Tema de la quincena
La empresa
Comunidad de personas al servicio de la sociedad Comisión Permanente de la HOAC
En el anterior Tema de Quincena hemos ofrecido una reflexión sobre el sentido y el valor que para la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) tiene el trabajo humano. Continuando con esa reflexión (tomada del Plan Básico de Formación Política de la HOAC), vamos a plantear en este el sentido y el valor de una institución social estrechamente relacionada con el trabajo: la empresa (1).
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ara la Doctrina Social de la Iglesia (DSI),
la empresa es una institución social fundamental para realizar el valor del trabajo humano, sin relación al cual la empresa carece completamente de sentido. De hecho, como ha subrayado Benedicto XVI en «Caritas in veritate», la actual situación de muchas empresas, que eluden sistemáticamente sus responsabilidades sociales, está demandando una profunda revisión de la manera de entender la empresa y su funcionamiento (CV, 40). Necesi-
dad que está vinculada a la de repensar de raíz el sentido de la economía y sus fines: «La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos… Pensándolo bien, esto es también una exigencia de la “razón económica”. El aumento sistémico de las desigualdades…, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la democracia, sino que también tiene un impacto negativo 19 1.507 [1-7-10 / 15-7-10]
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Tema de la quincena en el plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”… Reducir el nivel de tutela de los derechos de los trabajadores y renunciar a mecanismos de redistribución del rédito con el fin de que el país adquiera mayor competitividad internacional, impide consolidar un verdadero desarrollo.
«La empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles. (…) Además de esta función típicamente económica, la empresa desempeña también una función social, creando oportunidades de encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las personas implicadas. En la empresa, por tanto, la dimensión económica es condición para el logro de objetivos no sólo económicos, sino también sociales y morales, que deben perseguirse conjuntamente» Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 3386
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Por tanto, se han de valorar cuidadosamente las consecuencias que tienen sobre las personas las tendencias actuales hacia una economía de corto, a veces brevísimo plazo. Esto exige una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines… Lo exige, en realidad, el estado de salud económica del planeta; lo requiere sobre todo la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son evidentes en todas las partes del mundo desde hace tiempo» (CV, 32). En este sentido, hoy tiene una gran importancia y valor la reflexión sobre el sentido de la empresa como institución social y como cuestión política fundamental. Vamos a considerar sintéticamente lo que plantea la DSI al respecto.
Los fundamentos de la empresa Según la DSI la empresa tiene un triple fundamento: a) El ejercicio de la libre iniciativa en el campo económico: dado el carácter de sujeto libre y responsable que debe caracterizar al ser humano, la libertad de iniciativa en el campo económico es un valor fundamental y un derecho a promover y tutelar. La empresa responde a este valor y realiza la humanidad de las personas en cuanto a sujetos creativos y capaces de relacionarse con los demás también en la actividad económica. b) El carácter social del trabajo humano: dado el carácter social del trabajo humano, lo que responde al ser de las personas es que se unan en la empresa para responder
Tema de la quincena a sus necesidades a través del trabajo y para prestar un servicio a la vida social a través de la producción de bienes y servicios necesarios para los demás. La libre iniciativa humaniza cuando se inscribe en el marco de este carácter social del trabajo. c) Las necesidades de la sociedad: dado que la sociedad precisa responder a las necesidades de las personas, necesita contar con instituciones como las empresas que produzcan los bienes y servicios necesarios para una vida digna. Es esta finalidad al servicio de la sociedad lo que dota a la libre iniciativa de sentido humano.
