él. Más tarde, en 1934, nos dice él mismo: “fundé y dirigí por ocho años la Revista Javeriana, volviendo así a incurrir en el oficio de periodista que lo obliga a uno a leer de todo y escribir de iodo con más profusión que perfección y profundidad. Y en esos mismos años mi remota fama de filólogo me dio ocasión de prestar un nuevo servicio a mi patria y a la república de las letras. Entre otras tareas la continuación del Diccionario de Construcción y Régimen de don Rufino J. Cuervo”. Pero el centro sentimental y emotivo del Padre Félix lo constituyó la juventud y la enseñanza. Nos dice él mismo: "resolví aún joven, con mis superiores, dedicar mis energías a la educación de la juventud”. EL ORGANIZADOR “No me atraía tanto la pedagogía que podernos llamar individual o arte para educar y perfeccionar a los individuos, sino más bien su aspecto

social como ciencia para transformar las sociedades”. El Padre Félix ante todo fue un pedagogo práctico, un instrumento social de la juventud. En sus años jóvenes fundó la casa del estudiante católico en Bogotá y con eso “se acabó el monopolio de la organización estudiantil que ejerció mucho tiempo la Federación de Estudiantes controlada por jefes izquierdistas. Y con esto me acercó la Providencia a la máxima realización de mi vida: la Universidad Javeriana. “Dieciocho años —nueve como Decano y nueve como Rector— he estado consagrado por entero a la organización de esta Universidad, que hoy, adornada con título de Pontificia y sus 4.000 alumnos en once Facultades Eclesiásticas, civiles y femeninas es uno de los más completos y eficaces instrumentos de educación superior en nuestra América. Mis primeros ideales de dedicarme a la educación de la juventud quedaron pues, realizados en una forma mucho más alta de lo que yo hubiera podido sospechar”. Al Padre Félix hay que identificarle con la Universidad Javeriana en todas sus actividades, pues aun cuando no fue el fundador, sin embargo por su tremendo dinamismo se puede considerar ciertamente como co-fundador. Este hombre no agotó las reservas de su organización con las obras citadas, le quedó tiempo para fundar la Librería. Voluntad con el ideal de abastecer de libros sanos a nuestra sociedad, la Cooperativa de Crédito


ÁNGEL VALTIERRA, S.J.

que aliviara las cargas de la clase media, el Instituto Rufino Cuervo, luego Caro y Cuervo y la Academia de la Lengua, a la cual dedicó sus mejores energías en el final de su vida y rumbo a la cual entregó su vida. Entremezcladas con estas actividades que abarcarían la vida de varios hombres encontró tiempo para escribir libros como: La Llave del Griego, El alma de las palabras, La reforma de la segunda enseñanza, Los grandes maestros de la doctrina cristiana, El castellano en los clásicos, Raíces griegas, Ortografía en América, Entre el tiempo y la eternidad y centenares de ensayos más. Con razón podemos llamar al Padre Félix Restrepo un humanista dinámico. El Gobierno Nacional haciéndose eco de la valía de este gran hombre dictó el Decreto No. 3250, diciembre 17, en el cual se exalta la vida y obra del Padre Félix Restrepo. “Vida y obra

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en la que culminaron los valores esenciales del humanismo cristiano, la tradición letrada de Colombia y las virtudes de nuestra raza vida, consagrada a enaltecer el destino espiritual del hombre, a vivificar los símbolos de la nacionalidad, a enriquecer el patrimonio cultural de nuestro país, a fomentar la educación de nuestros compatriotas y a ofrecer ejemplos constantes de caridad, dignidad y bondad”. En esta hora de crisis en que vivimos, cuando parece que el pesimismo esté germinando en la vida colectiva es consolador encontrarnos con estas grandes vidas que son honra de Colombia y que traspasando las fronteras patrias han dado testimonio de nuestras gentes en los medios culturales más notables del mundo. El fundador de Revista Javeriana pasó a la eternidad después de haber dejado en ella lo mejor de su espíritu.



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PADRE FÉLIX RESTREPO Gabriel Giraldo S.J.*

Repentinamente, en la tarde del pasado 16 de diciembre, entregó su alma a Dios el P. Félix Restrepo. Aunque de meses atrás su salud era precaria, nada hacía prever el fatal desenlace. Hasta el último momento fué infatigable su labor. Murió precisamente cuando se dirigía al local de la Academia de la Lengua, a su acostumbrada labor vespertina. La triste nueva cundió con rapidez. Las emisoras capitalinas, interrumpieron sus programas ordinarios, para dar cuenta al país, de la muerte del ilustre jesuíta.

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Crónica General de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Facultad de Derecho y Ciencias Socioeconómicas.

En Universitas Xaveriana Ciencias Jurídicas y Socioeconómicas No. 30, Bogotá, junio de 1966.

Su cuerpo permaneció en cámara ardiente en el Colegio de San Bartolomé, y ante él desfilaron, autoridades civiles y eclesiásticas, diplomáticos, religiosos, hombres de ciencia y humildes hijos del pueblo. Sus exequias en la Iglesia de San Ignacio, evidenciaron el pesar general. Inmensa fué la concurrencia; presentes estaban, Ex-presidentes de la República, Ministros del despacho, Javerianos de todas las promociones y facultades, representantes de la Iglesia; en pleno las Academias de la Lengua y de la Historia, Embajadores de los países americanos. Todos querían testimoniar su admiración por el jesuíta desaparecido. Para la Universidad Javeriana, íntimamente ligada a su vida, es dolorosa la pérdida de su restaurador. A él debe su primer empuje;


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él sorteó con éxito enormes dificultades, venció la incomprensión de muchos, y ganó para su obra a los que un tiempo la combatieron con denuedo. A la Javeriana consagró 18 años de su vida sacerdotal, primero como Decano de Derecho y más tarde como Rector magnífico. No había acto alguno de la Universidad, en el que no se hallase presente; quienes tuvieron el privilegio de recibir su orientación, sentían por él profundo afecto e inmenso cariño.

El 25 de marzo se evocó una vez más su recuerdo, y al edificio central de las Facultades Femeninas, se dió el nombre de "Edificio Félix Restrepo". Al registrar su muerte, va nuestra condolencia a sus familiares, y en especial a la R. H. Ana Gertrudis, que a la pena de la muerte del P. Félix, ve ahora sumada la que le causa la desaparición de su hermana, Religiosa de la Presentación, R. H. Ana.


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FÉLIX RESTREPO, MAESTRO DE JUVENTUDES Arcadio Plazas Sierra*

Cuando el Padre Rector me hizo saber esta honrosa delegación, un impulso incontrolado de afecto y gratitud hacia el Padre Félix Restrepo, me llevó a aceptarla de inmediato. No tuve tiempo para reflexionar sobre la gravedad del encargo y sobre la cortedad e inexperiencia de mis fuerzas; para medir el tamaño del coloso y la insignificancia del artesano; para comparar mis aptitudes con las de quienes me han antecedido en el elogio de sus méritos; para prever las excelencias de este auditorio. Confundí las palabras de la inesperada escogencia con las claras voces de mi corazón, doblegado de pena por su muerte y de afecto por su generosidad. Tuve la suerte de encontrar en él, desde la primera juventud, sabio consejo y paternal *

Palabras pronunciadas en el acto del 25 de marzo de 1966. En Universitas Xaveriana Ciencias Jurídicas y Socioeconómicas No. 30, Bogotá, junio de 1966.

protección, por lo que lo asocio en mi recuerdo con el apelativo de Padre por antonomasia con aquel otro recio varón que puso Dios en mi camino. A todo lo largo de su milenario transcurrir sobre la tierra, el hombre ha conservado, entre sus más nobles instituciones, esta de rendir homenaje a sus muertos ilustres, más con el ánimo de aleccionar a quienes han de sobrevivirlo que con el deseo egoísta de expresar admiración o gratitud. Al pie de un altar, de un túmulo, de un arco, de un muro o de una estatua, como más convenga a sus merecimientos, se ha reunido el hombre, incontables veces, para escribir, en unos pocos signos, el nombre que se quiere perpetuar. Y qué bien que las directivas de esta Universidad hayan escogido el sillar de este edificio para escribir en él el nombre de Félix Restrepo,


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culminando así, oficialmente, el homenaje que se inició hace seis años, cuando, bajo el impulsivo afecto de quienes fuimos sus primeros discípulos en la Universidad restaurada, ante sus propios ojos, contrariando su deseo y un poco la tradición Ignaciana, dejamos su figura, modelada en bronce, en la galería principal del edificio de la Rectoría. Porque esta fábrica simboliza mejor que ninguna otra de sus obras materiales —hasta donde la materia puede simbolizar al espíritu— el que animó la polifacética actividad del Padre Restrepo. Con cuánto acomodo se lee aquí su nombre, y se perpetúa y prolifera su semilla de enseñador infatigable, de maestro de juventudes. En la corta perspectiva que nos permite el transcurso de los días posteriores a su muerte, la parábola de su vida se destaca, cada vez más, por su actividad pedagógica, que dejó en los libros, en la cátedra sagrada y docente, en sus realizaciones sociales y materiales, en el ejemplo de sus virtudes austeras, en su desvelado patriotismo, en su humildad religiosa, la huella de esta vocación. Y esto, no sólo por su profesión sacerdotal, regida por normas que dan toda preferencia a la misión educadora, sino porque llevaba en su espíritu y en su sangre ese noble destino. "Siguiendo el primitivo impulso que me había traído a la Compañía de Loyola, son sus propias palabras, resolví, de acuerdo con mis superiores, dedicar mis energías a la educación de la juventud".

Al espigar en su frondosa y dispersa bibliografía se destacan sus obras didácticas y pedagógicas, sin que por eso se amengüe el mérito de las históricas, filológicas o de simple crítica literaria, y aún de aquellas de polémica ocasional que él mismo pidió excluir del catálogo de sus libros. "La Llave del Griego", obra de juventud y de madurez, escrita en colaboración a los 25 años, "El Alma de las Palabras". "El Castellano en los Clásicos", "La Ortografía en América" y "Raíces Griegas"; sus ensayos sobre la libertad y reforma de la enseñanza y sobre catequesis agustiniana, sus comentarios y críticas al bachillerato en Colombia y en España y a la universidad alemana y anglo-americana, sus glosas a la proyectada reforma instruccionista de 1926, amén de muchas notas periodísticas del mismo género, atestiguan el cumplimiento de esa resolución vocacional. He omitido la mención de su última obra, "Entre el Tiempo y la Eternidad", porque me empeño en ver en ella, no sólo su testamento espiritual o filosófico, como ha sido dicho por algunos, sino su postrímera lección a la juventud vacilante de estos días de agobio. Por razón de mi oficio me tocó recibir de sus manos los originales de esta obra, como lo había hecho antes con numerosas obras suyas, y puedo atestiguar que fué la hija predilecta de sus últimos años. En ella se cumple, mejor que en innumerables tratados del comercio didáctico, la exigencia que pudiere hacerse al mejor texto de apologética dedicado a la defensa o justificación


ARCADIO PLAZAS SIERRA

de la religión cristiana. Como los grandes apologistas de la iglesia, consagra sus esfuerzos a la exposición positiva del contenido de la doctrina católica y a armonizar los argumentos de la razón humana con los de la revelación divina. "Discurso, en la noble acepción de este título", escribió su prologuista, a quien estaba preferencialmente dedicada, y quien ve en ella "tesis preparada con nociones preliminares que la iluminen, enunciación exacta, razonamiento estricto y conclusiones genuinas, útiles al bien común; todo ello incorporado en ágil dicción profesoral, amena, sencilla y pulcra. Su cuerpo de verdades científicas, discursivamente presentado de memoria, sin dilaciones librescas, denuncia la reciedumbre del autor en menesteres de cátedra y el buen ordenamiento mental que las ideas tiene en su espíritu”. Imposible superar en la síntesis y en el acierto el comentario que antecede, cuya honestidad se acrece si consideramos que dicho prólogo está destinado a reafirmar las tesis racionalistas de su autor, lo que no impide que rinda a su compañero de actividades académicas e inquietudes lingüísticas el homenaje que se debían mutuamente quienes así se encontraron entrabados en altísimo coloquio intelectual. He dicho que esta obra estaba especialmente dedicada al profesor López de Mesa, heredero, como el autor, de un común antepasado, porque ella fué elaborada, por lo menos en el terreno conceptual, paralelamente con las largas y amistosas

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contraposiciones filosóficas entre ellos dos. Y no importa que el objetivo inmediato de convencimiento no se hubiera realizado, porque la noble disensión fué causa de este legado, en cuyas páginas el Padre Restrepo hace la más afortunada síntesis de sus conocimientos científicos y de cuanto había aprendido en la revelación y en las enseñanzas de la iglesia, para construir el monolito de su verdad, de nuestra verdad, de la verdad de Dios. Pero si todo esto podemos y debemos decir de su vocación de maestro de juventudes a través de sus libros, no es distinto lo que nos enseña la huella material de su fecunda vida. "Pero mi espíritu se inclinaba más a la acción que a la especulación" nos ha dicho él mismo en el tono confidencial de sus memorias. No fué por rara coincidencia que escogiera la milicia Ignaciana para ajustar a ella su actividad vital y para lograr los carismas de su perfección espiritual. Él sabía, desde su primera decisión, que enfilaba en las escuadras de un ejército de maestros. Ni sorprende que su primer cargo público hubiese sido como consejero real de educación en España; ni que esta inquietud lo hubiese traído de regreso a su patria para vigilar la pretendida reforma educacional de 1926; ni que su afecto por la juventud católica lo hubiere retenido para organizar sus huestes dispersas y combatidas; ni que el destino lo hubiese puesto así frente a la mayor realización educadora de su vida: la Universidad Javeriana. Bien sabemos que su nombre no está escrito en la página de los funda-


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dores por razones circunstanciales. La empresa era de tal envergadura que debería ser el propio capitán el que portara la enseña. Fué así como el Provincial asignó dicha responsabilidad al Rector del Colegio de San Bartolomé, bajo cuya dependencia debería funcionar la nueva facultad de Derecho; pero escogió al Padre Restrepo como primer auxiliar, con graves funciones de organización, de propaganda y de impulso vital. Los que llegamos primero al portal recién abierto tenemos recuerdo imperecedero de su mano acogedora y de su amistosa sonrisa, revestida de autoridad por el poblamiento de las cejas, porque fué él quien, sentado a la diestra de la silla rectoral, recibió el pliego de solicitud acompañado de los certificados que acreditaban la culminación, no siempre tranquila ni ejemplar, de los estudios de bachillerato. Tras dos años de fecunda rectoría de los Padres Fernández y Moreno, volvió él a la dirección de la Facultad y allí permaneció, cosa rara en los anales de la Compañía, dieciocho años, la mitad de ellos como Decano y la mitad restante como Rector, cultivando la primera semilla, ampliando y abonando el surco, cosechando mieses y amarguras, siempre con el arco tenso y abierto el brazo acogedor, puesta la mirada firme en el ideal supremo de su vida: educar a la juventud para servir mejor a Dios.

denuedo el reconocimiento oficial para su Centro de Estudios Superiores, en donde recibiría educación universitaria la juventud femenina. La incomprensión oficial hizo necesario que el Padre Restrepo ofreciera al Instituto de la Presentación la oportunidad de incorporarse en la Universidad Javeriana, con títulos y privilegios ya reconocidos, para que la mujer colombiana tuviera, por primera vez, la oportunidad de recibir educación y títulos profesionales de alto nivel en un instituto católico. La presencia de la Hermana Ana Gertrudis en la dirección del Centro, y del Padre Félix, como Rector de la Universidad, es otra de las raras coincidencias en que Dios coloca a dos hermanos por sangre en el feliz trance de hermanar obras puestas a su servicio y a su gloria.

En este lapso fecundísimo de su vida le tocó asistir como actor principal a la fundación de estas facultades femeninas que hoy se honran honrando su memoria. Transcurría el año de 1941 cuando las Hermanas de la Presentación buscaban con

Y enseñó a todas las gentes. Fue profesor de Retórica en el Noviciado de Chapinero. Dictó aritmética, física, castellano, francés, latín, geografía e historia patria en Bucaramanga. Enseñó futbol en el Llano de Don Andrés y Griego en la Normal Central

Años más tarde, cuando gentes incontroladas desataron sobre nuestra ciudad su propio martirologio y la destrucción de nuestra cultura, el edificio de las Facultades Femeninas quedó reducido a cenizas, por lo que las Masculinas debieron abrir sus puertas para que continuaran sus estudios las alumnas desposeídas, conformándose así otro hecho transcendental en los anales de nuestra historia. La educación mixta universitaria se ofrecía en los claustros de una universidad fundada y dirigida por los hijos de Ignacio de Loyola.


ARCADIO PLAZAS SIERRA

de Bogotá. Aún resuena en mis oídos el eco de sus conferencias sabatinas sobre moral profesional que marcaron rumbo cierto a una generación de abogados. Y todo ello, no por dispersión o superficialidad, sino porque cumplió a cabalidad con su vocación y con su promesa que incluía, entre otros votos que cilician el espíritu y la carne, aquel que es prueba de ácido para los grandes y para los buenos hijos de Loyola: no ambicionar ningún cargo honorífico que lleve envuelto gloria mundana; AD MAIOREM DEI GLORIAM fué su lábaro de lucha. Pero no sólo en lo que hizo, sino en lo que no pudo hacer, se revela su voluntad inquebrantable de servicio. Los que seguimos de cerca el paradigma de su vida y sentimos con angustia los largos meses de Méjico, algunos de ellos inmovilizado en una cama de hospital, sabemos cuán dura fué la batalla perdida por la Universidad Católica en esta hermana república. La tradicional actitud arreligiosa del estado, la confusión

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corriente entre los términos de autonomía y dependencia, de libertad y de intervención, ofrecieron a su escoplo indomeñable roca de granito. Cuando el gobierno de su patria lo llamó de nuevo para desempeñar papel preponderante en las destinos de nuestra cultura colocándolo al frente del Instituto Rufino José Cuervo, hoy Instituto Caro y Cuervo, lo mismo que más tarde cuando fué elegido presidente de la Academia Colombiana, encontró en estas dos instituciones campo propicio para restaurar la cátedra interrumpida, para continuar su diálogo con nuevos discípulos, para sembrar en sus colaboradores su propio espíritu de investigador incansable y para dejar en ellos, en sus compatriotas y en sus contemporáneos de todos los países de habla hispana, el mensaje imperecedero de su cultura humanística, de su amor por el idioma de Cervantes, de su confianza en la dignidad del hombre y de su fé en Dios. Su recuerdo no morirá para siempre.



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DECRETO DE HONORES Presidencia de la República de Colombia*

DECRETO NÚMERO 3250 DE 1955 (Diciembre 17) Por eI cual se honra la memoria de un prelado ejemplar y de un insigne humanista. El Presidente de la República de Colombia en uso de sus atribuciones legales, y considerando: Que ha fallecido en la ciudad de Bogotá el reverendo Padre Félix Restrepo; Que en la vida y en la obra del Padre Félix Restrepo culminaron los valores esenciales del humanismo cristiano, la tradición letrada de Colombia y las virtudes de nuestra raza.

*

En Boletín de la Academia Colombiana No. 61, Bogotá, 1966.

Que la existencia del reverendo Padre Félix Restrepo estuvo consagrada a enaltecer el destino espiritual del hombre, a vivificar los símbolos de la nacionalidad, a enriquecer el patrimonio cultural de nuestro país. a fomentar la educación de sus compatriotas y a ofrecer ejemplos constantes dé caridad y bondad; Que de tales virtudes son testimonio las nobles instituciones que promovió, dirigió y engrandeció, bien tomo fundador, como rector magnífico, como director insustituible y como infatigable animador, y entre las cuales sobresalen singularmente el Hospital de San Ignacio, la Pontificia Universidad Javeríana, la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo: Que la obra del Padre Félix Restrepo, dentro de la literatura, la historia, la lingüística y la filosofía, constituye


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no solamente un patrimonio capital de la cultura colombiana, sino una invaluable contribución a las letras del mundo hispánico: Que es deber del gobierno nacional exaltar ante los colombianos la vida de quienes por su obra, su ejemplo o su acción, han enaltecido la patria. Decreta: Artículo primero. El gobierno se asocia al duelo nacional por la desaparición del reverendo Padre Félix Restrepo y presenta su vida y su obra a la admiración y al reconocimiento de sus conciudadanos. Artículo segundo. El Ministerio de Educación Nacional editará en el año 1966 la obra inédita del reverendo Padre Félix Restrepo. Artículo tercero. El Ministerio de Educación Nacional ordenará dos retratos al óleo del reverendo Padre Félix Restrepo, con destino a la Aca-

demia Colombiana de la Lengua y a la Biblioteca Municipal de Medellín, su ciudad natal. Dichos retratos serán entregados a las mencionadas instituciones, en acto solemne, por el Ministro de Educación Nacional. Artículo cuarto. El Instituto Caro y Cuervo creará en el seminario "Andrés Bello" de la misma entidad, la cátedra de filosofía hispanoamericana, bajo el nombre del reverendo Padre Félix Restrepo. Artículo quinto. Copia de este decreto será entregada en nota de estilo a la venerable Compañía de Jesús, a la Academia Colombiana de la Lengua y a la familia del reverendo Padre Félix Restrepo. Comuniquese y publiquese. Dado en Bogotá, D. E., a 17 de diciembre de 1965. (Fdo.) Guillermo León Valencia. El Ministro de Educación Nacional, Daniel Arango Jaramillo.


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DESPEDIDA AL PADRE FÉLIX RESTREPO Eduardo Guzmán Esponda* Debo en nombre de la Academia Colombiana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Historia, del Instituto Caro y Cuervo, del Seminario Andrés Bello y del Colegio Máximo de las Academias, dar una emocionada y penosa despedida al hombre eminente que fue parte relevante de tales entidades, durante muchos años, y que en ellas ha dejado marca imperecedera de su inteligencia, de su saber y de incansable actividad y eficacia. Pero la ausencia definitiva del R. P. Félix Restrepo Mejía no solo afecta a estas corporaciones, y a otros muchos centros de cultura; afecta no solo al sector de las investigaciones lingüísticas e históricas, sino que conmueve a todo el panorama nacional. Más aún, el nombre de *

Palabras pronunciadas en el Cementerio Central.En Boletín de la Academia Colombiana No. 61, Bogotá, 1966.

Félix Restrepo al propio tiempo que resonaba en el exterior, consolidaba la buena fama de Colombia, como país donde las cosas intelectuales tienen papel preponderante entre las preocupaciones de la vida. Hace precisamente un año en el Congreso de la Lengua Española, en Buenos Aires, al cual no pudo asistir el P. Félix Restrepo, por su salud entonces un poco quebrantada, todas las delegaciones preguntaban por él, añoraban su inmediata y cercana colaboración, y lo citaban a porfía como a una de las figuras más importantes de la actualidad lingüística y filológica. Y lo era en realidad. Ya lo había anunciado así su lejana juventud, cuando a los 20 años escribió gran parte de un precioso texto de enseñanza titulado La Llave del Griego, que no ha perdido nada de su actualidad ni de su utilidad. Recuerdo


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que a la primera persona que le oí el elogio de tal texto fue a José María Restrepo Millán, helenista ilustre y severo crítico en materias idiomáticas y pedagógicas. De entonces a la última producción del P. Félix, no hace muchas semanas, y que fue su discurso de agradecimiento a la Universidad de Antioquía, al ser nombrado Doctor Honoris Causa de tal insigne institución, qué de labores intelectuales, de preocupaciones académicas y universitarias, de estudios filosóficos, literarios, semánticos, históricos, no forman hoy su herencia espiritual, el acervo que custodiará su renombre a lo largo de los años. Como si lo hubiera presentido, ese último trabajo para la Universidad de Antioquía, versaba sobre la línea, ramificaciones e intersecciones genealógicas de los apellidos Restrepo y Mejía, que él contribuyó a ilustrar, más de lo ilustres que ya han sido en la historia de nuestra patria, y que es de sus páginas en que más se combinó la erudición con el buen humor que siempre acompañó a su autor. De ahí lo agradable de su trato y su conversación. No alteraba tal disposición de ánimo la severidad de las sesiones de la Academia de la Lengua, en que se estudiaban las diversas facetas de cada palabra vieja o nueva, de esas que surgen cada día en este que él llamó con gráfica expresión “el castellano naciente”. Muchas horas de su vida le dedicó a nuestro Instituto. Puede decirse que a su impulso, en materia de labor y despacho, la Academia ha marchado como un cronómetro.

No es la hora de los pormenores eruditos, sobre una biografía tan rebosante de hechos y de escritos, como la del P. Félix Restrepo; y esmaltada de títulos universitarios de Colombia, de España, de Alemania, de Holanda. En medio de la sorpresa de su fallecimiento, ocurrido de manera inesperada y en rápidos instantes, apenas si pasan por la memoria, rótulos luminosos, como en pantalla de cine: El Castellano en los Clásicos; Obras inéditas de Rufino J. Cuervo; Santander, bartolino; Diseño de Semántica General; Entre el Tiempo y la Eternidad, que es como su testamento filosófico y religioso, con carta prólogo del doctor Luis López de Mesa; Diálogos en otros mundos. Son títulos que asaltan la mente, entre tantos otros, en esta hora confusa para las instituciones en cuyo nombre doy esta penosa despedida. Pero el R. P. Félix Restrepo no solo fue autor de libros, y meritísimo institutor y catedrático; fue también gran realizador de obras y empresas de diversa índole. Bastaría citar la Universidad Javeriana, el Hospital de San Ignacio y el edificio de la Academia de la Lengua que supera todas las instalaciones de la misma categoría en el mundo hispanoparlante, y en el cual puso su afecto de letrado y el empeño de su fuerte raza antioqueña. El P. Félix contemplaba las cosas en grande; y así las realizaba. No importaba los obstáculos que se le presentaran, ni las vicisitudes de los tiempos y de la vida. Fue un recio ejemplar de trabajo y de energía, en medio de nuestro ambiente dejativo


EDUARDO GUZMÁN ESPONDA

y moroso. Deja por todo ello en el país, un vacío muy difícilmente reemplazable. Deja el recuerdo de una vida múltiple, infatigable y colmada. Le debí deferencias amistosas que no puedo olvidar en el momento

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de cumplir con la honrosa y triste misión que se me ha encomendado, al pronunciar estas sencillas palabras, y de dar a sus hermanas, a toda su familia, y a la Compañía de Jesús la más sincera expresión de condolencia.



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EL PADRE FÉLIX El Tiempo*

Así simplemente, cordialmente, se le conocía. El Padre Félix Restrepo, a quien la muerte llamó ayer a la gloria de Dios. Hace pocos días, en el atrio de la hermosa iglesita de San Martín de Porres, sobre colinas de Quiba, dialogamos con él. Se sentía saludable, luego de sus graves quebrantos, y se le veía, en sus 78 años, todavía vigoroso: la mente despierta, ágil y muy viva la lumbre del espíritu. El Padre Félix cumplió en la Compañía de Jesús, de la que fue exponente brillante, una misión ilustre de educador y de hombre de letras. Sus trabajos lingüísticos y las páginas que deja escritas, algunas recogidas en libros y de veras maestras, lo acreditan como uno de los valores sobresalientes de nuestra literatura nacional, en la que su nombre quedará para siempre en sitio de alta jerarquía. Mas, sobre todo, su tarea académica lo hace *

17 de diciembre de 1965. En Boletín de la Academia Colombiana No. 61, Bogotá, 1966.

acreedor al respeto intelectual de las generaciones y a la gratitud de los pueblos de habla castellana, por el celo que puso en fervorosa defensa del idioma, que mucho debe a su juiciosa labor de investigador erudito. Para quienes conocimos al Padre Félix desde los días ya remotos de una vinculación cordial a los claustros en que él profesaba y en los cuales aprendimos a considerarlo como maestro y a quererlo como amigo, su muerte nos conmueve hondamente. Y al registrarla, queremos que llegue a todos los miembros de su ilustre familia, especialmente a la Rev. Hna. Ana Gertrudis, y a sus hermanos de comunidad religiosa, el testimonio de nuestra condolencia y la certeza de nuestra afectuosa solidaridad. Colombia pierde un varón de virtudes esclarecidas y un servidor eminente de su cultura. A esta enalteció desde la cátedra y desde el libro, y, singularmente, desde la Universidad Javeriana, de la que fue Rector fundador. En sus aulas perdurará, inextinguible, la noble lección de su vida.



