ORAR EN EL MUNDO OBRERO Domingo de Pascua (16 de abril de 2017) Comisión Permanente HOAC
La lección de la resurrección es el eje en que han de centrarse todas las fuerzas para la implantación del Reino de Dios. Volver a una nueva vida rotunda y auténticamente cristiana, donde la austeridad no se considere flor de los tiempos difíciles, sino encarnación del diario vivir... desbordarse después, en el sentido de la solidaridad consecuente con la visión del Cuerpo Místico… para terminar con la incorporación del Mandamiento Nuevo…; he aquí algo sin lo cual, la lección de Cristo resucitado no tiene más que un sentido puramente afectivo, pero sin trascendencia vital (Rovirosa, OC, T.V. 429).
El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo (Francisco, Homilía Vigilia Pascual 2016). CONTEMPLAR DESDE LA VIDA
Jesús ha resucitado. Jesús resucita trayendo la esperanza al mundo. Trayendo la vida. Muchas veces nos dan ciertas noticias que nos cuesta creer y asimilar. “Hasta que no lo vea no lo creo”: cuántas veces hemos pronunciado esta frase… Lo mismo les pasó a los dos discípulos que salieron corriendo para ver si era verdad lo que María Magdalena les decía: EL SEÑOR HA RESUCITADO. Nuestra vida también está preñada de signos de resurrección, que hay que saber descubrir, mirar, acoger… Ponte, en silencio, ante Dios. Acoge tu vida –los signos de muerte, pero también los de vida y esperanza- y ponla en manos de Dios: las dudas y oscuridades, los cansancios y fatigas, las decepciones y fracasos, tus propias traiciones, lo que debes dejar que se airee y renueve con la fuerza del Resucitado. Pon también los pequeños signos de esperanza y vida que van rompiendo las muertes cotidianas: gestos pequeños y sencillos, tímidos comienzos, pasos vacilantes, solidaridades que germinan, humanidad que crece… agradécelos, cuídalos. Y ora:
Este es el tiempo del Dios de la Vida. De la vida dada y de la vida realizada. De la gloria de Dios y de nuestra dignidad perdida. 1
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Es tiempo de presencias y encuentros, de paz, comidas y abrazos, de corazones encendidos y trajes blancos, de envío a rincones lejanos… Es el tiempo de la experiencia, del paso del Señor por todas las tierras por todos los rincones, por todas las personas.
Tiempo de flores, sueños y utopías, de gritos, cantos y aleluyas. Tiempo de baños e inmersiones, de confesiones sinceras y comuniones para ser personas nuevas. ¡Tiempo divino para el ser humano en camino!
Es tiempo de primavera florecida, de liberación profunda y definitiva de cadenas, amuletos y miedos, de señores antiguos y nuevos, para sentir y vivir la vida.
Escucha la Palabra del Señor Jn 20, 1-9.- (Evangelio de la misa del día)
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor PARA HACER TUYA ESTA PALABRA
María Magdalena, apóstol de los apóstoles, es la primera, la que madruga, la que se apresura hacia el sepulcro al amanecer. En ella sigue vivo el amor que ha nacido del encuentro con Jesús, en su vida. Es el amor el que siente la ausencia, el que necesita sentir la presencia, el que no se conforma resignado con la muerte. No puede hacerlo. No puede, porque ama. Y es el amor el que empuja, a pesar de las evidencias, de lo que nos dicen los sentidos, y la gente. No puede ser. “Cuando aún estaba oscuro”; porque es en medio de esas contradicciones y muertes, en medio de los fracasos aparentes –o reales, pero nunca definitivos- que sentimos que el amor nos empuja a buscar el encuentro con el Resucitado; porque es medio 2
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de las oscuridades de la vida –en el sepulcro– hacia donde tenemos que dirigir nuestros pasos si queremos buscarlo de verdad. Son las paradojas de la vida. Es tocar la carne sufriente del pobre, como nos dice el papa Francisco, lo que nos lleva al encuentro con el Resucitado. Es estar –por amor– entre quienes malviven y malmueren lo que nos pone a tiro del encuentro con el Resucitado. “Y vio la losa”. Muchas veces es lo que apreciamos –solo la losa– cuando vamos solos, por nuestra cuenta, con nuestros medios y fuerzas, con nuestros proyectos o “ilusiones”. Por mucho que miremos no somos