29º domingo TO

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ORAR EN EL MUNDO OBRERO

29º Domingo del tiempo ordinario (9 octubre 2016) Comisión Permanente HOAC

Soy partidario de la ley justa. De lo que soy contrario es de la ley del más fuerte (Rovirosa. Cooperatismo Integral, OC, TI, 137)

Les pido sobre todo que mantengan el coraje en medio de sus angustias, para conservar la alegría de la esperanza. Que esa llama que habita en ustedes no se apague. Porque nosotros creemos en un Dios que repara todas las injusticias, que consuela todas las penas y que sabe recompensar a cuantos mantienen la fe en Él (Francisco, Discurso 6.7.2016). El clamor por la justicia se hace oración

María del Carmen, de 81 años, y Antonio, de 76 han recibido una orden de desahucio que les insta a abandonar el inmueble en el que residen desde hace 50 años antes del 30 de enero. El matrimonio tiene reconocida una discapacidad del 70 % porque no oyen, y al no saber leer ni el lenguaje de signos necesitan ayuda para muchos de los trámites diarios. Uno de sus hijos había hecho que sus padres firmasen un aval para adquirir una vivienda cuya hipoteca dejó de pagar al quedarse sin empleo, una deuda de cerca de 102.000 euros que Bankia busca saldar con la vivienda de 50 metros que el matrimonio adquirió en 1969. Según su abogada la entidad financiera "sabía que eran sordomudos

y analfabetos y admitieron las firmas sin testigos y sin nada". Desde esta situación, y tantas que conocemos, a las que les ponemos rostro, hacemos nuestra oración, en la solidaridad con quienes sufren la injusticia, y en la llamada a la compasión y la lucha por la justicia que ello supone para nosotros. 1

¿DESPRECIAR LA VIDA?

No te quedes, Señor, al margen de nuestros problemas. La violencia y la opresión dominan el mundo.

Escasean las personas honradas. Cualquier pretexto sirve para desacreditar a quien se compromete.


29º Domingo del Tiempo Ordinario

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

C.P.

Quien todo lo puede y quiere suplir a Dios compra la interpretación del pasado. No consientas, Señor, que se imponga el desprecio a la vida y la destrucción.

Los derechos de las personas son más importantes que la eficacia de las máquinas.

El Señor no quiere la infelicidad para nadie. Quien degrada la vida contradice los deseos de Dios.

La Palabra de Dios, hoy, me dice… Lc 18,1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan.

Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Palabra del Señor Para interiorizar la Palabra Muchas veces nuestra oración nace, como un grito desgarrador, desde el desconsuelo. Oramos desde la indigencia, desde la necesidad. Oramos desde la experiencia de no sentirnos escuchados por nadie, abandonados en nuestra suerte al capricho de los fuertes de este mundo; oramos desde la injusticia consentida que sufrimos. Oramos desde el acompañamiento encarnado de las situaciones de deshumanización que se dan en el mundo obrero. 2


C.P.

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

29º Domingo del Tiempo Ordinario

La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos, según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. En esta parábola resuena el grito de tantos inmigrantes olvidados en los CIE, y de los que han dejado su vida en el camino, despojados de todo; el de las familias de tantos heridos y fallecidos en accidentes laborales; el de Carmen y Antonio, y tantos como ellos, desahuciados de su casa: sin techo, sin trabajo, sin tierra; el de tanto expulsado del trabajo digno a las sombras del desempleo y la precariedad. Resuena el grito ahogado de tantas víctimas de guerras crueles y egoístas, en Siria, y en tantos lugares olvidados de África. Gritos silenciados. ¿Qué resonancia tiene que tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte? La viuda de la parábola no cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie. Ella solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia». Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa. Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Millones de seres humanos solo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso. ¿Por qué nuestra oración no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: «Hacednos justicia»? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre? La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese, entre otras cosas, buscar con Dios un mundo más justo para todos? La comprobación de nuestra fe es la oración que se hace escucha de la Palabra, e intercesión por los hermanos; una intercesión orante y activa en el compromiso por la justicia. Nuestra oración es grito que pide al Padre, día y noche, que haga justicia, que intervenga en la historia para liberar del mal a sus hijos e hijas, y que todos puedan reconocer su Amor en Jesucristo. Y, a la vez, es acogida del compromiso por la justicia al que Dios nos convoca en esta historia concreta. Para que ese grito no cese nunca, cada una y cada uno de nosotros debe estar dispuesto a querer llegar a ser una sola cosa con Cristo, clavado en la Cruz. Mi proyecto personal de vida militante que quiero ir fundamentando en la experiencia del Amor de Dios, me lleva a traducir su amor en el compromiso –por amor- a favor de la justicia. Puedo revisar, a la luz de esta parábola cómo contemplo en él esas dimensiones: vivir la experiencia del amor, oír el clamor del mundo obrero que sufre injusticia, traducirlo en oración, e intensificar, desde el Quehacer Apostólico, mi compromiso a favor de la justicia. 3


29º Domingo del Tiempo Ordinario

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

C.P.

Oro nuevamente para buscar con Dios un mundo más justo para todos

JUSTICIA DE DIOS

El Señor supera nuestro concepto de justicia. Muchas veces las leyes consagran desigualdades. La justicia del Señor favorece al pobre, al huérfano, al anciano y al marginado.

La justicia del Señor libera al débil de la opresión y la miseria.

La vida, la tierra, y el trabajo son de todos. El aire, el pan, y la cultura son para todos.

Que triunfe, Señor, la justicia en toda la tierra. Que sople el fuego del compromiso en las personas valientes.

Señor, Jesús, te ofrecemos, todo el día… María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros

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