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FÉLIX RESTREPO, S. J., UN HUMANISTA SIN HUMOS Óscar Echeverri Mejía*

La primera vez que fui a visitar al Padre Félix Restrepo recuerdo que lo hice con inmensa timidez: sabía que me iba a encontrar con una de las personas de cultura más completa con que cuenta Colombia; y por ende me lo imaginaba inalcanzable, inabordable e “importantizado”, como casi todos nuestros prohombres. Mas, cuál no sería mi sorpresa al comprobar que el Padre Félix (como lo llamamos todos), era una persona “normal”, que se pasaba casi de sencilla y abordable. Desde aquel momento se acendraron mi admiración y mi cariño hacia quien —más tarde— habría de ser mi maestro espontáneo y cotidiano *

Esta entrevista le fue hecha por el autor al R. P. Félix Restrepo el 5 de diciembre de 1965, once días antes de la muerte del ilustre filólogo.En Boletín de la Academia Colombiana No. 61, Bogotá, 1966.

en la Academia Colombiana de la Lengua. En efecto, desde 1958, a mi regreso de España he sido colaborador asiduo y afortunado del Padre Félix, quien me llamó para crear un cargo hasta entonces insólito en una Academia de la Lengua: el de jefe de relaciones públicas. El ilustre jesuita —hombre de su tiempo, con mentalidad tan joven y avanzada, como pocos—, se dio cuenta del divorcio que existía entre el hombre de la calle y la Academia; y decidió establecer un enlace entre aquel y esta: así nació la oficina que vengo dirigiendo desde entonces. Este cargo me ha dado la oportunidad de tratar diariamente a quien yo llamo “un humanista sin humos”, y a quien considero mi maestro; a su lado, en estos últimos siete años, he aprendido más que durante to-


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dos aquellos de estudiante. Y no solamente lecciones idiomáticas y filosóficas he recibido de él sino —ante todo— de humanidad, de comprensión y de vida, en el más amplio sentido del vocablo. A lo largo de este contacto con el Padre Félix me he dado cuenta de que él es, además de un completo hombre de letras, el hombre más cabal que he tratado: me han sorprendido su interés por las cosas que lo rodean, su avidez por todos los temas (hasta los más insospechables o de aparente menor interés) y su incomparable sentido del humor. Todos los colombianos conocemos, más o menos, al Padre Félix; pero hay aspectos de su iniciación literaria sobre los cuales nadie lo ha interrogado, quizá por su carácter de intimidad; yo me he atrevido a hacerle algunas preguntas en una charla que tuvimos hace poco y que voy a transcribir a los lectores de Lecturas Dominicales. —¿Cómo nació su vocación literaria, y en especial la filológica? He aquí su respuesta textual: —“Desde pequeño fui muy aficionado a la lectura y me gustaba también escribir. Recuerdo que una vez cuando tenía yo unos diez años me conseguí unas tiras de papel de imprenta y me puse a escribir en ellas una novela o relación de viajes por países imaginarios. Tenía yo una tía que era muy distinguida institutora; me encontró escribiendo y me hizo leer toda la relación delante de un grupo de personas de respeto. Yo me acuerdo cómo se reían en ciertos

pasajes. ¡Quién sabe qué disparates había yo puesto en el papel! “Cuando entré en la Compañía de Jesús, los primeros estudios que hice en ella fueron de latín y griego; encontré en ellos facilidad y gusto, y siendo todavía estudiante quise adaptar al castellano un método para aprender el griego, inventado en Francia por el Abate Maunouri. Conseguí el permiso del autor y tenía lista la adaptación cuando me encontré en el Colegio de Oña, en España, con el Padre Eusebio Hernández, que también abrigaba aficiones filológicas. Él completó mi trabajo con un tratado de sintaxis y otro de etimología; pero al año siguiente, 1910, fui yo a terminar mi carrera de filosofía en Alemania, y allí encontré tanto material, antes para mí desconocido, que resolví hacer el trabajo completamente nuevo, respetando los aportes del Padre Hernández. Hice, pues, la traducción y los comentarios de la pequeña antología de Maunouri, y así nació la Llave del Griego. Y aquí surgió la pregunta clave: —¿Escribió usted versos de adolescencia o de juventud? Su respuesta fue rápida y sin sonrojo: —“¿Cuál es el colombiano que haya tenido algún principio de estudios, y que no haya cometido en su adolescencia algunos versos mortales y muchos veniales? “Yo estudié con la Hermana Imelda en la Escuela Infantil de las Hermanas de la Presentación, y una


OSCAR ECHEVERRI MEJÍA

Madre poetisa de familia Sanabria cuya biografía realizó Monseñor Carrasquilla, escribía comedias y recitaciones para los actos solemnes y escolares. Desde antes de tener uso de razón recitaba yo, no solamente versos de la Madre Ana Joaquina, sino de muchos otros autores, y naturalmente tenía afición a la forma poética. “Tenía yo 14 años cuando conocí el libro de Guillermo Valencia, Ritos, recién publicado aquí en Bogotá, y me impresionó vivamente. Aprendí de memoria buena parte de esta hermosa obra, y seguí naturalmente aficionado a la poesía. Cuando hacía yo mis estudios de humanidades en la ciudad de Burgos, en España, me encargaron un trabajo para una velada pública que presentaban los estudiantes, y recuerdo que hice entonces un romance, tal vez al estilo de Zorrilla o del duque de Rivas, sobre una acción heroica de los españoles en su defensa de Zaragoza contra los franceses. Pronto vi que la poesía no era mi fuerte, y la dejé por completo”. Mi curiosidad en estas intimidades literarias me impulsó a preguntarle si había tenido, a lo largo de su vasta carrera literaria, incursiones en el cuento y en la novela, a lo cual el Padre Félix respondió: —“Usted sabe que los jesuitas interrumpimos nuestros estudios para hacer unas prácticas de educación antes de empezar el estudio de la teología. Hice yo estas prácticas desde el año de 1912 a 1916, es decir, hace ya más de 50 años, en el Colegio de Bucaramanga y fun-

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dé allí, junto con el Padre Joaquín Emilio Gómez, hijo de don Estanislao Gómez Barrientos, el conocido secretario de don Mariano Ospina Rodríguez, una revista que se llamó Horizontes. En los primeros números de esa revista publiqué una novelita titulada Bienaventurados los mansos. Desde entonces no la he vuelto a ver, y apenas recuerdo vagamente el argumento y los caracteres de los principales personajes. El estudio de las ciencias sagradas y de mis aficiones filológicas por una parte, y por otra las múltiples fundaciones en que me ha tocado intervenir, sobre todo la de 1a Universidad Javeriana, me impidieron seguir cultivando esta afición”. Un hombre como el director de la Academia Colombiana de la Lengua, necesariamente ha tenido experiencias muy notables. Por eso le pregunté al Padre Félix por el momento más importante de su vida como hombre de letras. He aquí sus palabras: “Tal vez el discurso que pronuncié en México para inaugurar el primer Congreso de Academias de la Lengua Española en presencia del presidente Miguel Alemán y de un público numerosísimo, en el Teatro de Bellas Artes; o también el discurso que pronuncié en Bello, al celebrarse el Centenario de Marco Fidel Suárez, a nombre del gobierno y del pueblo antioqueño, para inaugurar el monumento al gran estadista, levantado al lado de la humilde choza en que él nació”. El Padre Félix ha publicado un número considerable de obras, no


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solo de filología sino de literatura y de filosofía. Yo le pregunto cuál de ellas es —en su concepto— su libro capital. Él me dice:

ñol, tal como lo previó don Rufino José Cuervo?

“En filología, el Diseño de Semántica General que lleva como subtítulo “El Alma de las palabras”. Lo escribí hace también más de 50 años aunque tardé un poco en publicarlo. Creí que pronto sería superado por otros, pero resulta que esta es la hora en que todavía lo usan en Universidades de España y de América.

“Cada día es más difícil la disgregación del español, porque la escuela, la radio, la televisión, el cine, la facilidad de las viajes, todo concurre a que el intercambio entre los que hablamos esta hermosa lengua sea continuo y muy intenso. La lengua evolucionará sin duda alguna, pero en un mismo sentido en todos los pueblos que la hablan”.

“El sistema que expuse yo en este libro es completamente original, fruto de mis meditaciones. Pero saliendo de la filología, creo que tiene más importancia mi último libro: Entre el tiempo y la eternidad”. Ya saliéndome del plano personal, pregunto al director de la Academia: ¿En su concepto, cuáles son los escritores colombianos más importantes del siglo XX? Él me responde: “Tarea difícil, mi estimado señor, escoger entre cumbres la más alta. Usted sabe que la perspectiva engaña mucho y en estos asuntos literarios no se pueden aplicar métodos matemáticos como los que usan los geólogos. Además el siglo XX apenas está en sus promedios, y uno no sabe si escritores del siglo XIX los puede aplicar a éste. En todo caso déjeme citarle por lo menos dos nombres de mi predilección: Guillermo Valencia en poesía, y en prosa Tomás Carrasquilla”. Y ahora le hago una pregunta de tipo idiomático: ¿Cree usted en una disgregación o disolución del espa-

El Padre Félix me responde:

Tratamos de los últimos Congresos de Academias de la Lengua y de sus resultados, y yo le pido su opinión sobre las labores de las Academias de la Lengua, y en especial de la Colombiana. Con vivacidad y precisión, me contesta: “Precisamente la labor principal de las Academias es velar, no tanto por la pureza del idioma, como se creía antiguamente, sino por la unidad del mismo. En este sentido es grande la labor que han realizado los Congresos de Academias, y entre todas ellas puede ufanarse la Colombiana de ser una de las que más trabajan”. Para terminar esta breve charla, pregunto a mi ilustre maestro: ¿Cómo considera usted el momento actual de la literatura colombiana? Responde: “En Colombia ha sido connatural en la juventud la afición a la literatura, y hoy mismo hay una buena cantidad de poetas y de escritores que prometen brillantes cosechas para el porvenir.


OSCAR ECHEVERRI MEJÍA

“La palestra de los escritores noveles es hoy día la Prensa, y no hay más que ver cómo prosperan en todas las ciudades de Colombia los periódicos muy bien escritos. En poesía son legión los buenos poetas, y algunos de ellos comparables con los mejores de América y de España. En prosa es lástima que la juventud tenga ahora pereza de leer obras extensas, pues los grandes novelistas de todo el mundo quedan fuera de su alcance. Y cuando escriben obras de ficción, que son en cierta manera la piedra de toque de todas las literaturas, se contentan con escribir cuentos o novelas cortas que no son una gran esperanza para las letras colombianas”. Es un privilegio el haber conocido y tratado a un hombre de la talla humana y espiritual del P. Félix Restrepo S. J. Me despido de él con un comentario sobre nuestra tierra, y él me dice emocionado, con su voz de varón íntegro: “En medio de voces pesimistas que se oyen a cada paso sobre

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el futuro de Colombia, tengo que confesar que mi íntima convicción es la de un optimismo completo. Claro que aquí —como en todo el mundo— hay enemigos del orden y de la tranquilidad; pero el pueblo colombiano es fundamentalmente sano, fuerte para el trabajo, y abierto al ideal y ansioso en todas sus capas sociales de una mejor educación. Todo esfuerzo que se haga por ella en Colombia muestra inmediatamente el fruto, como lo vemos en las Escuelas Radiofónicas, en el Servicio Nacional de Aprendizaje y en todas las universidades y colegios que en los últimos años se han abierto por doquiera”... Estas palabras alentadoras, dichas por quien ha sido siempre un fiel servidor de la patria en todos los campos, deben ser el “abc” de los colombianos. El Padre Félix, que tanto ha hecho en el campo de la educación, sabe muy bien por qué habla así de Colombia. Y Colombia sabe también la cifra que hay en este sencillo jesuita, doblado de hombre de empresa.



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EL ILUSTRE JESUÍTA COLOMBIANO FÉLIX RESTREPO Alberto Díaz Luna* Solamente la generosidad boliviana que, como lo expresó el Libertador, fue en la vehemencia de sus sentimientos hasta “arrancar su nombre” para dar el suyo a todas vuestras generaciones, explica quizás este homenaje que la Academia de la Lengua, asociando a esta Universidad Mayor, rinde ahora a Colombia exaltando a su varón más insigne en nuestro tiempo: el jesuita Félix Restrepo, maestro y guía espiritual. Colombia y la cultura hispanoamericana Sin vano alarde los colombianos sabemos que, de antiguo, y bajo el signo común de la fe y del idioma, *

Texto redactado por el Embajador de Colombia para agradecer a la Academia Boliviana de la Lengua y a la Universidad Mayor de San Andrés, el homenaje rendido por estos institutos a la memoria del R. P. Félix Restrepo. S. J. En Boletín de la Academia Colombiana No. 62, Bogotá, 1966.

hemos contribuido a labrar la tradición cultural que, preservando las más auténticas esencias de la hispanidad en América, las ha enriquecido sin pausa en empresa solidaria y fraternal, desde México hasta la noble patria austral. El barón de Humboldt, viajero de soledades por el Mundo Nuevo, no salía de su asombro al encontrarse en la antigua Santa Fe de Bogotá con nuestro sabio Francisco José de Caldas, a quien, prontamente, hizo su devoto colaborador científico y a quien luego consagró con su elogio. Bajo la república, el argentino Miguel Cané, cumplida su admirable misión diplomática inolvidable, fue el más fervoroso heraldo de nuestra vocación de letras y de ideas, y solazábase en buscarle semejanzas, dentro de las categorías del Espíritu, a la distante capital colombiana del siglo XIX con la ciudad ateniense. Vuestro Alberto Gutiérrez dedicóle


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las mejores páginas de su breviario espiritual sobre la Gran Colombia. El más afortunado historiador de nuestras letras nacionales ha sido el maestro don Marcelino Menéndez Pelayo. Y ciertamente con orgullo solemos repasar las Cartas Americanas de don Juan Valera, cuando regocijadamente escribe: “Lo que a mí me encantaría más sería ver trasplantadas, en esa meseta de los Andes, con hondas raíces, lozana y llena de savia y de vida, la antigua civilización de la metrópoli; sería ver en Bogotá como un foco de luz propia, como un primer móvil de inteligencia castiza, que sin desechar, sino conociendo y estimando todo el moderno saber de los demás pueblos de Europa, imprime en cuanto hace el sello y el carácter de la raza española, con algo además de singular y exclusivo que la determina y distingue como colombiana”. O detenernos, de nuevo, para que nos justifique su empeño de continuar el diálogo epistolar y que no era otro sino el de que se supiese que “del otro lado del Atlántico, hay en el corazón de la América Meridional, sobre esa elevada meseta de los Andes, cierta agrupación de españoles emancipados, nación nueva, hija de la nuestra, donde nuestro idioma se cultiva y se habla y se escribe con primor, elegancia y pureza, y donde brillan nuestras artes y antigua cultura, transfiguradas y modificadas por otro cielo, por la distancia y por diversas condiciones sociales”.

nativos tal vez en ninguna oportunidad como en esta tarde académica y universitaria, a la sombra del grande humanista desaparecido, se nos ha dicho con devoción más afectuosa y con más encendido acento, que en el labio diserto de vuestros académicos Díaz Machicao, Cajías y Guzmán Arze. Como por extraña aventura en estos días que corren de solo afanes mercantiles, el jesuita Félix Restrepo fue, ante todo y sobre todo, el adalid de una nueva orden de caballería en defensa del idioma, a modo de inaplazable cruzada para preservar la autenticidad de nuestras nacionalidades, desde las Filipinas, en Madrid, y entre todas las gentes hispanoparlantes, a su recuerdo y a sus nobilísimas empresas se están tributando homenajes de dolido reconocimiento; pero, estoy seguro de que este, promovido con memoriosa piedad intelectual por el ilustre director de la Academia Boliviana de la Lengua, excede a los demás en devota sinceridad, y en el claro ademán de reencontrarnos los hispanoamericanos fraternalmente, recibiendo la antorcha de la mano que hasta ayer la llevara tan airosamente, para encender nuevas luces, como hubiese sido su divisa y su mandato indeclinable. En nombre de Colombia presento a la Academia el testimonio de nuestro más cálido agradecimiento.

Agradecimiento a Bolivia

Antioquia de Colombia: el paisaje y el hombre

Todo esto lo sabíamos ya los colombianos, pero fuera de los lares

Por las excelencias de su espíritu, el Padre Félix Restrepo merece,


ALBERTO DÍAZ LUNA

ciertamente, que vosotros, señores académicos, lo señaléis a la admiración de la ciudadanía letrada hispanoamericana. Rodó su cuna en Medellín, capital de Antioquía, singular comarca colombiana en que el paisaje hace al hombre a su imagen y semejanza. Allí alternan el valle donde apenas se dibujan colinas eglógicas, con la meseta yerma, como la de Castilla la antigua, y con la alta montaña que invita solamente a los más altos pensamientos. Frente a la estampa de Félix Restrepo, y como los viejos castellanos, también podemos decir: Esta es Antioquia, que así hace a sus hombres. Austeros, vigilantes, oro viejo de cristianos sin tacha que ponen igual empeño en conservar intacta su fe religiosa, como en el labrar afectuoso de sus campos, en crear fábricas modernas, y en apresurarse a demostrar cotidianamente que son renuevos del más auténtico linaje de sus descubridores y colonizadores, bajo el arado y bajo la cruz de esperanzas. Como en el exámetro latino, Antioquia ha sido para Colombia “Magna parens virum”. Y entre esta estirpe de grandes, los Restrepo, desde la Colonia y a lo largo de nuestra historia, constituyen cierta especie de selección que es posible admirar, pero casi imposible emular. Jurisconsultos, maestros de generaciones, magistrados, escritores y poetas, estadistas y conductores naturales de opinión pública, raza privilegiada de letras y de armas y más de letras que de armas. El Padre Félix Restrepo ha sido, y tal vez sea esta la más breve y la más exacta

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de sus alabanzas, el más ilustre de los Restrepos. El intelectual y el hombre de acción Realizó dentro de sí mismo la síntesis tremendamente difícil y rara del intelectual doblado del creador de perdurables empresas de cultura. Fue en sus mocedades a las fuentes helénicas no para simple goce egoísta cuanto para convocar a las juventudes estudiosas hacia el mundo de la cultura que no perece; y, de retorno de esta su expedición maravillosa, nos ha dejado dos espléndidas obras como son La Llave del Griego y Raíces Griegas. Su pasión permanente por las letras castellanas le llevó a pensar que, desde el aula escolar, el hispanoamericano debería familiarizarse con los autores príncipes, y de ahí su Castellano en los Clásicos, que bien merecería adoptarse en nuestro hemisferio como el texto de obligada disciplina en punto de idioma. Periodista, no se satisface con fundar revistas de alta cultura y publicaciones de información popular, sino que crea una de las más sólidas editoriales colombianas. Filólogo, emprende la tarea de continuar el monumental Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, infortunadamente inconcluso, de Rufino José Cuervo, y aparece entonces el Instituto Caro y Cuervo, al que el gobierno colombiano, con la cooperación de nuestra Organización Regional Internacional, ha confiado realizar semejante empresa que parecía exceder el esfuerzo común de varias generaciones. Maestro de juventudes, entiende que no basta la


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lección doctísima, rica de anécdotas y de ingeniosos rasgos, aunque fluya día a día, para descubrir y explorar panoramas remotos, sino que se precisa el claustro permanente, de anchas puertas abiertas al viento de la libre investigación cristiana, y restaura la historiada universidad colonial de San Francisco Javier, clausurada desde el tiempo de Carlos III, y que a la sazón, por obra de sus empeños siempre renovados, es la Católica Pontificia Universidad Javeriana. Cuando sus compatriotas se internan en busca de fórmulas para remozar la arquitectura de la organización del Estado, acude con el acervo de sus lecturas y experiencias para esclarecer sabiamente soluciones que no dividan sino que concilien, que no sean de salto hacia el vacío, por el simple prurito de novedades políticas, sino que alíen lo permanente de la tradición con lo necesario que contienen siempre los movimientos renovadores. Cooperativas, sindicatos de trabajadores y de empresarios, asociaciones de la más variada intención cívica, recibieron la influencia de sus lecciones y de sus experiencias. Y tuvo el don maravilloso, que no siempre preside la acción de los constructores, por su extraño conocimiento de los hombres, de asociar inicialmente a sus tareas, a quienes más tarde podría entregarlas fácilmente para su afortunada culminación. Así, cada día de sus manos y de su inteligencia, y dejando atrás muy florecientes las empresas de ayer, podía dedicarse a soñar y a crear instituciones nuevas. Con el revolver de los años, y a pesar de que ahora se ha apagado entre nosotros su fuerte corazón, silencioso y creador, su presencia será en

adelante en Colombia, más viva y más actuante por la prosperidad en ascenso de las obras que alentó, y a cuyo frente dispuso él mismo cuáles serían los continuadores y cuáles serían sus orientaciones. La defensa del idioma castellano Sus últimos cuatro lustros consagrólos sin desmayo a la Academia Colombiana, instituto que al hacerle numerario suyo no hizo otra cosa que reunirle con ilustres ascendientes, que enaltecieron el prestigio de aquella, verdadera institución nacional. Como Director Perpetuo en este lapso, llevó la Academia hacia el pueblo, esforzándose para que esta, por los más variados medios de comunicación moderna, vigilase el buen hablar del hombre corriente, el empleo de los giros y construcciones de acuerdo con el genio del idioma, y sin desdeñar el aporte que aquel ofrece con sus voces, usos y modismos correctos al progreso de las lenguas vivas. Y comparando y cotejando con lo que en estos aspectos acontece por igual dentro de la comunidad hispanoamericana, muchos de los vocablos que han recibido recientemente carta de ciudadanía en el diccionario castellano, deben esta consagración por parte de la Real Academia Española a la constancia y a la erudita exposición con que el Padre Restrepo supo presentar las solicitudes de rigor ante las autoridades del idioma en Madrid. Episodio inolvidable en este capítulo de sus postreras actividades intelectuales, fue la celebración en Bogotá del III Congreso de Academias de la Lengua Castellana,


ALBERTO DÍAZ LUNA

que congregó las figuras literarias señeras de nuestra comunidad idiomática, cuyos trabajos vosotros conocéis sobradamente porque vuestro Director sirvió entonces, con brillo y dedicación singulares, la secretaria del Padre Restrepo. Suscribióse allí el instrumento internacional que reconoce tal carácter a la Asociación de Academias de la Lengua Española, creada en el primer Congreso de México, de 1951, y a su Comisión Permanente, como órgano oficial. Los gobiernos de la comunidad hispanoamericana comprometiéronse a prestar apoyo moral y económico a las academias nacionales de lengua española, y para que no hubiese, a este propósito, ambigüedad alguna sobre las obligaciones adquiridas por los Estados, se consagró que aquel consistiría en proporcionarles “una sede digna y una suma anual adecuada para su funcionamiento”. El gobierno de Bolivia, precisamente en el día de la muerte del Padre Félix Restrepo, ratificó el convenio multilateral mencionado, cuya aplicación anuncia para esta Academia los mejores signos de reincorporación, activa y eficaz, a la vida intelectual de vuestra nación. Clara expresión del pensamiento que alentó a la Academia Colombiana y a su Director, fue la Ley 2° de 1960, sobre defensa del idioma en Colombia, aprobada y sancionada durante las sesiones del III Congreso, cuyo texto ejemplar en la forma, es también el mejor y fraternal estímulo para promover en nuestros países la adopción de legislaciones semejantes, destinadas a preservar lo que define y singulariza a nuestras nacionalidades, que en definitiva son

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su fe y su idioma comunes. Idioma al que ahora asedia la invasión de tanto extranjerismo, inútil y extravagante. En cuanto a Colombia, sea esta la ocasión de resaltar que, por mandato del legislador, “los documentos de actuación oficial y todo nombre, enseña, aviso de negocio, profesión e industria, y de artes, modas o deportes al alcance común, se dirán y escribirán en lengua española, salvo aquellos que por constituir nombres propios o nombres industriales foráneos ni son traducibles ni convenientemente variables. En este último caso de marcas exóticas registradas, se indicará, entre paréntesis, su pronunciación correcta o su traducción de ser posible, y siempre estarán en español las explicaciones pertinentes al objeto de la marca en cuestión”. Y añade el texto legal: “En cualquier lugar donde se exhiban nombres extranjeros, como aviso o rótulo de industria, o actividad pública de otra índole, que no estén amparados por registro nacional o tradición ya imprescindible, la autoridad política correspondiente ordenará su retiro, mediante notificación escrita y prudente plazo”. La ley, además, ha erigido a la Academia Colombiana como cuerpo consultivo del Gobierno para cuanto se relacione con el idioma y literatura patrios y el fomento de las letras, y ha dispuesto muy decorosos auxilios nacionales para su funcionamiento. Restrepo sabía muy bien que, en medios como los nuestros, las mejores cláusulas legales suelen convertirse en letra muerta sin in-


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flujo sobre la sociedad, por falta de ánimo constante para vivificarlas diariamente. Y, de esta suerte, cuidó de que la ley estuviese desenvuelta con mayor amplitud mediante el decreto ejecutivo que le precisara aún más y sobre todo, que proveyera adecuada y fácilmente a evitar sus violaciones. Con su propio puño, y con la colaboración de sus colegas académicos redactó el decreto 189 de 1964, oportunamente suscrito y promulgado por el gobierno nacional. Su nombre se ha asociado así a la defensa permanente del idioma en Colombia, propósito que constituye modalidad esencial de nuestra nacionalidad. Señor Director de la Academia Boliviana de la Lengua, y señores académicos:

Fui discípulo del Padre Félix Restrepo, como lo fue, sin exageraciones, toda la nación colombiana en estas últimas décadas. De ahí que, fuera de la patria, la infausta nueva de su desaparición haya abierto en mi espíritu, ancho claro que no será ya posible colmar en lo futuro. Ahora en que celebráis este rito académico para honrar su memoria, comprendo, al igual de los colombianos residentes en Bolivia, que nuestro agradecimiento hacia vosotros, más que con palabras debe expresarse con silencio recogido, porque nos habéis convocado a admirar idealmente “la figura de este hombre que ya no nos ve, ni nos oye, ni nos habla; él, que fue todo ojos; él que fue todo oídos; él que fue todo verbo, verbo inflamado, verbo puro, verbo de Dios”.