capaces de descubrir la vida naciente, la que surge en medio de las oscuridades. María vuelve con incertidumbres, y con esperanza. Necesita hacer comunitaria y compartir esa experiencia de aparente sinsentido. Habrá de volver, pero no sola. Vuelve y vuelve con ellos; vuelve la Iglesia. También nuestro encuentro con el Resucitado nos reclama ser Iglesia, sentir con la Iglesia, caminar como Iglesia que quiere hacerse presente como compañera de camino de toda la humanidad. “Vio y creyó”. Lo que ve Juan es lo mismo que Pedro y María. Pero el amor –de nuevo, el amor– capacita para ver más allá de las apariencias, para ver más allá de los fracasos o la muerte. El amor capacita para ver la vida aunque tan solo sea anunciada, germinada. El amor capacita para reemprender el camino. Nuestras miradas solo son humanas si son miradas de amor, de misericordia, sobre la vida de cada persona, y solo si son humanas podrán ser miradas de fe. “Hasta entonces no había entendido”. Hasta que nos quedemos sin nada a qué agarrarnos, más que la sola fe, puede que no acabemos de entender, tampoco nosotros, a Dios. Hasta que no pasemos por la experiencia de la Cruz no podremos encontrar el camino de la Resurrección. Hasta que no nos detengamos –sin nuestras respuestas– ante los sepulcros vacíos de nuestro mundo, no sabremos cómo empezar a balbucear las palabras de Vida que el Espíritu del Resucitado pone en nuestros labios. Hasta entonces no sabremos dar los primeros pasos que nos encaminen hacia donde hemos de sembrarnos para sembrar Vida. Dios pone vida donde los hombres ponemos muerte. La dinámica de la Resurrección exige poner vida donde otros ponen muerte. Entramos en la dinámica de la Resurrección cuando, arraigados en Cristo, vamos liberando en nosotros la fuerza de la Vida, luchando contra todo lo que nos paraliza o nos bloquea para crecer como personas y como creyentes. Para muchos cristianos –también para muchos de nosotros– la resurrección de Jesús se reduce a un hecho del pasado. Un acontecimiento lejano e inaccesible que, aunque de importancia decisiva para nuestra fe, no sabemos cómo vivir hoy desde nuestra experiencia. Recuperar la experiencia de la Resurrección, desde la que únicamente podemos vivir la fe, es insoslayable y urgente. Tenemos que volver a encontrarnos personalmente con el Resucitado. La Resurrección de Jesús nos formula la pregunta de fondo de nuestra vida: ¿Qué es lo que justifica y da sentido a mi vivir diario? ¿A quién busco? Pregúntatelo frente a tu proyecto de vida. Y pide al Señor que te ayude a concretar cómo reorientarlo desde la conversión y el encuentro con el Resucitado. 3
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Agradece este encuentro con el Señor, orando Es hora de entrar en la noche sin miedo, de atravesar ciudades y pueblos de quemar lo viejo y comprar vino nuevo, de quedarse en el corazón del mundo, de creer en medio de la oscuridad y los truenos. ¡Es la hora de la vida nueva!
Es hora de levantarse del sueño, de salir al balcón de la vida, de mirar los rincones y el horizonte, de asomarse al infinito aunque nos dé vértigo, de anunciar, cantar y proclamar. ¡Es hora de la vida nueva!
Es hora de romper los esquemas de siempre, de escuchar las palabras del silencio, de cerrar los ojos para ver mejor, de gustar su presencia callada, de andar por los desiertos. ¡Es hora de la vida nueva!
Es hora de despertar al alba, de descubrir su presencia entre nosotros, de iniciar caminos nuevos, de andar en confianza, de pasar a la otra orilla. ¡Es la hora de la vida nueva!
Oración a Jesús Obrero
Es hora de confesar la vida, de hablar poco y vivir mucho, de arriesgarlo todo, apostando por Él, de sentarse a la mesa y calentar el corazón, de esperar contra toda esperanza. ¡Es la hora de la vida nueva!
¡Es Pascua, el paso de Dios por nuestro mundo lavando las heridas, sembrando esperanza, levantando la vida, llenando de semillas nuestras alforjas vacías!
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Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día: nuestro trabajo, nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas… María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros.