18ª Semana de Tiempo Ordinario (5 agosto)

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Orar en el mundo obrero

18º Domingo del T.O.

ORAR EN EL MUNDO OBRERO 18 SEMANA DEL T.O. (5 de agosto de 2012)

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“El trabajo que Dios quiere de nosotros es que prestemos adhesión al que Él ha enviado”. Es decir, que nos asimilemos a Jesús. No se trata de hacer compromisos, tener reuniones y cumplir eucaristías, etc.; se trata de ser como Jesús, ni más ni menos, por un amor semejante al suyo. VER (Un presente que puede ser nuestro futuro) Entre la población de Manila existe un número considerable de personas que reside en los cementerios, y no nos estamos refiriendo a los muertos. No hay estadísticas oficiales sobre esta población (¿a quién le interesan?); se trata de emigrantes rurales, maleantes a la fuga y prostitutas caídas en desgracia (si hemos de hacer caso al que lo cuenta). La cifra que se da es de decenas de miles. Sólo en North Cemetery viven unas 3.000 personas. Desde luego hay una ventaja impagable en vivir aquí: los primeros vecinos no dan guerra. En efecto, y para enseñanza de “vivales”, los espíritus no dan ningún problema a estos habitantes “ilegales”. "A quien hay que temer es a los vivos, no a los muertos", asegura Rosana Castro, cuyo hogar es, desde hace 23 años, una chabola erigida encima de una pared de nichos, en la frontera que divide la tierra de los vivos y de los muertos. De hecho, a Rosana los muertos no solo no le incomodan, sino que incluso le proporcionan una forma de vida. El marido inscribe las lápidas y ella limpia algunas tumbas cuando los familiares de algún fallecido deciden ir a visitarlo. "El Día de Todos los Santos nos da de comer durante dos meses, pero el resto del año la vida es dura", relata Rosana, que cobra entre 50 y 100 pesos (entre uno y dos euros) al mes por cada tumba de las que se responsabiliza. Mañana será el único día del año en el que no pueda permanecer en su infravivienda. "Tenemos que ser respetuosos y en Todos los Santos los familiares vienen a ver a sus seres queridos. Dejamos todo limpio y nos marchamos", cuenta. La segunda ventaja de vivir en un cementerio se nota directamente en el bolsillo. "No hay que pagar alquiler", reconoce Rolando Lacap, un hombre de 45 años que nació en el North Cemetery y que no se ha movido un ápice del panteón de los Teves en el que su madre le dio a luz sin anestesia ni asistencia médica. "Mis padres ya cuidaban de él cuando vivía la mayoría de los miembros de la familia. Ahora solo quedan los nietos de quienes compraron la parcela, y yo sigo cuidando de sus antepasados". En sus palabras no se aprecia ni un atisbo de envidia por el hecho de que los huesos de los Teves tengan un hogar mucho más decente que el suyo. Porque adecentando el panteón de esa familia consigue parte de los exiguos ingresos que le permiten comer una vez al día. "Les hacemos un favor y por eso nos dejan vivir aquí. De hecho, nos dan ropa e incluso comida. Creen que no solo adecentamos el mausoleo, sino que también


