Domingo de Ramos

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ORAR EN EL MUNDO OBRERO Domingo de Ramos (25 de marzo de 2018) Comisión Permanente HOAC

Y porque Dios es Amor, la expresión máxima del Amor Omnipotente fue la Encarnación, la Pasión y la Muerte del Hombre Dios. ¡Qué bien se comprende que un poder «así» fuera escándalo para los judíos, y que una sabiduría «así» fuera locura para los griegos! (Guillermo Rovirosa, O.C, T.I, 381).

La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia. Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad (EG 269).

Desde las cruces de nuestro mundo, con los crucificados de hoy…

Ten presente los nombres, los rostros, las vidas, de tanta persona sin trabajo, sin trabajo decente, con empleos precarios, sin derechos, sin posibilidad de vida, sin horizonte… tanta persona herida en su dignidad, descartada, pisoteada en su humanidad… oprimida, entristecida, desencantada… crucificada. Ten presente las cruces a las que este mundo las conduce, fuera de la ciudad, más allá de las periferias: el paro, la precariedad, los empleos informales, la falta de derecho a la vida, a ser y vivir; la precaria situación de tantas familias, las precarias condiciones de la vivienda, de la salud… la dificultad para construir un proyecto humano de vida, una familia. La pobreza y soledad en la que muchas de ellas han de vivir. La cruz de la insolidaridad, de la normalidad, de la culpa por su propia situación… Párate el tiempo necesario ante sus vidas. Y ora, desde esas vidas, desde la tuya… Pregón de Pasión

Descálzate, porque el terreno que pisas es terreno sagrado. Disponte, tú que hoy escuchas, a recibir una historia que es la tuya, la mía, la de todos. La historia de un amor infinito, entregado, vencido y vencedor. Prepárate a contemplar, en los días por venir, una cena, una toalla ceñida a la cintura, y todas las pasiones del mundo concentradas en un mismo relato: amor y traición, promesas y abandono, prejuicios y juicio, ultrajes, ayuda, fidelidad al pie de una cruz, el dolor desgarrado de las madres de cada víctima inocente cuyos lamentos atraviesan los siglos, la frialdad del sepulcro, y una chispa de esperanza. Descálzate, porque el terreno que pisas es terreno sagrado. Disponte, tú que hoy escuchas, a recibir nuestra historia. 1


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C.P.

Leemos la Palabra del Señor…

Mc 15,1-39: Pasión de nuestro Señor Jesucristo (forma breve)

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él respondió: «Tú lo dices». Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre. Pilato les preguntó: «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo. Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz. Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También los otros crucificados lo insultaban. Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: Eloí Eloí, lemá sabaqtaní (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, llama a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Palabra de Dios 2


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Interiorizamos esta Palabra

La memoria de Jesús (algo más que el simple recuerdo) es una memoria subversiva. La Pascua aviva la esperanza ilimitada, pero la raíz de esa esperanza es una cruz –suplicio de esclavos, vergüenza, escándalo, fracaso- y tiene restos de sangre. Es una memoria con huellas de sangre que hace presente a un hombre crucificado, asesinado. Una muerte que es consecuencia y síntesis de su vida: una vida para los demás; una vida enteramente gastada en amar a los demás. Hoy entramos en la semana santa acompañando a Jesús en los últimos días de su vida, para recorrerlos y vivirlos con él, para reconocernos también en las escenas que contemplamos. Entramos en esta semana para recorrer con Jesús los lugares de su pasión y los de la pasión de nuestro mundo de hoy. Y para reconocernos en esos lugares vitales que transitamos, o de los que procuramos apartarnos o por los que pasamos sin ver, con paso rápido. De todo hay en nuestra vida. También quienes acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén lo hacen desde posturas muy distintas. Desde la desconfianza, desde la incredulidad, desde la miseria, desde la esperanza y la ilusión, o desde las propias esperanzas ilusorias. Muchos aplauden a Jesús, pero aplaudirían igual a cualquiera que entrara en campaña electoral, y alegrara los oídos con promesas vanas. ¿Nosotros desde qué momento vital vamos a entrar en Jerusalén acompañando a Jesús? ¿Qué camino estamos dispuestos a recorrer con Él en esta Pasión? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿En qué momento vamos a desaparecer sigilosamente de escena para “salvar” el pellejo? ¿Qué traiciones vamos a experimentar, a reconocer y a llorar? ¿Qué cruces vamos a ayudar a cargar? ¿Con qué miradas y lamentos nos vamos a encontrar? ¿Con qué palabras? ¿Con qué silencios? ¿En qué cruz nos vamos a reconocer? ¿Con qué confianza absolutamente radical en Dios? Al contemplar al Crucificado y a los crucificados de hoy sentiremos la noche del dolor, haremos memoria de la entrega de Jesús, de su amor incondicional, de sus palabras de vida También seremos invitados a dejarnos lavar los pies, y a ponernos de rodillas ante quienes necesitan que se los lavemos. Seremos invitados a entregar nuestra vida, a decir con Jesús: “Todo está cumplido”, porque vamos viviendo la vida como hemos aprendido de Jesús, hasta sus últimas consecuencias. Seremos interpelados por los acontecimientos que contemplamos y oramos a hacer de nuestra fe en el amor y de nuestra vida entregada los ejes de nuestra existencia. Seremos invitados a descubrir en la Cruz el mayor gesto de amor de Dios por cada hombre y por cada mujer. Proponte esta semana vivir la Pasión con hondura humana y creyente, quizá alejado del bullicio de las calles. Busca tiempos largos de oración, contemplando el relato de la Pasión (Mc 11 – Mc 15, 47). Y con tu proyecto de vida por delante, pregúntate cómo aceptar en tu vida la Cruz, voluntariamente aceptada, como signo de Amor. 3


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Termina poniéndote, de nuevo, ante el Señor Cruz

Más abiertos aún los brazos, para abarcar a quien necesita una cuna para su dolor. Más abiertos, mostrando una desnudez que no esconde malicia. Más abiertos, y de tan abiertos un poco quebrados, que no hay quien los sostenga, solo dos clavos. Un rostro exhausto, pero aún capaz de ver a la madre, al amigo, al enemigo y para todos balbucear amor, perdón o futuro. Cargar con la cruz es abrazar la vida. Ahora.

(José María R. Olaizola sj)

Y, como siempre, ofrece tu vida al Señor

Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día nuestros trabajos, nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas …

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