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EN EL CENTENARIO DEL NATALICIO DEL PADRE FÉLIX RESTREPO, S.J. Jorge Hoyos V., S.J.*

I. Mis palabras de hoy deben ser breves por el imperativo geográfico y circunstancial. Pero no es breve y sí muy honda mi admiración por quien nos precedió con su grandeza como Rector verdaderamente Magnífico de esta Universidad Javeriana por el co-restaurador del Alma Mater y por quien le imprimió desde 1930 el espíritu Ignaciano de la casa primigenia (1621-3) en cuyo pórtico se leía la palabra eterna “Sapientia aedificavit sibi domum”, “la sabiduría se edificó una morada”. Otras plumas rimarán en estos días y en este año centenario la

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Discurso del P. Rector, en la Plaza de Banderas, Bogotá, marzo 24 de 1987. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 1887-1987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

grandeza polifacética del padre Félix, quien desde hace lustros ingresó al panteón de los grandes de Colombia: otros hablarán del jesuita, el sacerdote, el filólogo, el hombre de letras, el académico, el escritor, el político en el sentido heleno del vocablo... II. Yo debo hablar suscintamente del Maestro y del Rector. Y antes de hacerlo debo destacar al hombre, sacado de la más recia cantera antioqueña y proyectado a Colombia y al mundo. “El Filósofo Niklaus Nink dijo que en su vida no había conocido personalmente sino a dos genios: Martín Heidegger y Félix Restrepo”. Yo puedo decir que conviví varios años en la compañía con el padre Félix, y que difícilmente he encontrado un hombre tan grande y tan sencillo, con tal altura de miras y propósitos y tal humanismo y sentido del humor y la fraternidad,


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con tal capacidad de sembrar optimismo, alegría y amor a la Santa Iglesia y a Colombia. A los 20 años, cuando nuestros universitarios apenas acaban de aclimatarse al ambiente de sus Facultades, el padre Félix ya había escrito dos libros fundamentales de su vida, que aún perduran como magisterio perenne: “La Llave del Griego” y “El alma de las palabras”. Esa dimensión humana lo hizo merecedor de la amistad y admiración de grandes hombres como Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, el General Primo de Rivera, Luis López de Meza, Luis Eduardo Nieto Caballero, Marco Fidel Suárez, quien lo hizo nombrar sin cumplir 30 años Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, y podría decirlo, de cuantos han sido grandes en Colombia, desde 1928 hasta 1965 año de su muerte. Séame lícito referir una anécdota personal: conviví con el padre Félix en el Colegio de San Bartolomé desde 1957 hasta 1959. Nos hablaba siempre de cosas grandes: nos contaba su amistad con el Profesor Luis López de Meza. (Era entonces el padre Félix Director de la Academia Colombiana de la Lengua). Sus conversaciones alternaban los temas filológicos con los temas divinos. “El doctor López de Meza, decía el padre Félix, tiene un profundo sentido de Dios: estoy seguro de que en su evolución ideológica reencontrará al Dios de los cristianos, al que aprendió a amar en su familia y en su Colegio de San Ignacio en Medellín”. Años más tarde cuando me llamaron las hermanas del doctor López de

Meza para atenderlo en sus últimos momentos en la Clínica del Rosario, en la capital de La Montaña, tuve la satisfacción —recordando al padre Félix ya fallecido— de signar al Maestro con el sacramento cristiano de la unción de los enfermos. III. El Maestro: Al redescubrir el día de hoy la efigie del padre Félix Restrepo, S.J., Sacerdote, Maestro y Rector, cada uno de sus miles de discípulos recordará sus palabras escritas con tinta y grabadas con sangre en su vida de Educador y hoy puestas en placa de bronce: “Mirad a lo lejos, pensad en la Patria del porvenir que está en vuestras manos”. Miró a lo lejos, voló hacia arriba cuando se hizo jesuita a los 16 años; cuando se dedicó a estudiar para servir a Dios, a la Iglesia y a la Patria cuando se doctoró tras largos estudios en Europa, en Filosofía, Teología y Pedagogía. Su disertación doctoral en Munich, laureada por la Universidad Alemana, y sus escritos de 1925 y 1926 en Madrid sobre “Los grandes Maestros de la Doctrina Cristiana: San Agustín y San Cirilo da Jerusalén” lo preparaban para ser Maestro de Maestros en su Patria. En España, Primo de Rivera lo hizo Consejero Real de Instrucción Pública en 1926, y mucho más tarde en Colombia, el Ministro de Educación Jorge Eliécer Gaitán lo llamó para la Sección de Filología del Instituto Nacional de Altos Estudios. Su magisterio se realizó sobre todo en la Universidad Javeriana, en el Instituto Caro y Cuervo que él fundó y dirigió y en la Academia Colombiana de la Lengua que presidió por dos largos períodos y a la que dotó de


JORGE HOYOS V., S.J.

sede señera. Ejerció su magisterio en múltiples escritos, y en la “Revista Javeriana” que él fundó y a la que inspiró como habitat de inteligencia para el diálogo de jesuitas y laicos sobre los grandes problemas de Colombia. Pero su mirada a lo lejos llegó a todos los ámbitos de la hispanidad: son famosos sus escritos en ‘’Razón y Fe” y “El Debate” de Madrid, y dejó estela luminosa su ático discurso en el I Congreso de Academias de habla Castellana, en México. La Universidad Iberoamericana de los jesuitas mexicanos debe en buena parte su fundación a la obra del padre Félix en el país azteca. Fundó con importantes industriales y hombres de inteligencia la Librería Voluntad, que sigue perpetuando su magisterio. Sus múltiples obras, sus escritos, siguen siendo doctrina e inspiración. Miles de hombres de letras colombianos e iberoamericanos, miles de jesuitas, entramos al mundo heleno de la mano del Maestro Félix Restrepo Mejía, que con su “Llave del Griego”, nos abrió las puertas de Homero, de Platón y de Pericles... IV. El Rector: el padre Félix fue preparado para ser Maestro, y para reabrir las puertas de esta Universidad Javeriana, casa de la ciencia, que manos absolutistas habían cerrado en 1767. Desde que regresó a Colombia en 1926 esa fue su ilusión y su meta. En 1930, con otros jesuitas y laicos visionarios iniciaron esta aventura de la fe, la ciencia y el servicio. Fue Rector del Filosofado

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de los jesuitas, que después sería la Facultad de Filosofía y la semilla de la Facultad de Filosofía y Letras, madre de otras facultades en la Universidad. En 1932 fue Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas —la primera en Colombia— y con mirada visionaria hacia lo lejos, pensó en investigación y en economía social, conceptos apenas conocidos en nuestras universidades: el prospecto de la nueva Facultad dice: “Por el momento podría limitarse a proporcionar a nuestra juventud un medio de formarse sólidamente en los asuntos de la economía social, tan necesaria ahora por el creciente desarrollo de nuestra patria; pero además, (...) ofrecer a los hombres eminentes en estas materias, oportunidad para influir en el ambiente colombiano a fin de mostrar nuevos caminos a la actividad intelectual de la República, y provocar otro género de estudios que inciten a la investigación y traigan al organismo social corrientes de sangre nueva, que redunden en bienestar social y en una solución satisfactoria de los problemas sociales y económicos...! Y, como la economía se complementa con al derecho, ésta debería iniciarse junta con las ciencias jurídicas en sus diversas ramas para capacitar en el ejercicio de la magistratura y el foro”. El Rector visionario compró estas tierras que hoy nos hospedan, para la Universidad Javeriana y el Hospital San Ignacio, inició el Hospital y las Facultades de Medicina, Enfermería, Derecho Canónico, Periodismo y Radiodifusión y abrió a las mujeres


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de Colombia la casa javeriana con las Facultades Femeninas. Ante los rectores aquí presentes, padres Fernando Barón, Alfonso Borrero y Roberto Caro, y ante la memoria de los fallecidos que sucedieran al padre Félix, jesuitas Emilio Arango, Carlos Ortiz Restrepo y Jesús Emilio Ramírez, yo puedo decir que el Rector Magnífico padre Félix Restrepo, hizo posible con su visión y su genio lo que ellos realizarán en estas decenios de gloriosa vida javeriana, grande por sus ideales, por sus exalumnos, por su búsqueda de la verdad y la ciencia, por su fe, y por su millonaria voluntad de servicio a Colombia y a la Iglesia Santa. “Mi mayor consuelo —escribía el padre Félix como frase testamentaria—,

es haber dedicado mis fuerzas y mis años a cooperar en la difusión del Reino de Cristo en la obra de la Redención”.

Javerianos de ayer y de hoy: nobleza obliga. Somos los continuadores de la obra del padre Félix Restrepo, y su grandeza nos apremia a mirar o lo lejos, a pensar en grande, a reedificar una Patria que muere de angustias, y que en alguna forma está en nuestras manos!

Declaro ante vosotros abierto el año centenario del padre Félix: la Iglesia, Colombia y la Universidad Javeriana, esperan mucho de todos nosotros.


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CENTENARIO DEL PADRE FÉLIX RESTREPO Ignacio Chaves Cuevas*

Para conmemorar los cien años del nacimiento del P. Jesuíta Félix Restrepo, nos hemos dado cita en esta Academia Colombiana, que fue testigo de excepción de sus actividades y de su obra fecunda. Se reúnen en la persona y en la personalidad del P. Félix Restrepo un conjunto de cualidades y de virtudes que hicieron de su diligencia existencial un transcurrir arquetípico en las regiones educativas, culturales y científicas de la Colombia del siglo XX. Muchos de quienes se encuentran aquí reunidos hoy recordarán ese espíritu excepcionalmente rico

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Discurso del Director del Instituto Caro y Cuervo, en el homenaje rendido al fundador de esa entidad, el 25 de marzo de 1987. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 1887-1987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

y variado, pleno de matices, de sano humor y de punzante ironía que abarcó con propiedad diversos dominios de la cultura clásica y de la cultura contemporánea. El Instituto Caro y Cuervo, taller de actividades lingüísticas, filológicas y literarias, hijo de su esfuerzo, de su percepción y de su proyección del futuro, se ha querido asociar a esta efemérides realizando una edición facsimilar de la “Llave del griego”, libro que escribiera con el P. Eusebio Hernández y que le ganó amplia y justificada fama de filólogo. Esta obra, que ponemos al servicio de la juventud estudiosa y de los trabajadores de la cultura clásica, no ha perdido nada de su actualidad y, hoy como ayer, conserva la misma importancia y tiene la misma utilidad para el conocimiento de la más hermosa de las lenguas, y contribuye al desarrollo y al fortalecimiento de la ciencia filológica.


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No se limitará la actividad del Instituto Caro y Cuervo, durante este año del centenario, a la sola publicación de esta espléndida obra, sino que próximamente abrirá, con el patrocinio y la colaboración de entidades culturales y financieras, dos concursos: uno sobre “Las ideas lingüísticas y filológicas del P. Félix Restrepo” y otro sobre “La biografía del P. Félix Restrepo”. Las bases de estos concursos, lo mismo que la cuantía de los premios y el jurado que se encargará de dicernirlos serán comunicados oportunamente. Además, organizará el Instituto Caro y Cuervo un ciclo de conferencias sobre la vida y la obra del ilustre científico y, finalmente publicará, para cerrar el año de conmemoraciones, su Castellano en los clásicos, obra fructuosa y útil que, conjuntamente con la “Llave del griego”, es testimonio fehaciente de un aspecto descollante de su personalidad: el de educador y pedagogo. Quizás fue en este campo de la pedagogía en el que el P. Félix, —como le decíamos todos cuantos tuvimos el honor y el privilegio de conocerlo— brilla con mayor propiedad y originalidad. Su concepción de la enseñanza como una ‘actividad social’ en la que según sus propias palabras “no le atraía tanto la pedagogía que podemos llamar individual o arte para educar y perfeccionar a los individuos, sino más bien su aspecto social, como ciencia para transformar las sociedades”. Esta concepción y su actitud permanente de defensor y de cultor de la lengua castellana lo llevaron a trabajar denodadamente en una y otra dirección, pero siempre con

una visión unitaria: lengua y pedagogía, pedagogía y lengua, como fundamento del desarrollo y de la transformación de la sociedad. Pero, a la vez, como elementos defensores de lo sustancial de la historia y de la tradición de esa misma sociedad. Son abundantes los textos que sobre uno y otro aspecto de su preocupación se han editado. No vale la pena hacer ahora un recuento de todos ellos, pues son en extremo conocidos y figuran en todas las reseñas biográficas y bibliográficas del Padre. Los años de formación filológica y lingüística del P. Félix coinciden con la culminación de la lingüística histórica en dos de sus campos fundamentales de trabajo: el campo de las lenguas indoeuropeas y el campo de las lenguas románticas. En este hombre, en verdad extraordinario, habitó siempre un espíritu de maestro con especiales condiciones, que le permitieron formar un grupo de discípulos admirables que habrían de continuar y enriquecer su obra en la Academia Colombiana, en la Pontificia Universidad Javeriana, en el Instituto Caro y Cuervo y en tantas otras instituciones y actividades a la que contribuyó de manera desinteresada. Fueron esas dotes de maestro las que le permitieron influir en cooperativas, sindicatos y asociaciones de la más amplia disparidad. Pero por sobre todo fue su vocación de maestro la que lo llevó a convertirse en puente de dos épocas y de dos circunstancias históricas bien definidas: la de los humanistas del siglo XIX, Caro, Cuervo y Uricoechea, y la de sus continuadores, Marco Fidel


IGNACIO CHAVES CUEVAS

Suárez, José María Restrepo Millán, José Manuel Rivas Sacconi y Rafael Torres Quintero, entre otros. Es entonces el conocimiento de los mejores representantes de la lingüística romántica y de la indoeuropea lo que potencia y posibilita la composición de obras tales como El alma de las palabras: Ensayo de semántica general y La cultura popular griega a través de la lengua castellana. Sabemos, y ha sido una posición definida del Instituto Caro y Cuervo desde su fundación basta nuestros días, que en la lengua de una nación se objetivan los valores de su personalidad histórica, que en la literatura realizada o vertida en esa lengua permanecen y perviven dichos valores y que entre la lengua y la literatura no existe la separación que quieren establecer artificialmente algunos educadores, pedagogos y lingüistas. El afán y la obligación de defender esas lenguas nacionales equivale, en particular tratándose de pueblos débiles y no desarrollados económicamente, a conservar la fisonomía particular y la personalidad propia de esas entidades sociales. Pero equivale, también, a la autoafirmación político-cultural, dentro de una “pretendida” comunidad universal de estados soberanos. No es, pues, cosa de poca monta el que los hombres que sienten y aman su nación, luchen por la defensa y el culto de la lengua materna, ya que finalmente esta es una empresa de “pedagogía social”, como lo afirma el P. Félix, y como lo enseñó con su ejemplo, porque en la raíz de sus preocupaciones estaba presente el destino de una comunidad histó-

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rica: Hispanoamérica, y el destino de cada uno de los pueblos que la componen en especial, el de su amada Colombia. Es en esta actividad de maestro y filólogo donde se advierte todo el valor del humanista en el sentido esencial del vocablo: sus conocimientos van de lo meramente filológico y lingüístico a lo literario; transita por la jurisprudencia; se preocupa por la medicina; diserta sobre matemáticas antigüas y modernas; conversa sobre cooperativismo; elucubra sobre metafísica y se plantea en últimas el destino del hombre. Pero no contento con esta apabullante actividad espiritual, se dobla en realizador y en hombre de acción y como una especie de rey Midas de la cultura, se saca de la manga sedes para universidades, sedes para academias, funda hospitales, crea institutos, convence a los ricos y poderosos que hay que dar para recibir y siempre se preocupa por su “Colombia en la encrucijada”. Aunque su calidad de sacerdote le impedía participar activamente en las actividades políticas, no se conforma con que sus planteamientos, sus utopías, como las llamaron algunos, pasaran desapercibidas. Consciente de la importancia de los medios de comunicación, no sólo contribuye a que ellos se desarrollen, sino que los utiliza, con toda la eficacia que era posible en el momento, para difundir esas ideas utópicas. Baste recordar una de las más significativas: La Cristilandia. Esta reunión tiene, pues, especial significado para el Instituto Caro y


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Cuervo por haber sido el P. Félix, uno de sus fundadores y su primer Director; para la Academia Colombiana, en cuya dirección permaneció hasta su muerte, por ser uno de sus mentores y reactivadores; para la Pontificia Universidad Javeriana, de la cual fue Rector, por ser su reconstructor, guía y consejero; para Colombia por su activa y dinámica contribución a la defensa de los más claros y permanentes valores de nuestra cultura nacional; en fin, para la humanidad por su valiosa y vigorosa participación en la transformación de la historia. Tal vez no sea esta la ocasión más apropiada para referirme al tema. Pero no puedo menos de pensar que al cobijo de la enseñanza fecundante de este ejemplar magnífico de la condición humana, debemos el plantearnos, en momentos tan desesperados para la nación, la urgente necesidad de que los hombres que se encuentran al frente

de los distintos estamentos de la patria, tomen conciencia de trabajar positivamente por ella, dejando de lado mezquinos apetitos, intereses particulares o de clan, conveniencias sociales o económicas. Desde la obra del P. Félix debemos pensar en Colombia, para entender la existencia como una oportunidad de servicio a la comunidad y a unos ideales, que necesariamente deben estar por encima de las, en ocasiones, sórdidas utilidades individuales. La patria agobiada no soporta más su autodestrucción en nombre de ninguna ideología partidista y, mucho menos, en función de exclusivos dictados económicos. Que este centenario que hoy celebramos, sirva de acicate a la conciencia y al espíritu de tantos hombres de bien que se preocupan por el país, pero que no se atreven a manifestarse ni a trabajar por él. Que el ejemplo de la vida y la obra del P. Félix Restrepo se torne en savia vivificadora del árbol de la nacionalidad.


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EL PADRE FÉLIX RESTREPO Y SU ESTIRPE ANTIOQUEÑA Horacio Bejarano Díaz*

La “Dirección Ejecutiva de la Corporación para el progreso de Antioquia” me ha invitado benévolamente para llevar la palabra en esta noche con motivo de la inauguración del retrato del Padre Félix Restrepo, y yo he aceptado con inmensa complacencia, primeramente por los lazos que me unen a la Montaña y a sus gentes, y en segundo término porque en el Padre Félix tuve un sabio maestro, un inigualable amigo y un mecenas sin segundo. Bien está que los pueblos honren a sus personajes representativos, a aquellos hombres cuya vida y obra *

Discurso pronunciado por el Secretario de la Academia Colombiana, en el homenaje que le rindió al Padre Félix Restrepo S.J, la “Corporación para el progreso de Antioquia”, Bogotá, abril 8 de 1987. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 1887-1987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

se presenta como una concreción de las cualidades de la raza, como una muestra de su inteligencia, como un ejemplar de su voluntad, como un prototipo de su empuje vital, como un ejemplar con cuya existencia, por lo fecunda, y con cuya trayectoria, por lo extraordinaria, se siente el orgullo de haber nacido dentro de los mismos paralelos e idénticos meridianos. Por ello, ahora, cuando la “Corporación para el servicio de Antioquía” inaugura un retrato para el Padre Félix de Antioquía la grande, con una constelación de grandes hombres cuya gloriosa teoría se inicia con José Félix de Restrepo, jurista, educador y precursor; con José Manuel Restrepo, el primer historiador de la República, modelo en la ciencia y en la prudencia; con Francisco Antonio Zea, prócer, legislador y naturalista; con Juan de Dios Aranzazu, magnífico gobernante y


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de estoica valentía ante el dolor; con los tres jóvenes que encarnaron el heroísmo en la independencia: José María Córdoba, Liborio Mejía y Atanasio Girardot, con Pedro Justo Berrio, guía de un pueblo patriarca de una raza y gobernante ejemplar; con Manuel Uribe Ángel en quien convergieron por modo admirable la ciencia, la bondad y el patriotismo; con Gregorio Gutiérrez González, autor del primer poema vernáculo de Colombia, “que con gusto prohijaría Virgilio”, según sabio juicio de don Rufino José Cuervo; con Tomás Carrasquilla, “náufrago del siglo de oro de la lengua castellana, en quien se encuentra redivivo impronto que dejó en sus cuentos y novelas la de su pueblo; con Porfirio Barba Jacob, en quien la poesía se desprendió del formalismo retórico a fin de mostrar las más puras esencias con el halo de lo inefable; con Marco Fidel Suárez, “oro en el crisol”, quien no sólo alinderó las fronteras de la patria y fijó normas al buen decir sino que su prosa se elevó a las alturas de la de los clásicos españoles y en los “Sueños” nos dejó la mejor muestra de su saber enciclopédico que no se cae de las manos por su perfección estilística; con Luis López de Mesa, vida al servicio de las ideas, que tuvo el arte de ahondar en las raíces de la sociología y de la sicología para explicar nuestro acaecer histórico; con León de Greiff, que resucitó, en pleno siglo XX, la técnica barroca para producir en su obra lírica la más bella fusión de reminiscencias eruditas y vivencias propias expresadas con armonioso lenguaje musical; con Fernando González, Gonzalo Restrepo Jaramillo, Cayetano Betancur y Abel Naranjo Villegas que

producen para el ensayo páginas apretadas en que la filosofía se da la mano con el humor de buena ley o con la interpretación de la cultura o con la valoración de la historia; con Efe Gómez, rival de Carrasquilla en el relato corto que plasmó en sus cuentos figuras y situaciones inolvidables que, con frecuencia, desde el planteamiento preludian ineluctablemente la tragedia; con Jaime Sanín Echeverri que con su primera obra de narrativa es el fundador de la novela social que tuvo su epígono en Eduardo Zuleta, creador de “Tierra Virgen” y exhibe su mejor representante en Manuel Mejía Vallejo, cuyos relatos son verdaderos filmes y radiografías de la violencia en Colombia, de igual manera que la poesía social de Carlos Castro Saavedra, que interpreta de manera entrañable los sentimientos de los humildes acuciados por la pobreza y otras dolamas entre las que es conveniente no olvidar los fanatismos de derecha y de izquierda. El anterior recuento, que es sólo de los astros de primera y segunda magnitud, quedaría trunco si dejáramos en el olvido a Carlos E. Restrepo, estadista y escritor; a Pedro Nel Ospina, hombre de acción como todos los de su linaje; a Baldomero Sanín Cano, “el escritor de genio más universal que ha producido Colombia”, según Rafael Maya; a Epifanio Mejía, cuya poesía nativista descifra el alma, al par heroica y sencilla del pueblo antioqueño; a Antonio José Restrepo, quien, al mismo tiempo que escribe en prosa del siglo XVI y conmueve las multitudes en el parlamento con su formidable oratoria, es el iniciador de los estudios


HORACIO BEJARANO DÍAZ

folclóricos; a Fidel Cano, a quien en los días que corren se le ha evocado como periodista, patriota, defensor de la libertad y poeta tierno de las “Navidades”; a Rafael Uribe Uribe, lexicógrafo, sociólogo y guerrero, dechado de la independencia de un pueblo y de la altivez de una estirpe. Y si de los eclesiásticos nos ocupamos, topamos primeramente con la excelsa figura del arzobispo Vicente Arbeláez, “pastor, tal vez el más ecuánime de la iglesia colombiana”, según López de Mesa; con Monseñor Félix Henao Botero, autor de bien elaboradas páginas y artífice de una obra cultural, orgullo no sólo de Antioquía, sino de Colombia; con Monseñor Rafael Gómez Hoyos, ensayista e historiador, docto en derecho y teología, a quien el país debe la organización del Instituto de Cultura Hispánica, y la Iglesia, múltiples servicios ejercidos con fidelidad, competencia e inmenso patriotismo; con el Padre Enrique Pérez Arbeláez, cuya sabiduría traspasó los límites patrios no solamente por sus conocimientos botánicos sino por la publicación de la Flora de Mutis. Entre los personajes aquí enumerados, el Padre Félix Restrepo se destaca como uno de los más eminentes del siglo que está finalizando y, entre sus contemporáneos de la generación del centenario como quien cualitativa y cuantitativamente entregó al país mayor aporte así en el orden material como en el orden del espíritu. Recuerdo, como si fuera ayer, la última intervención pública del Padre Félix Restrepo en la Acade-

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mia el 13 de octubre de 1965, dos meses largos antes de su muerte. El Consejo Directivo de la Universidad de Antioquia le confirió, por estos días, el “Doctorado honoris causa” en ciencias de la Educación, y para tal efecto se trasladaron a Bogotá el Rector del Alma Mater antioqueña, el Decano de la Facultad de Educación y el Representante del Consejo Directivo, quienes delegaron su vocería al doctor Jaime Sanín Echeverri, quien como exdirector de la Universidad de Antioquía y actual Director de la Asociación Colombiana de Universidades, justificó en cláusulas severas y saturadas de afecto, el acto que estaba realizando la Universidad que al honrar al ilustre jesuita se honraba a sí misma, pues nadie como ese verdadero representante de su raza y de su pueblo podrá presentar una tan excelente trayectoria como helenista e hispanófilo, como erudito y académico, como maestro de juventudes y propulsor de vastas empresas culturales, “por cuya prosa campea el idioma como por su nativa llanura manchega, con esa su sencillez entre bíblica y litúrgica en que se encarna la difícil facilidad lograda sólo por los escogidos, en que las disquisiciones metafísicas y las abstracciones del arte, que para otros resultan inexpresables, en esa su lengua llana y esa su pluma hallan siempre la palabra justa y la oración simple, trasiego del buen decir del vulgo”. Con voz un tanto cansada pero con el brioso entusiasmo de sus mejores días, el Padre Félix manifestó con su agradecimiento para la Universidad y para su tierra nativa y, por primera vez, “porque me viene


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de perlas” aprovecho la ocasión “para reivindicar mi título de antioqueño por todos los cuatro costados”. Con emoción evocó la tierra de sus antepasados desde su padre, aquel patriarca sabio y justo que se llamó Juan Pablo Restrepo, quien, a su turno, era hijo de don Servando Restrepo y de doña Martina Bernal, descendiente el primero de don Felipe Restrepo, vecino de Rionegro, y éste de don Alonso José Restrepo, vecino de Medellín, hijo de don Alonso Restrepo y nieto del fundador de la estirpe en Antioquía, don Alonso López de Restrepo, nacido en Castropol, en las montañas de Asturias. Ya en 1964, en sus célebres Memorias, había dictado a su amigo el Padre Carlos Ortiz Restrepo acerca de su progenie el Padre Félix Restrepo: “Todos saben que la raíz de los Restrepo es don Alonso López de Restrepo quien vino a establecerse al Valle de Aburrá en 1646 con su primo Marco; como éste no tuvo descendencia masculina, todos los Restrepo, que somos una especie de mala yerba en Colombia venimos a don Alonso. En el acta de fundación de la Villa de Medellín, aparece la firma de don Alonso López de Restrepo. Pronto se olvidó el López y quedó el Restrepo”. “Mi madre —continuó— era prima de Epifanio Mejía, el cual por haber quedado huérfano muy joven, vivía en casa de mis abuelos. Los Mejía de Antioquía son descendientes de don Juan Mejía de Tobar, natural de Villacastín, provincia de Segovia en España, y se han ramificado también en forma extraordinaria. Don Juan

salió de España a los 17 años, vino a estas tierras y contrajo matrimonio en Santafé de Antioquía en el año de 1623 con doña Elvira Ramírez de Coy. Entre las diversas ramas de su descendencia, tenemos la de don Hilario Mejía Restrepo, vecino muy importante de El Retiro, quien pasó su residencia a Yarumal en el siglo XVIII. Hijo de don Hilario fue don Eduardo, quien residió también en Yarumal y dejó extensísima familia. Entre sus hijos están don Ramón, casado con doña María Luisa Quijano, quienes fueron los padres del poeta de la Montaña, Epifanio Mejía; y don Fortis, radicado en Medellín, negociante de gran popularidad en toda Antioquia, a quien llamábamos “Papá Fortis”. Se ocupó luego del “vástago más ilustre de la familia”: Epifanio Mejía, refiriéndose a algunas anécdotas de su vida y a sus obras de las que el Padre Restrepo fue primer editor, evocando el Canto del Antioqueño, con cuyas estrofas llegó Epifanio a la cumbre de la poesía lírica; trajo después a cuento, lo relativo a sus “raíces”, como se dice hoy, por su ascendencia vasca de los Ochoa, cuyo primer tronco se llamó don Lucas Ochoa López, nacido en Madrid en 1675 y llegado al Valle de Aburrá en 1690. Dio fin a sus palabras que al mismo tiempo que de exaltación de su tierra y de su raza transparentaban un tanto de la profunda melancolía, de quien se despide para siempre, trazando un boceto de los hombres de Antioquía la grande, con la huella que han dejado, merced a las letras, las artes, la industria y el ímpetu colonizador, hasta en los más remotos confines de la patria;


HORACIO BEJARANO DÍAZ

pasó un vistazo por las bellezas naturales de Colombia y la futura utilización de sus inmensos recursos naturales; evocó el sueño de Bolívar sobre la Gran Colombia revivido por el vidente de Hatoviejo en el “Sueño de la doctrina paria”, pronunciado, para finalizar, este voto para la juventud, cuya formación integral constituyó uno de los urgentes afanes de su fructuosa existencia: “... nuestro trabajo de todas las horas debe consistir en que al menos nuestra juventud sea consciente del gran destino que nos espera, si llega a contribuir eficazmente a la realización de nobles ideales”. He querido referirme tan de exprofeso a la última intervención pública del Padre Félix Restrepo con el fin de reivindicar su “antioqueñidad” y hacer ver que el acto que su comarca le tributa en esta noche se justifica por méritos más que sobrados; porque si bien la formación de nuestro homenajeado tiene sus bases así en los “Ejercicios de San Ignacio” como en la “Ratio Studiorum” de la antigua Compañía de Jesús, que prestaron el maravilloso equilibrio de la personalidad del Padre Félix, su raigambre montañesa explica la dinámica asombrosa de su vida, su profundo sentido de la realidad, la sostenida energía de su carácter, la preferencia de lo concreto sobre lo abstracto, la curiosidad intelectual, el buen manejo de las finanzas, el temple de su alma que nunca conoció la obnubilación en el triunfo ni la depresión en el fracaso, el optimismo a toda prueba, la llaneza y sencillez en el trato personal, la prudente extraversión, la serenidad y ecuanimidad de sus aptitudes,

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la sabiduría y magnanimidad para aceptar los acaecimientos de la existencia no como se esperan sino como suceden, y el secreto de saber ocupar con dignidad el sitio que la Providencia señala a los humanos. Fue el Padre Félix un antioqueño “de todo el maíz” en quien las humanidades clásicas sirvieron, no como en tantos como aureola de sabiduría, sino para enseñar a los demás; no de otro modo pueden entenderse La llave del griego, El alma de las palabras, La ortografía en América, La cultura popular griega a través de la lengua castellana, obras a las que habrían de seguir más tarde: Raíces griegas, El castellano en los clásicos y El castellano naciente. Su espíritu, tocado por la herencia de varias generaciones se inclinaba más a la acción que a la especulación, pues como él mismo confiesa: “No me atraía tanto la pedagogía que podemos llamar individual o arte para perfeccionar a los individuos, sino más bien su aspecto social como ciencia para transformar las sociedades. Así el maestro excelente que era como transmisor de conocimientos, pues no en vano recibió su doctorado en Ciencias de la Educación en la Universidad de Munich, supo mezclarse con el escritor en Horizontes, Razón y Fe y Revista Javeriana de que fue fundador. A buen seguro que como filólogo habría igualado si no superado al sabio Cuervo, pero las necesidades de la Compañía y las urgencias de la patria lo llevaron a la organización de la recién estructurada Universidad Javeriana, de la que fue rector,


