1er Domingo de Cuaresma

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Cuaresma 2018

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CUARESMA 2018. SINTONÍA CON DIOS Y CON LOS AFLIGIDOS Poner nuestra vida en sintonía

La Cuaresma es un camino vital, no solamente un tiempo litúrgico, constreñido a unos días concretos. Es un camino de conversión y una experiencia de amor que estamos llamados a intensificar en nuestra vida; un itinerario de esperanza que culmina en la Vida Resucitada. Es Dios mismo quien nos convoca en los entresijos de la existencia a vivir la novedad del Evangelio en el hondón de nuestra vida. Es el tiempo de dejarnos configurar más vitalmente por el Señor para acoger con autenticidad su propuesta de vida.

Es el tiempo de revisar nuestro camino, discernir las siguientes etapas, decidir los pasos a dar, y optar por dar una nueva dirección a nuestra vida que nos lleve, desde el reconocimiento sincero y humilde de nuestro pecado, mediante la experiencia de la reconciliación, al encuentro con Dios y los hermanos. Experimentar la reconciliación es vivir el encuentro y la comunión y establecer relaciones humanas y fraternas, como hijos de un mismo Dios Padre-Madre y hermanos de todos.

Convertirse no es caminar en la perfección, sino reconocer el pecado; no es sentirnos a gusto con nosotros mismos y justificados, sino amados a pesar de nuestra debilidad, incluso en ella. No es saldar cuentas, sino reorientar existencialmente nuestros días. Es apagar tantos ruidos que no nos dejan escucharnos y permitir que suene cada día la música de Dios y de nuestros hermanos y hermanas empobrecidas. Es estar dispuestos a dejarnos hacer melodía por Dios.

No se trata de un encuentro puntual, litúrgico; sino de una nueva orientación a nuestra vida, de un construirla en sintonía con la música de Dios. Es aceptar que sea esa la música que ha de sonar en nuestras vidas militantes. Una sintonía que nos lleva inevitablemente a donde más ha de sonar, a donde más fácil se hace escucharla: la vida de los empobrecidos del mundo obrero. Porque ser militantes obreros cristianos nos lleva a vivir navegando por las aguas de Dios y del mundo obrero. Sumergidos en un mismo destino. Bañados en el mar humano

Guillermo Rovirosa lo expresaba con mejores palabras que las de cualquiera de nosotros; lo expresaba con la letra de las coplas de Dios que resonaban cuando se iba adentrando en ese camino vital. Así dice: «El conocimiento del hombre no viene exclusivamente de fuera, sino que exige que uno se encuentre sumergido en el mismo destino, marinero del mismo equipaje [barco]. Presupone haberse encontrado juntos en las luchas más confusas y más intensas, como en los momentos de solaz y de alegrías inocentes. Para conocer a los hombres es preciso haber padecido hambre y sed entre los hombres; haberse jugado la vida con ellos; haber tomado parte, en cierta manera, en sus evasiones psicológicas; haber escuchado en los 2


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momentos favorables el verdadero canto que sale de lo profundo de sus almas; haberlos frecuentado dentro de la intimidad del hogar; haber vislumbrado la luz de sus ojos cuando el alma se abandona confiada, o la dureza de la mirada cuando sienten que alguien quiere penetrar en un terreno en el que no admiten a nadie más que a su odio.

Es preciso haber trabajado juntos, haber provocado sus mofas, su admiración o su lástima; es menester haberles visto frente al peligro y ante la muerte; es indispensable haber cedido y haber resistido ante sus caprichos. Hay que haber tenido contactos individuales y por grupos; haberlos observado por la calle, lo mismo que en el cine y en la taberna. Es menester haber aprendido mucho de los demás, oyéndoles y viéndoles vivir.

Hasta que llega el momento en que ya no se aprende gran cosa. Entonces es cuando se termina la fase de esta especie de curso de humanidades. Pero conviene (bajo peligro de distanciamiento) mantener contacto vital con los hombres, no solamente con los hombres que van decentemente vestidos, sino con todos los hombres, sin desdeñar las zonas más despreciadas ni los grupos más oprimidos. Es menester bañarse en el mar humano hasta sentir la propia alma próxima a las almas de los otros hombres. Únicamente entonces es cuando se está en disposición de “profesar” la HOAC».

Esta Cuaresma quiere ayudarnos a hacer esta inmersión vital en la vida de los hombres y mujeres del mundo obrero, seguros de que es la mejor manera de encontrarnos con las llamadas a la conversión que Dios nos hace, y de reorientar nuestra vida hacia ese abrazo intenso y fecundo que nos hará vivir, aún más, siempre y en toda circunstancia en la presencia amorosa de Dios. Porque «profesar la HOAC» es profesar la Iglesia, profesar el Evangelio, profesar una vida hecha ofrenda, hecha don agradecido.