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damos compañía a los que están dentro". R. Lacap no está solo. Junto a las tumbas de la familia de los Teves, ha construido poco más que una tejavana a la que llaman casa para diez personas más: su mujer, Victoria Lacap; cinco hijos, de los que solo uno ha llegado a pisar el instituto, y no por mucho tiempo; y cuatro nietos que, cuando no dan brincos jugando a rockeros con palos que sirven de guitarra eléctrica, duermen desnudos sobre el yacimiento final de los Teves. La suya es una vida sin oportunidades. Porque las ventajas de vivir en el cementerio difícilmente compensan los inconvenientes. "Tenemos que robar la electricidad y no hay agua corriente ni un lugar adecuado para hacer nuestras necesidades y lavarnos", enumera Rose Mari Mamaril, una mujer de 32 años que ha parido un bebé amarillento porque estuvo "tomando medicinas contra la diarrea durante el embarazo y sin consultar con ningún médico". La ausencia de centros escolares y sanitarios, obviamente innecesarios para los muertos, 2 agudiza los problemas sociales de estos refugiados del camposanto. "La consulta en el ambulatorio del barrio es gratuita, pero no así las medicinas o el tratamiento necesario, así que ¿para qué vamos a saber lo que tenemos si luego nadie va a poner remedio?", se pregunta Mamaril. Malaria, dengue, tuberculosis y neumonía se encuentran entre las principales causas de mortalidad entre los habitantes de los cementerios y las barriadas de la capital filipina, un explosivo cóctel de unos 12 millones de almas. Cuando los virus no causan una escabechina, los tifones toman el relevo. "El viento se lleva por delante las casas, e incluso levanta las tapas de las tumbas y mata a gente. La lluvia no es mucho mejor", comenta Mamaril, sin atisbo de lamento alguno. "Y lo más preocupante es que muchos criminales vienen aquí a esconderse, y hay mucha droga y prostitución que crean un mal ambiente para nuestros hijos". La naturalidad con la que relata los peligros a los que se enfrentan ella y los suyos, en muchas ocasiones acompañada de carcajadas, es mucho más aterradora que la presencia de cientos de muertos a su alrededor.

PERO NO (Ulibarri, con modificaciones) Si dijese que sí, Señor, que todo está muy bien, que el mundo es justo y bueno, que cada cual es cada cual, que todos tenemos lo que nos merecemos, que estos tiempos no dan para más… Si dijese que acaso las cosas son así porque sí, y ahí están y no les demos más vueltas: si éste está arriba y ese otro abajo es por culpa de la vida; si algunos van de puerta en puerta con un saco de cenizas a cuestas, si viven en cementerios, en tumbas, es porque son unos estúpidos… Si dijese que sí, que todos tenemos igualdad de oportunidades, que el esfuerzo es lo que cuenta, que la revolución es una quimera, que los ricos también lloran, que el ser pobre tiene sus ventajas, que allá cada cual con su conciencia…


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Si dijese que exageras, que tus bienaventuranzas pertenecen a los cuentos orientales, que la pobreza, el hambre, las lágrimas,(de los otros, claro) no pueden erradicarse, la vida es como es, que de nada sirve maldecir a los de arriba y menos a los que triunfan… Sobre todo conformidad, resignación, admiración, callar, callar, y mucha precaución.

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Si dijese que sí…, entonces sería el momento de irme a hacer puñetas. Pero NO.

EVANGELIO (Jn 6,24-35) «Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Jesús les contestó: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”. Respondió Jesús: “La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado”. Le replicaron: “¿Y qué signos haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”. Jesús les replicó: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.» Explicacioncita La muchedumbre, tras el signo de los panes compartidos, BUSCA a Jesús. Pero éste les pone ante los ojos las verdaderas intenciones de su búsqueda: «no queréis otra cosa que saciar vuestros estómagos, “eternos mendigos-pedigüeños de la caridad”. Aun sois ciegos al “signo de donación personal” que habéis experimentado al compartir el pan de los discípulos. Dejaos de centraros en vosotros mismos y convertíos en viva generosidad». Jesús les reprocha el que se queden reductivamente sólo en las “necesidades materiales”. “¡Qué bueno está el pan!” (Alfonso). Hay que trabajar, hay que ganarse el alimento, −condición básica para compartir− (hablamos de “trabajo”, no de “empleo”), pero sobre todo hay que trabajar “por el alimento que dura dando vida definitiva”. Comprendemos que el pan contiene en sí el amor, y éste es el alimento que realmente mantiene y desarrolla la vida de las personas, el que las construye y realiza. Verdadera vida sólo la hay donde existe la “divina” capacidad de amar, pues el amor viene de Dios, que es el Amor. El amor es la auténtica “necesidad religiosa” del ser humano, el espíritu de la persona humana, su identidad más profunda, la vida verdadera.