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hasta el momento no superado, de 1941 a 1950; por estas calendas ya había servido a la colonial fundación recién restaurada como Decano de Ciencias Económicas y Jurídicas desde 1932 y como Director de la meritoria Revista desde 1934. Los preludios de la Universidad de hoy los podemos encontrar en su rectorado que dio vida a las Facultades de Medicina, de Derecho Canónico, las Femeninas, el Hogar Universitario Femenino, la Sociedad de Amigos de la Javeriana y el Hospital de San Ignacio, la Fundación de la “Casa del estudiante católico”. Y a la citada fundación es necesario agregar la de la Librería Voluntad que llenó un vacío en la cultura y a la de la Cooperativa de Crédito que buscó la ayuda de la clase media. En las entidades mentadas se perfiló el humanista cristiano y el hombre de acción, que, a pesar de ello, asombra en esta época por la pluralidad de sus lecturas, pues la búsqueda de aventura propia de los hijos de la Montaña se transformó en el Padre Félix en curiosidad intelectual a la que contribuyó no poco su conocimiento de lenguas como el alemán, el inglés, el francés, el italiano y el portugués. Así no es de sorprender en el erudito jesuita, que al mismo tiempo que haya sido el iniciador del fútbol Bucaramanga nos deleite con sus conocimientos astronómicos en esa pequeña joya en que quiso seguir las huellas de los sueños de Lucio Pulgar: Los diálogos en otros mundos, cuya lectura alabó don Miguel Abadía Méndez como benéfica, instructiva y deleitosa. El Instituto Caro y Cuervo es otra de las muestras de su actividad. En

su fundación y organización ostentó la inteligencia práctica de sus coterráneos así en fijar los objetivos como en la escogencia de colaboradores de la calidad de don Urbano González de la Calle, los doctores José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero, Fernando Antonio Martínez, Luis Flórez, Julián Motta Salas y Francisco Sánchez Arévalo, que formaron el primer núcleo de una obra cuya persistencia presenta hoy perfiles de perennidad, para mantener la tradición humanística en Colombia y continuar a la cabeza de los estudios filológicos y lingüísticos en el mundo de habla hispana. La última actuación del Padre Félix en el Instituto Caro y Cuervo, durante la dirección del doctor José Manuel Rivas Sacconi, fue la fundación del Seminario Andrés Bello, creación de la OEA para el cultivo de los estudios lingüísticos-filológicos en nivel de postgrado y para alumno de todas las naciones americanas. Como primer Decano del Seminario lo dotó de estatutos, organizó el currículo académico y le imprimió la fisonomía que hoy, después de casi seis lustros posee. Como primer secretario de la Institución fui diario testigo de su interés por hacer del Seminario Andrés Bello una entidad modelo. Le correspondió al Padre Félix, quien ya ejercía la subdirección de la Academia de la Lengua, inaugurar el Primer Congreso de Academias, convocado y patrocinado por el Presidente de Méjico, Miguel Alemán. Allí, después de pronunciar el discurso de inauguración, que siempre estimó como uno de los mejores de su vida,


HORACIO BEJARANO DÍAZ

y de su actuación harto destacada, quedó formando parte de la Comisión designada por el Congreso y sostenida por el gobierno mejicano para ejecutar lo acordado en él. Fue entonces cuando recibió orden del Padre General de la Compañía para fundar en la Capital Federal una Universidad por el estilo de la Javeriana, empeño en que fracasó (y este fue uno de los contados fracasos de su vida) por el complejo con que las persecuciones habían dejado señalada la Iglesia Mejicana, por el excesivo nacionalismo de la Compañía de Jesús en el país azteca y por la carencia de elementos humanos y económicos. Y es entonces cuando el Padre Félix comienza a ser víctima de la cardiopatía que lo había de conducir a la tumba. Después de más de cinco meses de permanencia en el Instituto de cardiología de la capital mejicana, una vez dado de alta, permaneció como inválido en la residencia de la Javeriana de la carrera séptima; pero superadas sus dolencias, gracias a su constitución de acero y al deseo de vivir para continuar sirviendo, recibió del Padre Provincial el nombramiento de síndico del Hospital de San Ignacio con lo que completaba su obra en el área de la salud, ya que durante su rectoría había fundado, después de superar ingentes obstáculos, la Facultad de Medicina. Transladado a Medellín, en donde repuesto de sus dolencias no obstante los pronósticos de los galenos, tuvo ocasión de vincularse a los homenajes que Antioquía tributó a don Marco Fidel Suárez con motivo del primer centenario de su natalicio, con dos de sus mejores discursos:

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Marco Fidel Suárez o la fuerza del espíritu, pronunciado en Medellín, y El Oro en el crisol o la tragedia de Marco Fidel Suárez, leído en Manizales en nombre de la Universidad de Caldas. Nunca olvidaremos la visita que con Joaquín Pérez Villa le hicimos en la residencia de San Ignacio. Ya no era el hombre vigoroso de pasos firmes tan conocidos que resonaban en los corredores de los centenarios claustros de la Javeriana de la calle 10; y aunque había en su conversación un tinte melancólico, pues se hallaba obsesionado por la muerte, sin embargo sus ojos brillaban cuando se refería al porvenir de Colombia y a los triunfos de quienes habían cursado estudios en su querida Universidad. Otra de las empresas culturales que llevó con fortuna a término fue la realizada como Director de la Academia de la Lengua de 1955 a 1965, con la que coronó su fructífera parábola de hombre de acción. Quien contempla hoy el clásico edificio de la Corporación, y al penetrar por su elegante pórtico admira todos y cada uno de los detalles de este palacio del idioma, no llega a imaginarse el largo camino que fue preciso recorrer, las dificultades que fue menester vencer, las trabas que hubieron de superarse para su construcción y dotación. El que ahora les dirige la palabra, como síndico entonces de la Academia, tuvo el honor de acompañar en este duro quehacer al Padre Restrepo y ser testigo de sus esfuerzos, de la tenacidad de sus propósitos, de la altura de sus miras, de la simpatía desplegada diariamente para festinar la construcción. Todo resultó como lo pensaba porque el


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inteligente jesuita poseía el arte de saber llevar el agua a su molino. Así el edificio inaugurado en el Tercer Congreso de Academias de la Lengua de 1969, se convirtió en la palestra de la unidad del español, la atalaya para su defensa y la torre del homenaje a los valores del idioma, de ese castellano imperial que transplantado a América dio origen a una literatura en que se conjugaron los sentires de la mezcla de sangre del conquistador español, del indígena nativo y del aluvión del África. Allí transcurrieron sus postreros años; desde su modesta oficina oteó los problemas de Colombia y el mundo, como maestro, como humanista y como sacerdote, que lo fue por sobre todo lo demás, lleno de fe, de amor, de humildad y de comprensión por la miseria humana. Por esto en su última obra Entre el tiempo y la eternidad, pudo escribir con toda verdad. “Me encuentro ya en el ocaso. Las sombras de la tarde empiezan a cubrirme de melancolía. Pero en el fondo del alma me siento feliz; porque me fue dado conocer al Salvador y sé que en pos de Él resucitaré en el último día”. “Entre tanto mi mayor consuelo es haber dedicado mis fuerzas y mis años a cooperar en la difusión del Reino de Cristo, en la obra de la redención”.

Desde allí transformó la Academia, le trazó nuevos rumbos, estimuló las comisiones de trabajo y encarnó en la vida del país la fundación de Vergara y Vergara, de Caro y de Marroquín en la vida del país. La vida del Padre Félix Restrepo fue la de un jesuita nacido en la montaña, con todas las cualidades de la raza de que provenían sus raíces y los de la fundación de Iñigo de Loyola. Tal existencia fue ejemplar por su maravillosa plenitud. Pocos hombres puedan presentar como él una obra intelectual que, vista a la ligera, aparece con el signo de la dispersión, pero que contemplada con cuidado, se manifiesta dotada de unidad sorprendente así se trate de filología, lingüística, educación, historia, sociología o simple periodismo. Sus empresas culturales están a la vista: Universidad Javeriana, Instituto Caro y Cuervo, Hospital de San Ignacio, Academia de la Lengua. La figura simpática del jesuita antioqueño, doblado en humanista y educador, no podrá borrarse fácilmente de la historia de Colombia. Su obra perdurará porque procedió de una personalidad auténtica y todo en él fue fruto de un ideal entrañablemente amado y de una vocación de servicio fielmente seguida.


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EDUCADOR INTEGRALMENTE HUMANISTA

Jaime Ospina Ortiz* El 17 de octubre de 1933, el Padre Félix Restrepo ocupó el Sillón de Don Marco Fidel Suárez, en la Academia Colombiana de la Lengua, con un magistral discurso sobre La cultura popular griega a través de la lengua castellana1. Con la misma modestia —virtud de sabios y de clásicos— del autor de los Sueños repitió:

*

Discurso del individuo correspondiente de la Academia Colombiana de Educación, pronunciado en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua. Bogotá, mayo 28 de 1987. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 1887-1987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

1

Félix Restrepo, S.J. La Cultura Popular Griega a través de la lengua Castellana y otros Estudios Semánticos. Bogotá: Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, 1979.

“lo recibo no como un premio, sino como un estímulo para merecerlo”. Como la modestia acompaña las mejores y más auténticas realizaciones, el Padre Restrepo llegaba a la Academia con prestigio internacional de humanista y con contribuciones importantes en los dominios de la Semántica General y de la Lingüística. De 1933 a 1963 acrecentaría sus aportes al humanismo colombiano y añadiría sorprendentes realizaciones en el campo educativo. Recibir, pues, el encargo de destacar su labor de educador, en este homenaje que la Academia Colombiana de Educación rinde a sus méritos, es un distinguido honor que no merezco. Sin embargo, lo acepté complacido porque me brinda la ocasión de reafirmar mi compromiso de servir a la educación y por este medio al


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país, que amo entrañablemente. Con el correr de los tiempos y la acumulación de experiencias heterogéneas me he venido convenciendo que dedicar la vida a la búsqueda de una idea que sea inquietud vital de uno mismo y salga del yo con el propósito de contribuir a un mejor futuro para los colombianos y por ende, para la humanidad, merece el esfuerzo de una vida. Mi interrogante central podría formularse así: el mundo de la cultura es la creación del hombre ¿qué lo crea? La respuesta: eso que llamamos espíritu, connotándolo solamente como potencia creadora humana. Esta potencia queda, en muchos seres humanos, adormecida porque para despertarla se requiere un proceso que denominamos “proceso educativo”, el cual para alcanzar su meta requiere de una condición que llamamos la calidad educativa. ¿Qué es la calidad en educación? La posible respuesta: un proceso que integre a cada ser humano en aquel punto singular en el cual puede ser creativo, puede alcanzar la plenitud de su propio ser. A buscar la calidad educativa he dedicado mi vida y éste creo, es mi foco primordial de atención a la vida. Por coincidencia, he descubierto en el Padre Félix el mismo foco atencional, pero en él con concentración de energía que me lo convierte en modelo.

sobreviven en nuestras populosas ciudades, de donde se puede esperar un nivel de excelencia en nuestra gente, dotada de tantas potencialidades que esperan, un poco con resignación y otro poco con rebeldía, conductores mejor socializados, más honestos, más comprometidos, más capaces, más clarividentes y menos llenos de un individualismo vacío de contenidos de excelencia. Cuando emerja de las forjas educativas una pléyade de patriotas dueños de su propio ego y fortalecidos en la virtud y en la sabiduría, en la técnica y en la estrategia, en el trabajo honesto y en la justicia social, como los quería el Padre Félix, automáticamente tendremos una sociedad democrática, eficiente, próspera y vivible. Sólo entonces recobraremos el único y profundo sentido del concepto: educación para la vida, vida que primero tiene que ser humana y luego ubicada en su momento histórico. A esta vida la he venido llamando “antropotécnica” porque el hombre debe volver a ser hombre, por encima y antes que ser tecnólogo o técnico. Si tal síntesis de “humanitas” y técnica se logra, a través de un sistema educativo de calidad, Colombia vivirá su edad de oro, que siempre ha sido aquella en que una sociedad entrega a la especie eximias contribuciones, por su calidad y su oportunidad.

A raíz del hallazgo de este centro focal de mi vida, surge el serio compromiso de colaborar a que la educación de la patria sea una forja de espíritus de eximia calidad, porque es del número de compatriotas eminentes, que no del número de cuerpos animados, que difícilmente

El conocimiento de los educadores, que han hecho historia en la educación colombiana, forma parte de mi compromiso de entrega a la causa educativa. Desde la colonia hasta nuestros días han venido jalonando nuestro proceso educativo; sin embargo, su saber no está incor-


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porado a nuestro sistema educativo y parece coyuntural y esporádico por falta de una tarea semejante a la realizada por el Instituto Caro y Cuervo en el dominio de nuestros lingüistas. Quizás por esta ausencia de un cuerpo de doctrina educativa enraizada en nuestra realidad, ha sido frecuente el tratar de copiar lo que en otros países se ha hecho, o de seguir, sin discreción, lo que nos imponen ciertos organismos extraños, a unos altos costos y con resultados dudosos. En el prontuario de nuestro saber educativo, la figura del Padre Félix Restrepo sobresale con un perfil nítido, no diría que singular por su orientación, pero sí original por su densidad espiritual. Me refiero al perfil del educador humanista y técnico, es decir, antropotécnico, con que llegó a engrosar la corriente secular de Moreno y Escandón, Fray Cristóbal de Torres, el Sabio Mutis, el Sabio Caldas, Santander, José Félix de Restrepo, Mariano Ospina Rodríguez, Ricardo Hinestrosa, Monseñor Carrasquilla, Miguel Abadía Méndez, Jesús María Fernández S.J., Eduardo Ospina S.J., Monseñor Castro Silva y Agustín Nieto Caballero, por citar a algunos de los desaparecidos. Si bien, encauzado en la educación humanística, en el Padre Félix sorprende la densidad espiritual de un humanista de Cristo con profundas raíces en los clásicos griegos, en la semántica indoeuropea, en los clásicos castellanos y en lo que con orgullo nacional apellidamos el humanismo colombiano. Fue también un promotor de ciencia y de tecnología, pero además, su vital

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inquietud por lograr instituciones educativas que sintetizaran los valores humanos y los adelantos de la ciencia y la tecnología, lo sitúa en lugar de preeminencia. Como humanista es astro de primera magnitud en la constelación de Uricoechea, Cuervo, Caro, Suárez, Rafael Torres Quintero, Luis Flores y Fernando Antonio Martínez, por citar a quienes nos han dejado. Como promotor de instituciones de altos estudios nos legó el Instituto Caro y Cuervo, la restauración de la Universidad Javeriana con 14 facultades y una sabia revitalización de la Academia de la Lengua. No superó a Cuervo, nos dice Horacio Bejarano2, porque en él hervían otros intereses. Presuntamente Horacio Bejarano pensaba en su interés por la educación. Pero de la combinación armoniosa de esas dos facetas de su personalidad —humanismo y educación— es de donde procede la condensación de su singular perfil de educador, que no permite caracterizarlo como educador, ni como humanista, a secas. Su ingente labor de humanista está transida de intencionalidad educativa y sus sorprendentes realizaciones de educador llevan las condensaciones de su humanismo integral. Esta integración vital de humanista y educador, en ambos dominios con resultados sobresalientes, lo sitúa en la punta de lanza de los educadores colombianos. 2 Horacio Bejarano Díaz, “El P. Félix Restrepo S.J. y su estirpe antioqueña”. Discurso Casa de Antioquia, Bogotá, abril 8/87.


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En virtud de esta premisa, os solicito un breve espacio de reflexión sobre la hipótesis central, que ahora pretendo presentaros: el educador que Colombia, tal vez que el mundo requiere en la hora actual de deshumanización, es un educador integralmente humanista. El desprestigio actual de esta concepción educativa es el mejor indicador de su ausencia en el momento educativo de la historia humana. La era tecnológica cada vez más agresiva, ha desencadenado una guerra suicida contra el humanismo, y en consecuencia vivimos un momento de incoherencia, deshumanización y mecanización de las consciencias y de las instituciones. Por ello, me lleno de osadía para afirmar que la educación contemporánea necesita educadores integralmente humanistas, que vuelvan por los fueros de la auténtica cultura humana y traten de devolver la coherencia a los espíritus. Avanza mi osadía hasta el punto de afirmar que sin humanismo las líneas más promisorias de la tecnología como, por ejemplo, las investigaciones conducentes al cerebro artificial, quedarán pronto paralizadas por falta de avance en el estudio de las leyes que rigen el conocimiento humano. Ello equivale a decir que el énfasis del mundo contemporáneo en el culto a la máquina, con menosprecio del culto del espíritu, pronto frenará promisorios avances en la tecnología. Es que cuando no se integran humanismo y técnica, la historia se oscurece por la incoherencia y ello frena muchos procesos.

Para desarrollar mi hipótesis, he intentado organizar el siguiente conjunto de subtemas: educación y pedagogía, una distinción para homologar lenguajes; el humanismo, peligroso desterrado de la era tecnológica; las forjas humanísticoeducativas del Padre Félix; Félix Restrepo humanista; Félix Restrepo educador integralmente humanista. Para recoger el reto de su extraordinaria etopeya, haré una conclusión de aliento proyectivo sobre la utopía cara a los ideales del Padre Félix y por supuesto a los míos: Hacer de Colombia, por una acción educativa concertada entre humanismo y tecnología, un país que yo llamaría antropotécnico, algo así como el fiel de la balanza equilibrado en un punto intermedio de humanismo integral y de tecnologías pertinentes a nuestra realidad y además avanzadas, pero ambos componentes recíprocamente compenetrados. ¿No andará por ahí la angustiosa búsqueda de coherencia que está atormentando a una porción pionera de la humanidad? 1. Educación y Pedagogía: una distinción para homologar lenguajes Conscientemente he venido omitiendo en mi discurso el vocablo “pedagogía” —tan en boga al presente— y hasta el momento he hecho referencia al vocablo “educación”. Los dos vocablos se utilizan indistintamente, pero considero oportuno recordar la diferenciación inicial — histórica y semántica— que entre ellos existió; porque tal distinción me sirve de estrategia para situar


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dos grandes movimientos educativos: el conductista y el liberador, y proponer su síntesis. El pedagogo —palabra originada en el paidagwgóς, helénico (de paiς: niño y agω: conducir, guiar, llevar de la mano)— en Grecia fue el esclavo que tenía, por oficio, que llevar de la mano al aprendiz a casa de los educadores, que iban gradualmente asistiendo al proceso formador: el gramático, que le enseñaba a leer, escribir e interpretar; el citarista que lo familiarizaba con la música, la lírica y la danza; el “pedatriba”, que lo adiestraba en la lucha, el boxeo, la carrera, el disco, el salto, el arco, la jabalina, la equitación, las justas, el manejo de las carrozas y la natación; el matemático que lo iniciaba en la aritmética y la geometría; y para algunos el filósofo que le ayudaba a sacar de sí el amor por la sabiduría —la areté— que constituyó el canon ético griego de valor, justicia, sabiduría y heroísmo. Ninguna de estas etapas se consideraba final; por el contrario, la superior venía a perfeccionar las anteriores. Por el hecho de definir al sujeto discente como una totalidad en curso de perfeccionamiento, y la tarea de la perfección como meta inconcluible, la educación griega era, en su teoría y en su práctica, integralmente humanista. El humanismo del hombre inconcluso en vida y concluido solo en un acto de entrega heroica a la muerte por la patria, que lo llevaba al olimpo. Esta tarea vasta y compleja de formar a un ciudadano que pudiera participar en la permanente hechura de una sociedad sana, próspera,

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estética, buena, justa y sabia, constituye el insuperado marco de una educación política, perdida luego, que se plasmó en el vocablo Pedagogía, utilizado por Platón, con expresa connotación de una filosofía política —teoría de la polis ideal— la que integraba un esquema de sociedad ideal, y una serie de instrumentos prácticos de formación del ciudadano hasta consumarse en la meta del heroísmo. Este modelo educativo fue cristianizado al cambiarle la meta temporal por la eterna, y perduró por muchos siglos. Desafortunadamente, el concepto de pedagogía sufrió, a partir del siglo XVIII, una lamentable desviación al llenarse de contenidos conductistas y tecnocráticos, y perder su contenido político humanista; es en esta última versión como ha llegado a nuestros días. Esta desviación ha ido en paralelo con la desintegración, en muchas torres de Babel, de la ciencia moderna, cada una de cuyas parcelas maneja un lenguaje críptico para las otras, incluidas las disciplinas afines, pero nos ofrece una ventaja: avanzó extraordinariamente en el dominio de la tecnología. Es hora de retomar “lo humano” y lograr una síntesis “antropotécnica”. La palabra “educación” proviene del verbo latino educere que significa extraer, conducir desde dentro hacia afuera, sacar a luz lo latente y lo escondido. El verbo educar tiene la majestad de una voz escultórica, que nos evoca a un Miguel Ángel, cincel en mano, extrayendo del trozo de mármol su Moisés, en el que estuvo dormido por siglos, para luego ordenarle que se despierte y hable.


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Esta alegoría de Miguel Ángel que saca del mármol un producto de su imaginación, con la ayuda del cincel, del martillo y seguramente de obreros, exige una breve explicación para aplicarla correctamente al proceso educativo, que la podemos enunciar con una pregunta: ¿Quién es aquí el Miguel Ángel y cuál su ayudante principal? Es presumible que algunos respondan: el Miguel Ángel de la Educación es el maestro y el aprendiz es su ayudante. Pero otros pueden y de hecho piensan en términos opuestos, es decir, en que el Miguel Ángel de la educación es el aprendiz y el maestro o profesor es su ayudante. Esta segunda opinión se apoya en la idea que enuncia que la inteligencia, el corazón y el brazo del aprendiz son los únicos instrumentos capaces de establecer una relación profunda entre el mundo físico y el mundo humano; que en dicha relación se establece la realidad subjetiva del aprendiz bien centrado y que lograrla es la tarea esencial de la educación. El maestro ayuda al aprendiz a manejar sus herramientas intelectuales y técnicas y a mantener viva la llama de sus motivaciones, de su esfuerzo, de su propósito central y de la formulación de su proyecto de vida, en forma que aporte algo al mundo humano de la cultura, y se integre a la sociedad y a la aristocracia del trabajo, para aludir a un concepto del Padre Félix. Cuando para condensar en una voz la complejidad de la propia hechura, los latinos acuñaron el verbo educere, que es forma iterativa de “educere”, es decir, habla del proce-

so formativo, estaban demostrando la enorme influencia ejercida por los griegos en la formación de su cultura. Es que educar, además de voz escultórica, es la acertada palabra descriptiva del método socrático. La mayéutica, o método de la partera, fue utilizada por él para llevar a sus interlocutores a formular su propia verdad, sus propios valores, para dar a luz su “yo”, en entera concordancia con su código genético. La mayéutica encierra la concepción arriba expuesta de que en educación el Miguel Ángel es el aprendiz y el profesor es el ayudante que le pregunta, lo cuestiona y lo lleva a formulaciones propias más coherentes, lógicas y científicas. Lo asiste en el parto de su propio “ego”. Esta distinción entre pedagogía y educación —aunque repito que son voces que se utilizan indistintamente—, nos sirve para llamar la atención sobre dos concepciones, dos escuelas y dos prácticas educativas asaz divergentes en la historia de la filosofía de la educación y nos ofrece la oportunidad para plantear una nueva. Una de tales escuelas se ha inclinado históricamente a la conducción, en el supuesto de que el aprendiz padece de invalidez y el profesor de paternalismo, y ha orientado sus métodos al entrenamiento, a la memorización, al pragmatismo antihumanista, al adoctrinamiento y, en consecuencia, a la castración de las capacidades creativas, que dice fomentar. Su falta principal ha sido su menosprecio de los valores humanísticos, y su exclusividad en el manejo de la ciencia empírica y la tecnología.


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La otra es la corriente majestuosa de la especie que se centra en los procesos de liberación de la capacidad latente de la criatura humana. Liberación que, a pesar de tanta práctica domesticadora, va poco a poco avanzando en el uso correcto de la libertad, destruyendo en su avance secular todas las formas de opresión, sean ellas la ignorancia, el delito, la esclavitud, la explotación, la injusticia, la falta de oportunidades y ahora la deshumanización; son lentas pero seguras estas conquistas de la especie, todas tendientes a hacer actuante la libertad y a darle oportunidades de participar activamente en la construcción de la sociedad, de la cultura integral y de la especie. Es verdad que, durante ciertos períodos ha sufrido desviaciones por excesos de especulación y abandono del pragmatismo. Es también verdad que la lucha contra cualquiera de las formas de opresión ha venido precedida y es acompañada de angustia, de revoluciones, de fuertes tensiones psíquicas y sociales. Estos períodos pendulares de lucha contra la opresión presentan el perfil dialéctico de conciencias incoherentes en busca de coherencia. Pero como todo período dialéctico, termina produciendo una síntesis, que ya desde sus comienzos se convierte en término de una nueva oposición. Así parece haber sido el curso de la historia social del hombre. En la historia del pensamiento educativo, abusando de los privilegios de la síntesis, podríamos afirmar la existencia de estas dos grandes escuelas antitéticas: la educación como tarea integralmente humanis-

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ta y liberadora, que forma un vertiente, y la educación como técnica, adiestramiento, endoctrinamiento, conductismo y domesticación que forma otra vertiente. En la hora presente domina la concepción de la educación técnica, tecnocrática y domesticadora, por un lado, y la actitud despectiva de la corriente humanista. En esta actitud despectiva de los valores humanos y humanísticos se agazapa el mayor enemigo que, a lo largo de la historia, ha tenido la humanidad. Tal enemigo se caracteriza por una contradicción radical: el ser humano está cada día más deshumanizado. Su “gran” logro —la tecnología— representa su “mayor peligro” —la deshumanización—. Pero estas posiciones opuestas deben transformarse en dialécticas. Yo pienso que le ha llegado la hora a una gran síntesis, que aquí he venido llamando educación “antropotécnica”. El clima de opinión angustioso que vive la humanidad presagia tal síntesis. El hombre puramente técnico, que abandona el espíritu, es un disminuido. En el mundo natural, el único ser que crece y se perfecciona alimentándose de sí mismo es el hombre. Su alimento espiritual son los frutos de la cultura y la cultura es el resultado de la reflexión sobre, mejor aún, de la refección de sí mismo. Por ello, podría acuñarse una definición del hombre que lo interprete como el ente noerófago (de noeroς: espiritual y fageiν comer). Cuando deja de alimentarse espiritualmente de sí, se deshumaniza. Por el contrario,


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cuando se nutre de espíritu integra su propio ser. Pero no olvidemos, que el hombre también es homofaber. Por eso insisto en que la educación debe cuidar del espíritu y de la técnica, en una nueva corriente antropotécnica. 2. El humanismo: peligroso desterrado de la era tecnológica Me voy a referir al mal uso de la tecnología, en cuanto ha desencadenado efectos deshumanizantes. Quiero aclarar qua la crítica no se hace a la tecnología per se, sino a su mal uso. Existen, con base en tales efectos, dos clases de tecnología: la tecnología humana, majestuoso avance de la inteligencia sobre la ignorancia y la impotencia frente a los fenómenos naturales; y la tecnología deshumanizante, que aquí se caracteriza como el mal uso del avance de la ciencia y la tecnología, en contra del hombre. La segunda se opone a la primera cuando genera nuevas formas de opresión y de dominio. Hoy el dominio lo ejercen unas pocas empresas trasnacionales de unas pocas potencias tecnológicas sobre esas sociedades parias que somos llamadas Tercer Mundo. Los filósofos de la Historia hablan de lapsos de tiempo histórico, más o menos largos, que algunos de ellos diferencian por el énfasis en una determinada actividad y por las modalidades predominantes en la organización social, en el estilo de vida y en la producción. De ahí ha surgido la repartición del tiempo histórico en grandes eras: era agraria,

era industrial, era tecnológica —y en siglos— siglo del descubrimiento de América, siglo del método científico, siglo de las luces. El momento que nos ha tocado vivir ha sido llamado era tecnológica y siglo atómico. Algunos recientes ideólogos3 hablan ya de era postecnológica y de siglo de las partículas infra-atómicas. Es posible que existan humanistas que le den el nombre de siglo de la deshumanización y que haya educadores que lo apelliden “siglo de la pedagogía deshumanizante”. Para mi propio foco vital, yo propondría comenzar a llamarlo “siglo de la necesidad de la era antropotécnica”. La era tecnológica presenta un adelanto espectacular en descubrimientos científicos y en la aplicación de tales descubrimientos a todo el dominio de la técnica. El refinamiento de su perfil más y más tecnológico, sigue paso firme, y además es irreversible en sus conquistas tecnológicas, si ellas no destruyen la especie, que es el peligro. Como consecuencia de esta arremetida tecnológica deshumanizante, las estructuras sociales y económicas del mundo contemporáneo han demostrado desajustes severos. Tales estructuras son administradas por personas, cuyas consciencias padecen de la crisis producida por cambios tecnológicos acelerados, drásticos, repentinos, a los cuales 3 Víctor Ferkiss, The Postechnological Man, New York. Double Day, 1975. Jacques Ellus, La Société postecnologique, PUF, 1974.


