ORAR EN EL MUNDO OBRERO
32º Domingo del Tiempo Ordinario (12 noviembre 2017) Comisión Permanente HOAC
La prudencia... ¡cuánto mal ha hecho y hace esta palabra, aplicada al revés! Prudencia para vivir y vivir cómodamente. Para vivir ¡bien! (Rovirosa, OC.T, V. 439).
A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás (EG 270). Miramos la vida desde la que oramos
Si no estamos atentos, despiertos, nos podemos perder lo que sucede a nuestro lado. Se nos puede escapar. Si no esperamos nada ni a nadie, por prudencia, nos perdemos el Reino y la vida. Hoy en nuestro mundo la prudencia es más sinónimo de cobardía que de previsión. La prudencia aplicada al revés, como dice Rovirosa, es la que nos mantiene a distancia de la miseria humana. Dios ha pasado esta semana –pasa siempre– por tu vida. Hazte consciente de ese paso, recuérdalo, revívelo. Agradécelo. Y reconoce como una gracia la vida que te ha mostrado. Trae a tu oración los acontecimientos, los rostros, las vidas, las esperanzas y sufrimientos… Empieza por hacerte consciente de este momento, de este encuentro con Dios. Señor, he salido a buscarte
Señor, hoy tropecé contigo; he visto tu rostro más de cerca y con más detalle.
Señor, hoy he salido a buscarte. He dejado mi casa, mi calle, mi barrio, y me he adentrado por otros caminos, por otros lugares y arrabales.
(adaptación de F. Ulibarri)
Pronto he sentido la noche de la soledad, del agobio y del miedo; y como un niño huérfano, he comenzado a buscarte en sombras y rincones, en esquinas y cruces.
Tropecé con personas semejantes, con hermanos a la intemperie, sin padres, sin cariño, sin nombre, sin futuro, con hambre, hermanos de nadie.
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La Palabra del Señor ilumina nuestra vida
Mt 25, 1-13: Velad, porque no sabéis el día ni la hora
Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora». Palabra del Señor Para interiorizar esta Palabra
El relato l t de d estas t diez di jóvenes jó es una llamada lll d de d atención t ió a no perder d la l oportunidad t id d de d participar en la gran fiesta del Reino. Ellas representan a la comunidad eclesial, en cuyo seno hay personas prudentes y personas necias. Esta diferencia se pone de manifiesto en la espera del novio. En un momento, todas se duermen, pero unas se habían provisto de aceite para las lámparas y otras, en cambio, no. Se hallaban en condiciones distintas cuando aparece el esposo. La parábola es una exhortación a estar preparados para la acogida del Señor, que viene, en los momentos menos esperados. No saber el día y la hora significa que no podemos vivir en la apatía. Estar preparados significa escuchar y poner en práctica las palabras de Jesús. Significa hacer vida la Buena Noticia que puede resumirse en el mandamiento del amor. Por eso no cabe en ningún cristiano el descuido, el adormecimiento, el desentenderse de los compromisos. No sabemos cuándo vendrá, pero tenemos la certeza de su venida. No caben actitudes que tienen poco que ver con el Evangelio: calcular el retraso para aprovecharnos de él, no tener paciencia para esperar, decaer en nuestra vigilancia y nuestro compromiso. Además la vigilancia, el compromiso, es algo que no podemos delegar. Corresponde 2
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a toda la comunidad, pero somos cada uno personalmente quienes hemos de estar preparados. Es una decisión y una respuesta personal. Cada quien hemos de poner el aceite en nuestra lámpara. No es posible aprovecharnos del “aceite” de los demás; no sirve. Cada uno hemos de hacer nuestra propia experiencia, recorrer nuestro propio camino. La formación, la espiritualidad y el compromiso que alimentan nuestra espera, que nutren la esperanza, que construyen la comunión, que nos mantienen atentos a la vida de las personas, capaces de hacernos cargo de la realidad, de discernir por dónde va llegando el Reino… es responsabilidad personal e indelegable. Tenemos la responsabilidad de estar despiertos