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El pan era señal que expresaba el amor y lo contenía. No hay amor sin don de sí mismo; no hay don de sí sin una real comunicación de bienes. Para que el don del pan adquiera su sentido, ha de ser expresión del amor; y este no puede expresarse más que en el don del pan. Aquel pan repartido era la expresión de Jesús mismo. La muchedumbre ha visto el pan sin comprender el amor. Ven a Jesús, pero no captan el Espíritu que lo llena, y que hace de él “El Hombre”. Para comprender la señal no basta presenciarla pasivamente, hay que entrar en el significado que contiene. Pero el amor no puede ser reconocido si no hay voluntad de amar. Esta es la que Jesús designa como “trabajar para ganarse el alimento”. La sintonía del amor hace comprender la señal y lleva a la adhesión a Jesús. Y “el trabajo que Dios quiere de nosotros es que prestemos adhesión (que creamos) al 4 que Él ha enviado”. Es decir, que nos asimilemos a Jesús. No se trata de hacer compromisos, tener reuniones y cumplir eucaristías, etc.; se trata de ser como Jesús, ni más ni menos, por un amor semejante al suyo. Y a esto no estamos dispuestos. No a flor de labios, sino en el secreto del inconsciente me indigno: ¿Pero quién se cree Jesús que es? ¿Voy yo a cambiar la vida que llevo para asemejarme a él? ¿Pero qué se ha creído? Otros, por el contrario, se dicen que no les es posible cambiar, que les gustaría, pero que es imposible… ¡Ah si tuviésemos en cuenta que Jesús ha dado su vida por nosotros y nosotras y nos ha comunicado la capacidad de amar como él (Jn 13,34)! El pan del día anterior no era solo un signo que figurase otro pan. Aquel pan contenía el que él anuncia. En el pan compartido hay que descubrir el pan del amor, ya que éste sólo se da con aquel. En el amor humano, expresado con dones humanos, se contiene el amor de Dios y el don de Dios, como en la Persona Humana se contiene la presencia divina. “Señor, danos siempre de ese pan”. La muchedumbre, pues, con respeto y deseo le piden a Jesús el pan de Dios. Pero no se comprometen al trabajo, no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud pasiva, dependiente, buscando el beneficio propio. Quieren recibir el pan sin trabajarlo, encontrar la solución hecha, sin colaboración personal. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me preste su adhesión nunca pasará sed”. Acercarse a Jesús, adherirse a él, creer en él, asimilarse a él…, es decir, amar “por él, con él y en él”, “ser uno en él” por un amor divino como el suyo, darse sin condiciones por los últimos… tal es la obra que el Padre quiere que realicemos, y para la que hemos recibido su Espíritu de Amor, el Espíritu de su Hijo. Quien se asimila a Jesús por un amor como el suyo es el que alcanza el corazón de carne de la nueva alianza; las entrañas de misericordia de Dios Padre; las manos solidarias del Obrero de Nazaret; los ojos abiertos del Espíritu amante; los pies alegres del pastor mensajero. Este es el cristiano, esta es la persona perfecta: todo lo sabe, todo lo siente, todo lo puede, todo lo penetra, todo lo alcanza. Son el verdadero pan de Dios que van dando vida al mundo. (Ustedes perdonen la exageración teológica).


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IMPLÍCAME (P. Loidi, con retoques) Implícame, Jesús, con la causa de los pobres. Implícame con esta causa que es la tuya. Implícame, complícame, replícame, cuando ponga argumentos, para escabullirme de la acción.