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es imposible adaptarse con la misma celeridad con que avanzan las conquistas tecnológicas. Los humanistas conscientes de la trascendencia del predominio tecnológico ven con preocupación la involución del avance tecnológico y de sus efectos deshumanizantes, que no es fácil contrarrestar. Entre muchos más, los siguientes aparecen coma fenómenos preocupantes: I El distanciamiento aceleradamente paulatino del hombre tecnológico de la naturaleza, que lo va convirtiendo en un ser contra-natura. El modelo de crecimiento económico, en base exclusiva del avance tecnológico, es causante principal de este distanciamiento al crear ciudades monstruos. II El irrespeto ostentoso por la naturaleza, contaminada unas veces, otras agotada en muchos productos no renovables. Otro efecto colateral negativo del modelo de crecimiento económico. III La amenaza del desempleo estructural, originada en la sustitución de mano de obra por máquinas, entre ellas el computador, el robot, el cerebro artificial. El desempleo estructural se disfraza con la apariencia de la futura sociedad del ocio creativo, pero, en su transfondo, es el énfasis en el lucro desmedido de gigantes monopolios tecnológicos que buscan el dominio económico

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del mundo, y hacen creer que la sociedad del ocio será el ambiente para que el hombre se concentre en sus procesos culturales al no tener que gastar la vida en procesos productivos materiales. Hermosa utopía si detrás de ella no estuviera mostrando sus ávidas garras Leviathan, como nos lo advierte Mahyr en su obra “La Nueva Distribución de la Riqueza y del Poder”. IV El incremento de los arsenales de guerra y su potencial para desencadenar una conflagración final, hecho que está al alcance del dedo de un loco, protagonizado ya en Nerón. V Los propósitos ocultos de la ingeniería genética, que aspiran a programar la combinación de los genes, en tal forma que se pueda coordinar la acción del cerebro artificial con el cerebro natural. Esta sería la etapa final de la era tecnológica, como consumación de la deshumanización. VI La ubicuidad de los mensajes de los medios masivos de comunicación, manipulados por pocos monopolios con intenciones comerciales y plenos de contenidos de agresión, sexo materialista y antivalores, utilizados como estrategias de propaganda. En esta forma, contribuyen al regreso a la barbarie, que sobrevive oculta en todo ser humano y al afianciamiento de los intereses de los monopolios tecnológicos.


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VII La absorción de la niñez y juventud por la T.V., con la implantación, en sus frescas consciencias, de imágenes incoherentes, dispersas e ilusorias y la dedicación de tiempos cada vez menores al estudio paciente, a la lectura sistemática de obras formadoras y al culto del hombre integral. VIII La desintegración de la familia, que está asociada a la desvertebración de las instituciones y consciencias, a la reciente incorporación de las madres en el mercado laboral sin los ajustes de la consciencia masculina y el abandono de la formación de los hábitos de trabajo en la niñez, vacío que ha venido a ser llenado, como un recurso de método, por la T.V. con funestos efectos. IX La ausencia de futuro que experimentan muchas consciencias y la necesidad de escape, por medio de la droga, de un mundo para el que no se sienten preparadas ni les ofrece sentido de plenitud normal humana. X Los educadores humanistas tropezamos, a cada paso, con la manipulación de la libertad individual y colectiva, ejercida por los medios de comunicación social ubicua que contrarresta muchos de nuestros esfuerzos. Los mensajes desconocen las fronteras. Han tenido la ventaja de intercomunicar los rincones más apartados, pero la desventaja de borrar la identidad de cada pueblo con su propia cultura. Esta identidad va siendo

sustituida por la cultura amorfa, que no es la sólida cultura universal de la especie, sino conjuntos de lemas, hábilmente manejados por la dictadura de los medios, a través de programas diseñados con la intención de elicitar determinadas respuestas, mediante estímulos, por multiformes, amorfas. Los medios se han transformado en instrumentos de homogenización de las consciencias de la era tecnológica.

El ejercicio espontáneo de la libertad, que era el ideal del siglo de las luces, va resultando fenómeno de personalidades excepcionales, esta invalida la democracia ideal, que Alexis de Tocqueville4 previó implantada en Norteamérica, mediante la consolidación de la dictadura de la opinión pública.

Esta dictadura existe ya, pero no como fenómeno espontáneo de la libertad, sino como fenómeno inducido por la dictadura más útil de los medios, que primero manipulan la opinión y luego hacen creer que la sociedad ha alcanzado consensos colectivos5. Esta dictadura ha generado un clima de opinión a nivel de especie que impone valoraciones tecnológicas mientras la especie clama sordamente por valores humanos.

4 Alexis de Tocqueville, La Democracia en América. 5 Jean Francois Revel, Cómo terminan las Democracias: Barcelona: Planeta 1985, pp. 18-25.


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Durante mucho tiempo se pensó que la tecnología era moralmente neutra; pero ahora estamos convencidos que algunos de sus usos son inmorales, deshumanizantes y enemigos de la naturaleza y del hábitat humano.

Tal vez ahí radican en el hombre contemporáneo síntomas de angustia, tedio, agresividad, desconfianza frente al futuro, incoherencia psíquica y apatía respecto de las impotentes instituciones políticas, las organizaciones sociales, el omnipresente estado inoperante, las tradiciones, el instinto de supervivencia y la sensibilidad ante la pobreza absoluta. Es que la era postecnológica nos está convenciendo que sólo el hecho tecnológico tiene validez, goza de estima, afianza nuevos valores y pronto generará un hombre nuevo y una nueva sociedad. Los demás valores no se tienen en cuenta en la conciencia social y se dejan a las preferencias de la conciencia individual. El predominio tecnológico aspira a ser total. Su esfera valorativa hace y hará eficaces intentos por producir lo que Ferkiss llama el hombre postecnológico. Tal proyecto se logrará el día en que la escasa familia de los astronautas se expanda y generalice. El astronauta, para él, combina la perfección del cerebro artificial con un cerebro natural sistemáticamente amaestrado para que funcione en armonía con el primero. En tal estado de desarrollo las potencias naturales trabajarán con la eficiencia de los artefactos cibernéticos. Incluso la creación artística apoyada por las máquinas poyemáticas, logrará una

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estructura lógica desconocida por los genios. Hacia esta utopía avanza una porción de científicos y tecnólogos, con el respaldo económico de las grandes potencias, y el aval de los medios tecnológicos. El sector educativo no ha logrado mantener la identidad que le es propia, para poder responder con autoridad a las exigencias de la era tecnológica. Más bien, por el contrario, ha sufrido dos claudicaciones, que lo han llevado a participar en el estado general de deshumanización del hombre tecnológico. La primera claudicación se refiere a la ausencia de educadores en la orientación del sector. Ello permitió que se transformara en un campo de invasores de otras profesiones: Hemos sido testigos silenciosos del desfile de antropólogos, etnólogos, sociólogos, sicólogos, biólogos, economistas, ingenieros y tecnólogos. Han incursionado por el sector, tratando de colonizar a los educadores, que se han sentido tan ajenos a la problemática que manejan, hasta el punto de aceptar que el proceso educativo se limita a la enseñanza; que la enseñanza es un simple manejo de estímulos previamente programados para lograr entrenamiento de esta piececilla que llamamos “hombre”, que el fenómeno educativo debe ser tratado como cualquier problema de inversión en capital humano, o como un proyecto más entre los muchos que adelanta la sociedad tecnológica. La segunda claudicación consiste en dejarse suplantar por los medios tecnológicos. Cada día se valora menos al maestro y más al medio


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tecnológico, como si en él bulleran los fermentos del hombre nuevo y del mundo mejor. Lo trágico es que esta “capitis diminutio” ha sido aceptada por el magisterio. Hace apenas medio siglo, cuando se intentó aplicar la radio a la educación, algunos educadores pensaron en la manifestación de un milagro que llegaba a hacer posible la difusión de la cultura a los iletrados más distantes de las oportunidades de aprendizaje. Fue el momento en que pulularon las escuelas radiofónicas. Luego llegó la televisión, que fue considerada la consumación del milagro tecnológico y que logró, casi repentinamente, desplazar la acción educativa de la familia; su capacidad de absorción total de la atención del niño en imágenes y mensajes dispersos, en sucesión acelerada, aunque perjudiciales para la salud física y mental de la niñez, mereció que algunos ideólogos influyentes en el sector educativo internacional llegaran a afirmar que el medio es el mensaje6. El énfasis en la importancia del medio tecnológico abrió un amplio camino a las máquinas de enseñanza y algunos educadores llegaron a subvalorar la acción del profesor y a convertirse en operarios del aparato tecnológico. Muchos equipos vendidos en los mercados del Tercer Mundo habían sido desechados en los países avanzados. Hoy están de moda los computadores, y directivos de Universidades y Colegios andan a la zaga de equipos de cómputo, motivados por el convencimiento —en ocasiones ciego— 6

M. Mcluham, El Medio es el Mensaje. Buenos Aires: Paidós, 1964.

de que sin computadores ya no es posible concebir calidad educativa. Se espera más de la interacción entre el aprendiz y la máquina, que de la interacción entre el aprendiz y el maestro, a pesar de que el principal factor de la interacción humana es el corazón. ¡Tan descorazonados andan nuestros educadores! Seguramente, en futuro próximo, cuando nuevas máquinas logren la perfección que hoy se busca, nuestros planteles educativos empezarán a exigir traductoras simultáneas electrónicas, cerebros artificiales y aparaticos poyemáticos. Maravilloso el avance de la inteligencia sobre la materia, expresado en esta carrera desbocada de adelantos tecnológicos en la conquista del espacio, en las intercomunicaciones instantáneas y en múltiples dominios, si no viniera acompañado del paulatino desalojo de los valores humanísticos, de la incapacidad del hombre para organizar su propia vida y sociedades seguras y felices, y si pudiera contrarrestar eficazmente la nueva forma de opresión tecnológica, manipulada por las sociedades avanzadas y generadora de injusticias a nivel de la especie. La dominación tecnológica ejercida por las potencias avanzadas corre parejas con la sujeción del hombre a la máquina, sujeción ciega y además lesiva del supremo derecho a la vida y a la paz, fenómeno que constituye elemento esencial en la naturaleza de la deshumanización. Una nueva redistribución de la riqueza y el poder divide al mundo en dos grandes sectores: las socie-


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dades tecnológicas dominadoras y las sociedades no tecnológicas oprimidas, cuya función en la nueva distribución del trabajo consiste en vender barato y comprar caro y luego en invertir sus escasos recursos en consumos suntuarios de productos tecnológicos extranjeros.

de carácter que lo conserva firme frente a las veleidades y al infortunio, de convicciones religiosas operativas y profundas, de grandes ideales de nobleza y entrega que encauzan la libertad, la capacidad intelectual y la acción hacia un proyecto de vida benéfica.

El humanismo es el peligroso desterrado de la era tecnológica y los educadores humanistas nos enfrentamos al colosal reto de volver a humanizar las estructuras sociales, económicas e institucionales y de tratar de reorganizar el campo desvertebrado de las consciencias, para que el hombre noerófago, por esencia, retorne a las dehesas de su espíritu. Esta ingente tarea requiere de la formación de educadores integralmente humanistas, convencidos hasta el tuétano de sus huesos de su inmensa responsabilidad y urgidos por adquirir una condensación espiritual semejante a la del padre Félix Restrepo.

No pueden ser iguales los hijos de padres en quienes brillan, en grado excelso, estas características humanas a los de familias carentes de identificación con una tradición, una cultura y propósitos de superación. Menos aún, los hijos de hogares destrozados y menos aún los hijos de hogares para quienes sólo lo tecnológico encierra valor.

3. Las forjas humanístico educativas del Padre Félix En la formación del Padre Félix Restrepo se identifican cuatro ambientes: El familiar, su contacto vivencial con la naturaleza, el crisol jesuítico y sus viajes de estudio y observación. Todos ellos forman una corona de círculos concatenados e intrínsecamente dependientes. La familia lo hizo heredero de una rica estructura genética, de tradición, de superación, de los propósitos centrales que motivan al joven a enrumbar su vida por los caminos de la cultura del espíritu, de disciplina

En Félix Restrepo confluyeron dos entronques antioqueños, preclaros por su calidad humana: Los Restrepo y los Mejía. Don Juan Pablo, el progenitor, fue autor de la monumental obra La Iglesia y el Estado, catedrático del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en las cátedras de Derecho Público, Eclesiástico y Canónico, Consejero de Estado, Rector de la Universidad Católica. El Doctor Miguel Abadía Méndez lo llamó “mi inolvidable maestro” y tomando la vocería de sus condiscípulos afirmó que “tuvimos la fortuna de recibir las austeras enseñanzas de aquel eximio coterráneo” en quien brillaron virtudes y talentos excepcionales7. Los discípulos lo llamaron “Don” Juan Pablo, título de respeto, admiración y cariño, a que se hacen 7

Miguel Abadía Méndez, Carta Prólogo al libro de Félix Restrepo, S.J., Diálogos en otros mundos. Manizales: Casa Editorial Arturo Zapata, 1936, pág. VIII.


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acreedores pocos maestros, cada día más pocos. Pero qué honor recibir el título de “Don”. Por la línea materna fue sobrino nieto de “Papá Fortis”, de quien dice el Padre Félix: “montañés vigoroso..., tronco de una de esas familias patriarcales que perpetúan en Antioquía las virtudes de la edad de oro”8. Por la misma línea materna fue primo de Epifanio Mejía a quien el Padre Félix llamó: “el penetrado de poesía”, y de quien afirmaba que cantó “con la naturalidad y maestría con que cantan en la tarde melancólica y en la alegre mañana la mirla y el turpial”... “El que no tuvo lecturas, ¿para qué? si sacaba vida e inspiración permanente de las propias entrañas de la naturaleza”9. De la infancia del Padre Restrepo no se conoce mucho. El confesó que encontró más gusto en corretear por la sabana de Bogotá que en estudiar. Quizás resulte autobiográfica esta página dedicada a Epifanio: “muchacho sano y vigoroso, se saturó Epifanio de toda la poesía que circula por nuestra tierra encantadora: las montañas azules que se pierden en lontananza señalando la ruta del más allá y el camino hacia lo desconocido; la mañana dorada y la tarde melancólica; el día esplendoroso y lleno de rumores y la noche cargada de silencios y cuajada de estrellas,... y en ese fondo palpitante de belleza, la vida humilde del hijo del trabajo...

del campesino que baña la tierra con el sudor de su frente”10. Sobre su vida familiar no he encontrado recuento. Pero la ternura con que recogió la descripción del hogar de Rufino José Cuervo hace pensar en una lembranza de su propio hogar11. Eso sí, conservó siempre el orgullo de ser antioqueño, al que describió como hombre que es por temperamento y tradición “tierno y laborioso en la paz, pero terrible e indomable en el campo de batalla. De un antioqueño fue aquella voz de mando que asombró al mundo en Ayacucho: ¡Paso de vencedores! y es esa la voz que ha de dirigir en paz y en guerra todas las empresas de este pueblo de heroico pasado, de vigoroso presente y de inmenso porvenir”12. La segunda forja de su personalidad fue el íntimo contacto con la naturaleza, contacto cuanto más deleitoso más fecundo para la estética del espíritu, contacto que el hombre de la ciudad ha perdido, con el consiguiente distanciamiento de la madre nutricia del cuerpo y del espíritu. El Padre Félix Restrepo observó la naturaleza, en conjunto y en detalle, experimentó su palpitante belleza, asoció a su culto el desarrollo del país y la amó. La amó con fruición y éxtasis. 10 Ídem. Idem. pp. 135-136.

8

Félix Restrepo, S,J. “Epifanio” en Astros y Rumbos, Bogotá. Empresa Nacional de Publicaciones, 1957, pág. 137.

9 Ídem, Idem. pág. 137.

11 Félix Restrepo, S.J. “La vida íntima de Rufino J. Cuervo”, en Astros y Rumbos, o.c., p. 263-283. 12 Idem, Ibiden pág. 174.


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Frente a muchas de sus páginas, el lector se detiene a imaginar al muchacho vigoroso, juguetón y maquetas, en contemplación de los amaneceres, los mediodías luminosos, las montañas azules, los atardeceres nostálgicos y sobre todo las noches, en que se perdió a través de sus Diálogos en otros mundos el pensador adulto, en silenciosa adoración del creador de las constelaciones, reconociendo su propia pequeñez y las limitaciones del hombre. El contacto del joven con la naturaleza se fija para siempre en su consciencia y condiciona su sensibilidad espiritual. Ya Horacio había observado que el ánfora guarda por mucho tiempo el aroma del primer olor que recibe: “Quod semel est imbuta recens servabit odoren testa diu” En frase breve, pero extraordinariamente densa, el Padre Restrepo sintetizó sus relaciones con la naturaleza, al exclamar: “Resplandor del orden llamó San Agustín ese algo divino derramado en la naturaleza y que atrae y cautiva nuestras miradas, nuestros sentimientos y nuestros amores; nosotros, en esta lengua de Castilla, la llamamos belleza”13. El alma del Padre Restrepo no era la de Epifanio, que dedicó su vida a cantar la naturaleza. La suya, en concepto de Lucio Pabón Núñez, iba por otros caminos: “Volaba muy alto y veía plenamente desde muy lejos. 13 Idem, Ibidem, pág. 352.

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Realizaba en grande y en todos los terrenos y en todos los momentos... Hombre de acción, sí; de gigantesca, de arrebatadora acción; pero también hombre de pensamiento”14. El adolescente maduraba su proyecto de vida, al estilo de San Francisco de Borja, quien un día no quiso servir más a señor que se pueda morir... “Qué hará el hombre, se preguntaba el joven Restrepo, ante toda esa belleza, que apenas se presenta, huye?”. Unos la aprisionan en el arte, corno Epifanio, pero esos monumentos más perennes que el aire también son perecederos. No es extraño que quien mira con cierta nostalgia la fragilidad del mundo sienta que en su camino “se interpone... un ideal religioso... y el joven lo deja todo para continuar en más altas esferas y con más nobles fines su actividad”15. Siendo estudiante de Bachillerato, en el Colegio de San Ignacio de Medellín, solicitó su ingreso en las milicias de la Compañía de Jesús; fue el único novicio con que, en ese momento, contaba la orden en Colombia. Con este paso trascendental entró en su tercera forja formativa, que preferimos llamar el crisol jesuítico. En él, fue sometido a la rigurosa paideía que caracteriza, es decir, 14 Lucio Pabón Núñez, Félix Restrepo, S.J. Educador y Humanista. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1979, Pág. 15. 15 Félix Restrepo, S.J., Astros y Rumbos, o.c. pág. 271.


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que da carácter al nuevo soldado de Cristo. Las constituciones de la Compañía fueron cinceladas con el expreso propósito de dotar a la Iglesia de una milicia para la que “más vale un acto intenso que mil remisos”. Este principio es un reto formidable para el joven que todo lo ha dejado precisamente para hacer con su vida un proyecto intenso, un proyecto grande para la mayor gloria de Dios. En este crisol de elevada temperatura espiritual, las escorias de la personalidad son sometidas al horno crematorio de los Ejercicios Espirituales de un mes y en él se inicia la aliación del amor a Cristo con el ideal de grandeza y calidad humanas. Terminado el noviciado y sus pruebas, el joven Restrepo inició sus estudios humanísticos, con tal concentración y rendimiento, que en 1949, en un recuento de su vida, pudo afirmar: “todas las materias que estudié me fueron fáciles; pero mi espíritu se inclinaba más a la acción que a la especulación”16. Es que él fue un hombre antropotécnico. En el Padre Restrepo se encuentran páginas, que bien pueden ser interpretadas como autobiográficas. A propósito de la juventud de Rufino J. Cuervo dice: “Buscar la verdad, penetrar en los secretos de la formación y desarrollo de las lenguas, conocer hasta en sus más ínfimos detalles el complejísimo organismo 16 Félix Restrepo, S.J., «Explicación necesaria», en Boletín del Instituto Caro y Cuervo. T.V. 1949, pág. 550.

de una lengua viva o muerta, comparar el lenguaje culto con el lenguaje popular, hacer la historia gramatical de cada palabra y mostrar por medio de qué partículas se une a las otras partes de la oración para formar cláusulas castizas, señalar las causas que producen desviaciones en el uso de giros y vocablos, mostrar la lengua imperial de Castilla en toda su pureza, hacerla amar a los 20 pueblos que la recibieron como herencia gloriosa y evitar si fuera posible el que se fragmente en muchedumbre de dialectos”17. Latín, griego, español, alemán, francés, inglés. De los 17 a los 21 años, el joven jesuita penetró ansioso por estos laberintos de los idiomas. El junior Restrepo fue uno de los más ávidos estudiantes de Deusto, convencido como dice que lo estaba de que “el conocimiento de los idiomas nos abre anchísimas ventanas para ver más mundo y verlo mejor”18. Después del estudio de las humanidades, vinieron los años dedicados a las ciencias, la filosofía, la educación, la teología y la especialización en pedagogía. De su avidez intelectual habló en muchas oportunidades y en diversas épocas de su vida. Ya, en 1915, decía: “Dios dejó al hombre la sed de ciencia, esa insaciable curiosidad innata que mueve al niño a preguntarlo todo; que sostiene al varón estudioso en sus largas vigilias, en sus pacientes ensayos, en sus costosos 17 Félix Restrepo, S.J. Astros y Rumbos, o.c. p. 271-2. 18 Félix Restrepo S.J. Carta a Lucio Pabón Núñez, Madrid, 1960, en L.P.N., o.c. p. 17.


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éxitos, en sus frecuentes fracasos, y que aún en la ancianidad mantiene la lámpara del espíritu encendida”19. Y remata su confesión con esta frase lapidaria: “Hay en nuestras almas un ansia de saber que nunca dice: ¡Basta!”20. Y en 1960, previendo su muerte, escribió: “Mi vida ha sido fecunda. Me encuentro rico en los momentos de emprender el viaje sin regreso”21. El crisol jesuítico, cuya fecundidad hay que evaluarla por la calidad intelectual de las multifacéticas milicias ignacianas —sus teólogos, sus filósofos, sus científicos, sus políglotas, sus escritores, sus educadores, sus misioneros, sus empresarios, sus creadores de obras sociales— es un crisol que combina la rigurosa disciplina intelectual con las inclinaciones vocacionales de cada uno de sus miembros. Al joven jesuita se le somete a las más variadas disciplinas intelectuales, no con el propósito de lograr un erudito, sino con una estrategia calculada para que la avidez de superación intelectual pueda elegir con plena consciencia su campo de especialización. Combina rigor científico y uso de la libertad. Permite que el fervor religioso se fusione con el fervor intelectual y que, con cincel en mano, cada quien vaya modelando su propio Moisés.

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El Padre Félix Restrepo, quien había demostrado capacidades filológicas sobresalientes en la elaboración de la Llave del Griego, en asocio con el Padre Eusebio Hernández S.J., obra terminada cuando sólo contaba con 22 años de edad, fue apoyado por la orden para realizar un Doctorado en Pedagogía en las Universidades de Colonia y Munich, y su tesis fue laureada. Desafortunadamente no la conocemos en Colombia. En esta oportunidad multiplicó sus viajes de estudio y observación en varias Universidades de Alemania, Inglaterra, Francia. Anteriormente había tenido un Doctorado en Filosofía en la Universidad de Valkemburg (Holanda) y el Doctorado en Teología en Oña (España). En 1949, el Padre Restrepo confesó que su paso por las Universidades holandesa y alemanas le había ayudado a adquirir rigor metodológico en su trabajo intelectual gracias a los “métodos científicos de aquel gran pueblo alemán, que se habían ya impuesto en la república de los sabios. Aplicación de ellos fue la obra El Alma de las Palabras: Diseño de Semántica General, que acabé en 1911, aunque no se publicó sino en 1917”22.

20 Idem, Ibidem.

El fruto de un viaje depende de quien lo haga. En 1915, en discurso a los bachilleres del Colegio San Pedro Claver, decía a propósito de un viaje del Sabio Caldas: “En todo encuentra el sabio motivo de placer, porque en todo encuentra modo de aplicar sus conocimientos. A un

21 Félix Restrepo, S.J., Entre el Tiempo y la Eternidad, Ed. Voluntad. Bogotá, 1960, pág. 21.

22 Félix Restrepo S.J. “Explicación necesaria”. o.c. p. 551.

19 Idem, Ibidem.


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hombre vulgar se le ofrece un viaje: va y vuelve tan ajeno a lo que pasa en torno suyo, como vienen y van las mercancías. Pero que el viajero sea Boussingault, la Condamine, Humboldt, Klaproth. Para ellos tiene su festín servido en todas partes la próvida naturaleza... Para ellos no pasan sin pagar su tributo de alegría, ni el ligero insecto, ni la tempestad estrepitosa, ni las tristes ruinas, ni la fiera que amenaza, ni el volcán que ruge”23. Para el Humanista educador Padre Félix los viajes fueron festín para aprender idiomas, transcurrir por los entrecruces de la lingüística indoeuropea, penetrar en el rigor de los métodos científicos, obtener títulos académicos, ponerse en contacto con personalidades de la comunidad científica, acudir a museos, librerías y academias, observar avances, compartir con quienes sólo viven la vida cotidiana con miras a ampliar su visión del hombre, de las culturas y de las sociedades, calcular modificaciones educativas y culturales para una Colombia mejor. Sus viajes, además, fueron la ocasión para difundir sus inquietudes intelectuales y su humanismo integral, a través de conferencias, diálogos y escritos. Viajó mucho y por doquier llenó ambientes con su simpatía, inteligencia, buen tacto, humor y plenitud de vida. Él no fue de aquellos que van y vienen como vienen y van las mercancías.

23 Félix Restrepo S.J., “Los Frutos de la Ciencia”, en Astros y Rumbos, o.c. pág. 20.

4. Félix Restrepo Humanista Integral Precisar el concepto de humanismo, o como dijo Tomás de Aquino de “Humanitas” es ya un problema. Abordar el humanismo integral son dos problemas. Como cualquier problema, siempre nutrido con raíces en varios dominios, éstos enraízan en la teología, la filosofía y la ciencia. En tales circunstancias, permitidme dar unos tímidos pasos introductorios al humanismo integral del Padre Félix caminando de la mano de filósofos contemporáneos, que han expresado especial preocupación por la integración de la consciencia y del saber de esta criatura humana que parece avanzar hacia la desintegración de su energía, la super-especialización del saber con pérdida de la visión global y el desmedro de su humanitas. Uno de ellos, Henry Bergson24 pensó que el hombre integra su consciencia y su saber por los polos de atención que fije su propia vida. La vida para él “C’est I’atention á la vie”. La vida, consciencia y conocimiento, se integran cuando se concentra, en lo cotidiano y en lo especulativo, la atención sobre un polo de interés pero se desintegra cuando se dispersa y disipa en vida incoherente, en vida sin polo absorbente de atención. El Padre Félix decía, en este contexto: “el verdadero sabio ignora la pereza, pues la vida le parece corta 24 Henry Bergson. París: Puf, 1961.