El sentido y la finalidad de la empresa Para responder adecuadamente al ser de la persona y servir a la vida social, la empresa debe ser una comunidad solidaria abierta al bien común. Esto significa, en primer lugar, que la empresa debe realizar bien su función económica, que es primordial en la existencia misma de la empresa. De hecho, existe para realizar esa función económica que es una necesidad social. Función económica que debe realizar con competencia y eficiencia, utilizando lo mejor posible los recursos con los que cuenta, las capacidades de las personas que componen la empresa… En este sentido, la empresa debe caracterizarse ante todo por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles.
económica, que es en sí misma una importante función social, la empresa tiene una función social más amplia: la empresa debe caracterizarse también por ser un ámbito de encuentro y colaboración entre personas, de realización de las capacidades y valores de las personas implicadas en la empresa. Así, el objetivo de la empresa debe llevarse a cabo en términos económicos, con la debida eficiencia y competencia, pero cuidando simultáneamente los valores humanos que permiten el desarrollo concreto de las personas y de la sociedad. Porque la Doctrina Social de la Iglesia, de acuerdo a la vocación del ser humano en todos los ámbitos de su existencia, subraya especialmente que la empresa debe ser, ante todo y sobre todo, una comunidad de personas que constituyen una comunidad de trabajo al servicio de sus propias necesidades y de las necesidades de la sociedad.
Pero, en segundo lugar, en el desempeño de esa función
«La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios como índice de la buena marcha de la empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único índice de las condiciones de la empresa. Es posible que los balances económicos sean correctos y al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible, esto no puede menos de tener reflejos negativos para el futuro hasta para la eficiencia económica de la empresa. En efecto, la finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera» Juan Pablo II, «Centesimus annus», 35
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Tema de la quincena El mayor valor de la empresa es su capacidad de unir a un conjunto de personas, con funciones distintas, con unos instrumentos adecuados para producir los bienes o servicios que la sociedad necesita (capitales, materiales, instalaciones, capacidades humanas, técnicas…), siendo a la vez eficiente en la producción de bienes y servicios, organizando adecuadamente las distintas capacidades de las personas que forman parte de la empresa, y ámbito de realización de las personas en esa tarea común (2). Por eso, la DSI considera la justa función de los beneficios en la empresa. La empresa necesita tener beneficios para poder funcionar y desempeñar su finalidad. Además, los beneficios pueden ser un índice de la buena marcha de la empresa, de la eficiencia y competencia con la que realiza su función económica. Pero los beneficios no son el único índice de la buena marcha de la empresa. Es más, una empresa puede tener beneficios y, sin embargo, desempeñar mal su función. Tal cosa ocurre cuando los beneficios se obtienen al margen de las necesidades reales de la sociedad y del respeto a la dignidad de las personas que forman parte de la empresa y trabajan en ella. Porque la finalidad de la empresa no es la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de personas que buscan la satisfacción de sus necesidades y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad.
presa debe responder para ser realmente una institución al servicio del bien común de las personas y de la sociedad. En primer lugar, una responsabilidad económica: la empresa tiene la responsabilidad de utilizar eficientemente los recursos (humanos y materiales) de los que dispone, produciendo de forma eficiente bienes y servicios útiles para la sociedad. En segundo lugar, una responsabilidad ecológica: la empresa tiene la responsabilidad de producir bienes y servicios de forma respetuosa con el medio ambiente. En tercer lugar, una responsabilidad social respecto al trabajo y respecto a la sociedad en la que está la empresa: la empresa tiene la responsabilidad de producir bienes y servicios respetando siempre la dignidad de las personas
Esta finalidad de la empresa está estrechamente relacionada con sus responsabilidades y con la forma en que debe funcionar.
Las responsabilidades de la empresa El sentido y finalidad de la empresa que acabamos de presentar implica unas responsabilidades a las que la em-
«Las actuales dinámicas económicas internacionales, caracterizadas por graves distorsiones y disfunciones, requieren también cambios profundos en el modo de entender la empresa (…). La gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores…, la comunidad de referencia (…). Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté orientado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio la economía real» Benedicto XVI, «Caritas in veritate», 401
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Tema de la quincena «El proceso de producción debe ajustarse a las necesidades de la persona y hacer posible la vida de cada uno, atendiendo a sus distintas situaciones» que forman parte de la empresa y organizando la producción de manera que los derechos de los trabajadores sean respetados y puedan desarrollarse las capacidades de las personas en el trabajo. Y también la responsabilidad de contribuir al bien común de la sociedad de cuyos recursos humanos y materiales se sirve. En la medida en que la empresa asume y practica estas responsabilidades representa un bien para todos. En la medida en que se aleja de ellas constituye un obstáculo
para el bien común. En definitiva, la DSI subraya que en la medida en que la empresa busque el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias, se convierte en un instrumento apto para construir una economía al servicio de las personas y un proyecto de cooperación entre las personas (3).
