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ORAR EN EL MUNDO OBRERO

20º Domingo del Tiempo Ordinario (20 agosto 2017) Comisión Permanente HOAC

El hombre sin la Gracia, en cambio, no solamente está en este mundo como un extranjero al mismo, sino como un enemigo, todo le es hostil” (Rovirosa, OC. T.III. 26).

La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia (EG 181). Excluyentes y exclusivos

¡Cuántas distinciones acabamos haciendo al cabo del día!: los míos, de los nuestros, aquellos, estos, los de mi equipo de fútbol, los de mi barrio o mi ciudad o mi país, los de esta parte de la Iglesia... Los de mi clase, mis iguales… Al final tantos “mis” solo sirven para echar fuera a los “sus”: que se vayan a su tierra, a su parte de la ciudad, que se queden en sus casas, o en sus trabajos de mierda… criando a sus hijos, con sus ideas, sus miserias… ¡Qué bien sabemos construir diferencias, chiringuitos exclusivos y excluyentes, muros en lugar de puentes! ¡De todas clases! Eso no es solo privilegio de ricos. Nadia es rumana. Trabaja en un semáforo vendiendo pañuelos de papel. Pero, antes de llegar cada día debe asear a sus cinco hijos y dejar a tres de ellos en el colegio, a Tomás en casa de una vecina, y llevarse al bebé a trabajar con ella. Es mucho más rentable. Vende una revista, ofrece pañuelos y, la verdad, también pide limosna. De algo hay que vivir para alimentar a siete bocas cada día. Pavel, su marido, hace chapuzas, pero son muy esporádicas. Son de etnia gitana. Llevan cuatro años en la ciudad. Para Ricardo, que cada día pasa por ese semáforo, camino de la oficina, tan solo es la rumana que vende pañuelos. Hoy, incluso, ha sido invisible para él.

¿Cuántas personas excluidas son también invisibles cada día para ti? ¿Por qué no son de los tuyos? ¿Cuáles son los muros que construyes en tu vida frente a los otros? 1


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C.P.

Escucha la Palabra del Señor Mt 15,21-28: Mujer, qué grande es tu fe

Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.

Palabra del Señor

Para vivir la Palabra, acógela, hazla tuya Con este episodio de la mujer cananea la Iglesia de los orígenes afrontaba la cuestión importante, también hoy, de la salvación de quien todavía no ha sido alcanzado por el Evangelio de Jesucristo. La respuesta de la mujer se puede formular de esta manera: la salvación pasa por el reconocimiento del señorío de Cristo en nuestra vida. Un reconocimiento que puede ser implícito, porque está más ligado al amor al prójimo que a la pertenencia formal, como recuerda el capítulo 25 del evangelio de Mateo. Toda la familia humana tiene cabida en el misterio divino del Amor que comporta el que todo esté llamado a ser recapitulado en Cristo. Nos lo recordaba el Concilio Vaticano: el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que solo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual (GS 22). La primera llamada del evangelio hoy es una llamada a derribar muros excluyentes, a borrar fronteras entre “los nuestros” y los demás. Una cosa es vivir nuestra identidad y otra hacerla excluyente. También dentro de la Iglesia. 2


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Por otra parte, el texto nos sitúa ante la medida y la magnitud de la fe. En nuestra época seguimos tentados de medir la grandeza o pequeñez de una vida desde el éxito o los logros conseguidos. No es de extrañar que también lo hagamos con la fe, buscando inmediatamente la eficacia transformadora y el compromiso práctico que esa fe es capaz de generar. Pero sería una equivocación considerar “grandes creyentes” solo a quienes –movidos por el encuentro con Jesucristo- se esfuerzan generosamente en transformar nuestra sociedad desde un compromiso político o social, menospreciando a quienes por factores diversos no pueden comprometerse a ese mismo nivel aunque vivan toda su vida desde la fe, como creyentes. La fe debería medirse, en última instancia, por nuestra capacidad de abrirnos al misterio insondable de Dios, que transforma nuestra vida. Jesús se rinde ante la fe inquebrantable de esta mujer, ante su humildad. Reconoce con admiración y alegría la fe de esta “pagana”, y la propone como modelo para creyentes. Jesús ha salido de sus confines –de sus ideas preconcebidas– y la mujer de los suyos, y han podido encontrarse uno y otra. Lo malo, hoy, quizá, es que nadie viene gritando detrás de nosotros. Nadie nos pide nada. Nos dejan en paz (o nos ridiculizan) y quieren que les dejemos en paz. No quieren nada de nosotros. El problema no es tener abiertas las puertas de la iglesia, o de la comunidad, sino cómo abrir las puertas del deseo, la necesidad de esa petición, del encuentro con Cristo. Lo malo es que, aunque vinieran, quizá seguiríamos encerrados en nuestros confines-muros que imposibilitan el encuentro. Y, sin embargo, tenemos una propuesta de liberación, la de Jesucristo, que hacer llegar a todos como Buena noticia de salvación. No es para esconderla. Para eso habremos de recorrer con humildad el camino que nos lleva a estar junto a todos, en sus vidas, compartiéndolas y acompañándolas. Sin presuponer las preguntas ni adelantar las respuestas. Caminando con el “ritmo sanador de la projimidad”. Porque solo de ese compartir la vida pueden surgir las preguntas, los deseos y las peticiones. Acompañar la vida de las personas es la primera condición de la evangelización, porque es la manera concreta de encarnarnos. Solo con el testimonio de una vida transfigurada por el encuentro con Jesucristo podremos acompañar y suscitar las preguntas que nos lleven necesariamente a la escucha y a caminar con todos. ¿Qué puedes plantearte incorporar a tu proyecto de vida, o afinar si ya lo está, para crecer en ese ser puente que te permita acompañar la vida de las personas en su realidad, haciéndote prójima?

Termina con gratitud este encuentro con el Señor Somos un pueblo, un pueblo nuevo, un pueblo en marcha. Somos tu pueblo santo, Señor Somos un pueblo mesiánico.

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Y llevamos a cuestas, como Abraham, la tierra prometida, oculta pero real, imperfecta pero verdadera, poseída y a la vez añorada. Llevamos tus bienes mesiánicos, Señor. Somos el pueblo de Dios, un pueblo muy especial, el pueblo que Dios se ha forjado para sí, para atraer a todos a su casa y hacer un solo pueblo de toda la tierra. Un día estaremos todos.

Mientras llega ese día, llevamos en la entraña sangre de hijos y hermanos. Y gritamos: ¡Toda mujer es mi hermana y todo hombre, mi hermano! Los más hermanos son los pobres. Nuestro mayor es Jesús.

Y seguimos caminando en la arena.

Y ofrécete…

Señor, Jesús, … Concédenos, como a todos nuestros hermanos de trabajo, pensar como tú, trabajar contigo, y vivir en ti. … María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros.

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