En esta Cuaresma se nos propone revitalizar nuestra experiencia creyente y actualizar nuestro proyecto de vida militante desde la acogida de Dios en él. Se nos propone reordenar nuestra vida centrándola en Cristo, para que pueda orientarse a los hermanos. Para reconocer el paso salvador de Dios por nuestra historia y desenmascarar el mal

Dios sigue habitando nuestra historia herida y suscitando la Esperanza en medio de la vida. Eso es la Pascua, hacia la que nos encamina esta Cuaresma. Un tiempo para habitar nosotros conscientemente la realidad habitada por Dios de modo que podamos reconocer su presencia, pero también, desenmascarar, como propone el papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma a los falsos profetas, a los «encantadores de serpientes» que hacen que «tantos hombres y mujeres vivan como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Que tantos vivan pensando que se bastan a sí mismos y caigan presa de la soledad. Desenmascarar a los estafadores que no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Porque cada uno de nosotros, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las 3


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mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien».

Porque en este mundo el Amor corre el riego de enfriarse y apagarse en nosotros, sigue diciendo el papa Francisco: «Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, “raíz de todos los males” (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras “certezas”: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas. También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos –que en el designio de Dios cantan su gloria– se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte». Oración, limosna, ayuno

Son los «remedios» que nos propone la Iglesia en este tiempo de Cuaresma. También el papa Francisco nos invita a vivirlos con sentido:

«El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia… Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia.

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre».

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Un nuevo comienzo

Oración, ayuno, limosna. Podríamos expresarlo con otras palabras más nuestras: pobreza, humildad, sacrificio. Elijamos las que elijamos, el camino es el mismo, y la meta también: la Pascua del encuentro, de la sintonía, con Dios y los afligidos. El camino que nos lleva a renacer a la vida nueva. También los recuerda el papa en el Mensaje para la Cuaresma: Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo. Aprovechémoslo.

LA COMISIÓN PERMANENTE

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er er 1er 1 Domingo de de Cuaresma, ciclo Ade (5 de marzo de 2017) 3 Domingo Domingo deCuaresma Cuaresma (18 (19 defebrero abril dede2015) 2018)

PARA DISPONERTE

Comisión Permanente HOAC

Tengamos en cuenta, en primer lugar, que el «ser» cristiano a la manera de Cristo y de los santos, no puede ser nunca la resultante exclusiva de un ambiente y de unas pasiones sociológicas que nos fuercen a serlo desde el nacimiento. No. el ser cristiano «de verdad» exige siempre una conversión, que tiene que hacer individualmente cada hombre que viene a este mundo. ¡Este sí que es un acto puramente personal e intransferible! ¡Como que es el acto supremo de la libertad! (Rovirosa, OC, T.I. 168).

Si «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana (LS 217).

UNA MIRADA A LA VIDA

Los Obispos australianos supieron expresar la conversión en términos de reconciliación con la creación: «Para realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del corazón» (LS 218). Conversión personal ineludible, conversión ecosocial exigida. ¿De qué –y hacia quien– tienes que convertirte en tu vida? ¿De qué –y hacia quien– tiene que convertirse tu equipo? Ponte en camino, mirando tu vida y orando: Es hora de volver a casa, desde este país donde ya no hay alimento que pueda saciar mi hambre.

Hora de hacer una hoguera con todo mi egoísmo y mi estupidez. Hora de reducir a cenizas mi absurda torre de babel y bajarme a la tierra y comenzar a dar manos. 6


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Hora de quitar estorbos de mis oídos, y hacer silencio para volver a escucharte y escucharme. Debo entrar en el horno de tu Espíritu y dejarme transformar en el cántaro que tú quieras. Aunque mi “sí” quedó hecho cenizas, sé que puedo renovarlo. Y quiero hacerlo, con tu ayuda.

Cuarenta días para dejarme encontrar por ti, para darme cuenta de que me esperas a la puerta de casa. Cuarenta días para pedirte perdón y ayunar de tantas cosas que me sobran y otros necesitan. Cuarenta días para escuchar más atento tu Palabra, y dejar que sea tu Pan quien me sacie y tu Perdón quien me restaure. No hay camino fuera de Dios. Hoy comienzo el camino de retorno a Tu casa.