para percibir el paso de Dios y las semillas del Reino en nuestra historia y en la historia cotidiana de nuestras hermanas y hermanos, porque este tiempo que vivimos es rico en posibilidades de salvación. Que no nos pase como expresa el poema de León Felipe: Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan solo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos. Ser cristiano es saber esperar en Dios. Y esto no significa sentarnos a ver la vida pasar, sino activar esa esperanza para que las semillas del Reino germinen y broten. Esperar en Dios es activar nuestra vida para ayudar a mostrar las pequeñas experiencias y realizaciones que anticipan el Reino, es valorarlas, es ayudar a otros a experimentarlas y vivirlas. Es saber activar las experiencias comunitarias de fraternidad, solidaridad, justicia, comunión… que nuestro mundo necesita. Es hacer posible otra manera de trabajar, de concebir la economía, las relaciones sociales, la política… Y esto supone aceptar también el ritmo de Dios. Todos soñamos cómo y cuándo debe llegar el Señor. Todos creemos que nuestros tiempos y ritmos son los que el Señor debería aprovechar. En el fondo quisiéramos someter a Dios a nuestros planes y nuestros ritmos, a nuestros deseos. Aceptar el ritmo de Dios requiere permanecer sin desfallecer, aunque a veces aparezca el desaliento. Orar es saber aceptarlo y ponerse en sintonía aunque no acabemos de entender. La oración nos ayuda a mantenernos despiertos y vigilantes; atentos a este mundo, cercano a su vida, dispuestos a acompañar, a acoger, a escuchar, a ofrecer, a dar razones de nuestra esperanza. Nos ayuda a suscitar esperanza, y avanzar en el proyecto de humanización de la vida obrera creciendo en comunión con los empobrecidos. Para eso necesitamos la oración y los sacramentos, y la formación, y la vida comunitaria, y el compromiso… 3
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Hazte de nuevo hoy esta pregunta: ¿Estoy despierto? ¿Me adormecen y me dejo adormecer? ¿Cómo ando de esperanza? ¿Cómo concretar en mi proyecto de vida los pasos necesarios para percibir el paso del Señor por mi vida y la de mis hermanas y hermanos?
Termina tu oración, pidiendo al Señor:
Despierta, Señor, nuestros corazones, que se han dormido en cosas triviales y ya no tienen fuerza para amar con pasión. Despierta, Señor, nuestra ilusión, que se ha apagado con pobres ilusiones y ya no tiene razones para esperar.
Despierta, Señor, nuestra sed de Ti, porque bebemos aguas de sabor amargo que no sacian nuestros anhelos diarios.
Despierta, Señor, nuestra hambre de ti, porque comemos manjares que nos dejan hambrientos y sin fuerzas para seguir caminando.
Despierta, Señor, tu palabra nueva, que nos libre de tantos anuncios y promesas y nos traiga tu claridad evangélica.
Despierta, Señor, nuestro espíritu, porque hay caminos que solo se hacen con los ojos abiertos para reconocerte
Despierta, Señor, tu fuego vivo. Acrisólanos por fuera y por dentro, y enséñanos a vivir despiertos.
Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad, porque nos perdemos en diversiones fatuas y no abrimos los secretos escondidos de tus promesas.
Despierta, Señor, nuestro silencio hueco, porque necesitamos palabras de vida para vivir y solo escuchamos reclamos de la moda y el consumo.
Y, como siempre, ofrece tu vida al Señor
Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte, pues tantas preocupaciones nos rinden y preferimos descansar a estar vigilantes.
Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día…
Despierta, Señor, nuestra fe dormida, para que deje de tener pesadillas y podamos vivir todos los días como fiesta.
María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros.
Despierta, Señor, esa amistad gratuita, pues nos hemos instalado en los laureles y solo apreciamos las cosas que cuestan.
Danos la gracia de amarte con todo nuestro corazón, y de servirte con todas nuestras fuerzas…
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