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ORAR EN EL MUNDO OBRERO

24º Domingo del tiempo ordinario (11 septiembre 2016) Comisión Permanente HOAC

Si nos vistiéramos de entrañas de misericordia para con el prójimo… ¡cuántas maravillas haríamos! (Rovirosa OC, T.II. 227)

Para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos… Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse para poder tener esa misma actitud con los demás. Pero esto supone tener la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente, y no por nuestros méritos (Amoris Laetitia 107-108) Necesitamos pasar por la experiencia liberadora de aceptarnos y perdonarnos, y pasar la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente por su misericordia. Comienza, pues, tomando conciencia de aquello que necesitas perdonar en tu vida, y de lo que necesitas que Dios te perdone. Poner por delante tu proyecto de vida, te puede ayudar a ser consciente de tus incoherencias y pecados. Y desde ahí, invoca al Padre de las Misericordias. ORA

Ven, Jesús, búscame, busca la oveja perdida. Ven, pastor. Deja las noventa y nueve y busca la que se ha perdido.

Ven hacia mí. Estoy lejos. Me amenaza la batida de lobos.

Búscame, encuéntrame, acógeme, llévame. Puedes encontrar al que buscas, tomarlo en brazos y llevarlo.

Ven y llévame sobre tus huellas. Ven tú mismo. Habrá liberación en la tierra, y alegría en el cielo

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(San Ambrosio)


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24º Domingo del Tiempo Ordinario

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

C.P.

Escucha LA PALABRA Lc 15,1-32: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: –Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: –Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: –¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: –¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. También les dijo: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: –Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: –Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros». Se puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: –Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: –Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: –Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: –Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: –Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado. Palabra del Señor 2


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C.P.

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

24º Domingo del Tiempo Ordinario

Confronta tu vida con la Palabra

Nuestro primer pecado (nuestro pecado original) es que no queremos fiarnos del amor sorprendente de Dios, que se hace misericordia gratuita en el perdón inmerecido que nos ofrece y nos reconstruye; en ese perdón urgido por el amor, que nos restaura y nos hace revivir, que nos ofrece nuevas posibilidades de vida. Nuestro primer pecado, quizá, es pretender que el amor y el perdón de Dios sean tantas veces como el nuestro: justiciero y vengativo. Es decir, que no sea amor, ni sea perdón. Por eso, el segundo, tal vez sea olvidar que somos muchas veces ovejas perdidas, monedas por encontrar, hijos pródigos y, lo que es peor, hijos mayores, incapaces de perdonar y restaurar la fraternidad porque nos hemos vuelto inmisericordes. Nosotros necesitamos y recibimos perdón y misericordia, pero somos duros a la hora de perdonar y ofrecer misericordia. Nos pasa cada día de nuestra vida: en las luchas cotidianas, con aquellos que no piensan como nosotros, con quienes no comulgan con nuestros planteamientos. Nos pasa en la vida política, vecinal y sindical; con compañeros y compañeras de trabajo, con los jefes. El perdón y la misericordia en este mundo, regido por la rivalidad competitiva del individualismo, se ven como una debilidad, como algo que nos hace vulnerables; se perciben como algo que resta eficacia y fuerza. También hemos hecho ideología el perdón, la misericordia; lo que solo puede ser amor. Nos pasa también –y mucho– en la Iglesia; quizá es en ella donde somos más inmisericordes unos con otros, en cualquier dirección. Nos volvemos incapaces de perdonar, y de pedir el perdón que necesitamos. Así nos volvemos incapaces de acercarnos con misericordia a la vida de las personas del mundo obrero. Así no podemos acompañar, humanamente, sus vidas, porque hacemos imposible que haya una comunidad de misericordia capaz de compadecerse y acoger, hacemos imposible la fraternidad. Para nosotros, que buscamos justificaciones y creemos saber cómo debe actuar Dios, estas parábolas ponen de manifiesto que su amor va más allá de lo que pensamos. Dios ama y se preocupa por la suerte del ser querido. Para él somos algo valioso. Cada uno y cada una de nosotros somos únicos, irrepetibles. Para él este mundo no es algo divisible en buenos y malos, por eso no acepta el fariseísmo con el que vivimos las distintas situaciones de nuestra vida y etiquetamos a cada persona. Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, la justicia de Dios se hará siempre amor que restaura. Dios nos está buscando. Esa es precisamente la buena noticia de Jesús: que Dios sigue buscando, sin descanso, a los perdidos. Cuando nos sepamos perdidos, entonces nos dejaremos encontrar por Dios. Tenemos que hacer posible la alegría de Dios, la fiesta de la que nadie está excluido, acogiendo su perdón y su misericordia y dejando que su Espíritu moldee nuestra vida a la manera de su misericordia entrañable y gratuita. A la luz de este evangelio, seguro que hay mucho en mi proyecto de vida que necesita ser reescrito, pasado de nuevo por el tamiz de la misericordia y del perdón. Lo necesito yo, lo necesita la Iglesia, y lo necesita el mundo obrero. Lo reviso, pero no lo dejo en el aire: concreto mi compromiso. Puede ser buena ocasión para celebrar el sacramento de la reconciliación. 3


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24º Domingo del Tiempo Ordinario

HIJO PRÓDIGO

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

Acogiéndote a la misericordia de Dios, ora:

Me levantaré. Y tendré que ir, sé a dónde y a quien. No es la primera vez. Y sé cuáles serán mis palabras y las tuyas. Mediré nuevamente el corazón de un Padre.

Volver a tu casa. Dejarte ser Padre, reconocer mis veleidades, renunciar a la excusa, pegar silencios como voces; aceptar abrazos y besos, permitir que me laves como a un niño, ser invitado de honor, participar en tu fiesta, avivar la confianza, encenderla. No vuelvo a tientas. Vuelve el hijo; el que se marchó de casa y malgastó tu hacienda; el de siempre.

Aquí estoy, Padre, otra vez. Vengo como me ves, como ya sabes. Por la necesidad Y porque solo en Ti halla paz mi ser pobre y vacío. Aquí estoy, Padre, otra vez. Termina orando al Divino Obrero de Nazaret, con nuestra oración.

Señor, Jesús, te ofrecemos, todo el día… María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros 4

C.P.


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