ORAR EN EL MUNDO OBRERO
16º Domingo del Tiempo Ordinario (23 julio 2017) Comisión Permanente HOAC
Porque las verdades nuestras son de tal naturaleza que Dios las manifiesta a los sencillos y las oculta a los encumbrados... si hemos de creer la palabra de Cristo. ¿Qué ha pasado? Pues que en vez de darlas en toda su sencillez, tal como salieron de los labios del Salvador (Mandamiento Nuevo, Bienaventuranzas...), se han complicado primero y después se han vulgarizado. El resultado está a la vista. Los cristianos, en vez de ser la levadura, la sal de la tierra, la luz del mundo, somos tan vulgares, estamos tan vulgarizados, como el resto de la vulgaridad” (Rovirosa, OC. T.V. 526).
El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino (EG 237). De lo poco y escondido
Siempre nos resulta más fácil ver lo que está mal –sobre todo en los demás– que los pequeños, débiles e incipientes signos de vida que surgen a nuestro alrededor y que necesitan cuidado y paciencia para crecer. Es esto segundo lo que resulta más acorde a la manera de ser de Dios con nosotros. En este tiempo pausado del verano, puedes ejercitarte en esa paciencia divina, mirando tu realidad, descubriendo la semilla y la cizaña; descubriendo la fuerza de las pequeñas realidades transformadoras, y agradeciéndolas a Dios. Comienza por aquí, y después ora…
Señor, tú eres bueno y siembras a la luz del día, en cada uno de nosotros, amor, paz, y alegría.
Después, por la noche, el enemigo –o sea nosotros– esparcimos cizaña: pensamientos, deseos hostiles, traiciones ocultas, que envuelven nuestro corazón, hasta hacerlo de piedra.
Danos el espíritu de vigilancia, haznos fuertes en la tentación y humildes en nuestras caídas. Haz que no busquemos más perfección que la del amor y el servicio.
Danos ojos que sepan ver la buena semilla, y un corazón que sepa amar, con humildad y paciencia. 1