ORAR EN EL MUNDO OBRERO
34º Domingo del tiempo ordinario (20 noviembre 2016) Comisión Permanente HOAC
Cristo clama y sigue clamando sin cesar, con voz estentórea que los sordos no percibimos. Clama desde el nuevo Testamento y clama desde la Cruz. Y la prueba de su inmenso poder es que no fuerza a nadie. Va diciéndome sin parar y en todas partes (a mí y a cada uno): ¿No lo ves que te amo? ¿Todavía no te has dado cuenta? ¿Qué más podía hacer de lo que he hecho para demostrarte mi amor? ¿No quieres dejarte amar? Mírame en la Cruz; fijamente, mírame bien (Rovirosa. Dimas…, OC, TI, 386).
La fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que solo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos (EG 42). Oramos desde el conflicto
Para empezar acoge hoy esa propuesta que te hace Rovirosa: Mírale, a Cristo, en la Cruz. Llégate a la parroquia, cuando vayas de camino o de regreso al trabajo, o a buscarlo, o a renovar la tarjeta de desempleo; o ponte en casa ante un crucifijo. O empezad la reunión de equipo ante el crucifijo. Y mira. Mira y déjate mirar. Contempla en el Crucificado su gesto inmenso de amor por ti. Acoge su amor; déjate amar por Él. Déjate mirar por Él. En silencio. Las miradas de amor no necesitan palabras. Y, en ese amor, contempla también, y déjate mirar por ellos, a todos los crucificados de este mundo. Tómate tiempo, todo el que necesites. Las miradas de amor no pueden acogerse con prisas. Hay que detenerse en ellas. Hasta que traspasen nuestro corazón.
Y si necesitas palabras, que sean éstas:
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C.P.
Un diálogo de amor Lc 23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor
Para interiorizar y vivir la Palabra Contempla la escena del Evangelio. Al fondo, a cierta distancia, el pueblo mirando. Más cerca, las autoridades burlándose. Los soldados más cerca. María y Juan, al pie de la Cruz… y, Dimas, frente a su mirada. La escena ofrece diversas perspectivas para situarse. Las autoridades se mofan de Jesús poniendo en cuestión algo sustancial, el centro de la existencia de Jesús: su relación filial con Abbá. Los soldados ponen en cuestión el valor político del título de Mesías; un rey tiene poder, y tú no lo tienes; nada puedes hacer por nosotros. La tentación más seria le llega a Jesús de los crucificados con él: ¿por qué el salvador de los hombres, que se ha conmovido ante los sufrimientos humanos, no responde al grito de los míseros de la tierra? La más diabólica tentación porque en el fondo sigue proponiendo eso de: Dios no es tu padre, no te quiere, no le preocupas, te ha abandonado a tu suerte. ¡Avíatelas como puedas! 2
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Pero ahí está Dimas, el buen ladrón, dispuesto a robar el paraíso en el último instante de su vida. Dimas…: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Para poder comprender bien esta escena hay que subirse con Dimas a su cruz y, así, tener su misma perspectiva, y captar la misma mirada de Jesús, frente a frente. Dimas fue un desenterrador de tesoros escondidos, un superdotado para detectar tesoros ocultos. En este breve texto del evangelio proclamado hoy está todo lo que sabemos de él. Dimas seguramente está sumido también en la corriente general de burla y desprecio a Jesús. Pero, de repente, se encuentra frente a él, a dos pasos. ¿Aquello, hijo de Dios?... Hasta el momento en que “aquello” mirara a Dimas. Y las miradas se encontraron… Aquella mirada… ¿Qué había en aquella mirada? Tú hoy te has puesto bajo esa misma mirada de Jesús en la Cruz. Respóndele a Dimas: ¿qué has visto tú en esa mirada? ¿Cómo te sientes mirado? ¿Qué tiene esa mirada? Dimas ha descubierto que aquel no es un hombre como los demás. Aquella mirada separó netamente su vida en dos. Miró a sus ojos y recibió dentro de sí aquella mirada. Dimas, que encontraba tesoros ocultos descubrió que, en aquel ser humano envilecido y aplastado, habitaba el mismo Dios. ¡Era verdad, Jesús y el Padre eran una sola cosa! Había descubierto el tesoro de los tesoros. En Dimas se produce esa conversión que acepta matar su propia inclinación, para referirlo todo, y él mismo a Cristo. Entonces todo se le transforma en don de Dios, y acepta la muerte con Cristo para vivir en Cristo. Esta es la única manera de morir con Cristo que podemos practicar los bautizados. Nuestro mundo puede tomar del tesoro de Cristo la sabiduría necesaria para crear las condiciones fundamentales y necesarias para la vida de todo ser vivo. Por eso, esta fiesta de Jesucristo, rey del universo es la de toda criatura que no encuentra sitio en este mundo porque está aplastada por lógicas que no responden al don de fraternidad y la comunión, que no responden a la lógica del amor, sino a lógicas de poder y beneficio, lógicas de la ley del más fuerte, y no a la de perder la vida para que todos, para que los otros puedan vivir.
Mi proyecto personal de vida militante nace de esa mirada de Jesús, del aceptar morir con Él para vivir en Él. Nace de dejarme mirar por Jesús, de mirarle a él. Quizá puedo plantearme algo más para crecer continuamente en ese aceptar vivir en Él.
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C.P.
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Jesús es el Señor
Por encima de la salud, por encima de la vida, por encima de la muerte, ¡Jesús es el Señor!
Jesús es el Señor. No hay otro señor. No hay otra ley.
Por encima del civismo, por encima de la honradez, por encima de la justicia, ¡Jesús es el Señor!
No hay otro Señor. No hay otra ley. ¡Jesús es el Señor! P. Loidi
Por encima de la democracia, por encima de la legalidad por encima del derecho ¡Jesús es el Señor!
Por encima de la dialéctica, por encima de la lucha de clases, por encima de la revolución, ¡Jesús es el Señor! Por encima de la patria por encima de la nación, por encima del estado ¡Jesús es el Señor!
Por encima de la sangre, por encima de la familia por encima de los parientes ¡Jesús es el Señor!
Por encima de la comunidad, por encima de la Iglesia, por encima del cristianismo, ¡Jesús es el Señor!
Señor, Jesús, te ofrecemos, todo el día, nuestro trabajo… María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros.
Por encima del partido, por encima del sindicato, por encima de las organizaciones, ¡Jesús es el Señor!
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