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ORAR EN EL MUNDO OBRERO

6º Domingo del Tiempo Ordinario (11 febrero 2018) Comisión Permanente HOAC

Jesús…hace innumerables prodigios, pero ninguno tiene la menor utilidad para «libertar» Israel, tal como ellos lo entendían. Un paralítico que anda, un mudo que habla, unos leprosos que quedan limpios… (Rovirosa, OC, T.I. 362).

No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos (EG 48). Una mirada a la vida

Nuestra vida está llamada a ser sanadora. Será sanadora si cura e integra, si ayuda a otros a encontrar sanación en su vida que les permita integrarse en la vida. Nuestras actitudes, nuestra manera de tratar a las personas, nuestra manera de servirlas y la intensidad con que lo hacemos, están llamadas a ser instrumentos de sanación, de acogida, de inclusión. ¿Lo son? ¿Lo notan los pobres en su vida? Repasa esta última semana, ¿lo ha sido? Hazte consciente recordando hechos de tu vida. Descubre en tu propia existencia todo lo que necesita sanación, y pídesela al Señor: Pon tus manos sobre mí

Déjame poner mis manos en las tuyas y sentir que somos hermanos, con heridas y llagas vivas y con manos libres, fuertes y tiernas, que abrazan.

Pon tus manos sobre mí, Jesús, tus manos humanas curtidas y traspasadas: comunícame tu fuerza y tu energía, tu anhelo y tu ternura, tu capacidad de servicio y entrega.

Por tus manos sobre mí, Jesús, y abre en mi ser y vida surcos claros y ventanas ciertas para el Espíritu que vivifica: líbrame del miedo y de la tristeza, de la mediocridad y de la pereza.

Pon tus manos sobre las mías, Jesús, que están sucias y perdidas; dales ese toque de gracia que necesitan: traspásalas aunque se resistan, hasta que sepan dar y gastarse y hacerse reflejo claro de las tuyas.

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C.P.

Escuchamos la Palabra del Señor…

Mc 1, 40-45: La lepra se le quitó y quedó limpio.

Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes. Palabra del Señor Interiorizamos esta Palabra La lepra en Israel era una enfermedad tabú, y el leproso era el marginado y segregado por antonomasia. Todo leproso era excluido del pueblo para que no contaminara a la comunidad. Perdía sus derechos ciudadanos y religiosos. Se le prohibía la relación con los demás. La soledad y el rechazo acentuaban su sufrimiento. Curar a un leproso era como resucitar a un muerto; solo Dios podía hacerlo. Y entrar en contacto con un leproso comportaba quedar impuro y no poder reunirse con la comunidad; significaba compartir la exclusión. En ese contexto se sitúa la acción de Jesús, que ante la humilde petición del leproso, compadecido, no repara en tocarle violando las prescripciones rituales y legales. No puede haber acción más provocativa, ni misericordia más 2


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conflictiva. Jesús ya “no puede entrar abiertamente en ningún pueblo”. Ha echado su suerte junto a la de los pobres, excluidos y marginados. Esta es una señal del reino, porque rompe de raíz la peor de las marginaciones y, a la vez, es un signo preñado de humanidad: Jesús se mancha las manos con el dolor de la persona que sufre a pesar de las consecuencias sociales y religiosas que eso le trae. Para él el amor está por encima de las leyes religiosas, sociales y morales. También hoy la indignación ante situaciones semejantes de marginación y dolor es una virtud cristiana. Son múltiples los nuevos leprosos en esta sociedad moderna; ingente la multitud de descartados. Las formas de exclusión y rechazo se han multiplicado. Una de ellas la que sufren las oleadas de inmigrantes pobres que llaman a las puertas de Europa, que sufren el racismo, la xenofobia, la aporofobia, de consecuencias imprevisibles. Las leyes con que algunos estados cierran sus puertas, las prácticas de encarcelamiento, criminalización, devoluciones ilegales, expulsiones… son un exponente de este rechazo, de discriminación, de marginación. La expulsión de más de tres millones de personas del “mercado de trabajo”, la expulsión de tantas familias de sus viviendas, a manos de la banca; el hacinamiento de millones de personas en barrios ignorados de nuestras ciudades, el confinamiento de tantos jóvenes en formas precarias de existencia y trabajo, son nuevas maneras de excluir, marginar, descartar. Ancianos abandonados a su suerte solitaria, enfermos faltos de cariño y privados de posibilidades de acceso a la salud, excluidos por sus opciones de vida, por su raza, por su religión… La lista de la exclusión sería interminable. ¿Cuál sería hoy la indignación y la compasión de Jesús? Jesús se compadece: hace suyos los sufrimientos ajenos; arriesga su status y su propia salud. Sentir como propio el dolor del otro es hacerse prójimo. Lo contrario, como decía Benedicto XVI, cerrar los ojos ante el prójimo, nos convierte también en ciegos ante Dios.

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C.P.

Pide al Señor que te permita caminar a su lado para acercarte a tantos hombres y mujeres de hoy a los que Él quiere tocar y devolver la dignidad. Y fruto de esa oración, concreta en tu proyecto de vida los pasos a dar.

Termina poniéndote, de nuevo, ante el Señor

Yo, pecador

Señor, cuando me encierro en mí, no existe nada: ni tu cielo y tus montes, tus vientos y tus mares; ni tu sol, ni la lluvia de estrellas. Ni existen los demás ni existes Tú, ni existo yo. A fuerza de pensarme, me destruyo. Y una oscura soledad me envuelve, y no veo nada y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro, como a los ciegos, mudos y leprosos, que te presentaban. Yo me presento. Cúrame el corazón, de donde sale, lo que otros padecen y donde llevo mudo y reprimido el amor tuyo, que les debo. Despiértame, Señor, de este coma profundo, que es amarme por encima de todo. Que yo vuelva a ver a verte, a verles, a ver tus cosas a ver tu vida, a ver tus hijos... Y que empiece a hablar, como los niños, –balbuceando–, las dos palabras más redondas de la vida: ¡PADRE NUESTRO!

(Ignacio Iglesias, sj)

Y, como siempre, ofrece tu vida al Señor

Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día… 4


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