POR UNA NAVIDAD JUSTA
Es fácil pensar que el título de estas líneas hace referencia a la solidaridad con los más necesitados en fechas especialmente señaladas como son las de la Navidad. La solidaridad, que nace de la caridad, ha de estar presente siempre en la vida del cristiano y en la de todos los hombres y mujeres de buen corazón, según las posibilidades de cada uno. Pero yo, ahora, aun advirtiendo de esta dimensión de la justicia que debe presidir especialmente en estas fechas, me refiero a otro aspecto de la justicia navideña. La Navidad, en los pueblos del oriente y del occidente cristiano, es la celebración del nacimiento de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que, por su amor infinito, se encarnó en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen María, y nació hecho en todo semejante al hombre menos en el pecado. Esto es lo que los cristianos debemos celebrar ostensiblemente, porque da sentido a nuestra vida, constituye una riqueza indiscutible de los pueblos
cristianos, un estímulo del arte en sus diversas manifestaciones, y un hecho catalizador de las distintas facetas de la vida social. Con el tiempo, debido a la presión ejercida desde intereses ajenos y contrarios a la fe cristiana, y esgrimiendo como argumento el debido respeto a quienes no la aceptan, han ido disminuyendo los signos públicos de la auténtica Navidad. Por ello, destacando cada día más las expresiones comerciales, las fiestas preferentemente paganas, los desórdenes a que son propicios quienes no tienen un motivo profundo y de altura para vivir, van quedando cada vez más reducidas las expresiones cristianas que deben acompañar la celebración gozosa personal, familiar y social del misterioso acontecimiento sobrenatural que cambió la historia de la humanidad. El nacimiento de Jesucristo nuestro Redentor. Es falso el argumento de que los signos cristianos en la Navidad condicionan irrespetuosamente la libertad de pensamiento y de celebración de los no cristianos. Si el argumento válido para aceptar cualquier manifestación externa en una sociedad plural fuera que estuviera acorde con las formas de pensamiento, de vida y de celebración festiva de todos, tendrían que desaparecer casi todas o todas. ¿Dónde quedarían los Carnavales? ¿Dónde quedarían las fiestas Gay? ¿Dónde se permitirían las movidas juveniles que tantas molestias causan durante la noche y que tanta suciedad y gasto público ocasiones en cada lugar? ¿Dónde quedarían tantas y tantas manifestaciones sociales de tantos y tantos grupos humanos integrados en una sociedad abierta, tolerante y respetuosa? Con estas consideraciones quiero ayudar a una reflexión serena que
lleve
a
valorar
las
cosas,
los acontecimientos
y
las
manifestaciones en su verdadero sentido, tal como deben mirarse, entenderse y tratarse. No podemos abandonarnos ante la presión de los más fuertes, o a los argumentos falaces de quienes tientan la racionalidad de las personas o se aprovechan de su debilidad haciéndoles caer en el engaño o en la represión alienante. Por todo ello, no solamente quiero manifestar la absoluta legitimidad de los signos externos cristianos propios de la Navidad, sino también animar a que aumenten dentro de los hogares cristianos y en los ambientes públicos en los que cada uno tiene derecho a moverse con libertad respetuosa. Desde estas líneas os invito a procurar que en todas las casas esté presente, en los días de la Navidad, el tradicionalmente llamado BELÉN; o, al menos, la escena del Nacimiento; esto es: las imágenes del Niño Jesús, de la santísima Virgen María y de san José. Al mismo tiempo, como signo de libertad de expresión y como testimonio valiente de la propia fe, animo también a que pongáis en vuestros balcones y ventanas colgaduras navideñas que hacen alusión al misterio de Jesucristo. Algunos, aprovechando el silencio o la timidez de muchos cristianos, argumentan con la falsedad de que el cristianismo está en decadencia y de que la Iglesia vive sus últimos períodos. Sabemos que no es así, pero debemos contribuir a que no lo parezca. Hay otras manifestaciones que no son contrarias a la celebración de la Navidad, pero son muy parciales y se quedan en la superficie. Me refiero a los árboles de Navidad y a las figuras del Papá Noel. Se quedan en lo material de los regalos y, en verdad, no pueden suplir
dignamente la representación de la verdadera Navidad que está en el Niño Jesús. Es, pues, muy conveniente que os esforcéis en procurar signos claros de la Navidad en el corazón de los hogares y del propio lugar público en el que os movéis cada uno. Sed valientes, sin presunciones autosuficientes. Pero sed coherentes con vuestra fe sin dejaros arrollar y sin dejar que dominen en la sociedad las presiones interesadas y cerradas de quienes pregonan la libertad y ejercen simultáneamente
la
represión
de
determinados
derechos y
tradiciones. Todo ello con la contradictoria y falaz bandera del respeto a los derechos de las mayorías o de las minorías. De acuerdo con lo expresado hasta aquí, felicito a quienes desde la Asociación Belenista, desde la educación escolar y desde la vida familiar impulsan el montaje del Belén y la utilización hogareña y pública de los signos cristianos de la Navidad. Así contribuiremos a la celebración de la NAVIDAD JUSTA.
Santiago. Arzobispo de Mérida-Badajoz