ORAR EN EL MUNDO OBRERO Domingo de Pascua (1 de abril de 2018) Comisión Permanente HOAC
La razón de nuestra vida cristiana, de nuestra fe en la eternidad y en la vida futura, encuentra su máxima justificación en la Resurrección de Cristo (Guillermo Rovirosa, O.C, T.V, 431).
Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! (EG 3). DESCUBRE LA ALEGRÍA DE LA VIDA
Reconocer los signos de vida en medio de las dificultades y oscuridades cotidianas es un don y una necesidad. Ser capaces de valorar la fuerza de esos signos del Reino, de esos pequeños pasos de vida digna y humana es una exigencia de la Fe, y una condición de la Esperanza. Tu vida está llena de ellos: la tu vida de equipo, la comunión de vida, bienes y acción en que vamos caminando paso a paso, la solidaridad con los empobrecidos y la misma solidaridad entre ellos, el acompañamiento cercano y humano que ofreces a personas concretas de tu ambientes, y el que encuentras en ellos; los pequeños pasos que van alcanzando y asegurando la dignidad de las personas; las semillas de humanización que van dando fruto, construyendo comunión; tu propia conversión, tu capacidad de escucha y acogida creciente, de reír con los que ríen y llorar con los que lloran; tu familia, tus amigos, el sentir que no estás solo en medio de las dificultades de la vida; cada pequeño logro de humanidad y justicia. La vida entregada por amor de tantas personas a tu alrededor, en lo cotidiano y sencillo, cada buena persona que Dios pone en nuestro camino, cada gesto de humanidad que hay en nuestra sociedad; los pasos que la Iglesia toda vamos dando para ser Iglesia abierta, encarnada, transparencia de Dios… Cada perdón dado y aceptado, cada rencor despreciado, cada fraternidad restaurada… Reconócelos, agradécelos… ora. 1
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Me niego a creer, hermano
Me niego a creer, hermano, que tu llanto es sordo y vano, que tus gritos no resuenan y que es inútil tu canto; me niego a creer, hermana, que no existe valentía frente al poder insolente que destierra y que domina; me niego a creer, hermano, que tu pueblo está acabado, que los pobres han perdido bajo el yugo machacados. Me niego a creer, hermana, que el dolor y la agonía de quien sufre la miseria no se tornen alegría; me niego a creer, hermano, que la esperanza es vacía, que la vida es un engaño, un puro fraude de dicha. Me niego a creer, hermana, que tus manos se han cansado, que el amor se ha vuelto viejo y que es locura sembrarlo; me niego a creer, hermano, que el rencor engendra vida, que la huella del humilde alguien la borre algún día; me niego a creer, hermana, que la paz ha claudicado, que no hay lugar para el sueño de habitar un mundo humano. Me niego a creer, hermano, que vencerán sus teorías, que podrán callar al pueblo que reclama al fin justicia. Me niego a creer, hermana, que el combate está perdido, que nadie puede, hoy en día, perdonar al enemigo…
Escuchamos la Palabra del Señor... Jn 20, 1-9: Hasta entonces no habían entendido la Escritura.
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no 2
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entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor INTERIORIZAMOS ESTA PALABRA
Las tradiciones del sepulcro vacío y las apariciones son las dos formas más antiguas de expresar la fe en la resurrección. Aparte de confirmar la resurrección de Jesús, el evangelista nos transmite que no es una invención de mujeres, y que en la ausencia, se descubre ya la presencia del Resucitado. Cuando somos cogidos por la fuerza de la resurrección de Jesús comenzamos a entender de una manera nueva, como un Dios Padre-Madre apasionado por la vida de las personas, comenzamos a amar la vida de manera diferente, y donde otros solo ven ausencia o muerte, somos capaces de ver una nueva realidad preñada de vida, porque la resurrección de Jesús nos descubre, antes que nada, que donde los seres humanos ponemos muerte, Dios pone vida; donde nosotros la destruimos, Dios es capaz de generarla. Nuestro corazón es el primer lugar donde apostar por la vida. Creer en la resurrección de Jesús es comprometernos en ser hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida: de toda vida, de la de cualquier criatura, especialmente de la vida de los seres humanos. Pero, además, creer en la resurrección es hacernos visiblemente presentes allí donde se produce muerte, para luchar con todas las fuerzas contra cualquier ataque a la vida. Solo quien vive así puede proclamar que vio y creyó, que ve y cree. Celebrar la Pascua y creer en la resurrección no significa explorar devotamente el sepulcro vacío, sino estar dispuestos a leer los signos que tenemos en la vida: acoger el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la fe de los que no tienen miedo, la ternura de quienes ofrecen misericordia, la utopía de quienes se entregan para alumbrar una sociedad más humana y fraterna. Creer en la resurrección es ponerse tras las huellas del Resucitado, reconocerlo en quien está al lado, en el otro, y dejarse encontrar por Él. Nadie puede quitarnos la alegría de la resurrección, ni los signos de vida que la expresan. Sigamos buscando, como María, como Pedro, como Juan… como tantos que nos han precedido. 3
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Proponte esta semana un plan y un compromiso concreto, en tu proyecto evangelizador, para que crezcas en la apuesta continua, cotidiana, por la vida; por la vida de todos, por toda la vida.
PONTE, DE NUEVO, ANTE EL SEÑOR Porque Tú has resucitado, Jesús, te buscaré a tientas cuando no encuentre el camino y cuando la vida me duela.
Porque Tú has resucitado, Jesús, caminaré tras tus huellas, aunque mis pies estén cansados y aún no sepa la meta.
Porque Tú has resucitado, Jesús, soñaré cada noche, despierto, y madrugaré temprano, para acoger, como un regalo, tu Reino.
Porque Tú has resucitado, Jesús, viviré el tiempo de mi vida como una gracia inmerecida, superando miedos, acogiendo tu venida. (Javi García Gutiérrez)
Y, COMO SIEMPRE, OFRÉCELE TU VIDA
Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día nuestros trabajos, nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas.
Concédenos, como a todos nuestros hermanos de trabajo, pensar como Tú, trabajar contigo, y vivir en Ti. … María, madre de los pobres, Ruega por nosotros.
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