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para recorrer el vasto horizonte que a sus ojos se abre, ni sabe de envidia, porque ésta es pasión de los que carecen de mérito”25. En el vasto horizonte de atención a la vida se distinguen de inmediato dos grandes polos de interés: uno global, comprensivo, envolvente, que es el que preocupa al humanista integral; otro parcial y especializado que es el que preocupa al técnico, incluido el humanista técnico. Edmund Husserl26, en mi opinión, el más eminente filósofo de este siglo, observó que cualquier objeto que atraiga la atención de la vida posee tan complejo conjunto de relaciones —que él dominó los escorzos del objeto— que dichas concatenaciones se extienden ad infinitum, resultando prácticamente imposible una integración definitiva del conocimiento. Por eso él desechó el concepto de esencia e introdujo el método combinado de la descripción de los fenómenos y luego de su reducción eidética cuyo resultado es una esencia no de validez universal, come la que buscaron Platón y Aristóteles sino de validez subjetiva. Entre muchos interrogantes sobre el conocimiento, que Husserl dejó sin solucionar, este de la integración de la consciencia y del conocimiento mereció la atención y la dedicación de la vida de uno de 25 Félix Restrepo S.J. «Los frutos de la ciencia», o.c. p. 20. 26 Edmund Husserl, passim, pero puede verse meditaciones cartesianos, Ed. Publicación de la Revista de Madrid, 1942.

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sus más prominentes discípulos, Mauricio Merleau-Ponty. En su obra L’Estructure du comportement27, orientó sus análisis a los mundos de significación del ser humano. De muchos planos de significación logró reducir tres: el mundo físico, el mundo biológico y el mundo humano, pero presentaban para él una concatenación tan profunda que le resultaba imposible entender los fenómenos de uno de ellos independientemente de los otros. En este punto podemos formular la pregunta inquietante: ¿Cuál es el hilo conductor que relaciona y concatena los mundos de significación? Esta pregunta sobre “el ser de los seres” o en la enigmática frase de Aristóteles “t0 wν legetaι Pollacwζ”; “el ser se dice de muchos modos”, había sido preocupación central de la filosofía griega, a lo largo de todo el proceso de su desarrollo. Son conocidas las teorías elaboradas por presocráticos y post-socráticos sobre este problema. Con su formidable penetración, Aristóteles elaboró la teoría de que el hilo conductor ubicuo de todos los seres es la energía, definiendo incluso a Dios como el motor inmóvil. Sabemos que con el correr de los siglos posteriores al Estagirita se introdujo un doble concepto de energía: La espiritual y la material. Este dualismo rompió el hilo conductor, que en un momento trató de integrar todos los planos de significación a partir de un concepto integrador global.

27 Mauricio Merleau-Ponty. L’Estructure du Comportement. París PUF 1963.


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Teilhard de Chardin28 retomó el concepto aristotélico de energía y lo volvió a reducir a su monismo original, pero sobreponiendo a los tres planos de significación de MerleauPonty un cuarto, el de Cristo o punto omega de la evolución y fue a partir de este cuarto plano teleológico de donde derivó su tesis central de que todos los seres son producto de la mayor o menor complejidad de la evolución de la energía espiritual, negando así no sólo el dualismo ontológico sino invalidando el materialismo dialéctico. Oíamos hace un momento la confesión del Padre Félix sobre su dominante inclinación al mundo de la acción y su menor apetencia por lo especulativo; sin embargo, la interpretación del fenómeno humano como producto de la evolución de la energía espiritual lo sedujo. Nos narra Lucio Pabón Núñez: “Otra vez me dijo, para corregir mi demasiado apego a las tesis antievolucionistas, y aconsejarme el estudio de Teilhard de Chardin: Hay que dedicar mucho tiempo a la ciencia y hay que estar repasando, pues los sabios no pocas veces se equivocan y sus tesis se modifican o cambian del todo”29. El Padre Restrepo, sin elucubraciones metafísicas, integró su humanismo, al igual que Teilhard de Chardin, en la figura de Cristo. Frutos de esta visión global, donde los mundos físico, biológico, humano y cristiano adquieren la concatenación del humanismo integral son sus 28 P. Teilhard de Chardin, passim, pero especialmente en El fenómeno Humano. 29 Lucio Rabón Núñez, o.c. pág. 17.

libros Diálogo en otros mundos, Entre el Tiempo y la Eternidad, su conferencia “El gran Drama de la Humanidad”, sus discursos “Marco Fidel Suárez, Hombre de Cristo” y “Dios en la Historia”30. Al hablar de la historia humana, se expresa así: “Es drama, es tragedia, es idilio, es elegía, es canto triunfal, grandiosa por todos sus aspectos. El autor es Dios; personajes todas las personas racionales y también ideas abstractas, como en los famosos autos sacramentales: La vida y la muerte, el bien y el mal, la culpa y la expiación, la lucha y la victoria. El escenario se extiende por todo el haz de la tierra y el desarrollo llena todos los tiempos. Pero así como en un pequeño mapa fotográfico del cielo estrellado se ven, de un golpe de vista, millares y millones de soles y centenares de sistemas como el de nuestra vía láctea... Así también, en una breve síntesis, puede contemplar nuestro entendimiento la imagen perfecta de lo que ha pasado y pasará en la sucesión de los tiempos”31. Dios y Cristo, fuentes inexaustas de la energía espiritual, constituyen para el Padre Félix el supremo plano de significación; luego viene el hombre, y a él sigue el mundo 30 Félix Restrepo, S.J. Diálogo en otros Mundos, o.c., Entre el Tiempo y la Eternidad, o.c. “El gran drama de le Humanidad” y “Marco Fidel Suárez, Hombre de Cristo”, en Astros y Rumbos, o.c. pág. respectivamente 354-377 y 433-443 “Dios en la Historia”. Ibídem, págs. 323-336. 31 Félix Restrepo, S.J. “El gran Drama de la Humanidad”, o.c. pág. 355.


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biológico —la naturaleza viva que tanto lo cautivó— y el mundo físico, al que dedicó páginas admirables, sobre todo las de Diálogos en otros mundos y su discurso “Los frutos de la Ciencia”. En el plano de significación del hombre, fue atención primordial de su vida, la comunicación por la palabra, la lingüística y la semántica, el castellano imperial, que muestra al humanista técnico, al sabio semiólogo y al crítico del idioma. Otra preocupación palpitante de su mundo humano fue la organización social y el porvenir de Colombia. Por ello, algunos de sus mejores conocedores lo caracterizan como el educador social. El Dr. Abadía Méndez le escribía al Padre Félix: “Derechos muy fundados tenía V.R. para aspirar a recoger la legítima sucesión del Señor Suárez”32, y el Dr. Horacio Bejarano afirmó con convicción: “A buen seguro que como filólogo habría igualado si no superado al sabio Cuervo”33. Al familiarizarse con su obra no se puede dudar con fundamento de que el Padre Félix es uno de los más grandes humanistas de Colombia e Hispanoamérica. Toda esa densidad espiritual de los cuatro planos de significación concatena el perfil del humanista integral que fue él. Esta síntesis de su perfil no es más que un rasguño superficial de una veta profunda, mucho más profundamente huma32 Miguel Abadía Méndez. o.c. p. XVI. 33 “El padre Félix y su estirpe antioqueña”.

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nista y mucho más compleja que la hasta aquí pergueñada. Desafortunadamente el tiempo disponible no nos permite profundizarla. 5. El Educador integralmente Humanista Expusimos, anteriormente, la contradicción a que ha llevado al hombre contemporáneo la era tecnológica. Esta contradicción se puede sintetizar así: Las sociedades que están en la frontera tecnológica han convencido a las que no lo están que lo tecnológico es lo válido, porque del hecho tecnológico se espera el surgimiento del hombre nuevo. Pero tal hombre nuevo llega con la libertad condicionada por todo el aparato tecnológico y amenazado de “deshumanización”. Se tiende a producir una historia humana mecanizada, lo que equivale a una historia sin hombre, con nuevos sujetos históricos que se llaman “cerebro artificial”, “ingeniería genética”, “robots” y “computadores”. Aclaramos que la contradicción no puede ser situada en el hecho tecnológico sino en el uso deshumanizante de la tecnología. Existe una iniquidad en el manejo de los fenómenos tecnológicos superior a todas las iniquidades conocidas por la humanidad, que pudiera formularse así: Las opresiones anteriores padecidas por la humanidad eran superables por una toma de consciencia y leyes correctivas. Algunas opresiones perduraron por siglos, como la esclavitud. Pero fue abolida por normas racionales. El manejo tecnológico opresivo se expresa por la calificación y trato


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de parias que se da a las sociedades tecnológicamente retrasadas. La brecha tecnológica no se soluciona sino por un lento proceso educativo. Pero cuando los países retrasados alcancen el nivel que hoy tienen los países avanzados, ¿dónde irán estos últimos? La brecha, en vez de disminuir, habrá aumentado. El Padre Félix Restrepo fue plenamente consciente de la brecha tecnológica existente en el momento que le tocó vivir. Pero él pensó, en algo así como pensadores posteriores han llamado “la distribución internacional del trabajo”. En tal distribución, parece haberse preguntado, ¿qué papel corresponde a Colombia? Esta pregunta está sugerida en muchos de sus discursos. La respuesta la podemos encontrar en la orientación que le dio a su vida como educador integralmente humanista y a su fornida y optimista posición de educador. En 1929 dijo en su discurso de clausura en el Colegio de San Bartolomé: “Nuestra patria, en todos los órdenes de la actividad humana, se encuentra incipiente: ¡Qué enorme campo de acción para la juventud colombiana! No el lamento estéril de nuestro atraso, sino el estado propio de una república que es de ayer, comparada con los adultos pueblos del viejo mundo. No el pesimismo agobiador que quisiera quitarnos la fe en el porvenir, sino el optimismo franco y sincero, la clara consciencia de que somos dueños de un gran patrimonio, y que estamos llamados a ocupar un puesto muy aventajado en el concierto de las naciones, si por nuestro esfuerzo nos hacemos

dignos de él”... “procurando desempeñar con la mayor perfección posible, y sin ahorrar esfuerzo, el cargo que corresponda en la división providencial del trabajo”34. El educador integralmente humanista le fija metas a la Patria. La primera la expresó así: “Patria Colombia: si quieres ser grande y próspera, conserva tu fe como tu tesoro más preciado; adora a Dios que tantas riquezas naturales ha derramado en tu suelo y tantas virtudes ha plantado en el corazón de tus hijos”35. El educador integralmente humanista, que siempre lo fue, presentó a sus estudiantes de Bucaramanga, en 1915, esta síntesis: “Si queremos tener patria próspera, floreciente y grande, es necesario que nos apliquemos al estudio y al trabajo, que descubramos las secretas virtudes que encierran las plantas de los bosques... que aprendamos a conocer y aprovechar el enorme tesoro de minerales que Dios escondió en las entrañas de Los Andes; que encaucemos por vías más racionales la agricultura y la ganadería; que convirtamos en potencia eléctrica la agreste actividad que bulle en los mil torrentes de nuestras montañas; que la física active el progreso con sus prodigiosas invenciones; que la química 34 Félix Restrepo, S.J. “La Aristocracia del Trabajo”, en Astros y Rumbos, o.c. págs. 74 y 76. 35 Félix Restrepo, S.J., “La Prosperidad en el Reino de Cristo” Discurso de 1927, en Astros y Rumbos, o.c. pág. 70.


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funde la industria nacional, y las matemáticas den base sólida a la investigación científica. La sociología, en tanto, rica con la experiencia adquirida en las naciones europeas, se adelantará a prevenir los males que en el viejo continente han resultado de la injusticia del rico y de la corrupción del proletario; las ciencias médicas realizarán honda y benéfica labor en los ámbitos todos de la patria, saneando tierras, descubriendo el origen y aplicando el correctivo a los males endémicos y las deformaciones orgánicas, propagando nociones y prácticas de higiene... vigorizando, en una palabra, la raza y conservando la vida de los soldados del progreso; en tanto que la pedagogía fundada sobre bases científicas preparará cada día más fuertes, más sabias, más virtuosas generaciones a la patria. Entonces no habrá ciencia que no tenga fervorosos cultivadores y tal vez geniales obreros en Colombia. Los mundos que anunciando la gloria de Dios ruedan majestuosos sobre nuestras cabezas, y la pequeña célula que encierra el secreto de la vida, llegarán a través del telescopio y el microscopio a abrir al pensamiento nuevos horizontes; profundizará el genio filosófico, adquirirá el lenguaje nuevo brillo, las bellas artes entonarán a una el himno del progreso, y la reina de las ciencias, la sublime teología, pondrá a los pies del altísimo las pacíficas conquistas del pueblo colombiano”36.

36 Félix Restrepo, “Los frutos de la Ciencia”, Discurso de 1915 en el Colegio de San Pedro Claver, en Astros y Rumbos, o.c. págs. 2425.

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¿No es cierto que esta página sólo puede surgir, con igual fuerza y coherencia, de una consciencia que ha integrado los cuatro planos de significación, que nos presentaba el humanista integral, y que el educador es aquel mismo humanista? Aquel discurso de 1915 se vino a plasmar en la Universidad Javeriana que, con su colaboración primero y luego bajo se rectoría comenzó en 1933 y contaba en 1947 con 14 facultades. La Revista Semana, dirigida por Alberto Lleras Camargo, se expresaba así: “A los 60 años son pocos los colombianos que conservan la prodigiosa energía juvenil de este sacerdote”... “El Padre Félix Restrepo es un combatiente... Es extraordinario que en las últimas semanas el Padre Restrepo no se haya enfrentado a una nueva discusión sobre la universidad, a una polémica de prensa, a una disputa ajena a la fundación javeriana... El lingüista, el académico, el historiador, el filósofo se bate como un soldado, y con los bríos de un estudiante. Es el polemista de 1913. El periodista de Razón y Fe, es el militante de la Iglesia...” Aparte la grandeza y prestigio que traiga a la Iglesia y a la sociedad su tarea creadora, la república tendrá siempre en ese espíritu jovial y animoso un servidor incomparable, y un creador de instituciones de indiscutible utilidad para sus compatriotas”37. El Padre Félix poseyó una cualidad que desafortunadamente es rara en los educadores: Tuvo visión 37 Revista Semana, “El Rector de la Javeriana”, 19 de abril de 1947. págs. 26-27.


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de estadista, porque miró a lo lejos, pero con visión de detalle; observó la totalidad de la vida en curso y de la patria incipiente en todos los órdenes de la actividad y dirigió su acción educadora a ponerle infraestructura sólida a sus grandes ideas. Por ser verdadero estadista, fue creador. Y en la cotidianidad de la tarea pedagógica, le imprimió a la juventud ánimo y aliento para que cada joven, en el ámbito de su propia vocación, extrajera el Moisés latente: “He aquí jóvenes queridos, decía en 1940,... ved cómo no es esta hora propicia para el ocio y para la vida regalada, sino que al contrario nuestra patria exige de cada uno de vosotros el máximo rendimiento de su energía creadora”; esta fue constante invitación a la juventud para sacar de adentro con convicción, claridad de propósitos y esfuerzo paciente, su yo escondido, y ponerlo luego al servicio, no de intereses egoístas, sino del desarrollo de la patria. El Padre Félix es una cantera inagotable para los educadores colombianos, porque fue un educador integralmente humanista. 6. Un precursor de la era antropotécnica Esta etopeya del Padre Restrepo tiene una peculiaridad: no nos lleva a concluir sobre un personaje del pasado, sino sobre un personaje del futuro. En este mundo tecnológico deshumanizado, su humanismo integral nos demuestra que si en una personalidad pueden sintetizarse humanismo y tecnología, en una sociedad se puede lograr igual síntesis. Mirado en ese foco real y proyectivo, el Padre Félix se nos

presenta como un precursor de la era antropotécnica. Si brecha honda y ancha nos separa de los avances de la tecnología, ¿no será posible que en la nueva distribución de la riqueza, del poder y de las funciones, en un mundo que hacia allá tiende, los educadores colombianos trabajemos por una Colombia que asuma como tarea de propia responsabilidad la función de regresar al humanismo integral? La tarea es ardua, pero si la definimos en términos precisos y con voluntad decidida, ¿no le podremos aportar a la especie la vuelta al hombre, la reafirmación de la “humanitas”, la revaluación del humanismo integral? Colegas educadores, con todo el corazón os invito a que nos sumemos al Padre Félix Restrepo como precursores de la era antropotécnica. Toda acción transformadora exige algunos requisitos: claridad de propósitos, decisión de la voluntad, trabajo, entrega, y como base fundamental el compromiso serio de nuestro ser integral. Permitidme finalizar estas palabras de homenaje al eximio maestro, Padre Félix, con una página lírica que titulé El Drama de la Fecundidad, el cual, como en los autos sacramentales, tiene por actores nuestro compromiso y las potencias de nuestro yo oculto, y por escenario un yermo inauténtico y estéril, pero urgido de esperanza. Con el imperio, en que resuena el silencio cansado de los siglos, la voz


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del compromiso inició sus mandatos germinales. — ¡Conviérteme, corazón, la esterilidad en tierra fértil! — Voz del compromiso, repuso la potencia dispersa, no tengo abono, ni manera de traer de lejos el humus generoso, de otra tierra. — No pienses en otra tierra, ni en traer. El humus y los abonos están en ti. ¡Ábrete las arterias del amor, hasta la cuarta generación, que tu sangre es rica en fertilizantes! Y aquel desierto duro por la deshumanización, vacía de verbo, pródigo en egoísmo, se fue cubriendo de hierro, nitrógeno, fósforo y demás fertilizantes. Fue negro de sangre y suave como piel de uva. Cayeron en él las simientes del amor, que son siempre las primeras antes de cualquier otra siembra. La soledad se estremeció. — Quiero dos fuentes claras, fértiles y abundantes, ordenó a la voluntad. — ¿De dónde las traeré, oh voz del compromiso, si jamás han llovido en esta tierra las aguas que me pides, y distancia enorme nos separa de las quebradas y los ríos, que fecundan más allá otras regiones? — ¡No sigas pensando en aguas lejanas! ¡Llora! ¡Pródigamente llora hasta la cuarta generación, que es del fontanar de tus carúnculas lagrimales de donde deben brotar las fuentes que yo pido! Y de los ojos matutinos y alegres de la pequeña potencia brotaron dos

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manantiales de amor y entrega, que bañaron la tierra desértica, formaron bulliciosas cascadas y serpearon por los contornos que señalara la voz del compromiso. También la soledad estremecida lloró. — ¡Planta un huerto que mane leche y miel! ordenó al cerebro y a su extensión el brazo. — ¿Dónde obtendré las semillas, oh voz del compromiso, si los vientos y las hondas que portan las simientes fecundas no llegan de las regiones distantes a esta tierra? — ¿Es que tú también esperas las semillas fecundas de tierras extrañas? ¡No te engañes! Las únicas semillas fecundas esperan al fondo de tu masa encefálica. ¡Extráelas, con esfuerzo creativo, durante cuatro generaciones, convencido de que allá, en lo íntimo de ti, existe profusión de símbolos-simientes! Y al poco, huerto extendido en plexo, como todos los que planta el método, fue albergue de trinos sonoros. De las ramas pendieron frutos de los que destilan miel; en las praderas los copiosos ganados manaron leche; un cielo diáfano de paz y una atmósfera oxigenada por la abundancia y el amor urgieron más y más la fecundidad del yermo trocado en paraíso. La vida hirvió en lo que fuera soledad desértica. Complacida la voz del compromiso exclamó: — El paraíso perdido es sólo un símbolo de lo que está por venir. La


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tierra se hace dura y yerma por la esterilidad del egoísmo. Pero ella da de lo que recibe. ¡Potencias dispersas de la criatura humana, qué esperáis inútiles, si el problema humano está en lograr la síntesis del amor! ¡Hombre! maravilloso soplo del espíritu, minúsculo verbo, potencia creadora, continuarán por siglos manando tus arterias, brotarán nuevas fuentes de tus lagrimales y de tu masa encefálico seguirán cayendo símbolossimientes.

Colombia, cuna de los sueños del Padre Félix Restrepo, si la especie ha acumulado tesoros de grandeza, ¿por qué tú no lo podrás? Decídete a echarte a la espalda la comporta, que nosotros, tus educadores aunados, nos comprometemos a la tarea de llenarla con la abundancia de la vendimia que espera la humanidad hoy en la encrucijada o de la tecnología deshumanizante y fatal o de la era antropatécnica, humanizada y coherente.


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HOMENAJE DE LA ACADEMIA COLOMBIANA AL PADRE FÉLIX RESTREPO, S.J. Manuel Briceño Jáuregui, S.J.*

Imperdonable sería para la Academia Colombiana no celebrar con la mayor solemnidad el I Centenario del nacimiento del insigne Padre Félix, a quien tanto debe esta Corporación. Por mi parte, seré muy breve para no restar interés a los actos preparados, en especial a la magna oración, como esperamos, del vocero hoy de la Academia, monseñor Rafael Gómez Hoyos. Porque mi oficio en esta ocasión es tan solo ambientar el acto al cual estamos asistiendo y exponer la razón de haber escogido la presente fecha.

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Palabras del Subdirector de la Academia, en la junta solemne del día 6 de agosto de 1987. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 18871987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

Desde su nacimiento la Academia Colombiana de la Lengua “se arrimó a la tradición de la vieja Santafé”. El 10 de mayo de 1871 se reunieron amigablemente don Miguel Antonio Caro y don José Manuel Marroquín, invitados por don José María Vergara y Vergara, quien les comunicó que había conseguido él en Madrid, el año anterior, que la Real Academia Española diera un acuerdo por el cual autorizara la creación de academias correspondientes en los pueblos de habla castellana. La idea les entusiasmó y luego, reunidos en junta preparatoria, sentaron las bases, número y fecha de la futura Academia. Convinieron inicialmente en que fueran doce miembros “como conmemorativo a las doce casas que los conquistadores reunidos en la llanura de Bogotá


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el 6 de agosto de 1538, levantaron como núcleo de la futura ciudad. Poco después se acordó —dicen las actas— “que la sesión solemne de instalación fuera el 6 de agosto de 1872, fecha que se adoptó por clásica, como aniversario del establecimiento de la lengua”. Hasta aquí las actas. Desde entonces la Academia Colombiana celebra un acto solemne en este día. Es la razón de haberla preferido este año para conmemorar el fausto Centenario del esclarecido Padre Félix, cuya fecha exacta se cumplió el pasado 23 de Marzo. Antes de seguir, sin embargo, ante los antiguos discípulos y admiradores y amigos y colegas del jesuita, que lo conocieron tan de cerca, y ante la juventud que nos escucha, quisiera descubrir una veta oculta que no se ha tratado hasta ahora y que daría tema para hacerlo con amplitud en otra oportunidad. Me limito a exponer con sencillez, sin comentarios, ciertas curiosidades muy humanas que hay en el archivo privado de la Compañía de Jesús, algunos papeles, cartas y apuntes que guardaba el Padre, ordenados por él mismo con exquisita pulcritud, separados por temas, fechas y títulos varios que en medio de sus múltiples actividades y apostolado educativo, literario y sacerdotal, muestran a su vez preocupaciones, luchas, inquietudes, incomprensiones y logros admirables, y nos revelan otra fase íntima de su rica personalidad, quizás desconocida.

Menciono únicamente lo que por el momento más nos interesa, uno de los grandes cuidados y desvelos de su alma: la Academia de la Lengua. Doce nutridos legajos con rótulos de guía tales como Academia, Ateneo, Instituto Caro y Cuervo, Colombianismos, Comisión de Academias, Neologismos, Instituto de Cultura Hispánica, Centro Andrés Bello, Colegio Máximo de Academias y otros dan idea de su laboriosidad, fuera de numerosas papeletas manuscritas, recortes de periódicos y aún apuntes de lenguaje. Al hojear ese archivo de memorias parecen desfilar colores y al vivo personajes, escenas, tenacidad, visión futurista inteligente, con las vicisitudes que han debido afrontar estas corporaciones culturales, los Congresos del Idioma y aun las mismas sedes o edificios donde funcionan. Pero de esto último tratará con maestría Monseñor. Vengo al programa de hoy. Lo primero, tengo que lamentar que, por motivos de edad y de salud, no esté presidiendo este acto de homenaje al Padre Félix el señor Director de la Academia doctor Eduardo Guzmán Esponda quien precisamente le sucedió en el honroso cargo ejercido varios años por el Padre Restrepo, de feliz recordación. Pero son azares de la vida cotidiana. Escucharemos en seguida el acostumbrado informe del señor Secretario, un extracto de las actas del último año, lectura que va a situarnos en medio de las actividades de la Academia que tanto debe, en


MANUEL BRICEÑO JÁUREGUI, S.J.

vitalidad y robustez, a aquel sabio sacerdote cuya memoria recordamos. Esporádicamente Dios, como Soberano Sembrador, arroja en las naciones esos genios salvadores que despierten la inteligencia y aliente el espíritu de los jóvenes hacia el progreso, al estudio y a la acción. Luego oiremos la proclamación pública del ganador o vencedores en el certamen culto del Concurso

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de Filología Félix Restrepo (19861987), que servirá de estímulo mayor a los investigadores y estudiosos de la patria y de cualquier nación que aprecie nuestras letras. Y así llegaremos, con Monseñor, a la culminación del Centenario y del acto de hoy, aristocrático por los selectos concurrentes y amigos, cuya presencia agradece sinceramente la Academia Colombiana de la lengua.



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EL PADRE FÉLIX RESTREPO Y LA ACADEMIA COLOMBIANA Monseñor Rafael Gómez Hoyos* Hoy nuestra Academia, al cumplirse un año más de su fundación celebra jubilosamente el centenario natalicio de su glorioso restaurador, el Padre Félix Restrepo. Uno de sus primeros fundadores escribió bellamente el significado de las fechas que solemos conmemorar a lo largo del tiempo fugitivo. Un aniversario —dijo don José Manuel Marroquín— es un día escogido para hacer reaparecer lo que ha perecido, para olvidar el olvido, para hacer vivir lo que estaba muerto, para borrar la distancia que el tiempo ha extendido entre nosotros y lo que se ha acabado... En las solemnidades en que festejamos los *

Discurso pronunciado el 6 de agosto de 1987, durante la sesión solemne que celebró la Academia Colombiana en homenaje a su restaurador. En Padre Félix Restrepo, S.J., Centenario 1887-1987. Bogotá, Homenaje de Editorial Voluntad, S.A., 1987.

sucesos gloriosos, los arrancamos de la historia y los traemos hasta nosotros para regocijarnos por ellos, como si estuviéramos viviendo en el día en que ocurrieron, o más bien, como si ese día fuese el mismo en que lo estamos conmemorando. Los Anales de Tácito recuerdan las palabras del filósofo cordobés Séneca cuando estaba moribundo y rodeado de amigos y discípulos, doloridos de que el centurión le negara leer su testamento. “Como se le impidió reconocer los servicios de ellos y testificarles su gratitud, les legaba el único bien pero el más fuerte de que aún podía disponer: la imagen de su vida; y si guardaban el recuerdo de lo que ella tenía de honroso, esa constancia en la amistad les valdría por título de gloria”. Ciertamente al evocar la imagen de la vida del Padre Félix en todo


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lo que ella tiene de ejemplar y de honroso, no solo nos mostramos leales a su amistad y gratos a su memoria, pero también enarbolamos su nombre como un timbre de gloria para la Academia y para la patria. Aunque mi empeño se oriente de modo principal a describir las relaciones que existieron entre el binomio Padre Félix - Academia Colombiana, no podría cumplir este propósito sin volver brevemente las miradas al origen del uno y de la otra y al desarrollo de sus vidas que un día en conjunción armoniosa se juntan para el bien de entrambos y prestigio de las letras castellanas. Nace Félix Restrepo en Medellín cuando la Academia cumple 15 años de fundada, en el hogar de ese patricio —maestro y magistrado— apologista de la Iglesia que se llamó Juan Pablo Restrepo, ensombrecido por la muerte temprana de la esposa. “No conocí a mi madre —escribirá en las postrimerías de su largo vivir—; murió siendo yo muy pequeño. Pero yo sentía que ella estaba en el seno de Dios, porque murió en ejercicio de la caridad”. Su ingreso en edad adolescente a la Compañía de Jesús, le brindó una sólida y estable familia que habría de colmar las exigencias de su doble vocación religiosa y literaria. La sotana de Lope y Calderón, de Tirso y Mariana —escribe Guzmán Esponda— no es tan solo un accidente profesional: ella simboliza la discriminación estudiosa, el latín, el cuidado por la bella forma, las humanidades. Doctorado en filosofía en Valkenburg (Holanda) láurea en teología en Oña (España), estudios de ciencias sociales en Colonia y

nuevo título doctoral en pedagogía en Munich, lo disponen para una labor apostólica y cultural de tan grandes dimensiones, que ha de perdurar mientras no se ponga el sol en los dominios del idioma de Castilla. El aprendizaje del griego y el latín y de las lenguas modernas lo llevará de la mano a las alturas literarias, según el decir de Don Quijote al Caballero del Verde Gabán: “…habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por si mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas”. Porque al brillo del talento unía la energía de la voluntad, la reciedumbre de la disciplina y el método, la tendencia a la acción creadora, la austeridad de vida y la simpatía de una personalidad encantadora. En 1950 —quince años antes de su muerte —el Instituto Caro y Cuervo recogió 707 fichas de su copiosísima bibliografía— libros, folletos, ensayos, discursos que comprenden los más variados temas del saber humano: religión y apologética, filología y lingüística, sociología e historia, crítica literaria, filosofía y educación, cosmografía y lenguaje, derecho y política, considerada ésta como ciencia del Estado. Pero por sobre todas cosas, y sin dejar de ser fiel a su misión sacerdotal, hizo suyo para siempre el objeto y el lema de la Real Academia de la Lengua Española de limpiar y fijar el habla castellana y darle el esplendor que ella merece. Inicia este largo y fecundo itinerario con dos obras de juventud


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que todavía suscitan admiración de la crítica especializada: Llave del Griego. Comentario Semántico, Etimología y sintaxis. De este libro impreso en 1912 en Friburgo, han salido hasta el día de hoy seis ediciones, la última de este año, preciosa, debida a los cuidados del Instituto Caro y Cuervo. En 1911 compuso El alma de las palabras -Diseño de semántica general, impreso en 1917 en Barcelona. Al conocer en 1915 Marco Fidel Suárez y Antonio Gómez Restrepo los manuscritos de ésta obra, la primera en el género escrita en castellano, presentaron a su autor a esta Academia, que lo eligió como su miembro correspondiente. Cuando murió el Padre Félix, llevaba por tanto medio siglo de pertenecer a la corporación. En uno de sus Sueños, Luciano Pulgar hace el elogio del Padre Julio Cejador, el exjesuita autor del Tesoro de la Lengua Castellana, y hace votos “porque Dios prospere la vida de otro religioso loyolista, paisano nuestro y heredero del nombre circuido de luz y bondad de don Juan Pablo Restrepo, a fin de que, continuando en la senda de estos estudios, siga acrecentando su fama para honor de su tierra y nuevo lustre de la Compañía. Hablo del Padre Félix Restrepo muy joven todavía y famoso ya en la ciencia que fundó a la par de Leibniz aquel otro jesuita eminente don Lorenzo Hervás”. No quedó muy satisfecho con este paralelo el sabio comentador de los Sueños, el académico Padre José J. Ortega Torres, pues el colombiano le parecía muy superior al español en todo: “en virtudes y en don de gentes, en sencillez y en

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conocimientos, en solidez científica, sin exageraciones, y en elegancia de estilo. No pueden ir a la par sino en la común afición por los estudios filológicos y en la admirable facilidad para los idiomas”. Varón de pensamiento y acción, el Padre Félix se lanza en 1932, en compañía del Padre Jesús María Fernández, a la audaz aventura de restaurar la antigua academia Javeriana, extinguida 173 años atrás por la Real Pragmática de Carlos III al suprimir la Compañía, habiendo dado un golpe mortal a la cultura americana. Este sueño que parecía utópico para la época —ahora abundan las Universidades— se convirtió en realidad que tuvo como antecedente intelectual su primera obra apostólica titulada Juventud Católica, que compendiaba anhelos y preocupaciones de tipo social, religioso y educativo para el porvenir de Colombia. Durante 8 años ejerció la decanatura de la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas, base de la Universidad que también dirigió por diez años como Rector Magnífico, dándole vuelo, vigor y prestigio; fundó igualmente la Revista para difundir sus ideales, y preparó la creación del Hospital San Ignacio. Como si todo esto fuera poco, en una desconcertante actividad, por los mismos años 1940 - 1948, quiso fundar una Escuela de alta filología, de manera que los investigaciones estuviesen al cuidado de una institución que al abrigo de los vaivenes de la política de partido y las veleidades de los gobiernos, fuera semillero de sabios en las disciplinas en que habían descollado Rufino J.


