3er Domingo Cuaresma

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3er Domingo de Cuaresma C • 20 de marzo de 2022 • www.hoac.es

Me dispongo

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El ser cristiano «de verdad» exige siempre una conversión, que tiene que hacer individualmente cada hombre que viene a este mundo. ¡Este sí que es un acto puramente personal e intransferible! ¡Como que es el acto supremo de la libertad! –Guillermo Rovirosa, O.C. TI. 168 A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia «para que participemos de su santidad» (Hb 12, 10). Otras veces solo se trata de encontrar una forma más perfecta de vivir lo que ya hacemos. –Gaudete et exsultate, 17

Miro mi vida Nos hacemos conscientes de que somos, un poco o un mucho, esa higuera incapaz de dar fruto a pesar de los esfuerzos: a pesar del amor de Dios en nuestra vida, de nuestros equipos, de los medios de formación, de la vida de comunión, del quehacer comunitario, del cuidado de unos por otros en las responsabilidades, de la fe compartida, de la misión que somos… A pesar de tanta misericordia de Dios en nuestra vida… no acogemos y aprovechamos los medios que Dios nos ofrece… No es la primera vez que vienes y que mi vida –como la higuera– muestra sus hojas arrogantes –verdes, grandes, ásperas, sin fruto– engañándote. Sabes que ocupa terreno fértil que sudaste y te desplomaste cuidándola para que diera los higos mejores, inútilmente. Y, aunque tienes ganas de cortarla, tu corazón hortelano se resiste. Le cavarás la tierra, le echarás abono nuevamente… Hablo robándote las palabras que me dijiste al encontrarme e invitarme a tu causa y buena nueva urgentemente. Déjala un poco más. Déjanos un poco más. Déjame un poco más, Señor, y cuídame.

(F. Ulibarri, adaptada) 13


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Acojo la Palabra del Señor… Lc 13,1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».

Palabra del Señor

Hago mía esta Palabra El texto contiene dos pasajes independientes: el suceso del accidente laboral que es leído por los contemporáneos de Jesús como una desgracia inevitable, en castigo por sus pecados, y la parábola de la higuera. Ambos son una invitación a saber leer la historia, hasta los acontecimientos cotidianos, desde la óptica de Dios, con la mirada de Dios. Es lo que también queremos practicar en el VER de la encuesta y de la revisión de vida. Hoy muchos acontecimientos no los interpretamos ya como consecuencia –castigo– por nuestros pecados, pero nos hemos acostumbrado a verlos como algo normal, irremediable, responsabilidad de las propias víctimas, o fruto de desafortunadas casualidades. Nos pasa con la siniestralidad laboral, por ejemplo. Esta manera de ver nos indica cuánta necesidad de conversión seguimos teniendo y cómo es imposible que demos otros frutos distintos de los que damos si no nos convertimos a la manera de ser –y de mirar– de Dios. Jesús mira los hechos desde otra perspectiva y los convierte, desde esa mirada, en una interpelación personal para quienes le escuchan: los acontecimientos históricos no son castigo de Dios, sino invitación a la conversión. Necesitamos cambiar para acoger el reino de Dios. Hay que saber discernir los signos de los tiempos porque Dios nos habla a través de los acontecimientos, por vulgares que sean. Hemos de saber leer evangélicamente los acontecimientos, que son reveladores de las injusticias manifiestas de nuestro mundo, de sus causas y consecuencias y, a la vez, reveladores de vida y justicia. Esto es posible si estamos encarnados en la realidad sufriente. Es el JUZGAR de nuestra revisión de vida. Mirar así, como Dios mira, nos hace sentirnos interpelados, conmovidos, por la vida de tantas personas, de modo que activemos nuestra manera misericordiosa de mirar en gestos de vida, de solidaridad, de compasión. Esto da sentido a nuestra vida.

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Una comunidad, una Iglesia que no da fruto, no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. Seremos como la higuera, llena de hojas y, aparentemente, de vida, pero inútil. La esperanza de que nuestro camino de conversión se realice y nos lleve a dar fruto -a vivir desde el Amor, viviendo por amor y para amar- es que Dios mismo se sigue empeñando con nosotros; que Dios mismo se compromete con nosotros y espera por nosotros contra toda esperanza. Vivimos el tiempo de la paciencia y la misericordia de Dios, porque es Amor: paciente, compasivo… Convertirnos no es solo cuestión de palabras o de proyectos y planes. Es cuestión de vida o muerte. Así de radicalmente sencillo. Ante el Reino nos urge el amor de Cristo. Necesitamos ACTUAR.

Pide al Señor el don de la conversión. Y responde al don concretando pasos de conversión en tu proyecto de vida.

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Me pongo de nuevo ante el Señor

Esperaré Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra. Pero abonaré la espera con mis hojas secas. Esperaré a que brote el manantial y me dé agua. Pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas. Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine. Pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios. Esperaré a que llegue lo que no sé y me sorprenda Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado. Y al abonar el árbol, despejar el cauce, sacudir la noche y vaciar la casa, la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza. (Benjamín González Buelta, SJ)

Le pido: Déjame un poco más, Señor, y cuídame Para ofrecerle una vez más nuestra vida Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día… Concédenos, como a todos nuestros hermanos de trabajo, pensar como tú, trabajar contigo, y vivir en ti. María, madre de los pobres, ruega por nosotros 16


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