ESCUCHAMOS LA PALABRA DEL SEÑOR… Mc 1,12-15: Convertíos y creed la Buena Noticia A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Palabra del Señor

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INTERIORIZAMOS ESTA PALABRA

A continuación de su experiencia bautismal, Jesús necesita discernir y ordenar su vida inmediata, y preguntarse cómo ha de dar respuesta a la llamada del Padre, qué camino seguir. Necesita estar a solas y orar. Por eso el Espíritu lo empuja al desierto. El desierto, en la mentalidad judía, es lugar de prueba y tentación; morada del mal, pero también lugar de encuentro con Dios, de oración, de decisiones y experiencias. En él Jesús experimenta las tentaciones, en enfrentamiento con Satanás y, a la vez, la ayuda de Dios. Es un lugar y un tiempo que se vive en lucha, pero que también, a la vez, aporta paz y luz. Es la ocasión de experimentar que Dios no nos abandona nunca. El desierto es parte de nuestra condición humana, de ese vivir la historia atravesada por el conflicto, la ambigüedad y la tentación que se da en nuestra vida. Ahí, en esa condición humana hemos de vivir nosotros nuestra condición de hijos amados del Padre, en lucha y en paz, en las ausencias y silencios, y también en la fidelidad amorosa de Dios. Tentados; intentándolo. Nuestra vida hoy es como ese desierto, sacudida por todo tipo de crisis, sobre todo por una crisis socio-ecológica, humanitaria. Pero hay en ella, además, crisis más locales: de nuestra ciudad, nuestra parroquia, nuestro barrio, nuestra familia, nuestro trabajo… que nos desconciertan y rompen nuestros esquemas haciéndonos sentir empujados al desierto. El anuncio de Jesús tiene un tono de urgencia insoslayable. Proclama la llegada de Dios mismo a reinar; no una conversión para escapar del castigo, sino para hacernos capaces de recibir y acoger el Reino en el presente. En un presente que ofrece nuevas posibilidades, pues es buena noticia de parte de Dios. Una buena noticia hoy, aquí, ahora. Convertirnos es mudar la piel del corazón. El reino de Dios que Jesús anuncia se hace don y tarea, conversión y fe. Es buena noticia, ofrecimiento y don gratuito por parte de Dios, pero requiere nuestra respuesta, la de todos y cada uno. Una acogida que se expresa en la conversión y la fe: Convertíos y creed en el Evangelio. La llamada a la conversión es fuerza movilizadora de discernimiento y acción, de transformación, de renovación bautismal, porque la conversión hunde sus raíces en la buena noticia de la presencia de Dios en la historia que he de hacer vida. No tenemos recetas ni soluciones. No nos vale con salir del desierto o con que sean otros los que vayan en nuestro lugar. Pero sí tenemos signos: Dios está con nosotros, sumergido en el mar de nuestra humanidad, compañero del mismo barco, padeciendo hambre y sed entre los hombres; jugándose la vida con ellos; escuchando en los momentos favorables el verdadero canto que sale de lo profundo de sus almas. Tenemos la señal de Jesús que nos indica el modo de convertirnos y creer; que nos enseña a pasar por el desierto esta Cuaresma, con los ojos abiertos para reconocer sus señales y acoger su Buena Noticia. El proyecto del Reino es tu proyecto de vida. ¿Qué necesitas modificar, adecuar, o a qué has de renunciar, en qué has de convertirte, hacia quién, para que tu vida sea expresión de la acogida existencial del Reino? Con tu proyecto personal de vida militante por delante, plantéate un plan para esta Cuaresma y un compromiso a realizar. 8


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TERMINA PONIÉNDOTE, DE NUEVO, ANTE EL SEÑOR Los que habéis sido bautizados, las que habéis escuchado la voz del Espíritu, los que habéis acogido la revelación del Dios vivo, las que habéis descubierto que sois sus hijas, ¡adentraos en el desierto sin miedo y caminad con paso ligero! Cuaresma es ese tiempo que viene y va, tiempo para vivirlo en camino, sin instalarse, sin retenerlo, sin lamento, con la esperanza siempre a flor de piel y la mirada fija en otro tiempo, la Pascua, que es definitiva.

Entrad en Cuaresma convencidos, listos para el combate, ligeras de equipaje, la mente despejada, entrañas llenas de ternura y misericordia, calzado apropiado, y mucha paciencia con vosotros mismos. Dejaos mecer por la brisa del Espíritu; poned vuestro corazón en sintonía con los latidos de Dios y el grito de los afligidos, bebed en los manantiales de la vida y no os dejéis engañar por los espejismos del desierto.

Bajad del monte a los caminos de la vida, bajad sin miedo y llenos de misterio. No profanéis los templos vivos, buscad la noche como Nicodemo, y, como aquellos griegos, preguntad a discípulos y amigos por Jesús y su reino y cómo sembrarse en el campo del mundo para germinar a su estilo. Vivid la Cuaresma bien despiertos, caminando en comunidad, con fe, esperanza y amor, fijos los ojos en Jesús. ¡Daos esa oportunidad!

(F. Ulibarri)

Y, COMO SIEMPRE, OFRECE TU VIDA AL SEÑOR

Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día…

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