Estas responsabilidades lo son, en primer lugar, del empresariado y de la dirección de la empresa, pero también de los trabajadores y del Estado que, en su responsabilidad de velar por el bien común, debe procurar que exista un marco legal adecuado para el buen funcionamiento de las empresas, fomentando la capacidad de iniciativa y el espíritu emprendedor, así como la efectiva protección de los derechos de los trabajadores y la orientación de la actividad de la empresa hacia las necesidades de la sociedad.
El funcionamiento de la empresa. La participación «A los responsables de las empresas les corresponde ante la sociedad la responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones. Están obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias» Catecismo de la Iglesia Católica, 2.432
Para la DSI, el funcionamiento de la empresa debe regirse por el principio fundamental de que el conjunto del proceso de producción debe ajustarse a las necesidades de la persona y hacer posible la vida de cada uno, atendiendo a sus distintas situaciones (es decir, la empresa no debe tratar a los trabajadores como si fueran unidades productivas iguales, sino atender realmente a su ser personas diversas). Este principio se concreta en el respeto efectivo de los derechos de los trabajadores que hemos señalado en el anterior Tema de la Quincena y, también, en la responsabili-
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Tema de la quincena «El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo, por más que esto puede debilitar centros de poder ya consolidados. La empresa no puede considerarse únicamente como una “sociedad de capitales”; es, al mismo tiempo, una “sociedad de personas”, en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos objetivos sigue siendo necesario un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es la liberación y la promoción integral de la persona» Juan Pablo II, «Centesimus annus», 431
Notas: (1) Pese al tiempo transcurrido desde su publicación (en 1963), la obra de Guillermo Rovirosa, «¿De quién es la empresa?» (Obras Completas, vol. II, Madrid 1995), sigue teniendo un gran valor y actualidad para una reflexión sobre la empresa desde la perspectiva de la antropología cristiana. En estas notas iremos indicando algunas de sus aportaciones. Por lo que se refiere a lo que representa la empresa como institución básica de la vida social, Rovirosa lo describe con sencillez y claridad: «La empresa es otra institución que permite la individuo integrarse en la vida económica, en una doble corriente perfectamente vital (como la circulación de la sangre): el hombre enriquece a la sociedad con su es-
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dad de los trabajadores hacia la buena marcha de la empresa. Teniendo en cuenta lo que hemos dicho sobre el sentido de la empresa como comunidad de personas, comunidad de trabajo, cuya finalidad es la existencia de esa misma comunidad de trabajo como necesidad de las personas y de la producción de bienes y servicios útiles para la sociedad, el ejercicio de las responsabilidades y derechos en el funcionamiento de la empresa no es un obstáculo, como frecuentemente se plantea, para su buen funcionamiento económico, sino todo lo contrario: es condición para que la eficiencia económica de la empresa sea tal. A no ser que se identifique eficiencia económica, como suele ocurrir, con la máxima rentabilidad económica aún a costa de la dignidad de la persona, porque en ese caso se está produciendo una inaceptable inversión de valores: es la economía la que debe estar al servicio de la persona y no la persona al servicio de la economía. Por eso, el índice del buen funcionamiento de la empresa es, precisamente, la capacidad de compaginar adecuadamente la necesaria rentabilidad económica de la empresa con la producción de bienes y servicios útiles y con el respeto efectivo de los derechos de las personas que componen la empresa, desde la responsabilización de los distintos miembros de la empresa
fuerzo profesional en la empresa, y la sociedad proporciona al hombre, a través de la empresa, los medios materiales necesarios para que pueda llevar una vida digna de la persona humana» (p. 288). (2) Así lo describe Guillermo Rovirosa: «¿Cualquiera que sea la definición de empresa que se adopte, esta consiste siempre en un conjunto de elementos diversos: hombres (dirección, jefes, trabajadores), medios de producción materiales (capitales, terrenos, edificios, máquinas) y medios de producción inmateriales (conocimientos, métodos, técnicas) combinados unos con otros de manera que constituyen una unidad económica autónoma, que pone a disposición de la sociedad unos productos o unos servicios.