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Cuervo y Miguel Antonio Caro. Así nació el ya hoy famoso Instituto Caro y Cuervo. Como era su costumbre, el Padre Félix lo dirigió, orientó e impulsó con mano firme y mente de visionario, por manera que al retirarse, dejó su creación en las manos juveniles pero ya magistrales de José Manuel Rivas Sacconi y de una pléyade de discípulos cuya obra ha traspasado los linderos patrios: Rafael Torres Quintero, Fernando Antonio Martínez, Luis Flórez, Antonio Cuervo Altamar, Carlos Valderrama Andrade, Ignacio Chávez Cuevas y tantos otros colaboradores ilustres y continuadores, entre muchas obras, del Diccionario de construcción y régimen de la Lengua Castellana. Al abandonar las dos fundaciones estaba agotado y enfermo. Cuando le preguntó el Padre Provincial qué deseaba hacer, además del descanso, le contestó con esta humorada de tipo antioqueño: “Padre, le agradecería mucho que me diera tiempo para aprender de nuevo a leer y a escribir, porque en todo el trajín y lucha de la fundación de la Universidad Javeriana, yo no había vuelto a escribir una palabra”. El último reflejo de la Universidad Javeriana en su vida intelectual, fue la magna oración pronunciada el 31 de julio de 1950 en el Teatro Colón, en el acto en el cual la institución confirió el grado de doctor honoris causa al Presidente de la República Mariano Ospina Pérez. Discurso sobrio que no hace el menor elogio, pero ni siquiera una referencia ni a la Universidad ni al homenajeado. Solo en el párrafo inicial trazó con suma belleza y propiedad la naturaleza y

fines de la institución universitaria “Una universidad —dijo— no es solamente un instituto donde se da a la juventud ciencia y entrenamiento para practicar acertadamente una elevada profesión; es mucho más: es casa de la sabiduría, laboratorio donde se ponen a prueba las fuerzas naturales que día por día va dominando el inquieto espíritu investigador del hombre, archivo donde se guardan y confrontan las experiencias de la humanidad, torre de control desde la cual se observa el vuelo de los exploradores en las altas regiones del espíritu, atalaya para seguir los movimientos de la humanidad”. Tituló el discurso Dios en la Historia y lo dedicó íntegramente a ampliar la tesis paulina: “He aquí la clave de la historia de la humanidad: Jesucristo ayer, hoy y para siempre”. Es imaginable el desconcierto del jefe del Estado, del selectísimo auditorio que colmaba el teatro y las autoridades javerianas al escuchar sonoras cláusulas intemporales e impersonales, densas de sabiduría y filosofía cristiana de la historia. ¿Qué oculta intención y qué hechos desconocidos lo indujeron a este inusitado proceder? Es hora de pasar a la Academia que será para él un refugio y descanso, plataforma de lanzamiento al mundo hispánico y feliz culminación de su gloria literaria. No significaron para él las letras una actitud marginal o esporádica, sino una vocación íntima, nacida de lo más hondo de su ser y mantenida viva, como algo natural e irrenuncia-


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ble. Llevaba a cuestas fácilmente una carga de sabiduría lingüística, como poseedor de la llave maestra del tesoro castellano que es la lengua griega. No es, pues, de extrañar que al tomar posesión de su sillón de la Academia, en 1933, como sucesor del Señor Suárez, titule su discurso La cultura popular griega a través de la lengua castellana. Con esta recepción la Academia renueva su vida un tanto lánguida, y el recipiendario agradece “el estímulo para volver a mis juveniles trabajos filológicos, largos años abandonados por otros estudios tal vez más apremiantes, nunca más gratos”. Y en periodos de armoniosa belleza habla del idioma hablado y escrito y de los afluentes que enriquecen su corriente, para señalar el influjo del griego erudito en las ciencias, letras y artes, en la filosofía, para trasladarse luego “al campo, a la palestra, al taller, al ágora, a las inquietas naves, a los mercados y a los campamentos, y sorprende al pueblo griego en su vida íntima y rastrear las huellas que de esa vida guarda nuestra lengua”. Pasa después a la polis para estudiar la vida ciudadana y los ejemplos de civismo que en paz y en guerra nos legaron los griegos con su lenguaje. Toda esta cultura desprovista —como la de los demás pueblos paganos— de las más puras aspiraciones del espíritu, se transforma y abrillanta con la llegada a Atenas de un pobre peregrino, Pablo de Tarso. “No fue el latín —termina su prodigiosa oración— fue el griego el vaso en que se vertió para ser derramada por Europa la buena nueva, la palabra divina. En griego

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está escrito el nuevo testamento. Vedlo, sin entrar en más detalles, en estas pocas palabras que forman la constelación más brillante de nuestro idioma: Cristo, y cristiano; Iglesia, evangelio, católico; bautismo, eucaristía; apóstol, anacoreta, mártir; ángel, misterio, paraíso. Y así han quedado resonando a través de los siglos en todos los pueblos cristianos esas palabras de redención y de esperanza, ese mensaje de vida y libertad, esa revelación de la verdad y de la moral de Cristo, que hizo de Europa la maestra de todos los pueblos, el brillante faro de la humanidad, la fecunda madre de la civilización moderna”. En realidad, la lengua —creación colectiva de un pueblo— es el reflejo de su mentalidad y sensibilidad, y a la vez influencia sobre ellas, y leve instrumento de su vida entera. De ahí que en los ámbitos de la actividad humana, ninguno tiene la importancia que trasciende de la esfera religiosa, en la cual se expresa la concepción del mundo y de la existencia humana, lo mismo que el sentido moral de la conducta y el origen y destino del hombre. Por eso el cristianismo ha dejado huella tan vasta y profunda en el idioma de los pueblos, y mucho más en aquellos de religiosidad tan arraigada como los de España y de los países que de ella recibieron su cultura. Sería en verdad hermoso y de sumo interés estudiar las mutuas relaciones entre el catolicismo y el habla de nuestro pueblo, para lo cual la narrativa podría ser una fuente inagotable. A principios de 1951 viajó el Padre Félix a México presidiendo nuestra


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delegación ante el I Congreso de Academias de la Lengua, celebrado por iniciativa del Presidente de la República don Miguel Alemán. El prestigio del delegado colombiano movió a los organizadores de la magna asamblea a confiarle el discurso de inauguración, pronunciado el 21 de abril, fecha clásica de la “sonora y majestuosa lengua de Castilla”, como él la llamó. Fue el Congreso un acontecimiento excepcional, por claros motivos políticos, de la Real Academia, madre de todas. La oración inaugural fue una pieza magistral por el contenido ideológico, la elevación del estilo y la habilidad diplomática para sortear felizmente los posibles conflictos causados por la exclusión de España. Pasados los elogios a la nación mejicana y a su cultura, se dedica el orador a la defensa y unificación del idioma castellano, a su correcta pronunciación que debe ser aprendida y ejecutada en la escuela, lugar común donde todos los ciudadanos aprenden el habla común; y al lado del factor fonético, la escuela debe también ser reguladora del morfológico, el lexicográfico y el sintáctico. El libro, la revista y el periódico han de contribuir a esta labor unificadora. Si en el léxico no pueden evitarse las palabras de la flora y fauna local, y otros neologismos necesarios, “lo principal es la morfología tradicional, la construcción castiza, el uso de los modismos comúnmente aceptados, en una palabra, el giro castellano”. La radiodifusión ha de facilitar esta empresa, porque “los cambios fonéticos son los que empiezan la disgregación de los idiomas”. A la reunión de Academias tocaría fijar

esa pronunciación y a los gobiernos incumbiría el deber de exigirla a los locutores. “Empero —hace énfasis en la misión total de los cuerpos académicos— por muy importante que sea esta labor depuradora, no es ella la principal que están llamadas a realizar nuestras academias. Ellas tienen también a su cuidado el cultivo y fomento del arte en su más alta expresión, que es el arte literario, la literatura, la flor más bella del idioma...”. Ya en este campo, el polígrafo se explaya en alabanzas del patrimonio literario nuestro, no superado por las demás lenguas, porque la castellana “en ocho siglos de labor constante ha acumulado una prodigiosa multitud de obras maestras en todos los géneros de la literatura... La belleza encerrada en obras literarias, suaviza las asperezas de la vida, doma nuestra rebeldía, apacigua las tempestades del corazón y abre horizontes a las aspiraciones del espíritu”. Palabras estas últimas hondamente significativas del estado de ánimo del afortunado y aplaudido orador. Es menester interrumpir por breves momentos el curso de sus triunfos literarios para acompañarlo por una extraña navegación que emprendió, recién llegado en México, por las aguas turbulentas de la política colombiana. Es este un aspecto de su pensamiento que no ha sido tratado por los oradores y ensayistas que se han ocupado en su compleja personalidad. Ello ocurrió por los meses de junio y julio del mismo año de 1951, cuando el Presidente Laureano Gómez propuso a la nación una


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reforma sustantiva de la Carta Magna, la cual sería realizada por una asamblea constituyente, y convocó a todos los intelectuales a colaborar en el proyecto con propuestas y sugerencias. El Padre Félix resolvió acudir al llamamiento, y dedicó al tema una serie de conferencias transmitidas por la Radiodifusora Nacional que muy pronto fueron recogidas y publicadas por el Ministerio de Educación con el título de Colombia en la Encrucijada. Se sintió autorizado porque ya él había desarrollado el tema en un opúsculo titulado Corporativismo y Democracia. Actuando como pensador político, se dirigió especialmente a los jóvenes, “a los que he dedicado todas mis energías y en quienes está la esperanza de la patria”, para exponer cuál debería ser la organización de una sociedad civil dentro de la ideología cristiana. Después de largas reflexiones de índole filosófica y teológica sobre el destino y libre albedrío del hombre y sobre los derroteros de Hispanoamérica y de Colombia, a la cual considera en la encrucijada, no en sentido peyorativo de callejón sin salida, sino en el contenido clásico y etimológico de cruce de caminos por hallarse entre nuevas rutas y posibilidades, examina los dos sistemas sociales que han querido construir los hombres de espaldas a Dios, desde la revolución francesa: el sistema de la libertad individual que destruye toda justicia y el sistema comunista destructor de toda libertad. Y cree adivinar el tercer camino en la síntesis perfecta de libertad

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y solidaridad basada en el pensamiento del Pío XII. Nuestra república organizada sobre estos pilares, es llamada por él, “con híbrido nombre, Cristilandia”. Propone entonces el sistema corporativo de inspiración católica. Todas las instituciones democráticas —conservando la idea fundamental de Montesquieu sobre la tridivisión de poderes, porque “tal forma parece que haya sido una de las conquistas del hombre para la organización de la ciudad”—, reciben adecuadas reformas que se resumen en los nombres de Estado cristiano y Democracia orgánica. En tal Estado corporativo, concluye con optimismo: “Quedará una sociedad en que marchen a una, para realizar el bien común, las dos supremas potestades establecidas por Dios para el gobierno de los hombres; quedará un gobierno fuerte para evitar el mal y procurar el bien de los ciudadanos; quedará un régimen en que prevalezca la dignidad de la persona humana; quedará un Estado que respete las corporaciones, sin querer intervenir aún en los más mínimos detalles de su funcionamiento; quedará un poder legislativo formado por los mejores, por la aristocracia de la virtud, del trabajo y del talento; quedará una carrera judicial ajena a la política; quedará una organización económica que no favorezca el egoísmo, sino que, por el contrario, permita la expansión de los nobles sentimientos de amor y solidaridad que ha puesto el creador en el fondo del corazón humano”. Al repasar estas páginas, escritas en plena mitad del siglo XX, creería uno estar leyendo, con creciente estupor, La República de Platón, o la


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Utopía de Tomás Moro, o la Civitas solis, de Tomás Campanella. ¿Cómo se explica que un hombre de su origen antioqueño, tocado de realismo y formado en la escuela aristotélicotomista, conocedor de la historia y la cultura humanas, se haya empeñado a fondo en proponer, con toda seriedad, un sistema político que con su solo nombre —así estuviera retocado— suscitaba el rechazo de los corporativismos fracasados de Mussolini y Oliveira Salazar? Yo me atrevería a insinuar que acaso los logros obtenidos hasta entonces en los campos de la educación y de las letras, la influencia ejercida ante sus discípulos y la amistad que lo ligaba con los personajes que estaban al frente de los poderes públicos, pudieron enturbiarle la visión de la realidad colombiana e impulsarlo a semejante aventura. Sin descartar, naturalmente, su desbordante dinamismo y su amor de patria para quien anhelaba los mejores destinos y sin olvidar, volviendo la vista más atrás, sus campañas sostenidas desde la revista Razón y Fe y en el diario El Debate de Madrid por la reforma de la organización escolar española. “No fue del todo inútil mi actuación —comenta en sus Memorias—, y en 1926 me nombró el entonces Jefe del gobierno, general Primo de Rivera, Consejero Real de Instrucción Pública”. Ni una palabra comentó más tarde sobre esta desacertada actuación que no le causó sino sinsabores y amarguras, comenzando por su propia comunidad religiosa, que al parecer no le mantuvo su confianza. De todas maneras, es admirable el humilde silencio y la heroica obediencia de

este religioso ejemplar que por tantos años había sido trabajador insigne y orgullo de su Orden. En agosto de este mismo año es nombrado Subdirector de la Academia y actuó como miembro de la comisión designada por el Congreso de Academias de México para ejecutar lo que en él se había acordado, y debió trasladarse a la capital azteca donde recibió sueldo del gobierno, “de modo que gracias a eso yo no fui gravoso a nadie y pude inclusive pagar los gastos del hospital en pieza económica, la pensión más económica del Instituto de Cardiología... Yo al volver a Colombia no tenía más pensamiento que morirme en mi tierra, pero me fui reponiendo poco a poco...”. Le fue ofrecido el cargo de Síndico del Hospital de San Ignacio, con residencia en la Universidad, “aunque no le cayó bien esta disposición al nuevo Rector Padre Emilio Arango”, según sus propias palabras, y al recaer en sus males debió abandonar el cargo. En 1955, al restablecerse un poco y con esa fuerza de voluntad que nunca lo abandonó, pudo acudir a Manizales y a Bello a celebrar el centenario natalicio del presidente paria, en los meses de abril y mayo, con dos discursos cuyos títulos expresan muy bien el contenido: Marco Fidel Suárez, o la fuerza del espíritu, y Marco Fidel Suárez, hombre de Cristo. El 20 de septiembre de este mismo año —día feliz, digno de ser señalado con mármol blanco— fue elegido Director de la Academia. Libre ya de compromisos especiales con la


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Compañía, y con una juventud renovada como la del águila, durante los diez últimos años de su existir, se consagró en cuerpo y alma a la Academia, hasta darle, como al idioma, firmeza, lozanía y esplendor. Porque fue para él, según sus propios términos, “no sólo recinto del saber idiomático, sino pequeño círculo de la amistad que tiene su centro en esta corporación tan amable y tan alejada de las discusiones que envenenan la vida”. La Academia, como todas las instituciones y mucho más en nuestro medio, ha vivido épocas de florecimiento y decadencia, pero sin perder nunca sus derroteros ni su prestigio. Además de la brevísima presidencia inicial de don José María Vergara y Vergara, ejercieron la dirección don José Caicedo Rojas, don Miguel Antonio Caro y don José Manuel Marroquín, y este primer período, que arranca desde 1872, fue en verdad esplendoroso. En los finales del siglo, las disensiones civiles que llegaron hasta su mismo recinto, entorpecen y casi anulan su normal funcionamiento. Sólo a principios de este siglo, con motivo del III centenario de la publicación del Quijote (1905), la corporación recobra vida, pero los primeros fundadores van desapareciendo y los vacíos se llenan lentamente. Más tarde, durante la celebración del Centenario de la Independencia, en 1910, fue elegido director don Rafael María Carrasquilla quien durante cuatro lustros, hasta su muerte, guió sabiamente sus destinos y dio brillo singular a sus actividades. Le sucedió en el cargo el doctor Miguel Abadía Méndez hasta 1943, fecha en

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que fue elegido el doctor José Joaquín Casas, reemplazado, al morir, por el profesor Luis López de Mesa, inmediato antecesor del Padre Félix. Durante este largo lapso las juntas privadas se reunían en las casas de los académicos o en la Biblioteca Nacional, porque la corporación no alcanzó a tener ningún edificio en propiedad; los actos solemnes se celebraban en el Salón de Grados o en el Teatro Colón. Era, pues, una Academia inestable y ambulante. Tanto, que en el testimonio de nuestro actual director fue esta la causa de que don Tomás Rueda Vargas, elegido numerario y muy adicto al instituto, viviera y muriere sin pronunciar el discurso de posesión. “Repetidas veces —dice Guzmán Esponda— hablando de su ingreso en la Academia dijo Rueda a varios de sus amigos que le retraía el hecho de tener que hacerlo en lugar ajeno e impropio; y agregaba intencionalmente que tal recepción habría de efectuarse en la plazoleta de Caro, a la pampa, al pie de la estatua del fundador del instituto y del edificio que le dedicó en vano a nuestras labores una ley, confirmada por una sentencia de la Corte Suprema de Justicia. En esto no había simple humorada de Tomás Rueda Vargas”. Y cuando Germán Arciniegas tomó posesión de su silla en 1947, hizo un hermoso contraste entre la pobreza material y la riqueza intelectual, fundada ésta en la posesión de las palabras: “Vosotros, en esta nueva Atenas que es Bogotá, no tenéis casa, esa casa de tapia y teja que en las escrituras de las notarías señala el principio de propiedad urbana. Carecéis de riqueza mobiliaria. Un


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extraño que llegase hasta vosotros diría que cuanto valéis sólo está representado en unas canas y arrugas y anteojos, que suele ser la marca con que el trabajo a que os dedicáis graba los rostros. Pero más que nadie, vosotros estáis en posesión de las palabras. Con el pueblo, ejercéis sobre ellas condominio”. Es el propio Padre Félix quien nos habla de esta pobreza que rayaba en miseria: “Cuando me hice cargo de la Academia, ella no tenía ni un escritorio, ni una máquina de escribir; creo que había un sueldito de un pequeño auxilio que daba el gobierno y se lo daban a una señorita que copiaba las Actas, las cuales hacía magistralmente Antonio Gómez Restrepo, que era el Secretario Perpetuo”. Dejemos que sea el propio nuevo director, que se empeñó a fondo en la obra de restauración de la Academia, el que nos relate la árdua empresa en sus Memorias: “Mi principal propósito al aceptar la dirección de la Academia fue ver si podía recuperar la casa que ella tenía, o creía que tenía en propiedad en la carrera 7a., allá donde funcionó mucho tiempo la Sociedad Colombiana de Ingenieros y donde estaba la estatua de Miguel Antonio Caro. Empecé a hacer gestiones en ese sentido y vi que la cosa era mucho más difícil de lo que parecía, porque la Academia no tenía la propiedad de ese edificio. Tenía según la ley el usufructo perpetuo, pero en realidad el usufructo lo tenían los ingenieros; ellos se habían formado la idea de que eso era una cosa definitivamente prescrita a su favor, pues los mismos académicos

de la lengua creían lo mismo, y que era inútil hacer cualquier gestión...”. Y empiezan sus gestiones ante el ministro de obras, el Vice-Almirante Piedrahita, el ministro de educación, Gabriel Betancuer Mejía y ante el propio Presidente de la República General Rojas Pinilla quien por un Decreto Ley reconoció a la Academia no sólo el usufructo sino la propiedad de la antigua casa del Señor Caro. Pero el ministro de obras se negaba a firmar la escritura, mientras los Ingenieros no tuvieran casa a donde pasarse. En este momento “nuestra providencia fue el doctor Luis Ángel Arango, académico correspondiente”, escribe el Padre Félix, quien se ofreció para ampliar el edificio de la Corte Suprema y construir una sección especial para los ingenieros, solución que agradó a todos. “Cuando ya nos hicieron entrega de la casa pude venderla al entonces Alcalde Fernando Mazuera Villegas que la necesitaba para la ampliación de la Avenida 19... Por otra parte el Concejo y el Alcalde nos dieron un lote magnífico donde está el edificio de la Academia... Como se iba a celebrar en Bogotá en 1960 el III Congreso de Academias de la Lengua Española, conseguí con el señor Presidente Alberto Lleras que incluyera la obra del edificio entre las que habían de inaugurarse con motivo del sesquicentenario de nuestra Independencia que se celebraba en ese mismo año. Terminamos efectivamente el piso principal del edificio, y su salón de actos, y allí se celebró el Congreso”. En estas breves líneas quedan consignados —con suma sencillez— días,


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meses y años de una lucha titánica, emprendida contra lo que ahora llamamos la tramitología en todos los organismos jurídicos y económicos de la nación y del distrito, y en todos los aspectos de apropiación y control. Inagotable su paciencia en la espera de ser recibido por los altos funcionarios del Estado; inagotable su habilidad sicológica para convencer a las gentes, tocar todos los resortes y llamar a todas las puertas; inagotable su trato con ingenieros, arquitectos y artistas, lo mismo que con maestros y oficiales de construcción; inagotables sus esfuerzos para redactar memorandos, rendir informes, redactar solicitudes y contratos. Pero al fin se terminó el espléndido Palacio, exornado de murales y estatuas y dotado de todos los elementos para ser la sede de la más alta Academia representativa de la cultura nacional. Sin hablar de la generosa protección que obtuvo posteriormente de Congresos y Gobiernos en favor de la Academia, en su labor de defensa del idioma nacional. Agréguese a todo esto la lucha intelectual que el Director hubo de sostener en Madrid durante la celebración del II Congreso de Academias, reunido en mayo de 1956 y para preparar eficazmente el futuro Congreso que según obligante compromiso debería reunirse en Bogotá, en 1960. Efectivamente, en la sesión plenaria de la Asamblea de Madrid, el delegado Edgar Sanabria, de Venezuela, presentó la siguiente moción: “En atención a que ha llegado el momento de designar la sede del futuro

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Congreso, y en consideración a que la Academia, que tan fecunda labor ha rendido, contando con figuras tan eminentes como Cuervo, Caro, Suárez y actualmente el P. Restrepo, proponemos la próxima sede del Congreso de Academias de la Lengua la ilustre ciudad de Bogotá. Firman la propuesta, entre otros, los señores siguientes: Ramón Menéndez Pidal, Víctor Andrés Belaúnde, Pedro Lira Urquieta, Alfonso Junco, Ricardo J. Alfaro, Humberto Machicado, Julio César Chávez, Rafael Yepes y Edgar Sanabria (Aplausos aprobatorios)”. Al agradecer el Padre Félix la honrosísima proposición —sin duda fruto de su inteligente campaña— aseguró la aceptación oficial y el apoyo que daría el gobierno presidido por el General Rojas Pinilla. “Con esto le hacen un gran honor a mi patria. Yo comprendo que Colombia tiene fama y tal vez bien merecidamente por esos nombres que a cada paso sonaron en este Congreso y por haber sido la primera Academia Correspondiente... De modo que esto en Colombia lo estiman, lo aprueban y lo aprecian. Yo lo agradezco, en nombre de mi país muy cordialmente a todos los señores que lo han propuesto”. Y este III Congreso fue modelo de organización, elegancia, seriedad y emoción. Todas las Academias —con lujosas delegaciones— acudieron a Bogotá que por aquellos días se convirtió en realidad en la Atenas Suramericana, en el areópago de la ciencia y el arte del lenguaje. El 28 de julio se efectuó la solemne sesión inaugural en el Teatro Colón


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con el saludo inicial del Director de la Academia a las delegaciones de las Academias hispanoparlantes y la participación del Presidente de la República, doctor Alberto Lleras Camargo, quien tomó posesión de su silla de numerario con un conceptuoso discurso sobre el desarrollo y la influencia del idioma y del espíritu académico en la vida del país; se refirió también con belleza de forma y hondura de pensamiento a la historia del lenguaje y su proyección en el avance cultural de las naciones de habla castellana. Convenios multilaterales de los gobiernos en orden a la protección del idioma, resoluciones y encargos sobre la vida del mismo y la marcha de las Academias, ponencias sobre temas gramaticales, reglamento de los futuros Congresos, homenajes a poetas y literatos, etcétera, fueron los frutos de este certamen magnífico que unió estrechamente a los pueblos de la comunidad hispánica. En las breves despedidas —vibrantes de emoción— de los Delegados abundaron los elogios a Colombia, a sus gobernantes, a la Academia, y muy principalmente al Padre Félix Restrepo que los merecía con toda justicia. El académico de España Emilio García Gómez, dijo, entre otras cosas: “Lo más urgente es decir que la delegación de la Real Academia Española agradece de todo corazón a la Academia Colombiana su hidalga hospitalidad. Y la felicita por tener a su frente un motor formidable de mentalidad científica y humana que es el incomparable Padre Restrepo. Dios se lo conserve muchos años. Otra cosa: Colombia es preciosa; a

la vez y variada, desde su delicioso lecho tropical. La sabia mano de Jiménez de Quesada hizo a esta ciudad en la Sabana de Bogotá, fresca y a ratos un tantico anubarrada, con el clima propicio para el verdadero humanismo, la clara filosofía y la alta lingüística. Siga siendo patria de la sabiduría y el pensamiento. Todavía diré: el Congreso ha sido un gran éxito que puede servir de orgullo a la lengua hispánica. La causa de la unión con un espíritu de armonía y de paz. Dios nos siga guiando”. Durante cinco años más continuó el Padre Félix dándole vigor a la Academia con la incorporación de nuevos y meritorios miembros, promoviendo en todas las formas la difusión de los objetivos de la corporación y celebrando centenarios de hombres ilustres del mundo de las letras y de la patria. Don Antonio Gómez Restrepo nos dejó bellamente definido el significado de estos homenajes: “La glorificación de los hombres verdaderamente grandes une a los pueblos y armoniza los espíritus que son capaces de comprender la gloria. El culto de la mediocridad anarquiza y empequeñece. ¡Ay de los pueblos que no tengan tipos representativos en los cuales contemplar su propia imagen, depurada de transitorios accidentes y de inevitables imperfecciones!”. Sus conferencias, oraciones de grados y discursos de crítica literaria o histórica cubrieron una amplísima variedad de temas, dejándonos en ellos un modelo de buen gusto y bien decir: empedrados de reminiscencias clásicas, están redactados, no obstante, con sencilla elegancia