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Que ya está bien de tantas palabras altisonantes y tan pocas obras. ¡Que se dediquen ellos a hablar, los que sueltan discursos sin movilizar lo más mínimo su vida! Implícame, Jesús, y complícame. Estoy demasiado centrado en mis debilidades, demasiado dedicado a mis cositas, demasiado ocupado en no hacer nada. Es hora de complicarme la vida con la evangelización y la acción por la justicia. Mis hermanos me duelen poco, Señor, esos hermanos maltratados por nuestra sociedad, sin trabajo, sin pan, sin casa, sin fe, o con sueldos que son una basura, tirados en el suelo de la marginación, la exclusión y la increencia. Dame tu dolor y tu indignación frente a tanta pobreza, y tanta hipocresía, religiosa y atea. Llévame del amor al dolor, del dolor a la indignación, de la indignación a la acción y la denuncia. Y haz de mí el cristiano bondadoso y aguerrido, que Tú esperas de mí.

PARA PENSAR «En caso de necesidad extrema, todas las cosas son comunes. Es, por tanto, lícito a quien se encuentre en tal situación tomar lo ajeno [a ser posible de los ricos, aunque precisamente de estos no es posible tomar nada, pues por esos son ricos. AMR] para su sustentación si no encuentra quien quiera dárselo» (S Tomás de Aquino) (cf. Vat II, GS, 69a). “Tomar lo ajeno” es lo que en otra situación de no necesidad extrema se entiende por “robar”. Tomás de Vio, más conocido como cardenal Cayetano (1468-1534) dio un paso más al afirmar que si un rico no distribuye voluntariamente lo que le sobra [este Cayetano está un poco despistado. ¡Si cualquiera sabe que mi amiga Esperanza Aguirre, pongo por caso, se las ve y se las desea para llegar a fin de mes! AMR], el juez puede hacerlo de oficio entre los indigentes –incluso fuera del caso de extrema necesidad− para que se respete la justicia. No creo exagerado decir, que las políticas redistributivas realizadas por los estados


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modernos a través del sistema tributario responde a lo que Cayetano esperaba de los jueces (Carvajal, 134). En una situación de crisis, como la actual, y sin tocar la estructura capitalista, el que no tiene trabajo ni casa (los parados sin cobertura; los desahuciados) tiene, pues, el derecho a obtenerlos de los “ricos” [eso sí, lo que no tiene son jueces que exijan tal derecho en los tribunales], no como limosna dadivosa, sino como justicia exigible. ¿Cómo? Una manera factible es a través del Estado redistribuidor [¿alguien conoce a tal ente?], que obligue a los “afortunados” [=los que salen en la revista Fortune] a participar de los gastos comunes de la sociedad (a los bancos los damos por perdidos) . Podemos echar mano de varias reglas. 1) Regla de oro: que cada cual reciba según su necesidad; y cada cual aporte según su 6 fortuna. 2) Regla de plata: que cada cual reciba según lo que haya aportado. 3) Regla de bronce: que cada cual apechugue con su (in-)fortunio. La regla de oro es para aquella clase de gentes entre la que se encuentran los cristianos. La regla de plata es la de aquellas gentes entre las que están los “socialistas”. La regla de plata es la de los “capitalistas”. [Tengamos en cuenta que las definiciones terminológicas son tales que “ni son todos los que están, ni están todos los que son”]. Más conocida por un cristiano que los diez mandamientos es la siguiente afirmación: “La propiedad privada está subordinada al destino universal de los bienes”. Pero si ese cristiano es un cristiano “capitalista”, tiene también por verdad como un templo esta otra: “Para que haya para repartir, primero habrá que producir. Y producir no es posible sin el afán de lucro. Ergo…” Querido amigo cristiano “capitalista”: …ergo tanto la producción como el reparto están subordinados a los derechos inalienables de las personas implicadas en los mismos. El capitalismo es una forma de llevar a cabo la dimensión económica humana que vale si sirve al destino universal de los bienes. Visto que vale para otras cosas, pero no para la justicia, no hay más que hablar: hay que cambiarlo. Vale, me responde, pero sin afán de lucro la economía no chuta… Tal vez tengas razón, le respondo, y esto del cristianismo sea una patraña más para almas candorosas…


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