La empresa no puede confundirse con los medios materiales de producción, ni con la fábrica ni con las máquinas. Tampoco puede identificarse con la comunidad de trabajo (…). La empresa es, sin duda alguna, una comunidad de hombres, pero de hombres equipados con recursos materiales e inmateriales. Sin que la empresa se confunda con los medios de producción, ni siquiera con una comunidad de trabajo, la empresa es una entidad distinta, que comprende el conjunto de esos elementos en tanto que se combinan entre sí para construir una unidad económica con vida propia, que no se identifica con la de las partes que la componen» (p. 271).
Tema de la quincena en sus diversas funciones. Esta es la competencia empresarial más importante (4). En ese sentido, la DSI subraya y da una importancia fundamental a la participación de los trabajadores en el funcionamiento de la empresa. Hasta el punto de considerar la participación un derecho fundamental de los trabajadores. La participación activa en la empresa de todos sus miembros es un índice básico del buen funcionamiento de la empresa, porque las personas necesitan sentir que «traba-
jan en algo propio» para realizar el sentido humano y humanizador del trabajo. Hacer posible esa participación en sus diversas formas es un derecho-responsabilidad de los trabajadores y un deber de la dirección de la empresa (5).
La propiedad de la empresa Para la DSI la propiedad siempre tiene una hipoteca social: debe servir a fines sociales y eso, y sólo eso, es lo que le da su legitimidad. Este principio es también aplicable a la propiedad de la empresa. La DSI afirma que pueden ser legítimas diversas formas de propiedad de la empresa: privada, pública, social, cooperativa…, respondiendo a la diversidad de la libre iniciativa en la economía. Pero siempre, la legitimidad de estas diversas formas de propiedad dependerá del uso que se haga de la propiedad, al servicio de fines sociales; en el caso de la empresa: la creación de oportunidades de trabajo, sirviendo al trabajo, de la producción de bienes y servicios útiles a la sociedad, del respeto a la dignidad de las personas en la empresa… Pero, atendiendo a la importancia de la participación de los trabajadores en la empresa, la DSI considera que son deseables y mejores aquellas formas de propiedad que posibiliten de alguna manera la
«Los capitalistas no son el todo de la empresa, y ni siquiera (como personas) una parte de la misma; creo que sería un error grave caer, por reacción, en el extremo opuesto, y decir: el todo de la empresa son las personas que ponen en ella toda su vida profesional. Estas personas no pueden constituir una empresa si no cuentan con medios de producción materiales (…) y con medios de producción inmateriales (…). Las personas son ciertamente la parte más importante, pero no lo son todo. Esto conviene no perderlo nunca de vista» (p. 293). (3) Hay que subrayar que el ejercicio de estas responsabilidades es perfectamente posible. Pero eso depende de dos cosas. Por una parte, de cómo se conciba y viva la manera de situarse las personas
ante la actividad económica, el trabajo y la empresa. Por otra, de cómo se conciba la organización de la empresa, que puede empujar la vida de las personas en un sentido o en otro, ser un acicate para la cooperación o para el egoísmo competitivo. El capitalismo ha orientado la organización de la empresa desde la premisa de que es el egoísmo y el propio interés lo que mueve a las personas y su forma de organizar la empresa lo que hace es impulsar ese egoísmo. Así lo expresaba ya en 1776 el padre del liberalismo económico, Adam Smith: «No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés y jamás les hablamos de nuestras necesidades
sino de sus ventajas» («La riqueza de las naciones», Alianza Editorial, Madrid 1994, p. 46). Desde luego, sería una ingenuidad ignorar el egoísmo humano. Pero una cosa es eso y otra bien distinta organizar las cosas de forma que lo que se fomente sea ese egoísmo. Guillermo Rovirosa escribió a propósito de esta manera de afrontar las cosas: «Me parece que son demasiados los que están seguros de que el afán de lucro es el principal factor del progreso humano, y que si faltase este vendría un marasmo general que nos haría retroceder a la caverna». «El hombre es egoísta por naturaleza y no es posible anular su egoísmo desde fuera. Puede ser que la ordenación económica, social y política fomente y exacerbe el egoísmo, como ocurre actualmente; y puede ser que lo frene… Pero no puede hacer otra cosa que