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y sin alardes retóricos o científicos, de modo que sacan valedera la sentencia de Cervantes: “La pluma es lengua del alma y cuales fueron los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”. Entre todos sus discursos —para mi gusto y emoción— sobresale el titulado El Castellano imperial, en el que despliega su prosa de alcurnia, su amor al idioma y su admiración por la patria que lo creó. Sostiene el uso, que lo acompañó siempre, del nombre de castellano para la lengua-crisálida estremecida en capullos aurorales, anunciadora de radiante metamorfosis—, que en el Condado de Fernán González empieza a engalanarse de ricas preseas y elegantes atavíos, mostrando ya sus rasgos esenciales y nítidos perfiles; aquella sonoridad majestuosa que ya anotaba, hacia 1150, el poeta de la expedición de Almería: Illorum lingua resonat quasi timpano tuba: su lengua resuena como trompeta con timbal. Sostiene su tesis el Padre Félix, aun contra el sentir y la autoridad del mayor filólogo contemporáneo, Menéndez Pidal, “no solo porque así la llamaron siempre nuestros padres y nuestros sabios, Bello, Caro y Cuervo y hasta 1923 la Academia Española, sino porque el nombre de lengua española no nos cuadra justamente. No es nuestro idioma lengua de toda España, porque en la madre patria, sin contar muchos dialectos de menor cuantía, se hablan tres lenguas de respetable historia: el catalán, el vasco y el gallego; y no se encierra tampoco en los límites de la nación española,

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porque ocupa más de la mitad de este continente latinoamericano, donde veinte repúblicas la tienen por tan propia suya como lo es de España”. Y trae otra razón de orden sentimental y también político que siempre ha convencido a los escritores de América: “Nosotros los americanos nos sentimos orgullosos hablando en castellano, porque recibimos de nuestros antepasados esta lengua como herencia legítima lo mismo que los españoles; pero no nos resignamos a cambiarle el nombre por el de lengua española, como si todavía América perteneciera a España, o no contase para nada en la historia y desarrollo de nuestro idioma imperial”. La idea de abolengo y de un solar propio del idioma predominó en el siglo de oro, aunque en la expansión del idioma de Castilla, como en el caso del mismo Cervantes que, en un pasaje de Persiles exalta apasionadamente su lengua. Los extraviados viajeros, después de trabajos innumerables por tierras y mares, llegan a una isla donde —milagro extraño!— les hablan en su propio idioma. Uno de ellos exclama alborozado: “Pues el cielo nos ha traído a parte que suena en nuestros oídos la dulce lengua de mi nación, casi tengo por cierto el fin de mis desgracias”. Aquí el autor de Persiles le da el nombre de lengua española al idioma nacional, y le atribuye dulzura, porque —como nos ocurre a todos— le trae el aroma y el recuerdo de la patria, que es madre. Su última oración en la Academia, la Poesía en Colombia, fue pronunciada el 6 de agosto de 1957


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en la recepción de don Juan Lozano, “tan endeble de cuerpo como vigoroso de espíritu, uno de esos pocos hombres que han recibido del cielo el don supremo de vivir en íntima comunicación con la belleza”. Aprovecha entonces la oportunidad para disertar sobre la riqueza de la inspiración poética en nuestra patria, donde “todos los géneros, todas las variedades, todos los matices de este arte divino se hallan bien representados en el parnaso colombiano”. Ya en la brevedad de las cláusulas se adivina el agotamiento de sus fuerzas físicas, que no el de las espirituales. Aunque en sus piezas oratorias supo utilizar prudentemente los temas literarios para hacer oportunas referencias a la doctrina religiosa, no fue, ciertamente, orador sagrado, ni pretendió serlo. No fue esa su vocación. Ceñido al rigor de lo escrito, con peso y medida, su esquivez al sermón evangélico, a la precisión estricta del lenguaje, o a que el vuelo de las palabras fuera a sobrepasar o traicionar el pensamiento. Llegó un momento en que hizo un alto en el discurrir de su vida religiosa para reflexionar seriamente sobre los cimientos de su fe y su destino. En 1960 escribió ese precioso libro —verdadero testamento espiritual— Entre el Tiempo y la Eternidad. Parece haber seguido el método del filósofo existencialista Nicola Abbagnano en su obra Filosofía, Religión, Ciencia. “La interpretación ontológica —escribe el autor italiano— y la existencial se apartan solamente para reunirse

y para autonomía recíproca de la filosofía y la religión, pero no basta para separarlas y oponerlas. Las vías que ellas indican son diferentes. Una es la vía de la búsqueda, que es el movimiento a través del cual el hombre va de la finitud a la trascendencia; la otra es la vía de la creencia por la que la revelación de la trascendencia es escogida como un regalo divino’’. Por eso doble camino de la razón y de la revelación, de conformidad con sus vivencias desde niño, el Padre Félix, con andadura firme recorre su existencia hasta llegar a certidumbres que lo confortan y satisfacen. “Héme aquí pues al fin de la jornada. —Así comienza su libro—. Ya el sol se pone en occidente. Atrás quedó la tierra, delante se abre el mar de la eternidad. Mi vida ha sido fecunda. Me encuentro rico en los momentos de emprender el viaje sin regreso. Pero esta riqueza del espíritu, ¿es real o ilusoria? Y si es real, ¿es riqueza verdadera o similar? Estos momentos de espera, cuando ya pasó la vida y la eternidad se acerca, son propicios para hacer el inventario de lo que se encuentra en mi alma”. Y termina con estas frases que en el fondo repiten el grito victorioso del Profeta de Idumea: “Me encuentro ya en el ocaso. Las sombras de la tarde empiezan a cubrirme de melancolía. Pero en el fondo del alma me siento feliz; porque me fue dado conocer al Salvador y sé que en pos de Él resucitaré en el último día”. Y mientras crecen las sombras y el péndulo de su existencia, al acercarse la noche, oscila pausadamente entre el tiempo


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y la eternidad, su espíritu se embriaga de consuelo y se colma de esperanzas. Todavía por cinco años se prolongó su glorioso atardecer. El 16 de diciembre de 1965, cayó el recio luchador cuando se dirigía a la Academia, fulminado por el mal del corazón que lo venía amenazando. Cervantes, siempre sabio, había dicho por boca de Don Quijote: “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento”. La Academia Colombiana no ha pecado de desagradecida para con su Restaurador. Un severo busto al lado de la estatua sedente del Señor Caro, señala al caminante el edificio que él erigió en honor del idioma nacional; otro bronce, erigido en el Salón de Actos, preside con los maestros de la literatura universal, las solemnidades de la corporación; y un óleo exorna la Sala de Dirección, En estas imágenes brilla su alegre sonrisa de optimismo y su mirada abierta hacia

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el futuro. Pero además, la Academia ha publicado varias de sus obras y ha recabado del Congreso de la República leyes consagratorias de su nombre, mientras que el “Concurso filológico Félix Restrepo”, mantiene viva su memoria, su doctrina y su ejemplo entre las nuevas generaciones estudiosas. Cuando Hilaire Belloc describe las grandezas del reinado de Luis XIV, se detiene a admirar la belleza clásica de las realizaciones escritas que parecen escapar a la mortalidad; y escribe esta espléndida frase, que bien podemos aplicar al Padre Félix y a la patria que él tanto amó: “Porque cuando el más sabio de los ingleses dijo que un pueblo era grande por sus escritores, proclamaba una verdad cuyas causas serían difíciles de definir, pero cuya manifestación está al margen de toda disputa. El doctor Johnson tenía razón. Los escritores no son grandes hombres; por lo general son pobres; más generalmente aún son malhumorados, casi siempre vanidosos, y así y todo... gracias a ellos se exaltan las naciones”.



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EL PADRE FÉLIX RESTREPO Germán Arciniegas*

El libro de Cacua Prada. El jesuita fue el director de la academia que en Bogotá representa a la española, para darle brillo y esplendor al idioma que trajeron de Castilla las huestes de Jiménez de Quesada. Fue el padre Félix Restrepo uno de esos jesuitas tenaces, explosivos, que durante veinte o treinta años mantuvo una actividad permanente, dándole a la Academia de la Lengua lo que nunca han tenido estos institutos ya reducidos a rumiar glorias de tiempos antiguos. El padre Félix la modernizó como si se hubiera despojado de los antiguos ropajes académicos. Emprendedor, y con esa capacidad de movilizar que tienen los jesuitas, consagró su vida académica a modernizarla.

* Viernes 14 de agosto de 1998/El Tiempo/5A.

Trataba de borrar el aspecto clerical que pudiera darle el aspecto de una obra puramente eclesiástica. La academia misma se jugaba su prestancia de instituto independiente nombrando de director a un clérigo. No era tan fácil en una institución que venía funcionando como la herencia de José Joaquín Casas, Marroquín y el mismo Marco Fidel Suárez. Pero la obra predilecta en que estuvo empeñado el jesuita, y la que ofrece la academia al mundo castellano como testimonio de la predilección de los colombianos por el estudio del idioma, la que ha hecho de la herencia de don Rufino Cuervo el más valioso legado con que Colombia se presente en el teatro de la literatura castellana, son contribuciones positivas al estudio del idioma que colocan a Colombia a la cabeza del mundo americano en lo que a esto se refiere. Llevamos


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grabado en el espíritu colombiano aquello de don Rufino Cuervo cuando, al introducir su estudio crítico del lenguaje bogotano, comenzaba con aquellas palabras que todos llevamos en la memoria: “Nada en nuestro sentir simboliza tan cumplidamente la patria como la lengua.” Antonio Cacua Prada, infatigable viajero que ha recorrido, de México a la Patagonia, todas las repúblicas surgidas al independizarse las colonias españolas del Nuevo Mundo, de vuelta de una de sus giras habituales, ha publicado el libro sobre el padre Félix Restrepo, con el cual ganó el concurso nacional convocado por el Instituto Caro y Cuervo. En sus viajes habrá visto cómo el jesuita que tanto empeño puso en la fundación del Caro y Cuervo es un ejemplo de sacerdote que compromete su actividad docente en la vida más laboriosa y tenaz que en estos tiempos registra Colombia, tan dada a los estudios gramaticales. No ha sido una pasión solitaria la del padre Félix. Don Rufino Cuervo, instalado en Europa, consagraba todos los días de su vida, que eran 7 a la semana y 365 al año, a repasar el idioma bogotano primero y luego su relación con las variantes del idioma en toda Nuestra América. Al recoger la herencia de don Rufino, el Instituto Caro y Cuervo, bajo la dirección del padre Félix, pudo reunir posiblemente el mayor fichero conocido para ponerlo como base del Diccionario de construcción y régimen, que queda hasta hoy como

la obra más completa en Nuestra América de los accidentes sufridos por la lengua castellana al aplicarse su uso a la nación colombiana. Don Rufino pensaba que nada proyecta la imagen de una nación como su lengua y, aun viviendo en París, oía hablar a los bogotanos como si no hubiera salido de nuestra Calle Real, siguiendo las conversaciones de nuestro pueblo. Como creía que es ahí donde puede encontrarse el espíritu nacional, agudizaba el oído hasta recoger las palabras más propias del lenguaje popular. Lo que resulta maravilloso en la obra de don Rufino es que la hubiera escrito viviendo tan lejos de Bogotá por tantos años y siendo capaz de recoger minucias del lenguaje, hasta formar un grueso volumen de apuntaciones críticas. Homenaje extraordinario a la memoria de Cuervo ha sido el del Instituto de Bogotá, consagrado a la continuación de su tarea. Seguir en cientos de textos literarios la suerte del vocabulario castellano, como lo hace el Instituto de Bogotá, es un ejemplo para toda Nuestra América. Claro que el idioma no podía detenerse en el año de 1528, cuando llegan a la Nueva Granada los castellanos y se establecen aquí definitivamente. En estos tres siglos, el idioma ha duplicado o triplicado sus recursos. Se han multiplicado los objetos a los cuales tiene que referirse. Han nacido verbos, se han producido adjetivos y, en lo general, todas las partes de la oración tienen que referirse a un lenguaje que día a día cambia y que apenas si se parece al que trajeron los conquistadores.


GERMÁN ARCINIEGAS

El genio de las gentes que venían a esta parte de América era totalmente distinto del de las que poblaron el norte del continente, y las cosas que iban nombrando y, en lo general, este crecimiento de la lengua iba obedeciendo o engendraba leyes propias que llevaron a un venezolano, don Andrés Bello, a inventar la primera gramática para el uso de la lengua castellana. El idioma arcaico tiene la belleza de las cosas antiguas pero había que inventar las leyes del nuevo idioma.

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La novedad de todo esto es tan grande y fascinante que las vidas que se consagran al estudio de la lengua castellana trabajan sobre los orígenes mismos de nuestra gente y de su tierra. El padre Félix era entre nosotros quien había estudiado griego, lo enseñaba y escribió un libro sobre esa lengua tan extraña para nosotros pero, acercándose a la realidad, fue el director de la academia que en Bogotá representa a la española, para darle brillo y esplendor al idioma que trajeron de Castilla las huestes de Jiménez de Quesada.



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FÉLIX RESTREPO, S.J. Antonio Cacua Prada*

Aquí estamos Padre Félix, en la víspera de la sanción de la Ley 5a. de agosto 25 de 1942, que suscribió el señor Presidente Alfonso López Pumarejo y los ministros de hacienda y de educación, doctores Alfonso Araujo y Germán Arciniegas, por la cual "la Nación se asocia a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo", que creó como dependencia del "Ateneo de Altos Estudios", el "Instituto Caro y Cuervo", y en cuya redacción y expedición Su Reverencia fué accionista principal, para entregar a la Academia este libro, galardonado en el concurso sobre el "estudio biográfico del Padre Félix Restre*

Palabras durante la sesión de la Academia Colombiana de la Lengua, realizada con motivo de la presentación de la Biografía del Padre Félix. Boletín de la Academia Colombiana Nos. 201-201, julio-diciembre de 1998.

po", patrocinado y publicado por el Instituto Caro y Cuervo, que para gloria de Colombia Su Reverencia fundó y dirigió. Nos congregamos aquí en este imponente paraninfo y en éste Pala cio, construidos por el empeño de Su Reverencia y que el miércoles 27 de julio de 1960 entregó a la ciudad de Bogotá y al mundo hispánico, como un "hermoso monumento que dedica nuestra Academia Colombiana a la lengua y literatura castellana". Estas dos obras, junto con la restauración de la Pontificia Universidad Javeriana, donde su paternidad fué alma y motor, decano y rector durante 18 años, bastarían para consagrar su nombre eternamente al recuerdo, admiración y afecto de los colombianos. Pero fueron muchas más sus ejecutorias, las cuales recogimos en las 364 páginas


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de ésta obra que escribimos como testimonio peremne de gratitud y de cariño. Aquí podemos decir con el poeta: "Oh, Padre Félix, al repasar tu historia, en muchas cumbres descollar te he visto; más gloria yo no encuentro cual tu gloria de ser la misma imitación de Cristo". Nunca podré olvidar el impacto que me causó la primera entrevista que tuve con el Padre Félix. Adelantaba mis estudios de bachillerato en el Externado Nacional Camilo Torres y trabajaba en el matutino "El Siglo" de Bogotá cuando recibí una carta de mi padre, procedente de San Andrés, Santander, mi patria chica, en la cual me adjuntaba una nota de presentación de Monseñor Rafael Afanador y Cadena, Obispo de Nueva Pamplona, para el Padre Félix, Rector de la Universidad Javeriana. Con mi acudiente, egresado de la facultad de derecho de ese centro profesional, fuimos al despacho de la rectoría una mañana de julio. La oficina quedaba en el segundo piso de la vetusta - edificación de la calle 10 con carrera séptima. Se subía por una oscura escalera de 37 peldaños de piedra, donde se concentraba un penetrante olor a cebolla frita que procedía de la cocina de la comunidad jesuítica. El Padre Félix nos recibió con gran gentileza y amabilidad. Le entregué la nota del prelado, la leyó de una mirada y me dijo: "Qué bien, qué bien, del señor Afanador. Pues tendremos otro santandereano en nuestra Universidad. Y qué haces en EL SIGLO?" Rápidamente le contesté, y poniéndose de pie me dijo:

"Te felicito. Salúdame a Laureano. Vuelve por aquí". Amable, rápido, franco, expresivo, con voz sonora, imponente, -sencillo, amigable, así era el Padre Félix. Me impresionaron sus largas, negras y pobladas cejas, a donde parecía que iban a estrellarse sus palabras... Diez años después, el 27 de junio de 1958, don Roberto Cadavid Misas, el célebre académico que hizo popular el seudónimo de "Argos", en "El Espectador", le escribió una epístola al Padre Félix dándole cuenta de su impresión cuando lo conoció y le dijo: "Esperaba toparme un señor alto, robusto, de resuello genial y un poco adusto, y lo único adusto que le vi fueron las cejas, y eso que más parecen de alcalde que de presidente de la Academia de la Lengua". La vida me dió la inmensa oportunidad de alcanzar una enorme amistad con el religioso jesuíta. La reportería me permitió conocer de sus propios labios la pequeña historia de numerosos acontecimientos nacionales, de sus actividades y de la propia vida religiosa. Esta figura eminentísima del humanismo hispanoamericano en la intimidad era sencilla y cordial; su conversación muy agradable, lle na de anécdotas que contaba con fruición. En el género epistolar su pluma se deslizaba inocente, franca y llana. En una carta a mi pariente Carlos García Prada, suscrita el 28 de septiembre de 1960 y dirigida a


ANTONIO CACUA PRADA

Washington le anoté: "El escritor en Colombia tiene que sudar para escribir su libro, buscar dinero para que lo impriman, recibirlo y guardarlo en un depósito, y ponerse él mismo a leerlo y comentarlo. Es para desanimar a cualquiera". Cuando estaba de lleno dedicado a la renovación de la Academia de la Lengua y algunos amigos le pedían un favor frente al gobierno o a la Javeriana, sencillamente les respondía: "Estoy fuera del juego". "Ya no tengo las palancas que tuve en la Javeriana con las cuales todo sería fácil, pero sabes muy bien que no hay peor cuña que la del mismo palo". El 24 de septiembre de 1962 le envió al académico Don Otto Morales Benítez las siguientes líneas: "Por si tiene un rato perdido le envío mi último libro "Entre el Tiempo y la Eternidad", que como verá es ya mi testamento literario". Al sacerdote jesuíta Alberto Moreno, asistente del Padre General de la Compañía de Jesús, en Roma, le anotó en enero de 1963: "No pude contestar a Vuestra Reverencia inmediatamente porque de aguinaldo me mandó el Niño Dios un uñero que no me ha dejado escribir en máquina ni a mano pero ya va pasando". Esa era la personalidad del eminente colombiano. El jueves 16 de diciembre de 1965, a las doce y cinco minutos del medio día pasaba por frente a este edificio, rumbo al restaurante "La Pola" donde tenía una cita, cuando me encontré con el emérito director de

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la Academia. Erguido como siempre, con su amplia sonrisa de afecto, su mirada brillante bajo esas pobladas cejas que lo singularizaban, arropado entre su sobretodo clerical y cubierta la cabeza por un bien acicalado sombrero negro de felpa, salió y se acercó al automóvil negro Fiat que lo esperaba y cuya puerta le abrió su comductor Gilberto Rivera. Con su timbrada voz me dijo: "Mi querido Antonio, a dónde vas?" —Padre Félix, qué gusto verlo. Me han invitado a almorzar por aquí cerca.... —"Si vas para tu casa el carro está a tus órdenes". —Mil gracias Padre. Entonces vivíamos al frente del Colegio San Bartolomé La Merced de los Padres Jesuítas, y esta la razón para vernos con bastante frecuencia con el Padre Félix, pues él estaba residenciado en el plantel. —"Cúentame, qué hay de nuevo?" —Nada Padre. Ahora todo son preparativos para las Navidades. —"Tenemos que platicar. Saludos a tu señora y a los niños. Adiós mi querido amigo...". Un apretón de manos y penetró al carro. Se instaló en el puesto de la derecha de la parte trasera. Con una amplia sonrisa y moviendo su mano derecha, como impartiéndome la bendición, me dió la despedida... Tres horas después ya estaba en la eternidad. Días antes me había


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dicho: "Ya tengo lista la maleta para el viaje... cuando Dios quiera me marcharé... debemos estar prontos a cumplir su santa voluntad". Esa tarde antes de tomar el mismo vehículo para regresar a la Academia telefoneó a su hermana menor, la Madre Ana Gertrudis, de la Comunidad de la Presentación, y a quien llamaba ANAGER, para pedirle que no olvidara conseguirle el aguinaldo para su conductor, que le prestaba eficientes servicios en su movilización. La religiosa le respondió que ya lo tenía comprado y que solo le faltaba el de él. El Padre le contestó: "No te preocupes por el mío que ese lo espero en Dios Nuestro Señor". Entonces invitó al Padre José Luis Correa, S. J., párroco del barrio "La Perseverancia', contiguo a San Bartolomé, a quien siempre llevaba hasta su despacho y salieron por la carrera 5a. rumbo al sur.

Loyola, podemos decir con nuestro coterráneo José Camacho Carreño: "Pero olvidemos toda su obra cerebral: mañana cuando la fuga de las humanidades y del espíritu nacional nos muestre a Colombia como hacinamiento de ruinas, la UNIVERSIDAD JAVERIANA se levantará como la urna que guarda los trozos patrios y el espíritu intacto del mundo clásico. Y se leerá en su pie: FÉLIX RESTREPO, Jesuita". Solo me resta repetir el célebre soneto "Videres Justum" escrito en Bogotá por el poeta y diplomático chileno José A. Soffia, para un personaje de la categoría del Padre Félix: "Era el varón sin dolo y sin falsía... Dulce en su fé, benigno en su templanza. En cada acción grababa una enseñanza y hacerse amar y persuadir sabía.

El Padre Félix le preguntó: "Párroco cómo le fué por Medellín? Cómo dejó a su mamá?" Y en ese momento se silenció y falleció.

Fué cual la roca que la mar bravía Airada azota y a mover no alcanza... Sereno en la tormenta y la bonanza, era la mansedumbre su energía...

A los 78 años, 8 meses y 23 días, entregó su alma al Señor el menor de los hijos de don Juan Pablo Restrepo y doña Ana Josefa Mejía, nacido el 23 de marzo de 1887, en la ciudad de Medellín y bautizado cinco días después, con el nombre de FÉLIX DE JESÚS.

La muerte sobre él nada ha logrado: Su cuerpo en dulce paz, yace en su suelo Por el signo del Gólgota escudado; Y ajeno de ambición y de recelo, ¡Como siempre de Dios acompañado, Su espíritu inmortal vive en el cielo!"

Esta noche, al rendirle este homenaje al erudito e infatigable hijo de


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CRONOLOGÍA GALERÍA FOTOGRÁFICA



CRONOLOGÍA - GALERÍA FOTOGRÁFICA

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CRONOLOGÍA 1887 (23 de marzo) Nace en Medellín en el hogar de don Juan Pablo Restrepo y doña Ana Josefa Mejía. 1901 Estudia en el Colegio de San Ignacio, Medellín. 1903 (16 de julio) Ingresa al Colegio Noviciado de la Compañía de Jesús en Bogotá. 1906 Viaja a España. Inicia sus estudios de Humanidades y Filosofía en el Colegio de San Francisco Javier de Oña, España. 1911 Doctor en Filosofía del Colegio de San Ignacio de Valkenburg, Holanda. 1912 Inicia el magisterio en Bucaramanga. Fundador y Director de la revista Horizontes. 1916 Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. 1920 (30 de julio) Ordenación sacerdotal. Doctor en Teología del Colegio Máximo de Oña, España. 1922 Doctor en Pedagogía de la Universidad de Munich, Alemania 1923 Editor de la Revista Razón y Fe de Madrid, España. 1926 Consejero Real de Instrucción Pública de Madrid, España. Regresa a Colombia. Director de la Juventud Católica, en Bogotá 1928 Fundador de la Librería Voluntad, S.A. 1931 Rector del Seminario de la Compañía de Jesús, en Colombia. 1932 Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Javeriana. 1933 Miembro correspondiente de la Real Academia Española. 1934 Fundador de la Revista Javeriana. Miembro de la Sociedad Bolivariana de Colombia. 1937 Miembro correspondiente de la Real Academia de Historia. 1938 Miembro de número de la Academia Colombiana de Jurisprudencia. 1940 Fundador y Director del Instituto Rufino José Cuervo, posteriormente Instituto Caro y Cuervo. 1941 (1° de febrero) Rector de la Universidad Javeriana: inicia la construcción del Hospital San Ignacio, funda la Facultades de Medicina, de Derecho Canónico, de Enfermería y las Femeninas, y la Escuela de Periodismo y Radiodifusión. 1950 (19 de febrero) Termina su rectorado en la Javeriana. Condecorado con la Cruz de Boyacá. 1953 Miembro fundador del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. 1955 Director de la Academia Colombiana de la Lengua. 1965 (13 de octubre) Doctor Honoris Causa en Ciencias de la Educación por la Universidad de Antioquia. (16 de diciembre) Fallece en Bogotá.


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GALERÍA FOTOGRÁFICA 1.

Retrato (detalle), el claustro de la Universidad Javeriana, 1939. Archivo Histórico Javeriano “Juan Manuel Pacheco”. 2. Retrato en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua, 1963 (Cacua Prada, Antonio, Félix Restrepo, S.J., Instituto Caro y Cuervo, 1997). 3. Escultura en bronce en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua, obra de Juan de Ávalos, 1963 (Fotografía de C. J. Cuartas Ch.). 4. Óleo de Héctor Osuna, Biblioteca General de la Universidad Javeriana. 5. Óleo que se conserva en el Instituto Caro y Cuervo. 6. Óleo de Cecilia Fajardo, Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, Pontificia Universidad Javeriana. 7. Busto en bronce en la Plazoleta de Banderas, Pontificia Universidad Javeriana. Obra de Luis Alberto Acuña, 1961 (Fotografía de C. J. Cuartas Ch.). 8. Medallón elaborado por Mauricio Arango Mejía. 9. Fotografía. Archivo Histórico Javeriano “Juan Manuel Pacheco”. 10. Fotografía publicada en Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua No. 61, 1966. 11. Fotografía. Archivo Histórico Javeriano “Juan Manuel Pacheco”. 12. Estatua ubicada en los jardines de la Academia Colombiana de la Lengua. Obra de Fernando Montañez y Montañez, 1979 (Fotografía de C. J. Cuartas Ch.). 13. Carátula de la biografía escrita por Antonio Cacua Prada, Instituto Caro y Cuervo, 1997. 14. Estampilla emitida por el Gobierno Colombiano, 1967. 15. Fotografía publicada en Noticias Culturales N° 61, 1º de febrero de 1966, Instituto Caro y Cuervo. 16. Carátula de Astros y Rumbos, Empresa Nacional de Comunicaciones, 1957. 17. Portada de la revista Semana N° 26, 19 de abril de 1947. Caricatura de Franklin. 18. Ilustración de la Medalla que otorga la Universidad Javeriana. Metal 19. Carátula del libro El Castellano en los Clásicos (1929), Curso Primero (Voluntad). 20- 24. Catálogo de la Exposición “El Alma de las Palabras”, Instituto Caro y Cuervo, 2016. 25. Portada de Noticias Culturales N° 61, 1º de febrero de 1966, Instituto Caro y Cuervo.


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