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Tema de la quincena frenarlo (lo cual no es poco, ciertamente) y el egoísmo seguirá ahí presente en cada momento, dispuesto a manifestarse a la primera ocasión» («Cooperatismo integral», Obras Completas, vol. I, Madrid 1995, pp. 163 y 167). (4) A este propósito, Guillermo Rovirosa subrayaba la importancia decisiva de fomentar la cooperación en el funcionamiento de la empresa, de tal forma que, reconociendo prácticamente los valores humanos, profesionales y laborales de los miembros de la empresa, se haga posible que los componentes de la empresa «puedan vivir con la dignidad y con la libertad de los hijos de Dios». Así, el buen funcionamiento de la empresa, que debe basarse primero que nada en poner a las personas en el centro, necesita tener en cuenta, en primer lugar, los valores humanos, que son los fundamentales y decisivos: lo más importante es la igualdad de todos por ser personas; en la empresa todos merecen el mismo respeto como personas, porque todos tienen el mismo valor como personas. En ese reconocimiento práctico de la igualdad se fundamenta la libertad: la persona no puede ser libre más que cuando todos gozan de los mismos derechos y deberes como personas. Sin esto es imposible la cooperación. Pero también son importantes en la empresa los valores profesionales, la valoración diversa de lo que cada uno aporta cualitativamente al funcionamiento de la empresa. Para el buen funcionamiento de la empresa es fundamental valorar adecuadamente lo
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que cada uno puede aportar desde su capacidad profesional, aprovechando en la cooperación mutua las capacidades de cada uno. Y, por último, también es muy importante reconocer los valores laborales que también son diversos: valorar adecuadamente lo que cada uno aporta cuantitativamente al funcionamiento de la empresa (Guillermo Rovirosa, «¿De quién es la empresa?», pp. 293-299).
(5) Propuestas concretas de participación en la empresa pueden verse en Armando Fernández Steinko, «Democracia en la empresa», HOAC, Madrid 2000. Especialmente interesante es el resumen que se ofrece en el capítulo II («La gestión empresarial y su control democrático»), pp. 51-65, y los capítulos III («Democratización de las condiciones de trabajo») y VIII («Propiedad y participación»).
(6) Es muy interesante la reflexión que hace Guillermo Rovirosa sobre la propiedad de la empresa yendo a la raíz de la cuestión, en «¿De quién es la empresa?». Teniendo en cuenta el carácter de la empresa que hemos indicado en la nota 2 (la empresa como conjunto de elementos humanos y materiales que se combinan entre sí «para constituir una unidad económica con vida propia», que no se identifica con la de las partes que la componen), Rovirosa considera: «Una realidad así, por su propia naturaleza, no es susceptible de apropiación; únicamente pueden ser objeto de un derecho de propiedad los bienes incluidos dentro de esta realidad que es la empresa. Uno puede estar investido del derecho de controlar o de dirigir una empresa, pero nadie puede ser propietario de ella, de la misma manera que no se puede ser propietario de una familia o de un Estado» (p. 272). «Si, por su naturaleza especial, la empresa no es susceptible de apropiación, si lo son, en cambio, los bienes y los medios de producción que forman parte de la misma» (p. 272). Aunque Rovirosa también considera que, estrictamente, los medios de producción son de la empresa (pp. 276-277). «Hay que vocear, gritar, pregonar por todos los medios que la empresa, por su propia naturaleza, no es ni puede ser de nadie, ni siquiera del Estado: la empresa se pertenece a sí misma. Como la familia, en la que nadie (de dentro o de fuera) puede afirmar que es propietario de “tal familia”» (p. 285).